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Francisco de Quevedo - Historia y vida del buscon - Bibliotecas ...

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HISTORIA DE LA VIDA DEL BUSCÓN<br />

LLAMADO DON PABLOS, EJEMPLO<br />

DE VAGAMUNDOS Y ESPEJO DE<br />

TACAÑOS<br />

FRANCISCO DE QUEVEDO<br />

VILLEGAS


LIBRO PRIMERO<br />

CAPITULO I<br />

En que cuenta quién es el Buscón<br />

Yo, señora, soy <strong>de</strong> Segovia; mi padre se<br />

llamó Clemente Pablo, natural <strong>de</strong>l mismo<br />

pueblo (Dios le tenga en el cielo). Fue, tal<br />

como todos dicen, <strong>de</strong> oficio barbero, aunque<br />

eran tan altos sus pensamientos que se corría<br />

<strong>de</strong> que le llamasen así, diciendo que él era<br />

tundidor <strong>de</strong> mejillas y sastre <strong>de</strong> barbas. Dicen<br />

que era <strong>de</strong> muy buena cepa y, según él bebía,<br />

es cosa para creer. Estuvo casado con<br />

Aldonza <strong>de</strong> San Pedro, hija <strong>de</strong> Diego <strong>de</strong> San<br />

Juan y nieta <strong>de</strong> Andrés <strong>de</strong> San Cristóbal. Sospechábase<br />

en el pueblo que no era cristiana<br />

vieja (aun viéndola con canas y rota), aunque<br />

ella, por los nombres y sobrenombres <strong>de</strong> sus<br />

pasados, quiso esforzar que era <strong>de</strong>cendiente<br />

<strong>de</strong> la gloria. Tuvo muy buen parecer para le-


trado; mujer <strong>de</strong> amigas y cuadrilla, y <strong>de</strong> pocos<br />

enemigos, porque hasta los tres <strong>de</strong>l alma<br />

no los tuvo por tales; persona <strong>de</strong> valor y conocida<br />

por quien era. Pa<strong>de</strong>ció gran<strong>de</strong>s trabajos<br />

recién casada, y aun <strong>de</strong>spués, porque malas<br />

lenguas daban en <strong>de</strong>cir que mi padre metía<br />

el dos <strong>de</strong> bastos para sacar el as <strong>de</strong> oros.<br />

Probósele que a todos los que hacía la barba<br />

a navaja, mientras les daba con el agua, levantándoles<br />

la cara para el lavatorio, un mi<br />

hermanico <strong>de</strong> siete años les sacaba muy a su<br />

salvo los tuétanos <strong>de</strong> las faldriqueras. Murió<br />

el angelico <strong>de</strong> unos azotes que le dieron en la<br />

cárcel. Sintiólo mucho mi padre, por ser tal,<br />

que robaba a todos (las volunta<strong>de</strong>s).<br />

Por estas y otras niñerías estuvo preso, y<br />

rigores <strong>de</strong> Justicia (<strong>de</strong> que hombre no se<br />

pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r) le sacaron por las calles. En<br />

lo que toca <strong>de</strong> medio abajo tratáronle aquellos<br />

señores regaladamente. Iba a la brida, en<br />

bestia segura y <strong>de</strong> buen paso, con mesura y<br />

buen día. Mas <strong>de</strong> medio arriba, ecétera, que<br />

no hay más que <strong>de</strong>cir, para quien sabe lo que<br />

hace un pintor <strong>de</strong> suela en unas costillas. Dié-


onle docientos escogidos, que <strong>de</strong> allí a seis<br />

años se le contaban por encima <strong>de</strong> la ropilla.<br />

Más se movía el que se los daba, que él, cosa<br />

que pareció muy bien. Divirtióse algo con las<br />

alabanzas que iba oyendo <strong>de</strong> sus buenas carnes,<br />

que le estaba <strong>de</strong> perlas lo colorado.<br />

Mi madre, pues, ¿no tuvo calamida<strong>de</strong>s? Un<br />

día, alabándomela una vieja que me crió, <strong>de</strong>cía<br />

que era tal su agrado, que hechizaba a<br />

cuantos la trataban. Y <strong>de</strong>cía (no sin sentimiento):<br />

-En su tiempo, hijo, eran los virgos como<br />

soles, unos amanecidos y otros puestos, y los<br />

más, en un día mismo amanecidos y puestos.<br />

Hubo fama que reedificada doncellas, resuscitaba<br />

cabellos, encubriendo canas; empreñaba<br />

piernas con pantorrillas postizas. Y con<br />

no tratarla nadie que se le cubriese pelo, solas<br />

las calvas se la cubría, porque hacía cabelleras;<br />

poblaba quijadas con dientes; al fin<br />

vivía <strong>de</strong> adornar hombres, y era remendona<br />

<strong>de</strong> cuerpos. Unos la llamaban zurcidora <strong>de</strong><br />

gustos; otros, algebrista <strong>de</strong> volunta<strong>de</strong>s <strong>de</strong>sconcertadas;<br />

otros, juntona; cuál la llamaba


enflautadora <strong>de</strong> miembros y cuál tejedora <strong>de</strong><br />

carnes, y por mal nombre alcagüeta. Para<br />

unos era tercera, primera para otros, y flux<br />

para los dineros <strong>de</strong> todos. Ver, pues, con la<br />

cara <strong>de</strong> risa que ella oía esto <strong>de</strong> todos, era<br />

para dar mil gracias a Dios.<br />

Hubo gran<strong>de</strong>s diferencias entre mis padres<br />

sobre a quién había <strong>de</strong> imitar en el oficio,<br />

mas yo, que siempre tuve pensamientos <strong>de</strong><br />

caballero <strong>de</strong>s<strong>de</strong> chiquito, nunca me apliqué a<br />

uno ni a otro. Decíame mi padre:<br />

-Hijo, esto <strong>de</strong> ser ladrón no es arte mecánica<br />

sino liberal.<br />

Y <strong>de</strong> allí a un rato, habiendo suspirado, <strong>de</strong>cía,<br />

<strong>de</strong> manos:<br />

-Quien no hurta en el mundo, no vive. ¿Por<br />

qué piensas que los alguaciles y jueces nos<br />

aborrecen tanto? Unas veces nos <strong>de</strong>stierran,<br />

otras nos azotan y otras nos cuelgan. (No lo<br />

puedo <strong>de</strong>cir sin lágrimas, lloraba como un niño<br />

el buen viejo, acordándose <strong>de</strong> las que le<br />

habían batanado las costillas). Porque no<br />

querrían que, don<strong>de</strong> están, hubiese otros ladrones<br />

sino ellos y sus ministros. Mas <strong>de</strong> todo


nos libró la buena astucia. En mi mocedad,<br />

siempre andaba por las iglesias, y no <strong>de</strong> puro<br />

buen cristiano. Muchas veces me hubieran<br />

llorado en el asno, si hubiera cantado en el<br />

potro. Nunca confesé sino cuando lo mandaba<br />

la Santa Madre Iglesia. Preso estuve por pedigüeño<br />

en caminos, y a pique <strong>de</strong> que me esteraran<br />

el tragar, y <strong>de</strong> acabar todos mis negocios<br />

con diez y seis maravedís: diez <strong>de</strong> soga<br />

y seis <strong>de</strong> cáñamo. Mas <strong>de</strong> todo me ha sacado<br />

el punto en boca, el chitón y los nones.<br />

Y, con esto y mi oficio, he sustentado a tu<br />

madre lo más honradamente que he podido.<br />

-¿Cómo a mí sustentado? -dijo ella con<br />

gran<strong>de</strong> cólera. Yo os he sustentado a vos, y<br />

sacádoos <strong>de</strong> las cárceles con industria, y<br />

mantenídoos en ellas con dinero. Si no confesába<strong>de</strong>s,<br />

¿era por vuestro ánimo? o ¿por las<br />

bebidas que yo os daba? ¡Gracias a mis botes!<br />

Y si no temiera que me habían <strong>de</strong> oír en<br />

la calle, yo dijera lo <strong>de</strong> cuando entré por la<br />

chimenea y os saqué por el tejado.<br />

Metílos en paz, diciendo que yo quería<br />

apren<strong>de</strong>r virtud resueltamente, y ir con mis


uenos pensamientos a<strong>de</strong>lante; y que para<br />

esto me pusiesen a la escuela, pues sin leer<br />

ni escribir no se podía hacer nada. Parecióles<br />

bien lo que <strong>de</strong>cía, aunque lo gruñeron un rato<br />

entre los dos. Mi madre se entró a <strong>de</strong>ntro, y<br />

mi padre fue a rapar a uno (así lo dijo él) no<br />

sé si la barba o la bolsa, lo más ordinario era<br />

uno y otro. Yo me quedé solo, dando gracias<br />

a Dios porque me hizo hijo <strong>de</strong> padres tan celosos<br />

<strong>de</strong> mi bien.<br />

CAPITULO II<br />

De cómo fue a la escuela y lo que en<br />

ella le sucedió<br />

A otro día, ya estaba comprada la cartilla y<br />

hablado el maestro. Fui, señora, a la escuela;<br />

recibióme muy alegre, diciendo que tenía cara<br />

<strong>de</strong> hombre agudo y <strong>de</strong> buen entendimiento.<br />

Yo, con esto, por no <strong>de</strong>smentirle, di muy<br />

bien la lición aquella mañana. Sentábame el<br />

maestro junto a sí, ganaba la palmatoria los<br />

más días por venir antes, y íbame el postrero<br />

por hacer algunos recados a la Señora (que<br />

así llamábamos la mujer <strong>de</strong>l maestro). Tenía-


los a todos con semejantes caricias obligados;<br />

favorecíanme <strong>de</strong>masiado, y con esto creció<br />

la envidia en los <strong>de</strong>más niños. LLegábame,<br />

<strong>de</strong> todos, a los hijos <strong>de</strong> caballeros y personas<br />

principales, y particularmente a un hijo<br />

<strong>de</strong> don Alonso Coronel <strong>de</strong> Zúñiga, con el cual<br />

juntaba meriendas. Ibame a su casa a jugar<br />

los días <strong>de</strong> fiesta, y acompañábale cada día.<br />

Los otros, o que porque no les hablaba o que<br />

porque les parecía <strong>de</strong>masiado punto el mío,<br />

siempre andaban poniéndome nombres tocantes<br />

al oficio <strong>de</strong> mi padre. Unos me llamaban<br />

don Navaja, otros don Ventosa; cuál <strong>de</strong>cía,<br />

por disculpar la invidia, que me quería<br />

mal porque mi madre le había chupado dos<br />

hermanitas pequeñas, <strong>de</strong> noche; otro <strong>de</strong>cía<br />

que a mi padre le habían llevado a su casa<br />

para que la limpiase <strong>de</strong> ratones (por llamarle<br />

gato). Unos me <strong>de</strong>cían "zape" cuando pasaba,<br />

y otros "miz". Cuál <strong>de</strong>cía:<br />

-Yo la tiré dos berenjenas a su madre cuando<br />

fue obispa.<br />

Al fin, con todo cuanto andaban royéndome<br />

los zancajos, nunca me faltaron, gloria a


Dios. Y aunque yo me corría, disimulaba; todo<br />

lo sufría, hasta que un día un muchacho se<br />

atrevió a <strong>de</strong>cirme a voces hijo <strong>de</strong> una puta y<br />

hechicera; lo cual, como me lo dijo tan claro<br />

(que aun si lo dijera turbio no me diera por<br />

entendido) agarré una piedra y <strong>de</strong>scalabréle.<br />

Fuime a mi madre corriendo que me escondiese;<br />

contéla el caso; díjome:<br />

-Muy bien hiciste: bien muestras quién<br />

eres; sólo anduviste errado en no preguntarle<br />

quién se lo dijo.<br />

Cuando yo oí esto, como siempre tuve altos<br />

pensamientos, volvíme a ella y roguéla me<br />

<strong>de</strong>clarase si le podía <strong>de</strong>smentir con verdad o<br />

que me dijese si me había concebido a escote<br />

entre muchos o si era hijo <strong>de</strong> mi padre. Rióse<br />

y dijo:<br />

-Ah, noramaza, ¿eso sabes <strong>de</strong>cir? No serás<br />

bobo: gracia tienes. Muy bien hiciste en quebrarle<br />

la cabeza, que esas cosas, aunque<br />

sean verdad, no se han <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir.<br />

Yo, con esto, quedé como muerto, y dime<br />

por novillo <strong>de</strong> legítimo matrimonio, <strong>de</strong>terminado<br />

<strong>de</strong> coger lo que pudiese en breves días,


y salirme <strong>de</strong> en casa <strong>de</strong> mi padre, tanto pudo<br />

conmigo la vergüenza. Disimulé, fue mi padre,<br />

curó al muchacho, apaciguólo y volvióme<br />

a la escuela, adon<strong>de</strong> el maestro me recibió<br />

con ira, hasta que, oyendo la causa <strong>de</strong> la riña,<br />

se le aplacó el enojo, consi<strong>de</strong>rando la razón<br />

que había tenido.<br />

En todo esto, siempre me visitaba aquel<br />

hijo <strong>de</strong> don Alonso <strong>de</strong> Zúñiga, que se llamaba<br />

don Diego, porque me quería bien naturalmente.<br />

Que yo trocaba con él los peones si<br />

eran mejores los míos, dábale <strong>de</strong> lo que almorzaba<br />

y no le pedía <strong>de</strong> lo que él comía,<br />

comprábale estampas, enseñábale a luchar,<br />

jugaba con él al toro, y entreteníale siempre.<br />

Así que, los más días, sus padres <strong>de</strong>l caballerito,<br />

viendo cuánto le regocijaba mi compañía,<br />

rogaban a los míos que me <strong>de</strong>jasen con<br />

él a comer y cenar y aun a dormir los más<br />

días.<br />

Sucedió, pues, uno <strong>de</strong> los primeros que<br />

hubo escuela por Na<strong>vida</strong>d, que viniendo por<br />

la calle un hombre que se llamaba Poncio <strong>de</strong>


Aguire (el cual tenía fama <strong>de</strong> confeso) que el<br />

don Dieguito me dijo:<br />

-Hola, llámale Poncio Pilato y echa a correr.<br />

Yo, por darle gusto a mi amigo, llaméle<br />

Poncio Pilato. Corrióse tanto el hombre, que<br />

dio a correr tras mí con un cuchillo <strong>de</strong>snudo<br />

para matarme, <strong>de</strong> suerte que fue forzoso meterme<br />

huyendo en casa <strong>de</strong> mi maestro, dando<br />

gritos. Entró el hombre tras mí, y <strong>de</strong>fendióme<br />

el maestro <strong>de</strong> que no me matase, asigurándole<br />

<strong>de</strong> castigarme. Y así luego (aunque Señora<br />

le rogó por mí, mo<strong>vida</strong> <strong>de</strong> lo que yo la<br />

servía, no aprovechó), mandóme <strong>de</strong>satacar,<br />

y, azotándome, <strong>de</strong>cía tras cada azote:<br />

-¿Diréis más Poncio Pilato?.<br />

Yo respondía:<br />

-No, señor.<br />

Y respondílo veinte veces, a otros tantos<br />

azotes que me dio. Quedé tan escarmentado<br />

<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir Poncio Pilato, y con tal miedo, que,<br />

mandándome el día siguiente <strong>de</strong>cir (como solía)<br />

las oraciones a los otros, llegando al Credo<br />

(advierta V. Md. la inocente malicia), al<br />

tiempo <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir "pa<strong>de</strong>ció so el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> Pon-


cio Pilato", acordándome que no había <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir<br />

más Pilatos, dije: "pa<strong>de</strong>ció so el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong><br />

Poncio <strong>de</strong> Aguirre". Dióle al maestro tanta<br />

risa <strong>de</strong> oír mi simplicidad y <strong>de</strong> ver el miedo<br />

que le había tenido, que me abrazó y dio una<br />

firma en que me perdonaba <strong>de</strong> azotes las dos<br />

primeras veces que los mereciese. Con esto<br />

fui yo muy contento.<br />

En estas niñeces pasé algún tiempo aprendiendo<br />

a leer y escrebir. Llegó (por no enfadar)<br />

el <strong>de</strong> unas Carnestolendas, y, trazando<br />

el maestro <strong>de</strong> que se holgasen sus muchachos,<br />

or<strong>de</strong>nó que hubiese rey <strong>de</strong> gallos.<br />

Echamos suertes entre doce señalados por él,<br />

y cúpome a mí. Avisé a mis padres que me<br />

buscasen galas.<br />

LLegó el día, y salí en uno como caballo,<br />

mejor dijera en un cofre vivo, que no anduvo<br />

en peores pasos Roberto <strong>de</strong>l diablo, según<br />

andaba. êl era rucio, y rodado el que iba encima<br />

por lo que caía en todo. La edad no hay<br />

que tratar, biznietos tenía en tahonas. De su<br />

raza no sé más <strong>de</strong> que sospecho era <strong>de</strong> judío,


según era medroso y <strong>de</strong>sdichado. Iban tras<br />

mí los <strong>de</strong>más niños todos a<strong>de</strong>rezados.<br />

Pasamos por la plaza (aun <strong>de</strong> acordarme<br />

tengo miedo), y llegando cerca <strong>de</strong> las mesas<br />

<strong>de</strong> las verduras (Dios nos libre), agarró mi<br />

caballo un repollo a una, y ni fue visto ni oído<br />

cuando lo <strong>de</strong>spachó a las tripas, a las cuales,<br />

como iba rodando por el gaznate, no llegó en<br />

mucho tiempo. La bercera (que siempre son<br />

<strong>de</strong>svergonzadas) empezó a dar voces; llegáronse<br />

otras y, con ellas, pícaros, y alzando<br />

zanorias garrofales, nabos frisones, tronchos<br />

y otras legumbres, empiezan a dar tras el pobre<br />

rey. Yo, viendo que era batalla nabal, y<br />

que no se había <strong>de</strong> hacer a caballo, comencé<br />

a apearme; mas tal golpe me le dieron al caballo<br />

en la cara, que, yendo a empinarse, cayó<br />

conmigo en una (hablando con perdón)<br />

privada. Púseme cual V. Md. pue<strong>de</strong> imaginar.<br />

Ya mis muchachos se habían armado <strong>de</strong> piedras,<br />

y daban tras las reven<strong>de</strong><strong>de</strong>ras, y <strong>de</strong>scalabraron<br />

dos.<br />

Yo, a todo esto, <strong>de</strong>spués que caí en la privada,<br />

era la persona más necesaria <strong>de</strong> la riña.


