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<strong>CREAR</strong> Y RE<strong>CREAR</strong><br />
Los oficios en la poética de Jaime Dávalos<br />
<strong>Jerónimo</strong> Pablo <strong>Pagano</strong><br />
Director: Dr. Domingo Ighina
AGRADECIMIENTOS<br />
A mi padre, por enseñarme a amar las cosas de nuestra tierra.<br />
A mi madre, por enseñarme a amar.<br />
A mi novia, Anita, por su incondicional compañía y cariño.<br />
A mis hermanos, hermanos políticos y sobrinos, por su comprensión y compañía.<br />
A mis amigos del colegio secundario, por haber estado siempre presentes en todo este<br />
tiempo de estudio.<br />
A mis profesores del colegio secundario, por haberme inculcado el placer por aprender<br />
y por superarme, especialmente a Carolina García Montaño, Felisa Díaz Gavier, María<br />
Elena Tarbine, Susana Puebla y Gastón Moisset.<br />
A mis colegas, Gonzalo, Daniel y Manuela, por su ayuda en distintos momentos de mi<br />
carrera.<br />
A los docentes de esta casa, por su compromiso con la producción del conocimiento.<br />
A mi director, Domingo, por su generosidad y paciencia.<br />
A aquellas personas que desinteresadamente me aportaron datos y material para la<br />
concreción de este trabajo: Julia Elena Dávalos, María de las Mercedes <strong>Pagano</strong>,<br />
Mercedes Puló de Ortiz, Aldo Parfeniuk, María del Pilar Marcone, Gregorio Caro<br />
Figueroa, Agustín Ernesto Tejeda.<br />
A mis compañeros de trabajo, por su amistad y comprensión.<br />
A mis alumnos, origen y fin de mi vocación docente.<br />
A Dios, por todo lo anterior.
Eres el poeta,<br />
cuentas tu vivir.<br />
Tienes la virtud de volver<br />
el color a las palabras.<br />
El oficio que heredaste de tu padre;<br />
poeta, siempre poeta.<br />
Juan Carlos Saravia<br />
“Siempre poeta”
ÍNDICE<br />
INTRODUCCIÓN ........................................................................................................ 8<br />
I. PLANTEO TEÓRICO-METODOLÓGICO ............................................................. 16<br />
1- La hermenéutica según Gadamer ....................................................................... 16<br />
2- Pensar seminal y ritual en Kusch ......................................................................... 20<br />
3- Inconsciente colectivo y arquetipos en la concepción de Jung .............................. 21<br />
3.1- Símbolo y arquetipo en el análisis hermenéutico ............................................... 22<br />
3.2- El mito: relato arquetípico ................................................................................ 23<br />
4- La voz de los poetas en la canción popular en Parfeniuk ...................................... 24<br />
5- Sobre la poesía popular en Argentina .................................................................. 25<br />
II. LA TIERRA DEL AUTOR .................................................................................... 28<br />
1- Ubicación geográfica: una propuesta metodológica ............................................. 28<br />
1.1- Regiones en nuestro país .................................................................................. 30<br />
1.2- La región del Noroeste argentino ...................................................................... 31<br />
III. CONTEXTO LITERARIO EN SALTA Y EL NOA ............................................. 33<br />
1- Juan Carlos Dávalos ............................................................................................ 33<br />
2- Los cantares populares recopilados por Juan Alfonso Carrizo .............................. 34<br />
3- El grupo La Carpa ............................................................................................... 36<br />
4. Manuel José Castilla ............................................................................................ 39<br />
5. Generación del ´60 .............................................................................................. 42<br />
IV. LOS OFICIOS EN JAIME DÁVALOS ................................................................ 44
1- El enunciador ...................................................................................................... 44<br />
2- La presencia de la naturaleza en los oficios.......................................................... 49<br />
3- Los rituales en la poética de los oficios artísticos ................................................. 62<br />
3.1- Los rituales en la poética de los oficios manuales ............................................. 79<br />
4. El arquetipo del oficiante en Jaime Dávalos ......................................................... 98<br />
CONCLUSIONES .................................................................................................... 101<br />
BIBLIOGRAFÍA ...................................................................................................... 103<br />
APÉNDICE .............................................................................................................. 107<br />
1. BREVE BIOGRAFÍA DEL AUTOR ................................................................. 107<br />
2. POESÍAS INCLUIDAS EN EL CUERPO DE ANÁLISIS ................................ 109
INTRODUCCIÓN<br />
El Noroeste de nuestro país, y en especial la provincia de Salta, ha sido cuna de<br />
muchos poetas que han configurado la cultura de la región y la han proyectado no solo<br />
al resto de la Argentina, sino también al mundo entero. De manera recurrente, los poetas<br />
del siglo XX de Salta han abordado la temática de los oficios. Nos interesa analizar<br />
cómo este aspecto de la vida humana ha sido elaborado en la producción de Jaime<br />
Dávalos.<br />
Fue Dávalos creador de obras que lo han trascendido y que se han depositado en el<br />
núcleo del cancionero popular del folklore argentino. Algunas de esas canciones que<br />
marcaron una etapa en la época de mayor florecimiento de la música nativista han sido,<br />
por ejemplo, “La Nochera” o “Tonada del viejo amor”. Sin embargo, la producción de<br />
Jaime Dávalos no se agota en esas creaciones hechas a la medida de una música que<br />
requería ser cantada. Más bien, estas letras tan divulgadas son la puerta de ingreso a un<br />
vasto conjunto de poemas que demuestran que detrás de él hay toda una concepción<br />
sobre qué es el hombre y sobre cómo la poesía es un medio para comprender sus modos<br />
de vida, sus tradiciones, sus sentimientos y sus trabajos. Sin embargo, el aspecto<br />
rigurosamente literario ha sido prácticamente dejado de lado por la crítica especializada.<br />
El carácter popular de la creación davaliana, arraigado en las costumbres y<br />
tradiciones de diversas regiones del norte de nuestro país, exige, a nuestro parecer, un<br />
estudio profundo sobre el modo en que el poeta salteño vierte todo ese acervo cultural<br />
en su lírica.<br />
Si bien Jaime Dávalos fue siempre un cultor y difusor de todos los aspectos de la<br />
vida del hombre argentino, nosotros nos abocaremos al estudio de un tema en particular:<br />
los oficios. La Real Academia Española define oficio como “1- ocupación habitual; 2-<br />
cargo, ministerio; 3- profesión de algún arte mecánica; 4- función propia de alguna<br />
cosa; 5- comunicación escrita, referente a los asuntos de las administraciones públicas”.<br />
Pero, a la vez, oficio deriva del latín officio-ii que también contempla otros significados,<br />
y enriquece el vocablo castellano. Se puede traducir como “servicio, cargo; deber,<br />
obligación // sentimiento del deber; fidelidad al deber, obediencia // cortesía, muestra de<br />
consideración; servicio debido, homenaje”. Por lo tanto, entendemos al oficio como la<br />
8
ocupación que una persona desarrolla de manera sostenida en el tiempo, que implica el<br />
conocimiento de un arte mecánico o intelectual y que ordena el trabajo a un sentimiento<br />
del deber. A la persona que lleva a cabo un oficio, la designamos como oficiante.<br />
Dentro de la categoría de oficios distinguimos dos clasificaciones. Por un lado, los<br />
oficios artísticos, caracterizados por una premisa común, la cual es producir belleza, y<br />
entre los cuales se encuentran los de cantor o músico. Por otro lado, los oficios<br />
manuales, que implican el esfuerzo físico y que incluyen, por ejemplo, al minero o al<br />
zafrero.<br />
Como mencionábamos anteriormente, la obra de Jaime Dávalos no ha sido puesta en<br />
valor desde el punto de vista crítico. Sostenemos que la originalidad de su lenguaje, que<br />
reúne rasgos populares y cultos, y la raigambre que estos poemas han logrado en la<br />
cultura popular ameritan un estudio individual y profundo para conocer cómo el autor<br />
vierte en la letra todos sus conocimientos y maneras de entender al paisano de las<br />
distintas regiones del norte argentino. Paisano que se encuentra ampliamente retratado<br />
en esta larga serie de oficios que analizaremos. Norte argentino que no se limita a la<br />
tierra natal de nuestro autor, San Lorenzo -y, por extensión, toda la provincia de Salta-,<br />
sino que aparece representado en todo su territorio, con cantos a los coyas 1 de La Puna,<br />
a los zafreros jujeños, a los isleños del Litoral. Jaime Dávalos siente la necesidad de<br />
rescatarlos de sus lugares de origen y darlos a conocer. Nosotros nos proponemos, a la<br />
vez, dar a conocer la obra de este poeta con una mirada hermenéutica que explique<br />
cómo y por qué se ponen en escena estos personajes y sus trabajos.<br />
El oficiante, u obrero, de aquellos años y de aquellas zonas del interior de nuestro<br />
país -regiones del Noroeste, Noreste y el Litoral- se encontraba muchas veces en<br />
condiciones de vida, y de trabajo, muy precarias y nuestro autor, conocedor de esta<br />
realidad por haberla recorrido durante años, dedicó buena parte de su obra poética a<br />
rescatar no solo sus labores, sino también sus personas. Es decir, recupera tanto lo que<br />
el oficiante hace, como lo que el oficiante es, con sus defectos y vicios, pero también<br />
con sus virtudes y sacrificios.<br />
La obra de Jaime Dávalos se encuentra dispersa e incluso queda mucho material que<br />
no ha sido editado. De esta manera, el corpus de nuestro trabajo abarca dos libros:<br />
1<br />
En los poemas aparece indistintamente coya o colla. Tomamos la primera forma, excepto cuando<br />
citamos algún poema donde se escribe colla.<br />
9
Coplas y canciones, publicado en 1967 por Ediciones El retoño.<br />
El nombrador, publicado por Ediciones Fabro en 2011 y reeditado en una<br />
edición especial para el Ministerio de Educación de la Nación. Tomaremos la<br />
segunda versión para nuestro trabajo. Este volumen reúne todos los libros<br />
anteriores de Jaime Dávalos, a excepción del que citamos en el inciso anterior.<br />
Otro poema al que haremos mención, “La ollera”, no aparece publicado en<br />
ninguno de los libros citados, pero sí registrado a nombre de Jaime Dávalos en la<br />
página virtual oficial de SADAIC.<br />
Evitar mencionar ciertos aspectos de la existencia y de los quehaceres humanos<br />
marca una intención en el enunciado de un poeta. Lo que no se dice, no merece ser<br />
dicho y por eso no se poetiza sobre ello. Pero hacer referencia de manera constante e<br />
incisiva, como Dávalos lo hace, implica una toma de posición con respecto al tema<br />
tratado y demuestra una intencionalidad mayor. En este sentido, y aunque no son los<br />
oficios la única cuestión que aparece en la obra davaliana, la recurrente emergencia de<br />
este asunto amerita indagar sobre la forma en que él representa y otorga una nueva<br />
significación a la vida y obra de los oficiantes. Por un lado, Dávalos crea, en tanto<br />
poeta, una obra estética nueva a partir de la palabra y la musicalidad de la rima y el<br />
verso. Pero por el otro, recrea, les da nueva vida a aquellos que cita, con o sin nombre<br />
propio. ¿Cómo los configura, tanto a la persona como a su oficio? ¿Qué perspectiva<br />
antropológica se deduce de la manera de nombrarlos?<br />
Planteado el problema, sostenemos que hay una voluntad de enaltecer a la persona y<br />
al oficio mismo, de reconocer la existencia de oficios tradicionales de las zonas que el<br />
poeta trabaja. Esa revalorización se da a través de dos vías:<br />
• Las personas que afrontan cada uno de los oficios son asumidas y recreadas por el<br />
poeta. Tanto él, como el músico, el obrero y el artesano son sacerdotes de una religión,<br />
aunque no necesariamente confesional. Y si el oficiante es el sacerdote, su trabajo es el<br />
ritual que lo vincula con lo trascendente.<br />
• El trabajo de los semejantes es descripto por el poeta, quien asume el papel de un<br />
antropólogo, un observador, que movido por una inquietud humana y humanizante,<br />
presta su voz para que por él hablen los que no pueden hacerlo, o los que, por algún<br />
motivo, callan.<br />
10
Muchos críticos se han dedicado al estudio de la poética popular norteña, sobre todo<br />
atendiendo a la obra de Manuel José Castilla. Es el caso del trabajo que coordinaron<br />
Amelia Royo y Olga Armata que se titula Por la huella de Manuel J. Castilla donde se<br />
abordan la influencia de los movimientos y cánones artísticos que marcaron la obra de<br />
Castilla y el estudio hermenéutico de su lírica.<br />
Otra fuente donde encontramos examinado el tema de la producción de literatura<br />
regional del Noroeste es la revista DIÁLOGOS, que en el n° 5, de diciembre de 1993,<br />
dedica su edición al análisis del grupo La Carpa, integrado por autores como el mismo<br />
Castilla, Raúl Galán, Raúl Aráoz Anzoátegui, entre otros.<br />
Sin embargo, la obra de Jaime Dávalos no ha sido estudiada de manera sistemática e<br />
integral.<br />
Algunos estudios bibliográficos sobre cantautores folklóricos incluyen a Jaime<br />
Dávalos, pero no ofrecen más que datos biográficos y un resumen conciso de su obra,<br />
tal es el caso del Diccionario biográfico de la música argentina de raíz folklórica, de<br />
Emilio Portorrico. De la misma forma, existen páginas virtuales -como El portal<br />
informativo de Salta o De mis pagos, revista digital- que presentan, además de la<br />
biografía, alguna cita tomada del propio autor y una pequeña semblanza escrita por una<br />
persona del medio folklórico cercana a él.<br />
Existen cuatro estudios dedicados al análisis de la poética de Dávalos.<br />
Uno de ellos es el de Mercedes Puló de Ortiz que tiene por título Jaime Dávalos:<br />
poeta del arraigo y que se enmarca en una publicación dirigida por Zulma Palermo que<br />
se titula La región, el país 2 . Sin embargo, este análisis se reduce a los poemas de<br />
Dávalos que se publican en Poemas y canciones, por lo que se pierde la visión de la<br />
obra como conjunto.<br />
Mercedes Puló adopta en su ensayo algunos conceptos sobre Jaime Dávalos que nos<br />
interesa tomar para dar continuidad a lo que ella planteaba y profundizarlo en el tópico<br />
de los oficios y de quienes los llevan a cabo. En primer lugar, postula que el poeta, al<br />
definirse como nombrador, pone en evidencia su intención de, justamente, revelar “la<br />
2<br />
PALERMO, Zulma y otros (1987), La región, el país. Ensayos sobre la poesía salteña actual. Salta:<br />
COBEOAS.<br />
11
existencia de las personas, la vida del paisaje familiar y de las cosas”. Al mismo tiempo,<br />
Puló sostiene que el poder creador que Dávalos le asigna a la palabra responde a la<br />
esencia misma del hombre de las tierras que él mismo transita. Y ese hombre, que no es<br />
ni rico, ni opulento, ni siquiera conocido, tiene el íntimo deseo de trascender su propia<br />
existencia. Es eso lo que provoca, siempre siguiendo a la autora, que Dávalos logre<br />
asimilarse con sus semejantes. Él no diluye el contenido de su poesía en la mera<br />
descripción del paisaje “sino que se detiene en el hombre y perfora la vida de identidad<br />
manifiesta y perfiles definidos”.<br />
El segundo material que aborda con una mirada crítica la obra de Jaime es Tan solo<br />
la zamba me recordará: configuraciones del cantor y sus prácticas en las letras del<br />
folklore moderno en Argentina de Irene Noemí López, publicado en la Revista Afuera<br />
que se edita en formato digital 3 .<br />
En este trabajo, la autora toma un corpus de canciones a las que Gustavo<br />
Leguizamón les puso música. Entre ellas se encuentra la “Zamba de los mineros”,<br />
escrita por Jaime Dávalos. Si bien el análisis también hace referencia a la cuestión<br />
musical de las composiciones, lo que interesa destacar de este artículo es la función que<br />
López otorga al cantor/autor en tanto hombre de la ciudad, letrado. Así entendido, el<br />
poeta plasma en un escrito de finalidad estética a una persona o a una práctica que se<br />
expresa de manera oral -como el canto-, o física -como el baile. Pero, además, el poeta<br />
se configura como vehículo de la voz popular, de un sentir colectivo del cual participa y<br />
al cual representa. La música cumple, en este sentido, un rol trascendente, puesto que<br />
revive a quien la actualiza, a quien la interpreta. Esta concepción queda patente en los<br />
versos que López cita de la “Zamba de los mineros”: “Cuando a mí me pille la muerte/<br />
tan solo la zamba me recordará”. De esta manera, la música y el acto de cantar se<br />
convierten en un ritual que tiene el objeto de la permanencia del sujeto, a partir de la<br />
resurrección que se produce en cada actualización. El rol del cantor popular que se<br />
expresa en letras escritas, pero para ser cantadas, logra su legitimación por el valor<br />
creador de su obra, pero también por la pertenencia a una identidad comunitaria que se<br />
torna fundamental “en todo momento de la vida, cotidiana o ritual”. Es por eso que el<br />
canto sobrepasa los límites finitos de la vida para dar trascendencia a quien lo produce y<br />
reproduce.<br />
3<br />
LÓPEZ, Irene Noemí en: http://www.revistaafuera.com/articulo.php?id=69&nro=8, consultada el<br />
22/08/2016.<br />
12
Dos conceptos nos interesan de lo anterior. Por un lado, seguir profundizando sobre<br />
cómo se construye el lugar desde el cual Jaime Dávalos, como autor que lleva a cabo el<br />
oficio de poeta, se expresa para rescatar las figuras y obras de otros oficiantes. Por otro<br />
lado, rastrear la posible presencia de otras formas de rituales que buscan la<br />
trascendencia del hombre más allá del mundo terrenal y que se actualizan en la práctica<br />
de otros oficios.<br />
Otro trabajo que aborda la obra de Jaime Dávalos es El decir poético de Jaime<br />
Dávalos en la receptividad del intérprete 4 , de Mirta Ferrari. En este breve ensayo, la<br />
autora destaca la condición de nombrador del poeta, lo cual conlleva la conciencia de la<br />
transformación operada sobre lo que se nombra: “(el poeta) Une a esta aptitud de<br />
“nombrador”, el conocimiento de quien al pronunciar el nombre transforma la realidad<br />
designada” (Ferrari, 1984: 9). Al mismo tiempo, la autora subraya la profunda relación<br />
que el poeta establece “no solo con su tierra, su paisaje, sino con su gente” (Ferrari,<br />
1984: 9).<br />
De capital importancia nos parece recuperar el aporte de Ferrari acerca de la<br />
presencia de un macrocosmos y un microcosmos en los poemas davalianos, donde se<br />
nombra lo creado y se crea lo in-creado, lo que no fue nunca antes percibido por<br />
alguien.<br />
Los elementos que tomaremos de esta crítica serán la relación que establece Dávalos<br />
entre las personas y su ámbito natural, y la capacidad creadora y recreadora del poeta<br />
para redimensionar la realidad y modificarla.<br />
El último de los trabajos dedicados a la obra de nuestro autor es Jaime Dávalos,<br />
homenaje 5 . En este caso, el análisis se reduce a algunas de las grandes temáticas<br />
recurrentes en la poética de nuestro autor. Ellas son: la relación del hombre con su<br />
tierra, el vino, el trabajo, el amor, América, y la amistad. Sin embargo, el foco no está<br />
puesto en el análisis crítico, que ocupa apenas unos párrafos por tema, sino en la<br />
recuperación de los poemas que se enmarcan en ese tópico. Por lo tanto, el estudio<br />
carece de profundidad y de integralidad.<br />
4<br />
FERRARI, Mirta (1984), El decir poético de Jaime Dávalos en la receptividad del intérprete, Bs. As.:<br />
Centro de Estudios Latinoamericanos (CELA).<br />
5<br />
BUGIOLACCHIO, Ana (2011), Jaime Dávalos homenaje. Rosario: Ross.<br />
13
Nuestro planteo metodológico se inscribe en el terreno de la hermenéutica, que<br />
originalmente era la ciencia de interpretar los textos sagrados. Actualmente el campo de<br />
acción de la hermenéutica se ha ampliado e incluye la interpretación de todo tipo de<br />
textos. En este sentido, la propuesta metodológica que guiará nuestro trabajo es la que<br />
propone Hans-Georg Gadamer en Verdad y método II 6 .<br />
Allí el filósofo alemán sostiene que el texto se convierte en objeto de estudio en la<br />
medida en que suscite para el intérprete preguntas que el mismo texto debe responder.<br />
Una limitación surge a partir de que la obra sea escrita: no hay posibilidades de<br />
interlocución más que con la letra plasmada. Por eso, dice Gadamer, la obra de arte<br />
nunca puede ser aprehendida en su totalidad, nunca se sabe absolutamente todo sobre<br />
ella. Y esta imposibilidad de abarcarla de manera íntegra se debe a que “ninguna obra<br />
habla siempre del mismo modo” (Gadamer, 1998: 15). La primera acción del intérprete<br />
debe ser la comprensión, es decir, la mera lectura de la obra es el comienzo de la<br />
interpretación. A través de la lectura es que el texto adquiere su plena actualidad.<br />
Para lograr una interpretación adecuada, nos valdremos también de algunas<br />
categorías tomadas de otros autores. Esto nos ayudará a profundizar el rastreo de las<br />
líneas interpretativas que presumimos en nuestra hipótesis y que intentaremos<br />
demostrar. Estas categorías son las del ritual; la del inconsciente colectivo y el arquetipo<br />
como su imagen simbólica; la de la voz; y, finalmente, la de la poesía popular.<br />
Planteábamos más arriba que para Dávalos el oficio es un ritual. Esta idea la<br />
tomamos del filósofo Rodolfo Kusch, quien sostiene, en su obra El pensamiento<br />
indígena y popular en América 7 , que el ritual es una operación que “trasciende el vacío<br />
del sujeto y equilibra lo fasto y lo nefasto”.<br />
Una categoría fundamental que nos iluminará sobre las motivaciones y los sentidos<br />
subyacentes en la obra de Dávalos será la de los arquetipos. Es este un concepto que<br />
Gaspar Pío del Corro trabaja en su obra Zama, zona de contacto 8 a partir de la teoría<br />
propuesta por Carl Jung en Arquetipos e inconsciente colectivo 9 .<br />
6<br />
GADAMER, Hans-Georg (1998), Verdad y método II, Salamanca: Ediciones Sígueme.<br />
7<br />
KUSCH, Rodolfo (1973), El pensamiento indígena y popular en América. Bs. As.: ICA.<br />
8<br />
del Corro, Gaspar Pío (1992), Zama, zona de contacto, Córdoba: Ediciones Argos.<br />
9<br />
JUNG, Carl G. (1970) Arquetipos e inconsciente colectivo. Barcelona: Paidós.<br />
14
Nos interesa también retomar tres conceptos abordados por Aldo Parfeniuk en<br />
Bicentenario: Cultura popular y Nación 10 . Son estos los de la voz, la poesía popular y el<br />
poeta. Los tres se interrelacionan y encuadran la originalidad y autenticidad del poeta<br />
como reflejo de un conjunto de valores que identifican a una sociedad determinada de la<br />
cual el poeta procede.<br />
Recurriremos a Eduardo Romano para circunscribir el trabajo al ámbito de la poesía<br />
popular. En su libro Sobre poesía popular argentina 11 , el autor define a la poesía<br />
popular no como la creación producida “por” el pueblo, sino aquella que es creada<br />
“para” el pueblo. Si bien no se refiere propiamente al género folklórico o nativista,<br />
Romano ensaya un análisis genealógico de la poesía popular argentina. El autor sostiene<br />
que en nuestro país la poesía popular comienza con la literatura gauchesca, que sienta<br />
las bases de lo popular y las proyecta hacia el futuro.<br />
Por último y para delimitar el ámbito de la producción de Jaime Dávalos,<br />
tomaremos la propuesta de Zulma Palermo y Elena Altuna presentada en una colección<br />
de fascículos titulada Literatura de Salta, historia socio-cultural 12 . En los dos primeros<br />
números de esta serie, Palermo y Altuna elaboran un marco socio-histórico que explica<br />
los elementos propios de la región del NOA y que la definen por oposición a otras<br />
regiones nacionales, pero integradas junto con ellas en regiones supranacionales.<br />
Nuestro trabajo se organiza de la siguiente manera: en primer lugar, nos<br />
explayaremos sobre el planteo teórico-metodológico que enmarca el análisis de las<br />
obras y al cual ya hemos hecho referencia. Luego, ensayaremos una aproximación al<br />
contexto de producción del autor refiriéndonos a la poesía regional de la provincia de<br />
Salta y el Noroeste argentino; y, en particular a los poetas coetáneos de Jaime Dávalos<br />
que fueron, además, sus compañeros de ruta y manifestaron intereses comunes en el<br />
ámbito de la literatura, para finalmente adentrarnos en el análisis de la obra de Dávalos.<br />
10<br />
PARFENIUK, Aldo (2012), Bicentenario: Cultura popular y Nación, Bs. As.: Consejo Federal de<br />
Inversiones.<br />
11<br />
ROMANO, Eduardo (1983), Sobre poesía popular argentina, Bs. As.: Centro Editor de América<br />
Latina.<br />
12<br />
ALTUNA, Elena y PALERMO, Zulma (s.f.) Literatura Salta, historia socio-cultural. Salta:<br />
Universidad Nacional de Salta.<br />
15
I. PLANTEO TEÓRICO-METODOLÓGICO<br />
Mirta Ferrari señala en su ensayo que “las consideraciones teóricas actúan como<br />
soportes o apoyaturas que promueven (…) a la reflexión”. Pero afirma también que “De<br />
ninguna manera propiciamos modelos establecidos “a priori” puesto que estos limitan la<br />
potencialidad o virtualidad del texto y lo circunscriben a esquemas rígidos” 13 .<br />
Justamente, el hecho de delimitar las orientaciones que guiarán nuestro trabajo nos<br />
permite colocarnos en un punto desde el cual partiremos a la búsqueda de nuevas<br />
lecturas críticas.<br />
En este sentido, recurrimos a Gadamer para establecer un diálogo interpretativo<br />
apropiado y productivo con la obra. A su vez, tomaremos de cada autor las diversas<br />
categorías ya mencionadas, a partir de las cuales podremos abarcar la obra de nuestro<br />
autor.<br />
1- La hermenéutica según Gadamer<br />
Como queda dicho, nuestro trabajo se inscribe en el marco de la hermenéutica de<br />
Hans-Georg Gadamer. La tarea hermenéutica surge a partir de la necesidad de asistir al<br />
texto literario para completar su significado a partir de la interpretación. El lenguaje<br />
literario, y en especial el poético, que es el que nos incumbe, no es transparente, sino<br />
que remite a un conjunto de significados no explicitados y que descansan detrás de lo<br />
escrito. Al encarar la acción interpretativa sobre el texto, el investigador se encuentra<br />
con limitaciones concretas. En primer lugar, en la obra escrita no hay posibilidad de<br />
interlocución entre el intérprete y el autor. Además, la obra de arte se caracteriza por su<br />
resistencia y opacidad. Aquí se inserta el hermeneuta, o intérprete, para despejar el velo<br />
de dificultad que cubre a la comprensión del texto literario. Para subsanar aquella<br />
imposibilidad de dialogar con la obra, el primer ejercicio del intérprete es descubrir las<br />
preguntas que el texto exige para convertirse en respuesta. De esta manera, quedará<br />
establecida la comunicación entre la letra fijada por el autor y la vocación interpretativa<br />
del investigador.<br />
La interpretación comienza con la simple lectura del texto. La lectura es el primer<br />
paso en la construcción de sentido y en ella, el texto alcanza su plena actualidad. Sin<br />
embargo, el texto es algo fijo y precede a cualquier lectura, comprensión e<br />
interpretación. La mera interpretación gramatical está en permanente contacto con la<br />
13<br />
Ferrari, op. cit. pág. 5<br />
16
interpretación psicológica, que condiciona a la primera. En la búsqueda del objetivo de<br />
aprehender el sentido completo de la obra, la interpretación está al servicio de la lectura.<br />
Esto se explica por el hecho de que la lectura implica el primer contacto efectivo con la<br />
obra de arte, del tipo que fuere. Pero, al mismo tiempo, la lectura remite a un ámbito<br />
más vasto que ella misma.<br />
Por eso, el texto no puede entenderse completamente solo por la vía metodológica.<br />
En la hermenéutica, como ciencia del espíritu -que así define Gadamer a aquellas que se<br />
relacionan con el hombre y sus conductas-, los conocimientos previos del investigador,<br />
en tanto lector, enriquecen su labor interpretativa. En las ciencias del espíritu resulta<br />
dificultoso revelar lo verdadero. Es por esto que Gadamer sostiene que el acercamiento<br />
intuitivo y rudimentario de un aficionado puede ser más fructífero que un análisis de<br />
tipo científico en el sentido tradicional de la palabra. La consecuencia de esta<br />
incertidumbre produce que al hermeneuta le parezca claro lo que pretende aportar, pero<br />
no tanto lo que realmente aporta al proceso cognitivo. No se puede pretender, al menos<br />
en este ámbito del conocimiento, que lo que uno diga sea la última palabra sobre<br />
determinado tema. Es imposible dar como cierto el resultado de una investigación<br />
hermenéutica, puesto que no necesariamente es verdadero. Aquí, la verdad debe ser<br />
entendida como desocultación, y el método aplicado debe marcar el camino para ir en<br />
busca del sentido oculto. Para ello es necesario tener presente que debe buscarse la<br />
verificabilidad de los conocimientos, pero que esto posiblemente arroje magros<br />
resultados. La verificabilidad de los resultados no es central en las ciencias del espíritu,<br />
pues no puede haber un enunciado que sea totalmente verdadero: “Todos hemos de<br />
aspirar como ideal a la verificabilidad de todos los conocimientos dentro de lo posible.<br />
Pero hemos de reconocer que este ideal se alcanza muy pocas veces (en las ciencias del<br />
espíritu) y que los investigadores que aspiran a alcanzar este ideal con la mayor<br />
precisión no suelen decirnos las cosas realmente importantes” (Gadamer, 1998: 56).<br />
El enunciado tiene sus motivaciones y causalidades, y es, antes que nada, una<br />
respuesta. El objetivo debe ser encontrar la/s pregunta/s precisas a las que ese enunciado<br />
da respuesta. El rol del investigador conlleva la capacidad de apertura para descubrir<br />
preguntas novedosas que, a su vez, deriven en nuevas respuestas.<br />
Un enunciado está formado por múltiples partes que integran el todo. La relación<br />
entre ambos es circular: ambos se definen mutuamente. El todo, por la anticipación de<br />
17
sentido que confiere a la parte; y la parte, porque es una pieza constituyente e<br />
insustituible en el conjunto que integra. La comprensión supone un constante retorno de<br />
la parte al todo y del todo a la parte. Así, la palabra se integra en la frase, que a la vez se<br />
integra en un enunciado mayor hasta formar el conjunto de enunciados de la obra de un<br />
autor o, incluso, de un género literario.<br />
El texto, en tanto enunciado, debe ser entendido desde sí mismo, sin menospreciar<br />
las motivaciones externas, pero sin darle, tampoco, demasiada relevancia. La misión de<br />
la hermenéutica es crear un acuerdo nuevo sobre el objeto de estudio, o reencauzar un<br />
acuerdo anterior que hubiere resultado incorrecto.<br />
El texto exige ser abordado siempre con una determinada expectativa, una hipótesis<br />
de sentido que se manifiesta ya en el primer contacto con él. Esta presunción se<br />
confirmará, o no, luego del trabajo de profundización que aquella expectativa generó.<br />
Esto implica la elaboración de un proyecto pertinente en función del texto y de la<br />
hipótesis. Si se pretende que el texto responda alguna pregunta, deben seleccionarse<br />
adecuadamente las opiniones y prejuicios propios que se pondrán en juego durante el<br />
trabajo. Las expectativas de sentido son guiadas por lo que Gadamer llama “anticipo de<br />
compleción” (Gadamer, 1998: 67), que significa que la cosa es comprensible cuando<br />
constituye efectivamente una unidad completa de sentido.<br />
Para alcanzar esa unidad completa de sentido que incluye un acuerdo nuevo sobre el<br />
objeto de estudio, el hermeneuta nunca parte de la nada. Su ubicación está situada entre<br />
la extrañeza de lo que pretende descubrir y lo que está previamente descubierto, o ya<br />
fijado en la tradición: lo familiar. La diferencia temporal entre lo uno y lo otro aporta de<br />
manera constante una nueva posibilidad de sentido al crear un nuevo puesto entre los<br />
dos extremos.<br />
Si bien la hermenéutica puede afrontar el estudio de cualquier género de textos, en<br />
nuestro caso recurrimos a ella para desentrañar un lenguaje poético que, como tal,<br />
presenta algunas peculiaridades. Una de ellas es que profundiza la intransferibilidad de<br />
sus términos. Esto explica la imposibilidad de traducir de manera cabal un poema,<br />
puesto que el reemplazo de una expresión por otra le hace perder al conjunto su fuerza<br />
poética. En el contexto de un poema, la palabra, en tanto signo, se convierte en un<br />
medio que, como cualquier otro, se puede seleccionar o descartar. A través de estos<br />
medios semánticos el lenguaje “apunta siempre más allá de sí mismo” y “cuando la<br />
18
expresión verbal es lo que puede ser, trasciende lo que evoca y comunica”. (Gadamer,<br />
1998: 175). Entonces, hay detrás del sentido transparente de la palabra otro sentido<br />
subyacente que abandona su función si se pone de manifiesto. Justamente, la tarea del<br />
hermeneuta debe ser revelar la pregunta oculta que le da sentido a cada enunciado y<br />
descubrir cómo el enunciado es la respuesta a esa pregunta generada a partir de la<br />
lectura.<br />