Vino la justicia, comenzó a hacer información,<br />

prendió a berceras y muchachos, mirando a<br />

todos qué armas tenían y quitándoselas, porque<br />

habían sacado algunos dagas <strong>de</strong> las que<br />

traían por gala, y otros espadas pequeñas.<br />

LLegó a mí, y, viendo que no tenía ningunas,<br />

porque me las habían quitado y metídolas en<br />

una casa a secar con la capa y sombrero, pidióme,<br />

como digo, las armas, al cual respondí,<br />

todo sucio, que, si no eran ofensivas contra<br />

las narices, que yo no tenía otras. Quiero<br />

confesar a V. Md. que, cuando me empezaron<br />

a tirar los tronchos, nabos, etcétera, que,<br />

como yo llevaba plumas en el sombrero, entendiendo<br />

que me habían tenido por mi madre<br />

y que la tiraban, como habían hecho otras<br />

veces, como necio y muchacho, empecé a <strong>de</strong>cir:<br />

-"Hermanas, aunque llevo plumas, no soy<br />

Aldonza <strong>de</strong> San Pedro, mi madre" (como si<br />

ellas no lo echaran <strong>de</strong> ver por el talle y rostro).<br />

El miedo me disculpó la ignorancia, y el<br />

suce<strong>de</strong>rme la <strong>de</strong>sgracia tan <strong>de</strong> repente.<br />

Pero, volviendo al alguacil, quísome llevar a<br />

la cárcel, y no me llevó porque no hallaba por


don<strong>de</strong> asirme (tal me había puesto <strong>de</strong>l lodo).<br />

Unos se fueron por una parte y otros por otra,<br />

y yo me vine a mi casa <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la plaza, martirizando<br />

cuantas narices topaba en el camino.<br />

Entré en ella, conté a mis padres el suceso, y<br />

corriéronse tanto <strong>de</strong> verme <strong>de</strong> la manera que<br />

venía, que me quisieron maltratar. Yo echaba<br />

la culpa a las dos leguas <strong>de</strong> rocín esprimido<br />

que me dieron. Procuraba satisfacerlos, y,<br />

viendo que no bastaba, salíme <strong>de</strong> su casa y<br />

fuime a ver a mi amigo don Diego, al cual<br />

hallé en la suya <strong>de</strong>scalabrado, y a sus padres<br />

resueltos por ello <strong>de</strong> no inviarle más a la escuela.<br />

Allí tuve nuevas <strong>de</strong> cómo mi rocín,<br />

viéndose en aprieto, se esforzó a tirar dos coces,<br />

y, <strong>de</strong> puro flaco, se le <strong>de</strong>sgajaron las dos<br />

piernas, y se quedó sembrado para otro año<br />

en el lodo, bien cerca <strong>de</strong> espirar.<br />

Viéndome, pues, con una fiesta revuelta, un<br />

pueblo escandalizado, los padres corridos, mi<br />

amigo <strong>de</strong>scalabrado y el caballo muerto, <strong>de</strong>terminéme<br />

<strong>de</strong> no volver más a la escuela ni a<br />

casa <strong>de</strong> mis padres, sino <strong>de</strong> quedarme a servir<br />

a don Diego o, por mejor <strong>de</strong>cir, en su


compañía, y esto con gran gusto <strong>de</strong> los suyos,<br />

por el que daba mi amistad al niño. Escribí<br />

a mi casa que yo no había menester más<br />

ir a la escuela porque, aunque no sabía bien<br />

escribir, para mi intento <strong>de</strong> ser caballero lo<br />

que se requería era escribir mal, y que así,<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego, renunciaba la escuela por no<br />

darles gasto, y su casa para ahorrarlos <strong>de</strong> pesadumbre.<br />

Avisé, <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> y cómo quedaba,<br />

y que hasta que me diesen licencia no los vería.<br />

CAPITULO III<br />

De cómo fue a un pupilaje por criado <strong>de</strong><br />

don Diego Coronel<br />

Determinó, pues, don Alonso <strong>de</strong> poner a su<br />

hijo en pupilaje, lo uno por apartarle <strong>de</strong> su<br />

regalo, y lo otro por ahorrar <strong>de</strong> cuidado. Supo<br />

que había en Segovia un licenciado Cabra,<br />

que tenía por oficio el criar hijos <strong>de</strong> caballeros,<br />

y envió allá el suyo, y a mí para que le<br />

acompañase y sirviese.<br />

Entramos, primero domingo <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

Cuaresma, en po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> la hambre viva, por-


que tal laceria no admite encarecimiento. êl<br />

era un clérigo cerbatana, largo sólo en el talle,<br />

una cabeza pequeña, los ojos avecindados<br />

en el cogote, que parecía que miraba por<br />

cuévanos, tan hundidos y escuros, que era<br />

buen sitio el suyo para tiendas <strong>de</strong> merca<strong>de</strong>res;<br />

la nariz, <strong>de</strong> cuerpo <strong>de</strong> santo, comido el<br />

pico, entre Roma y Francia, porque se le<br />

había comido <strong>de</strong> unas búas <strong>de</strong> resfriado, que<br />

aun no fueron <strong>de</strong> vicio porque cuestan dinero;<br />

las barbas <strong>de</strong>scoloridas <strong>de</strong> miedo <strong>de</strong> la boca<br />

vecina, que, <strong>de</strong> pura hambre, parecía que<br />

amenazaba a comérselas; los dientes, le faltaban<br />

no sé cuántos, y pienso que por holgazanes<br />

y vagamundos se los habían <strong>de</strong>sterrado;<br />

el gaznate largo como <strong>de</strong> avestruz, con<br />

una nuez tan salida, que parecía se iba a<br />

buscar <strong>de</strong> comer forzada <strong>de</strong> la necesidad; los<br />

brazos secos; las manos como un manojo <strong>de</strong><br />

sarmientos cada una. Mirado <strong>de</strong> medio abajo,<br />

parecía tenedor o compás, con dos piernas<br />

largas y flacas. Su andar muy espacioso; si se<br />

<strong>de</strong>scomponía algo, le sonaban los güesos como<br />

tablillas <strong>de</strong> San Lázaro. La habla ética; la


arba gran<strong>de</strong>, que nunca se la cortaba por no<br />

gastar, y él <strong>de</strong>cía que era tanto el asco que le<br />

daba ver la mano <strong>de</strong>l barbero por su cara,<br />

que antes se <strong>de</strong>jaría matar que tal permitiese.<br />

Cortábale los cabellos un muchacho <strong>de</strong><br />

nosotros. Traía un bonete los días <strong>de</strong> sol, ratonado<br />

con mil gateras y guarniciones <strong>de</strong> grasa;<br />

era <strong>de</strong> cosa que fue paño, con los fondos<br />

en caspa. La sotana, según <strong>de</strong>cían algunos,<br />

era milagrosa, porque no se sabía <strong>de</strong> qué color<br />

era. Unos, viéndola tan sin pelo, la tenían<br />

por <strong>de</strong> cuero <strong>de</strong> rana; otros <strong>de</strong>cían que era<br />

ilusión; <strong>de</strong>s<strong>de</strong> cerca parecía negra, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

lejos entre azul. Llevábala sin ceñidor; no traía<br />

cuello ni puños. Parecía, con esto y los cabellos<br />

largos y la sotana y el bonetón, teatino<br />

lanudo. Cada zapato podía ser tumba <strong>de</strong> un<br />

filisteo. Pues ¿su aposento? Aun arañas no<br />

había en él. Conjuraba los ratones <strong>de</strong> miedo<br />

que no le royesen algunos mendrugos que<br />

guardaba. La cama tenía en el suelo, y dormía<br />

siempre <strong>de</strong> un lado por no gastar las sábanas.<br />

Al fin, él era archipobre y protomiseria.


A po<strong>de</strong>r déste, pues, vine, y en su po<strong>de</strong>r estuve<br />

con don Diego, y la noche que llegamos<br />

nos señaló nuestro aposento y nos hizo una<br />

plática corta, que aun por no gastar tiempo<br />

no duró más. Díjonos lo que habíamos <strong>de</strong><br />

hacer. Estuvimos ocupados en esto hasta la<br />

hora <strong>de</strong> comer. Fuimos allá; comían los amos<br />

primero, y servíamos los criados.<br />

El refitorio era un aposento como medio celemín.<br />

Sentábanse a una mesa hasta cinco<br />

caballeros. Yo miré lo primero por los gatos,<br />

y, como no los vi, pregunté que cómo no los<br />

había a un criado antiguo, el cual, <strong>de</strong> flaco<br />

estaba ya con la marca <strong>de</strong>l pupilaje. Comenzó<br />

a enternecerse, y dijo:<br />

-¿Cómo gatos? Pues ¿quien os ha dicho a<br />

vos que los gatos son amigos <strong>de</strong> ayunos y<br />

penitencias? En lo gordo se os echa <strong>de</strong> ver<br />

que sois nuevo. ¿Qué tiene esto <strong>de</strong> refitorio<br />

<strong>de</strong> Gerónimos para que se críen aquí?<br />

Yo, con esto, me comencé a afligir; y más<br />

me susté cuando advertí que todos los que<br />

vivían en el pupilaje <strong>de</strong> antes estaban como<br />

leznas, con unas caras que parecía se afeita-


an con diaquilón. Sentóse el licenciado Cabra<br />

y echó la bendición. Comieron una comida<br />

eterna, sin principio ni fin. Trujeron caldo<br />

en unas escudillas <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra, tan claro, que<br />

en comer una <strong>de</strong>llas peligrara Narciso más<br />

que en la fuente. Noté con la ansia que los<br />

macilentos <strong>de</strong>dos se echaban a nado tras un<br />

garbanzo güérfano y solo que estaba en el<br />

suelo. Decía Cabra a cada sorbo:<br />

-Cierto que no hay tal cosa como la olla, digan<br />

lo que dijeren; todo lo <strong>de</strong>más es vicio y<br />

gula.<br />

Y, sacando la lengua, la paseaba por los bigotes,<br />

lamiéndoselos, con que <strong>de</strong>jaba la barba<br />

pavonada <strong>de</strong> caldo. Acabando <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirlo,<br />

echóse su escudilla a pechos, diciendo:<br />

-Todo esto es salud, y otro tanto ingenio.<br />

-¡Mal ingenio te acabe!, <strong>de</strong>cía yo entre mí,<br />

cuando vi un mozo medio espíritu y tan flaco,<br />

con un plato <strong>de</strong> carne en las manos, que parecía<br />

que la había quitado <strong>de</strong> sí mismo. Venía<br />

un nabo aventurero a vueltas <strong>de</strong> la carne<br />

(apenas), y dijo el maestro en viéndole:


-¿Nabo hay? No hay perdiz para mí que se<br />

le iguale. Coman, que me huelgo <strong>de</strong> verlos<br />

comer.<br />

Y, tomando el cuchillo por el cuerno, picóle<br />

con la punta y asomándole a las narices, trayéndole<br />

en procesión por la portada <strong>de</strong> la cara,<br />

meciendo la cabeza dos veces, dijo:<br />

-Conforta realmente, y son cordiales.<br />

Que era gran<strong>de</strong> adulador <strong>de</strong> las legumbres.<br />

Repartió a cada uno tan poco carnero, que,<br />

entre lo que se les pegó en las uñas y se les<br />

quedó entre los dientes, pienso que se consumió<br />

todo, <strong>de</strong>jando <strong>de</strong>scomulgadas las tripas<br />

<strong>de</strong> participantes. Cabra los miraba y <strong>de</strong>cía:<br />

-Coman, que mozos son y me huelgo <strong>de</strong> ver<br />

sus buenas ganas.<br />

(¡Mire V. Md. qué aliño para los que bostezaban<br />

<strong>de</strong> hambre!). Acabaron <strong>de</strong> comer y<br />

quedaron unos mendrugos en la mesa y, en<br />

el plato, dos pellejos y unos güesos; y dijo el<br />

pupilero:<br />

-Que<strong>de</strong> esto para los criados, que también<br />

han <strong>de</strong> comer; no lo queramos todo.


-¡Mal te haga Dios y lo que has comido, lacerado<br />

-<strong>de</strong>cía yo-, que tal amenaza has hecho<br />

a mis tripas!<br />

Echó la bendición, y dijo:<br />

-Ea, <strong>de</strong>mos lugar a la gentecilla que se repapile,<br />

y váyanse hasta las dos a hacer ejercicio,<br />

no les haga mal lo que han comido.<br />

Entonces yo no pu<strong>de</strong> tener la risa, abriendo<br />

toda la boca. Enojóse mucho, y díjome que<br />

aprendiese mo<strong>de</strong>stia, y tres o cuatro sentencias<br />

viejas, y fuese.<br />

Sentámonos nosotros, y yo, que vi el negocio<br />

malparado y que mis tripas pedían justicia,<br />

como más sano y más fuerte que los<br />

otros, arremetí al plato, como arremetieron<br />

todos, y emboquéme <strong>de</strong> tres mendrugos los<br />

dos, y el un pellejo. Comenzaron los otros a<br />

gruñir; al ruido entró Cabra, diciendo:<br />

-Coman como hermanos, pues Dios les da<br />

con qué. No riñan, que para todos hay.<br />

Volvióse al sol y <strong>de</strong>jónos solos. Certifico a V.<br />

Md. que vi al uno <strong>de</strong>llos, que se llamaba Jurre,<br />

vizcaíno, tan ol<strong>vida</strong>do ya <strong>de</strong> cómo y por<br />

dón<strong>de</strong> se comía, que una cortecilla que le cu-


po la llevó dos veces a los ojos, y entre tres<br />

no le acertaban a encaminar las manos a la<br />

boca. Pedí yo <strong>de</strong> beber, que los otros, por estar<br />

casi en ayunas, no lo hacían, y diéronme<br />

un vaso con agua; y no le hube bien llegado a<br />

la boca, cuando, como si fuera lavatorio <strong>de</strong><br />

comunión, me le quitó el mozo espiritado que<br />

dije. Levantéme con gran<strong>de</strong> dolor <strong>de</strong> mi alma,<br />

viendo que estaba en casa don<strong>de</strong> se brindaba<br />

a las tripas y no hacían la razón. Dióme gana<br />

<strong>de</strong> <strong>de</strong>scomer (aunque no había comido), digo,<br />

<strong>de</strong> proveerme, y pregunté por las necesarias<br />

a un antiguo, y díjome:<br />

-Como no lo son en esta casa, no las hay.<br />

Para una vez que os proveeréis mientras aquí<br />

estuviére<strong>de</strong>s, don<strong>de</strong>quiera podréis; que aquí<br />

estoy dos meses ha, y no he hecho tal cosa<br />

sino el día que entré, como agora vos, <strong>de</strong> lo<br />

que cené en mi casa la noche antes.<br />

¿Como encareceré yo mi tristeza y pena?<br />

Fue tanta, que, consi<strong>de</strong>rando lo poco que<br />

había <strong>de</strong> entrar en mi cuerpo, no osé, aunque<br />

tenía gana, echar nada <strong>de</strong> dél. Entretuvímonos<br />

hasta la noche. Decíame don Diego que


qué haría él para persuadir a las tripas que<br />

habían comido, porque no lo querían creer.<br />

Andaban váguidos en aquella casa como en<br />

otras ahítos.<br />

LLegó la hora <strong>de</strong> cenar; pasóse la merienda<br />

en blanco, y la cena ya que no se pasó en<br />

blanco, se pasó en moreno: pasas y almendras,<br />

y candil y dos bendiciones, porque se<br />

dijese que cenábamos con bendición. "Es cosa<br />

saludable (<strong>de</strong>cía) cenar poco, para tener el<br />

estómago <strong>de</strong>socupado", y citaba una arretahíla<br />

<strong>de</strong> médicos infernales. Decía alabanzas <strong>de</strong><br />

la dieta, y que se ahorraba un hombre <strong>de</strong><br />

sueños pesados, sabiendo que, en su casa, no<br />

se podía soñar otra cosa sino que comían.<br />

Cenaron y cenamos todos, y no cenó ninguno.<br />

Fuímonos a acostar, y en toda la noche pudimos<br />

yo ni don Diego dormir, él trazando <strong>de</strong><br />

quejarse a su padre y pedir que le sacase <strong>de</strong><br />

allí, y yo aconsejándole que lo hiciese; aunque<br />

últimamente le dije:<br />

-Señor, ¿sabéis <strong>de</strong> cierto si estamos vivos?<br />

Porque yo imagino que, en la pen<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong>


las berceras, nos mataron, y que somos ánimas<br />

que estamos en el Purgatorio. Y así, es<br />

por <strong>de</strong>más <strong>de</strong>cir que nos saque vuestro padre,<br />

si alguno no nos reza en alguna cuenta<br />

<strong>de</strong> perdones y nos saca <strong>de</strong> penas con alguna<br />

misa en altar previlegiado.<br />

Entre estas pláticas, y un poco que dormimos,<br />

se llegó la hora <strong>de</strong> levantar. Dieron las<br />

seis, y llamó Cabra a lición; fuimos y oímosla<br />

todos. Mandáronme leer el primer nominativo<br />

a los otros, y era <strong>de</strong> manera mi hambre, que<br />

me dasayuné con la mitad <strong>de</strong> las razones,<br />

comiéndomelas. Y todo esto creerá quien supiere<br />

lo que me contó el mozo <strong>de</strong> Cabra, diciendo<br />

que una Cuaresma, topó muchos<br />

hombres, unos metiendo los pies, otros las<br />

manos y otros todo el cuerpo, en el portal <strong>de</strong><br />

su casa, y esto por muy gran rato, y mucha<br />

gente que venía a sólo aquello <strong>de</strong> fuera; y<br />

preguntando a uno un día que qué sería (porque<br />

Cabra se enojó <strong>de</strong> que se lo preguntase)<br />

respondió que los unos tenían sarna y los<br />

otros sabañones, y que, en metiéndolos en<br />

aquella casa, morían <strong>de</strong> hambre, <strong>de</strong> manera


que no comían <strong>de</strong>s<strong>de</strong> allí a<strong>de</strong>lante. Certificóme<br />

que era verdad, y yo, que conocí la casa,<br />

lo creo. Dígolo porque no parezca encarecimiento<br />

lo que dije. Y volviendo a la lición, diola<br />

y <strong>de</strong>corámosla. Y prosiguió siempre en<br />

aquel modo <strong>de</strong> vivir que he contado. Sólo<br />

añadió a la comida tocino en la olla, por no sé<br />

qué que le dijeron, un día, <strong>de</strong> hidalguía, allá<br />

fuera. Y así, tenía una ceja <strong>de</strong> hierro, toda<br />

agujerada como salva<strong>de</strong>ra; abríala, y metía<br />

un pedazo <strong>de</strong> tocino en ella, que la llenase, y<br />

tornábala a cerrar, y metíala colgando <strong>de</strong> un<br />

cor<strong>de</strong>l en la olla, para que la diese algún zumo<br />

por los agujeros, y quedase para otro día<br />

el tocino. Parecióle <strong>de</strong>spués que, en esto, se<br />

gastaba mucho, y dio en sólo asomar el tocino<br />

a la olla. Dábase la olla por entendida <strong>de</strong>l<br />

tocino y nosotros comíamos algunas sospechas<br />

<strong>de</strong> pernil.<br />

Pasábamoslo con estas cosas como se pue<strong>de</strong><br />

imaginar. Don Diego y yo nos vimos tan al<br />

cabo, que, ya que para comer, al cabo <strong>de</strong> un<br />

mes, no hallábamos remedio, le buscamos<br />

para no levantarnos <strong>de</strong> mañana; y así, tra-


zamos <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir que teníamos algún mal. No<br />

osamos <strong>de</strong>cir calentura, porque, no la teniendo,<br />

era fácil <strong>de</strong> conocer el enredo. Dolor <strong>de</strong><br />

cabeza u muelas era poco estorbo. Dijimos, al<br />

fin, que nos dolían las tripas, y que estábamos<br />

muy malos <strong>de</strong> achaque <strong>de</strong> no haber<br />

hecho <strong>de</strong> nuestras personas en tres días, fiados<br />

en que, a trueque <strong>de</strong> no gastar dos cuartos<br />

en una melecina, no buscaría el remedio.<br />

Mas or<strong>de</strong>nólo el diablo <strong>de</strong> otra suerte, porque<br />