La remisión permanente al texto es el tamiz que habilita o veda las múltiples<br />
posibilidades interpretativas. El texto es una entidad completa hasta que el lector se<br />
vuelca sobre él. Bajo la óptica de la hermenéutica, no importa tanto lo que el texto<br />
comunica, sino la comprensión de lo que se dice. La única condición para emprender un<br />
ejercicio de la comprensión es que el texto sea legible. Para ello es necesario tener en<br />
cuenta que la información fijada en el texto será interpretada no como su autor la pensó<br />
originalmente, sino como si el investigador hubiera sido el interlocutor con el cual el<br />
autor estuviera dialogando al momento de crear la obra. En este sentido, el intérprete<br />
asume el papel de un intermediario entre el texto y su sentido profundo. Una vez<br />
alcanzada esta meta, su función habrá concluido. El investigador no modifica el texto<br />
primigenio, pero sí “sirve al texto” (Gadamer, 1998: 338) en la medida que aporta un<br />
nuevo elemento para alcanzar una comprensión certera. Habiendo cumplido su<br />
cometido, el investigador se incorpora en el continuo proceso de comunicación que el<br />
texto sostiene entre su propio horizonte y el del lector.<br />
Por último, Gadamer resalta la necesidad de tener en claro que el resultado de la<br />
práctica hermenéutica no es arbitrario, ni mucho menos objetivo: “Frente al objetivismo<br />
del historicismo y de la teoría positivista de las ciencias, la reflexión hermenéutica<br />
demuestra (la presencia de) unos presupuestos ocultos que son decisivos” (Gadamer,<br />
1998: 372). El mérito interpretativo reside, por lo tanto, en la valoración crítica y en la<br />
reflexión sobre la historia efectual que hacen que quede explicitada la verdad contenida<br />
en el texto.<br />
19
2- Pensar seminal y ritual en Kusch<br />
En El pensamiento indígena y popular en América 14 , Rodolfo Kusch estudia la<br />
cosmovisión de la cultura indígena a través de un recorrido por diversos pueblos del<br />
altiplano andino. Allí sostiene que en el pensar indígena pareciera prevalecer una<br />
manera de concebir al mundo que él llama “contemplativa”. Esto implica que los<br />
objetos que pueblan la realidad impactan en la conciencia del individuo según el signo<br />
que tienen para él, ya sea fasto o nefasto. En este sentido, el mundo está habitado no por<br />
objetos, sino por movimientos que oscilan entre aquellos dos extremos.<br />
Ahora bien, la pertenencia de un objeto a lo fasto o lo nefasto está mediada por el<br />
corazón, que es el órgano que sirve, además de para sentir, para ver. Por eso, el<br />
conocimiento de la realidad para el indígena es un conocimiento afectivo, no causal<br />
como lo es para el hombre occidental.<br />
Al mismo tiempo, ese saber o conocimiento no se orienta al porqué de las cosas,<br />
sino al cómo, o “al hecho puro de vivir” (Kusch, 1973: 320). Así, el objeto no es<br />
valorado en sí mismo. Remite a un “trasfondo religioso que yace detrás” (Kusch, 1973:<br />
331) o fuera del objeto. Este trasfondo religioso al que el filósofo hace referencia es el<br />
ritual, que es la consecuencia de concebir el mundo según el simple hecho de vivir. El<br />
ritual, entonces, es el acto destinado a equilibrar los dos extremos del mundo: lo fasto y<br />
lo nefasto.<br />
Todo este modo de concebir la realidad parte de una idea fundamental que da unidad<br />
a la teoría de Kusch y que es el pensar seminal. Esta forma de pensamiento, propia del<br />
hombre americano, conlleva la transferencia del individuo más allá de sí mismo. Está<br />
depositado en la tierra, como una semilla, pero tiende a una “negación de todo lo<br />
afirmado” (Kusch, 1973: 482) que requiera una afirmación trascendente.<br />
De esta manera, el hombre se mueve en el marco de dos vectores. Uno horizontal,<br />
que pertenece al ámbito de las cosas nombrables, lo real; y otro vertical, relativo al<br />
mundo de las cosas innombrables, lo trascendente.<br />
14<br />
KUSCH, Rodolfo, op. cit.<br />
20
En este contexto, el trabajo, como el hombre mismo, es colocado como una semilla<br />
que debe germinar para dar fruto, que significa propender hacia lo que está más allá del<br />
sujeto.<br />
Para la cultura occidental, el resultado del trabajo, en tanto tiempo y esfuerzo, debe<br />
ser remunerado. Para el indígena americano, en cambio, el trabajo resulta el<br />
cumplimiento de un deber insoslayable. Al indígena no le importa cuánto vaya a ganar,<br />
más bien le interesa que con su trabajo él pudo cumplir con la ley divina que regulan los<br />
sacerdotes de su comunidad. Es en este punto donde el trabajo, sin importar cuál fuera,<br />
adquiere su carácter sagrado y trascendente. Esto explica, a su vez, que el indígena no<br />
distinga la esencia del sujeto productor de la del objeto producido.<br />
El trabajo así concebido es una “gracia”, es decir, un don al cual el hombre<br />
transforma en ciencia para utilizarla dirigida al fin que ya describimos. Esta manera de<br />
entender el mundo hace que hasta la más trivial acción se revista de una naturaleza<br />
sacra, puesto que siempre remite al origen primero de los objetos que se ponen en juego.<br />
3- Inconsciente colectivo y arquetipos en la concepción de Jung<br />
A partir de la idea del inconsciente personal propuesta por Sigmund Freud, se<br />
desprende la posibilidad de la existencia de un inconsciente colectivo, anterior a aquel y<br />
más profundo que aquel. El inconsciente colectivo es de naturaleza universal y es el<br />
mismo para todos los hombres, sin importar su ubicación temporal ni espacial. Excede<br />
la individualidad del sistema personal y se entronca en la universalidad del mundo, por<br />
lo tanto es amplio como él y se encuentra abierto a él. En el seno del inconsciente<br />
colectivo, la inconsciencia individual se pierde en “la inmediata compenetración<br />
universal” (Jung, 1970: 27).<br />
Cuando el contenido de lo inconsciente colectivo se manifiesta en “contenidos<br />
conciencializables”, su existencia es verificable. La exteriorización de esos contenidos<br />
recibe el nombre de arquetipos. Estos contenidos que conforman el inconsciente<br />
colectivo son primitivos, su origen se remonta a una antigüedad totalmente desconocida.<br />
Así entendido, el concepto de arquetipo aparece prefigurado en Platón bajo el nombre<br />
de “Idea” como algo primordial, preexistente que se halla en un lugar inasible. Como<br />
21
dijimos, los arquetipos no pertenecen a una determinada época ni espacio geográfico,<br />
por lo tanto pueden resurgir sin influencia externa que los condicione o los aliente.<br />
Jung sostiene que “los arquetipos son formas típicas de conducta” (Jung, 1970: 173)<br />
que cuando se plasman en la conciencia se exteriorizan mediante representaciones<br />
puesto que son el contenido de esa conciencia. Como el instinto, el arquetipo determina<br />
el pensamiento, el sentir y el actuar de cada conciencia. Y esto se produce porque, a<br />
pesar de su naturaleza inconsciente, los arquetipos son “formas y posiciones (…) activas<br />
y vivas” (Jung, 1970: 73).<br />
Las formas de consignar significados a una idea o a un fenómeno son categorías que<br />
se retrotraen permanentemente en el tiempo hasta perderse en una impenetrable<br />
antigüedad. Nunca se puede llegar al significado original de la idea o el fenómeno. La<br />
conferencia del primer significado se produjo cuando la conciencia “no pensaba sino<br />
que percibía” (Jung, 1970: 38-39). En esos tiempos, por lo tanto, el pensamiento era<br />
sobre todo la revelación de las ideas o fenómenos que poblaban el mundo y que el<br />
hombre precisaba incorporar sin necesidad de descubrirlas porque ambas cosas se<br />
imponían. Es por eso que las imágenes arquetípicas están, desde el inicio, tan cargadas<br />
de significado. Sería inútil preguntarse qué significan verdaderamente ya que en el<br />
momento en que se sale en busca del significado, esa imagen se derrumba:<br />
El concepto “arquetipo” solo indirectamente puede aplicarse a<br />
las representaciones colectivas, ya que en verdad designa<br />
contenidos psíquicos no sometidos aún a elaboración<br />
consciente alguna y representa entonces un dato psíquico<br />
todavía inmediato. (Jung, 1970: 11)<br />
3.1- Símbolo y arquetipo en el análisis hermenéutico<br />
A partir de la teoría de Jung que acabamos de exponer, Gaspar Pío del Corro hace<br />
foco en la utilidad de los arquetipos para llevar a cabo un estudio crítico de la obra de<br />
arte. Según Del Corro, los recursos de tipo científico para abordar una creación artística<br />
son pobres e insuficientes. Esto es así porque en ella abunda la presencia de símbolos,<br />
que tienen un carácter multívoco y polisémico. Se impone entonces la necesidad de<br />
echar mano a otra clase de recursos que hagan factible el abordaje de la obra de arte<br />
porque es imprescindible desentrañar en esa creación lo oculto, aquello que<br />
22
posiblemente carezca de una actitud consciente y reflexiva del sujeto creador a la hora<br />
de llevar a cabo la obra. Y decimos posiblemente porque la emergencia de símbolos<br />
puede producirse de manera involuntaria, inesperada y accidental; pero, si el creador es<br />
un sujeto ilustrado en la materia, puede responder también a un manejo consciente de<br />
los símbolos.<br />
Por el aporte de la teoría del psicoanálisis, y en especial desde la ya citada<br />
concepción de Jung, reconocemos la estrecha relación entre los arquetipos, que son<br />
“símbolos psíquicos” según Del Corro, y el símbolo literario. Debemos retomar, antes<br />
de proseguir, tres características fundamentales que definen el arquetipo junguiano y<br />
que Del Corro consigna. El arquetipo es una imagen: a) primaria, puesto que su origen<br />
es remoto y primordial; b) genérica, ya que es común a los hombres de todas las épocas;<br />
y c) inconsciente, al menos a priori, porque procede de lo más profundo del<br />
inconsciente.<br />
En este sentido, el símbolo literario es una entidad -dado que en el momento de la<br />
interpretación es estático-, que posee un doble cariz:<br />
<br />
<br />
como entidad estético-semántica, el símbolo es “una imagen 15 cuyos elementos<br />
actúan como significante” (Del Corro, 1992: 94) que remite a más de un ámbito<br />
de significados. En tal caso, el símbolo es una “polinonimia polisémica”.<br />
como entidad estético-antropológica, el símbolo es una imagen donde se<br />
proyecta lo arquetípico: primario, genérico e inconsciente. En este otro caso, el<br />
símbolo es una “imagen arquetípica”.<br />
3.2- El mito: relato arquetípico<br />
Así como en el símbolo la imagen remite al arquetipo, de igual manera sucede con<br />
el relato en el mito. Es decir, el mito es un relato arquetípico ya que “lo primario es<br />
aquello que nos religa, que nos constituye religados aunque no seamos religiosos” (Del<br />
Corro, 1992: 145). En el carácter sagrado del mito reside su religiosidad. El mito,<br />
explicación simbólica, primaria, genérica –a pesar de las diferencias de una cultura o<br />
15<br />
Siguiendo a Del Corro, definimos como imagen a “toda plasmación verbal-perceptual relativamente<br />
proporcionada a una referencia que trasciende el objeto y el nivel de la percepción”. (Del Corro, 1992:<br />
95).<br />
23
civilización a otra- e inconsciente de los sucesos inexplicables para el hombre, es por<br />
eso el relato arquetípico por excelencia.<br />
Si bien Del Corro se aboca a las aplicaciones de estos supuestos en el análisis de la<br />
novela, creemos que es posible transferirlas a un género que posee otras características<br />
como lo es la poesía puesto que en ella abunda el uso de simbologías para remitir a un<br />
significado que no siempre es transparente.<br />
4- La voz de los poetas en la canción popular en Parfeniuk<br />
Parfeniuk entiende a la voz como un “instrumento-lenguaje que nos define como<br />
protagonistas de una cultura subalterna (…) en la que muchas de sus expresiones se dan<br />
a través de la oralidad” (Parfeniuk, 2012: 52). Al definirla de este modo, coloca a este<br />
elemento corporal en un lugar privilegiado en el proceso de autoafirmación cultural de<br />
una sociedad en un lugar y tiempo determinados. La voz es el medio por el cual esa<br />
sociedad logra demostrar, y demostrarse, que es posible apartarse de los intereses y<br />
presiones hegemónicos y exponer las necesidades y los intereses propios.<br />
Según Parfeniuk, la voz es un hilo conductor que une, aunque contemple posiciones<br />
encontradas, a los grandes exponentes de la literatura argentina, entre los cuales el autor<br />
menciona a Esteban Echeverría, Domingo Sarmiento, José Hernández, Leopoldo<br />
Lugones y Jorge Luis Borges. Más adelante, este postulado se profundiza. La voz se<br />
pone en acto, se actualiza cuando es utilizada en el canto. En el preciso momento de<br />
cantar, la voz se transforma en el canal por medio del cual “la subjetividad logra,<br />
finalmente, objetivarse” (Parfeniuk, 2012: 55). Esto quiere decir que la voz, en tanto<br />
instrumento y en tanto lenguaje, vehiculiza la exteriorización no solo de la “naturaleza”<br />
sino de la integridad del cantor “como sujeto dotado de espíritu y razón” (Parfeniuk,<br />
2012: 55).<br />
A la vez, el canto ha sido en todos los tiempos el testimonio vivo del desarraigo y<br />
del sufrimiento de los pueblos sometidos. Por el canto, la historia de su cultura quedó a<br />
salvo. Y hasta hoy, la canción popular como “expresión colectiva cotidiana y sencilla<br />
propia de mayorías y minorías culturales” (Parfeniuk, 2012: 57) asegura la posibilidad<br />
siempre accesible para que se manifiesten todos aquellos que deseen hacerlo, sin<br />
distinción de categorías ni clases sociales.<br />
24
Si bien a lo largo de la historia muchos “impostores y oportunistas” se han valido de<br />
la canción popular con fines espurios, esta misma garantizó que los marginados<br />
pudieran expresar “su inteligencia, intelectualidad y espiritualidad” (Parfeniuk, 2012:<br />
57).<br />
Aquí, el concepto de la canción popular se entronca con uno más amplio, cual es el<br />
de la poesía. Esto se produce porque, en sus orígenes, la poesía fue oral. Según<br />
Parfeniuk, la poesía poco tiene que ver con la idea actual de “literatura”. Esto se debe a<br />
que, en la actualidad, la literatura, en tanto industria comercial de un mundo<br />
globalizado, se encuentra contaminada por lo que el autor llama “discursos-chatarra”.<br />
En tal sentido, la poesía -que es, entonces, y antes que nada, oralidad-, dice y canta<br />
agregando “música a la música que las palabras (…) ya traen” (Parfeniuk, 2012: 60).<br />
Los poetas que reflejan de manera cabal el espíritu de su región de pertenencia se<br />
convierten en traductores de las formas de expresión propias de su terruño. Pero,<br />
además, traducen la identidad intelectual y espiritual del lugar del que proceden.<br />
Cuando logra plasmar en forma genuina el sentir de su tierra, el poeta se libera del<br />
individualismo de su condición de autor. Pero sobretodo el poeta es tomado “por las<br />
voces de la cultura” a la cual representa y no a la inversa, como habitualmente se cree.<br />
El poeta genuino adquiere desde esta posición un rol social determinado que para<br />
Parfeniuk debe considerarse un bien patrimonial de la cultura. Su creación, hecha para<br />
circular “a través de las gargantas de los cantores populares” es el instrumento por el<br />
cual cantarán “quienes no podían hacerlo o no podían hacerse escuchar” (Parfeniuk,<br />
2012: 66-67).<br />
5- Sobre la poesía popular en Argentina<br />
En su extenso ensayo Sobre poesía popular argentina, Eduardo Romano plantea la<br />
necesidad de distinguir la poesía tradicional de la poesía popular. Ambas tienen puntos<br />
de coincidencia, pero son, esencialmente, distintas. La poesía tradicional es aquella que,<br />
creada por autores anónimos, perdura en la memoria de quienes constituyen un conjunto<br />
social. Siguiendo a Menéndez Pidal, Romano indica que en la poesía tradicional la<br />
creación individual se funde en la memoria colectiva. En cambio, la poesía popular<br />
25
implica la presunción de un autor con una intencionalidad personal más que colectiva,<br />
que escribe “para el pueblo” (Romano, 1983: 12).<br />
Para Romano la clasificación de “tradicional” le cabe a la poesía de los payadores,<br />
previa a los procesos revolucionarios que desembocarían en la independencia nacional.<br />
Con el advenimiento del primer gobierno patrio y las sucesivas guerras por la<br />
independencia, surge el primer género que recoge el sentimiento patriótico de los<br />
gauchos, que son en aquel tiempo la clase popular. Escrita en el mismo rudo lenguaje de<br />
aquellos ve la luz la poesía gauchesca. Con ella, Bartolomé Hidalgo, quien fuera el<br />
precursor de esta corriente, da inicio a la poesía popular argentina. Esto no lo lograrían,<br />
a pesar de sus manifiestas intenciones, los integrantes del círculo de autores que tuvo su<br />
centro en el salón literario de Marcos Sastre. La llamada Generación del ´37 tomó<br />
elementos del paisaje y la vida campestre argentina, pero los expresó siguiendo modelos<br />
foráneos. Esto trajo como consecuencia que las producciones de Echeverría y sus<br />
compañeros carecieran de un carácter popular.<br />
En cambio, Hidalgo, “de formación libresca y conocedor de la retórica neoclásica”<br />
(Romano, 1983: 17), deja de lado estos condicionamientos y se predispone a poner su<br />
bagaje cultural, y especialmente su capacidad literaria, al servicio de la coyuntura<br />
política para acrecentar las filas del movimiento independentista. Para cumplir su<br />
objetivo recurrió al lenguaje de los gauchos que se expresaban en los campos de batalla<br />
y en los campamentos y los integró en una obra poética hecha a la medida del público al<br />
cual estaba dirigida. 16<br />
Al expresarse a la manera del pueblo, Hidalgo –libre, como queda dicho, del<br />
cultismo refinado e inaccesible para un vulgo analfabeto casi en su totalidad-, “escribió<br />
para el pueblo y logró comunicarse con él” (Romano, 1983: 19).<br />
Medio siglo más tarde, ya con una realidad y una finalidad inmediata diferentes,<br />
similares resultados obtendrá José Hernández al escribir su Martín Fierro, obra<br />
principal del género gauchesco y definitoria de la literatura argentina 17 . Según Romano,<br />
aunque Hernández valoró de manera sincera la adhesión que logró su obra en los<br />
16<br />
Josefina Ludmer aborda de manera muy clara la temática de la incorporación de la gauchesca al ámbito<br />
de la “gran” literatura con la metáfora de las dos orillas en su trabajo El género gauchesco, un tratado<br />
sobre la patria (Ed. Sudamericana, Bs. As., 1988).<br />
17<br />
Jorge Luis Borges sostiene que la literatura argentina “(tan desdeñada por quienes la ignoran) existe y<br />
que comprende, por lo menos, un libro, que es el Martín Fierro”.<br />
26
ámbitos todavía analfabetos, no la escribió pensando en la circulación oral de las<br />
historias de su héroe. Lo hizo pensando más bien en una lectura detenida y apacible:<br />
“(Hernández) no cifra sus expectativas en el circuito oral, aunque sabe que la primera<br />
parte ha sido escuchada por muchos habitantes analfabetos de la campaña, sino en la<br />
lectura y comprensión reposadas” (Romano, 1983: 33).<br />
Los ejemplos de Hidalgo y Hernández, más allá de la distancia cronológica y de las<br />
diferencias artísticas, bastan para demostrar el arraigo popular que alcanzó el género<br />
gauchesco a lo largo de todo el siglo XIX. En el Martín Fierro la decisión de abordar la<br />
vida del gaucho no se agota en el pintoresquismo como fondo de una búsqueda estética<br />
solamente. Al contrario, el fin primordial “es caracterizar la condición social del tipo<br />
gaucho” (Romano, 1983: 41). Para fundamentar esta hipótesis, Romano destaca la<br />
autonomía de la temática político-cultural en la obra, por sobre el sometimiento de la<br />
misma a cánones literarios cultivados como pretenden algunas líneas de la crítica.<br />
Si bien la cronología propuesta por Romano sobre la poesía popular argentina<br />
encuentra en el tango su continuidad en el siglo XX, el interior del país, que no<br />
experimentó los vertiginosos cambios de Buenos Aires, la tiene en la canción campera.<br />
En el caso de Jaime Dávalos, como el de otros poetas de tierra adentro, esta pertenencia<br />
a lo popular va a estar condicionada por otros factores que analizaremos a continuación.<br />
Sin embargo, al igual que el tango, la producción de Dávalos, que consideramos<br />
popular, no es ajena a la herencia artística fundada por la literatura gauchesca.<br />
27
II. LA TIERRA DEL AUTOR<br />
1- Ubicación geográfica: una propuesta metodológica<br />
Con Literatura de Salta: Historia Sociocultural 18 , Zulma Palermo y Elena Altuna<br />
han buscado elaborar un trabajo historiográfico acerca de la literatura en la provincia de<br />
Salta. Para llevarlo a cabo hicieron un repaso por las distintas maneras en que este tipo<br />
de estudios se ha encarado, no solo en Salta y el país entero, sino también en toda<br />
América.<br />
Los estudios fundantes de la historia de la literatura en nuestro continente hicieron<br />
foco en la cuestión política por la necesidad de la autoafirmación de las nacionalidades<br />
en tiempos inmediatamente posteriores a los procesos libertarios. En este contexto, la<br />
literatura propia de cada país fue analizada de manera individual, en desmedro de una<br />
visión de conjunto que contemplara posibles puntos de contacto.<br />
La intromisión del tema político signó durante años el abordaje de la historia de la<br />
literatura hasta casi confundirlos. Para ello fueron determinantes el rol y la militancia,<br />
tanto en el plano socio-político como así también en el plano intelectual, de los autores<br />
estudiados.<br />
A fines del siglo XIX y principios del XX, la perspectiva se vuelca hacia una<br />
“concepción de la obra de arte como fenómeno único, emergente de un espacio y un<br />
tiempo histórico determinados, producto de una conciencia nacional”. Esto produjo la<br />
búsqueda de una unidad basada en cuatro componentes: raza, idioma, territorio y<br />
tradición. Estas fueron las bases sobre las cuales Ricardo Rojas asentó su Historia de la<br />
literatura argentina en 1917. Aquí quedarían pendientes de solución dos aspectos. Por<br />
un lado, la relación entre los cuatro elementos citados, puesto que siendo propio el<br />
territorio, la lengua es ajena. Por otro lado, es incierto qué criterios deben seguirse para<br />
que una obra ingrese en la historia de la literatura.<br />
A mediados del siglo pasado, la perspectiva latinoamericanista de Pedro Henríquez<br />
Hureña, luego continuada por Octavio Paz y Ángel Rama, comenzó a ser considerada<br />
como una alternativa válida en el ámbito de la crítica especializada. Esta propuesta<br />
18<br />
ALTUNA, Elena y PALERMO, Zulma (s.f.) Literatura de Salta: Historia Sociocultural. Salta:<br />
Consejo de Investigación, Universidad Nacional de Salta.<br />
28
priorizó la unidad continental apoyada en la similitud de los procesos conformantes de<br />
la cultura latinoamericana desde México a la Argentina. Aun bajo esta mirada teórica,<br />
los criterios han sido variados. Hubo quienes se concentraron en lo geográfico-político;<br />
otros, en lo genérico; y otros, en lo generacional.<br />
A esta concepción se oponen dos dificultades: ni los criterios lingüísticos ni los<br />
políticos o geográficos son suficientes para abarcar lo literario, donde todos los factores<br />
antes mencionados tienen parte. Además, los períodos o generaciones en que se engloba<br />
la obra de uno o más autores es un objeto creado con fines específicos por la crítica. Por<br />
lo tanto, no es natural. Más aun, “si la periodización contempla cómo y cuándo (los<br />
períodos o generaciones) se producen en cada área o región, tampoco se podrían<br />
diagramar cortes uniformes para todo el polisistema literario” (Altuna-Palermo: s.f.,<br />
fasc. I, 15).<br />
La solución a estos problemas reside en reconocer que cada período reúne elementos<br />
múltiples y heterogéneos, y en priorizar la variedad de estos sobre lo homogéneo.<br />
Fragmentar la historia en grandes etapas permite la posibilidad de atender los<br />
movimientos internos de los procesos teniendo en cuenta la superposición de diferentes<br />
sistemas en un mismo tiempo. En este sentido, hay tres procedimientos que colaboran<br />
con la observación y el estudio de las transformaciones literarias dentro de un mismo<br />
período. Ellos son: a) el cambio: en el seno de los sistemas literarios se producen<br />
modificaciones internas, en relación consigo mismos, y externas, en relación con otros<br />
sistemas; b) los contactos literarios, que son las influencias que un sistema ejerce sobre<br />
otro aunque la relación no sea bilateral ni recíproca; y c) la transculturación, es decir, el<br />
ingreso o salida de la cultura de un sistema en la de otro/s.<br />
Las autoras organizan entonces su propuesta en tres grandes períodos: el de<br />
Formación, el de Emancipación literaria y el de Independencia literaria. Ellos<br />
corresponden, con las salvedades planteadas, a la época de la Colonia; a la etapa de<br />
independencia política y organización nacional (1810-1870); y desde entonces a la<br />
fecha, respectivamente.<br />
Esta periodización permite, en primer lugar, reconocer la existencia de períodos<br />
amplios donde las producciones textuales son disímiles entre sí. En segundo lugar,<br />
distinguir temas y problemas propios de la microrregión que patentizan “núcleos de<br />
identidad y diferenciación con las literaturas de otras regiones argentinas y<br />
29
latinoamericanas” (Altuna-Palermo: s.f., fasc. I, 22). Y, en tercer lugar, permite el<br />
estudio de cambios intersistémicos en el aspecto socio-cultural y en el propiamente<br />
literario.<br />
1.1- Regiones en nuestro país<br />
La relación centro-periferia que se establece entre lo europeo y lo americano, o entre<br />
la metrópoli capitalina y las metrópolis interiores, condiciona la organización de un<br />
sistema literario preciso. En este sentido, adoptamos la definición que Altuna y Palermo<br />
dan al concepto de regiones interiores. Son estas, territorios “que dentro de un país,<br />
adquieren perfiles propios devenidos del paisaje, el tono, el tipo humano, la lengua y la<br />
visión del mundo” (Altuna-Palermo: s.f., fasc. II, 2).<br />
En nuestro país, la relación centro-periferia tiene un primer nivel entre la metrópoli<br />
nacional y las metrópolis del interior. Pero, a su vez, este ida y vuelta se produce<br />
también desde el centro que significan las capitales provinciales con respecto a los<br />
márgenes del resto de la provincia. En cualquier caso, cada sector busca fortalecer sus<br />
elementos identitarios para oponerlos a los del resto.<br />
Lo regional debe entenderse entonces como “la localización de un centro que se<br />
considerará en relación con otros, atentos a la postulación de la existencia de<br />
polisistemas heterogéneos que se generan alrededor de diversos centros en<br />
simultaneidad” (Altuna-Palermo: s.f., fasc. II, 2).<br />
Ahora bien, la delimitación de la región comprende distintas posibilidades. Sin<br />
embargo, todas tienen en común el reconocimiento de la constante y estrecha<br />
vinculación entre el hombre y el medio que habita. Esta relación está marcada por las<br />
características físicas del ambiente, por su composición biológica y geológica, y<br />
también por los recursos económicos. El hombre entra en contacto con todas esas<br />
condiciones que lo determinan, pero que también determinan la forma en que él<br />
modificará, aprovechará y conservará el hábitat que lo rodea.<br />
De esta relación dialéctica hombre-naturaleza y naturaleza-hombre devienen las<br />
tradiciones culturales de los habitantes de una región “con especial incidencia de la<br />
30
memoria, de lo consciente y de lo inconsciente colectivo” (Altuna-Palermo: s.f., fasc. II,<br />
3).<br />
1.2- La región del Noroeste argentino<br />
Desde la separación administrativa de la provincia del Chaco, producida a fines del<br />
siglo XIX, el NOA nuclea a seis provincias: Jujuy, Salta, Tucumán, Santiago del Estero,<br />
Catamarca y La Rioja; e incluye diversas subzonas geográficas que van desde la Puna<br />
andina a las planicies orientales salteñas, pasando por los valles precordilleranos y la<br />
selva subtropical tucumana.<br />
El nacimiento de la conformación sociocultural de esta parte de la Argentina se<br />
remonta al comienzo de la era cristiana con la instalación de culturas sedentarias que se<br />
dedicaban a la agricultura y a la alfarería. Entre los siglos VI y X, las actuales<br />
localidades de Santa María, Belén y Sanagasta fueron importantes centros de desarrollo<br />
de la cultura diaguita. Alrededor de 1480, los diaguitas reciben la influencia del imperio<br />
inca y son incorporados a él. La colonización por parte de los españoles no se dará sino<br />
hasta 1542 cuando ingresa en la zona Diego de Rojas. En 1563 se crea la Gobernación<br />
de Tucumán, que tiene el centro político en el Virreinato del Alto Perú y el judicial en la<br />
Real Audiencia de la Plata, en Buenos Aires.<br />
La creación del Virreinato del Río de la Plata trae aparejada una nueva relación del<br />
actual NOA con la capital virreinal y su puerto, pero en el Alto Perú seguirá<br />
concentrado el principal mercado para los productos de la región. Un censo de 1778<br />
muestra que la población blanca representaba apenas el 20% del total. A pesar de esto,<br />
esta franja era la que ejercía el gobierno y la que concentraba el poder económico,<br />
mayormente heredado.<br />
Durante los siglos XVII y XVIII, la ciudad de Salta, junto con la de Córdoba, gozó<br />
de relativa importancia en el actual territorio argentino por su ubicación privilegiada con<br />
respecto a los centros políticos, económicos e intelectuales de la época. Esto cambiaría a<br />
partir de la erección de Buenos Aires como capital del nuevo virreinato. Posteriormente,<br />
las guerras de la independencia -durante las cuales Jujuy y Salta serían escenario de<br />
constantes intentos de invasión española repelidos siempre por la población local y las<br />
guerrillas o montoneras al mando del General Güemes- diezmaron la población y<br />
31
dañaron severamente la economía de ambas provincias. Tucumán adquirió desde<br />
entonces mayor preeminencia al convertirse en el centro de aprovisionamiento de las<br />
fuerzas patrióticas.<br />
La vinculación económica y cultural con Bolivia y Perú se sostuvo. En el seno del<br />
territorio de la región, una mentalidad conservadora y una relación comercial de tipo<br />
feudal entre propietarios y arrendatarios mantuvieron vigente un esquema social propio<br />
de la época colonial.<br />
La llegada del ferrocarril en 1891 y el consecuente oleaje inmigratorio<br />
(especialmente de contingentes italianos, judíos, árabes y siriolibaneses) permitiría una<br />
incipiente movilidad social. Más adelante, la explotación petrolera y la industria<br />
azucarera, sumadas a las reformas políticas del peronismo darán como resultado el<br />
surgimiento de una clase media profesional.<br />
La región noroéstica dentro de la cual se incluye la provincia de Salta tuvo entonces<br />
relación fundamental con dos centros sin los cuales no puede entenderse su<br />
conformación. Desde antiguo, con la región andina. De ella parecen provenir los<br />
sistemas populares, aunque “con fuertes marcas de conservación hispánica en oposición<br />
a las culturas aborígenes” (Altuna-Palermo: s.f., fasc. II, 20). Y desde el virreinato y la<br />
etapa de organización nacional, con Buenos Aires, por la necesidad imperante de<br />
contacto con su sistema culto.<br />
32
III. CONTEXTO LITERARIO EN SALTA Y EL NOA<br />
La obra de Jaime Dávalos se inscribe en el marco de una tradición literaria -no solo<br />
poética- regional con características propias y distintivas entre las que se destacan<br />
principalmente la asociación a la tierra y el resabio de las influencias aborígenes y<br />
españolas, como ya describimos en el capítulo anterior.<br />
Pero, además, Dávalos permaneció en contacto con muchos de los poetas que<br />
configuraron y renovaron aquel acervo literario. De esa fuente abrevó para insertarse en<br />
la tradición de su tierra y, decididamente, resignificarla.<br />
A continuación tomamos los autores y grupos más cercanos a Jaime, procurando<br />
señalar líneas de continuidad entre ellos y él.<br />
1- Juan Carlos Dávalos<br />
La primera influencia literaria que recibió Jaime Dávalos fue la de su propio padre.<br />
Juan Carlos Dávalos (1887-1959) fue miembro de una familia de larga tradición salteña.<br />
Incluso era descendiente directo del General Martín Miguel de Güemes. Además,<br />
algunos familiares cercanos habían incursionado en la producción literaria.<br />
Juan Carlos Dávalos, conocido cariñosamente por sus parientes y amigos más<br />
cercanos como “Don Sancas”, fue un apasionado conocedor de la cultura y la geografía<br />
de su provincia. Si bien en su adolescencia fue enviado a Buenos Aires para estudiar<br />
abogacía, la profesión de su padre, nunca concluyó sus estudios. De regreso en la ciudad<br />
de Salta, se dedicó a la docencia, no solo en el campo de la literatura, en el Colegio<br />
Nacional. Allí llegó a ejercer el cargo de vicerrector.<br />
Su prolífica obra, que incluye poesía, narraciones ficcionales cortas y obras de<br />
teatro, se centró en la vida, costumbres, tradiciones y leyendas de la provincia de Salta<br />
y, en menor medida, del resto del norte argentino. Señalado de manera peyorativa como<br />
“regionalista” por algunos críticos, se defendió afirmando que el lenguaje debía ser un<br />
nexo para unir las regiones del país, tan distintas entre sí.<br />
Su figura se transformó con el tiempo en un ícono de la cultura salteña y su casa fue<br />
sitio de reunión para artistas de todas las especialidades. Muchos poetas menores que él,<br />
33
como Juan José Botelli, reconocieron la apertura y generosidad de Juan Carlos Dávalos<br />
como un factor determinante para su obra. Además, entabló estrechas relaciones con<br />
distinguidas personalidades del sistema culto de Buenos Aires, como Manuel Gálvez y<br />
Ricardo Güiraldes.<br />
Fue miembro correspondiente de la Academia Argentina de Letras. Esta institución<br />
le había ofrecido la presidencia, aunque rechazó tal distinción por su decisión de<br />
mantenerse afincado en su provincia natal.<br />
En 1997, a instancias del senador por la provincia de Salta Julio San Millán, el<br />
Senado de la Nación publicó las obras completas de Juan Carlos Dávalos en tres tomos.<br />
Jaime Dávalos señalaba que fue su padre su primer mentor literario: “Mi viejo me<br />
leía El Quijote y yo le veía los ojos llenos de lágrimas a mi padre, escuchando cómo<br />
Sancho defendía a su amo, y a través de los ojos de mi padre comprendía ese testimonio<br />
de la inocencia defendiendo a la locura” 19 . De él tomó la admiración por la gente y el<br />
paisaje de su tierra y de sus bibliotecas leyó a los grandes clásicos de la literatura<br />
española y universal: “Mi madre me enseñó el amor (…) Como mi tata me enseñó a<br />
leer. Bueno, mi tata me enseñó tanto… Era un tipo extraordinario mi viejo” 20 . De esta<br />
forma recordaba Jaime a su padre, al mismo tiempo que destacaba su generosidad para<br />
con sus hijos y con sus alumnos.<br />
Entre los poemas de Jaime, hay dos dedicados a la memoria de su padre. Ellos son<br />
“Don Sancas” y “Elegía”.<br />
2- Los cantares populares recopilados por Juan Alfonso Carrizo<br />
Juan Alfonso Carrizo (1895-1957) fue un maestro de origen catamarqueño que vivió<br />
en Buenos Aires y se dedicó, entre otras cosas, a recolectar los cantares tradicionales de<br />
las provincias del noroeste argentino. Su tarea, elogiada por Leonardo Castellani en una<br />
sección de su Crítica literaria, consistió en recorrer los lugares más recónditos de las<br />
diferentes provincias de la región noroéstica buscando rescatar del olvido las coplas,<br />
19<br />
DÁVALOS, Jaime en “Cuando se hayan olvidado de mí”, artículo reproducido por el diario EL<br />
TRIBUNO el 05/07/1998, publicado originalmente en la revista CUESTIONARIO de Rodolfo Terragno.<br />
20<br />
Id. anterior.<br />
34
canciones y romances que permanecieran en la memoria o en algún viejo cuaderno para<br />
su conservación y análisis.<br />
Desde 1926 en que vio la luz el Cancionero de Catamarca, Carrizo publicó<br />
sucesivamente los cancioneros populares de Salta (1933), Jujuy (1935), Tucumán<br />
(1937) y La Rioja (1942).<br />
En el Cancionero Popular de Salta 21 , Carrizo plasmó las recopilaciones que hizo en<br />
las zonas del Valle de Lerma, los Valles Calchaquíes y la Frontera, aunque dejó, para un<br />
futuro nunca concretado, las composiciones vigentes en las regiones de Iruya y Santa<br />
Victoria y los departamentos de Anta, Orán y Rivadavia, como lo explica Bruno<br />
Jacovella en el prólogo de una obra 22 que reúne canciones y versos seleccionados del<br />
cancionero original.<br />
La mutua amistad que Carrizo y Juan Carlos Dávalos, y por extensión Jaime, se<br />
profesaban queda plasmada en el poema Al gordo Juan Alfonso Carrizo que Jaime<br />
dedicó al maestro catamarqueño con tono de homenaje.<br />
Pero también, entre las coplas populares recogidas por Carrizo y las composiciones<br />
davalianas hay giros de notable similitud como lo evidencian los siguientes versos 23 :<br />
Apenas soy fulanito,<br />
Nada se me echa de ver,<br />
Por la prenda que yo quiero,<br />
Voy dispuesto a padecer.<br />
Su estructura se repite en el epígrafe recitado que acompaña la “Vidala del<br />
nombrador” de Jaime Dávalos 24 :<br />
Apenitas soy Arjona,<br />
21<br />
CARRIZO, Juan Alfonso (1933) Cancionero Popular de Salta. Universidad Nacional de Tucumán.<br />
Buenos Aires: A. Baiocco y Cía. Editores.<br />
22<br />
CARRIZO, Juan Alfonso (1987). Selección del Cancionero popular de Salta. Buenos Aires: Editorial<br />
Dictio.<br />
23<br />
Esta copla está tomada del número 679 del apartado que se titula “Piropos, declaraciones, juramentos y<br />
constancia” del cancionero original de Salta.<br />
24<br />
La “Vidala del nombrador” está integrada por cuatro estrofas de cuatro versos, pero simétricamente se<br />
intercalan al principio, a la mitad y al final, otras tres estrofas de cuatro versos cada una, con función de<br />
epígrafe. A menos que se aclare, nos referimos a las cuartetas centrales.<br />
35
Nombre que no se ha’i perder<br />
Y si lo tiran al río<br />
Sobre la espuma ha’i volver.<br />
Además de la coincidencia formal, el apelativo “Arjona” designa, en el norte<br />
argentino, a una persona cuya identidad se desconoce, como el término “fulanito” de la<br />
copla popular.<br />
Estos ejemplos, sumados a los datos biográficos que hablan del conocimiento entre<br />
ambas personas, demuestran la contribución que las compilaciones de Carrizo hicieron a<br />
la creación davaliana. Dávalos, por su parte, se valió del conocimiento de las coplas<br />
populares para hacerse un lugar en la tradición de los cantares tradicionales de su<br />
región. Leyendo y escuchando lo que el pueblo decía, logró conocer sus modos de<br />
expresión y comunicarse con él mediante un lenguaje común a ambos. A pesar de esto,<br />
es necesario reparar en que Jaime Dávalos escribe desde la posición de un letrado,<br />
porque lo era, que adopta las formas del pueblo para el que escribe. Al momento de<br />
analizar el corpus de poemas seleccionados, volveremos a mencionar la cuestión<br />
popular para verla reflejada en la letra de nuestro poeta.<br />
3- El grupo La Carpa<br />
En la década de 1940, en un contexto de crisis nacional y mundial, la literatura del<br />
Noroeste argentino tendrá su primer conjunto de poetas nucleados alrededor de una<br />
premisa común y manifiesta. Es aquel el grupo de La Carpa.<br />
Por esos años, el país se encontraba en un momento de incertidumbre en el plano<br />
político, social y económico. A eso se sumaban los coletazos de la Guerra Civil<br />
Española y la inminencia de una nueva Guerra Mundial, que sería la segunda. La<br />
juventud de San Miguel de Tucumán se vuelca por aquel entonces a la búsqueda de una<br />
literatura que superara el folklorismo pintoresquista anterior en procura de definir la<br />
esencia del hombre que habita su región.<br />
Es así que surge la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional. En<br />
ella se formaron, bajo la guía de Enrique Anderson Imbert o de Marcos Morínigo por<br />
36
ejemplo, muchos críticos que, además, fueron entusiasmados por esos mismos<br />
profesores a dar rienda suelta a su vocación creadora.<br />
Al mismo tiempo, a lo largo y ancho de todo el país, proliferan las revistas<br />
culturales que reflejan sentimientos e intereses análogos de otros jóvenes e intelectuales.<br />
Alguna de esas revistas fueron TUCO dirigida por Nicandro Pereyra y CÁNTICO<br />
dirigida por Marcos Morínigo 25 .<br />
Pero, a diferencia de aquellos jóvenes, los poetas que en años posteriores darían vida<br />
a La Carpa comenzaron a agruparse en torno a una necesidad urgente. En enero de 1944<br />
un terremoto devastó la ciudad de San Juan. En procura de rehabilitar la biblioteca<br />
Benjamin Franklin destruida por la catástrofe, se formó una Comisión pro diez mil<br />
libros para dicha institución. Con ese fin inmediato, poetas y poetisas de todo el norte<br />
argentino estaban dando inicio a esta congregación que dieron en llamar La Carpa.<br />
El nombre elegido buscaba representar la necesidad de establecer un nuevo vínculo<br />
con la tierra, pero también agrupar bajo un mismo techo a estos escritores que tenían<br />
una sensibilidad política y artística común. Años más tarde, Raúl Galán, el máximo<br />
referente por edad y formación, diría que La Carpa fue el refugio que los autores allí<br />
nucleados encontraron para cubrirse “porque hacía mucho frío y para colmo llovía (…)<br />
era el frío de la cursilería literaria y la lluvia de los ripios” 26 .<br />
Las posturas estéticas del grupo fueron expuestas en el prólogo a una Muestra<br />
Colectiva de Poemas. Este prólogo tiene carácter de manifiesto y fue escrito por el<br />
mismo Galán, aunque representaba la opinión unánime de todos sus compañeros. En<br />
esta expresión conjunta, se sostiene la figura del poeta como “la expresión más cabal del<br />
hombre”. Si bien niegan que la suya sea una poesía de combate, entienden que es una<br />
poesía en crisis, atenta a las novedades y a las necesidades del hombre de su tierra y de<br />
su tiempo. En este acercamiento a los marginados se demuestra el profundo interés por<br />
asumir un rol activo ante la sociedad. Por eso dicen que no renuncian ni al arte ni a la<br />
vida. Justamente esta es la actitud que, según ellos mismos, los “hace políticos”.<br />
25<br />
Siguiendo los artículos de Nilda Flawiá de Fernández y Mirta Estela Assis, por un lado y de Fanny<br />
Osán de Pérez Sáez, por el otro, publicados en el número 5 de la Revista DIÁLOGOS, citamos los<br />
ejemplos de TUCO y de CÁNTICO de entre una multitud de revistas culturales, no solo literarias, porque<br />
en ellas aparecen prefiguradas posturas estéticas que luego serán recogidas por La Carpa<br />
26<br />
GALÁN, Raúl, en “La Carpa es un canto” en la Revista DIÁLOGOS, año I, n° 5, nov-dic 1993.<br />
37
A pesar de que reconocen que “las tradiciones y el pasado son elementos<br />
auténticamente poéticos”, buscan romper con los esquematismos artificiales de los<br />
falsos poetas que especulaban con una escritura esnob de sus contemporáneos.<br />
Admitieron sí, la influencia de la obra de Juan Carlos Dávalos y de los cantares<br />
populares anónimos. Es en este sentido en que debe entenderse la frase “tenemos<br />
consciencia de que en esta parte del país la Poesía comienza con nosotros” esgrimida<br />
como un grito de presentación y no con un tono pedante ni negativo. El mensaje que<br />
van a transmitir es el del amor por la tierra donde habían nacido y donde vivían. Esto<br />
también se explicita en el axioma de que “el Hombre es también Naturaleza”.<br />
Justamente su intención renovadora no consistía en la simple pintura del paisaje, sino en<br />
la búsqueda del alma del hombre que habitaba ese paisaje. La expresión de la tierra es el<br />
fin último de la poesía de La Carpa. Los contextos naturales y familiares no son<br />
simplemente el fondo de un testimonio vacío y fingido. Por el contrario, son los<br />
contenidos de la tradición que se busca establecer, la tradición del pueblo que por ellos<br />
se expresa. La legitimidad de sus creaciones está dada por la vinculación intrínseca e<br />
inseparable del hombre con la tierra, a la que asocian con la propia carne.<br />
La poesía así entendida se sostiene en tres dimensiones: belleza, afirmación y<br />
vaticinio. Es decir que “con sus poesías tratan de interpretar poéticamente la realidad, de<br />
afirmar sus auténticos valores nacionales y humanos, de vaticinar una era de paz y<br />
progreso (…) y de dar una nueva concepción poética: no vivir de la poesía sino vivir la<br />
poesía” 27 .<br />
Los poetas de La Carpa reconocieron en el surrealismo la principal fuente de<br />
inspiración, aunque se diferenciaron de él en la búsqueda del “deber afirmativo de<br />
hombre en función creadora de belleza” cuando el surrealismo en muchas ocasiones<br />
conducía a una “exhibición de cuadros clínicos”.<br />
Así como Galán y sus compañeros se asumieron como herederos del surrealismo,<br />
ellos se refirieron a autores más jóvenes como sus sucesores y continuadores. Entre<br />
estos discípulos figura un joven Jaime Dávalos a quien el propio Galán se referiría en<br />
27<br />
FLAWIÁ DE FERNÁNDEZ, Nilda y ASSIS, Mirta en “La Carpa, afirmación, belleza y vaticinio”.<br />
Revista DIÁLOGOS, n° 5, diciembre de 1993.<br />
38
1956 28 como “el nombrador” aludiendo evidentemente a la célebre vidala de Jaime. Al<br />
mismo tiempo, lo menciona como un “hermano” al que han oído “con fraternal cariño”.<br />
4. Manuel José Castilla<br />
Como queda dicho en el apartado anterior, uno de los referentes de La Carpa en<br />
Salta fue Manuel Castilla. Nacido en 1918, Castilla fue menor que Juan Carlos Dávalos<br />
y mayor que su hijo Jaime, pero mantuvo fluidas relaciones con ambos. Hijo de un<br />
obrero ferroviario, Castilla fue el primer poeta salteño que alcanzó renombre sin<br />
provenir de una familia oligárquica de su ciudad.<br />
Desde joven realizó numerosos viajes por el interior de su provincia natal y por los<br />
vecinos países de Bolivia y Perú. Posteriormente volcaría todas sus experiencias y<br />
observaciones en una extensa producción poética que se inicia en 1941 con Agua de<br />
lluvia.<br />
Su relación con la formación de La Carpa queda patente en las publicaciones de las<br />
que Castilla participó mientras el grupo editó bajo su sello. Si bien muchos autores de<br />
este conjunto dejaron de lado los principios estéticos alrededor de los cuales se habían<br />
nucleado, en Castilla el tema de la búsqueda del alma del paisaje permaneció ocupando<br />
un lugar central.<br />
La crítica especializada señala dos aspectos fundamentales del ideario poético<br />
castillano que consideramos pertinente retomar. Por un lado, Ricardo Kaliman 29<br />
sostiene que Castilla es un poeta “antropólogo”. Esto no quiere decir que la<br />
“antropología” del poeta se reduzca a acumular datos y observaciones frías y a retratar<br />
simplemente a un grupo de hombres y su cultura. Por el contrario, implica el<br />
compromiso activo de hacer presentes a esas culturas para que el mundo letrado las<br />
tenga en cuenta, primero; y, luego, que las pueda entender, tal como se proponían en el<br />
citado manifiesto los poetas de La Carpa.<br />
28<br />
“La carpa es canto”, artículo original del diario LA GACETA reproducido en la edición citada de la<br />
revista DIÁLOGOS.<br />
29<br />
KALIMAN, Ricardo (2007) Por la huella de Manuel J. Castilla. Buenos Aires: Ediciones del<br />
Robledal.<br />
39
Por otro lado, el mismo Kaliman alude al “creacionismo” de Castilla, término<br />
acuñado por Aldo Parfeniuk 30 . Este concepto tiene directa relación con el contexto de<br />
surgimiento de las vanguardias latinoamericanas, a las cuales Castilla conocía y<br />
valoraba. Inspirado siempre en el modelo del mundo real que lo rodeaba, y al cual<br />
dominaba desde la experiencia, Castilla crea a partir de una imaginación privilegiada un<br />
paisaje que viene a embellecer el existente.<br />
Es necesario destacar también que Castilla se destacó en el ámbito de la canción<br />
popular. En este plano, su dúo con Gustavo “Cuchi” Leguizamón dio vida a numerosas<br />
composiciones que se instalaron, desde su creación -interpretadas por Los Fronterizos o<br />
el Dúo Salteño, entre otros-, en el cancionero popular. Algunas de estas canciones son,<br />
por ejemplo, “La Pomeña” o “Balderrama”.<br />
Ya señalamos que Castilla y Jaime Dávalos coincidieron en muchas oportunidades,<br />
ya en la casa paterna de Jaime, ya en boliches como el mismo Balderrama, o en otras<br />
casas que eran sedes de frecuentes y famosas tertulias, como la de Guillermo “Pajarito”<br />
Velarde. Resta decir que juntos desarrollaron el trabajo itinerante de titiriteros, con<br />
títeres hechos por las esposas de ambos. Si bien no es materia del presente apartado, es<br />
posible que el profundo conocimiento que Dávalos tuvo sobre la obra de Castilla haya<br />
producido en él una influencia estética significativa. La coincidencia en las temáticas y<br />
el vocabulario así lo sugieren.<br />
Vemos a continuación las similitudes entre un poema de Castilla y uno de Jaime:<br />
Hasta el fondo de la tierra<br />
con el alba ya te vas,<br />
con el barreno te quedas<br />
golpeando la oscuridad<br />
y yo me quedo pensando<br />
si a la tarde volverás.<br />
Hasta el fondo de la tierra<br />
30<br />
PARFENIUK, Aldo (1990) Manuel J. Castilla. Desde la aldea americana. Córdoba: Editorial Alción.<br />
40
con el alba ya te vas.<br />
Estos versos corresponden a la segunda estrofa de la canción “Minero potosino”, de<br />
Castilla, a la que Eduardo Falú pondría música. La cuarta estrofa reza:<br />
Bien abajo llueve el cerro,<br />
firme sobre tu sudor;<br />
Pailaviri, puna arriba,<br />
nos está quemando el sol;<br />
minerito potosino,<br />
de estaño es tu corazón.<br />
En “La Puna”, de Dávalos, se retoma la idea de la naturaleza castigando al minero<br />
en su labor, a la vez que se asocia su origen boliviano con el metal del estaño:<br />
Roto minero chileno<br />
y minero boliviano,<br />
el uno roto de cobre<br />
el otro roto de estaño.<br />
Y más adelante:<br />
El minero bajo el cerro<br />
siente que cava su corazón,<br />
donde el oro al final<br />
es silencio devorador.<br />
Este es solo un ejemplo de las continuidades entre la poética de un autor y otro.<br />
Otras marcas de continuidad se pueden observar entre “Zamba de Anta” y “Pastor de<br />
nubes”, de Castilla; y “Zamba de Orán” y “Tata Puca”, de Dávalos.<br />
41
5. Generación del ´60<br />
La llamada “Generación del ´60” nuclea, según Walter Adet 31 , a los autores nacidos<br />
entre 1930 y 1935, aunque algunos de sus integrantes nacieron años después de esas<br />
fechas, como en el caso de Leopoldo “Teuco” Castilla, hijo de Manuel, quien nació en<br />
1947. Esta generación está integrada por los citados Adet y Castilla, Jacobo Regen,<br />
Miguel Ángel Pérez, Hugo Ovalle, Santiago Sylvester, entre otros.<br />
Dice Adet en el prólogo a una antología de poetas de esta camada que a ellos no los<br />
vincula únicamente la coincidencia temporal, “sino un impulso vital de afinidad, de<br />
concordancia en el tiempo y en el espacio, que obró como elemento catalizador” 32 .<br />
A pesar de que no se agruparon en torno a una línea estética definida, ni mucho<br />
menos produjeron un manifiesto que los identificara a todos, la obra de estos autores<br />
tuvo en común “el rescate del hombre interior, despojado de prejuicios religiosos, de<br />
consignas políticas y de aluviones del paisaje” como sigue diciendo Adet en el citado<br />
prólogo.<br />
A diferencia de la poesía de sus antecesores, se advierte en los escritores del ´60 un<br />
mayor predominio del paisaje urbano, con todos sus elementos, sobre el paisaje rural.<br />
Provenientes de sectores sociales humildes, incursionaron en la poesía de denuncia,<br />
como se refleja en los siguientes fragmentos:<br />
Que cuando me voy de una taberna<br />
están su botamanga y su entrepierna<br />
mostrando una costura descocida<br />
Walter Adet, Los oficios<br />
Que pobre es el pobre Pedro Orillas<br />
con su diario encararse a su jornal,<br />
trabajando del alba hasta hora tal<br />
31<br />
PÉREZ, Miguel Ángel et al. (2011) Poesía de Salta, generación del ´60. Salta: Municipalidad de Salta.<br />
32<br />
Pérez, Miguel Ángel et al., op. cit. pág. 13.<br />
42
que regresa a su casa de rodillas<br />
Carlos Aparicio, Pedro Orillas<br />
Como Jaime Dávalos, estos poetas demostraron un profundo interés por la<br />
recuperación de los oficios y de las personas que los llevaban a cabo. Si no todos, la<br />
gran mayoría de los autores de la Generación del ´60 conoció a Jaime y algunos forjaron<br />
una relación de amistad con él. Walter Adet y Jacobo Regen estuvieron presentes en su<br />
entierro, que tuvo lugar el 5 de diciembre de 1981 en la localidad salteña de San<br />
Lorenzo. Después de la muerte de Jaime, Ovalle le dedicó una canción, “Tonada a<br />
Jaime Dávalos”. Eduardo Falú musicalizó esa letra y la incluyó en su disco<br />
“Homenajes”. Reza la tonada en su estribillo:<br />
Cuando la noche te nombra,<br />
cantando te nombro yo<br />
y en el claro de tus versos<br />
canta el silencio de Dios.<br />
43
IV. LOS OFICIOS EN JAIME DÁVALOS<br />
Para sistematizar el estudio de este tópico en la obra de Dávalos, distinguimos dos<br />
categorías de oficios. Por un lado, los oficios artísticos que tienen como finalidad la<br />
creación de una obra de arte por medio de la palabra o de un instrumento. Este conjunto<br />
incluye al poeta, con su variante de recopilador; al cantor, que puede entenderse como el<br />
que canta, pero también como el que nombra; y al músico que comprende al guitarrero,<br />
al quenero y al charanguero. Por otro lado, los oficios manuales que abarcan una larga<br />
lista de trabajos disímiles. Los llamamos oficios manuales porque demandan el uso del<br />
cuerpo como herramienta de trabajo. En algunos casos, estos trabajadores también son<br />
creadores, pero de elementos materiales. Entre los oficios manuales reconocemos los<br />
de: vendedor ambulante, hachero, adivino, curandero, contrabandista, rastreador, pastor,<br />
minero, alfarero, cosechador, camionero, hilandero, telero, molinero, jangadero 33 y<br />
albañil.<br />
En la Introducción 34 definíamos al oficio como la “ocupación que una persona<br />
desarrolla de manera sostenida en el tiempo, que implica el conocimiento de un arte<br />
mecánico o intelectual y que ordena el trabajo a un sentimiento del deber". Al mismo<br />
tiempo, decíamos que el oficio en Jaime Dávalos adquiere un carácter ritual. Nos<br />
ocuparemos ahora de ver cómo se ponen en juego estos conceptos, cómo se relacionan<br />
para presentar y representar a los oficiantes, es decir las personas que llevan a cabo los<br />
oficios.<br />
1- El enunciador<br />
En la obra de Dávalos no siempre es la voz de un yo poético indeterminado la que<br />
enuncia el contenido. En algunas ocasiones, la voz asume la persona del mismo Jaime<br />
Dávalos para comunicar y expresarse. La presencia de notas biográficas del autor<br />
permite al lector esta identificación entre el enunciador y el autor. La voz del autor se<br />
muestra de manera exclusiva en los poemas dedicados a lo que llamamos oficios<br />
artísticos. Cuando el enunciador se refiere a “mi tata” en “Al gordo Juan Alfonso<br />
33<br />
Juan Falú -sobrino de Eduardo, compositor de la música de muchos poemas de Jaime Dávalos-, define<br />
al jangadero como aquel que “lleva la jangada, los troncos de los árboles que van siendo llevados río<br />
abajo, hacia los aserraderos, hacia el lugar donde será procesada la madera.”<br />
34<br />
Cf. páginas 8 y 9.<br />
44
Carrizo” o dice “Qué lindo canta Ramiro” en “La guitarra” 35 , no está simplemente<br />
expresando nociones ideales o imaginarias, sino que él mismo se está incluyendo en el<br />
enunciado para dar cuenta de un sentimiento o de una situación que le son propios e<br />
intransferibles, en el primer caso refiriéndose a su padre; en el segundo, a uno de sus<br />
hermanos. Ocasionalmente, esta primera persona aparece en plural, puesto que el poeta<br />
incorpora en la creación a otra persona de su entorno, como puede ser, además de un<br />
pariente, un amigo: “Por eso, Eduardo (por Falú), nos iremos juntos (…)”.<br />
En otros poemas, Dávalos recurre a un enunciador en primera persona, que no<br />
muestra marcas de identidad consigo mismo. En esos casos, se expresa en primera<br />
persona gramatical, sin que haya evidencias de que se refiera a sí mismo. Más bien<br />
pareciera que esta indefinición es intencionada. De tal manera, cualquiera que actualice<br />
-con la lectura o el canto- el poema, podrá sentirse parte de la voz. Así queda patente en<br />
“Canto al camionero”, donde el poeta asume la voz de aquel a quien cita para lograr con<br />
él una identificación completa:<br />
Mi camión tiene espíritu rutero.<br />
Pone el hombro al esfuerzo redentor.<br />
El camino nos hizo compañeros,<br />
nos une el canto alegre del motor.<br />
El efecto de sentido es la apariencia de que quien habla es el mismo camionero. Así,<br />
Jaime Dávalos pone su voz a disposición para que en ella canten los vendedores<br />
ambulantes en “La ollera”, los mineros en “Zamba de los mineros”, los balseros en<br />
“Canción del jangadero” o los cosechadores en “Vamos a la zafra”.<br />
Otra forma recurrente de enunciación es a través del uso de la segunda persona,<br />
como manera de dirigirse al aludido, para invocarlo o para interpelarlo. Tanto en los<br />
oficios artísticos, como en los manuales, Jaime Dávalos aplica este recurso para entablar<br />
una comunicación imaginaria con su supuesto interlocutor:<br />
35<br />
Dos poemas comparten el mismo nombre. Este pertenece a Coplas y canciones. El otro, a El<br />
nombrador.<br />
45
No hay rumbo del silencio que no cubra<br />
tu Martín Fierro, entre nuestro gauchaje;<br />
donde se desenfunda una guitarra<br />
la fecundan tus versos, José Hernández.<br />
La reiteración del determinante posesivo de segunda persona pone en evidencia esta<br />
pretensión de dialogar con José Hernández, a quien va dirigido el poema. Lo mismo<br />
sucede, por ejemplo, en “Gregorio Guanca”:<br />
¡Que no te agarre el granizo!<br />
¡Que no te encuentre durmiendo!<br />
En este caso, la voz del yo poético funciona como un grito de alerta para el hachero<br />
Gregorio Guanca. El enunciador pretende formar parte de la escena, acercarse al<br />
oficiante y ayudarlo, advertirle los riesgos que corre. La mayoría de las veces en que<br />
aparece este tipo de enunciación en segunda persona gramatical, se produce en un<br />
poema que lleva por título el nombre de la persona a la que va dirigida, o el nombre de<br />
su oficio. Así sucede en los versos citados, pero también en “Quenero”,<br />
“Contrabandista”, “Tata Puca”, y “El telero”.<br />
Cuando la enunciación se hace desde la tercera persona gramatical, el punto de vista<br />
es más lejano. El poeta se posiciona como un observador que relata lo que está viendo.<br />
En estas circunstancias, asume el papel del antropólogo al que hacíamos alusión en la<br />
Introducción 36 . El gesto de valorización hacia el trabajador se da por medio de la<br />
descripción de su persona:<br />
Benigno está trabajando,<br />
alto, charcón y moreno.<br />
Él es en la boca mina<br />
el que templa los barrenos.<br />
36<br />
Cf. página 10.<br />
46
O bien, por la descripción de su accionar:<br />
Y se clava afirmándole el quejido<br />
en la verde corteza de la quina<br />
que con tierno perfume de resina<br />
abre su rojo corazón herido.<br />
La primera estrofa pertenece a “Temple”, donde se describe el aspecto físico del<br />
minero Benigno en el contexto de su trabajo. En la segunda cita, de “Quina hachada”, la<br />
estrofa narra el movimiento del hacha talando una quina. La actitud del poeta es aquí<br />
pasiva. Es un pintor que reproduce un retrato del obrero o una escena de su trabajo.<br />
En al menos tres poemas la voz del enunciador sufre modificaciones a lo largo de la<br />
composición. En “El monte” el discurso se traslada entre dos voces que parecen<br />
sostener un contrapunto al estilo hernandiano. La primera voz, masculina e individual,<br />
pertenece a un hachero. Tiene aquella un tono altanero (“Porque viniendo de arriba/ tan<br />
solo al rayo le temo”) que se va apagando y entristeciendo hacia el final:<br />
Tengo como el guayacán<br />
en el tronco un socavón,<br />
sólo me queda la sombra<br />
donde estaba el corazón.<br />
La segunda, que funciona como una especie de coro griego, es la voz de la<br />
experiencia. Su intención es moralizante, pretende advertir al hachero y funcionar como<br />
un modelo de experiencia:<br />
Será que te hacharon verde<br />
que te mordió la carcoma,<br />
como si fuera de arena<br />
tu sombra se desmorona.<br />
47
Yo soy del Chaco Gualamba,<br />
corazón de palo hueco,<br />
adentro de las guitarras,<br />
ni con la muerte me seco.<br />
En el “Romance del molinero”, la enunciación se produce en tercera persona, al<br />
modo descriptivo que ya explicamos. Sin embargo, en el estribillo gira hacia la segunda<br />
persona introducida por el vocativo que se repite al comienzo de la estrofa:<br />
Molinero, molinero,<br />
los sueños te llevarán<br />
hacia el corazón del trigo<br />
por el aroma del pan.<br />
En este romance, el estribillo parece implicar una consagración del molinero, en<br />
premio al trabajo que se describe en las demás estrofas. La mirada antropológica, más<br />
distante en las estrofas que no forman parte del estribillo, desaparece. Allí, esa mirada<br />
se vuelve cercana, amistosa con el molinero.<br />
Por último, en “Dinamitero”, el enunciador comienza hablando en primera persona<br />
con una actitud de conmiseración hacia el minero que ha perdido una mano:<br />
¡Cómo me duele la mano<br />
que en el muñón te palpita,<br />
minerito!<br />
El vocativo en grado diminutivo busca manifestar un sentimiento de afecto hacia el<br />
trabajador, a la vez que revela la sensación de culpa de quien habla porque él sí goza de<br />
48
todos sus miembros. A partir de esta primera estrofa, el yo lírico pierde protagonismo.<br />
En la segunda, el enunciado es descriptivo:<br />
Quedó en un pique la mano<br />
hecha flor de dinamita<br />
en el granito.<br />
La tercera estrofa muestra una segunda persona, dirigida nuevamente al trabajador.<br />
El poema se cierra con un retorno a la tercera persona, que describe la situación final: el<br />
minero fuera de la mina como consecuencia del accidente que le costó la mano y “Doña<br />
Muerte” como testigo de los riesgos de los mineros.<br />
2- La presencia de la naturaleza en los oficios<br />
En la obra davaliana, la naturaleza es un tema central, como ya lo expresara Mirta<br />
Ferrari al afirmar que el poeta alcanza con ella una “profunda identidad” 37 . Como se<br />
proponían los integrantes de La Carpa, Dávalos buscó alcanzar el alma del paisaje a<br />
través de la poesía. Accidentes geográficos, fenómenos climáticos, plantas y animales<br />
aparecen trazados a lo largo de poemas como “El Paraná en una zamba”, “Demorando<br />
el amanecer”, “El algarrobo” y “Pato Sirirí”. Muchas veces, a esos elementos naturales<br />
se los describe con el fin de embellecerlos, pero en ocasiones también se los utiliza<br />
como motivo de un sentimiento interior, cual es el caso de “Resolana”. No es nuestro<br />
objetivo hablar del evidente conocimiento que Jaime alcanzó sobre la geografía, la flora<br />
y la fauna de su región, pero sí es ineludible rastrear líneas de contacto entre la<br />
naturaleza y los oficios, especialmente porque muchos de los oficios citados están en<br />
íntima relación con, y dependen de, ella.<br />
En los oficios artísticos, el hombre aparece configurado con cualidades propias de la<br />
misma naturaleza. La figura que más se repite es la del humano asociado a un árbol:<br />
“rama de sangre, florezco en el vino” en “Vidala del nombrador”; “Porque el canto y la<br />
muerte nos maduran/ con el ramaje ciego de las venas” en “Elegía”; “Al árbol y al poeta<br />
el tiempo los define” en “Arte poética”. Esta imagen del poeta como árbol permite<br />
pensar que el poeta está plantado en la tierra, con raíces fijas y profundas en ella, y que<br />
37<br />
Ferrari, op. cit., pág. 9.<br />
49
usca la altura. La tierra metafórica del poeta es la tradición: “Bagualas, zambas, cuecas<br />
y tonadas/ son mi raíz de gredas torrenciales/ que se hunde germinal en el folklore” en<br />
“Voz raigosa”. La diferencia con el árbol natural es que el hombre se mueve: “sombra<br />
que andoy caminando”.<br />
El hombre es el “paisaje vivo”, es también “la voz del paisaje” porque forma parte<br />
de él. Y, porque conoce sus misterios, puede revelarlos. Es su voz la que da vida al<br />
paisaje, como se advierte en “José Hernández”:<br />
Y cuando la violencia o la injusticia<br />
metan sus sanguijuelas insaciables,<br />
alzará con tu voz el horizonte<br />
un malón de guitarras populares (…)<br />
Otro símbolo es el de la sangre florecida o en llamas, que representa la<br />
efervescencia del sentimiento, o bien, del poder creador en “Terreno herido”: “sin piel y<br />
con la sangre florecida”; y en “Arte poética”: “Que se queme tu sangre, que tu boca se<br />
queme/ toda la sangre en llamas como una zarza ardiente”.<br />
Algunos elementos constitutivos del cuerpo humano también son naturalizados. Por<br />
ejemplo, la boca puede ser a la vez: madera, en “Voz raigosa”; “sal y vino” en “Elegía”;<br />
y “suma caudal de lágrima y rocío”, es decir, agua en “A Pablo Neruda”. En este mismo<br />
poema, la voz, también asociada a la boca, es una selva y un torrente. La madera es<br />
entendida en el psicoanálisis como símbolo de lo maternal; aquí podría hacer referencia<br />
a lo heredado, a lo tradicional. La simbología de la sal y el vino pareciera aludir al relato<br />
bíblico del envío de Cristo a los apóstoles cuando les dice que ellos son “la sal del<br />
mundo” 38 , los que deben dar gusto a la vida, pero también los que tienen que conservar<br />
la pureza. Finalmente, el agua es entendida, desde antiguo, como una fuente de vida, de<br />
pureza. Esto es lo que otorga el verbo salido de la boca del Neruda de Jaime Dávalos.<br />
El alma, concebida como un elemento corpóreo de naturaleza inmaterial, es también<br />
ligada a la naturaleza en “Paseo”. Refiriéndose a “mi poeta”, la estrofa final dice:<br />
38<br />
Mateo, capítulo 5, versículos 13-16.<br />
50
Sube tocando los desfiladeros,<br />
y mi alma por él, se hace tan leve,<br />
que es nieve, rastro, polvo, estrella y nada.<br />
El alma muta por la acción del poeta. En primer lugar, cae, como la nieve; luego,<br />
marca cual un rastro; después mancha como el polvo, para finalmente lucir y<br />
desaparecer. Todos los elementos de la naturaleza confluyen en el alma del poeta, que<br />
integra esa naturaleza y se comporta de manera análoga a sus elementos.<br />
La asociación del hombre con el animal solo se produce de manera completa en un<br />
poema. “Juan Contrera” es un personaje imaginario que designa a un rebelde<br />
desempleado, blanco de críticas impiadosas. Pero su actitud contestataria aparece<br />
justificada en las dos últimas estrofas del soneto:<br />
Nació terco, rebelde y pendenciero,<br />
el rigor policial le curtió el cuero<br />
guasqueándolo sin asco y con alambre.<br />
¡Cómo pretenden que no sea malo,<br />
si ya se ha vuelto cascarudo el palo<br />