tenía una que había heredado <strong>de</strong> su padre,<br />

que fue boticario. Supo el mal, y tomóla y<br />

a<strong>de</strong>rezó una melecina, y haciendo llamar una<br />

vieja <strong>de</strong> setenta años, tía suya, que le servía<br />

<strong>de</strong> enfermera, dijo que nos echase sendas<br />

gaitas. Empezaron por don Diego; el <strong>de</strong>sventurado<br />

atajóse, y la vieja, en vez <strong>de</strong> echársela<br />

<strong>de</strong>ntro, disparósela por entre la camisa y el<br />

espinazo, y diole con ella en el cogote, y vino<br />

a servir por <strong>de</strong>fuera <strong>de</strong> guarnición la que <strong>de</strong>ntro<br />

había <strong>de</strong> ser aforro. Quedó el mozo dando<br />

gritos; vino Cabra y, viéndolo, dijo que me<br />

echasen a mí la otra, que luego tornarían a<br />

don Diego. Yo me resistía, pero no me valió,


porque, teniéndome Cabra y otros, me la<br />

echó la vieja, a la cual, <strong>de</strong> retorno, di con ella<br />

en toda la cara. Enojóse Cabra conmigo, y<br />

dijo que él me echaría <strong>de</strong> su casa, que bien<br />

se echaba <strong>de</strong> ver que era bellaquería todo. Yo<br />

rogaba a Dios que se enojase tanto que me<br />

<strong>de</strong>spidiese, mas no lo quiso mi ventura.<br />

Quejábamonos nosotros a don Alonso, y el<br />

Cabra le hacía creer que lo hacíamos por no<br />

asistir al estudio. Con esto, no nos valían plegarias.<br />

Metió en casa la vieja por ama, para que<br />

guisase <strong>de</strong> comer y sirviese a los pupilos, y<br />

<strong>de</strong>spidió al criado porque le halló, un viernes<br />

a la mañana, con unas migajas <strong>de</strong> pan en la<br />

ropilla. Lo que pasamos con la vieja, Dios lo<br />

sabe. Era tan sorda, que no oía nada; entendía<br />

por señas; ciega, y tan gran rezadora que<br />

un día se le <strong>de</strong>sensartó el rosario sobre la olla<br />

y nos la trujo con el caldo más <strong>de</strong>voto que he<br />

comido. Unos <strong>de</strong>cían: -"¡Garbanzos negros!<br />

Sin duda son <strong>de</strong> Etiopía". Otro <strong>de</strong>cía: -<br />

"¡Garbanzos con luto! ¿Quién se les habrá<br />

muerto?" Mi amo fue el primero que se enca-


jó una cuenta, y al mascarla se quebró un<br />

diente. Los viernes solía inviar unos güevos,<br />

con tantas barbas a fuerza <strong>de</strong> pelos y canas<br />

suyas, que pudieran preten<strong>de</strong>r corregimiento<br />

u abogacía. Pues meter el badil por el cucharón,<br />

y inviar una escudilla <strong>de</strong> caldo empedrada,<br />

era ordinario. Mil veces topé yo sabandijas,<br />

palos y estopa <strong>de</strong> la que hilaba, en la<br />

olla. Y todo lo metía para que hiciese presencia<br />

en las tripas y abultase.<br />

Pasamos en este trabajo hasta la Cuaresma;<br />

vino, y a la entrada <strong>de</strong>lla estuvo malo un<br />

compañero. Cabra, por no gastar, <strong>de</strong>tuvo el<br />

llamar médico hasta que ya él pedía confisión<br />

más que otra cosa. Llamó entonces un platicante,<br />

el cual le tomó el pulso y dijo que la<br />

hambre le había ganado por la mano en matar<br />

aquel hombre. Diéronle el Sacramento, y<br />

el pobre, cuando le vio (que había un día que<br />

no hablaba), dijo:<br />

-Señor mío Jesucristo, necesario ha sido el<br />

veros entrar en esta casa para persuadirme<br />

que no es el infierno.


Imprimiéronseme estas razones en el corazón.<br />

Murió el pobre mozo, enterrámosle muy<br />

pobremente por ser forastero, y quedamos<br />

todos asombrados. Divulgóse por el pueblo el<br />

caso atroz; llegó a oídos <strong>de</strong> don Alonso Coronel<br />

y, como no tenía otro hijo, <strong>de</strong>sengañóse<br />

<strong>de</strong> los embustes <strong>de</strong> Cabra, y comenzó a dar<br />

más crédito a las razones <strong>de</strong> dos sombras,<br />

que ya estábamos reducidos a tan miserable<br />

estado. Vino a sacarnos <strong>de</strong>l pupilaje y, teniéndonos<br />

<strong>de</strong>lante, nos preguntaba por nosotros.<br />

Y tales nos vio, que, sin aguardar a más,<br />

tratando muy mal <strong>de</strong> palabra al licenciado<br />

Vigilia, nos mandó llevar en dos sillas a casa.<br />

Despedímonos <strong>de</strong> los compañeros, que nos<br />

seguían con los <strong>de</strong>seos y con los ojos,<br />

haciendo las lástimas que hace el que queda<br />

en Argel, viendo venir rescatados por la Trinidad<br />

sus compañeros.<br />

CAPITULO IV<br />

De la convalecencia y ida a estudiar a<br />

Alcalá <strong>de</strong> Henares


Entramos en casa <strong>de</strong> don Alonso, y echáronnos<br />

en dos camas con mucho tiento, porque<br />

no se nos <strong>de</strong>sparramasen los huesos <strong>de</strong><br />

puros roídos <strong>de</strong> la hambre. Trujeron esploradores<br />

que nos buscasen los ojos por toda la<br />

cara, y a mí, como había sido mi trabajo mayor<br />

y la hambre imperial, que al fin me trataban<br />

como a criado, en buen rato no me los<br />

hallaron. Trujeron médicos y mandaron que<br />

nos limpiasen con zorras el polvo <strong>de</strong> las bocas,<br />

como a retablos, y bien lo éramos <strong>de</strong><br />

duelos. Or<strong>de</strong>naron que nos diesen sustancias<br />

y pistos. ¿Quién podrá contar, a la primera<br />

almendrada y a la primera ave, las luminarias<br />

que pusieron las tripas <strong>de</strong> contento? Todo les<br />

hacía novedad. Mandaron los dotores que,<br />

por nueve días, no hablase nadie recio en<br />

nuestro aposento porque, como estaban güecos<br />

los estómagos, sonaba en ellos el eco <strong>de</strong><br />

cualquiera palabra.<br />

Con estas y otras prevenciones, comenzamos<br />

a volver y cobrar algún aliento, pero<br />

nunca podían las quijadas <strong>de</strong>sdoblarse, que<br />

estaban magras y alforzadas; y así, se dio


or<strong>de</strong>n que cada día nos las ahormasen con la<br />

mano <strong>de</strong>l almirez. Levantábamonos a hacer<br />

pinicos <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> cuarenta días, y aún parecíamos<br />

sombras <strong>de</strong> otros hombres y, en lo<br />

amarillo y flaco, simiente <strong>de</strong> los Padres <strong>de</strong>l<br />

yermo. Todo el día gastábamos en dar gracias<br />

a Dios por habernos rescatado <strong>de</strong> la capti<strong>vida</strong>d<br />

<strong>de</strong>l fierísimo Cabra, y rogábamos al Señor<br />

que ningún cristiano cayese en sus manos<br />

crueles. Si acaso, comiendo, alguna vez, nos<br />

acordábamos <strong>de</strong> las mesas <strong>de</strong>l mal pupilero,<br />

se nos aumentaba la hambre tanto, que acrecentábamos<br />

la costa aquel día. Solíamos contar<br />

a don Alonso cómo, al sentarse en la mesa,<br />

nos <strong>de</strong>cía males <strong>de</strong> la gula (no habiéndola<br />

él conocido en su <strong>vida</strong>). Y reíase mucho<br />

cuando le contábamos que, en el mandamiento<br />

<strong>de</strong>No matarás, metía perdices y capones,<br />

gallinas y todas las cosas que no quería<br />

darnos, y, por el consiguiente, la hambre,<br />

pues parecía que tenía por pecado el matarla,<br />

y aun el herirla, según regateaba el comer.<br />

Pasáronsenos tres meses en esto, y, al cabo,<br />

trató don Alonso <strong>de</strong> inviar a su hijo a Al-


calá, a estudiar lo que le faltaba <strong>de</strong> la Gramática.<br />

Díjome a mí si quería ir, y yo, que no<br />

<strong>de</strong>seaba otra cosa sino salir <strong>de</strong> tierra don<strong>de</strong><br />

se oyese el nombre <strong>de</strong> aquel malvado perseguidor<br />

<strong>de</strong> estómagos, ofrecí <strong>de</strong> servir a su<br />

hijo como vería. Y, con esto, diole un criado<br />

para ayo, que le gobernase la casa y tuviese<br />

cuenta <strong>de</strong>l dinero <strong>de</strong>l gasto, que nos daba<br />

remitido en cédulas para un hombre que se<br />

llamaba Julián Merluza. Pusimos el hato en el<br />

carro <strong>de</strong> un Diego Monje; era una media camita,<br />

y otra <strong>de</strong> cor<strong>de</strong>les con ruedas para meterla<br />

<strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la otra mía y <strong>de</strong>l mayordomo,<br />

que se llamaba Baranda, cinco colchones,<br />

ocho sábanas, ocho almohadas, cuatro tapices,<br />

un cofre con ropa blanca, y las <strong>de</strong>más<br />

zarandajas <strong>de</strong> casa. Nosotros nos metimos en<br />

un coche, salimos a la tar<strong>de</strong>cica, una hora<br />

antes <strong>de</strong> anochecer, y llegamos a la media<br />

noche, poco más, a la siempre maldita venta<br />

<strong>de</strong> Viveros.<br />

El ventero era morisco y ladrón, que en mi<br />

<strong>vida</strong> vi perro y gato juntos con la paz que<br />

aquel día. Hízonos gran fiesta, y, como él y


los ministros <strong>de</strong>l carretero iban horros (que<br />

ya había llegado también con el hato antes,<br />

porque nosotros veníamos <strong>de</strong> espacio), pegóse<br />

al coche, diome a mí la mano para salir <strong>de</strong>l<br />

estribo, y díjome si iba a estudiar. Yo le respondí<br />

que sí; metióme a<strong>de</strong>ntro, y estaban dos<br />

rufianes con unas mujercillas, un cura rezando<br />

al olor, un viejo merca<strong>de</strong>r y avariento procurando<br />

ol<strong>vida</strong>rse <strong>de</strong> cenar; andaba esforzando<br />

sus ojos, que se durmiesen en ayunas;<br />

arremedaba los bostezos, diciendo: -"Más me<br />

engorda un poco <strong>de</strong> sueño que cuantos faisanes<br />

tiene el mundo". Dos estudiantes fregones,<br />

<strong>de</strong> los <strong>de</strong> mantellina, panzas al trote,<br />

andaban aparecidos por la venta para engullir.<br />

Mi amo, pues, como más nuevo en la<br />

venta y muchacho, dijo:<br />

-Señor güésped, <strong>de</strong>me lo que hubiere para<br />

mí y mis criados.<br />

-Todos los somos <strong>de</strong> V. Md. -dijeron al punto<br />

los rufianes-, y le hemos <strong>de</strong> servir. Hola,<br />

güésped, mirad que este caballero os agra<strong>de</strong>cerá<br />

lo que hiciére<strong>de</strong>s. Vaciad la dispensa.


Y, diciendo esto, llegóse el uno y quitóle la<br />

capa, y dijo:<br />

-Descanse V. Md., mi señor.<br />

Y púsola en un poyo. Estaba yo con esto<br />

<strong>de</strong>svanecido y hecho dueño <strong>de</strong> la venta. Dijo<br />

una <strong>de</strong> las mujeres:<br />

-¡Qué buen talle <strong>de</strong> caballero! ¿Y va a estudiar?<br />

¿Es V. Md. su criado?.<br />

Yo respondí, creyendo que era así como lo<br />

<strong>de</strong>cían, que yo y el otro lo éramos. Preguntáronme<br />

su nombre, y no bien lo dije, cuando el<br />

uno <strong>de</strong> los estudiantes se llegó a él medio llorando,<br />

y, dándole un abrazo apretadísimo,<br />

dijo:<br />

-Oh, mi señor don Diego, ¿quién me dijera<br />

a mí, agora diez años, que había <strong>de</strong> ver yo a<br />

V. Md. <strong>de</strong>sta manera? ¡Desdichado <strong>de</strong> mí, que<br />

estoy tal que no me conocerá V. Md!.<br />

êl se quedó admirado, y yo también, que<br />

juráramos entrambos no haberle visto en<br />

nuestra <strong>vida</strong>. El otro compañero andaba mirando<br />

a don Diego a la cara, y dijo a su amigo:


-¿Es este señor <strong>de</strong> cuyo padre me dijistes<br />

vos tantas cosas? ¡Gran dicha ha sido nuestra<br />

conocelle según está <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>! ¡Dios le<br />

guar<strong>de</strong>!<br />

Y empezó a santiguarse.(¿Quién no creyera<br />

que se habían criado con nosotros?) Don Diego<br />

se le ofreció mucho, y, preguntándole su<br />

nombre, salió el ventero y puso los manteles,<br />

y, oliendo la estafa, dijo:<br />

-Dejen eso, que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> cenar se hablará,<br />

que se enfría.<br />

LLegó un rufián y puso asientos para todos<br />

y una silla para don Diego, y el otro trujo un<br />

plato. Los estudiantes dijeron:<br />

-Cene V. Md., que, entre tanto que a nosotros<br />

nos a<strong>de</strong>rezan lo que hubiere, le serviremos<br />

a la mesa.<br />

-¡Jesús! -dijo don Diego-; V. Mds. se sienten,<br />

si son servidos.<br />

Y a esto respondieron los rufianes (no<br />

hablando con ellos):<br />

-Luego, mi señor, que aún no está todo a<br />

punto.


Yo, cuando vi a los unos con<strong>vida</strong>dos y a los<br />

otros que se con<strong>vida</strong>ban, afligíme, y temí lo<br />

que sucedió. Porque los estudiantes tomaron<br />

la ensalada, que era un razonable plato, y,<br />

mirando a mi amo, dijeron:<br />

-No es razón que, don<strong>de</strong> está un caballero<br />

tan principal, se que<strong>de</strong>n estas damas sin comer.<br />

Man<strong>de</strong> V. Md. que alcancen un bocado.<br />

êl, haciendo <strong>de</strong>l galán, convidólas. Sentáronse,<br />

y, entre los dos estudiantes y ellas no<br />

<strong>de</strong>jaron sino un cogollo, en cuatro bocados, el<br />

cual se comió don Diego. Y, al dársele, aquel<br />

maldito estudiante le dijo:<br />

-Un agüelo tuvo V. Md., tío <strong>de</strong> mi padre,<br />

que jamás comió lechugas; y son malas para<br />

la memoria, y más <strong>de</strong> noche, y éstas no son<br />

tan buenas.<br />

Y, diciendo esto, sepultó un panecillo, y el<br />

otro, otro. Pues ¿las mujeres? Ya daban cuenta<br />

<strong>de</strong> un pan, y el que más comía era el cura,<br />

con el mirar sólo. Sentáronse los rufianes con<br />

medio cabrito asado y dos lonjas <strong>de</strong> tocino y<br />

un par <strong>de</strong> palomas cocidas, y dijeron:


-Pues padre, ¿ahí se está? Llegue y alcance,<br />

que mi señor don Diego nos hace merced a<br />

todos. Pesia diez, la Iglesia ha <strong>de</strong> ser la primera.<br />

No bien se lo dijeron, cuando se sentó. Ya,<br />

cuando vio mi amo que todos se le habían<br />

encajado, comenzóse a afligir. Repartiéronlo<br />

todo, y a don Diego dieron no se qué güesos<br />

y alones diciendo que "<strong>de</strong>l cabrito el güesecito<br />

y <strong>de</strong>l ave el aloncito" y que el refrán lo <strong>de</strong>cía.<br />

Con lo cual nosotros comimos refranes y<br />

ellos aves. Lo <strong>de</strong>más se engulleron el cura y<br />

los otros.<br />

Decían los rufianes:<br />

-No cene mucho, señor, que le hará mal.<br />

Y replicaba el maldito estudiante:<br />

-Y más, que es menester hacerse a comer<br />

poco para la <strong>vida</strong> <strong>de</strong> Alcalá.<br />

Yo y el otro criado estábamos rogando a<br />

Dios que les pusiese en corazón que <strong>de</strong>jasen<br />

algo. Y ya que lo hubieron comido todo, y que<br />

el cura repasaba los güesos <strong>de</strong> los otros, volvió<br />

el un rufián y dijo:


-Oh, pecador <strong>de</strong> mí, no habemos <strong>de</strong>jado<br />

nada a los criados. Vengan aquí V. Mds. Ah,<br />

señor güésped, déles todo lo que hubiere;<br />

vea aquí un doblón.<br />

Tan presto saltó el <strong>de</strong>scomulgado pariente<br />

<strong>de</strong> mi amo (digo el estudiantón) y dijo:<br />

-Aunque V. Md. me perdone, señor hidalgo,<br />

<strong>de</strong>be <strong>de</strong> saber poco <strong>de</strong> cortesía. ¿Conoce, por<br />

dicha, a mi señor primo? êl dará a sus criados,<br />

y aun a los nuestros si los tuviéramos,<br />

como nos ha dado a nosotros.<br />

Y volviéndose a don Diego, que estaba<br />

pasmado, dijo:<br />

-No se enoje V. Md., que no le conocían.<br />

Maldiciones le eché cuando vi tan gran disimulación,<br />

que no pensé acabar.<br />

Levantaron las mesas, y todos dijeron a don<br />

Diego que se acostase. êl quería pagar la cena,<br />

y replicáronle que no lo hiciese, que a la<br />

mañana habría lugar. Estuviéronse un rato<br />

parlando; preguntóle su nombre al estudiante,<br />

y él dijo que se llamaba tal Coronel. (En<br />

los infiernos <strong>de</strong>scanse, don<strong>de</strong>quiera que está).<br />

Vio al avariento que dormía, y dijo:


-¿V. Md. quiere reír? Pues hagamos alguna<br />

burla a este mal viejo, que no ha comido sino<br />

un pero en todo el camino, y es riquísimo.<br />

Los rufianes dijeron:<br />

-Bien haya el licenciado; hágalo, que es razón.<br />

Con esto, se llegó y sacó al pobre viejo, que<br />

dormía, <strong>de</strong> <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> los pies unas alforjas,<br />

y, <strong>de</strong>senvolviéndolas, halló una caja, y, como<br />

si fuera <strong>de</strong> guerra hizo gente. Llegáronse todos,<br />

y, abriéndola, vio ser <strong>de</strong> alcorzas. Sacó<br />

todas cuantas había y, en su lugar, puso piedras,<br />

palos y lo que halló; y, encima, dos o<br />

tres yesones y un tarazón <strong>de</strong> teja. Cerró la<br />

caja y púsola don<strong>de</strong> estaba, y dijo:<br />

-Pues aún no basta, que bota tiene el viejo.<br />

Sacóla el vino y, <strong>de</strong>senfundando una almohada<br />

<strong>de</strong> nuestro coche, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber<br />

echado un poco <strong>de</strong> vino <strong>de</strong>bajo, se la llenó <strong>de</strong><br />

lana y estopa, y la cerró. Con esto, se fueron<br />

todos a acostar para una hora que quedaba o<br />

media, y el estudiante lo puso todo en las alforjas,<br />

y en la capilla <strong>de</strong>l gabán le echó una<br />

gran piedra, y fuese a dormir.