viviendo a la intemperie y muerto de hambre!<br />
La piel de Juan ya no es piel, sino “cuero”. El cuerpo está cubierto de costras, como<br />
de corteza un palo. La bestialización de Juan es el fruto del maltrato al que fue sometido<br />
sistemáticamente desde que “Nació terco, rebelde y pendenciero”.<br />
En los oficios manuales algunas de las representaciones de la naturaleza se<br />
mantienen, pero aparecen otras que resignifican la relación del oficiante con ella. El<br />
hombre es nuevamente comparado con un árbol. Esto sucede en poesías que abordan el<br />
oficio del hachero, aunque no solo. En “Tata Puca” la vejez del invocado pastor que da<br />
título a la obra se compara con la peste que infesta a los árboles:<br />
51
Te entró como a los palos la carcoma,<br />
el viento de la noche de la piedra<br />
que el corazón del palo desmorona<br />
y árbol adentro minucioso medra.<br />
Esta misma expresión de la proximidad de la muerte se advierte en “El monte”. La<br />
pobreza del hachero, manifestada unas estrofas antes del final 39 le produce la sensación<br />
de un vacío imposible de llenar. El hombre es aquí un guayacán agostado por dentro:<br />
“solo me queda la sombra/ donde estaba el corazón.”<br />
La misma figura del hombre-árbol se observa en “Hachero”. La indefinida<br />
continuidad del trabajo con el árbol hace que sus propiedades se trasladen al hachero:<br />
“Hachó hasta que la carne se le volvió leña…”. Esta hipérbole contiene además una<br />
denuncia: el hombre trabaja más de la cuenta, hasta despersonificarse.<br />
La naturalización del hombre se presenta también en “El vendedor de tierra”. Pero<br />
aquí el oficiante no solo tiene propiedades de un árbol. Su cara “gotea arcilla”; su<br />
cabello parece un nido; “Sobre el saco empavonado/ tiene un coleóptero brillo”; y su<br />
mano es raigosa, como una planta. Esta multitud de asociaciones con elementos<br />
animales, botánicos y minerales se condensa en la pregunta retórica de la estrofa que<br />
cierra el poema:<br />
¿Es un hombre, una quimera,<br />
es un pájaro o un bicho?<br />
De todas maneras, la imposibilidad de decidir qué es lo que se ve no está dada aquí<br />
por un exceso del trabajo, sino más bien por el sentimiento de terror que la figura causa<br />
en el enunciador:<br />
Creo a veces que en la bolsa<br />
trae cadáveres de niños.<br />
39<br />
El poema consta de 86 estrofas donde se van alternando las voces, como queda explicado en la página<br />
47.<br />
52
En “Curandero”, el oficiante se funde literalmente en el paisaje en busca de la<br />
muerte. Sin remedio para su progresivo deterioro físico, el hombre decide marcharse<br />
entre los montes persiguiendo su destino final. El escenario que se describe desde la<br />
estrofa inicial va marcando un hecho funesto: “(…) En tu lluvia estaban todos/ los sapos<br />
barriga al cielo/ el cuchillo en el rescoldo/ y quebrados los espejos” y “(…) la escoba<br />
está tras la puerta/ y gritan los tero-teros”. En este contexto, al curandero no le queda<br />
otra posibilidad que resignarse a un paso del tiempo que no tiene cómo afrontar, y<br />
entregarse a la muerte:<br />
Un día te fuiste solo<br />
macheteando selva adentro.<br />
¡Qué paz la de tu destino<br />
con los ojos entreabiertos!<br />
Para morir con tu muerte<br />
había que ser curandero.<br />
Este dístico marca que solo el curandero es capaz de perecer de esa forma, con la<br />
conciencia y el alma tranquila; mitad consciente y mitad no en “los ojos entreabiertos”<br />
marchando seguro hacia la muerte donde finalmente se fusiona con la naturaleza en la<br />
que se va adentrando.<br />
La maternidad y la preñez son otras dos ideas que aparecen vinculadas a la<br />
naturaleza. La voz femenina que enuncia su pregón en “La ollera” compara a los hijos<br />
que ella no tuvo con el amor que le prodiga al barro: “Dios no me ha dado hijos/ para<br />
acariñar/ pero me ha dado el barro/ para acariciar”. Su destino de madre se cumple a<br />
través de la creación y no de la crianza.<br />
Imágenes semejantes se observan en “Esperando” y en “Vamos a la zafra”. En el<br />
primer caso el vientre materno es el “socavón/ de su sangre en luna viva”. El seno de la<br />
53
mujer es el agujero donde se materializa la vida, alumbrada por la luz de la luna, que en<br />
muchas culturas representa la fertilidad y lo femenino.<br />
En el segundo caso, el hijo que el cosechador de la zafra espera junto a su mujer no<br />
crece, sino que “madura en tu entraña”. Este “hijo cañero” es el fruto del amor que da<br />
sentido al trabajo del zafrero y que lo aleja de los vicios. Como resultado de ese amor,<br />
unido en la sabia del varón y la mujer, el niño es también una caña que crecerá en el<br />
regazo de su madre.<br />
Otro recurso que se reitera es la animalización del hombre. Una identificación plena<br />
del hombre con un animal se da en “Canto al camionero” con una metáfora que suena<br />
infantil, pero que expresa de manera precisa la idea subyacente. El camionero, en<br />
constante viaje, traslada consigo sus pertenencias, sus sentimientos. Por esto, el camión<br />
es su hogar. El símil del caracol resume esta noción:<br />
Es esta la canción del camionero<br />
que con su casa como el caracol<br />
ambula solo en su camión rutero,<br />
sus cortos días de hombre bajo el sol.<br />
También la piel humana adquiere la esencia de los animales. Gregorio Guanca, el<br />
hachero del poema homónimo, tiene que hachar hasta que se le “escame el pellejo”. En<br />
esta frase de nuevo queda latente un tono de denuncia. La agresividad del sol deteriora<br />
la salud de Gregorio y su piel contrae la dureza de las escamas. En “La adivina”, la edad<br />
de la anciana en cuestión es un tema central en el poema. Mediante la comparación de<br />
su cara con “una presilla/ cerrada de cuero seco”, Dávalos le confiere a la vieja la<br />
apariencia de la carne seca y muerta del animal.<br />
Otros productos asociados a los distintos oficios manuales son animados por la<br />
imaginación poética del autor. Así sucede con la llama (“quiere evadirse/ con luminoso<br />
aleteo”) y el humo (“la sangre del fuego”) de las fraguas en “Temple”; con los manojos<br />
del trigo (“el rubio cuerpo de las gavillas”) en “Llanura cereal”; con el río (“Piel de<br />
barro, fabulosa lampalagua”) en “Canción del Jangadero”; con el camión (“siento<br />
54
cabalgando en el acero/ los caballos de fuerza del camión”) del “Canto al camionero”; y<br />
con los hilos (“Tu mujer y tus hijas hilaban los vellones/ de la majada, como quien hila<br />
nubarrones”) en “El telero”.<br />
Un movimiento inverso, es decir de las propiedades del hombre transferidas a entes<br />
naturales, se observa en dos obras. Una de ellas es “Quina hachada” donde el árbol<br />
demuestra su generosidad y docilidad cuando “con tierno perfume de resina/ abre su<br />
rojo corazón herido”. Pero en las estrofas siguientes, talada la quina por la acción del<br />
hacha, es el luto de la muerte lo que cobra relevancia: “Y cuando el filo corta los<br />
tendones/ se oyen oscuros desgarrones” y “sangra la luz en el tajante acero”. En “El<br />
alfarero” el barro al cual el ceramista está transformando en vasija tiene los dotes físicos<br />
(“tu vientre combado”, “tus labios de pulpa sensitiva”) y sentimentales (“tus besos, mi<br />
amorosa”) de una mujer.<br />
Este animismo descripto en los dos últimos párrafos otorga un principio vital a<br />
objetos inertes y produce un acercamiento y una compenetración acabados del<br />
trabajador con todo el ambiente que rodea su oficio. Cada elemento alcanza signos<br />
vitales solo en el entorno de su trabajo y la significación que él les da vale únicamente<br />
para sí mismo. Es por esto que un mismo material puede representar significados, o al<br />
menos matices, distintos en dos poemas diferentes. Como vimos, el barro es para la<br />
vendedora ambulante de “La Ollera” la imagen de un hijo; para el alfarero, en cambio,<br />
el producto hecho a partir del barro es el modelo de una mujer que lo enamora.<br />
Para concluir con este apartado, describiremos cómo la naturaleza condiciona, para<br />
bien o para mal, el trabajo del hombre. Notamos cuatro maneras distintas en que esa<br />
relación se pone en juego.<br />
En primer lugar, el hombre recurre a la naturaleza como materia prima. Si bien la<br />
mayoría de los oficios manuales están vinculados con lo natural, en algunos trabajos los<br />
elementos naturales son ingredientes indispensables para la realización de un producto<br />
final hechos a partir de aquellos. La pregonera de “La ollera” y el ceramista de “El<br />
alfarero” crean a partir de la tierra combinada con agua, que luego de pasar por sus<br />
manos será cocida en el horno. De igual manera sucede con los hilos que el telero unirá<br />
para sus manufacturas:<br />
Iban por esas vegas torciendo la puiscana<br />
55
hilando las sutiles ternuras de la lana,<br />
que luego enmadejada, en las casas teñían<br />
con la luz del arco iris que sus ojos bebían.<br />
Esa lana que el telero y su familia van enmadejando se muestra abierta a la creación.<br />
Así mismo, la harina que el molinero produce es “la nieve/ polen caliente de la<br />
molienda” que “desde el trigo vuelve”. En estos cuatro ejemplos, la esencia original de<br />
la materia prima ha sido modificada para obtener de ella un nuevo producto, que<br />
también tiene vida. Es la vida que el oficiante le brinda poniendo al servicio de las cosas<br />
su fuego sagrado, su poder creador.<br />
En segundo lugar, la naturaleza se presenta como una aliada, una ayudante del<br />
trabajador en su oficio. Esto se advierte en los ya citados “Romance del molinero” y “El<br />
telero”. El molinero puede descansar porque velan por él los grillos:<br />
Si el molinero duerme, los grillos<br />
muelen el llanto de las estrellas,<br />
y hacen harina la luz del cielo<br />
para el silencio de las violetas.<br />
Entonces, el descanso del molinero es propiciado por la naturaleza que le da un<br />
reemplazo y un alto en su trabajo.<br />
El telero, aparte de su oficio principal, tiene otro que resulta llamativo por lo<br />
distinto: el de pirquinero 40 . Pero en esta otra faceta laboral, el telero también goza del<br />
auxilio y de la bendición de la naturaleza. En contraposición a la avidez de los<br />
codiciosos, su honradez y su honestidad son premiadas con la revelación de los secretos<br />
de las minas:<br />
Alternabas tu oficio con el de pirquinero<br />
cateándole las vetas de cuarzo al Cerro Overo,<br />
y el cerro te mostraba filones prodigiosos<br />
40<br />
Los pirquineros son mineros independientes que no trabajan bajo un sistema laboral formal.<br />
56
que el temporal esconde a los avariciosos.<br />
Los rastreadores basan su oficio en el conocimiento casi absoluto de las pistas que<br />
van encontrando, pero en el poema que Jaime les dedica, esas pistas son aportadas por<br />
la naturaleza. Ella las descubre y las ofrece para que el rastreador pueda alcanzar su<br />
presa: “Contra el viento reconoce/ rastreador de sangre alerta/ un rumor de hojas<br />
pisadas/ y un olor de bosta fresca.”<br />
Es también la naturaleza benefactora en “Tata Puca”. Con imágenes que recuerdan<br />
al “Pastor de nubes” de Castilla, Dávalos crea un entorno que camufla a este pastor<br />
entre los cerros. Incluso su humilde rancho es limpiado por la neblina que lo rodea:<br />
Todo tu fuego floreció en ceniza<br />
y en vez del humo ahora la neblina<br />
escarmena la luz asustadiza<br />
del socavón de hollín de tu cocina.<br />
En contraposición a esta idea de la naturaleza como favorecedora del trabajo<br />
manual, en otros poemas se muestra una naturaleza enemiga u opositora del oficiante.<br />
Es decir, este tiene que continuar trabajando a pesar de los obstáculos que se le<br />
presentan al enfrentar la naturaleza. En “Gregorio Guanca”, el hachero tiene en contra<br />
no solo el cansancio acumulado por el trabajo excesivo, sino también el clima<br />
circundante que lo persigue en su tarea: “¡Que no te agarre el granizo!/ ¡Que no te<br />
encuentre durmiendo!”. Las llamas de los cerros funcionan como un signo de alerta para<br />
Gregorio: el susto que provocan en él los nublados se reflejan en los ojos de los<br />
animales:<br />
Tienes la tarde en la espalda<br />
y no emprendes el regreso.<br />
En los ojos de las llamas<br />
crece un nublado de miedos.<br />
57
Menos agresiva se revela la naturaleza en “La torna”, aunque sin dejar de dificultar<br />
el trabajo del cosechador. La actitud positiva del enunciador a lo largo del poema no le<br />
impide tener en cuenta que el trabajo no será fácil. Deberá enfrentarse a los insectos y al<br />
clima, ambos combativos con él: “Alojita fresca/ para cobrar valor/ mismo que la<br />
avispa/ picantito el calor.” De manera análoga, el zafrero de “Vamos a la zafra” le<br />
reclama a su amor “Quiero que tengas un chango” porque su sueldo no alcanza, no es<br />
suficiente, pero sobre todo “porque quemando 41 maloja/ se come mis brazos el<br />
cañaveral”. La naturaleza se muestra combativa, cobra vida para dañar el cuerpo, que es<br />
la principal herramienta del trabajador.<br />
“La Puna” revela la sacrificada tarea del minero, quien debe afrontar las<br />
desavenencias que su trabajo le impone. El metal, sin importar cuál sea mata<br />
progresivamente al minero: “Roto minero chileno/ y minero boliviano/ el uno roto de<br />
cobre/ el otro roto de estaño”; y si no lo mata el metal, ya sea dentro o fuera de la mina,<br />
lo mata el polvo: “Mecherito de carburo/ sobre y bajo el socavón/ a bocanadas de polvo/<br />
se apaga mi corazón”. Unas estrofas más adelante se completa la acción devastadora del<br />
polvo y su estampa es aun más funesta:<br />
El polvo cava el pulmón<br />
y los ojos del minero,<br />
el polvo es sepulturero<br />
y no tiene corazón.<br />
Este rol antagonista de la naturaleza frente al oficiante dignifica y enaltece su<br />
trabajo. El constante enfrentamiento a los distintos peligros que la tarea implica realza el<br />
valor interior del trabajador, pero también la valía de su oficio. La vida es desafiada por<br />
los rigores de la naturaleza al punto tal de exponerse a la muerte. A eso hace frente cada<br />
día el oficiante al asumir su labor. La valentía y la perseverancia que aquel demuestra al<br />
asumir esos riesgos le confieren un carácter heroico.<br />
Finalmente, la naturaleza asume una actitud agorera, predice posibles<br />
acontecimientos funestos que le esperan al trabajador. Él no lo ignora, al contrario, lo<br />
41<br />
Jorge Cafrune canta porque cortando maloja/ se come mis brazos el cañaveral.<br />
58
econoce, pero se predispone a enfrentar lo que sea necesario. Así lo reflejan estos<br />
versos de “Contrabandista”:<br />
Hay que tenerlas de tigre<br />
para pasar contrabando<br />
con esa vida hombre adentro<br />
coartada por el presagio.<br />
Más adelante, la idea se profundiza:<br />
Presentirán el camino<br />
las orejas del caballo.<br />
Siempre estarán fronterizas<br />
la muerte y el sobresalto (…)<br />
En el primer verso de la estrofa que transcribimos en primer término, es de notar la<br />
elipsis de la palabra “bolas” que completaría la frase: “hay que tenerlas (a las bolas) de<br />
tigre (…)”. Esta expresión, coloquial pero llena de significado propio, magnifica el<br />
coraje del contrabandista, aunque a su osadía la persigan, como dice la segunda estrofa<br />
citada, “la muerte y el sobresalto”. A pesar de la incertidumbre de su destino, la<br />
naturaleza parece apiadarse del traficante en los dos versos que cierran el poema: “(…)<br />
en tu senda amurallada/ por estrellas y quebrachos”. El camino, incierto y misterioso, es<br />
protegido por la luz de las estrellas, como guía, y por el camuflaje que brinda la<br />
vegetación.<br />
En “Ucumar” 42 el melero Froilán es advertido por el enunciador, quien le sugiere<br />
que, ante la presencia de este personaje supersticioso, no debe arriesgarse, menos<br />
cuando “(…) no es el tiempo/ de las mieles todavía”. La naturaleza, al mismo tiempo,<br />
evidencia malos presagios justificando el consejo del enunciador:<br />
Oye el río hablar de muerte;<br />
ya se prendieron los tucos<br />
42<br />
En el Diccionario de regionalismos de Salta, José Vicente Solá define “ucumar” como “hombre-oso, o<br />
mono: feo, peludo, que según una leyenda tucumana rapta mujeres y niños”.<br />
59
del Ucumar mira-mira<br />
ojos del monte espinudo.<br />
Llueve pelo de los árboles,<br />
lloran los alilicucus<br />
Todos los elementos naturales –río, monte, árboles y animales- sostienen este<br />
presentimiento de que algo malo puede pasar. La miel transfiere su dulzor a Froilán y<br />
este es el rastro que persigue el hombre-oso: “Como el olor de la tierra/ el Ucumar va<br />
subiendo/ despacito por la sombra/ endulzada del melero”.<br />
En “El tigrero”, el rastreador Feliciano Díaz marcha en busca de la presa<br />
abandonado por los perros que se han retirado por el miedo. El rastro se muestra azaroso<br />
(“Bajo el coleto enterizo/ va el hombre con su conciencia,/ con los ojos divagando/<br />
sobre el azar de las huellas”), pero también el destino es incierto, lo cual pone en duda<br />
el éxito de la persecución del tigre 43 . El éxito no depende solo del conocimiento o de la<br />
capacidad del rastreador, sino también de la suerte:<br />
Ya no cifra en su baquía<br />
sino en la suerte hilandera,<br />
que trama en un acertijo<br />
los senderos y las venas.<br />
El peligro se presiente en las estrofas 14 a 16 cuando se describe la ferocidad del<br />
tigre: “Miel de los ojos del tigre/ lame su alma solariega (…)”; “(…) sus ojos de luz<br />
puntuda (…)” y “(…) rubias las guampas nuevitas,/ filosas de luz melera”. Más<br />
adelante, para tomar coraje aparece el alcohol como un impulso. El empuje del brebaje<br />
aparece sobredimensionado en conjunción con la pólvora:<br />
Del chifle se empina un trago<br />
puñalador de ginebra<br />
que cabeceada con la pólvora<br />
43<br />
También llamado uturunco, “tigre” designa en Salta, según el Diccionario de regionalismos referido en<br />
la nota anterior, al jaguar o yaguareté, cuyo nombre científico es felis onza.<br />
60
está pulsuda de veras.<br />
Ante el riesgo del enfrentamiento con el tigre, el enunciador destaca el admirable<br />
valor y el coraje necesario que posee el tigrero, quien los exterioriza en su fuerza y<br />
vitalidad: “El corazón del tigrero/ su brío macho sopesa,/ y arma en los músculos<br />
tensos/ como una trampa la fuerza”. Aunque las estrofas finales anuncian el desenlace<br />
victorioso, el poema se cierra con un retorno a la incertidumbre del comienzo, lo cual se<br />
manifiesta en la imagen auditiva de las moscas y en la imagen olfativa de la segunda<br />
estrofa que reproducimos:<br />
Zumbando, las moscas verdes<br />
muerte y amor bordonean<br />
encima del cuerpo overo<br />
mapa mudo de la selva.<br />
Oliendo el olisco rancio<br />
un perro viejo entresueña<br />
y el sigilo de los tigres<br />
le sobresalta las venas.<br />
Por último, “Surumpio” 44 describe el dolor de ojos de la pastora Jesusa Quiroga<br />
causado por la reverberación del sol en la nieve. Aunque en las dos primeras estrofas el<br />
fenómeno es personificado (“Mal del viento escarchado que la puna/ arrasa con sus<br />
garras de arenisca/ Mal del viento que lame los salares/ y en las cumbres crispadas se<br />
lastima.”), la tercera estrofa anuncia la transformación hacia el aspecto infausto que<br />
acosa a la pastora y su majada:<br />
La Jesusa Quiroga en cada ojo<br />
una brasa de lágrima tenía,<br />
44<br />
El surumpio es el sufrimiento que provoca en la vista la vislumbre del sol en la nieve.<br />
61
una brasa de nieve cavadora<br />
queriendo devorarle las pupilas.<br />
El oxímoron del tercer verso exalta el poder destructivo del fenómeno del surumpio.<br />
Ya en la cuarta estrofa el aspecto desdichado se completa, aunque parece más una<br />
amenaza que una realidad:<br />
Es el Surumpio que en el viento anda<br />
los aires cerro arriba,<br />
rastreando el alma azul de una pastora<br />
para beber la vida.<br />
El Surumpio que sale de la nieve<br />
y con la luz se afila<br />
sediento de sangre que en los ojos<br />
de la pastora junta lejanías.<br />
En la yema del sol se enrosca y duerme<br />
cuando se entierra el día.<br />
Es necesario advertir el efecto y la unidad de sentido que aportan las ideas<br />
“rastreando”, “afila”, “sediento de sangre”, “lejanías”, “enrosca”, “entierra”. Todas ellas<br />
juntas denotan una sensación de persecución, de luto, de oscuridad y de soledad que<br />
acechan a Jesusa y sus animales.<br />
3- Los rituales en la poética de los oficios artísticos<br />
Al plantear la hipótesis sosteníamos que en los poemas de Dávalos está latente la<br />
idea de que los oficiantes son mediadores entre lo terreno y lo trascendente. En este<br />
sentido, el trabajo es el ritual que actualiza esa vinculación. Además, más adelante<br />
recurrimos a Kusch para delimitar el significado de ritual, que es el ceremonial por el<br />
cual el hombre andino equilibra lo fasto y lo nefasto. Observaremos ahora cómo los<br />
62
distintos oficios implican actos religiosos, detrás de los cuales muchas veces subyacen<br />
mitos universales.<br />
El ritual central en la obra de Jaime Dávalos es la creación a través de la palabra. Si<br />
bien en muchos poemas aparece nombrado de formas diversas, el objeto primordial de<br />
la palabra enunciada es la creación. En una de sus obras más conocidas, la “Vidala del<br />
nombrador”, esta voluntad se enuncia desde el título mismo. Nombrador es el oficio del<br />
que nombra, del que dice, del que por medio de la palabra crea las cosas. Él es capaz de<br />
adentrarse en el paisaje y modificarlo, porque al nombrarlo, lo recrea. En este poema,<br />
Dávalos se presenta como la voz del paisaje (“Vengo del ronco tambor de la luna (…)”<br />
“soy una astilla de tierra que vuelve/ hacia su antigua raíz mineral”) y la voz nacida de<br />
ese mismo paisaje que alcanza la plenitud en el vino y en el amor (“rama de sangre<br />
florezco en el vino/ y el amor bárbaro del carnaval”). Este origen redivivo en el nombrar<br />
incluye también a los antepasados:<br />
Soy el que canta detrás de la copla,<br />
el que en la espuma del río ha’i volver,<br />
paisaje vivo mi canto es el agua<br />
que por la selva sube a florecer.<br />
Este último pasaje asocia al canto con el agua, como elemento fundamental para la<br />
vida. Al mismo tiempo, el canto “sube”, tiende hacia lo alto, como el pensar seminal<br />
que, según Kusch, guía la vida del hombre andino. Ya Ferrari afirmaba que “En la<br />
poesía de Dávalos el espacio reunifica un genuino sentido de armonía cósmica,<br />
semejante al “pensar seminal” de Kusch” 45 . La ascensión del hombre se reitera en<br />
versos siguientes:<br />
Nombro la tierra que el trópico abraza,<br />
puente de estrellas, cintura de luz,<br />
al corazón maderero de Salta<br />
subo en bagualas por la noche azul.<br />
45<br />
Ferrari, op. cit. pág. 11.<br />
63
El canto es el canal para aprehender el sentido vertical de la vida, el sentido de los<br />
innombrables. Como el árbol al cual se asemeja, el canto sube, crece, pero con la<br />
conciencia de que algún día va a caer, para luego regenerarse indefinidamente. Al<br />
mismo tiempo, la elevación no se da en cualquier momento del día, sino en “la noche<br />
azul”. La imagen visual que describe al paisaje nocturno hace alusión a la pureza, a la<br />
justicia, a la infinitud y a la lejanía. Por lo tanto, el canto tiene el poder de hacer<br />
trascender al poeta, que no es aquí Jaime Dávalos, o al menos no es solamente Jaime<br />
Dávalos. El deseo de permanencia se vislumbra ya en la primera estrofa 46 : “Vengo del<br />
ronco tambor de la luna/ en la memoria del puro animal (…)” y se refuerza en la estrofa<br />
epigráfica final:<br />
Apenitas soy Arjona,<br />
nombre que no se ha’i perder,<br />
y si 47 lo tiran al río<br />
sobre la espuma ha’i volver<br />
No es casual que esta sea la cuarteta que da cierre al poema. En todos los versos<br />
anteriores, el poeta fue legitimando su accionar, a través de la propia inscripción de su<br />
oficio en la naturaleza y en el tiempo. Definitivamente, el poeta pierde aquí su identidad<br />
para perderse entre el pueblo. Eso lo convierte en Arjona, es decir, fulano, cualquiera,<br />
uno de todos. Su nombre es imperecedero, no muere porque está en todos y en todo.<br />
Esta autoafirmación le permitió decir también, con tono de autoridad genuina:<br />
Yo soy quien pinta las uvas<br />
y las vuelve a despintar,<br />
al palo verde lo seco<br />
y al seco lo hago brotar<br />
La pertenencia de la voz al paisaje, la inserción en la tradición que viene aparejada<br />
en la “memoria” es lo que autoriza al poeta a dar vida a lo que está muerto y matar a lo<br />
que está vivo.<br />
46<br />
Para la organización estrófica de la “Vidala del nombrador” véase nota 24.<br />
47<br />
Los Chalchaleros cantan: “y aunque lo tiren al río…”<br />
64
El tiempo de esta voz creadora se vuelve cíclico, retorna siempre a su origen, ya que<br />
es la que siempre fue:<br />
Yo soy aquel cantorcito,<br />
yo soy el que siempre he’i sido,<br />
no me hago ni me deshago<br />
y en ese ser nomás vivo.<br />
El poder de engendrar a través de los versos aparece como un don heredado en<br />
“Elegía”, que Jaime dedica a su padre, Juan Carlos Dávalos. Nuevamente, el poeta<br />
asume la voz natural y popular:<br />
Te cito en las colmenas y las flores;<br />
en las guitarras de alma ensimismada<br />
en los gauchos, obreros y pastores,<br />
para que hagamos juntos la jornada,<br />
mi monólogo halló un destinatario…<br />
ahora sé qué hacer si no hago nada.<br />
Es el influjo vivificador de la sangre recibida que posibilita también resucitar al<br />
padre muerto, o al menos confiar en un reencuentro definitivo:<br />
Volverás por mi boca y ya conmigo<br />
a intentar tu aventura nombradora.<br />
Pues siempre fuiste mi mejor amigo,<br />
dame todo el silencio que te queda<br />
para llenarlo de morir contigo.<br />
65
En los versos anteriores se expresa también esta obsesión de Jaime por ponerle<br />
palabras al silencio, como solía decir.<br />
El afán creador se patentiza también en “Dios mío”. Si bien esta poesía se refiere a la<br />
búsqueda de un ser divino como el título lo anticipa, el poeta destaca la necesidad de<br />
encontrarse a sí mismo para poder alcanzar a Dios: “No me abandones, sígueme<br />
angustiando/ que es buscarte el sentido de la vida/ Te encontraré tal vez en la medida/<br />
que a mí mismo me vaya encontrando.” Esto puede darse, justamente, a través del acto<br />
de nombrar, que es un rito infundido por el mismo Dios: “Si (soy) nominero, que tu luz<br />
no olvida/ lo que me dictes seguiré nombrando”.<br />
A la manera de Aristóteles y otros autores, tanto clásicos como modernos, Jaime<br />
Dávalos también expone su propia “Arte poética”. Allí, explica su manera de hacer<br />
poesía. Para ello, el poeta debe liberar auténticamente sus pasiones con el fin de<br />
alcanzar la expresión genuina: “Deja fluir el fondo para que determine/ en su<br />
espontánea entrega la forma que deseas/ que a borbotones salgan sentimientos e ideas/ y<br />
un estado de gracia pasional te ilumine”. Nuevamente se observa la presencia de la<br />
divinidad como benefactora del nombrador, a la vez que ese estado significa un<br />
momento de éxtasis pasional que provee la luz creadora.<br />
El hombre, como un árbol según ya explicamos, tiene un doble movimiento vertical:<br />
hacia abajo en busca de la raíz, del origen, de lo tradicional; hacia arriba busca “lo justo,<br />
lo bello y lo sublime”, es decir, su destino. Esta búsqueda implica un deber, pero<br />
también una necesidad, de tender hacia el bien para alcanzar la plenitud del destino.<br />
Igualmente necesaria es la lealtad a ese verdadero deseo.<br />
En la tercera estrofa se advierte el ardor que produce la emoción: lo verdadero no<br />
teme quemarse con la luz creadora, pero sí lo que no es auténtico: “Que se queme tu<br />
sangre, que tu boca se queme/ toda la sangre en llamas como una zarza ardida/ porque<br />
solo es cenizas lo que quemarse teme/ y anda juntando sombra para apagarse en vida”.<br />
Por último, la estrofa final anima al poeta a ir persistentemente detrás de esa<br />
expresión precisa y justa que se requiere. Al mismo tiempo, afirma que a pesar de que<br />
los poetas son muchos, buscan expresar lo mismo, porque “los poemas son muchos y es<br />
una la poesía”.<br />
66
En el poema “A Pablo Neruda”, autor que era lectura de cabecera para Dávalos, la<br />
voz del homenajeado es asociada al agua, como en la “Vidala del nombrador”. Por ser<br />
“un ancho río” es que va “fecundando las márgenes que toca”. La relación con la<br />
naturaleza se retoma en el terceto final, donde la voz de “Pablo del Sur” se corresponde<br />
con el canto de “la selva o el torrente” para erigirse en “voz de la cordillera de los<br />
Andes”. En la segunda estrofa, Jaime otorga a Neruda toda la virtud que exigía en el ya<br />
analizado poema “Arte poética”. Ambos son “hermanos” por ser poetas, pero Neruda es<br />
un “fundamental demiurgo que en la roca/ trabaja y alquimista genial troca/ la ganga en<br />
oro para el pobrerío”. Aquí, el poder creador del poeta no es solo espiritual, su obra es<br />
también riqueza material. Esto convierte a la poesía en un bien necesario e insustituible.<br />
En el extenso “Tierra heroica”, la naturaleza habla por medio de la fraternal voz del<br />
poeta: “yo soy solo una voz de tu paisaje”. Es este un poeta sentidor que no se queda en<br />
la superficie de las cosas, sino que extrae sus fundamentos:<br />
Yo soy el que nombrando desencanto<br />
tu salvaje belleza resbalosa<br />
y tras de la apariencia de las cosas<br />
te huele como un tigre el corazón.<br />
La tierra se revela seductora para el poeta, que se identifica con un animal en celo en<br />
la imagen del tigre oliente. El poeta es aquel que puede develar el misterio de la esencia<br />
de la naturaleza para recrearla y representarla.<br />
Podemos advertir en el desarrollo del ritual de la creación la presencia de, al menos,<br />
dos mitos. En primer lugar, el de Orfeo, como poeta que tiene ascendencia sobre los<br />
elementos naturales y los puede manipular. En segundo lugar, el mito del Génesis<br />
bíblico, según el cual Dios creaba las cosas al par que las nombraba. De ambos tiene<br />
características el nombrador de Dávalos: él puede secar el árbol verde y hacer brotar al<br />
seco; pero, además, tiene el don creador para decirle a su padre “hagamos juntos la<br />
jornada”.<br />
67
Otro ritual que pone en juego la poesía de Dávalos es el sufrimiento o ardedura por<br />
el amor. En “Destino” este aparece marcado por una aparente vocación por el dolor:<br />
“Quiero permanecer en la tristeza/ y en la angustia de andar como los bichos…/ perdido<br />
en el mundo de la leña/ Llevar como una novia mi pobreza/ y morirme del gusto y del<br />
capricho/ de ser un animal que canta y sueña”. Los tres últimos versos desmienten aquel<br />
falso deseo de dolor. En realidad, lo que el poeta declara es que es capaz de soportar las<br />
penas que hagan falta con tal de seguir siendo fiel a su destino, que es cantar y soñar y<br />
que se expresa en los versos de la estrofa anterior a la que acabamos de citar:<br />
Tengo un niño en el alma rezagado,<br />
no quiero endurecerme, ay. No lo quiero.<br />
Ni ser padre… ni tener sombrero…<br />
sino ser un cantor enamorado.<br />
Repetimos, no hay una voluntad enfermiza de detener el tiempo. La voluntad es<br />
conservar el fuego que lo convierte en el “cantor enamorado”.<br />
En “Terreno herido” -que no por casualidad lleva como epígrafe la cita de un verso<br />
de Neruda 48 -, el poeta expresa el deseo de una muerte que lo obligue a sentir la llaga del<br />
amor. Exige soledad “Dejadme solo” para una intimidad que es dolorosa por el amor no<br />
correspondido: “(…) del amor que comiendo de mi vida/ como una llaga azul en mí ha<br />
crecido”. Arder en el amor y sufrir por él son dos pasos infranqueables para “llegar a la<br />
canción” que es “mi destino”. Esto implica también sentir, morir en el fuego del dolor<br />
amoroso, que es, a la vez, redentor, por eso libera:<br />
Morir de amor y por la luz quemado,<br />
morir ardiendo como muere el vino<br />
a través de la sangre liberado.<br />
Llegar a la canción es mi destino,<br />
y puesto que para él vine signado…<br />
48<br />
Aunque aparece Dejadme solo con mi propia/ luna en mi terreno herido, el original reza Dejadme en<br />
medio de mi propia luna/ en mi terreno herido. Estos dos son los versos finales de “Vals” de Neruda.<br />
68
¡Lleno mi copa de dolor, y vino!<br />
Como cantor popular, es decir, el cantor que expresa los decires del pueblo, el poeta<br />
tiene la misión de trascender el límite de su vida terrena y eternizarla en el tiempo. En<br />
“Al Gordo Juan Alfonso Carrizo”, Dávalos plasma esta intención en la tercera estrofa<br />
cuando dice que “El pueblo te dictaba tus coplas y cantares/ para que al escribirla la<br />
muerte desafíes”. El pueblo nombrado así en singular, pero designando a un colectivo es<br />
el dueño, si no de la verdad, de la tradición, los usos y las costumbres. Y es misión del<br />
poeta dar continuidad a esa tradición más allá de la muerte.<br />
Esta misma voluntad de vencer a la muerte se reitera en “Tierra heroica” en la sexta<br />
estrofa:<br />
Porque de mí, tan solo lo inefable<br />
perdurará si perdura<br />
y he rescatado de tu ser la oscura<br />
larva de una verdad universal.<br />
En este caso ya no es el pueblo que dicta sus hábitos y creencias, sino que la esencia<br />
de la misma tierra ha sido desentrañada por el poeta. Así, su única posibilidad de<br />
permanencia es revelar lo eterno, lo absoluto, la “verdad universal”. Más adelante, en la<br />
estrofa octava, el sino trascendental se hace extensivo, además de a la tierra referida,<br />
que es la provincia de Salta, a todo el continente en el que se inscribe: “La augusta<br />
cordillera te avecina/ con todo el continente americano/ que despierta y requiere<br />