LLegó la hora <strong>de</strong> caminar; <strong>de</strong>spertaron todos,<br />

y el viejo todavía dormía. Llamáronle, y,<br />

al levantarse, no podía levantar la capilla <strong>de</strong>l<br />

gabán. Miró lo que era, y el mesonero adre<strong>de</strong><br />

le riñó, diciendo:<br />

-Cuerpo <strong>de</strong> Dios, ¿no halló otra cosa que<br />

llevarse, padre, sino esa piedra? ¿Qué les parece<br />

a V. Mds., si yo no lo hubiera visto? Cosa<br />

es que estimo en más <strong>de</strong> cien ducados, porque<br />

es contra el dolor <strong>de</strong> estómago.<br />

Juraba y perjuraba, diciendo que no había<br />

metido él tal en la capilla.<br />

Los rufianes hicieron la cuenta, y vino a<br />

montar <strong>de</strong> cena sólo treinta reales, que no<br />

entendiera Juan <strong>de</strong> Leganés la suma. Decían<br />

los estudiantes:<br />

-¿No pi<strong>de</strong> más un ochavo?<br />

Y respondió un rufián:<br />

-No, si no burlárase con este caballero <strong>de</strong>lante<br />

<strong>de</strong> nosotros; aunque ventero, sabe lo<br />

que ha <strong>de</strong> hacer. Déjese V. Md. gobernar, que<br />

en mano está.


Y tosiendo, cogió el dinero, contólo y, dijo,<br />

sobrando <strong>de</strong>l que sacó mi amo cuatro reales,<br />

los asió, diciendo:<br />

-êstos le daré <strong>de</strong> posada, que a estos pícaros<br />

con cuatro reales se les tapa la boca.<br />

Quedamos sustados con el gasto. Almorzamos<br />

un bocado, y el viejo tomó sus alforjas y,<br />

porque no viésemos lo que sacaba y no partir<br />

con nadie, <strong>de</strong>satólas a escuras <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l gabán;<br />

y agarrando un yesón, echósele en la<br />

boca y fuele a hincar una muela y medio<br />

diente que tenía, y por poco los perdiera.<br />

Comenzó a escupir y hacer gestos <strong>de</strong> asco y<br />

<strong>de</strong> dolor; llegamos todos a él, y el cura el<br />

primero, diciéndole que qué tenía. Empezóse<br />

a ofrecer a Satanás; <strong>de</strong>jó caer las alforjas;<br />

llegóse a él el estudiante, y dijo:<br />

-¡Arriedro vayas, cata la cruz!<br />

Otro abrió un breviario; hiciéronle creer que<br />

estaba en<strong>de</strong>moniado, hasta que él mismo dijo<br />

lo que era, y pidió que le <strong>de</strong>jasen enjaguar la<br />

boca con un poco <strong>de</strong> vino, que él traía bota.<br />

Dejáronle y, sacándola, abrióla; y, echando<br />

en un vaso un poco <strong>de</strong> vino, salió con la lana


y estopa un vino salvaje, tan barbado y velloso,<br />

que no se podía beber ni colar. Entonces<br />

acabó <strong>de</strong> per<strong>de</strong>r la paciencia el viejo, pero,<br />

viendo las <strong>de</strong>scompuestas carcajadas <strong>de</strong> risa,<br />

tuvo por bien el callar y subir en el carro con<br />

los rufianes y las mujeres. Los estudiantes y<br />

el cura se ensartaron en dos borricos, y nosotros<br />

nos subimos en el coche; y no bien comenzó<br />

a caminar, cuando unos y otros nos<br />

comenzaron a dar vaya, <strong>de</strong>clarando la burla.<br />

El ventero <strong>de</strong>cía:<br />

-Señor nuevo, a pocas estrenas como ésta,<br />

envejecerá.<br />

El cura <strong>de</strong>cía:<br />

-Sacerdote soy; allá se lo diré <strong>de</strong> misas.<br />

Y el estudiante maldito voceaba:<br />

-Señor primo, otra vez rásquese cuándo le<br />

coman y no <strong>de</strong>spués.<br />

El otro <strong>de</strong>cía:<br />

-Sarna <strong>de</strong> V. Md., señor don Diego.<br />

Nosotros dimos en no hacer caso; Dios sabe<br />

cuán corridos íbamos. Con estas y otras cosas,<br />

llegamos a la villa; apeámonos en un<br />

mesón, y en todo el día, que llegamos a las


nueve, acabamos <strong>de</strong> contar la cena pasada, y<br />

nunca pudimos en limpio sacar el gasto.<br />

CAPITULO V<br />

De la entrada <strong>de</strong> Alcalá, patente y burlas<br />

que le hicieron por nuevo<br />

Antes que anocheciese, salimos <strong>de</strong>l mesón a<br />

la casa que nos tenían alquilada, que estaba<br />

fuera la puerta <strong>de</strong> Santiago, patio <strong>de</strong> estudiantes<br />

don<strong>de</strong> hay muchos juntos, aunque<br />

ésta teníamos entre tres moradores diferentes<br />

no más. Era el dueño y güésped <strong>de</strong> los<br />

que creen en Dios por cortesía o sobre falso;<br />

moriscos los llaman en el pueblo. Recibióme,<br />

pues, el güésped con peor cara que si yo fuera<br />

el Santísimo Sacramento. Ni sé si lo hizo<br />

porque le comenzásemos a tener respeto, o<br />

por ser natural suyo <strong>de</strong>llos, que no es mucho<br />

que tenga mala condición quien no tiene buena<br />

ley. Pusimos nuestro hatillo, acomodamos<br />

las camas y lo <strong>de</strong>más, y dormimos aquella<br />

noche.<br />

Amaneció, y helos aquí en camisa a todos<br />

los estudiantes <strong>de</strong> la posada a pedir la paten-


te a mi amo. êl, que no sabía lo que era, preguntóme<br />

que qué querían, y yo, entre tanto,<br />

por lo que podía suce<strong>de</strong>r, me acomodé entre<br />

dos colchones, y sólo tenía la media cabeza<br />

fuera, que parecía tortuga. Pidieron dos docenas<br />

<strong>de</strong> reales; diéronselos, y con tanto comenzaron<br />

una grita <strong>de</strong>l diablo, diciendo:<br />

-Viva el compañero, y sea admitido en<br />

nuestra amistad. Goce <strong>de</strong> las preeminencias<br />

<strong>de</strong> antiguo. Pueda tener sarna, andar manchado<br />

y pa<strong>de</strong>cer la hambre que todos.<br />

Y con esto (¡mire V. Md. qué previlegios!)<br />

volaron por la escalera, y al momento nos<br />

vestimos nosotros y tomamos el camino para<br />

escuelas. A mi amo, apadrináronle unos colegiales<br />

conocidos <strong>de</strong> su padre y entró en su<br />

general; pero yo, que había <strong>de</strong> entrar en otro<br />

diferente y fui solo, comencé a temblar. Entré<br />

en el patio, y no hube metido bien un pie,<br />

cuando me encararon y comenzaron a <strong>de</strong>cir: -<br />

"¡Nuevo!". Yo, por disimular di en reír, como<br />

que no hacía caso; mas no bastó, porque, llegándose<br />

a mí ocho o nueve, comenzaron a<br />

reírse. Púseme colorado; nunca Dios lo per-


mitiera, pues, al instante, se puso uno que<br />

estaba a mi lado las manos en las narices y,<br />

apartándose, dijo:<br />

-Por resucitar está este Lázaro, según olisca.<br />

Y con esto todos se apartaron tapándose las<br />

narices. Yo, que me pensé escapar, puse las<br />

manos también y dije:<br />

-V. Mds. tienen razón, que huele muy mal.<br />

Dioles mucha risa y, apartándose, ya estaban<br />

juntos hasta ciento. Comenzaron a escarrar<br />

y tocar al arma, y en las toses y abrir y<br />

cerrar <strong>de</strong> las bocas, vi que se me aparejaban<br />

gargajos. En esto, un manchegazo acatarrado<br />

hízome alar<strong>de</strong> <strong>de</strong> uno terrible, diciendo:<br />

-Esto hago.<br />

Yo entonces, que me vi perdido, dije:<br />

-¡Juro a Dios que ma...!<br />

Iba a <strong>de</strong>cirte, pero fue tal la batería y lluvia<br />

que cayó sobre mí, que no pu<strong>de</strong> acabar la razón.<br />

Yo estaba cubierto el rostro con la capa,<br />

y tan blanco, que todos tiraban a mí; y era <strong>de</strong><br />

ver cómo tomaban la puntería. Estaba ya nevado<br />

<strong>de</strong> pies a cabeza, pero un bellaco, vién-


dome cubierto y que no tenía en la cara cosa,<br />

arrancó hacia mí diciendo con gran cólera:<br />

-¡Baste, no le déis con el palo!<br />

Que yo, según me trataban, creí <strong>de</strong>llos que<br />

lo harían. Destapéme por ver lo que era, y, al<br />

mismo tiempo, el que daba las voces me enclavó<br />

un gargajo en los dos ojos. Aquí se han<br />

<strong>de</strong> consi<strong>de</strong>rar mis angustias. Levantó la infernal<br />

gente una grita que me aturdieron. Y yo,<br />

según lo que echaron sobre mí <strong>de</strong> sus estómagos,<br />

pensé que por ahorrar <strong>de</strong> médicos y<br />

boticas aguardan nuevos para purgarse. Quisieron<br />

tras esto darme <strong>de</strong> pescozones, pero<br />

no había dón<strong>de</strong> sin llevarse en las manos la<br />

mitad <strong>de</strong>l afeite <strong>de</strong> mi negra capa, ya blanca<br />

por mis pecados. Dejáronme, y iba hecho zufaina<br />

<strong>de</strong> viejo a pura saliva. Fuime a casa,<br />

que apenas acerté, y fue ventura el ser <strong>de</strong><br />

mañana, pues sólo topé dos o tres muchachos,<br />

que <strong>de</strong>bían <strong>de</strong> ser bien inclinados, porque<br />

no me tiraron más <strong>de</strong> cuatro o seis trapajos,<br />

y luego me <strong>de</strong>jaron.


Entré en casa, y el morisco que me vio, comenzóse<br />

a reír y a hacer como que quería<br />

escupirme. Yo, que temí que lo hiciese, dije:<br />

-Tené, güésped, que no soyEcce-Homo.<br />

Nunca lo dijera, porque me dio dos libras <strong>de</strong><br />

porrazos, dándome sobre los hombros con las<br />

pesas que tenía. Con esta ayuda <strong>de</strong> costa,<br />

medio <strong>de</strong>rrengado, subí arriba; y en buscar<br />

por dón<strong>de</strong> asir la sotana y el manteo para<br />

quitármelos, se pasó mucho rato. Al fin, le<br />

quité y me eché en la cama, y colguélo en<br />

una azutea. Vino mi amo y, como me halló<br />

durmiendo y no sabía la asquerosa aventura,<br />

enojóse y comenzó a darme repelones, con<br />

tanta prisa, que, a dos más, <strong>de</strong>spierto calvo.<br />

Levantéme dando voces y quejándome, y él,<br />

con más cólera, dijo:<br />

-¿Es buen modo <strong>de</strong> servir ése, Pablos? Ya es<br />

otra <strong>vida</strong>.<br />

Yo, cuando oí <strong>de</strong>cir "otra <strong>vida</strong>", entendí que<br />

era ya muerto, y dije:<br />

-Bien me anima V. Md. en mis trabajos. Vea<br />

cuál está aquella sotana y manteo, que ha<br />

servido <strong>de</strong> pañizuelo a las mayores narices


que se han visto jamás en paso, y mire estas<br />

costillas.<br />

Y con esto, empecé a llorar. êl, viendo mi<br />

llanto, creyólo, y, buscando la sotana y viéndola,<br />

compa<strong>de</strong>cióse <strong>de</strong> mí y dijo:<br />

-Pablo, abre el ojo que asan carne. Mira por<br />

ti, que aquí no tienes otro padre ni madre.<br />

Contéle todo lo que había pasado, y mandóme<br />

<strong>de</strong>snudar y llevar a mi aposento (que<br />

era don<strong>de</strong> dormían cuatro criados <strong>de</strong> los<br />

güéspe<strong>de</strong>s <strong>de</strong> casa). Acostéme y dormí; y con<br />

esto, a la noche, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber comido y<br />

cenado bien, me hallé fuerte y ya como si no<br />

hubiera pasado por mí nada. Pero, cuando<br />

comienzan <strong>de</strong>sgracias en uno, parece que<br />

nunca se han <strong>de</strong> acabar, que andan enca<strong>de</strong>nadas,<br />

y unas traían a otras. Viniéronse a<br />

acostar los otros criados y, saludándome todos,<br />

me preguntaron si estaba malo y cómo<br />

estaba en la cama. Yo les conté el caso y, al<br />

punto, como si en ellos no hubiera mal ninguno,<br />

se empezaron a santiguar, diciendo:<br />

-No se hiciera entre luteranos. ¿Hay tal<br />

maldad?.


Otro <strong>de</strong>cía:<br />

-El retor tiene la culpa en no poner remedio.<br />

¿Conocerá los que eran?.<br />

Yo respondí que no, y agra<strong>de</strong>cíles la merced<br />

que me mostraban hacer. Con esto se acabaron<br />

<strong>de</strong> <strong>de</strong>snudar, acostáronse, mataron la luz,<br />

y dormíme yo, que me parecía que estaba<br />

con mi padre y mis hermanos.<br />

Debían <strong>de</strong> ser las doce, cuando el uno <strong>de</strong>llos<br />

me <strong>de</strong>spertó a puros gritos, diciendo:<br />

-¡Ay, que me matan! ¡Ladrones!.<br />

Sonaban en su cama, entre estas voces,<br />

unos golpazos <strong>de</strong> látigo. Yo levanté la cabeza<br />

y dije:<br />

-¿Qué es eso?.<br />

Y apenas la <strong>de</strong>scubrí, cuando con una maroma<br />

me asentaron un azote con hijos en todas<br />

las espaldas. Comencé a quejarme; quíseme<br />

levantar; quejábase el otro también;<br />

dábanme a mí sólo. Yo comencé a <strong>de</strong>cir:<br />

-¡Justicia <strong>de</strong> Dios!.<br />

Pero menu<strong>de</strong>aban tanto los azotes sobre mí,<br />

que ya no me quedó (por haberme tirado las<br />

frazadas abajo) otro remedio sino el <strong>de</strong> me-


terme <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la cama. Hícelo así, y, al<br />

punto, los tres que dormían empezaron a dar<br />

gritos también. Y como sonaban los azotes,<br />

yo creí que alguno <strong>de</strong> fuera nos daba a todos.<br />

Entre tanto, aquel maldito que estaba junto a<br />

mí se pasó a mi cama y proveyó en ella, y<br />

cubrióla volviéndose a la suya. Cesaron los<br />

azotes, y levantáronse con gran<strong>de</strong>s gritos todos<br />

cuatro, diciendo:<br />

-¡Es gran bellaquería, y no ha <strong>de</strong> quedar<br />

así!.<br />

Yo todavía me estaba <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la cama,<br />

quejándome como perro cogido entre puertas,<br />

tan encogido que parecía galgo con calambre.<br />

Hicieron los otros que cerraban la<br />

puerta , y yo entonces salí <strong>de</strong> don<strong>de</strong> estaba, y<br />

subíme a mi cama, preguntando si acaso les<br />

habían hecho mal. Todos se quejaban <strong>de</strong><br />

muerte.<br />

Acostéme y cubríme y torné a dormir; y<br />

como, entre sueños, me revolcase, cuando<br />

<strong>de</strong>sperté halléme proveído y hecho una necesaria.<br />

Levantáronse todos, y yo tomé por<br />

achaque los azotes para no vestirme. No


había diablos que me moviesen <strong>de</strong> un lado.<br />

Estaba confuso, consi<strong>de</strong>rando si acaso, con el<br />

miedo y la turbación, sin sentirlo, había<br />

hecho aquella vileza, o si entre sueños. Al fin,<br />

yo me hallaba inocente y culpado, y no sabía<br />

cómo disculparme.<br />

Los compañerons se llegaron a mí, quejándose<br />

y muy disimulados, a preguntarme cómo<br />

estaba; yo les dije que muy malo, porque<br />

me habían dado muchos azotes. Preguntábales<br />

yo que qué podía haber sido, y ellos <strong>de</strong>cían:<br />

-A fee que no se escape, que el matemático<br />

nos lo dirá. Pero, <strong>de</strong>jando esto, veamos si estáis<br />

herido, que os quejába<strong>de</strong>s mucho.<br />

Y diciendo esto, fueron a levantar la ropa<br />

con <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> afrentarme. En esto, mi amo<br />

entró diciendo:<br />

-¿Es posible, Pablos, que no he <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r<br />

contigo? Son las ocho ¿y estáste en la cama?<br />

¡Levántate enhoramala!.<br />

Los otros, por asegurarme, contaron a don<br />

Diego el caso todo, y pidiéronle que me <strong>de</strong>jase<br />

dormir. Y <strong>de</strong>cía uno:


-Y si V. Md. no lo cree, levantá, amigo.<br />

Y agarraba <strong>de</strong> la ropa. Yo la tenía asida con<br />

los dientes por no mostrar la caca. Y cuando<br />

ellos vieron que no había remedio por aquel<br />

camino, dijo uno:<br />

-¡Cuerpo <strong>de</strong> Dios, y cómo hie<strong>de</strong>!.<br />

Don Diego dijo lo mismo, porque era verdad,<br />

y luego, tras él, todos comenzaron a mirar<br />

si había en el aposento algún servicio. Decían<br />

que no se podía estar allí. Dijo uno:<br />

-¡Pues es muy bueno esto para haber <strong>de</strong> estudiar!.<br />

Miraron las camas, y quitáronlas para ver<br />

<strong>de</strong>bajo, y dijeron:<br />

-Sin duda <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la <strong>de</strong> Pablos hay algo;<br />

pasémosle a una <strong>de</strong> las nuestras, y miremos<br />

<strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>lla.<br />

Yo, que veía poco remedio en el negocio y<br />

que me iban a echar la garra, fingí que me<br />

había dado mal <strong>de</strong> corazón: agarréme a los<br />

palos, hice visajes... Ellos, que sabían el misterio,<br />

apretaron conmigo, diciendo:<br />

-¡Gran lástima!.


Don Diego me tomó el <strong>de</strong>do <strong>de</strong>l corazón y,<br />

al fin, entre los cinco me levantaron. Y al alzar<br />

las sábanas, fue tanta la risa <strong>de</strong> todos<br />

(viendo los recientes no ya palominos sino<br />

palomos gran<strong>de</strong>s) que se hundía el aposento.<br />

-¡Pobre dél! - <strong>de</strong>cían los bellacos (yo hacía<br />

<strong>de</strong>l <strong>de</strong>smayado)-; tírele V. Md. mucho <strong>de</strong> ese<br />

<strong>de</strong>do <strong>de</strong>l corazón.<br />

Y mi amo, entendiendo hacerme bien, tanto<br />

tiró que me le <strong>de</strong>sconcertó. Los otros trataron<br />

<strong>de</strong> darme un garrote en los muslos, y <strong>de</strong>cían:<br />

-El pobrecito agora sin duda se ensució,<br />

cuando le dio el mal.<br />

¡Quién dirá lo que yo sentía, lo uno con la<br />

vergüenza, <strong>de</strong>scoyuntado un <strong>de</strong>do, y a peligro<br />

<strong>de</strong> que me diesen garrote! Al fin, <strong>de</strong> miedo <strong>de</strong><br />

que me le diesen (que ya me tenían los cor<strong>de</strong>les<br />

en los muslos), hice que había vuelto, y<br />

por presto que lo hice (como los bellacos iban<br />

con malicia), ya me habían hecho dos <strong>de</strong>dos<br />

<strong>de</strong> señal en cada pierna. Dejáronme diciendo:<br />

-¡Jesús, y que flaco sois!.<br />

Yo lloraba <strong>de</strong> enojo, y ellos <strong>de</strong>cían adre<strong>de</strong>:


-Más va en vuestra salud que en haberos<br />

ensuciado. Callá.<br />

Y con esto me pusieron en la cama, <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> haberme lavado, y se fueron.<br />

Yo no hacía a solas sino consi<strong>de</strong>rar cómo<br />

casi era peor lo que había pasado en Alcalá<br />

en un día, que todo lo que me sucedió con<br />

Cabra. A mediodía me vestí, limpié la sotana<br />

lo mejor que pu<strong>de</strong>, lavándola como gualdrapa,<br />

y aguardé a mi amo que, en llegando, me<br />

preguntó cómo estaba. Comieron todos los <strong>de</strong><br />

la casa y yo, aunque poco y <strong>de</strong> mala gana. Y<br />

<strong>de</strong>spués, juntándonos todos a parlar en el<br />

corredor, los otros criados, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> darme<br />

vaya, <strong>de</strong>clararon la burla. Riéronla todos, doblóse<br />

mi afrenta, y dije entre mí: -"Avisón,<br />

Pablos, alerta". Propuse <strong>de</strong> hacer nueva <strong>vida</strong>,<br />

y con esto, hechos amigos, vivimos <strong>de</strong> allí<br />

a<strong>de</strong>lante todos los <strong>de</strong> la casa como hermanos,<br />

y en las escuelas y patios nadie me inquietó<br />

más.<br />

CAPITULO VI


De las cruelda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la ama, y travesuras<br />

que hizo<br />

"Haz como vieres" dice el refrán, y dice<br />

bien. De puro consi<strong>de</strong>rar en él, vine a resolverme<br />

<strong>de</strong> ser bellaco con los bellacos, y más,<br />

si pudiese, que todos. No sé si salí con ello,<br />

pero yo aseguro a V. Md. que hice todas las<br />

diligencias posibles.<br />

Lo primero, yo puse pena <strong>de</strong> la <strong>vida</strong> a todos<br />

los cochinos que se entrasen en casa, y a los<br />

pollos <strong>de</strong> la ama que <strong>de</strong>l corral pasasen a mi<br />

aposento. Sucedió que, un día, entraron dos<br />

puercos <strong>de</strong>l mejor garbo que vi en mi <strong>vida</strong>. Yo<br />

estaba jugando con los otros criados, y oílos<br />

gruñir, y dije al uno:<br />

-Vaya y vea quién gruñe en nuestra casa.<br />

Fue, y dijo que dos marranos. Yo que lo oí,<br />

me enojé tanto que salí allá diciendo que era<br />

mucha bellaquería y atrevimiento venir a<br />

gruñir a casa ajena. Y diciendo esto, envásole<br />

a cada uno a puerta cerrada la espada por los<br />

pechos, y luego los acogotamos. Porque no se<br />

oyese el ruido que hacían, todos a la par dábamos<br />

grandísimos gritos como que cantá-


amos, y así espiraron en nuestras manos.<br />

Sacamos los vientres, recogimos la sangre, y<br />

a puros jergones los medio chamuscamos en<br />

el corral, <strong>de</strong> suerte que, cuando vinieron los<br />

amos, ya estaba todo hecho aunque mal, si<br />

no eran los vientres, que aún no estaban<br />

acabadas <strong>de</strong> hacer las morcillas. Y no por falta<br />

<strong>de</strong> prisa, en verdad, que, por no <strong>de</strong>tenernos,<br />

las habíamos <strong>de</strong>jado la mitad <strong>de</strong> lo que<br />

ellas se tenían <strong>de</strong>ntro, y nos las comimos las<br />

más como se las traía hechas el cochino en la<br />

barriga.<br />

Supo, pues, don Diego el caso, y enojóse<br />

conmigo <strong>de</strong> manera que obligó a los huéspe<strong>de</strong>s<br />

(que <strong>de</strong> risa no se podían valer) a volver<br />

por mí. Preguntábame don Diego que qué<br />

había <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir si me acusaban y me prendía<br />

la justicia. A lo cual respondí yo que me llamaría<br />

a hambre, que es el sagrado <strong>de</strong> los estudiantes;<br />

y que, si no me valiese, diría que,<br />

como se entraron sin llamar a la puerta como<br />

en su casa, que entendí que eran nuestros.<br />

Riéronse todos <strong>de</strong> las disculpas. Dijo don Diego:


-A fee, Pablos, que os hacéis a las armas.<br />

Era <strong>de</strong> notar ver a mi amo tan quieto y religioso,<br />

y a mí tan travieso, que el uno exageraba<br />

al otro o la virtud o el vicio.<br />

No cabía el ama <strong>de</strong> contento conmigo, porque<br />

éramos dos al mohíno: habíamonos conjurado<br />

contra la <strong>de</strong>spensa. Yo era el <strong>de</strong>spensero<br />

Judas, <strong>de</strong> botas a bolsa, que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces<br />

hereda no sé qué amor a la sisa este<br />

oficio. La carne no guardaba en manos <strong>de</strong> la<br />

ama la or<strong>de</strong>n retórica, porque siempre iba <strong>de</strong><br />

más a menos; no era nada carnal, antes, <strong>de</strong><br />

puro penitente estaba en los güesos. Y la vez<br />

que podía echar cabra u oveja, no echaba<br />

carnero, y si había güesos, no entraba cosa<br />

magra. Era cercenadora <strong>de</strong> porciones como<br />

<strong>de</strong> moneda, y así hacía unas ollas éticas <strong>de</strong><br />

puro flacas, unos caldos que, a estar cuajados,<br />

se pudieran hacer sartas <strong>de</strong> cristal <strong>de</strong>llos.<br />

Las Pascuas, por diferenciar, para que<br />

estuviese gorda la olla, solía echar cabos <strong>de</strong><br />

vela <strong>de</strong> sebo y así <strong>de</strong>cía que estaban sus ollas<br />

gordas por el cabo. Y era verdad según me lo


parló un pabilo que yo masqué un día. Ella<br />

<strong>de</strong>cía, cuando yo estaba <strong>de</strong>lante:<br />

-Mi amo, por cierto que no hay servicio como<br />

el <strong>de</strong> Pablicos, si él no fuese travieso;<br />

consérvele V. Md., que bien se le pue<strong>de</strong> sufrir<br />

el ser bellaquillo por la fi<strong>de</strong>lidad; lo mejor <strong>de</strong><br />

la plaza tray.<br />

Yo, por el consiguiente, <strong>de</strong>cía <strong>de</strong>lla lo mismo,<br />

y así teníamos engañada la casa. Si se<br />

compraba aceite <strong>de</strong> por junto, carbón o tocino,<br />

escondíamos la mitad, y cuando nos parecía,<br />

<strong>de</strong>cíamos el ama y yo:<br />

-Modérese V. Md. en el gasto, que en verdad<br />

que, si se dan tanta prisa, no baste la<br />

hacienda <strong>de</strong>l Rey. Ya se ha acabado el aceite<br />

o el carbón. Pero tal prisa le han dado. Man<strong>de</strong><br />

V. Md. comprar más, y a fee que se ha <strong>de</strong> lucir<br />

<strong>de</strong> otra manera. Denle dineros a Pablicos.<br />

Dábanmelos y vendíamosles la mitad sisada,<br />

y, <strong>de</strong> lo que comprábamos, sisábamos la<br />

otra mitad; y esto era en todo. Y si alguna<br />

vez compraba yo algo en la plaza por lo que<br />

valía, reñíamos adre<strong>de</strong> el ama y yo. Ella <strong>de</strong>cía:


-No me digas a mí, Pablicos, que estos son<br />

dos cuartos <strong>de</strong> ensalada.<br />

Yo hacía que lloraba, daba voces, íbame a<br />

quejar a mi señor, y apretábale para que inviase<br />

al mayordomo a sabello, para que callase<br />

la ama, que adre<strong>de</strong> porfiaba. Iban y sabíanlo,<br />

y con esto asegurábamos al amo y al<br />

mayordomo, y quedaban agra<strong>de</strong>cidos, en mí<br />

a las obras, y en el ama al celo <strong>de</strong> su bien.<br />

Decíale don Diego, muy satisfecho <strong>de</strong> mí:<br />

-¡Así fuese Pablicos aplicado a virtud como<br />

es <strong>de</strong> fiar! ¿Toda esta es la lealtad que me<br />

<strong>de</strong>cís vos dél?.<br />

Tuvímoslos <strong>de</strong>sta manera, chupándolos como<br />

sanguijuelas. Yo apostaré que V. Md. se<br />

espanta <strong>de</strong> la suma <strong>de</strong> dinero que montaba al<br />

cabo <strong>de</strong>l año. Ello mucho <strong>de</strong>bió <strong>de</strong> ser, pero<br />

no <strong>de</strong>bía obligar a restitución, porque el ama<br />

confesaba y comulgaba <strong>de</strong> ocho a ocho días,<br />

y nunca la vi rastro <strong>de</strong> imaginación <strong>de</strong> volver<br />

nada ni hacer escrúpulo, con ser, como digo,<br />

una santa.<br />

Traía un rosario al cuello siempre, tan gran<strong>de</strong>,<br />

que era más barato llevar un haz <strong>de</strong> leña


a cuestas. Dél colgaban muchos manojos <strong>de</strong><br />

imágines, cruces y cuentas <strong>de</strong> perdones que<br />

hacían ruido <strong>de</strong> sonajas. Ben<strong>de</strong>cía las ollas y<br />

al espumar hacía cruces con el cucharón. Yo<br />

pienso que las conjuraba por sacarles los espíritus<br />

ya que no tenían carne. En todas las<br />

imágines <strong>de</strong>cía que rezaba cada noche por<br />

sus bienhechores; contaba ciento y tantos<br />

santos abogados suyos, y en verdad que<br />

había menester todas estas ayudas para <strong>de</strong>squitarse<br />

<strong>de</strong> lo que pecaba. Acostábase en un<br />

aposento encima <strong>de</strong>l <strong>de</strong> mi amo, y rezaba<br />

mas oraciones que un ciego. Entraba por el-<br />

Justo Juez y acababa en elConquibules, que<br />

ella <strong>de</strong>cía, y en laSalve Rehína. Decía las oraciones<br />

en latín, adre<strong>de</strong>, por fingirse inocente,<br />

<strong>de</strong> suerte que nos <strong>de</strong>spedazábamos <strong>de</strong> risa<br />

todos. Tenía otras habilida<strong>de</strong>s; era conqueridora<br />

<strong>de</strong> volunta<strong>de</strong>s y corchete <strong>de</strong> gustos, que<br />

es lo mismo que alcagüeta; pero disculpábase<br />

conmigo diciendo que le venía <strong>de</strong> casta, como<br />

al rey <strong>de</strong> Francia sanar lamparones.<br />

¿Pensará V. Md. que siempre estuvimos en<br />

paz? Pues ¿quién ignora que dos amigos, co-


mo sean cudiciosos, si están juntos, se han<br />

<strong>de</strong> procurar engañar el uno al otro? "êsta ha<br />

<strong>de</strong> ser ruin conmigo, pues lo es con su amo",<br />

<strong>de</strong>cía yo entre mí; ella <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir lo mismo<br />

porque chocamos <strong>de</strong> embuste el uno con<br />

el otro, y por poco se <strong>de</strong>scubriera la hilaza.<br />

Quedamos enemigos como gatos, y gatos,<br />

que en <strong>de</strong>spensa es peor que gatos y perros.<br />

Yo, que me vi ya mal con el ama, y que no<br />

la podía burlar, busqué nuevas trazas <strong>de</strong> holgarme,<br />

y di en lo que llaman los estudiantes<br />

correr o arrebatar. En esto me sucedieron cosas<br />

graciosísimas, porque yendo una noche a<br />

las nueve (que anda poca gente) por la calle<br />

Mayor, vi una confitería, y en ella un cofín <strong>de</strong><br />

pasas sobre el tablero, y, tomando vuelo, vine<br />

a agarrarle y di a correr. El confitero dio<br />

tras mí, y otros criados y vecinos. Yo, como<br />

iba cargado, vi que, aunque les llevaba ventaja,<br />

me habían <strong>de</strong> alcanzar, y, al volver una<br />

esquina, sentéme sobre él, y envolví la capa<br />

a la pierna <strong>de</strong> presto, y empecé a <strong>de</strong>cir, con<br />

la pierna en la mano, fingiéndome pobre:


-¡Ay! ¡Dios se lo perdone, que me ha pisado!.<br />

Oyéronme esto y, en llegando, empecé a<br />

<strong>de</strong>cir: "Por tan alta Señora", y lo ordinario <strong>de</strong><br />

la hora menguada y aire corrupto. Ellos se<br />

venían <strong>de</strong>sgañifando, y dijéronme:<br />

-¿Va por aquí un hombre, hermano?<br />

-Ahí a<strong>de</strong>lante, que aquí me pisó, loado sea<br />

el Señor.<br />

Arrancaron con esto, y fuéronse; quedé solo,<br />

llevéme el cofín a casa, conté la burla, y<br />

no quisieron creer que había sucedido así,<br />

aunque lo celebraron mucho. Por lo cual, los<br />

convidé para otra noche a verme correr cajas.<br />

Vinieron, y advirtiendo ellos que estaban las<br />

cajas <strong>de</strong>ntro la tienda, y que no las podía tomar<br />

con la mano, tuviéronlo por imposible, y<br />

más por estar el confitero, por lo que sucedió<br />

al otro <strong>de</strong> las pasas, alerta. Vine, pues, y metiendo<br />

doce pasos atrás <strong>de</strong> la tienda mano a<br />

la espada, que era un estoque recio, partí corriendo,<br />

y, en llegando a la tienda, dije: -<br />

"¡Muera!". Y tiré una estocada por <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l<br />

confitero. êl se <strong>de</strong>jó caer pidiendo confesión,


y yo di la estocada en una caja, y la pasé y<br />

saqué en la espada, y me fui con ella. Quedáronse<br />

espantados <strong>de</strong> ver la traza, y muertos<br />

<strong>de</strong> risa <strong>de</strong> que el confitero <strong>de</strong>cía que le mirasen,<br />

que sin duda le había herido, y que era<br />

un hombre con quien él había tenido palabras.<br />

Pero, volviendo los ojos, como quedaron<br />

<strong>de</strong>sbaratas, al salir <strong>de</strong> la caja, las que estaban<br />

alre<strong>de</strong>dor, echó <strong>de</strong> ver la burla, y empezó<br />

a santiguarse que no pensó acabar. Confieso<br />

que nunca me supo cosa tan bien.<br />

Decían los compañeros que yo solo podía<br />

sustentar la casa con lo que corría, que es lo<br />

mismo que hurtar, en nombre revesado. Yo,<br />

como era muchacho y oía que me alababan el<br />

ingenio con que salía <strong>de</strong>stas travesuras, animábame<br />

para hacer muchas más. Cada día<br />

traía la pretina llena <strong>de</strong> jarras <strong>de</strong> monjas, que<br />

les pedía para beber y me venía con ellas;<br />

introduje que no diesen nada sin prenda primero.<br />

Y así, prometí a don Diego y a todos los<br />

compañeros, <strong>de</strong> quitar una noche las espadas<br />

a la mesma ronda. Señalóse cúal había <strong>de</strong>


ser, y fuimos juntos, yo <strong>de</strong>lante, y en columbrando<br />

la justicia, lleguéme con otro <strong>de</strong> los<br />

criados <strong>de</strong> casa, muy alborotado, y dije:<br />

-¿Justicia?<br />

Respondieron:<br />

-Sí.<br />

-¿Es el corregidor?<br />

Dijeron que sí. Hínqueme <strong>de</strong> rodillas y dije:<br />

-Señor, en sus manos <strong>de</strong> V. Md. está mi<br />

remedio y mi venganza, y mucho provecho <strong>de</strong><br />

la república; man<strong>de</strong> V Md. oírme dos palabras<br />

a solas, si quiere una gran prisión.<br />

Apartóse; ya los corchetes estaban empuñando<br />

las espadas y los alguaciles poniendo<br />

mano a las varitas. Yo le dije:<br />

-Señor, yo he venido <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Sevilla siguiendo<br />

seis hombres los más facinorosos <strong>de</strong>l<br />

mundo, todos ladrones y matadores <strong>de</strong> hombres,<br />

y entre ellos viene uno que mató a mi<br />

madre y a un hermano mío por saltearlos, y<br />

le está probado esto; y vienen acompañando,<br />

según los he oído <strong>de</strong>cir, a una espía francesa;<br />

y aun sospecho por lo que les he oído, que<br />

es...(y bajando más la voz dije) Antonio Pé-


ez. Con esto, el corregidor dio un salto hacia<br />

arriba, y dijo:<br />

-¿Y dón<strong>de</strong> están?<br />

-Señor, en la casa pública; no se <strong>de</strong>tenga V.<br />

Md., que las ánimas <strong>de</strong> mi madre y hermano<br />

se lo pagarán en oraciones, y el rey acá.<br />

-¡Jesús! -dijo-, no nos <strong>de</strong>tengamos. ¡Hola,<br />

seguidme todos! Dadme una ro<strong>de</strong>la.<br />

Yo entonces le dije, tornándole a apartar:<br />

-Señor, per<strong>de</strong>rse ha V. Md. si hace eso,<br />

porque antes importa que todos V. Mds. entren<br />

sin espadas, y uno a uno, que ellos están<br />

en los aposentos y traen pistoletes, y en<br />

viendo entrar con espadas, como saben que<br />

no la pue<strong>de</strong> traer sino la justicia, dispararán.<br />

Con dagas es mejor, y cogerlos por <strong>de</strong>trás los<br />

brazos, que <strong>de</strong>masiados vamos.<br />

Cuadróle al corregidor la traza, con la cudicia<br />

<strong>de</strong> la prisión. En esto llegamos cerca, y el<br />

corregidor, advertido, mandó que <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong><br />

unas yerbas pusiesen todos las espadas escondidas<br />

en un campo que está enfrente casi<br />

<strong>de</strong> la casa; pusiéronlas y caminaron. Yo, que<br />

había avisado al otro que ellos <strong>de</strong>jarlas y él


tomarlas y pescarse a casa fuese todo uno,<br />

hízolo así; y, al entrar todos, quedéme atrás<br />

el postrero; y, en entrando ellos mezclados<br />

con otra gente que entraba, di cantonada y<br />

emboquéme por una callejuela que va a dar a<br />

la Vitoria, que no me alcanzara un galgo.<br />

Ellos que entraron y no vieron nada, porque<br />

no había sino estudiantes y pícaros (que es<br />

todo uno), comenzaron a buscarme, y, no<br />

hallándome, sospecharon lo que fue; y yendo<br />

a buscar sus espadas, no hallaron media.<br />

¿Quién contara las diligencias que hizo con el<br />

retor el corregidor? Aquella noche anduvieron<br />

todos los patios, reconociendo las caras y mirando<br />

las armas. LLegaron a casa, y yo, porque<br />

no me conociesen, estaba echado en la<br />

cama con un tocador y con una vela en la<br />

mano y un Cristo en la otra, y un compañero<br />

clérigo ayudándome a morir, y los <strong>de</strong>más rezando<br />

las letanías. Llegó el retor y la justicia,<br />

y viendo el espectáculo, se salieron, no persuadiéndose<br />

que allí pudiera haber habido<br />

lugar para cosa. No miraron nada, antes el<br />

retor me dijo un responso; preguntó si estaba


ya sin habla, y dijéronle que sí; y con tanto,<br />

se fueron <strong>de</strong>sesperados <strong>de</strong> hallar rastro, jurando<br />

el retor <strong>de</strong> remitirle si le topasen, y el<br />

corregidor <strong>de</strong> ahorcarle fuese quien fuese.<br />

Levantéme <strong>de</strong> la cama, y hasta hoy no se ha<br />

acabado <strong>de</strong> solenizar la burla en Alcalá.<br />

Y por no se largo, <strong>de</strong>jo <strong>de</strong> contar cómo<br />

hacía monte la plaza <strong>de</strong>l pueblo, pues <strong>de</strong> cajones<br />