soberano/ su derecho a un destino vertical”. Luego, también los hombres que habitan<br />
ese suelo son herederos de ese hado supraterrenal: “(le canto) Al hombre vertical, al<br />
insumiso,/ que sube porque sabe alivianarse/ que nada de esta vida ha de llevarse/ sino<br />
la borrachera del amor”.<br />
El poema que ya citamos, “A Pablo Neruda”, es otra composición que muestra esta<br />
búsqueda de la permanencia del hombre más allá de su propio tiempo. En el primero de<br />
los dos tercetos que cierran el poema, Dávalos se inscribe en la tradición literaria de<br />
América, especialmente la de Latinoamérica, nombrando al mismo Neruda, a Whitman,<br />
69
a José Martí, a Rubén Darío, a César Vallejo y a José Hernández. Esta enumeración está<br />
enmarcada en una invocación a Neruda, a quien le pide que no deje de cantar porque<br />
todos los anteriores lo esperan en la tierra. Pero esa tierra no implica necesariamente la<br />
tumba. Pareciera más bien aludir a un sitial reservado a los grandes poetas, a los que<br />
supieron hablar del continente americano con la claridad que este requería. El oficio de<br />
poetas significa también para ellos la unidad de destino hacia una tierra prometida, la<br />
que ellos tan bien supieron cantar.<br />
Relacionado al ritual anterior, el de la trascendencia, aparece el de erigir al poeta y<br />
al músico en guardianes de la tradición. “José Hernández”, escrita en homenaje al padre<br />
de Martín Fierro, pone de manifiesto esta intención. Es la palabra del poeta la que<br />
ilumina las tinieblas, como así también la que da vida a las guitarras y al canto de las<br />
guitarras. En la cuarta estrofa en particular se visualiza el carácter popular y tradicional<br />
de José Hernández:<br />
No hay ranchito en que no arda tu poesía<br />
cuando se yapa el vino con la sangre<br />
y hay que aventar la pena respirando<br />
tu corazón de pueblo, José Hernández.<br />
El arraigo que, a través de su obra, Hernández ha logrado en el alma popular lo<br />
convierte en parte de esa esencia tradicional que su verbo es capaz de revelar. En los<br />
dos versos finales de la estrofa reproducida, la palabra del poeta adquiere un poder<br />
sanador, que alivia los pesares con el vino como aliado.<br />
En “Idioma”, se reitera la enumeración de autores canónicos, en este caso los de la<br />
tradición de las letras castellanas. Así, se menciona a Cervantes, Lope (de Vega),<br />
Quevedo, Góngora, José Hernández y Lugones. Esta sucesión que se remonta al Siglo<br />
de Oro español, pasando por dos de los mayores poetas de nuestro país, concluye con la<br />
aparición del padre de Dávalos, Juan Carlos. De todos ellos es que Jaime toma el<br />
ejemplo (“Y se expresaron, como yo me expreso/ -aunque decirlo así sea pedante”) para<br />
70
ecrear el lenguaje popular, el que resuena en los “bodegones/ los dichos de las coplas y<br />
los cantares”. Jaime pretende entroncarse en la lista de poetas que cita, pero no con un<br />
fin personalista. Su voluntad es convertirse en vehículo de intercambio entre lo culto y<br />
lo popular. En este sentido, podemos afirmar que Dávalos es un poeta popular. En la<br />
estrofa final, la palabra es comparada a un “don divino” y queda plasmada la<br />
concepción de que el deber del poeta es “nombrar silencios populares”. Su boca, como<br />
la de su padre, es “sal y vino”. Sal para dar gusto, para conservar la tradición; vino para<br />
revelar el misterio de lo folklórico.<br />
Para poder nombrar los silencios populares, el poeta dispone de una herramienta que<br />
facilita su tarea: la guitarra, la cual aparece, como ya señalara Mirta Ferrari, como una<br />
“prolongación de su cuerpo” 49 . Justamente, el poema que se titula “La guitarra” 50 pone<br />
en evidencia esta virtud del instrumento. Se la presenta viva en un cuerpo femenino, que<br />
enamora a quien la toca: “Tu boca está en mi pecho, desollando/ la nostalgia de alguna<br />
compañera/ que solo en sueños tiene tu cadera/ y hasta me besa cuando estoy cantando”.<br />
Pero sobre todo, como se formula en la tercera estrofa está “destinada a desahogar las<br />
voces interiores”, es decir, transmitir los sentimientos, esos mismos sentimientos que<br />
desde antiguo vienen expresando los payadores: “En tu entrañable selva, se estremece/<br />
la sonora pasión de una encantada/ mujer, que es sombra de los payadores”.<br />
Con el poema “A Eduardo Falú”, Dávalos se configura, junto con el guitarrero,<br />
como el traductor del lenguaje del pueblo. Con ese propósito los dos forman uno solo:<br />
“Nacimos juntos al amor del pueblo,/ mis poemas con tu voz y tu guitarra”. Juntos<br />
quieren “cantar sencillamente”, como la naturaleza, adecuando letra y música al<br />
sentimiento. Pero sobre todo desean asumir la voz de los que no pueden hablar. Elige<br />
Dávalos para ello la mención del nombre indefinido Juan de los Palotes, que es uno y a<br />
la vez todos. Por y para él, Falú y Dávalos van a decir “lo que hasta él mismo calla”. En<br />
la segunda estrofa se plasma el afán de mantener viva la experiencia creadora “para que<br />
con fundamento cante el pueblo”. Esta imagen, que recuerda a Martín Fierro hablándole<br />
a sus hijos 51 , muestra al poeta y al músico tomados por el pueblo. Es el pueblo el que<br />
clama que se expresen de manera tal que todos puedan entenderlos, que a todos llegue<br />
49<br />
Ferrari, op. cit. pág. 9.<br />
50<br />
En este caso, nos referimos al poema reproducido en El nombrador.<br />
51<br />
En el capítulo XXXII, en la sextina que va de los versos 4763 a 4768, Martín Fierro dice: “Procuren si<br />
son cantores,/ el cantar con sentimiento,/ no tiemplen el estrumento/ por solo el gusto de hablar/ y<br />
acostúmbrensé a cantar/ en cosas de jundamento”.<br />
71
su canto: “Cantar claro, bien claro, que se sienta/ la hondura a que llegaron las palabras/<br />
que la profundidad cuando es oscura/ puede ser solo dimensión negada”.<br />
inicia:<br />
La estrofa final sintetiza el contenido del poema, retomando la expresión con que se<br />
Por eso Eduardo, nos iremos juntos<br />
sobre los cuatro rumbos de la patria<br />
a destapar el polvo del olvido…<br />
yo con mis versos, vos con tu guitarra…<br />
Los dos artistas aparecen nuevamente mimetizados, en plan de rastrear por todo el<br />
territorio las tradiciones que descansan bajo el olvido y que serán desentrañadas con<br />
esas dos herramientas fundamentales: el verso y la guitarra.<br />
También el quenero del poema homónimo es capaz de desenterrar los huesos de sus<br />
antepasados. Mediante esa operación, que se realiza por el sonido de la quena, el músico<br />
revitaliza la tradición dormida en los huesos sepultados al romper el silencio. Él posee<br />
el poder mágico de manejar, como Orfeo, los elementos de la naturaleza. La primera<br />
estrofa describe acabadamente el ritual:<br />
Sopla los huesos verdes de la tierra,<br />
tu antepasado mineral invoca<br />
y de las chullpas que tragó la roca<br />
el silencio sellado desentierra.<br />
A diferencia de “José Hernández” y “A Eduardo Falú”, en “Quenero” el pasado que<br />
se rememora es más remoto. No se refiere a la tradición criolla, sino a una herencia<br />
previa, más ligada a lo originario 52 . Es por eso que aparecen términos quechuas como<br />
“chullpas”, “Ulula” o “quipu”, para que el lector también sea trasladado a ese pasado.<br />
“Voz raigosa” es otro de los poemas donde se aborda la restitución del pasado. Ya<br />
habíamos mencionado este título al hablar de la relación que se construye entre el<br />
52<br />
Mirta Ferrari (op. cit., pág. 9) afirma: “La poesía de Dávalos transita entre un saber tradicional<br />
indígena-hispánico-criollo, hacia una poesía que tiene en cuenta, también, su realidad personal”.<br />
72
hombre y el árbol en Dávalos 53 . En las cuatro estrofas que lo componen, el poema hace<br />
referencia a una parte o a una característica del árbol: “carne carpintera”, “mi voz de<br />
hebra leñera”, “liquen de los silencios forestales” y “mi raíz de gredas torrenciales” se<br />
suceden respectivamente de la primera a la última estrofa. En la primera cuarteta, el<br />
poeta aparece asociado al pasado, él es la reminiscencia y la voz del ayer. Esa carne<br />
carpintera que tiene “vivo su deslumbramiento” es el receptáculo de lo eterno. Más<br />
adelante se muestra dotado de la capacidad de trasladarse hacia el origen del que<br />
proviene. Por último, en el terceto que cierra el soneto, los estilos musicales populares<br />
son los modos de expresión que afirman la existencia del poeta. Al mismo tiempo, es<br />
por ellos que puede hacer florecer a la cultura de su pueblo:<br />
Bagualas, zambas, cuecas y tonadas<br />
son mi raíz de gredas torrenciales<br />
que se hunde germinal en el folklore.<br />
En “La guitarra” 54 la estrecha vinculación de lo natural alcanza, además de al<br />
hombre, al instrumento. Ella “se me apega como si fuera mi sombra”; tiene “corazón de<br />
palo oscuro” y “boca de vino profundo”. Siguiendo la metáfora de la sombra, podemos<br />
afirmar que la guitarra es la proyección del cantor. Como si él fuera un árbol, las coplas<br />
le nacen desde la tierra. La guitarra es también comparada con la mujer, por eso exige<br />
tanto como otorga. Es, además, herramienta de trabajo: “tablita de lavar pena”. Pero la<br />
guitarra como parte esencial de este rito para dar vida a lo popular se expresa<br />
patentemente en la octava estrofa:<br />
Llévame este corazón<br />
por esos aires volando,<br />
de boca en boca ahondando<br />
mi destino y tu canción.<br />
53<br />
Cf. página 50.<br />
54<br />
De Coplas y canciones.<br />
73
La música que brota del interior de la vigüela transporta al cantor con rumbo<br />
certero. A la vez, ella es símbolo de prosperidad en la “espiga pueblera” y de<br />
popularidad, ya que de forma análoga al hombre, que es árbol de sangre, ella es “Mujer<br />
de palo”.<br />
Hay un último ritual que se reitera en el marco de los oficios artísticos en Jaime<br />
Dávalos. Como voz que expresa lo popular, el poeta se erige en el defensor de los<br />
humildes y tiende, a través del nombrar y decir, al restablecimiento, la restitución y la<br />
persecución de la justicia. En “José Hernández”, al cual ya hemos hecho referencia, se<br />
defiende la nobleza del peón de campo y del gaucho. Al mismo tiempo, Dávalos los<br />
enaltece al asociarlos con Martín Fierro y el mismo José Hernández, que son una sola<br />
persona: “Y en la boca de cada peón de campo/ con gusto a corazón insobornable/ el<br />
grito vivirá con tus palabras/ porque eres Martín Fierro, José Hernández”. Como hemos<br />
visto también en otros poemas, el poeta es quien debe “ponerle palabras al silencio” del<br />
pueblo. Aquel se asume protector de este. Más adelante, aparece la idea de la rebeldía<br />
popular como pacificadora y justiciera. La voz de Hernández es la que despierta esa<br />
rebelión, que se opone a las “sanguijuelas insaciables” de la “violencia o la injusticia”.<br />
Y es Martín Fierro el reflejo de ese afán de justicia, puesto que él es el pueblo hecho<br />
hombre.<br />
En “Arte poética” predomina el ritual de la creación:<br />
Deja fluir el fondo para que determine<br />
en su espontánea entrega la forma que deseas<br />
que a borbotones salgan sentimientos e ideas<br />
y un estado de gracia pasional te ilumine.<br />
En el segundo y el tercer verso se pone en evidencia la voluntad creadora, guiada<br />
por las condiciones que encierran los versos de los extremos de la estrofa. Pero la<br />
creación debe orientarse siempre hacia el bien. La belleza concebida en la obra de arte<br />
incluye también la renovación de la justicia:<br />
Al árbol y al poeta el tiempo los define<br />
74
y sus formas resultan de una oscura pelea<br />
fidelidad al sueño que la raíz tantea<br />
y el hambre por lo justo, lo bello y lo sublime.<br />
Volviendo nuevamente al poema “A Pablo Neruda”, observamos que la tercera y la<br />
cuarta estrofa pregonan también la búsqueda de la justicia como objeto de la creación<br />
lírica. En la primera de estas dos estrofas, la poesía supone un idioma universal que<br />
requiere para ser comprendida una actitud contemplativa y una aptitud sensitiva. En la<br />
segunda, Dávalos se compara con el escritor chileno y afirma su voluntad de honrar al<br />
pueblo que ama aspirando al bien común:<br />
Yo no sé de colores ni de banderas,<br />
oigo tu canto como un ciego escucha<br />
en el viento advenir la primavera.<br />
Amo al pueblo y persigo la justicia,<br />
Dios me dio como a ti para la lucha,<br />
un alma, una guitarra, una caricia.<br />
La enumeración final resume qué es la poesía: “un alma, una guitarra, una caricia”.<br />
Esas son las armas de las que el nombrador dispone para alcanzar la tan anhelada<br />
justicia.<br />
“Tierra heroica”, además de su pretensión de homenaje al solar natal del autor, es<br />
una composición de tono político, donde el sujeto poético se erige en defensor de sus<br />
semejantes a partir de la autoridad que construye en las primeras estrofas del poema.<br />
Esta autoridad legítima está dada por la capacidad de descubrir la esencia de los<br />
elementos propios de la tierra a través del lenguaje. La naturaleza habla por la voz del<br />
poeta y esa voz es fraternal y popular. A partir de la quinta estrofa, el poeta irá<br />
nombrando a cada uno de los grupos de hombres que quiera rescatar del olvido. En<br />
primer lugar, al habitante de las zonas rurales: “Yo canto, Salta mía, la indomable/<br />
dignidad de tus gauchos y pastores”. Tres estrofas más adelante, aparece otra vez citado<br />
75
el gaucho. En este caso, su figura de persona humilde es igualada a la del “señor”, que<br />
no tiene aquí una connotación negativa:<br />
Le canto al gaucho que es depositario<br />
del orgullo sereno de la hombría<br />
porque heredó con la caballería<br />
la estatura perfecta del señor.<br />
Los sustantivos “orgullo” y “estatura” aparecen subjetivados de manera positiva por<br />
los adjetivos “sereno” y “perfecta” que respectivamente los acompañan y elevan la<br />
carga valorativa “del señor”.<br />
De la undécima a la decimocuarta estrofa la defensa se dirige a los “hombres de la<br />
tierra” como los llama en la decimoquinta cuarteta. Ellos son el indio y el coya. Para<br />
incluir a todos los pueblos aborígenes, Dávalos los nombra uno por uno: “(…) a los<br />
tobas, chaguancos y matacos/ pilagaes, chorotes y chanés”. El indio es el hombre<br />
abandonado por el hombre, pero también por la naturaleza. Y se distinguen tanto por su<br />
estado salvaje como por su inocencia:<br />
Victimados por la ley del embudo<br />
ambulan como sobras de tus ríos<br />
con sus perros, sus cuñas y sus críos<br />
penando su salvaje timidez.<br />
Los coyas, a su vez, son identificados por su origen montañoso, como vástagos de la<br />
naturaleza: “Le canto al coya de tus serranías/ descendiente del sol y de la luna (…)”.<br />
Su vida cobra un carácter heroico, como la tierra a la que Dávalos le canta, en los versos<br />
que completan el cuarteto: “(…) al arriero vallisto que las punas/ venció para ir en busca<br />
de la sal”. Es el coya el que alcanzó el fondo de la tierra y pudo gustar su sabor:<br />
Porque pisó tus altas lejanías<br />
y en socavones tus entrañas toca<br />
rumeando su acullico que en la boca<br />
76
le demora tu gusto elemental.<br />
En las estrofas dieciséis y diecisiete se recupera la imagen del hombre común, que<br />
vive seminalmente “Al hombre vertical, al insumiso (…)”. Ese hombre es libre porque<br />
sabe que, una vez muerto, será redimido por su falta de ambición material. En ese<br />
sentido, la decimoctava estrofa muestra cómo el amor, que es lo único que “de esta vida<br />
ha de llevarse”, adquiere una condición liberadora que trasciende la propia muerte. El<br />
fruto del amor son los hijos, por donde él conserva la vida. Y en el remate de la cuarteta,<br />
se advierte una noción cristiana del amor, ya que este, si bien es vencido por ella,<br />
también vence a la muerte:<br />
Pues tan solo el amor ha de llevarlo<br />
de sangre en sangre por la luz viajera<br />
a verdecer en otras primaveras<br />
por la muerte vencido y vencedor.<br />
En la estrofa siguiente, se resalta el carácter emancipador del trabajo que, enfrentado<br />
con honradez, conduce a la liberación:<br />
Canto a tus pobladores tierra mía<br />
a tus peones y maistros artesanos<br />
a todos los que viven por sus manos<br />
porque solo ellas dan liberación.<br />
Más adelante, se enuncia el deber del poeta de ser servidor y protector del pueblo,<br />
doliente por el sufrimiento ajeno y fiel a la verdad, aunque esta cause dolor:<br />
A aquel que sin hablar de señorío<br />
sirve a su servidor humildemente<br />
y hasta en su carne siente<br />
la afrenta de la ajena humillación<br />
77
Y al que sin adular al pobrerío<br />
le dice la verdad aunque le duela.<br />
Pueblo: tu libertad está en la escuela<br />
con la conciencia de tu redención.<br />
El segundo pronombre “le” del segundo verso de la estrofa final podría referirse<br />
tanto al dolor del que dice la verdad como al del que la escucha. Esto abre la posibilidad<br />
de pensar que el poeta está en las dos posiciones y que, por lo tanto, forma parte del<br />
pueblo. Los dos últimos versos ponen en práctica el mandato de decir la verdad que fue<br />
enunciado en los dos versos anteriores. Con el vocativo “Pueblo”, Dávalos quiere llamar<br />
su atención para marcarle el rumbo. Subyace aquí una visión sarmientina de la<br />
educación, entendida como dadora del poder liberador. Pero el verso último recuerda la<br />
necesidad de que esa liberación se apoye en la voluntad individual de alcanzarla.<br />
El tono de denuncia se evidencia también en el ya citado “Juan Contrera”. Este<br />
hombre-símbolo está marcado por la resignación que expresa a través del insulto, por su<br />
ubicación en la ciudad, y por su alcoholismo, propio de las cantinas, que es el único<br />
lugar donde puede ser oído:<br />
Madruga expectorando sus carajos,<br />
trasminando amarga nicotina.<br />
Su púlpito es la cárcel o la esquina<br />
donde ventila rabias y gargajos.<br />
Siempre fue mal pagado su trabajo<br />
por eso busca alivio en la cantina,<br />
orillera tribuna de doctrina<br />
donde purgan sus quejas los de abajo.<br />
78
La caracterización se agrava en la tercera estrofa, cuando se menciona que Juan ha<br />
sido víctima de la violencia policial, que lo castigó sistemáticamente “guasqueándolo<br />
sin asco y con alambre”. Juan sufriente, olvidado, es abandonado por sí mismo, pero no<br />
por el poeta, quien asume como un abogado su defensa y lo justifica en la estrofa final,<br />
exponiendo su indignación por el trato que Juan ha recibido:<br />
¡Cómo pretenden que no sea malo,<br />
si ya se ha vuelto cascarudo el palo<br />
viviendo a la intemperie y muerto de hambre!<br />
3.1- Los rituales en la poética de los oficios manuales<br />
En el marco de los oficios manuales, algunos de los rituales anteriormente<br />
descriptos se reiteran, aunque también aparecen otros.<br />
El primero de ellos es el ritual de la sanación al que aspira con su venta ambulante la<br />
protagonista de “La marchanta”. En la primera estrofa el enunciador revela el destino<br />
incierto de la mujer, que “viene y se va”. A partir de la segunda estrofa, y hasta el final,<br />
es la misma marchanta la que pregona las virtudes curativas de los productos que<br />
ofrece. Ellos tienen “(…) una esencia medicinal/ para curar el alma/ y el cuerpo mismo<br />
de todo mal”. En la última cuarteta, el poder reanimador está concentrado en la<br />
“coquita” y en la “piedrita del caracol”. La marchanta es la que conoce las capacidades<br />
de los elementos naturales y cómo ellas pueden beneficiar al hombre. En la estrofa final<br />
la vendedora se ofrece directamente al oyente con la expresión coloquial que reúne un<br />
pronombre de objeto indirecto y uno de objeto directo: “Te lo traeré «coquita»/ y la<br />
«piedrita del caracol»/ donde duerme enroscada/ la enamorada fuerza del sol”.<br />
Así como el poeta crea a través de la palabra, algunos de los trabajadores manuales,<br />
específicamente los artesanos, actualizan el rito de la creación. No producen artesanías<br />
en serie como el obrero de una fábrica, sino que dan vida a un nuevo ser a través de la<br />
materia prima que sea.<br />
79
En primer lugar, analizaremos este ritual en “La ollera”, que comparte con la<br />
protagonista de “La marchanta” el oficio de la venta ambulante, aunque es también<br />
alfarera. La ollera se presenta en la primera estrofa mostrando qué es lo que vende. De<br />
todas maneras, la olla que ella ofrece solo adquiere un sentido utilitario en los cuatro<br />
versos de la tercera estrofa:<br />
Señora patroncita, le vendo una ollita<br />
para que se luzca su cocinerita.<br />
Ollita de barro, panzona y chiquita<br />
donde se conserva muy fresca el agüita.<br />
Los dos primeros versos de este conjunto se repiten a manera de estribillo después<br />
de la quinta estofa y los dos últimos, varían. Es de notar que esta concepción práctica de<br />
la olla solo se da cuando la mujer se dirige a otro. No es ella quien la concibe así, si no<br />
el potencial comprador. Aunque este comprador no pueda apreciar todo el valor<br />
simbólico de la olla, la vendedora le habla con un tono de respeto y de cariño que se<br />
evidencia en el diminutivo “patroncita”.<br />
En todo el resto del poema, la ollera muestra qué significa para ella el fruto de su<br />
trabajo. El barro es el hijo que ella no pudo tener. Aunque la expresión “Dios no me ha<br />
dado hijos/ para acariñar (…)” pareciera suponer una queja hacia el ser supremo, esta<br />
idea se diluye con la pareja de versos que cierra la estrofa: “(…) pero me ha dado el<br />
barro/ para acariciar”. Así, Dios le restituye, mediante el barro, su don creador, el que<br />
no pudo poner en la maternidad, pero que puede ver realizado en el manejo de la tierra.<br />
Al mismo tiempo, el resultado del trabajo que es el barro con su forma nueva, es el<br />
camino de la redención de la artesana. Por él, ella se libera: “(…) ollitas donde mis<br />
manos vuelan a la eternidad”; y alcanza el sustento material para su vida:<br />
Pan de mis días solares,<br />
alas de la libertad,<br />
donde mi vida se entrega<br />
donde mi alma se da.<br />
80
Esta imagen de entrega que se ve en los dos versos finales recuerda el sacrificio de<br />
la crucifixión de Cristo, que luego aparecerá en otros poemas. La vida de la ollera se va<br />
en su trabajo, en cada olla está puesta toda la esencia de la mujer. Como Dios la crea a<br />
ella, ella crea a partir del barro para elevarse a lo absoluto, a lo infinito:<br />
Desde muy guagüita<br />
guachita quedé,<br />
levantando el barro<br />
yo me levanté.<br />
La imagen de la elevación adquiere una relevancia significativa. El barro es, no solo<br />
la materia prima, sino también el origen común de la vasija y de la mujer. Provienen de<br />
la misma aparente pobreza y humildad, pero por medio de esa tierra mezclada con agua,<br />
la ollera puede recuperar su valía y su dignidad.<br />
La estrofa final funciona como una consigna de afirmación de la propia identidad<br />
que se fue construyendo a lo largo del poema:<br />
Me’i de hacer famosa ya dicen por áhi 55 ,<br />
soy, para servirle, Bartola Alancay.<br />
No es casual que el anuncio de la marchanta se cierre nombrándose a sí misma. El<br />
poema pretende mostrarla tal cuál ella es, y nada la define mejor que su propio nombre.<br />
El hecho de que el título lleve el de su oficio se justifica en el vago conocimiento que el<br />
resto tiene de ella. Es ese conocimiento imperfecto, el ajeno, el que pretende completar,<br />
a partir de su sano orgullo, cuando se expresa.<br />
En “Barro” se reitera la imagen del artesano creador. Es en este caso el Anselmo el<br />
que da al barro una nueva entidad. Comparado con el viento helado que “Sube cuajando<br />
los ríos”, el silbido de Anselmo se convierte en una herramienta con la cual moldea la<br />
forma deseada. En este sentido, el barrero puede elegir cómo direccionar el viento,<br />
55<br />
“La ollera” no aparece reproducido en ninguno de los libros del corpus. De todas maneras, como ya<br />
aclaramos, aparece registrada a nombre de Dávalos en SADAIC. La letra de este huayno fue obtenida de<br />
la desgrabación de las versiones, idénticas entre sí, de Julia Elena Dávalos, hija de Jaime, y de Josué<br />
Escudero. La entonación de esta palabra exige esa grafía, dado que tiene que rimar con el apellido de la<br />
artesana, mencionado al final del verso siguiente. Así lo pronuncian también los cantores que la han<br />
grabado.<br />
81
como si fuera el dios Eolo soltándolo de acuerdo a su voluntad. La corriente de aire<br />
natural, furiosa, deforma el río, lo convierte en un “árbol de hielo acostado”. Anselmo,<br />
por el contrario, tiene una actitud de espera y de suavidad:<br />
Anselmo en la cancha mina<br />
amasa paciente el barro.<br />
En el azadón palpita<br />
su fuerza de nervio manso.<br />
Por esta disposición que Anselmo muestra es que el barro se vuelve maleable y se<br />
deja adaptar según él lo desee:<br />
Y el silbido de Anselmo<br />
se hace aguja y va enhebrando<br />
vientos filosos que cortan<br />
la pulpa dócil del barro.<br />
El poder creador de los artesanos también se refleja en “Telero”. La enunciación<br />
dirigida a la persona que lleva a cabo el oficio domina el poema 56 . Es el sujeto poético<br />
quien describe la persona y el trabajo del “viejo colla” Pedro Escalante, que también<br />
incluye al de su familia: “Tu mujer y tus hijas hilaban los vellones/ de la majada, como<br />
quien hila nubarrones”. El retrato del hombre en cuestión está marcado por el mestizaje<br />
de dos vertientes culturales distintas, la castellana y la indígena, que en él se sintetizan<br />
en la raza criolla. Además, se destacan como notas distintivas dos características<br />
positivas: la calma y la virtud. A la vez, la capacidad creadora se compara con un don<br />
sobrenatural:<br />
El español y el indio a tu cara asomaban<br />
y una serena gracia de patriarca te daban:<br />
el uno con su seca dignidad castellana,<br />
y el otro, con su agreste aristocracia indiana;<br />
56<br />
Cf. página 46.<br />
82
pero los dos, unidos a tus pacientes manos<br />
que en el telar hacía milagros artesanos.<br />
Como ya explicamos 57 , la bondad de Pedro le asegura la docilidad de la naturaleza,<br />
que se entrega dulcemente a sus manos. Esta es la causa de la perfección de sus<br />
confecciones. El grado de excelencia que alcanzan sus “Barracanes y mantas, puyos y<br />
calamacos” es tan alto que todas estas prendas despiertan la envidia en el ojo ajeno.<br />
En la estrofa final vemos nuevamente el mito de la creación del mundo. La energía<br />
creadora del telero es tal que puede restituir el color y el calor de la primavera a pesar de<br />
la oposición de la realidad circundante: la oscuridad y el frío de los socavones mineros.<br />
La primavera construida por el telero es la que hace surgir, en el recuerdo del<br />
enunciador, las “escarmenadas flores”:<br />
De mi memoria surgen escarmenadas flores,<br />
porque tu telar era un arpa de colores<br />
con la que tú sabías crear la primavera<br />
negada al horizonte de la tierra minera<br />
que amortajó de polvo salado tu perfil<br />
¡Pedro Escalante! Viejo telero de Tacuil.<br />
Nuevamente, el poema se cierra con la mención del nombre completo de la persona<br />
retratada. En ese hombre se reúnen todas las condiciones heroicas que las estrofas<br />
anteriores describen. No es cualquiera el que puede vanagloriarse de esa suerte. Pedro<br />
Escalante, que tampoco se vanagloria, es el único que da cuenta de esas condiciones.<br />
En “El alfarero”, Jaime Dávalos se expresa como si él fuera ese artesano que se<br />
dirige a una vasija, la cual aparece metaforizada en una mujer. A través de un trabajo<br />
lento y delicado, el alfarero recrea en el barro cocido las reminiscencias de un tiempo<br />
lejano y la tierra resucita en sus manos. Es a partir de ese momento que el producto<br />
alcanza una entidad humana. En la segunda estrofa, el fuego sagrado del alfarero es<br />
asociado a la prosperidad que se simboliza en el “vientre combado de plenitud futura”.<br />
57<br />
Cf. páginas 55 y 56.<br />
83
El artesano se constituye en amante de esa mujer, a la que no fecunda, sino que le da<br />
vida. La relación con la mujer se sostiene hasta el final. En la última estrofa, el<br />
sentimiento que sus besos provocan es tan profundo que alcanzan el alma del alfarero.<br />
Al mismo tiempo, esos besos poseen un sabor “de polen y tormenta”. Este último<br />
símbolo, el de la tormenta, representa, nuevamente, el símbolo de la fertilidad. Pareciera<br />
estar latente en este poema el mito bíblico de la creación femenina, según el cual la<br />
mujer fue engendrada a partir de la costilla del hombre.<br />
Por último, el ritual de la creación, el que figura con mayor preponderancia en la<br />
obra de Dávalos, también se hace presente en “Esperando”. El protagonista de este<br />
poema, Martín, comparte con otros oficiantes la característica de la calma, pero además<br />
pareciera que Martín trabaja alegre porque canta. Martín, que bien podría ser escultor o<br />
carpintero, posee el genio para transformar la materia natural y darle la forma precisa:<br />
Duro con el combo, duro<br />
y girando el barretín,<br />
se hace el granito aserrín,<br />
con paciencia y sin apuro<br />
en las manos del Martín.<br />
El enunciador nos muestra al hombre esculpiendo a pleno sol mientras en su mujer<br />
encinta va creciendo el hijo de ambos. A la par del crecimiento de este crío, que también<br />
es fruto de su simiente, Martín va perfilando una nueva creación. A pesar del calor que<br />
se evidencia (“Afuera el sol caminando/ por el medio cielo arriba (…)”), Martín trabaja<br />
al ritmo de la alegría que el nacimiento próximo le produce:<br />
Y mientras canta esperando<br />
el hijo, en el socavón<br />
de su sangre en luna viva,<br />
a golpes de corazón<br />
Martín está trabajando.<br />
84
Otro ritual que se plantea en la obra de Dávalos es el de alcanzar la virtud por medio<br />
del trabajo. En este sentido, el trabajo se opone al vicio moral y restituye al hombre su<br />
dignidad. Es a través del desempeño del oficio que el hombre puede, además de superar<br />
sus defectos, redimirse y hasta morir, con tal de darse entero por el sentimiento del<br />
deber que su tarea le imprime.<br />
“Contrabandista” muestra a un hombre arrojado y valiente que se enfrenta a los<br />
malos augurios que la naturaleza manifiesta según ya explicamos 58 . Sin embargo, es<br />
justamente la amenaza circundante la que otorga sentido a la acción ilícita que el<br />
contrabandista lleva a cabo. El valor y la necesidad legitiman el oficio del que trafica<br />
mercadería. Por el trabajo, él mitiga su delito; y el trabajo, aunque irregular, lo hace tan<br />
valioso como a cualquier otro obrero.<br />
Ángel Asencio es el hombre detrás de “Dinamitero”. Ángel Asencio “ya no sirves ni<br />
siquiera/ para el trabajo de apire/ barretero (…)”, le dice el enunciador. Es que la<br />
utilidad del dinamitero es nula desde que la mano se convirtió en el fruto, es decir, en la<br />
consecuencia de manipular explosivos. Manco, el peón no sirve para nada; la mina<br />
floreció en minerales y él está fuera de ella. Al mismo tiempo, su dolor es reconfortado<br />
por el goce que produce la primavera a cielo abierto. El dinamitero sufrió por su<br />
mutilación. Pero esa misma mutilación le provee la tranquilidad de estar lejos de la<br />
mirada de “Doña Muerte”. En premio a su abnegación para trabajar sin medir riesgos,<br />
Ángel Asencio es desde entonces solo un testigo de las labores mineras.<br />
En otros poemas, el trabajo es la vía de redención que aleja del vicio al oficiante y lo<br />
transforma en un hombre virtuoso. En “El vino”, esta bebida alcohólica representa la<br />
perdición del desvalido, del que no tiene cómo alimentarse:<br />
Vino del hambre sin manos<br />
a la orilla del camino,<br />
luto morado del triste<br />
que te tomó por destino.<br />
58<br />
Cf. página 59.<br />
85
¡Vino de la vida dura,<br />
vino en botella y en jarra,<br />
que con la muerte se apura<br />
en la sed de las guitarras!<br />
En la estrofa veintitrés, resuena el consejo que Don Quijote le diera a Sancho antes<br />
de que este asumiera el gobierno ficticio de su anhelada ínsula: “Sé templado en el<br />
beber, considerando que el vino demasiado ni guarda secreto ni cumple palabra” 59 :<br />
El que no es hombre discreto<br />
mejor que del vino se abra<br />
porque él no cumple palabra<br />
y menos guarda secreto.<br />
Pero a partir de la estrofa veintinueve, el enunciador cambia su propósito y convoca<br />
a la mujer a trabajar en la zafra 60 :<br />
Vamos mi amor a la zafra,<br />
vamos para levantar<br />
todo el dulzor de la tierra<br />
cuajado en las fibras del cañaveral.<br />
El dulzor del vino no es reemplazado por el de la caña azucarera, sino por el sabor<br />
salado del sudor que produce el machetear bajo el sol. Y aunque la muerte llegue por el<br />
trabajo excesivo, esa muerte será santificante:<br />
Siento el sudor en mi boca<br />
y el gusto de mi jornal,<br />
59<br />
CERVANTES, Miguel (2004). Don Quijote de La Mancha, San Pablo: Real Academia Española y<br />
Asociación de Academias de la Lengua Española, pág. 872.<br />
60<br />
Algunas de las estrofas de este extenso poema se reiteran casi idénticas en “Vamos a la zafra”,<br />
musicalizada luego por Eduardo Falú.<br />
86
mientras pelando maloja<br />
se come mis brazos el cañaveral.<br />
En estas circunstancias, el amor es el consuelo y el descanso que antes proveía el<br />
vino. Salado por el sudor, sin la dulzura del vino, la miel de la amante cambia la<br />
amargura por una dulzura nueva:<br />
Hacho los tallos jugosos<br />
lanzas que forja el calor<br />
tus ojos de miel oscura<br />
sobre mi amargura gotean su amor.<br />
Cuando me dobla el cansancio<br />
del surco devorador,<br />