<strong>de</strong> tundidores y plateros y mesas <strong>de</strong><br />

fruteras (que nunca se me ol<strong>vida</strong>rá la afrenta<br />

<strong>de</strong> cuando fui rey <strong>de</strong> gallos) sustentaba la<br />

chimenea <strong>de</strong> casa todo el año. Callo las pinsiones<br />

que tenía sobre los habares, viñas y<br />

güertos, en todo aquello <strong>de</strong> alre<strong>de</strong>dor. Con<br />

estas y otras cosas, comencé a cobrar fama<br />

<strong>de</strong> travieso y agudo entre todos. Favorecíanme<br />

los caballeros, y apenas me <strong>de</strong>jaban servir<br />

a don Diego, a quien siempre tuve el respeto<br />

que era razón por el mucho amor que<br />

me tenía.<br />

CAPITULO VII<br />

De la ida <strong>de</strong> don Diego, y nuevas <strong>de</strong> la<br />

muerte <strong>de</strong> su padre y madre, y la resolu-


ción que tomó en sus cosas para a<strong>de</strong>lante.<br />

En este tiempo, vino a don Diego una carta<br />

<strong>de</strong> su padre, en cuyo pliego venía otra <strong>de</strong> un<br />

tío mío llamado Alonso Ramplón, hombre<br />

allegado a toda virtud y muy conocido en Segovia<br />

por lo que era allegado a la justicia,<br />

pues cuantas allí se habían hecho, <strong>de</strong> cuarenta<br />

años a esta parte, han pasado por sus manos.<br />

Verdugo era, si va a <strong>de</strong>cir la verdad, pero<br />

una águila en el oficio; vérsele hacer daba<br />

gana a uno <strong>de</strong> <strong>de</strong>jarse ahorcar. êste, pues,<br />

me escribió una carta a Alcalá, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Segovia,<br />

en esta forma:<br />

"Hijo Pablos (que por el mucho amor que<br />

me tenía me llamaba así), las ocupaciones<br />

gran<strong>de</strong>s <strong>de</strong>sta plaza en que me tiene ocupado<br />

Su Majestad, no me han dado lugar a hacer<br />

esto; que si algo tiene malo el servir al Rey,<br />

es el trabajo, aunque se <strong>de</strong>squita con esta<br />

negra honrilla <strong>de</strong> ser sus criados.<br />

Pésame <strong>de</strong> daros nuevas <strong>de</strong> poco gusto.<br />

Vuestro padre murió ocho días ha, con el mayor<br />

valor que ha muerto hombre en el mun-


do; dígolo como quien lo guindó. Subió en el<br />

asno sin poner pie en el estribo; veníale el<br />

sayo vaquero que parecía haberse hecho para<br />

él, y, como tenía aquella presencia, nadie le<br />

veía con los cristos <strong>de</strong>lante, que no le juzgase<br />

por ahorcado. Iba con gran <strong>de</strong>senfado, mirando<br />

a las ventanas y haciendo cortesías a<br />

los que <strong>de</strong>jaban sus oficios por mirarle; hízose<br />

dos veces los bigotes; mandaba <strong>de</strong>scansar<br />

a los confesores, y íbales alabando lo que <strong>de</strong>cían<br />

bueno.<br />

Llegó a la N <strong>de</strong> palo, puso el un pie en la<br />

escalera, no subió a gatas ni <strong>de</strong>spacio y,<br />

viendo un escalón hendido, volvióse a la justicia,<br />

y dijo que mandase a<strong>de</strong>rezar aquél para<br />

otro, que no todos tenían su hígado. No os<br />

sabré encarecer cuán bien pareció a todos.<br />

Sentóse arriba, tiró las arrugas <strong>de</strong> la ropa<br />

atrás, tomó la soga y púsola en la nuez. Y<br />

viendo que el teatino le quería predicar, vuelto<br />

a él, le dijo: -"Padre, yo lo doy por predicado;<br />

vaya un poco <strong>de</strong> Credo, y acabemos<br />

presto, que no querría parecer prolijo". Hízose<br />

así; encomendóme que le pusiese la caperuza


<strong>de</strong> lado y que le limpiase las barbas. Yo lo<br />

hice así. Cayó sin encoger las piernas ni hacer<br />

gesto; quedó con una gravedad que no había<br />

más que pedir. Hícele cuartos, y dile por sepoltura<br />

los caminos. Dios sabe lo que a mí me<br />

pesa <strong>de</strong> verle en ellos, haciendo mesa franca<br />

a los grajos. Pero yo entiendo que los pasteleros<br />

<strong>de</strong>sta tierra nos consolarán, acomodándole<br />

en los <strong>de</strong> a cuatro.<br />

De vuestra madre, aunque está viva agora,<br />

casi os puedo <strong>de</strong>cir lo mismo, porque está<br />

presa en la Inquisición <strong>de</strong> Toledo, porque<br />

<strong>de</strong>senterraba los muertos sin ser murmuradora.<br />

Halláronla en su casa más piernas, brazos<br />

y cabezas que en una capilla <strong>de</strong> milagros. Y lo<br />

menos que hacía era sobrevirgos y contrahacer<br />

doncellas. Dicen que representará en un<br />

auto el día <strong>de</strong> la Trinidad, con cuatrocientos<br />

<strong>de</strong> muerte. Pésame que nos <strong>de</strong>shonra a todos,<br />

y a mi principalmente, que, al fin, soy<br />

ministro <strong>de</strong>l Rey, y me están mal estos parentescos.<br />

Hijo, aquí ha quedado no sé qué hacienda<br />

escondida <strong>de</strong> vuestros padres; será en todo


hasta cuatrocientos ducados. Vuestro tío soy,<br />

y lo que tengo ha <strong>de</strong> ser para vos. Vista ésta,<br />

os podéis venir aquí, que, con lo que vos sabéis<br />

<strong>de</strong> latín y retórica, seréis singular en el<br />

arte <strong>de</strong> verdugo. Respon<strong>de</strong>dme luego, y, entre<br />

tanto, Dios os guar<strong>de</strong>"<br />

No puedo negar que sentí mucho la nueva<br />

afrenta, pero holguéme en parte (tanto pue<strong>de</strong>n<br />

los vicios en los padres, que consuela[n]<br />

<strong>de</strong> sus <strong>de</strong>sgracias, por gran<strong>de</strong>s que sean, a<br />

los hijos). Fuime corriendo a don Diego, que<br />

estaba leyendo la carta <strong>de</strong> su padre, en que<br />

le mandaba que se fuese y que no me llevase<br />

en su compañía, movido <strong>de</strong> las travesuras<br />

mías que había oído <strong>de</strong>cir. Díjome que se <strong>de</strong>terminaba<br />

ir, y todo lo que le mandaba su<br />

padre, que a él le pesaba <strong>de</strong> <strong>de</strong>jarme, y a mí<br />

más; díjome que me acomodaría con otro caballero<br />

amigo suyo, para que le sirviese. Yo,<br />

en esto, riéndome, le dije:<br />

-Señor, ya soy otro, y otros mis pensamientos;<br />

más alto pico, y más autoridad me importa<br />

tener. Porque, si hasta agora tenía co-


mo cada cual mi piedra en el rollo, agora tengo<br />

mi padre.<br />

[Declaréle] cómo había muerto tan honradamente<br />

como el más estirado, cómo le trincharon<br />

y le hicieron moneda, cómo me había<br />

escrito mi señor tío, el verdugo, <strong>de</strong>sto y <strong>de</strong> la<br />

prisioncilla <strong>de</strong> mama, que a él, como a quien<br />

sabía quien yo soy, me pu<strong>de</strong> <strong>de</strong>scubrir sin<br />

vergüenza. Lastimóse mucho y preguntóme<br />

que qué pensaba hacer. Dile cuenta <strong>de</strong> mis<br />

<strong>de</strong>terminaciones; y con tanto, al otro día, él<br />

se fue a Segovia harto triste, y yo me quedé<br />

en la casa disimulando mi <strong>de</strong>sventura.<br />

Quemé la carta porque, perdiéndoseme<br />

acaso, no la leyese alguien, y comencé a disponer<br />

mi partida para Segovia, con fin <strong>de</strong> cobrar<br />

mi hacienda y conocer mis parientes,<br />

para huir <strong>de</strong>llos.


LIBRO SEGUNDO<br />

CAPITULO I<br />

Del camino <strong>de</strong> Alcalá para Segovia, y <strong>de</strong><br />

lo que le sucedió en él hasta Rejas don<strong>de</strong><br />

durmió aquella noche<br />

LLegó el día <strong>de</strong> apartarme <strong>de</strong> la mejor <strong>vida</strong><br />

que hallo haber pasado. Dios sabe lo que sentí<br />

el <strong>de</strong>jar tantos amigos y apasionados, que<br />

eran sin número. Vendí lo poco que tenía, <strong>de</strong><br />

secreto, para el camino, y, con ayuda <strong>de</strong> unos<br />

embustes, hice hasta seiscientos reales. Alquilé<br />

una mula y salíme <strong>de</strong> la posada, adon<strong>de</strong><br />

ya no tenía que sacar más <strong>de</strong> mi sombra.<br />

¿Quién contara las angustias <strong>de</strong>l zapatero por<br />

lo fiado, las solicitu<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l ama por el salario,<br />

las voces <strong>de</strong>l güésped <strong>de</strong> la casa por el arrendamiento?<br />

Uno <strong>de</strong>cía: -"¡Siempre me lo dijo<br />

el corazón!"; otro: -"¡Bien me <strong>de</strong>cían a mí<br />

que éste era un trampista!". Al fin, yo salí tan<br />

bienquisto <strong>de</strong>l pueblo, que <strong>de</strong>jé con mi ausencia<br />

a la mitad dél llorando, y a la otra mitad<br />

riéndose <strong>de</strong> los que lloraban.


Yo me iba entretiniendo por el camino, consi<strong>de</strong>rando<br />

en estas cosas, cuando, pasado Torote,<br />

encontré con un hombre en un macho<br />

<strong>de</strong> albarda, el cual iba hablando entre sí con<br />

muy gran prisa, y tan embebecido, que, aun<br />

estando a su lado, no me vía. Saludéle y saludóme;<br />

preguntéle dón<strong>de</strong> iba, y <strong>de</strong>spués que<br />

nos pagamos las respuestas, comenzamos<br />

luego a tratar <strong>de</strong> si bajaba el turco y <strong>de</strong> las<br />

fuerzas <strong>de</strong>l Rey. Comenzó a <strong>de</strong>cir <strong>de</strong> qué manera<br />

se podía conquistar la Tierra Santa, y<br />

cómo se ganaría Argel, en los cuales discursos<br />

eché <strong>de</strong> ver que era loco repúblico y <strong>de</strong><br />

gobierno.<br />

Proseguimos en la conversación (propia <strong>de</strong><br />

pícaros), y venimos a dar, <strong>de</strong> una cosa en<br />

otra, en Flan<strong>de</strong>s. Aquí fue ello, que empezó a<br />

suspirar y a <strong>de</strong>cir:<br />

-Más me cuestan a mí esos estados que al<br />

Rey, porque ha catorce años que ando con un<br />

arbitrio que, si como es imposible no lo fuera,<br />

ya estuviera todo sosegado.


-¿Qué cosa pue<strong>de</strong> ser -le dije yo- que, conviniendo<br />

tanto, sea imposible y no se pueda<br />

hacer?.<br />

-¿Quién le dice a V. Md. -dijo luego- que no<br />

se pue<strong>de</strong> hacer?; hacerse pue<strong>de</strong>, que ser imposible<br />

es otra cosa. Y si no fuera por dar pesadumbre,<br />

le contara a V. Md. lo que es; pero<br />

allá se verá, que agora lo pienso imprimir con<br />

otros trabajillos, entre los cuales le doy al Rey<br />

modo <strong>de</strong> ganar a Osten<strong>de</strong> por dos caminos.<br />

Roguéle que me los dijese, y, al punto, sacando<br />

<strong>de</strong> las faldriqueras un gran papel, me<br />

mostró pintado el fuerte <strong>de</strong>l enemigo y el<br />

nuestro, y dijo:<br />

-Bien ve V. Md. que la dificultad <strong>de</strong> todo está<br />

en este pedazo <strong>de</strong> mar; pues yo doy or<strong>de</strong>n<br />

<strong>de</strong> chuparle todo con esponjas, y quitarle <strong>de</strong><br />

allí.<br />

Di yo con este <strong>de</strong>satino una gran risada, y<br />

él entonces, mirándome a la cara, me dijo:<br />

-A nadie se lo he dicho que no haya hecho<br />

otro tanto, que a todos les da gran contento.<br />

-Ese tengo yo, por cierto -le dije-, <strong>de</strong> oír cosa<br />

tan nueva y tan bien fundada, pero advier-


ta V. Md. que ya que chupe el agua que<br />

hubiere entonces, tornará luego la mar a<br />

echar más.<br />

-No hará la mar tal cosa, que lo tengo yo<br />

eso muy apurado -me respondió-, y no hay<br />

que tratar; fuera <strong>de</strong> que yo tengo pensada<br />

una invención para hundir la mar por aquella<br />

parte doce estados.<br />

No le osé replicar <strong>de</strong> miedo que me dijese<br />

que tenía arbitrio para tirar el cielo acá bajo.<br />

No vi en mi <strong>vida</strong> tan gran orate. Decíame que<br />

Joanelo no había hecho nada, que él trazaba<br />

agora <strong>de</strong> subir toda el agua <strong>de</strong> Tajo a Toledo<br />

<strong>de</strong> otra manera más fácil. Y sabido lo que era,<br />

dijo que por ensalmo: ¡Mire V. Md. quién tal<br />

oyó en el mundo! Y, al cabo, me dijo:<br />

-Y no lo pienso poner en ejecución, si primero<br />

el Rey no me da una encomienda, que<br />

la puedo tener muy bien, y tengo una ejecutoria<br />

muy honrada.<br />

Con estas pláticas y <strong>de</strong>sconciertos, llegamos<br />

a Torrejón, don<strong>de</strong> se quedó, que venía a ver<br />

una parienta suya.


Yo pasé a<strong>de</strong>lante, pereciéndome <strong>de</strong> risa <strong>de</strong><br />

los arbitrios en que ocupaba el tiempo, cuando,<br />

Dios y enhorabuena, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lejos, vi una<br />

mula suelta, y un hombre junto a ella a pie,<br />

que, mirando a un libro, hacía unas rayas que<br />

medía con un compás. Daba vueltas y saltos<br />

a un lado y a otro, y <strong>de</strong> rato en rato, poniendo<br />

un <strong>de</strong>do encima <strong>de</strong> otro, hacía con ellos<br />

mil cosas saltando. Yo confieso que entendí<br />

por gran rato (que me paré <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lejos a vello)<br />

que era encantador, y casi no me <strong>de</strong>terminaba<br />

a pasar. Al fin, me <strong>de</strong>terminé, y, llegando<br />

cerca, sintióme, cerró el libro, y, al poner<br />

el pie en el estribo, resbalósele y cayó.<br />

Levantéle, y dijome:<br />

-No tomé bien el medio <strong>de</strong> proporción para<br />

hacer la circunferencia al subir.<br />

Yo no le entendí lo que me dijo y luego temí<br />

lo que era, porque más <strong>de</strong>satinado hombre no<br />

ha nacido <strong>de</strong> las mujeres. Preguntóme si iba<br />

a Madrid por línea recta, o si iba por camino<br />

circunflejo. Yo, aunque no lo entendí, le dije<br />

que circunflejo. Preguntóme cúya era la es-


pada que llevaba al lado. Respondíle que mía,<br />

y, mirándola, dijo:<br />

-Esos gavilanes habían <strong>de</strong> ser más largos,<br />

para reparar los tajos que se forman sobre el<br />

centro <strong>de</strong> las estocadas.<br />

Y empezó a meter una parola tan gran<strong>de</strong>,<br />

que me forzó a preguntarle qué materia profesaba.<br />

Díjome que él era diestro verda<strong>de</strong>ro,<br />

y que lo haría bueno en cualquiera parte. Yo,<br />

movido a risa, le dije:<br />

-Pues, en verdad, que por lo que yo vi hacer<br />

a V. Md. en el campo <strong>de</strong>nantes, que más le<br />

tenía por encantador, viendo los círculos.<br />

-Eso -me dijo- era que se me ofreció una<br />

treta por el cuarto cículo con el compás mayor,<br />

continuando la espada para matar sin<br />

confesión al contrario, porque no diga quién<br />

lo hizo, y estaba poniéndolo en términos <strong>de</strong><br />

matemática.<br />

-¿Es posible -le dije yo- que hay matemática<br />

en eso?<br />

-No solamente matemática -dijo-, mas teología,<br />

filosofía, música y medicina.


-Esa postrera no lo dudo, pues se trata <strong>de</strong><br />

matar en esa arte.<br />

-No os burleis -me dijo-, que agora aprendo<br />

yo la limpia<strong>de</strong>ra contra la espada, haciendo<br />

los tajos mayores, que comprehen<strong>de</strong>n en sí<br />

las aspirales <strong>de</strong> la espada.<br />

-No entiendo cosa <strong>de</strong> cuantas me <strong>de</strong>cís, chica<br />

ni gran<strong>de</strong>.<br />

-Pues este libro las dice -me respondió-,<br />

que se llamaGran<strong>de</strong>zas <strong>de</strong> la espada, y es<br />

muy bueno y dice milagros; y, para que lo<br />

creáis, en Rejas que dormiremos esta noche,<br />

con dos asadores me veréis hacer maravillas.<br />

Y no dudéis que cualquiera que leyere en este<br />

libro, matará a todos los que quisiere.<br />

-U ese libro enseña a ser pestes a los hombres,<br />

u le compuso algún dotor.<br />

-¿Cómo dotor? Bien lo entien<strong>de</strong> -me dijo-:<br />

es un gran sabio, y aun, estoy por <strong>de</strong>cir,<br />

más".<br />

En estas pláticas, llegamos a Rejas. Apeámonos<br />

en una posada y, al apearnos, me advirtió<br />

con gran<strong>de</strong>s voces que hiciese un ángulo<br />

obtuso con las piernas, y que, reduciéndo-


las a líneas paralelas, me pusiese perpendicular<br />

en el suelo. El güésped, que me vio reír y<br />

le vio, preguntóme que si era indio aquel caballero,<br />

que hablaba <strong>de</strong> aquella suerte. Pensé<br />

con esto per<strong>de</strong>r el juicio. LLegóse luego al<br />

güésped, y díjole:<br />

-Señor, déme dos asadores para dos o tres<br />

ángulos, que al momento se los volveré.<br />

-¡Jesús! -dijo el güésped-, déme V. Md. acá<br />

los ángulos, que mi mujer los asará; aunque<br />

aves son que no las he oído nombrar.<br />

-¡Qué! ¡No son aves!"; dijo volviéndose a<br />

mí: Mire V. Md. lo que es no saber. Déme los<br />

asadores, que no los quiero sino para esgrimir;<br />

que quizá le valdrá más lo que me viere<br />

hacer hoy, que todo lo que ha ganado en su<br />

<strong>vida</strong>.<br />

En fin, las asadores estaban ocupados, y<br />

hubimos <strong>de</strong> tomar dos cucharones. No se ha<br />

visto cosa tan digna <strong>de</strong> risa en el mundo. Daba<br />

un salto y <strong>de</strong>cía:<br />

-Con este compás alcanzo más, y gano los<br />

grados <strong>de</strong>l perfil. Ahora me aprovecho <strong>de</strong>l


movimiento remiso para matar el natural.<br />

êsta había <strong>de</strong> ser cuchillada, y éste tajo.<br />

No llegaba a mí <strong>de</strong>s<strong>de</strong> una legua, y andaba<br />

alre<strong>de</strong>dor con el cucharón, y, como yo me estaba<br />

quedo, parecían tretas contra olla que se<br />

sale. Díjome al fin:<br />

-Esto es lo bueno, y no las borracherías que<br />

enseñan estos bellacos maestros <strong>de</strong> esgrima,<br />

que no saben sino beber.<br />

No lo había acabado <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir, cuando <strong>de</strong> un<br />

aposento salió un mulatazo mostrando las<br />

presas, con un sombrero enjerto en guardasol,<br />

y un coleto <strong>de</strong> ante <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> una ropilla<br />

suelta y llena <strong>de</strong> cintas, zambo <strong>de</strong> piernas a<br />

lo águila imperial, la cara con unper signum<br />

crucis <strong>de</strong> inimicis suis, la barba <strong>de</strong> ganchos,<br />

con unos bigotes <strong>de</strong> guardamano, y una daga<br />

con más rejas que un locutorio <strong>de</strong> monjas. Y,<br />

mirando al suelo, dijo:<br />

-Yo soy examinado y traigo la carta, y, por<br />

el sol que calienta los panes, que haga pedazos<br />

a quien tratare mal a tanto buen hijo como<br />

profesa la <strong>de</strong>streza.


Yo que vi la ocasión, metíme en medio, y<br />

dije que no hablaba con él, y que así no tenía<br />

por qué picarse.<br />

-Meta mano a la blanca si la trai, y apuremos<br />

cuál es verda<strong>de</strong>ra <strong>de</strong>streza, y déjese <strong>de</strong><br />

cucharones.<br />

El pobre <strong>de</strong> mi compañero abrió el libro, y<br />

dijo en altas voces:<br />

-Este libro lo dice, y está impreso con licencia<br />

<strong>de</strong>l Rey, y yo sustentaré que es verdad lo<br />

que dice, con el cucharón y sin el cucharón,<br />

aquí y en otra parte, y, si no, midámoslo.<br />

Y sacó el compás, y empezó a <strong>de</strong>cir:<br />

-Este ángulo es obtuso.<br />

Y entonces, el maestro sacó la daga, y dijo:<br />

-Yo no sé quién es Angulo ni Obtuso, ni en<br />

mi <strong>vida</strong> oí <strong>de</strong>cir tales hombres; pero, con ésta<br />

en la mano, le haré yo pedazos.<br />

Acometió al pobre diablo, el cual empezó a<br />

huir, dando saltos por la casa, diciendo:<br />

-No me pue<strong>de</strong> dar, que le he ganado los<br />

grados <strong>de</strong>l perfil.


Metímoslos en paz el güésped y yo y otra<br />

gente que había, aunque <strong>de</strong> risa no me podía<br />

mover.<br />

Metieron al buen hombre en su aposento, y<br />

a mí con él; cenamos, y acostámonos todos<br />

los <strong>de</strong> la casa. Y, a las dos <strong>de</strong> la mañana, levántase<br />

en camisa, y empieza a andar a escuras<br />

por el aposento, dando saltos y diciendo<br />

en lengua matemática mil disparates.<br />

Despertóme a mí, y, no contento con esto,<br />

bajó al güésped para que le diese luz, diciendo<br />

que había hallado objeto fijo a la estocada<br />

sagita por la cuerda. El güésped se daba a los<br />

diablos <strong>de</strong> que lo <strong>de</strong>spertase, y tanto le molestó,<br />

que le llamó loco. Y con esto, se subió y<br />

me dijo que, si me quería levantar, vería la<br />

treta tan famosa que había hallado contra el<br />

turco y sus alfanjes. Y <strong>de</strong>cía que luego se la<br />

quería ir a enseñar al Rey, por ser en favor <strong>de</strong><br />

los católicos.<br />

En esto, amaneció; vestímonos todos, pagamos<br />

la posada, hicímoslos amigos a él y al<br />

maestro, el cual se apartó diciendo que el libro<br />

que alegaba mi compañero era bueno,


pero que hacía más locos que diestros, porque<br />

los más no le entendían.<br />

CAPITULO II<br />

De lo que le sucedió hasta llegar a Madrid,<br />

con un poeta<br />

Yo tomé mi camino para Madrid, y él se<br />

<strong>de</strong>spidió <strong>de</strong> mí por ir diferente jornada. Y ya<br />

que estaba apartado, volvió con gran prisa, y,<br />

llamándome a voces, estando en el campo<br />

don<strong>de</strong> no nos oía nadie, me dijo al oído:<br />

-Por <strong>vida</strong> <strong>de</strong> V. Md., que no diga nada <strong>de</strong><br />

todos los altísimos secretos que le he comunicado<br />

en materia <strong>de</strong> <strong>de</strong>streza, y guár<strong>de</strong>lo<br />

para sí, pues tiene buen entendimiento.<br />

Yo le prometí <strong>de</strong> hacerlo; tornóse a partir <strong>de</strong><br />

mí, y yo empecé a reírme <strong>de</strong>l secreto tan gracioso.<br />

Con esto, caminé más <strong>de</strong> una legua que no<br />

topé persona. Iba yo entre mí pensando en<br />

las muchas dificulta<strong>de</strong>s que tenía para profesar<br />

honra y virtud, pues había menester tapar<br />

primero la poca <strong>de</strong> mis padres, y luego tener<br />

tanta, que me <strong>de</strong>sconociesen por ella. Y pare-


cíanme a mí tan bien estos pensamientos<br />

honrados, que yo me los agra<strong>de</strong>cía a mí mismo.<br />

Decía a solas: "Más se me ha <strong>de</strong> agra<strong>de</strong>cer<br />

a mí, que no he tenido <strong>de</strong> quien apren<strong>de</strong>r<br />

virtud, ni a quien parecer en ella, que al que<br />

la hereda <strong>de</strong> sus agüelos".<br />

En esta razones y discursos iba, cuando topé<br />

un clérigo muy viejo en una mula, que iba<br />

camino <strong>de</strong> Madrid. Trabamos plática, y luego<br />

me preguntó que <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> venía; yo le dije<br />

que <strong>de</strong> Alcalá.<br />

-Maldiga Dios -dijo él- tan mala gente como<br />

hay en ese pueblo, pues falta entre todos un<br />

hombre <strong>de</strong> discurso.<br />

Preguntéle que cómo o por qué se podía <strong>de</strong>cir<br />

tal <strong>de</strong> lugar don<strong>de</strong> asistían tantos doctos<br />

varones. Y él, muy enojado dijo:<br />

-¿Doctos? Yo le diré a V. Md. que tan doctos,<br />

que habiendo más <strong>de</strong> catorce años que<br />

hago yo en Majalahonda (don<strong>de</strong> he sido sacristán)<br />

las chanzonetas al Corpus y al Nacimiento,<br />

no me premiaron en el cartel unos<br />

cantarcicos; y porque vea V. Md. la sinrazón,<br />

se los he <strong>de</strong> leer, que yo sé que se holgará.


Y diciendo y haciendo, <strong>de</strong>senvainó una retahíla<br />

<strong>de</strong> coplas pestilenciales, y por la primera,<br />

que era ésta, se conocerán las <strong>de</strong>más:<br />

Pastores, ¿no es lindo chiste,<br />

que es hoy el señor san Corpus Criste?<br />

Hoy es el día <strong>de</strong> las danzas<br />

en que el Cor<strong>de</strong>ro sin mancilla<br />

tanto se humilla,<br />

que visita nuestras panzas,<br />

y entre estas bienaventuranzas<br />

entra en el humano buche.<br />

Suene el lindo sacabuche,<br />

pues nuestro bien consiste.<br />

Pastores, ¿no es lindo chiste?<br />

-¿Qué pudiera <strong>de</strong>cir más -me dijo- el mismo<br />

inventor <strong>de</strong> los chistes? Mire qué misterios<br />

encierra aquella palabra pastores: más me<br />

costó <strong>de</strong> un mes <strong>de</strong> estudio.<br />

Yo no pu<strong>de</strong> con esto tener la risa, que a<br />

borbollones se me salía por los ojos y narices,<br />

y, dando una gran carcajada, dije:<br />

-¡Cosa admirable! Pero sólo reparo en que<br />

llama V. Md. señor san Corpus Criste. Y Cor-


pus Christi no es santo, sino el día <strong>de</strong> la institución<br />

<strong>de</strong>l Sacramento.<br />

-¡Qué lindo es eso! -me respondió, haciendo<br />

burla-; yo le daré en el calendario, y está canonizado,<br />

y apostaré a ello la cabeza.<br />

No pu<strong>de</strong> porfiar, perdido <strong>de</strong> risa <strong>de</strong> ver la<br />

suma inorancia; antes le dije cierto que eran<br />

dignas <strong>de</strong> cualquier premio, y que no había<br />

oído cosa tan graciosa en mi <strong>vida</strong>.<br />

-¿No? -dijo al mismo punto-; pues oya V.<br />

Md. un pedacito <strong>de</strong> un librillo que tengo<br />

hecho a las once mil vírgines, adon<strong>de</strong> a cada<br />

una he compuesto cincuenta otavas, cosa rica.<br />

Yo, por escusarme <strong>de</strong> oír tanto millón <strong>de</strong><br />

otavas, le supliqué que no me dijese cosa a lo<br />

divino. Y así, me comenzó a recitar una comedia<br />

que tenía más jornadas que el camino<br />

<strong>de</strong> Jerusalén. Decíame:<br />

-Hícela en dos días, y éste es el borrador.<br />

Y sería hasta cinco manos <strong>de</strong> papel. El título<br />

eraEl arca <strong>de</strong> Noé. Hacíase toda entre gallos y<br />

ratones, jumentos, raposas, lobos y jabalíes,


como fábulas <strong>de</strong> Isopo. Yo le alabé la traza y<br />

la invención, a lo cual me respondió:<br />

-Ello cosa mía es, pero no se ha hecho otra<br />

tal en el mundo, y la novedad es más que todo;<br />

y, si yo salgo con hacerla representar,<br />

será cosa famosa.<br />

-¿Cómo se podrá representar -le dije yo-, si<br />

han <strong>de</strong> entrar los mismos animales, y ellos no<br />

hablan?<br />

-Esa es la dificultad, que a no haber ésa,<br />

¿había cosa más alta? Pero yo tengo pensado<br />

<strong>de</strong> hacerla toda <strong>de</strong> papagayos, tordos y picazas,<br />

que hablan, y meter para el entremés<br />

monas.<br />

-Por cierto, alta cosa es ésa.<br />

-Otras más altas he hecho yo -dijo- por una<br />

mujer a quien amo. Y vea aquí novecientos y<br />

un sonetos y doce redondillas (que parecía<br />

que contaba escudos por maravedís) hechos<br />

a la piernas <strong>de</strong> mi dama.<br />

Yo le dije que si se las había visto él, y díjome<br />

que no había hecho tal por las ór<strong>de</strong>nes<br />

que tenía, pero que iban en profecía los concetos.<br />

Yo confieso la verdad, que aunque me


holgaba <strong>de</strong> oírle, tuve miedo a tantos versos<br />

malos, y así, comencé a echar la plática a<br />

otras cosas. Decíale que veía liebres, y él saltaba:<br />

-Pues empezaré por uno don<strong>de</strong> la comparo<br />

a ese animal.<br />

Y empezaba luego; y yo, por divertirle, <strong>de</strong>cía:<br />

-¿No ve V. Md. aquella estrella que se ve <strong>de</strong><br />

día?<br />

A lo cual, dijo:<br />

-En acabando éste, le diré el soneto treinta,<br />

en que la llamo estrella, que no parece sino<br />

que sabe los intentos <strong>de</strong>llos.<br />

Afligíme tanto, con ver que no podía nombrar<br />

cosa a [que él] no hubiese hecho algún<br />

disparate, que, cuando vi que llegábamos a<br />

Madrid, no cabía <strong>de</strong> contento, entendiendo<br />

que <strong>de</strong> vergüenza callaría; pero fue al revés,<br />

porque, por mostrar lo que era, alzó la voz<br />

entrando por la calle. Yo le supliqué que lo<br />

<strong>de</strong>jase, poniéndole por <strong>de</strong>lante que, si los niños<br />

olían poeta, no quedaría troncho que no<br />

se viniese por sus pies tras nosotros, por es-


tar <strong>de</strong>clarados por locos en una premática<br />

que había salido contra ellos, <strong>de</strong> uno que lo<br />

fue y se recogió a buen vivir. Pidióme que se<br />

la leyese si la tenía, muy congojado. Prometí<br />

<strong>de</strong> hacerlo en la posada. Fuímonos a una,<br />

don<strong>de</strong> él se acostumbraba apear, y hallamos<br />

a la puerta más <strong>de</strong> doce ciegos. Unos le conocieron<br />

por el olor, y otros por la voz. Diéronle<br />

una barahúnda <strong>de</strong> bienvenido; abrazólos a<br />

todos, y luego empezaron unos a pedirle oración<br />

para el Justo Juez en verso grave y sonoro,<br />

tal que provocase a gestos; otros pidieron<br />

<strong>de</strong> las ánimas; y por aquí discurrió, recibiendo<br />

ocho reales <strong>de</strong> señal <strong>de</strong> cada uno. Despidiólos,<br />

y díjome:<br />

-Más me han <strong>de</strong> valer <strong>de</strong> trecientos reales<br />

los ciegos; y así, con licencia <strong>de</strong> V. Md., me<br />

recogeré agora un poco, para hacer alguna<br />

<strong>de</strong>llas, y, en acabando <strong>de</strong> comer, oiremos la<br />

premática.<br />

¡Oh <strong>vida</strong> miserable! Pues ninguna lo es más<br />

que la <strong>de</strong> los locos que ganan <strong>de</strong> comer con<br />

los que lo son.


CAPITULO III<br />

De lo que hizo en Madrid, y lo que le sucedió<br />

hasta llegar a Cercedilla, don<strong>de</strong><br />

durmió<br />

Recogióse un rato a estudiar herejías y neceda<strong>de</strong>s<br />

para los ciegos. Entre tanto, se hizo<br />

hora <strong>de</strong> comer; comimos, y luego pidióme<br />

que le leyese la premática. Yo, por no haber<br />

otra cosa que hacer, la saqué y se la leí. La<br />

cual pongo aquí, por haberme parecido aguda<br />

y conveniente a lo que se quiso reprehen<strong>de</strong>r<br />

en ella. Decía en este tenor:<br />

Premática <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sengaño contra los<br />

poetas güeros, chirles y hebenes<br />

Diole al sacristán la mayor risa <strong>de</strong>l mundo,<br />

y dijo:<br />

-¡Hablara yo para mañana! Por Dios, que<br />

entendí que hablaba conmigo, y es sólo contra<br />

los poetas hebenes.<br />

Cayóme a mí muy en gracia oírle <strong>de</strong>cir esto,<br />

como si él fuera muy albillo o moscatel. Dejé<br />

el prólogo y comencé el primer capítulo que<br />

<strong>de</strong>cía:


"Atendiendo a que este género <strong>de</strong> sabandijas<br />

que llaman poetas son nuestros prójimos,<br />

y cristianos aunque malos; viendo que todo el<br />

año adoran cejas, dientes, listones y zapatilla[s],<br />

haciendo otros pecados más inormes,<br />

mandamos que la Semana Santa recojan a<br />

todos los poetas públicos y cantoneros, como<br />

a malas mujeres, y que los prediquen sacando<br />

Cristos para convertirlos. Y para esto señalamos<br />

casas <strong>de</strong> arrepentidos.<br />

Item, advirtiendo los gran<strong>de</strong>s buchornos<br />

que hay en las caniculares y nunca anochecidas<br />

coplas <strong>de</strong> los poetas <strong>de</strong> sol, como pasas a<br />

fuerza <strong>de</strong> los soles y estrellas que gastan en<br />

hacerlas, les ponemos perpetuo silencio en<br />

las cosas <strong>de</strong>l cielo, señalando meses vedados<br />

a las musas, como a la caza y pesca, porque<br />

no se agoten con la prisa que las dan.<br />

Item, habiendo consi<strong>de</strong>rado que esta seta<br />

infernal <strong>de</strong> hombres con<strong>de</strong>nados a perpetuo<br />

conceto, <strong>de</strong>spedazadores <strong>de</strong>l vocablo y volteadores<br />

<strong>de</strong> razones, han pegado el dicho<br />

achaque <strong>de</strong> poesía a las mujeres, <strong>de</strong>claramos<br />

que nos tenemos por <strong>de</strong>squitados con este


mal que las hemos hecho, <strong>de</strong>l que nos hicieron<br />

en la manzana. Y por cuanto el siglo está<br />

pobre y necesitado, mandamos quemar las<br />

coplas <strong>de</strong> los poetas, como franjas viejas, para<br />

sacar el oro, plata y perlas, pues en los<br />

más versos hacen sus damas <strong>de</strong> todos metales,<br />

como estatuas <strong>de</strong> Nabucho".<br />

Aquí no lo pudo sufrir el sacristán y, levantándose<br />

en pie, dijo:<br />

-¡Mas no, sino quitarnos las haciendas! No<br />

pase V. Md. a<strong>de</strong>lante, que sobre eso pienso ir<br />

al Papa, y gastar lo que tengo. Bueno es que<br />

yo, que soy eclesiástico, había <strong>de</strong> pa<strong>de</strong>cer ese<br />

agravio. Yo probaré que las coplas <strong>de</strong>l poeta<br />

clérigo no están sujetas a tal premática, y<br />

luego quiero irlo a averiguar ante la justicia.<br />

En parte me dio gana <strong>de</strong> reír, pero, por no<br />

<strong>de</strong>tenerme, que se me hacía tar<strong>de</strong>, le dije:<br />

-Señor, esta premática es hecha por gracia,<br />

que no tiene fuerza ni apremia, por estar falta<br />

<strong>de</strong> autoridad.<br />

-¡Pecador <strong>de</strong> mí! -dijo muy alborotado-, avisara<br />

V. Md. y hubiérame ahorrado la mayor<br />

pesadumbre <strong>de</strong>l mundo. ¿Sabe V. Md. lo que


es hallarse un hombre con ochocientas mil<br />

coplas <strong>de</strong> contado, y oír eso? Prosiga V. Md.,<br />

y Dios le perdone el susto que me dio.<br />

Proseguí diciendo:<br />

"Item, advirtiendo que <strong>de</strong>spués que <strong>de</strong>jaron<br />

<strong>de</strong> ser moros (aunque todavía conservan algunas<br />

reliquias) se han metido a pastores,<br />

por lo cual andan los ganados flacos <strong>de</strong> beber<br />

sus lágrimas, chamuscados con sus ánimas<br />

encendidas, y tan embebecidos en su música,<br />

que no pacen, mandamos que <strong>de</strong>jen el tal<br />

oficio, señalando ermitas a los amigos <strong>de</strong> soledad.<br />

Y a los <strong>de</strong>más, por ser oficio alegre y<br />

<strong>de</strong> pullas, que se acomo<strong>de</strong>n en mozos <strong>de</strong> mulas".<br />

-¡Algún puto, cornudo, bujarrón y judío -<br />

dijo en altas voces- or<strong>de</strong>nó tal cosa! Y si supiera<br />

quién era, yo le hiciera una sátira, con<br />

tales coplas que le pesara a él y a todos<br />

cuantos las vieran, <strong>de</strong> verlas. ¡Miren qué bien<br />

le estaría a un hombre lampiño como yo la<br />

ermita! ¡O a un hombre vinajeroso y sacristando,<br />

ser mozo <strong>de</strong> mulas! Ea, señor, que son<br />

gran<strong>de</strong>s pesadumbres esas.