cuaja la noche en tus ojos<br />
melaza estrujada de tu corazón.<br />
En la cuadragésima estrofa queda patente que el trabajo provee el alimento, pero<br />
antes que nada, otorga al hombre la dignidad, que es incluso más importante que el<br />
alimento. Por eso, en el segundo verso lo primero que se eleva no es el pan, sino la<br />
sangre:<br />
De sol a sol en el surco<br />
levanto cantando la sangre y el pan,<br />
cae el sudor en mi boca<br />
hachando la sombra del cañaveral.<br />
En “La Puna”, el sacrificio del minero que forma parte de ese paisaje característico<br />
de la región andina, es comparado al padecimiento del Cristo crucificado. La asociación<br />
87
del sufrimiento del minero con el símbolo de la cruz propone una imagen martirizada<br />
del obrero, el que no renuncia al trabajo, ni siquiera en esa condición doliente:<br />
El polvo cava el pulmón<br />
y los ojos del minero,<br />
el polvo es sepulturero<br />
y no tiene corazón.<br />
Cuando se quede sin él…<br />
cuando se quede sin mí…<br />
¿Qué hará Dios solo en el cielo<br />
sin sangre donde morir?<br />
La muerte progresiva que avanza en la primera de las estrofas reproducidas justifica<br />
el sacrificio de Cristo en la cruz. Pero, en la segunda estrofa, la muerte consumada del<br />
minero provoca que Dios ya no tenga por quién dar su vida, como lo expresa la<br />
pregunta retórica de los versos finales.<br />
Mucho más adelante, en la trigésima estrofa, el trabajo implica para el minero la<br />
conciencia de sí mismo y entonces es redimido por él:<br />
El minero bajo el cerro<br />
siente que cava su corazón,<br />
donde el oro al final<br />
es silencio devorador.<br />
En “Vamos a la zafra”, que surge de las coplas del poema “El vino”, las estrofas<br />
uno, dos y cinco expresan la predisposición al trabajo del cosechador de la caña de<br />
azúcar. La primera estrofa muestra cómo la familia del oficiante también está asociada<br />
al trabajo. Al mismo tiempo, en ella se destaca la importancia de la esencia de la caña y<br />
no del producto en sí:<br />
88
Vamos, mi amor, a la zafra,<br />
tenemos que levantar<br />
todo el dulzor de la tierra<br />
cuajado en la fibra del cañaveral.<br />
En la segunda cuarteta de la zamba, el enunciador se dispone a trabajar lo que sea<br />
necesario, por eso propone a su amada: “De sol a sol en el surco/ trabajaremos los dos<br />
(…)”. Mientras ambos trabajan, su vientre es el depositario de la simiente del varón y su<br />
embarazo es promesa de continuidad en el destino del oficio: “(…) mientras madura en<br />
tu entraña/ el hijo cañero que tengo con vos”.<br />
El estribillo describe de forma detallada el momento preciso del ritual: el corte de la<br />
caña. Aquí, el machete es una herramienta que pareciera formar parte del cuerpo del<br />
zafrero. El trabajo, en tanto, genera la vida, la conserva y le da sentido:<br />
Cuando voleo el machete<br />
tajando la sombra del cañaveral,<br />
en 61 el sudor la simiente<br />
salando caliente mi sangre y mi pan.<br />
En la quinta estrofa, la virtud recuperada en el trabajo se sobrepone al vicio del<br />
alcohol y produce en el cosechero la urgencia por volver a la labor, aunque ella<br />
implique pasar todo el día en la zafra:<br />
Ya no creo en el desquite<br />
que buscaba en el alcohol.<br />
Vamos, mi amor, a la zafra<br />
me queman las ganas de hachar sol a sol.<br />
“Gregorio Guanca” es otro poema donde el obrero trabaja perseverante ante la<br />
proximidad del peligro que se anuncia “En los ojos de las llamas…” donde “…crece un<br />
61<br />
Tanto Eduardo Falú, como Los Fronterizos cantan es el sudor la simiente. Jorge Cafrune cambia<br />
también sombra por fibra.<br />
89
nublado de miedos”. Ante este panorama solo el vicio puede ayudar a sortear la<br />
amenaza del cielo encapotado. El vicio, más necesario que perjudicial, es la<br />
consecuencia del trabajo excesivo, pero nunca se impone sobre él:<br />
¡Que no te agarre el granizo!<br />
¡Que no te encuentre durmiendo!<br />
Alcohol, coca y cigarrillos<br />
dale a comer a tu sueño.<br />
Encontramos un cuarto ritual que se reitera en los oficios manuales. “Rastreador”,<br />
“Llanura cereal”, “Romance del molinero”, “La torna” comparten el rito de la<br />
consecución y creación del alimento para dar sustento a la vida. También se puede<br />
observar este mismo rito en “El vino”, como ya vimos que sucede en la estrofa<br />
cuarenta 62 .<br />
Saciar el hambre es el objetivo que persiguen el rastreador y el peón golondrina en<br />
los dos primeros poemas. Si bien el rastreador 63 tiene por oficio seguir una huella, en el<br />
poema que lleva su nombre se lo presenta acechando una presa. Así como en otros<br />
poemas el cuerpo es una herramienta de trabajo, aquí el “indio Miranda” se vale de sus<br />
sentidos para seguir a su botín. Mientras en la primera estrofa, que consta de catorce<br />
versos, se describe cómo la naturaleza favorece la caza 64 , en la estrofa final, de solo<br />
cuatro versos, se remata el poema con una imagen que sugiere que el objetivo se ha<br />
cumplido. En ella se reproduce la imagen sonora del disparo del arma de Miranda y<br />
luego es él mismo el que aparece dando inicio al fuego donde la cocinará:<br />
Medio día era en la sombra.<br />
Sonó un tiro de escopeta<br />
y la cuña de Miranda<br />
empezó a frotar la yesca.<br />
62<br />
Cf. página 87.<br />
63<br />
Este es uno de los prototipos de gaucho que Domingo Sarmiento describe en el Capítulo II de Facundo:<br />
“El rastreador es un personaje grave, circunspecto, cuyas aseveraciones hacen fe en los tribunales<br />
inferiores. La conciencia del saber que posee, le da cierta dignidad reservada y misteriosa”.<br />
64<br />
Cf. página 57.<br />
90
“Llanura cereal”, por su parte, expresa la necesidad de traslado de los peones para<br />
alcanzar el sustento material. En esa búsqueda, el enunciador asume la voz de un<br />
jornalero del norte que bajó a los llanos santafesinos para encontrar trabajo. En estas<br />
tierras, impregnadas por la sangre pionera de los gringos, el peón alucina con el paisaje<br />
azul que se visualiza en “La luna sobre el lino”. Se suma entonces él también al<br />
esfuerzo de los trabajadores nativos para ganarse, por sus medios, el pan:<br />
Vengo con los braceros,<br />
cosechadores de tus campiñas<br />
que entre sus brazos alzan<br />
el rubio cuerpo de las gavillas.<br />
De cosecha en cosecha,<br />
adonde vaya busco mi clina<br />
porque como el bracero<br />
yo tengo alma de golondrina.<br />
El molinero del “Romance del molinero” es uno de los que crea el alimento. Para<br />
ello, en su ceguera, goza de la ayuda de la naturaleza, como ya describimos 65 . Su ritual<br />
es indispensable para que pueda hacerse el pan, puesto que él es quien muele el trigo<br />
para obtener la harina. En el sacrificio del oficiante sería posible reconocer la ofrenda<br />
del propio cuerpo que Cristo brinda a sus apóstoles en la última cena. La tercera estrofa,<br />
que tiene función de estribillo, anuncia la prosperidad que aparece simbolizada en el<br />
“corazón del trigo”. Justamente este cereal, es, a la vez, signo de la eucaristía y de la<br />
fertilidad de la tierra. Esta estrofa eleva al molinero sobre la miseria de su condición y le<br />
otorga un destino sacerdotal, marcado por su perseverancia y su humildad:<br />
Molinero, molinero,<br />
los sueños te llevarán<br />
hacia el corazón del trigo<br />
65<br />
Cf. página 56.<br />
91
por el aroma del pan.<br />
“La torna” traza la faena del cosechador en el surco sembrado, también, de trigo. La<br />
segunda y la tercera estrofa señalan la necesidad de aliviar el agotamiento físico a través<br />
del consumo del alcohol: “Alojita fresca/ para cobrar valor (…)”; “Boca de puruña/<br />
dame el corazón (…)”. En la misma tercera estrofa, el amor aparece también como<br />
consuelo para la fatiga. Pero en la quinta cuarteta es donde se pone de relieve el ritual<br />
del trabajo como fuente de alimento. Todas las contrariedades anteriores se diluyen en<br />
pos del deseo sincero y sencillo de llevar comida para los hijos. En esta conciencia del<br />
deber de cumplir con ellos, ya no importa ni siquiera que el trabajo tenga un carácter<br />
circular, casi constante:<br />
Para los changuitos<br />
pancitos del amor,<br />
alcemos el trigo<br />
juntitos sol a sol.<br />
Como el poeta, que a través del acto de nombrar busca permanecer, en los oficios<br />
manuales se advierte la voluntad de rememorar el pasado por medio del trabajo. Así, el<br />
tiempo adquiere un aspecto circular. Esto remite al mito de Sísifo porque el tiempo, sin<br />
solución de continuidad, se repite constantemente.<br />
Los poemas en que se aborda este ritual son “Hachero”, “La hilandera” y “Temple”.<br />
En el primero de ellos, el trabajo viene dado por la herencia sanguínea del padre. La<br />
ocupación del “zurdo Quiñones” le estaba reservada desde su nacimiento, pero antes de<br />
llegar a niño, él era ya un peón. La exaltación del oficiante se da a través de la frase<br />
adverbial “a lo macho” que se utiliza para describir el aprendizaje transmitido por su<br />
padre:<br />
Su tata fue hachero, y desde muchacho<br />
le enseñó a lo macho<br />
a ganarse el pan;<br />
92
y rodaron monte tumbando quebracho…<br />
¡probándose el pulso con el guayacán!<br />
En la batalla imaginaria frente al rigor de la naturaleza, el hachero sale victorioso,<br />
transformado en un héroe. La idea se profundiza en las dos estrofas finales, donde el<br />
enunciador hace referencia a la persistencia del hachador para continuar con su trabajo.<br />
En primer lugar, Quiñones “Hachó hasta que la carne se le volvió leña”, pero además<br />
perseveró en su deber entregando todo lo que su cuerpo pudo: “(…) cuando echaba el<br />
resto volteando madera:/ ¡postes y durmientes de ferrocarril”.<br />
“La hilandera” muestra al trabajo como única medida del tiempo. Es decir, el trabajo<br />
religa origen y destino, pero a la vez funciona como un resguardo de la memoria. Por<br />
esto es que la herramienta, en este caso el hilo, se convierte en parte del cuerpo de la<br />
mujer, puesto que forma parte inseparable de su vida. Esta idea evoca a las parcas<br />
griegas, las tejedoras míticas que cortaban el hilo de la vida de los mortales. En este<br />
sentido es que el hilo es un utensilio, pero también un símbolo de la vida. La cuarta<br />
estrofa descubre las virtudes de la coca y el alcohol para rememorar antiguos ayeres y<br />
sumarse al ejercicio de revivir el pasado. La memoria aparece también asociada al<br />
tejido, en tanto puede desenredarse o deshacerse al tiempo que se evoca lo que ya pasó.<br />
La última estrofa contiene la idea central de este poema. Aquí se anuncia que no hay<br />
muerte posible mientras haya hilo, esto es, mientras haya trabajo. Lo cual, a su vez,<br />
implica que no va a faltar el trabajo mientras la mujer tenga vida:<br />
Ay, hilito de la vida<br />
como la baba del diablo,<br />
no te cortes mientras haiga<br />
lanita para ir hilando! 66<br />
Benigno, nombrado en “Temple”, es el herrero de una mina, “el que templa los<br />
barrenos”. Ya hemos dicho que el encomio hacia él se da a través de la descripción de<br />
66<br />
En el texto no aparece el primer signo de exclamación. Por la interjección inicial, es evidente que<br />
correspondería ubicarlo al principio de la cuarteta.<br />
93
su persona y de su tarea 67 . Sin embargo, el ritual de la permanencia se evidencia en las<br />
estrofas finales. Su conocimiento del arte de templar otorga vida a los taladros que<br />
luego se enterrarán en la roca en busca de los metales preciosos. Esos taladros son<br />
personificados por el poeta, pero antes fueron personificados por el herrero. En el<br />
incesante movimiento del martillo engendrando nueva vida en el metal, Benigno<br />
prolonga indefinidamente su tiempo. Esta idea se logra por medio de la imagen auditiva<br />
del eco de una campana:<br />
Tañe Benigno a martillo<br />
en el yunque, campanero,<br />
hasta forjar sonoroso<br />
su corazón en el eco.<br />
Al mismo tiempo, esta imagen permite pensar que, tal cual se advierte en “La<br />
ollera”, el trabajo funciona como una vía de la concientización de la propia identidad.<br />
Hay por lo menos un oficio manual que también es un canal para ir en busca de<br />
lo originario, de lo absoluto para lograr trascender la duración de la vida terrena. De esta<br />
manera sucede en “Canción del jangadero”. En un breve texto que, en algunas<br />
grabaciones 68 , precede a la canción, Dávalos anuncia el respeto que le inspira la tarea de<br />
estos balseros. En “la explanada viva de un obraje o un puerto”, a orillas del Paraná,<br />
“donde se arman las balsas para fletar madera (…) nace la épica vida del jangadero”.<br />
Otra vez el poeta iguala al trabajador con un héroe. Más meritorio se hace su trayecto de<br />
un puerto a otro dado que al jangadero lo persigue “la Mbo’i tatá, golosa, viborón de la<br />
fiebre y el hambre, legendaria”. Es este animal mitológico una serpiente de fuego,<br />
propio de las culturas aborígenes del norte de nuestro país y zonas aledañas, que, según<br />
la leyenda, come los ojos de las personas. Además de la ceguera, otras consecuencias de<br />
encontrarse con el Mbo’i tatá podrían ser la locura o la muerte. Con ese escollo de por<br />
medio, el destino del jangadero también se hace circular: “Ir más allá, flotando, se<br />
vuelve un desafío del destino su vida a una pasión jugada. Navegar río abajo y volver<br />
río arriba para emprender de nuevo su viaje a la deriva”. Hecha esta mención<br />
insoslayable, vemos ahora cómo se expone el ritual en el poema. El oficiante expresa<br />
67<br />
Cf. página 47.<br />
68<br />
Este texto se escucha en voz del mismo Jaime en su disco “Poemas y canciones”, del sello Microfón.<br />
94
satisfacción por el trabajo. Por su parte, el trabajo y la vida conviven hasta el punto tal<br />
que uno y otra se confunden. En la última estrofa se percibe la circularidad del tiempo<br />
porque el trabajo “banda a banda, sol y luna” es eterno, de una punta a la otra del río, de<br />
día y de noche. Esto abona la idea de que el trabajo y la vida son la misma cosa. El<br />
estribillo, por su parte, revela el deseo del jangadero de encontrar su origen. En este<br />
sentido, el hombre está asociado a la imagen del río, elemento que las civilizaciones<br />
primitivas relacionaban con el transcurso del tiempo:<br />
Jangadero… Jangadero…<br />
Mi destino por el río es derivar<br />
desde el fondo del obraje maderero<br />
con el anhelo del agua que se va. 69<br />
El último de los rituales que abordaremos en la obra de Jaime Dávalos es el del<br />
oficio manual como medio para restituir la justicia y hermanar al hombre. “Temor del<br />
sábado” es, en este sentido, un poema de denuncia social. Allí el vino posee un carácter<br />
redentor:<br />
(El patrón sabe…)<br />
Que enroscado en las cuevas de la sangre,<br />
les hallará el silencio,<br />
el oscuro silencio de la piedra<br />
que come sombra socavón adentro.<br />
Que volverá morado con bagualas<br />
del fondo de los huesos,<br />
su voz, golpeando dura como un puño<br />
en el tambor del pecho.<br />
69<br />
En el libro, solamente esta estrofa está en cursiva, así la transcribimos.<br />
95
En el vino se oculta un don revelador que fecunda la sangre del minero y lo subleva<br />
para reclamar lo que merece por su trabajo. Insuflado su ánimo por el vino, el obrero es<br />
capaz de enfrentar al patrón. Este, a su vez, pretende sofocar los reclamos proveyendo al<br />
peón de otros vicios. El temor que se anuncia en el título es el miedo que el patrón le<br />
tiene al vino, su enemigo por ser amigo del minero. El estado infausto de la pobreza es<br />
entonces volcado hacia lo fasto a través del vino.<br />
“La Zamba de los mineros”, como bien advierte Noemí López 70 , posee numerosas<br />
similitudes con “Temor del sábado”. En esta zamba, que musicalizó Gustavo “Cuchi”<br />
Leguizamón, el enunciador se expresa en primera persona. Sin embargo, la identidad<br />
que parece delimitarse en la segunda estrofa, se difumina en la cuarta cuando la misma<br />
voz afirma “Yo no sé, yo no soy,/ andoy porque andoy nomás”. Esta indefinición es<br />
semejante a la que se observa en la “Vidala del nombrador”. La voz del enunciador es,<br />
de este modo, la voz popular, la de los mineros, desde quienes habla. También por esa<br />
voz que habla en el poema, el minero permanecerá vivo después de la muerte: “(…)<br />
cuando a mí me pille la muerte/ tan solo la zamba me recordará”. Pero no solo él se<br />
mantendrá con vida, sino todos los mineros 71 . En el paralelismo de los dos versos<br />
finales del estribillo se oponen claramente las dos posibilidades del destino del minero:<br />
¡La zamba de los mineros!<br />
¡Tiene solo dos caminos!<br />
Morir el sueño del oro,<br />
vivir el sueño del vino.<br />
Por un lado, el destino prometedor, quimérico, imposible del oro. Por el otro, el<br />
camino triste, real, posible del vino. Justamente en el estribillo se pone en juego el ritual<br />
de la búsqueda de la justicia. La misma justicia que se insinuaba en el vino y alteraba al<br />
patrón en “Temor del sábado”, es la que demanda este yo lírico que se compenetra con<br />
los mineros y habla como uno de ellos.<br />
70<br />
http://www.revistaafuera.com/articulo.php?id=69&nro=8<br />
71<br />
Un destacado geólogo de la ciudad de Salta, Ricardo Alonso, cuenta cómo esta zamba se convirtió en<br />
un “himno” de los mineros en un artículo que escribió para el diario EL TRIBUNO:<br />
http://www.eltribuno.info/jaime-davalos-y-su-zamba-los-mineros-n77708<br />
96
Otra forma de denuncia se percibe en “Vamos a la zafra”. Entre su lucha por<br />
evadirse del alcohol para dedicarse exclusivamente al trabajo, el zafrero le pide a la<br />
mujer que dé a luz “para yapar el jornal”. Esto implica tácitamente que lo que él recibe<br />
por su trabajo no alcanza para mantenerse. La dignidad del oficiante no está dada por<br />
sus posesiones materiales, sino por el esfuerzo denodado de seguir pese a que su salario<br />
no es suficiente. Se anticipa en ese pedido el destino del hijo: practicar el mismo oficio<br />
que su padre. En una aparente declaración de inocencia, el zafrero omite decir que es<br />
necesario aumentar la ganancia por una cuestión económica. Prefiere, en cambio,<br />
referirse a una razón física: “(…) porque quemando 72 mal hoja/ se come mis brazos el<br />
cañaveral”. Aunque no menos real, esta causa disimula la necesidad material del<br />
trabajador. La queja corporal le sirve para justificar su pedido a la esposa. Pero ese<br />
pedido se transforma en un reclamo hacia el patrón, el responsable de pagar un salario<br />
proporcional al empeño del zafrero.<br />
“Soñando con la cosecha” muestra esta misma voluntad de hacerse oír por parte del<br />
enunciador. Este comienza renegando por estar condenado al silencio por parte de los<br />
dueños de la tierra que él trabaja; su trabajo, más que liberador como hemos visto en<br />
otros casos, parece esclavizador. El cosechador sueña con la quimera de que esa tierra<br />
algún día le pertenezca: “¡Si fuera mío el rastrojo!”. Este reclamo sin tiempo, pues sus<br />
antepasados ya habían sido sometidos, se asemeja a la expresión de Atahualpa<br />
Yupanqui en “Coplas del payador perseguido”: “Algunos trabajan de trueno/ y es para<br />
otros la llovida”. Hacia el final, el vino, otra vez, aparece como la posibilidad de dar<br />
cauce al reclamo del cosechero y devolverle su dignidad.<br />
Por último, en “La obra”, Dávalos pareciera querer igualar la dignidad de los<br />
obreros por medio del trabajo. Es el trabajo el que redime y hermana a los<br />
desfavorecidos. Sin embargo, frente a los avariciosos que solo piensan en el beneficio<br />
material, los humildes aparecen como ingenuos. Esta visión no debe entenderse como<br />
una mirada despectiva. Por el contrario, como ya se expuso en “El telero”, lo que<br />
importa para elevar al hombre no es su posición económica ni su deseo de progreso,<br />
sino su honestidad y su sacrificio. Debido a la ambición de “algún capitalista”, el<br />
edificio en construcción crece y se multiplica “como un cáncer reacio”, enfermando el<br />
paisaje circundante. Esta oposición que se plantea entre el trabajo honrado y<br />
72<br />
Jorge Cafrune canta porque cortando maloja…<br />
97
desinteresado de los obreros y la soberbia y codicia de los ingenieros habilita al<br />
enunciador a preguntarse en la estrofa final qué es lo que pretende de eso Dios:<br />
¿Iremos a la luna con plomada a nivel?<br />
Dios auspiciando el caos su misterio recobra<br />
o la desdicha humana repite en toda obra<br />
bíblico desconcierto, la torre de Babel? 73<br />
Dávalos recurre al mito de la torre de Babel, aquel edificio que los hombres querían<br />
erigir para igualarse con Dios al principio de los tiempos. Por este motivo, los hombres,<br />
hasta entonces hermanados bajo un mismo lenguaje, fueron dispersados y cada uno<br />
empezó a hablar en distintas lenguas de manera tal que no pudieran comunicarse. Los<br />
obreros, quienes “gozan la deportiva comunión de las manos”, están ajenos a la división<br />
pretenciosa, que sí confunde en su orgullo a “los que vendieron sus almas al demonio/<br />
por tener tras la muerte vivienda asegurada”.<br />
4. El arquetipo del oficiante en Jaime Dávalos<br />
A lo largo de este capítulo hemos intentado rastrear cómo se construye la imagen del<br />
trabajador en el marco de su oficio. El arquetipo que se advierte al revisar las distintas<br />
variables que fuimos analizando -enunciador, relación con la naturaleza y rituales-, nos<br />
muestra a un sujeto -a veces femenino, aunque mayormente masculino-, consciente de<br />
su propia valía, sanamente orgulloso del oficio que desempeña y dueño pleno de una<br />
herencia laboral y cultural que ha recibido de sus antepasados, más o menos directos. Al<br />
mismo tiempo, como ya señalara Mercedes Puló, el hombre de la tierra que canta Jaime<br />
Dávalos es “el hombre arraigado, el hijo de la tierra que reconoce su filiación”. En este<br />
sentido, el contexto condiciona al hombre por la incidencia de lo natural en su vida.<br />
Ninguno de los oficios abordados por Jaime Dávalos se explica sin la presencia cercana<br />
y activa de la naturaleza. Con mayor o menor grado de influencia, ella aparece<br />
condicionando, para bien o para mal, en vegetación o en minerales, en tierra o en agua,<br />
en felinos, caballos, pájaros o peces, el trabajo del hombre. Por esa filiación, por esa<br />
unión determinante, que no debe entenderse como determinista al estilo de Sarmiento, el<br />
73<br />
En el original falta el primer signo de interrogación que, evidentemente, va abriendo el segundo verso.<br />
98
hombre otorga a la naturaleza un rol central, la respeta, la venera y procura ser justo con<br />
ella, así como ella se le revela generosa en muchas ocasiones. El trabajador es, por todo<br />
esto, una extensión del paisaje natural.<br />
El oficiante de Jaime Dávalos es un hombre sincero, sencillo, solidario, humilde,<br />
que aun en la pobreza prefiere trabajar antes que vivir de vicio. Su esperanza está puesta<br />
en la posibilidad de la trascendencia a partir del sudor puesto en las obras terrenales. Por<br />
el trabajo, el obrero llega a la satisfacción de su deber. Para Gregorio Guanca, Bartola<br />
Alancay, Sebastián Puca, Benigno, Miranda, Froilán, Ángel Asencio, Martín, Anselmo,<br />
el zurdo Quiñones, Pedro Escalante y Jesusa Quiroga el oficio de cada uno es su vida, y<br />
forma parte de la esencia individual, de la misma manera que su cuerpo o que su<br />
nombre. El hecho de que Dávalos no cite el nombre de los demás oficiantes no se debe a<br />
un olvido. Al contrario, en el nombre del oficio reúne a todos. Los que sí tienen nombre,<br />
apellido, o ambas cosas, son los que él conoció, personas de carne y hueso que le<br />
inspiraron un homenaje, como sus colegas artistas, más lejanos o más cercanos, a<br />
quienes también cita: Juan Carlos Dávalos, Pablo Neruda, José Hernández, Juan<br />
Alfonso Carrizo, Jaime Torres, Eduardo Falú. En todos los casos, el oficio otorga a<br />
quien lo desempeña la consciencia de sí mismo y direcciona el alma hacia su origen,<br />
para que con él se religue.<br />
Si bien ya lo hemos referido, hay un poema que parece reunir todas estas<br />
características que son comunes, sino a todos, a la gran mayoría de los oficiantes<br />
descriptos por Dávalos. Se trata de “Tierra heroica”. Allí, Jaime enaltece a los hijos de<br />
la tierra. Ellos son los herederos de este carácter heroico que se forjó a partir del<br />
cumplimiento leal al mandato impuesto por la historia. Ahora bien, no podrían<br />
explicarse los hijos sin la tierra que los cobijó desde siempre. Es en esa misma tierra<br />
donde los habitantes van labrando su futuro, conscientes de la fugacidad de la vida, pero<br />
descansando en la fe de una ulterior reivindicación. Cantándoles a todos ellos, Jaime<br />
Dávalos, cuya voz se asoma en la enunciación en primera persona, asume un rol<br />
paternal y de guía para sus conciudadanos con el fin de encaminarlos hacia su libertad.<br />
Las cuatro estrofas finales, que reproducimos a continuación, refrendan todo lo<br />
expuesto en este último apartado:<br />
Canto a tus pobladores tierra mía<br />
a tus peones y maistros artesanos<br />
99
a todos los que viven por sus manos<br />
porque sólo ellas dan liberación<br />
A la honesta pobreza y su alegría<br />
que es un florido gaje del oficio<br />
del hombre que no sabe estar de vicio<br />
y hace de su trabajo, religión.<br />
A aquel que sin hablar de señorío<br />
sirve a su servidor humildemente<br />
y hasta en su carne como propia siente<br />
la afrenta de la ajena humillación.<br />
Y al que sin adular al pobrerío<br />
le dice la verdad aunque le duela.<br />
Pueblo: tu libertad está en la escuela<br />
con la conciencia de tu redención.<br />
100
CONCLUSIONES<br />
Hasta acá hemos analizado un aspecto que nos parece central en la obra de Jaime<br />
Dávalos.<br />
Habiéndonos situado en la perspectiva de la hermenéutica, procuramos rastrear en el<br />
corpus la emergencia de las categorías seleccionadas antes de comenzar el análisis. Es<br />
así como pudimos descubrir la relación ritual que el oficiante -y el poeta es el primero<br />
de ellos- establece entre lo terrenal y lo trascendente. Pero, al mismo tiempo, esa<br />
relación está íntimamente asociada al lugar que adopta Jaime Dávalos como mediador<br />
entre lo popular, que recupera de la tradición de su región, y lo culto, que crea a partir<br />
de su vocación nombradora y su profunda imaginación artística. Detrás del yo poético,<br />
más cercano, o más lejano a él mismo, resuena un poeta que permitió ser tomado por la<br />
voz de su pueblo, para hablar por él.<br />
Creemos que, efectivamente, la creación y recreación de Dávalos sobre los oficios y<br />
las personas que los practican tienen como finalidad rescatar de sus lugares de origen a<br />
los distintos artesanos y obreros para llevarlos al público lector y, de esa manera,<br />
hacerlos presentes mediante el reconocimiento y la consagración de su esfuerzo y su<br />
labor. Cabe recordar que entendemos por creación a la obra poética que Dávalos<br />
construye a partir de su imaginación, y por recreación al retrato que poeta elabora sobre<br />
las personas y sus oficios desde la realidad que observa. Esta representación, a su vez,<br />
se da:<br />
a) por la voz de un enunciador que, más lejano o más cercano, siempre establece<br />
una conversación con los oficiantes y sus tareas, o directamente les presta su voz<br />
para que ellos se expresen.<br />
b) por la unión con la naturaleza con el fin de recuperar un vínculo real y<br />
definitivo con ella.<br />
c) por la vinculación con lo trascendente y lo absoluto confiriéndole al trabajo un<br />
carácter ritual.<br />
Tanto la configuración de las personas y de los oficios como la perspectiva<br />
antropológica que aquella evidencia quedan plasmadas, finalmente, en el último<br />
apartado que sintetiza qué figura arquetípica se va elaborando a lo largo del análisis y<br />
que se condensa en los versos ya citados de “Tierra heroica”:<br />
101
A la honesta pobreza y su alegría<br />
que es un florido gaje del oficio<br />
del hombre que no sabe estar de vicio<br />
y hace de su trabajo, religión.<br />
Para finalizar es necesario decir que consideramos que este trabajo no agota el<br />
conocimiento sobre la poética de Jaime Dávalos. Creemos que podría ser productivo<br />
poner el tema de los oficios en diálogo con las creaciones de otros autores sobre el<br />
mismo tópico. Es dable esperar similitudes con Jaime Dávalos en las obras del mismo<br />
Manuel Castilla, pero también en las de Luis Landriscina, Atahualpa Yupanqui, Carlos<br />
Di Fulvio, José Larralde o Marcelo Berbel, por ejemplo. Todos ellos han sido<br />
cantautores de mediados y fines del siglo XX y, algunos siguen componiendo incluso a<br />
principios del presente siglo XXI. Aunque pertenecen a distintas regiones a la suya, al<br />
igual que Dávalos, todos recorrieron su tierra y la proyectaron al mundo a través de la<br />
poesía, la narración o la música.<br />
Con respecto a la obra de nuestro autor, la multitud de poemas que han sido<br />
publicados por primera vez en 2011, y cuya datación se desconoce en muchos casos,<br />
haría dificultoso un estudio diacrónico de la obra davaliana para registrar continuidades<br />
y rupturas internas. Sería necesario un estudio que abordara un ordenamiento críticocronológico<br />
de esos textos. Igualmente, hay muchas otras aristas que merecen la pena<br />
ser analizadas con detenimiento, como ser la concepción del amor, la preponderancia de<br />
la imagen de la flora y la fauna autóctonas de su región y la figura de Martín Miguel de<br />
Güemes como héroe distintivo de su tierra.<br />
102
BIBLIOGRAFÍA<br />
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Diálogos: letras, artes y ciencias del noroeste argentino. 1993- ¿?. Salta: Diálogos.<br />
ISSN 0327 – 8700.<br />
106
APÉNDICE<br />
1. BREVE BIOGRAFÍA DEL AUTOR<br />
Jaime Dávalos, tercero de los siete hijos de Juan Carlos y Celecia Elena, nació el 29<br />
de enero del año 1921 en la localidad de San Lorenzo, distante 12 km de la ciudad de<br />
Salta, en la misma provincia. Vivió parte de su infancia, entre los 10 y los 12 años en<br />
Cachi, pueblo de los Valles Calchaquíes salteños. Cursó sus estudios secundarios en el<br />
Colegio Nacional de Salta, donde su padre fue profesor. Al terminar, se trasladó a la<br />
ciudad de Tucumán para estudiar medicina, aunque no concluyó su formación.<br />
Se casa con Rosa Berjman Byrne y en 1944 nace su primera hija, Julia Elena, la<br />
mayor de los cuatro hijos que tuvo con su primera mujer. Por esos años trabaja en el<br />
Museo Provincial de la capital salteña. Junto con Manuel Castilla recorrió su provincia<br />
como titiritero y también fue ceramista.<br />
En el año 1954 se traslada a Mendoza, donde lo acompaña parte de su familia. Entre<br />
1955 y 1960 vive en Buenos Aires y entra en contacto con Miguel Ángel Asturias,<br />
quien prologa uno de sus libros. Por esos mismos años dirige en Canal 7 los programas<br />
“El patio de Jaime Dávalos” y “Desde el corazón de la tierra”. Gracias a este último<br />
ganó un premio Martín Fierro. Esto, sumado al éxito de las canciones que había<br />
compuesto con Eduardo Falú -entonadas para el gran público por Los Fronterizos, Los<br />
Chalchaleros o el mismo Falú- lo había transformado en una figura central en el círculo<br />
de la música popular argentina.<br />
En 1961 se inaugura el festival folklórico de Cosquín. Desde entonces, Jaime<br />
Dávalos participó asiduamente de esta cita popular como animador, o como<br />
acompañante de algunos grupos.<br />
En 1964 el gobierno de la provincia de Salta le adjudica un terreno en El Encón. Allí<br />
proyecta instalar un centro de arte.<br />
Hacia 1966 se instala en Carlos Paz, provincia de Córdoba, donde dirige y anima<br />
numerosas peñas, costeadas muchas veces por él mismo. En esa ciudad serrana conoce a<br />
María Rosa Poggi, con quien tendría sus otros tres hijos.<br />
Retorna a Buenos Aires para vivir en Zárate, desde donde va y vuelve<br />
permanentemente a Salta hasta que muere el 3 de diciembre del año 1981.<br />
107
Ordenada cronológicamente, esta es su obra literaria:<br />
1947 Rastro seco, Salta, Ed. Angulo.<br />
1957 El nombrador, Buenos Aires, Francisco A. Colombo.<br />
1959 Toro viene el río, Buenos Aires, Francisco A. Colombo.<br />
1959 Poemas y canciones, s/d.<br />
1960 Solalto, Buenos Aires, Ed. La verde rama.<br />
1962 Canciones de Jaime Dávalos, s/d, Ed. La estrella.<br />
1967 Coplas y canciones, Buenos Aires, Ed. El retoño.<br />
1967 Canciones 1944-1966, s/d, Ed. La reja.<br />
1974 Cantos rodados, Buenos Aires, Ed. Lagos.<br />
1980 Cancionero, Buenos Aires, Torres Agüero editor.<br />
Y las obras póstumas son:<br />
1987 Coplas al vino, Rosario, Fundación Ross.<br />
1987 Poesías inéditas, s/d, Ed. Codex.<br />
2011 El nombrador, Buenos Aires, Ed. Fabro. Esta obra se reeditó en el año 2014 para<br />
el Ministerio de Educación de la Nación.<br />
108
2. POESÍAS INCLUIDAS EN EL CUERPO DE ANÁLISIS<br />
De El nombrador (2014)<br />
EL VENDEDOR DE TIERRA<br />
VENDE la tierra del cerro,<br />
vende el humus renegrido,<br />
vegetal carne de monte,<br />
negro rastro humedecido.<br />
Gotea arcilla la cara<br />
Y el cabello como un nido.<br />
Sobre el saco empavonado<br />
tiene un coleóptero brillo.<br />
Cincuenta pide por bolsa<br />
y nunca tiene sencillo.<br />
Sobre su mano raigosa<br />
el peso es un papelito.<br />
Es un hombre, una quimera,<br />
es un pájaro o un bicho?<br />
Creo a veces que en la bolsa<br />
trae cadáveres de niños.<br />
109
GREGORIO GUANCA<br />
CORTA tu sal con el hacha<br />
Gregorio Guanca, ligero.<br />
Corta que vienen nublados<br />
allá por el Cerro Negro.<br />
Aunque te sangren las manos<br />
y se te escame el pellejo.<br />
Tienes la tarde en la espalda<br />
y no emprendes el regreso.<br />
En los ojos de las llamas<br />
crece un nublado de miedos.<br />
¡Que no te agarre el granizo!<br />
¡Que no te encuentre durmiendo!<br />
Alcohol, coca y cigarrillos<br />
dale a comer a tu sueño.<br />
LA ADIVINA<br />
TUS años no se podían<br />
de a diez contar con los dedos.<br />
110
Tu cara es una presilla<br />
cerrada de cuero seco.<br />
Fumas tu chala apagoso<br />
-bigotes cenicinegrosy<br />
vas enhebrando en humo<br />
de anís quemado tus sueños.<br />
Por un puñado de azúcar<br />
tus gatos y tus murciélagos.<br />
EL CURANDERO<br />
CUANDO las águilas caen<br />
alzan la pata los perros.<br />
En tu lluvia estaban todos<br />
los sapos barriga al cielo,<br />
el cuchillo en el rescoldo<br />
y quebrados los espejos.<br />
Por lunas de alilicucus<br />
silban bagualas los muertos;<br />
la escoba está tras la puerta<br />
y gritan los tero-teros.<br />
111
Ya no volverás a ver<br />
ni con lagañas de perro.<br />
No podías conjurarlo.<br />
Te apagabas para adentro<br />
Como virque boca abajo<br />
y sin cura por secreto.<br />
Un día te fuiste solo<br />
macheteando selva adentro.<br />
¡Qué paz la de tu destino<br />
con los ojos entreabiertos!<br />
Para morir con tu muerte<br />
había que ser curandero.<br />
CONTRABANDISTA<br />
PARA salir a Los Toldos<br />
vadeaste el rio Condado.<br />
En tu marcha sin espuelas<br />
la noche es cueva de cauco.<br />
112
Hay que tenerlas de tigre<br />
para pasar contrabando<br />
con esa vida hombre adentro<br />
coartada por el presagio.<br />
Presentirán el camino<br />
las orejas del caballo.<br />
Siempre estarán fronterizas<br />
la muerte y el sobresalto<br />
en tu senda amurallada<br />
por estrellas y quebrachos.<br />
RASTREADOR<br />
EL indio Miranda sigue<br />
por el monte una corzuela,<br />
oído que elige el aire<br />
ojo que toca las sendas.<br />
contra el viento reconoce,<br />
rastreador de sangre alerta<br />
un rumor de hojas pisadas<br />
y un olor de bosta fresca.<br />
Entre helechos y lampazos<br />
bajo los cedros rastrea…<br />
113
Que va punteando hojarasca<br />
la pezuña de la presa,<br />
le dicen agujeritos<br />
frescos en la tierra negra.<br />
Medio día era en la sombra.<br />
Sonó un tiro de escopeta<br />
y la cuña de Miranda<br />
empezó a frotar la yesca.<br />
UCUMAR<br />
CUMPA Froilán, no te pierdas<br />
por las picadas del monte,<br />
si por melear moro-moro<br />
se te amontona la noche.<br />
El Ucumar es celoso<br />
y aguaica a los meleadores.<br />
Cumpa Froilán, no es el tiempo<br />
delas mieles todavía,<br />
está la dulzura verde<br />
en los panales con cría.<br />
Y haciéndose sobra y palo<br />
el Ucumar te vigila.<br />
114
Oye el río hablar de muerte;<br />
ya se prendieron los tucos<br />
del Ucumar mira-mira<br />
ojos del monte espinudo.<br />
Llueve pelo de los árboles,<br />
lloran los alilicucus.<br />
Verás pasar por la luna<br />
quebrando el agua los duendes,<br />
y te brotará el silbido<br />
cosquilloso entre los dientes,<br />
para que el Ucumar coma<br />
hilito de miedo verde.<br />
Como el olor de la tierra<br />
el Ucumar va subiendo,<br />
despacito por la sombra<br />
endulzada del melero.<br />
Armado en tierra nocturna<br />
crece detrás de los sueños,<br />
y en el corazón apaga<br />
su colmillo azucarero.<br />
115
TEMOR DEL SÁBADO<br />
EL patrón tiene miedo que se machen<br />
con vino los mineros.<br />
Él sabe que les entra como un chorro<br />
de gritos en el cuerpo.<br />
Que enroscado en las cuevas de la sangre,<br />
les hallará el silencio,<br />
el oscuro silencio de la piedra<br />
que come sombra socavón adentro.<br />
Que volverá morado con bagualas<br />
del fondo de los huesos,<br />
su voz, golpeando dura como un puño<br />
en el tambor del pecho.<br />
Con pupilas abiertas como tajos<br />
le pedirán aumento,<br />
mientras giren quebrando entre las manos<br />
el ala del sombrero,<br />
y los ojos del polvo y pena tristes<br />
les caigan como manchas sobre el suelo.<br />
Hay que esconder el vino entre cerrojos,<br />
el vino pendenciero.<br />
116
Hay que esconder el vino como un crimen,<br />
el vino pedigüeño.<br />
Que ni una gota más caiga en la boca<br />
desierta del minero,<br />
donde el grito se tapa con la coca,<br />
y con alcohol, la sed de amor y besos.<br />
Hay que esconder la primavera en sangre<br />
del vino que descubre los secretos.<br />
El patrón ha mandado que lo guarden,<br />
y se ha vuelto vinagre en el encierro,<br />
de noche tiene vómitos y duendes<br />
de luna que se bañan en su cuerpo.<br />
Los ojos del patrón lo custodiaban<br />
por arriba del sueño,<br />
los ojos del patrón tienen dos ángeles<br />
desvelados de miedo.<br />
DINAMITERO<br />
CÓMO me duele la mano<br />
117
que en el muñón te palpita,<br />
minerito!<br />
Quedó en un pique la mano<br />
hecha flor de dinamita<br />
en el granito.<br />
Ya no sirves ni siquiera<br />
para el trabajo de apire<br />
barretero,<br />
pero ves la primavera<br />
de la boca-mina afuera.<br />
Y que doña Muerte mire<br />
desde el socavón y expire<br />
bocanadas de silencio,<br />
que allá sobre el Moradito<br />
seguirá, liquen del grito,<br />
la mano de Ángel Asencio.<br />
ESPERANDO<br />
DURO con el combo, duro,<br />
y girando el barretín,<br />
118
se hace el granito aserrín,<br />
con paciencia y sin apuro<br />
en las manos del Martín.<br />
Afuera el sol caminando<br />
por el medio cielo arriba,<br />
y su mujer pensativa<br />
ojitos de agua lavando.<br />
Y mientras canta esperando<br />
el hijo, en el socavón<br />
de su sangre en luna viva,<br />
a golpes de corazón<br />
Martín está trabajando.<br />
BARRO<br />
ANSELMO en la cancha mina<br />
amasa paciente el barro.<br />
En el azadón palpita<br />
su fuerza de nervio manso.<br />
Sube cuajando los ríos<br />
el viento de valle abajo,<br />
119
y el Anselmo silba y mezcla,<br />
silba un silbidito largo<br />
que agujerea el silencio por arriba de los ranchos.<br />
¡Chuchuy! que se queda el río<br />
congelado.<br />
Contra la montaña azul,<br />
árbol de hielo acostado…<br />
Y el silbido del Anselmo<br />
se hace aguja y va enhebrando<br />
vientos filosos que cortan<br />
la pulpa dócil del barro.<br />
TEMPLE<br />
BENIGNO está trabajando.<br />
-alto, charcón y morenoes<br />
él en la boca mina<br />
el que templa los barrenos.<br />
Cuando la fragua resopla<br />
120
y sobre el carbón ardiendo,<br />
la llama quiere evadirse<br />
con luminoso aleteo,<br />
en los ojos del Benigno.<br />
el humo es sangre del fuego.<br />
Chisporroteando candentes<br />
salen las puntas de acero,<br />
y en la lanza luz del agua<br />
agarran el temple negro,<br />
que hasta la rama del oro<br />
enterrada en el silencio<br />
llegará comiendo piedra<br />
día y noche en los barrenos.<br />
Tañe Benigno a martillo<br />
en el yunque, campanero,<br />
hasta forjar sonoroso<br />
su corazón en el eco.<br />
DESTINO<br />
DE mínimas heridas lastimado<br />
121
me voy muriendo de a ratos tan ligero,<br />
que me siento lejano y extranjero<br />
del que ayer fuera alegre y confiado.<br />
Tengo un niño en el alma rezagado,<br />
no quiero endurecerme, ay. No lo quiero.<br />
Ni ser mi padre…ni tener sombrero…<br />
sino ser un cantor enamorado.<br />
Quiero permanecer en la tristeza<br />
y en la angustia de andar como los bichos…<br />
perdido por el mundo de la leña.<br />
Llevar como una novia mi pobreza,<br />
y morirme del gusto y el capricho,<br />
de ser un animal que canta y sueña.<br />
TERRENO HERIDO<br />
«Dejadme solo con mi propia<br />
luna en mi terreno herido»<br />
NERUDA<br />
DEJÁDME solo en mi lugar perdido,<br />
dejadme en esta zona dolorida,<br />
122
del amor que comiendo de mi vida,<br />
como una llaga azul en mí ha crecido.<br />
De un antiguo dolor anochecido,<br />
sin piel y con la sangre florecida,<br />
quiero todo mi cuerpo hecho una herida,<br />
donde la luz me duela y el sonido.<br />
Morir de amor y por la luz quemado,<br />
morir ardiendo como muere el vino<br />
a través de la sangre liberado.<br />
Llegar a la canción, es mi destino,<br />
y puesto que para él vine signado…<br />
¡Lleno mi copa de dolor, y vino!<br />
LA TORNA<br />
Vamos a la torna,<br />
nos vamos a cortar<br />
con la hichuna el trigo<br />
que ya maduro está.<br />
Alojita fresca<br />
123
para cobrar el valor,<br />
mismo que la avispa<br />
picantito el calor.<br />
Boca de puruña<br />
dame el corazón,<br />
hacémelo sombra,<br />
sombrerito alón.<br />
Vamos a la torna<br />
del valle Calchaquí,<br />
nos corpacharemos<br />
con locro y harto ají.<br />
Para los changuitos<br />
pancitos del amor,<br />
alcemos el trigo<br />
juntitos sol a sol.<br />
LLANURA CEREAL<br />
Vengo del norte adentro,<br />
a la llanura santafesina,<br />
124
donde cereal y sueños<br />
se hundió en el surco, la sangre gringa.<br />
La luna sobre el lino,<br />
alucinadas marinerías<br />
intentó para el gringo<br />
que en esta tierra se enterraría.<br />
En su fábula de aguas<br />
cantando lloraré<br />
la muerte forestal<br />
del rojo cachapé<br />
que es carne vegetal<br />
de tu tierra solar,<br />
fecunda de Santa Fe.<br />
Vengo con los braceros,<br />
cosechadores de tus campiñas<br />
que entre sus brazos alzan<br />
el rubio cuerpo de las gavillas.<br />
125
De cosecha en cosecha,<br />
adonde vaya busco mi clina<br />
porque como el bracero<br />
yo tengo alma de golondrina.<br />
JOSÉ HERNÁNDEZ<br />
Cuando cae la noche de la pampa<br />
sobre las crines de los pajonales<br />
y tejen las vigüelas la vidala,<br />
el silencio es tu barba, José Hernández.<br />
Cuando crece a lo lejos la tormenta<br />
y se estremece el trébol con el aire<br />
galopa el trueno su malón redondo<br />
y la luz es tu verbo, José Hernández.<br />
No hay rumbo del silencio que no cubra<br />
tu Martín Fierro, entre nuestro gauchaje;<br />
donde se desenfunda una guitarra<br />
la fecundan tus versos, José Hernández.<br />
No hay ranchito en que no arda tu poesía<br />
cuando se yapa el vino con la sangre<br />
y hay que aventar la pena respirando<br />
126
tu corazón de pueblo, José Hernández.<br />
Y en la boca de cada peón de campo,<br />
con gusto a corazón insobornable,<br />
el grito vivirá con tus palabras<br />
porque eres Martín Fierro, José Hernández.<br />
Porque siempre templaste el instrumento<br />
para expresar el alma del gauchaje<br />
y ponerle palabras al silencio de tu pueblo,<br />
en él vives José Hernández.<br />
Y cuando la violencia o la injusticia<br />
metan sus sanguijuelas insaciables,<br />
alzará con tu voz el horizonte<br />
un malón de guitarras populares<br />
y será cada criollo un Martín Fierro<br />
y nuestra rebeldía, José Hernández.<br />
TATA PUCA<br />
Entre las cumbres paces tu majada,<br />
Tata Sebastián Puca, sigiloso.<br />
sobre el ramaje azul de las quebradas<br />
donde el aire florece prodigioso.<br />
Tu sombra con la niebla se sahuma<br />
desandando el en el Cerro de los Pinos,<br />
las sendas ya borrosas donde exhuma<br />
127
tu rastro el viento de los remolinos.<br />
Andas indiferente tras el hato,<br />
cutipando entre nubes tu acullico,<br />
y tu barba de mítico chivato<br />
es un vaho de olor a misachico.<br />
Todo tu fuego floreció en ceniza<br />
y en vez de humo ahora la neblina<br />
escarmena la luz asustadiza<br />
del socavón de hollín de tu cocina.<br />
La Mama Puca se apagó de triste,<br />
sola su almita espera que te espera…<br />
adentro, como un árbol le caíste<br />
lleno del fruto de su sementera.<br />
Te llevaron al bajo en angarilla<br />
y cerró el temporal sobre tu arriendo.<br />
El agrio viro de las quirusillas<br />
hasta los huesos se te fue metiendo.<br />
Te entró como a los palos la carcoma,<br />
el viento de la noche de la piedra<br />
que el corazón del palo desmorona<br />
y árbol adentro minucioso medra.<br />
128
Todos los males se te amontonaron<br />
y aconteció tu muerte valle abajo…<br />
en lo del ciego Nicolás finaron<br />
tus días de hombre, llenos de trabajo.<br />
JUAN CONTRERA<br />
Madruga expectorando sus carajos,<br />
trasminando amargada nicotina.<br />
Su púlpito es la cárcel, o la esquina<br />
donde ventila rabias y gargajos.<br />
Siempre fue mal pagado su trabajo<br />
por eso busca alivio en la cantina,<br />
orillera tribuna de doctrina<br />
donde purgan sus quejas los de abajo.<br />
Nació terco, rebelde y pendenciero,<br />
el rigor policial le curtió el cuero<br />
guasqueándolo sin asco y con alambre.<br />
¡Cómo pretenden que no sea malo,<br />
129
si ya sea vuelto cascarudo el palo<br />
viviendo a la intemperie y muerto de hambre!<br />
HACHERO<br />
El zurdo Quiñones nació con el filo<br />
del hacha velando su sueño de peón,<br />
por eso en los ojos era un refusilo<br />
la fuerza templada de su corazón.<br />
Su tata fue hachero, y desde muchacho<br />
le enseñó a lo macho<br />
a ganarse el pan;<br />
y rodaron monte tumbando quebracho…<br />
¡probándose el pulso con el guayacán!<br />
En las carboneras chaco santiagueñas,<br />
se curtió de soles el alma y la piel!<br />
Hachó hasta que la carne se le volvió leña…<br />
por eso es ahora «hachador sin yel»<br />
130
Le cimbró las manos el hacha trocera;<br />
la fibra del cabo hecho en guayabil,<br />
cuando echaba el resto volteando madera:<br />
¡postes y durmientes de ferrocarril!...<br />
QUENERO<br />
Sopla los huesos verdes de la tierra,<br />
tu antepasado mineral invoca<br />
y de las chullpas que tragó la roca<br />
el silencio sellado desentierra.<br />
Desde el polvo ruinoso que soterra<br />
el estigma salobre de tu boca,<br />
churmándole desvelos a la coca<br />
sube a la luz quenero de la sierra.<br />
¡Ulula tus ancestros a la luna!<br />
Despégate el puntual antiguo triste<br />
que larva silencioso tus entrañas.<br />
131
Desencanta los vientos de la puna<br />
desatando los nudos que ceñiste<br />
¡en el quipu sonoro de las cañas!<br />
EL TELERO<br />
Te recuerdo a la sombra del algarrobo austero,<br />
viejo colla Escalante labrador y telero.<br />
El español y el indio a tu cara asomaban<br />
y una serena gracia de patriarca te daban:<br />
el uno con su seca dignidad castellana,<br />
y el otro, con su agreste aristocracia indiana;<br />
pero los dos, unidos a tus pacientes manos<br />
que en el telar hacían milagros artesanos.<br />
Tu mujer y tus hijas hilaban los vellones<br />
de la majada, como quien hila nubarrones.<br />
Iban por esas vegas torciendo la puiscana<br />
hilando las sutiles ternuras de la lana,<br />
132
que luego enmadejada, en las casas teñían<br />
con la luz del arco iris que sus ojos bebían.<br />
Barracanes y mantas, puyos y calamacos<br />
escardaban pelambres de llamas y guanacos;<br />
y tejidos a pala, tus ponchos molinistos<br />
prendían la codicia de los ojos vallistos<br />
porque eran apretados de trama y dura urdimbre<br />
como si fueran hechos con los nervios del mimbre.<br />
Alternabas tu oficio con el de pirquinero<br />
cateándole las vetas de cuarzo al Cerro Overo,<br />
y el cerro te mostraba filones prodigiosos<br />
que el temporal esconde a los avariciosos.<br />
De mi memoria surgen escarmenadas flores,<br />
porque tu telar, era un arpa de colores<br />
con la que tú sabías crear la primavera<br />
negada al horizonte de la tierra minera<br />
que amortajó de polvo salado tu perfil<br />
133
¡Pedro Escalante! Viejo telero de Tacuil…<br />
SURUMPIO<br />
Mal del viento le dicen los pastores<br />
en los linderos de Tacuil arriba.<br />
Mal del viento escarchado que la puna<br />
arrasa con sus garras de arenisca.<br />
Mal del viento que lame los salares<br />
y en las cumbres crispadas se lastima.<br />
Mal del viento y la nieve deslumbrada<br />
que los ojos del indio cauterizan<br />
cuando anda pastando la majada<br />
por las vegas ariscas.<br />
La Jesusa Quiroga en cada ojo<br />
una brasa de lágrimas tenía,<br />
una brasa de nieve cavadora<br />
queriendo devorarle las pupilas.<br />
Es el Surumpio que en el viento anda<br />
134
los aires cerro arriba,<br />
rastreando el alma azul de una pastora<br />
para beber la vida.<br />
El Surumpio que sale de la nieve<br />
y con la luz se afila<br />
sediento de la sangre que en los ojos<br />
de las pastoras junta lejanías.<br />
En la yema del sol se enrosca y duerme<br />
cuando se entierra el día.<br />
La Jesusa Quiroga ve de noche<br />
un viborón que desescama mica,<br />
reverbera el Surumpio y fosforece<br />
tiritando la sed de las salinas.<br />
VOZ RAIGOSA<br />
De madera mi boca de madera,<br />
antigua como el barro del que siento<br />
nostalgias en la carne carpintera<br />
donde está vivo su deslumbramiento.<br />
135
Como el vino mi voz de hebra leñera,<br />
donde la lluvia un labrador aliento<br />
exhuma trascendiendo a sementera<br />
y paisaje que cuaja en sentimiento.<br />
Habito las guitarras desahuciadas,<br />
liquen de los silencios forestales<br />
hasta que un nuevo canto me enamore.<br />
Bagualas, zambas, cuecas y tonadas<br />
so mi raíz de gredas torrenciales<br />
que se hunde germinal en el folklore.<br />
LA GUITARRA<br />
A Eduardo Falú<br />
De mis manos, cubriéndote y palpando<br />
tu entraña sumergida en la madera,<br />
surge tu voz, muchacha carpintera<br />
guitarra que me sigues desangrando.<br />
136
Tu boca está en mi pecho, desollando<br />
la nostalgia de alguna compañera,<br />
que sólo en sueños tiene tu cadera,<br />
y hasta me besa cuando estoy cantando.<br />
Guitarra que en el pueblo permanece,<br />
a través de los siglos, destinada<br />
a desahogar las voces interiores.<br />
En tu entrañable selva, se estremece<br />
la sonora pasión de una encantada<br />
mujer, que es sombra de los payadores.<br />
QUINA HACHADA<br />
Jadea el hachador enardecido<br />
por el pulso viril de la fajina,<br />
y el voleo del hacha se alucina<br />
con el salto de un pez enfurecido.<br />
137
Y se clava afirmándole el quejido<br />
en la verde corteza de la quina,<br />
que con tierno perfume de resina<br />
abre su rojo corazón herido.<br />
Y cuando el filo corta los tendones<br />
se oyen crujir oscuros desgarrones<br />
en la cuña voraz de cada hachazo.<br />
Sangra la luz en el tajante acero<br />
y el árbol como un rayo maderero<br />
cae quebrando el monte de un guascazo.<br />
ELEGÍA<br />
A mi padre<br />
Trago la sal de mi caliente llanto<br />
y templo el corazón en su amargura<br />
para que salga más maduro el canto.<br />
Porque el canto y la muerte nos maduran<br />
en el ramaje ciego de las venas<br />
con el regusto de la sepultura.<br />
138
Te remostó la muerte que añejabas,<br />
el vino de tu sangre generosa<br />
que con tu propia sombra fermentaba.<br />
El vino de tu viña luminosa<br />
resumiendo en metáfora fecunda<br />
los sueños de una raza fabulosa.<br />
Te cito en las colmenas y las flores;<br />
en las guitarras de alma ensimismadas<br />
en los gauchos, obreros y pastores,<br />
para que hagamos juntos la jornada,<br />
mi monólogo halló un destinatario…<br />
ahora sé que hacer si no hago nada.<br />
Te pensaré en la tierra que me diste<br />
con esta sangre tuya tan sonora,<br />
en que la carne toda le embebiste<br />
de nostalgia de barro, ¡labradora!<br />
Volverás por mi boca y ya conmigo<br />
a intentar tu aventura nombradora.<br />
139
Pues siempre fuiste mi mejor amigo,<br />
dame todo el silencio que te queda<br />
para llenarlo de morir contigo.<br />
CANTO AL CAMIONERO<br />
Mi camión tiene espíritu rutero.<br />
Pone el hombro al esfuerzo redentor.<br />
El camino nos hizo compañeros,<br />
nos une el canto alegre del motor.<br />
Es ésta la canción del camionero<br />
que con su casa como el caracol,<br />
ambula solo en su camión rutero,<br />
sus cortos días de hombre bajo el sol.<br />
Atando rumbos fijos del transporte<br />
afianzo el porvenir de la nación,<br />
Y atravieso el país de sur a norte<br />
llevando su riqueza en mi camión.<br />
Compañero de la ruta, compañero<br />
de la noche debajo el temporal,<br />
a veces me acompaña un mochilero<br />
que me acorta la angustia de llegar.<br />
ZAMBA DE LOS MINEROS<br />
140
Pasaré por Gualfín<br />
me voy a Corral Quemao,<br />
a lo de Marcelino Ríos<br />
para corpacharme con vino morao<br />
Yo soy aquel cantor<br />
nacido en el carnaval,<br />
minero de la noche traigo<br />
la estrella de cuarzo del Culampajá.<br />
Molino del Maray<br />
que muele con tanto afán,<br />
Marcelino pisando el vino;<br />
Paredes el oro de Culampajá.<br />
Yo no sé. Yo no soy,<br />
andoy porque andoy nomás,<br />
cuando a mí me pille la muerte<br />
tan sólo la zamba me recordará.<br />
¡La zamba de los mineros!<br />
¡Tiene sólo dos caminos!..<br />
Morir el sueño del oro;<br />
vivir el sueño del vino.<br />
141
VIDALA DEL NOMBRADOR<br />
Yo soy aquel cantorcito,<br />
yo soy el que siempre he’i sido,<br />
no me hago ni me deshago<br />
y en ese ser nomás vivo.<br />
Vengo del ronco tambor de la luna<br />
en la memoria del puro animal,<br />
soy una astilla de tierra que vuelve<br />
hacia su antigua mineral.<br />
Soy el canta detrás de la copla,<br />
el que en la espuma del río hai’volver,<br />
paisaje vivo mi canto es el agua<br />
que por la selva sube a florecer.<br />
Yo soy quien pinta las uvas<br />
y las vuelve a despintar,<br />
al palo verde lo seco<br />
y al seco lo hago brotar.<br />
Nombro la tierra que el trópico abraza,<br />
puente de estrellas, cintura de luz,<br />
al corazón maderero de Salta<br />
subo en bagualas por la noche azul.<br />
142
Vengo de adentro del hombre dormido,<br />
bajo la tierra gredosa y carnal,<br />
rama de sangre florezco en el vino<br />
y el amor bárbaro del carnaval.<br />
Apenitas soy Arjona,<br />
nombre que no se ha’i perder,<br />
y si lo tiran al río<br />
sobre la espuma ha’i volver.<br />
ROMANCE DEL MOLINERO<br />
En el molino de San Antonio<br />
leche de luna mueve la piedra,<br />
y el molinero ciego en la harina,<br />
toca la carne de las tinieblas.<br />
El agua canta canto del cielo<br />
su despeñada sangre de estrellas,<br />
y desde el trigo vuelve la nieve<br />
polen caliente de la molienda.<br />
Molinero, molinero,<br />
los sueños te llevarán<br />
hacia el corazón del trigo<br />
por el aroma del pan.<br />
Tiene la noche del molinero<br />
143
sueños de harina que en su alma nievan,<br />
y una vallista que huele a jume<br />
y a trigo verde por las caderas.<br />
Si el molinero duerme, los grillos<br />
muelen el llanto de las estrellas,<br />
y hacen harina la luz del cielo<br />
para el silencio de las violetas.<br />
CANCIÓN DEL JANGADERO<br />
Río abajo voy llevando la jangada,<br />
río abajo por el alto Paraná,<br />
es el peso de la sombra derrumbada<br />
que buscando el horizonte bajará<br />
Río abajo… Río abajo… Río abajo…<br />
A flor de agua voy sangrando esta canción,<br />
en el sueño de la vida y el trabajo<br />
se me vuelve camalote el corazón.<br />
Jangadero… Jangadero…<br />
Mi destino sobre el río es derivar,<br />
desde el fondo del obraje maderero<br />
con el anhelo del agua que se va.<br />
Padre río, tus escamas de oro vivo<br />
son el sueño que nos lleva más allá,<br />
voy tras el horizonte fugitivo<br />
144
y la sangre con el agua se nos va.<br />
Banda a banda… Sol y luna… Cielo y agua…<br />
Espejismo que no acaba de pasar.<br />
Piel de barro, fabulosa lampalagua,<br />
me devora la pasión de navegar.<br />
VAMOS A LA ZAFRA<br />
Vamos, mi amor, a la zafra,<br />
tenemos que levantar<br />
todo el dulzor de la tierra<br />
cuajado en las fibras del cañaveral.<br />
De sol a sol en el surco<br />
trabajaremos los dos,<br />
mientras madura en tu entraña<br />
el hijo cañero que tengo con vos.<br />
Cuando voleo el machete<br />
tajando la sombra del cañaveral,<br />
es el sudor la simiente<br />
salando caliente mi sangre y mi pan.<br />
Quiero que tengas un chango<br />
para yapar el jornal<br />
porque quemando maloja<br />
se come mis brazos el cañaveral.<br />
145
Ya no creo en el desquite<br />
que buscaba en el alcohol.<br />
Vamos, mi amor, a la zafra,<br />
me queman las ganas de hachar sol a sol.<br />
AL GORDO JUAN ALFONSO CARRIZO<br />
Tinajón de los Valles Calchaquíes<br />
lleno como de arrope de coplas populares,<br />
nacido en esa tierra de huertos y telares,<br />
sazonada con rezos, aguardientes y ajíes.<br />
Si habrás de chango oído cantar los quitupíes<br />
y rebuznar los burros que rondan los chalares!<br />
El pueblo te dictaba sus coplas y cantares<br />
para que al escribirlos la muerte desafíes.<br />
Eras como un hermano de mi tata, ese niño<br />
grandote que con cuentos excitaba tu risa<br />
en la que sacudías tu santa humanidad.<br />
Con el abecedario nos diste ese cariño<br />
que ahora en el recuerdo te canoniza<br />
catamarqueño enorme, señor de la bondad.<br />
DIOS MÍO<br />
I<br />
146
En la duda… Si existe o no existes,<br />
con toda el alma en soledad pensante,<br />
apuesto a que eres la energía amante<br />
que en la estructura cósmica persiste.<br />
Te hundes conmigo porque en mí consiste,<br />
y en mí te salvas, prójimo anhelante;<br />
migras en mi destino vacilante<br />
y en el apego a mi dudar insiste.<br />
De sangre en sangre, perfección deseada,<br />
te busco a tientas y en mi rebeldía<br />
monologo contigo y te discuto<br />
mientras sobre mi carne arrodillada<br />
te levantas en mi alma cada día<br />
con el hambre genial de lo absoluto.<br />
II<br />
Justo o injusto. Sordo o genocida,<br />
todo Dios es igual a quien lo adora.<br />
El miserable que a favor le implora<br />
tiene un Dios concebido a su medida.<br />
Átomos y galaxias aún desconocidas<br />
advierten tu extensión abrumadora,<br />
y es la imaginación reveladora<br />
147
flecha de tu misterio sin salida.<br />
En tanto puedo sospechar la nada,<br />
trasmigrando entre sueños de tu forma<br />
para dar testimonio de tu ausencia,<br />
mi alma, golondrina enamorada,<br />
viaja por esta carne que la informa<br />
con la nostalgia de tu trascendencia.<br />
III<br />
No me abandones, sígueme angustiando,<br />
que es buscarte el sentido de la vida.<br />
Te encontraré tal vez en la medida<br />
en que a mí mismo me vaya encontrando.<br />
Si soy minero, seguiré cavando,<br />
hasta enterrarme en mi obsesión suicida.<br />
Si nominero, que tu luz no olvida,<br />
lo que me dictes seguiré nombrando.<br />
Mi sangre sabe tu mensaje y viene<br />
a través de tu tiempo sin memoria,<br />
a ser en sí, y serlo de tal suerte<br />
que nada en su aventura la detiene<br />
y con el espejismo de la gloria<br />
148
se acendra en la milicia de la muerte.<br />
CHARANGUERO<br />
A Jaime Torres<br />
Envuelto entre los pliegues de su puyo<br />
pasa trotando un charanguero,<br />
sonámbulo debajo del sombrero<br />
oliendo a sol y a polvo de resecos yuyos.<br />
La música es apenas un arrullo<br />
que le enamora el corazón minero<br />
y se irá con su tranco mensurero<br />
trasminando aquel vaho de Kaluyo.<br />
Indio charcón afirma sus talones<br />
sobre aquellas abarcas de cubierta<br />
que silencian sus pasos, y el borrico<br />
va detrás de él, con ojos dormilones<br />
ramoneando los cercos de las huertas<br />
para armar como su amo el acullico.<br />
IDIOMA<br />
Este idioma en que canto y me confieso<br />
encumbrado en el genio de Cervantes<br />
llegó a expresar con claridad radiante<br />
la raza que se cimbra entre mis huesos.<br />
149
Y se expresaron, como yo me expreso,<br />
-aunque decirlo así sea pedante-,<br />
Lope, Quevedo y Góngora, gigantes!<br />
devoto de los cuales me confieso.<br />
Me anuqué con Hernández y Lugones,<br />
y el habla me entregó en los bodegones<br />
los dichos de las coplas y cantares;<br />
de boca de mi padre, sal y vino,<br />
recibí el verbo como un don divino<br />
para nombrar silencios populares.<br />
EL ALFARERO<br />
Toda greda y fuego, como una ánfora viva<br />
te moldearon cien años de paciencia y ternura<br />
para que se cimbrara la tierra en tu cintura<br />
y se abriera en tus labios de pulpa sensitiva.<br />
La redondez del mundo fuerza la curva esquiva<br />
de tu vientre combado de plenitud futura<br />
y al tomarte en mis manos tuve la noción pura<br />
de ser el alfarero del agua fugitiva.<br />
Te irás bajo los sauces del sueño, resbalosa<br />
como la acequia en medio de la siesta, dejando<br />
150
frescura de vertiente en mi boca sedienta.<br />
Y cada vez que evoque tus besos, mi amorosa,<br />
sentiré que hasta el alma se me va perfumando<br />
de un recuerdo lejano de polen y tormenta.<br />
ARTE POÉTICA<br />
Deja fluir el fondo para que determine<br />
en su espontánea entrega la forma que deseas<br />
que a borbotones salgan sentimientos e ideas<br />
y un estado de gracia pasional te ilumine.<br />
Al árbol y al poeta el tiempo los define<br />
y sus formas resultan de una oscura pelea<br />
fidelidad al sueño que la raíz tantea<br />
y el hambre por lo justo, lo bello y lo sublime.<br />
Que se queme tu sangre, que tu boca se queme<br />
toda la sangre en llamas como una zarza ardida<br />
porque sólo es ceniza lo que quemarse teme<br />
y anda juntando sombra para apagar la vida.<br />
En el próximo verso puede estar todavía,<br />
que los poemas son muchos y es una la poesía.<br />
TIERRA HEROICA<br />
Heroica tierra de la luz y el canto<br />
151
yo soy sólo una voz de tu paisaje<br />
que llevó a cuatro rumbos tu mensaje<br />
de unidad fraternal en la canción.<br />
Yo soy el que nombrando desencanto<br />
tu salvaje belleza resbalosa<br />
y tras de la aparición de las cosas<br />
te huele como un tigre el corazón.<br />
Yo soy el rastreador del alma arisca<br />
de tu pueblo que místico y austero<br />
de Güemes, su caudillo guerrillero,<br />
lleva el mandato leal a flor de piel.<br />
Y el caballo de raza berberisca<br />
lleva mi espuela cruel en los ijares<br />
cuando tiembla la selva y sus altares<br />
con la baguala que remonta en él.<br />
Yo canto, Salta mía, la indomable<br />
dignidad de tus gauchos y pastores<br />
y quiere que a mi cuerpo lo devore<br />
silenciosa tu tierra vegetal.<br />
Porque de mí, tan sólo lo inefable<br />
perdurará en tu alma, si perdura,<br />
y he rescatado de tu ser la oscura<br />
152
larva de una verdad universal.<br />
Salta la heroica, tu altivez demarca<br />
el país hacia el Norte y el mañana<br />
hacia el sueño de unión americana<br />
futura integración continental.<br />
La augusta cordillera te avecina<br />
con todo el continente americano<br />
que despierta y requiere soberano<br />
su derecho a un destino vertical.<br />
Le canto al gaucho que es depositario<br />
del orgullo sereno de la hombría<br />
porque heredó con la caballería<br />
la estatura perfecta del señor.<br />
Sólo él siente como algo extraordinario<br />
en el monte su sombra sobre el suelo<br />
y en el bramido de algún toro en celo<br />
el llamado secreto del amor.<br />
Le canto al indio que con pie desnudo<br />
vence las travesías de tus chacos<br />
a los tobas, chaguancos y matacos<br />
pilagaes, chorotes y chanés.<br />
153
Victimados por la ley del embudo<br />
ambulan como sobras de tus ríos<br />
con sus perros, sus cuñas y sus críos<br />
penando su salvaje timidez.<br />
Le canto al coya de tus serranías<br />
descendiente del sol y de la luna<br />
al arriero vallisto que las punas<br />
venció para ir en busca de la sal.<br />
Porque pisó tus altas lejanías<br />
y en socavones tus entrañas toca<br />
rumeando su acullico que en la boca<br />
le demora tu gusto elemental.<br />
Y al cantarle a los hijos de la tierra<br />
que habitan sus recónditos paisajes<br />
canto al hombre que siente su linaje<br />
divino con fatal resignación.<br />
A que domando el lomo de tus tierras<br />
campeador incansable del desierto<br />
siente que de los huesos de tus muertos<br />
sube a sus venas la reivindicación.<br />
Al hombre vertical, al insumiso,<br />
que sube porque sabe alivianarse<br />
154
que nada de esta vida ha de llevarse<br />
sino la borrachera del amor.<br />
Pues tan sólo el amor ha de llevarlo<br />
de sangre en sangre por la luz viajera<br />
a verdecer en otras primaveras<br />
por la muerte vencido y vencedor.<br />
Canto a tus pobladores, tierra mía,<br />
a tus peones y maistros artesanos<br />
a todos los que viven por sus manos<br />
porque sólo ellas den liberación.<br />
A la honesta pobreza y su alegría<br />
que es un florido gaje del oficio<br />
del hombre que no sabe estar de vicio<br />
y hace de su trabajo, religión.<br />
A aquel que sin hablar de señorío<br />
sirve a su servidor humildemente<br />
y hasta en su carne como propia siente<br />
la afrenta de la ajena humillación.<br />
Y al que sin adular al pobrerío<br />
le dice la verdad aunque le duela.<br />
Pueblo: tu libertad está en la escuela<br />
con la conciencia de tu redención.<br />
155
A EDUARDO FALÚ<br />
Nacimos juntos al amor del pueblo,<br />
mis poemas con tu voz y tu guitarra.<br />
Queríamos cantar sencillamente,<br />
como nuestros arroyos de montaña.<br />
Poner en cada sílaba la música<br />
que dicta la sangre cuando pasa<br />
por nuestro corazón; el sentimiento<br />
que es la constante universal humana.<br />
Respirar lo entrañable que nos duele<br />
que es saludable ventilar el alma.<br />
Confesarnos con Juan de los Palotes,<br />
decir por él, lo que hasta él mismo calla.<br />
En la canción dejar el testimonio<br />
de la poesía que nos visitaba,<br />
para que con fundamento cante el pueblo<br />
y con el canto se despene el alma.<br />
Cantar claro, bien claro, que se sienta<br />
la hondura a que llegaron las palabras<br />
que la profundidad cuando es oscura<br />
puede ser sólo dimensión negada.<br />
Por eso Eduardo, nos iremos juntos<br />
sobre los cuatro rumbos de la patria<br />
a destapar el polvo del olvido…<br />
Yo con mis versos, vos con tu guitarra…<br />
156
LA OBRA<br />
Detrás de todo, el número, célula de estructura;<br />
los números saliendo como un hormiguero<br />
del cráneo calculista del señor ingeniero<br />
y para escarnio de la arquitectura.<br />
Y avanza piso a piso el hormigón armado<br />
comiéndose el espacio vital del vecindario<br />
vertical conventillo al que un orden usuario<br />
le sacará más pesos por el metro cuadrado.<br />
Traicionando el moderno concepto del espacio<br />
de que el hombre es medida de su propia vivienda<br />
crece este mamotreto que ya no tiene enmienda<br />
y seguirá creciendo como un cáncer reacio.<br />
En él tendrán su propia covacha anticipada<br />
el empleado, el rentista, el joven matrimonio<br />
y los que venderían su alma al demonio<br />
por tener tras la muerte vivienda asegurada.<br />
Los albañiles gringos y el cabecita negra<br />
que llegó a la gran urbe pujando desde abajo<br />
se hermanan en la pugna muscular del trabajo<br />
y el sudor saludable los limpia y alegra.<br />
157
Armador, carpintero, plomero, electricista,<br />
gozan la deportiva comunión de las manos<br />
y siguen con ingenua fidelidad los planos<br />
ejecutando el sueño de algún capitalista.<br />
¿Iremos a la luna con plomada a nivel?<br />
Dios auspiciando el caos su misterio recobra<br />
o la desdicha humana repite en toda obra<br />
bíblico desconcierto, la torre de Babel?<br />
A PABLO NERUDA<br />
Continental Neruda, un ancho río<br />
de sangre y canto nace en tu boca,<br />
fecundando las márgenes que toca,<br />
suma caudal de lágrima y rocío.<br />
Te siento, como poeta hermano mío,<br />
fundamental demiurgo que en la roca,<br />
trabaja, y alquimista genial troca<br />
la ganga en oro para el pobrerío.<br />
Yo no sé de colores ni banderas,<br />
oigo tu canto como un ciego escucha<br />
en el viento advenir la primavera.<br />
Amo al pueblo y persigo la justicia,<br />
Dios me dio como a ti para la lucha,<br />
158
un alma, una guitarra, una caricia.<br />
Tu claridad te me hace tan humano<br />
que el corazón me ahogas de salmuera,<br />
cuando gusto en tu verbo la madera,<br />
rebelde de un antiguo amor cristiano.<br />
Para otros sea el canto cortesano,<br />
o la inocua poesía mandadera,<br />
que tu voz entre mar y cordillera<br />
es la del continente americano.<br />
Canta Pablo del Sur, que Walt te siente!<br />
Junto a Martí, a Darío y a Vallejo,<br />
nos espera en la tierra José Hernández.<br />
Canta como la selva o el torrente,<br />
desde tu Chile austral, allá a lo lejos,<br />
voz de la cordillera de los Andes.<br />
LA HILANDERA<br />
Hila solita las horas<br />
largas de sus ochenta años,<br />
como para unir las hebras<br />
del presente y del pasado.<br />
Al hilo de su memoria<br />
159
lo recobra con las manos<br />
cuando hace girar la puisca<br />
torciendo el cadejo blanco.<br />
A la sombra del sombrero<br />
sus ojos van calibrando<br />
el hilo que entre los dedos<br />
la sangre le va llevando.<br />
Su acullico, lo que piensa,<br />
se le hace un vocabulario<br />
que hacia adentro le deshoja<br />
verdores de trago en trago.<br />
Los Valles… Sus mocedades…<br />
los hijos… el hombre!... Andando<br />
para atrás como el cangrejo<br />
espulga todo lo hilado.<br />
Ay, hilito de la vida<br />
como la baba del diablo,<br />
no te corte mientras haiga<br />
lanita para ir hilando!<br />
De Coplas y canciones (1967)<br />
LA PUNA<br />
Palomita, palomita,<br />
160
orillitas del salar,<br />
tomando agua salitrera<br />
en las vegas del Tolar.<br />
Tolvaneras de escarchilla<br />
me sepultaron la tropa,<br />
la muerte del viento blanco<br />
me está esperando en Socompa.<br />
La puna, metal y cielo<br />
es suma de cielo y sal,<br />
moliendo en el viento blanco<br />
el esqueleto del mar.<br />
Roto minero chileno<br />
y minero boliviano,<br />
el uno roto de cobre<br />
el otro roto de estaño.<br />
Puñales de yasgua roja<br />
y alcohol de noventa grados,<br />
no tiene mejor carburo<br />
un corazón soterrado.<br />
161
Mecherito de carburo<br />
sobre y bajo el socavón,<br />
a bocanadas de polvo<br />
se apaga mi corazón.<br />
¡Culampajeña arribeña<br />
dale tiro a este minero!<br />
Y en tu corazón de peña<br />
voy a hacer un agujero.<br />
Vamos chayando la yunta<br />
por sobre los sembradíos,<br />
tal vez se vuelvan avena<br />
tus deseos y los míos.<br />
Jumiales de Monte Pozo<br />
lloren cuando me haya muerto,<br />
y a flor de tierra mi sombra<br />
se vuelve salitre negro.<br />
Una cicatriz dormida<br />
el indio tiene en la boca,<br />
162
con silencio alcohol y coca,<br />
látigo y hambre zurcida.<br />
El polvo cava el pulmón<br />
y los ojos del minero,<br />
el polvo es sepulturero<br />
y no tiene corazón.<br />
Cuando se quede sin él…<br />
cuando se quede sin mí…<br />
¿Qué hará Dios solo en el cielo<br />
sin sangre donde morir?<br />
Pañuelito… pañuelito,<br />
por los salares buscándome.<br />
He de bajar a los valles<br />
por ver si se juntan el agua y la sed.<br />
¡Vuelve a tu nido paloma!<br />
¡Alas de nieve y amor!<br />
Besa en tu pecho caliente<br />
la luna creciente de su corazón.<br />
163
La sombra de mi pañuelo<br />
se la bebió el arenal,<br />
y ando huellando e la puna<br />
tus ojos de estrella cuajados de sal.<br />
Pañuelito del minero…<br />
Paloma ciega del socavón,<br />
alas de polvo de cuarzo,<br />
la piedra volando le amura el pulmón.<br />
Ya se olvidó de la mano<br />
que le dio la libertad,<br />
desde que anida en tu pecho,<br />
suspiras y cantas con gustito a sal.<br />
¿Dónde andará el pañuelito<br />
en que sabías llorar?...<br />
Se hizo paloma y al cielo<br />
detrás de tus ojos lo han visto volar.<br />
Tardes de soles sangrando<br />
saben que te he de esperar,<br />
como los sauces llorando<br />
164
mi sombra en el río buscándote va.<br />
Humo de leña mojada,<br />
pañuelito de llorar,<br />
por el salar de Arizaro<br />
la flor de mis ojos buscándote va.<br />
¡La flor del salar!<br />
Coipa mi sombra<br />
de andar y cavar.<br />
Subo del valle a la puna<br />
salgo tu rastro a huellar,<br />
cuando me sigue la luna<br />
mi sombra se aleja por irte a buscar.<br />
¡Ausencia quiere el olvido<br />
presencia quiere el amor!<br />
pero jamás he podido<br />
sacarte del fondo de mi corazón.<br />
Sólo por verte he perdido<br />
corazón y libertad<br />
165
el alma me la robaste<br />
el día que me diste tu boca a besar.<br />
Cuando te canto esta zamba<br />
respira sangre mi corazón,<br />
porque en el aire quisiera<br />
besándote entera cubrirte de amor.<br />
En los sausales del río<br />
donde te vas a bañar<br />
agua de cielo he bebido<br />
y ahora no puedo mi sed apagar.<br />
Pollerita de mi chola,<br />
pollerita de muyuna,<br />
gira que gira en la cueca<br />
hilando soles y lunas.<br />
Sobre el filo de la loma<br />
para el liquincho su vuelo.<br />
¡Qué no andará divisando,<br />
su ojito de espulgasuelo!<br />
166
¡Tolvanera, tolvanera!<br />
¡Alzando la polvadera!<br />
¡Ni que el mismo diablo fuera<br />
que dentro se revolviera!<br />
El minero bajo el cerro<br />
siente que cava su corazón,<br />
donde el oro al final<br />
es silencio devorador.<br />
Como las pesas del libe<br />
mis ojos se van al cielo,<br />
por detrás de una paloma<br />
que quiero pillar al vuelo.<br />
Con guaillas de cortadera<br />
este año repajaré,<br />
no quiero tener goteras<br />
cuando duerma con usted.<br />
Más solo me siento cuando<br />
veo mmi sombra en el suelo,<br />
y pienso que anda cavando<br />
167
en la tierra un agujero.<br />
Sobre el salar donde el cielo<br />
cabrillea tendales de agua,<br />
el hombre es un arbolito<br />
jalonando las distancias.<br />
Anda pañuelo volando,<br />
recobra tu libertad,<br />
vuelve a su pecho caliente<br />
y lleva un mensaje de mi soledad.<br />
Para la torna del trigo<br />
andoy juntando coraje,<br />
gavilla dorada el cuerpo<br />
de mi chura en los trigales.<br />
Filos y cumbres lejanas<br />
arden cuando muere el sol,<br />
bajo las alas del cóndor,<br />
pañuelo de luto, boca de oración.<br />
EL MONTE<br />
168
Cuando el toro es orejano<br />
lo embramo en un guayavil,<br />
como la coyunda aguante<br />
bramando se ha de morir.<br />
Yo soy tipa colorada<br />
cuando va punteando el día,<br />
tipa blanca en la mañana<br />
sol alto tipa amarilla.<br />
Las varas del rancho mío<br />
las puse de sachapera,<br />
la quincha de palo a pique<br />
y de cebil la cumbrera.<br />
Hace años llevo clavada<br />
a espina del coronillo,<br />
sobre el rastro de las venas<br />
me va buscando el codillo.<br />
Donde me plantan me afirmo<br />
como tiesto en la conchana,<br />
y en el agua me hago piedra<br />
169
como el quebracho campana.<br />
Yo soy el poste esquinero<br />
conque alambraba mi tata,<br />
orco quebracho cotudo,<br />
palo de hebra mulata.<br />
¡La flor del cebil!<br />
Medio del monte<br />
vivir y morir.<br />
Coloreando el piquillín.<br />
Amarillando la tala.<br />
La urraca come que come,<br />
los loros charla que charla.<br />
¡Ah, perritos mis perritos!<br />
más serviciales que peones,<br />
de sufridos se mantienen<br />
lamiendo los guardamontes.<br />
Decile a Doña Fulana<br />
que no se oponga al amor,<br />
que se lo cambio por velas<br />
170
a su cuzco sentidor.<br />
Antinoche topé un zorro<br />
por preguntarle donde iba,<br />
contesta el zorro y me dice:<br />
- ¡Ande no haiga polecía!<br />
Del piquillín al mistol.<br />
De las moras al chalchal.<br />
De la tala al mato ando<br />
entre querer y olvidar.<br />
Ya se murió el cedro colla<br />
en medio de la quebrada,<br />
embramando temporales<br />
en la carne colorada.<br />
Desde el corazón del molle<br />
una urpilita lloraba,<br />
las lágrimas de sus ojos<br />
perlas de sangre cuajaban.<br />
Camino del Mistol Yaco<br />
por el palo del mistol,<br />
171
en tu madera anda el cielo<br />
amaneciendo sin sol.<br />
Cuando levantan los tarcos<br />
su vendimia por el cielo,<br />
es para llorar la sombra<br />
que se les va tierra adentro.<br />
No olvides jacarandá<br />
que me quisiste en el cielo,<br />
cuando era tu flor el aire<br />
lila de mi pensamiento.<br />
Quemada muere la selva<br />
la velan los paloblancos,<br />
dobla el quebracho campana<br />
sahúman los palosantos.<br />
Se murió de carpintero<br />
Sebastián labrando queñua.<br />
Adónde andarán sus manos<br />
desanudando la leña.<br />
172
El amor es como el dulce<br />
cucharita de nogal,<br />
revolveme noche y día<br />
que no me quiero quemar.<br />
Campanitas de plata,<br />
boquitas de oro,<br />
redoblan el perfume<br />
del sinamomo.<br />
Vienen las nubes llorando,<br />
vienen los ríos creciendo,<br />
caen barrancas chorreando<br />
y el barro las va lamiendo.<br />
El cardón con las espinas<br />
bebe las aguas del viento,<br />
y yo me conservo verde<br />
amor, con el pensamiento.<br />
Cuando el perro huele tigre<br />
si es baqueano lo rastrea,<br />
y si es novato se vuelve<br />
173
patitas la polvadera.<br />
Allá viene Alzogaray<br />
haciendo tronar los cueros,<br />
por ver de pialar un toro<br />
con su lacito patero.<br />
El hombre que es agredisto<br />
muerde la tierra algún día,<br />
hay un quenco en que se topan,<br />
Topate con Toparía.<br />
Dereceras de una estrella<br />
salí pisándote el rastro,<br />
y sólo encontré el rocío<br />
por la masiega temblando.<br />
¡La flor del chañar!<br />
Vengo y la veo<br />
me pongo a llorar.<br />
Crecido desde la nieve<br />
baja el río Mojotoro,<br />
174
ubias las astas de espuma<br />
pelo de barro sonoro.<br />
El río viene crecido<br />
y banda a banda su fuerte,<br />
cuerpo corre dividido<br />
entre la vida y la muerte.<br />
El tigre por las picadas<br />
huele el rumor del verano<br />
que entre la sangre y el cuero<br />
estira la luz del barro.<br />
No hay opa trabajador<br />
que no tenga el acusucu,<br />
de querer cruzar un día<br />
la abeja y el tucutucu.<br />
Hasta los pastos se doblan<br />
bajo la sombra del tigre,<br />
y el bramido les tirita<br />
debajo de las raíces.<br />
175
Mi gusto es andar campeando<br />
por ver si empaco un overo,<br />
y oír resonar los montes<br />
cuando torean los perros.<br />
Pongalé limosna al santo<br />
aunque tenga el buche lleno!<br />
Porque viniendo de arriba<br />
tan sólo al rayo le temo.<br />
A florecer madrugaron<br />
en el monte los lapachos<br />
cuando los palo borrachos<br />
la luna desenterraron.<br />
Amagando alzar el vuelo<br />
se agachaba una charata,<br />
el que no quiere pagar<br />
mejor no muestre la plata.<br />
Tanto palo por el monte<br />
tanto gringo comerciante,<br />
tanto criollo pata al suelo<br />
176
disfrazao de vigilante.<br />
¡Quebrachito desollado!<br />
¡Quebrachito taninero!<br />
¡Qué flacos que están los indios!<br />
¡Qué gordos los obrajeros!<br />
Sobre los esteros duermen<br />
las garzas sobre una pata,<br />
como aquel que explota gente,<br />
arriba la desconfianza<br />
Muchacho no seas palacho<br />
que hasta no hallarle la guara,<br />
mejor es hachar tacuara<br />
que andar carneando quebracho.<br />
Por lograr a una turpina<br />
se me torció la bambaca,<br />
y adiós con la siquitraca<br />
cosiaca de la gallina.<br />
El perro es como la sombra<br />
177
del indio con cuatro patas,<br />
instinto de busca vida<br />
a ras del Chaco pegada.<br />
¡Palma chueca, Palma Sola!<br />
¡Bajo la palma el simbol!<br />
De tanto pisar Formosa<br />
se hace palo el corazón.<br />
Dentro del barro dormido<br />
huele a verano la lluvia,<br />
como si hubiera crecido<br />
un río de sangre turbia.<br />
De tanto callar florezco<br />
como el higo, para adentro,<br />
se me vuelven miel las coplas<br />
y vinagre el sentimiento.<br />
Raíces tienen mis ojos,<br />
raíces tiene mi oído,<br />
y en la noche soledosa<br />
tocan el tiempo perdido.<br />
178
Viene el maíz muñequiando,<br />
andan los loros maiciando,<br />
el ancua se va tostando,<br />
las pirgüas ven rebalsando.<br />
Sobre la lluvia la arda<br />
detrás de la flor la fruta,<br />
yo me llamo ahora mismo,<br />
y sé que mañana es nunca.<br />
Patanchándose en un ronque<br />
raigudo afirma el laurel.<br />
¡Checita el bárbaro macho,<br />
pa volterlo se han lamber!<br />
Sausalito pasmadito<br />
te vas quedando el palito,<br />
las hojas raloralito<br />
churmado en sombra y pispito.<br />
¡Ataje Don Baltasar!<br />
¡Monte a caballo y ataje!<br />
179
Se viene un toro barroso<br />
por las aguas del Pasaje.<br />
¡Echemé ese yaguané!<br />
Con este lazo me basta,<br />
para echarle un pial volcao<br />
y hacerle clavar las guampas.<br />
Tendida vida del hombre<br />
que vive solo en la selva,<br />
cuando la arena lo vele,<br />
lo llorarán las estrellas.<br />
Toro de pelo castaño,<br />
nombrado por pescuecero,<br />
de tu lomo haré coyeras<br />
y de tus chuspas yerbero.<br />
En el voleo del hacha<br />
ya voy calculando el tajo,<br />
quiere más maña que fuerza<br />
para que rinda el trabajo.<br />
Árbol soy de la hoja firme<br />
180
que no se sabe secar,<br />
conforme vienen y me hachan<br />
más verde vuelvo a brotar.<br />
Ando cantando tonadas<br />
mientras canteo madero,<br />
y del hacha sale el brillo<br />
del pan que alumbra mi mesa.<br />
Será que te hacharon verde<br />
que te mordió la carcoma,<br />
como si fuera de arena<br />
tu sombra se desmorona.<br />
No hay mejor gaucho que el tábano<br />
cuando madura febrero,<br />
bajo la arisca a los llanos<br />
rodando despeñaderos.<br />
Orillas de la frontera<br />
viborea el Pilcomayo,<br />
y sobre el cuchillo duerme<br />
la astucia del paraguayo.<br />
181
Hachita de cabo largo<br />
vamos labrando madera,<br />
¿Con qué palo me harán sombra<br />
el día que yo me muera?<br />
Yo no tengo más mujer<br />
que el hacha por compañera,<br />
vestidito de arpillera,<br />
filo de un solo querer.<br />
Baquiano para cueriar<br />
cuchillito mangurrero,<br />
nada como una mojarra<br />
entre la carne y el cuero.<br />
¡Gira, gira el molejón<br />
y del hacha nace el filo,<br />
mientras el tarrito en vilo<br />
gotea su lagrimón!<br />
A mi hachita trozadora<br />
se le quebró el gavilán,<br />
182
en el corte es mordedora<br />
la leña del guayacán.<br />
Yo soy del Chacho Gualamba,<br />
corazón de palo hueco,<br />
adentro de las guitarras,<br />
ni con la muerte me seco.<br />
¡Pastito tan delgadito!<br />
¿Ande te han visto crecer?<br />
Tan solo las piedras sienten<br />
como pujas por nacer.<br />
Tres cubos llevo canteando<br />
y le voy sacando el hilo,<br />
como no me afloje el filo<br />
la muerte me hallará hachando.<br />
Ya viene el recibidor<br />
con metro, lápiz y tiza;<br />
qué blanquita su camisa<br />
hilada con mi sudor.<br />
¡Veremos si el duende sopla<br />
183
y saco el hilo a esta chaucha!<br />
Quiero cantarle una copla<br />
rodada entre gente gaucha.<br />
Tal vez de mí ni se acuerde<br />
pavita de tereré,<br />
en tu zumo de agua verde<br />
se me apagaba la sed.<br />
¡Qué abuelo andará conmigo!<br />
¡Qué duende antiguo me asiste!<br />
Siento que soy su testigo<br />
antes de ser polvo triste.<br />
Muerte que venís trotando<br />
debajo de mi caballo,<br />
déjame pasar el río<br />
después nos acompañamos.<br />
Voy cantando lo que existe<br />
viviendo junto conmigo,<br />
y solo soy un testigo<br />
detrás de este polvo triste.<br />
184
Es como la miel de llana<br />
la boca de mi chaqueña,<br />
y ni el quebracho campana<br />
da brasa de mejor leña.<br />
¡Anda la luna en los montes!<br />
¡Corzuela blanca, siguiendomé!<br />
Porque en el filo del hacha,<br />
la muerte del árbol le doy a beber.<br />
De Metán a Barranquera<br />
voy con el hacha rodando,<br />
que mi suerte es obrajera<br />
y anda tanino sangrando.<br />
¡La flor del laurel!<br />
Tarde la noche<br />
la he venido a ver.<br />
Haché vigas y durmientes<br />
de Galpón a Pichanal,<br />
y siempre me encuentro igual…<br />
185
durmiendo bajo los puentes.<br />
El sol incendia los montes<br />
coloreando las laderas,<br />
y en las costas de Lumbreras<br />
retumban los guardamontes.<br />
Entre las barbas del monte<br />
la neblina es humareda,<br />
y el ojo de agua la baba<br />
de la noche entre la piedra.<br />
¡Albarillo quebradeño!<br />
Cargando fruta sin dueño.<br />
Tengo como el guayacán<br />
en el tronco un socavón,<br />
sólo me queda la sombra<br />
donde estaba el corazón.<br />
El hombre que es corajudo<br />
no mezquina el cuero a nada,<br />
aunque sabe que la muerte<br />
186
juega con taba cargada.<br />
EL TIGRERO<br />
Cevilares de Gualiama<br />
De Rosario la Frontera,<br />
ya viene punteando el alba<br />
con su flor sanguinolienta.<br />
Caballero en su caballo<br />
que es nervio de buena rienda,<br />
anda Feliciano Díaz<br />
rastreando al bicho en las sendas.<br />
Bicho lo llaman al tigre<br />
para que no se aparezca,<br />
porque nombrarlo derecho<br />
es invocar su presencia.<br />
Adónde andará el overo,<br />
el cuatrero de la selva,<br />
durmiendo la sed saciada<br />
en las vertientes bermejas.<br />
187
Veinte perros sobre el rastro<br />
tienden las narices huecas;<br />
instinto y miedo humedecen<br />
el sudor de la maciega.<br />
Algunos caschis tiernitos,<br />
con la cola entre las piernas,<br />
se vuelven buscando el rancho<br />
cuando los rastros ventean…<br />
A la sombra del jinete<br />
pasa tatuada la tierra,<br />
repujaron las pezuñas<br />
la flora de las polvaderas.<br />
¡Cebilares de Gualiama<br />
de Rosario la Frontera!<br />
Bajo el coleto enterizo<br />
va el hombre con su conciencia,<br />
con los ojos divagando<br />
sobre el azar de las huellas.<br />
188
En la órbita del sombrero,<br />
choteando sobre las cejas,<br />
giran números impares<br />
de la cuervada agorera.<br />
Madre del Monte, el ubicuo,<br />
mágico dios de la selva,<br />
mostrará en signos cabales<br />
si ese tigre está en su estrella.<br />
¡Ay, corazón del tigrero<br />
que se encontró con la huella,<br />
y presiente que se anuda<br />
su propio destino en ella!<br />
Ya no cifra en su baquía<br />
sino en la suerte hilandera,<br />
que trama en un acertijo<br />
los senderos y las venas.<br />
Miel de los ojos del tigre<br />
lame su alma solariega,<br />
miel del verano dorada<br />
189
que brilla en la sangre fresca.<br />
Orillas de un río muerto,<br />
medio enterrada en la arena,<br />
sus ojos de luz puntuda<br />
encontraron la tambera.<br />
Castaño el pelo lustroso<br />
virgen de mano puestera,<br />
rubias las guampas nuevitas,<br />
filosas de luz melera.<br />
Orejana hasta en el brillo<br />
que en los ojos se le quiebra<br />
como en dos gotas de goma<br />
asombradas de inocencia.<br />
El tigre no come nunca<br />
lo que el hombre manosea,<br />
por un pacto misterioso<br />
de instinto e inteligencia.<br />
¡Cebilares de Gualiama<br />
190
de Rosario la Frontera!<br />
Y cavila Feliciano…<br />
mientras la perrada husmea,<br />
tomando el olor del tigre<br />
que trasciende la tambera.<br />
Del chifle se empina un trago<br />
puñalador de ginebra<br />
que cabeceada con la pólvora<br />
está pulsuda de veras.<br />
Como no traía chala<br />
armó a la moda pueblera,<br />
humándose un papelero<br />
armadito con bandera.<br />
Chuspa de buche de suri,<br />
aviaba su tabaquera,<br />
una pica de virginia<br />
de los Valles de Lerma.<br />
¡Cebilares de Gualiama<br />
191
de Rosario la Frontera!<br />
Valor y miedo son uno,<br />
la ocasión los diferencia,<br />
y suele la cobardía<br />
ser hija de la prudencia.<br />
El corazón del tigrero<br />
su brío macho sopesa,<br />
y arma en los músculos tensos<br />
como una trampa la fuerza.<br />
Nadie la lleve segura<br />
cuando el Overo se enfrenta<br />
porque al verse acorralado<br />
se jugará su entereza.<br />
Por eso que Feliciano<br />
mientras va fumando piensa,<br />
que su ley y la del tigre<br />
es vivir de la violencia.<br />
Al fin, al animalito,<br />
192
un día el hambre lo cerca…<br />
que el tigre con ser el tigre<br />
no es más libre que cualquiera…<br />
Y con la mano huesuda<br />
rasca su barba de brea.<br />
Por detrás de su perrada<br />
al zaino le clava espuelas.<br />
En los guardamontes secos<br />
el monte tamborilea,<br />
y al redoble, Feliciano,<br />
una baguala recuerda:<br />
“El día que yo me muera<br />
no lloren ni tengan pena,<br />
pónganme en cajón de barro<br />
priéndame velas de arena.”<br />
¡Cebilares de Gualiama<br />
de Rosario la Frontera!<br />
Costas de la serranía<br />
193
el sol tendido faldea.<br />
En la manga de huaico hondo<br />
Feliciano echó pie a tierra.<br />
Ya ladran firme los perros,<br />
torido que el eco ahueca<br />
detrás de las palizadas<br />
y quebradas azulencas.<br />
De una mata de simbol<br />
mechudo sobre las peñas,<br />
dorada de sol naciente<br />
la baba del tigre cuelga.<br />
-Aquí lo hemos de empacarresbalando<br />
el arma piensa,<br />
porque ya sus veinte perros<br />
cercaron la muerte overa.<br />
Con los ojos de oro cavado<br />
y apagadas las orejas,<br />
contra la barranca el tigre<br />
sentado en su sexo acecha.<br />
194
La primera bala del güinche<br />
le atravesó la paleta…<br />
boquiabierto quedó el tigre,<br />
con la sombra bajo tierra.<br />
¡Cebilares de Gualiama<br />
de Rosario la Frontera!<br />
Ya finó el tigre manincho…<br />
los cuervos revolotean,<br />
sobre las cumbres, sol alto<br />
resquebrajando la niebla.<br />
Y don Feliciano Díaz,<br />
tigrero de La Frontera,<br />
mira, bajo el algarrobo,<br />
donde se agacha la siesta.<br />
en una sarta de alambre<br />
las garras y la cabeza,<br />
que gotean lagrimones<br />
de grasa en la tierra negra.<br />
195
Zumbando, las moscas verdes<br />
muerte y amor bordonean<br />
encima del cuero overo<br />
mapa mudo de la selva.<br />
Oliendo el olisco rancio<br />
un perro viejo entresueña<br />
y el sigilo de los tigres<br />
le sobresalta las venas.<br />
¡Cebilares de Gualiama<br />
de Rosario la Frontera!<br />
LA GUITARRA<br />
La guitarra se me apega<br />
como si fuera mi sombra,<br />
por eso este gusto a tierra<br />
con que me nacen las coplas.<br />
Aljibe de la guitarra<br />
ensimismada de Arturo,<br />
corazón de palo oscuro<br />
196
donde el vino se desgarra.<br />
Qué lindo canta Ramiro<br />
cajoneando su guitarra,<br />
como salitre le brotan<br />
de los huesos las bagualas.<br />
Cejuela de hueso blanco,<br />
puentes de plata,<br />
en tu boca se ahonda<br />
dormida el agua.<br />
Mujer del guitarrero<br />
que al abrazarte,<br />
si se te entrega entero<br />
has de entregarte.<br />
Cavilosa compañera<br />
del vino triste,<br />
en el que tu voz persiste,<br />
gusto a madera.<br />
Tablita de lavar pena,<br />
197
muchachita carpintera,<br />
la curva de tu cadera<br />
es un médano de arena.<br />
Llévame este corazón<br />
por esos aires volando,<br />
de boca en boca ahondando<br />
mi destino y tu canción.<br />
Cintura de palo hueco<br />
boca de vino profundo,<br />
donde palpita fecundo<br />
de resonancias el eco.<br />
Guitarra del solterón<br />
que en la amistad se suicida,<br />
colgada como su vida<br />
del clavo del corazón.<br />
Noches de luna llena<br />
te abren la entraña,<br />
como la hiedra sube<br />
tu serenata…<br />
198
tu serenata verde<br />
como la hiedra,<br />
donde se encienden los ojos<br />
lloran estrellas.<br />
Espichas las seis clavijas<br />
tu llanto de enamorada,<br />
en hebras de luna hilada<br />
cuaja sonora tu pena,<br />
y en mi corazón resuena<br />
tu voz de selva encantada.<br />
Te habita el alma del monte<br />
como a los palos el viento,<br />
y de su recogimiento<br />
mi canto la desentraña,<br />
tu silencio es una araña<br />
que teje mi sentimiento.<br />
Guitarrita femenina<br />
que emparedan los roperos,<br />
hasta tu alma de resina,<br />
199
que enviudó de un guitarrero,<br />
en holocausto postrero,<br />
subirá la naftalina.<br />
Madera desesperada,<br />
voz de palo atravesada<br />
por una espiga pueblera.<br />
Mujer de palo, encantada<br />
entre vetas de madera.<br />
¡Cadera verde, cadera!<br />
De leña enamorada,<br />
que sube a las sementeras<br />
de la cueca y la tonada,<br />
la zamba y la chacarera.<br />
Trasminas sombra mojada<br />
silencio y luz añejada<br />
en el alma tonelera<br />
que te lleva socavada.<br />
Apegate a mi destino;<br />
junto a la sangre y el vino<br />
200
canta conmigo fundida,<br />
y hazte en mi sombra una herida<br />
de imposible compañera.<br />
Que con mis huesos se injerte,<br />
tu diapasón en mi vida,<br />
y mi garganta en tu muerte.<br />
Galopa el llano en tu caja.<br />
¡Nervio de tacuarembó!<br />
Y la luna te amortaja.<br />
¡Guayavil y viraró!<br />
Fondo de algarrobo blanco,<br />
garganta de guayacán.<br />
Vientre de aroma nocturno<br />
mi mujer elemental.<br />
Afirma tu voz adentro,<br />
la flor del jacarandá.<br />
La lluvia viene a tu encuentro,<br />
desde el Alto Paraná<br />
que te huele a barro dentro.<br />
201
Suena con mi sangre, suena<br />
niña del agua rosada,<br />
muchacha de miel violada<br />
que con mi pena se apena,<br />
o late a tambor tumbada<br />
en la rama de mis venas.<br />
¡Guitarra de palosanto!<br />
Guitarra que lleva el llanto<br />
del cielo por cabellera,<br />
y un relente de pradera<br />
que en la boca se hace canto.<br />
Boca que la muerte ahonda<br />
cuando la zamba retumba<br />
y el eco azul de la fronda<br />
en tu sombra se derrumba.<br />
EL VINO<br />
Amistades y amoríos<br />
andaba llorando el vino,<br />
jurando no olvidar nunca ...<br />
202
llenos los ojos de olvido.<br />
El vino se muere solo,<br />
ojo de sombra y silencio,<br />
con la vida para afuera,<br />
con la muerte para adentro.<br />
Alameda azul del vino<br />
por donde va la alegría,<br />
volviéndose recuerdo<br />
del amor y de la vida.<br />
Deja que llueva la vida<br />
y que lloviendo se lave,<br />
como no se acabe el vino<br />
aunque la vida se acabe.<br />
¡Apuntaláme la noche<br />
con aguardiente! ...<br />
que se me viene encima<br />
como mi muerte.<br />
Vinito de Cafayate<br />
203
devolvéme el corazón,<br />
acostumbráme a tu boca<br />
que yo soy de Tolombón.<br />
Anda el Diablo davuelteando<br />
por el alto remolino,<br />
como si anduviera hilando<br />
con el polvo su destino.<br />
Mire que en Payogastiya<br />
no es igual, si toma vino,<br />
decir que vino Don Bravo,<br />
a decir -¡Qué bravo vino!<br />
Vinito de Pedro Nani,<br />
vinito de Arnaldo Echart,<br />
al fondo de tus quereres<br />
todo se vuelve olvidar.<br />
Pipones de Animaná<br />
donde se revuelca el mosto,<br />
celoso el viento de agosto<br />
quemando los valles va.<br />
204
Cuando ciego el mosto ahonda<br />
su dolor de toro herido,<br />
desangran los algarrobos<br />
toda su sombra en el vino.<br />
Vino del hambre sin manos<br />
a la orilla del camino,<br />
luto morado del triste<br />
que te tomó por destino.<br />
¡Vino de la vida dura,<br />
vino en botella y en jarra,<br />
que con la muerte se apura<br />
en la sed de las guitarras!<br />
Al borracho solitario<br />
el vaso se le hace estaca,<br />
y solo la policía<br />
de los boliches lo saca.<br />
Cuando el vino es volvedor<br />
en el ojo es conocido,<br />
205
y desentierra el rencor<br />
si lo mandan por olvido.<br />
Lo siento a mi corazón<br />
como una viña en las venas,<br />
y uvas mis lágrimas son<br />
en las que cuajan mis penas.<br />
Vino turbio y pateador,<br />
con agrio de resolana,<br />
por vos se yapan cantando<br />
la tarde con la mañana.<br />
El vino le saca al indio<br />
la saliva del empacho<br />
de andar masticando en sano<br />
qué ha de gritar en borracho.<br />
Todo se queda silencio,<br />
viene el invierno nevando,<br />
y el mugrón de las guitarras<br />
entierra vinos morados.<br />
206
El vino le yapa al hombre<br />
las venas con sangre verde,<br />
al triste lo hace más triste<br />
y al alegre más alegre.<br />
Todo parece verdad<br />
cuando se habla desde el vino,<br />
y cuando aclarando va<br />
se vuelve senda el camino.<br />
La tornatranca del vino<br />
se vuelve arrepentimiento,<br />
y carcome el corazón<br />
a puro remordimiento.<br />
El que no es hombre discreto<br />
mejor que del vino se abra,<br />
porque él no cumple palabra<br />
y menos guarda secreto.<br />
El vino es tan verdadero<br />
que destapa el corazón,<br />
y traspasando el garguero<br />
207
se vuelve tirabuzón.<br />
¡Vino riojano reseco!<br />
¡Asperito y paticoso!<br />
¡He de beberte gustoso,<br />
hasta quedar chuchumeco!<br />
¡Vinito de Sanagasta!<br />
¡Yapale sangre a mis venas!<br />
Con tus puñalitos basta<br />
para ir matando mis penas.<br />
Polvo dorado de agosto<br />
que emborracha el sicomoro,<br />
por vos mi sombra es un mosto<br />
hecho con sangre de toro.<br />
¡Que lindo cuando me muera!<br />
y siga el sol davuelteando,<br />
venga el tiempo de las uvas<br />
y el vino me ande llorando.<br />
Vamos mi amor a la zafra,<br />
208
vamos para levantar<br />
todo el dulzor de la tierra<br />
cuajado en las fibras del cañaveral.<br />
Linda la luz de la caña<br />
verde y dorada de miel,<br />
cuando le sube a la sombra<br />
la tierra jugosa de sol moscatel.<br />
Cimbra la caña madura<br />
lanzas de sol otoñal,<br />
y por la sangre me sube<br />
la sombra jugosa del cañaveral.<br />
Siento el sudor en mi boca<br />
y el gusto de mi jornal,<br />
mientras pelando maloja<br />
se come mis brazos el cañaveral.<br />
Hacho los tallos jugosos<br />
lanzas que forja el calor<br />
tus ojos de miel oscura<br />
sobre mi amargura gotean su amor.<br />
209
Cuando me dobla el cansancio<br />
del surco devorador,<br />
cuaja la noche en tus ojos<br />
melaza estrujada de tu corazón.<br />
Cuando voleo el machete<br />
tajando la sombra del cañaveral,<br />
con el sudor de mi frente<br />
se forjan en caliente mi sangre y mi pan.<br />
Cimbra la caña madura<br />
lanzas de sol vegetal<br />
sube a mi sangre raigosa<br />
la sombra jugosa del cañaveral.<br />
Sobre la caña la noche<br />
tiembla como brillazón,<br />
y alza cada hija una hichuna<br />
que afila la luna con su molejón.<br />
Cimbra los cañaverales<br />
un sol montonero con lanzas de miel,<br />
210
mientras me sube a la sangre<br />
la sombra jugosa de luz moscatel.<br />
Haciendo la noche día<br />
trabajaremos los dos<br />
mientras madura en tu entraña<br />
el hijo cañero que tengo con vos.<br />
De sol a sol en el surco<br />
levanto cantando la sangre y el pan,<br />
cae el sudor en mi boca<br />
hachando la sombra del cañaveral.<br />
Vamos mi amor a la zafra<br />
que hay mucho que malojar,<br />
tus ojos de miel oscura<br />
me afilan la mocha para trabajar.<br />
Masca mi sombra el trapiche<br />
churma la sangre del sol,<br />
y el molejón de la luna<br />
afila la hichuna de mi rebelión.<br />
211
Del cielo cayó una rosa<br />
cayó una rosa del cielo,<br />
y se quedó para siempre<br />
en tu boca amaneciendo.<br />
Hilito de zurcir nubes<br />
torcido con mi silencio,<br />
ya no le veo la punta<br />
al amor que nos tenemos.<br />
De amarte como a una estrella<br />
sobre los filos del día,<br />
¡qué alegre tengo la pena<br />
y qué triste la alegría!<br />
SOÑANDO CON LA COSECHA<br />
Con mordaza de silencio<br />
voy masticando mi pena,<br />
callando un rencor oscuro<br />
mientras roturo la tierra,<br />
y voy detrás de la yunta<br />
soñando con la cosecha<br />
que en el surco año tras año<br />
212
con sombra y todo me entierra.<br />
Cada día más abajo<br />
se van hundiendo mis huellas,<br />
y gusto a polvo la boca<br />
me amanece siempre seca…<br />
¡Si fuera mío el rastrojo!<br />
Este pañuelo de tierra…<br />
Junto al río que los ojos<br />
de mi caballo refleja.<br />
Si fuera mío este surco<br />
al que mi sombra se apega,<br />
estaqueada a cuatro abuelos<br />
debajo de las sementeras…<br />
a cuatro abuelos ardiendo<br />
con el fervor de la tierra,<br />
que un horizonte de lanzas<br />
levantó en montonera.<br />
Cuando se apaguen mis ojos<br />
semillando luz espesa,<br />
y se vaya vino adentro<br />
213
mi sombra por la cosecha<br />
borracho alzaré este grito<br />
donde el silencio se quiebra,<br />
espiga de sangre y pueblo<br />
quemando las sementeras.<br />
Texto desgrabado de versiones de Julia Elena Dávalos y Josué Escudero, idénticas<br />
entre sí.<br />
LA OLLERA<br />
Ollita de barro vendo<br />
con olor a temporal,<br />
ollita donde mis manos<br />
vuelan a la eternidad.<br />
Pan de mis días solares,<br />
alas de la libertad,<br />
donde mi vida se entrega,<br />
donde mi alma se da.<br />
Señora patroncita,<br />
le vendo una ollita<br />
para que se luzca<br />
su cocinerita.<br />
214
Ollita de barro,<br />
panzona y chiquita,<br />
donde se conserva<br />
muy fresca el agüita.<br />
Dios no me ha dado hijos<br />
para acariñar,<br />
pero me ha dado el barro<br />
para acariciar.<br />
Desde muy guagüita,<br />
huachita quedé,<br />
levantando el barro<br />
yo me levanté.<br />
Señora marchanta,<br />
le vendo una ollita<br />
para que se luzca<br />
su cocinerita.<br />
Me’i de hacer famosa<br />
ya dicen por áhi,<br />
soy, para servirle,<br />
Bartola Alancay.<br />
215
216