-Ya le he dicho a V. Md. -repliqué- que son<br />

burlas, y que las oiga como tales.<br />

Proseguí diciendo que por estorbar los<br />

gran<strong>de</strong>s hurtos, mandábamos que no se pasasen<br />

coplas <strong>de</strong> Aragón a Castilla, ni <strong>de</strong> Italia<br />

a España, so pena <strong>de</strong> andar bien vestido el<br />

poeta que tal hiciese, y, si reincidiese, <strong>de</strong> andar<br />

limpio un hora.<br />

Esto le cayó muy en gracia, porque traía él<br />

una sotana con canas, <strong>de</strong> puro vieja, y con<br />

tantas cazcarrias que, para enterrarle, no era<br />

menester más <strong>de</strong> estregársela encima. El<br />

manteo, se podían estercolar con él dos hereda<strong>de</strong>s.<br />

Y así, medio riendo, le dije que mandaban<br />

también tener entre los <strong>de</strong>sesperados que se<br />

ahorcan y <strong>de</strong>speñan, y que, como a tales, no<br />

las enterrasen en sagrado, a las mujeres que<br />

se enamoran <strong>de</strong> poeta a secas. Y que, advirtiendo<br />

a la gran cosecha <strong>de</strong> redondillas, canciones<br />

y sonetos que había habido en estos<br />

años fértiles, mandaban que los legajos que<br />

por sus <strong>de</strong>méritos escapaban <strong>de</strong> las especerías,<br />

fuesen a las necesarias sin apelación.


Y, por acabar, llegué al postrer capítulo, que<br />

<strong>de</strong>cía así:<br />

"Pero advirtiendo, con ojos <strong>de</strong> piedad, a que<br />

hay tres géneros <strong>de</strong> gentes en la república<br />

tan sumamente miserables, que no pue<strong>de</strong>n<br />

vivir sin los tales poetas como son farsantes,<br />

ciegos y sacristanes, mandamos que pueda<br />

haber algunos oficiales públicos <strong>de</strong>sta arte,<br />

con tal que puedan tener carta <strong>de</strong> examen <strong>de</strong><br />

los caciques <strong>de</strong> los poetas que fueren en<br />

aquellas partes. Limitando a los poetas <strong>de</strong><br />

farsantes que no acaben los entremeses con<br />

palos ni diablos, ni las comedias en casamientos,<br />

ni hagan las trazas con papeles o<br />

cintas. Y a los <strong>de</strong> ciegos, que no sucedan en<br />

Tetuán los casos, <strong>de</strong>sterrándoles estos vocablos:cristián,<br />

amada,humanal ypundonores; y<br />

mandándoles que, para <strong>de</strong>cir lapresente obra,<br />

no diganzozobra. Y a los <strong>de</strong> sacristanes, que<br />

no hagan los villancicos conGil ni Pascual, que<br />

no jueguen <strong>de</strong>l vocablo, ni hagan los pensamientos<br />

<strong>de</strong> tornillo, que, mudándoles el nombre,<br />

se vuelvan a cada fiesta.


Y, finalmente, mandamos a todos los poetas<br />

en común que se <strong>de</strong>scarten <strong>de</strong> Júpiter, Venus,<br />

Apolo y otros dioses, so pena <strong>de</strong> que los tendrán<br />

por abogados a la hora <strong>de</strong> su muerte".<br />

A todos los que oyeron la premática pareció<br />

cuanto bien se pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir, y todos me pidieron<br />

traslado <strong>de</strong> ella. Sólo el sacristanejo empezó<br />

a jurar por <strong>vida</strong> <strong>de</strong> las vísperas solenes,introibo<br />

yChiries, que era sátira contra él,<br />

por lo que <strong>de</strong>cía <strong>de</strong> los ciegos, y que él sabía<br />

mejor lo que había <strong>de</strong> hacer que nai<strong>de</strong>. Y últimamente<br />

dijo:<br />

-Hombre soy yo que he estado en un aposento<br />

con Liñán, y he comido más <strong>de</strong> dos veces<br />

con Espinel. Y que había estado en Madrid<br />

tan cerca <strong>de</strong> Lope <strong>de</strong> Vega como lo estaba <strong>de</strong><br />

mí, y que había visto a don Alonso <strong>de</strong> Ercilla<br />

mil veces, y que tenía en su casa un retrato<br />

<strong>de</strong>l divino Figueroa, y que había comprado los<br />

gregüescos que <strong>de</strong>jó Padilla cuando se metió<br />

fraile, y que hoy día los traía, y malos. Enseñólos,<br />

y dioles esto a todos tanta risa, que no<br />

querían salir <strong>de</strong> la posada.


Al fin, ya eran las dos, y como era forzoso el<br />

camino, salimos <strong>de</strong> Madrid. Yo me <strong>de</strong>spedí<br />

dél, aunque me pesaba, y comencé a caminar<br />

para el puerto. Quiso Dios que, porque no<br />

fuese pensando en mal, me topase con un<br />

soldado. Iba en cuerpo y en alma, el cuello en<br />

el sombrero, los calzones vueltos, la camisa<br />

en la espada, la espada al hombro, los zapatos<br />

en la [faldriquera], alpargates, y medias<br />

<strong>de</strong> lienzo, sus frascos en la pretina y un poco<br />

<strong>de</strong> órgano en cajas <strong>de</strong> hoja <strong>de</strong> lata para papeles.<br />

Luego trabamos plática; preguntóme si<br />

venía <strong>de</strong> la Corte; dije que <strong>de</strong> paso había estado<br />

en ella.<br />

-No está para más -dijo luego- que es pueblo<br />

para gente ruin. Más quiero, ¡voto a Cristo!,<br />

estar en un sitio, la nieve a la cinta,<br />

hecho un reloj, comiendo ma<strong>de</strong>ra, que sufriendo<br />

las supercherías que se hacen a un<br />

hombre <strong>de</strong> bien. Y en llegando a ese lugarcito<br />

<strong>de</strong>l diablo nos remiten a la sopa y al coche <strong>de</strong><br />

los pobres en San Felipe don<strong>de</strong> cada día en<br />

corrillos se hace consejo <strong>de</strong> estado, y guerra<br />

en pie, y <strong>de</strong>sabrigada. Y en <strong>vida</strong> nos hacen


soldados en pena por los cimenterios, y si pedimos<br />

entretenimiento, nos envían a la comedia,<br />

y, si ventajas, a los jugadores. Y con<br />

esto, comidos <strong>de</strong> piojos y güéspedas, nos volvemos<br />

en este pelo a rogar a los moros y<br />

herejes con nuestros cuerpos.<br />

A esto le dije yo que advirtiese que en la<br />

Corte había <strong>de</strong> todo, y que estimaban mucho<br />

a cualquier hombre <strong>de</strong> suerte.<br />

-¿Qué estiman -dijo muy enojado- si he estado<br />

yo ahí seis meses pretendiendo una<br />

ban<strong>de</strong>ra, tras veinte años <strong>de</strong> servicios y haber<br />

perdido mi sangre en servicio <strong>de</strong>l Rey, como<br />

lo dicen estas heridas?<br />

Y quiso <strong>de</strong>satacarse. Y dije:<br />

-Señor mío, <strong>de</strong>satacarse más es brindar a<br />

puto que enseñar heridas.<br />

Creo que pretendía introducir en picazos algunas<br />

almorranas. Luego, en los calcañares,<br />

me enseñó otras dos señales, y dijo que eran<br />

balas, y yo saqué, por otras dos mías que<br />

tengo, que habían sido sabañones. Y las balas<br />

pocas veces se andan a roer zancajos. Estaba<br />

<strong>de</strong>rrengado <strong>de</strong> algún palo que le dieron por-


que se dormía haciendo guarda, y <strong>de</strong>cía que<br />

era <strong>de</strong> un astillazo. Quitóse el sombrero y<br />

mostróme el rostro; calzaba dieciséis puntos<br />

<strong>de</strong> cara, que tantos tenía en [una] cuchillada<br />

que le partía las narices. Tenía otros tres chirlos,<br />

que se la volvían mapa a puras líneas.<br />

-Estas me dieron -dijo- <strong>de</strong>fendiendo a París,<br />

en servicio <strong>de</strong> Dios y <strong>de</strong>l Rey, por quien veo<br />

trinchado mi gesto, y no he recibido sino<br />

buenas palabras, que agora tienen lugar <strong>de</strong><br />

malas obras. Lea estos papeles -me dijo-, por<br />

<strong>vida</strong> <strong>de</strong>l licenciado, que no ha salido en campaña,<br />

¡voto a Cristo!, hombre, ¡vive Dios!,<br />

tan señalado.<br />

Y <strong>de</strong>cía verdad, porque lo estaba a puros<br />

golpes. Comenzó a sacar cañones <strong>de</strong> hoja <strong>de</strong><br />

lata y a enseñarme papeles, que <strong>de</strong>bían <strong>de</strong><br />

ser <strong>de</strong> otro a quien había tomado el nombre.<br />

Yo los leí, y dije mil cosas en su alabanza, y<br />

que el Cid ni Bernardo no habían hecho lo<br />

que él. Saltó en esto, y dijo:<br />

-¿Cómo lo que yo? ¡Voto a Dios!, ni lo que<br />

García <strong>de</strong> Pare<strong>de</strong>s, Julián Romero y otros<br />

hombres <strong>de</strong> bien, ¡pese al diablo! Sé que en-


tonces no había artillería, ¡voto a Dios!, que<br />

no hubiera Bernardo para un hora en este<br />

tiempo. Pregunte V. Md. en Flan<strong>de</strong>s por la<br />

hazaña <strong>de</strong>l Mellado, y verá lo que le dicen.<br />

-¿Es V. Md. acaso? -le dije yo.<br />

Y él respondió:<br />

-¿Pues qué otro? ¿No me ve la mella que<br />

tengo en los dientes? No tratemos <strong>de</strong>sto, que<br />

parece mal alabarse el hombre.<br />

Yendo en estas conversaciones, topamos en<br />

un borrico un ermitaño, con una barba tan<br />

larga, que hacía lodos con ella, macilento y<br />

vestido <strong>de</strong> paño pardo. Saludamos con el Deo<br />

gracias acostumbrado, y empezó a alabar los<br />

trigos y, en ellos, la misericordia <strong>de</strong>l Señor.<br />

Saltó el soldado, y dijo:<br />

-¡Ah, padre!, más espesas he visto yo las<br />

picas sobre mí, y, ¡voto a Cristo!, que hice en<br />

el saco <strong>de</strong> Amberes lo que pu<strong>de</strong>; sí, ¡juro a<br />

Dios!.<br />

El ermitaño le reprehendió que no jurase<br />

tanto, a lo cual dijo:<br />

-Padre, bien se echa <strong>de</strong> ver que no es soldado,<br />

pues me reprehen<strong>de</strong> mi propio oficio.


Diome a mí gran risa <strong>de</strong> ver en lo que ponía<br />

la solda<strong>de</strong>sca, y eché <strong>de</strong> ver que era algún<br />

picarón gallina, porque ya entre soldados no<br />

hay costumbre más aborrecida <strong>de</strong> los <strong>de</strong> más<br />

importancia, cuando no <strong>de</strong> todos. El ermitaño<br />

le dijo:<br />

-Y ¿dón<strong>de</strong> <strong>de</strong>jó V. Md. el saco <strong>de</strong> Amberes,<br />

que ése me parece <strong>de</strong> las Navas, y que sería<br />

<strong>de</strong> más abrigo el <strong>de</strong> Amberes?<br />

Riose mucho el soldado <strong>de</strong> la pregunta, y el<br />

ermitaño <strong>de</strong> su <strong>de</strong>snu<strong>de</strong>z, y con tanto llegamos<br />

a la falda <strong>de</strong>l puerto; el ermitaño rezando<br />

el rosario en una carga <strong>de</strong> leña hecha bolas,<br />

<strong>de</strong> manera que, a cada avemaría, sonaba<br />

un cabe; el soldado iba comparando las peñas<br />

a los castillos que había visto, y mirando<br />

cuál lugar era fuerte y adón<strong>de</strong> se había <strong>de</strong><br />

plantar la artillería. Yo iba mirando tanto el<br />

rosariazo <strong>de</strong>l ermitaño, con las cuentas frisonas,<br />

como la espada <strong>de</strong>l soldado.<br />

-¡Oh, cómo volaría yo con pólvora gran parte<br />

<strong>de</strong>ste puerto -<strong>de</strong>cía-, y hiciera buena obra<br />

a los caminantes!.


-No hay tal como hacer buenas obras -<strong>de</strong>cía<br />

el santero. Y pujaba un suspiro por remate.<br />

Iba entre sí rezando a silbos oraciones <strong>de</strong> culebra.<br />

En estas cosas divertidos, llegamos a Cercedilla.<br />

Entramos en la posada todos tres juntos,<br />

ya anochecido; mandamos a<strong>de</strong>rezar la<br />

cena -era viernes-, y, entre tanto, el ermitaño<br />

dijo:<br />

-Entretengámonos un rato, que la ociosidad<br />

es madre <strong>de</strong> los vicios; juguemos avemarías.<br />

Y <strong>de</strong>jó caer <strong>de</strong> la manga el <strong>de</strong>scua<strong>de</strong>rnado.<br />

Diome a mí gran risa el ver aquello, consi<strong>de</strong>rando<br />

en las cuentas. El soldado dijo:<br />

-No, sino juguemos hasta cien reales que yo<br />

traigo, en amistad.<br />

Yo, cudicioso, dije que jugaría otros tantos,<br />

y el ermitaño, por no hacer mal tercio, acetó,<br />

y dijo que allí llevaba el aceite <strong>de</strong> la lámpara,<br />

que eran hasta ducientos reales. Yo confieso<br />

que pensé ser su lechuza y bebérsele, pero<br />

ansí le sucedan todos sus intentos al turco.<br />

Fue el juego al parar, y lo bueno fue que dijo<br />

que no sabía el juego, y hizo que se le en-


señásemos. Dejónos el bienaventurado hacer<br />

dos manos, y luego nos la dio tal, que no <strong>de</strong>jó<br />

blanca en la mesa. Heredónos en <strong>vida</strong>; retiraba<br />

el ladrón con las ancas <strong>de</strong> la mano que era<br />

lástima. Perdía una sencilla, y acertaba doce<br />

maliciosas. El soldado echaba a cada suerte<br />

doce votos y otros tantospeses, aforrados enpor<br />

<strong>vida</strong>s. Yo me comí las uñas, y el fraile<br />

ocupaba las suyas en mi moneda. No <strong>de</strong>jaba<br />

santo que no llamaba; nuestras cartas eran<br />

como el Mesías, que nunca venían y las<br />

aguardábamos siempre.<br />

Acabó <strong>de</strong> pelarnos; quísimosle jugar sobre<br />

prendas, y él, tras haberme ganado a mí<br />

seiscientoa reales, que era lo que llevaba, y al<br />

soldado los ciento, dijo que aquello era entretenimiento,<br />

y que éramos prójimos, y que no<br />

había <strong>de</strong> tratar <strong>de</strong> otra cosa.<br />

-No juren -<strong>de</strong>cía-, que a mí, porque me encomendaba<br />

a Dios, me ha sucedido bien.<br />

Y como nosotros no sabíamos la habilidad<br />

que tenía <strong>de</strong> los <strong>de</strong>dos a la muñeca, creímoslo,<br />

y el soldado juró <strong>de</strong> no jurar más, y yo <strong>de</strong><br />

la misma suerte.


-¡Pesia tal! -<strong>de</strong>cía el pobre alférez (que él<br />

me dijo entonces que lo era)-, entre luteranos<br />

y moros me he visto, pero no he pa<strong>de</strong>cido tal<br />

<strong>de</strong>spojo.<br />

êl se reía a todo esto. Tornó a sacar el rosario<br />

para rezar. Yo, que no tenía ya blanca,<br />

pedíle que me diese <strong>de</strong> cenar, y que pagase<br />

hasta Segovia la posada por los dos, que<br />

íbamosin puribus. Prometió hacerlo. Metióse<br />

sesenta güevos, ¡no vi tal en mi <strong>vida</strong>!. Dijo<br />

que se iba a acostar.<br />

Dormimos todos en una sala con otra gente<br />

que estaba allí, porque los aposentos estaban<br />

tomados para otros. Yo me acosté con harta<br />

tristeza; y el soldado llamó al güésped, y le<br />

encomendó sus papeles en las cajas <strong>de</strong> lata<br />

que los traía, y un envoltorio <strong>de</strong> camisas jubiladas.<br />

Acostámonos; el padre se persinó, y<br />

nosotros nos santiguamos dél. Durmió; yo<br />

estuve <strong>de</strong>svelado, trazando cómo quitarle el<br />

dinero. El soldado hablaba entre sueños <strong>de</strong><br />

los cien reales, como si no estuvieran sin remedio.


Hízose hora <strong>de</strong> levantar. Pedí yo luz muy<br />

aprisa; trujéronla, y el güésped el envoltorio<br />

al soldado, y olvidáronsele los papeles. El pobre<br />

alférez hundió la casa a gritos, pidiendo<br />

que le diese los servicios. El güésped se turbó,<br />

y, como todos <strong>de</strong>cíamos que se los diese,<br />

fue corriendo y trujo tres bacines, diciendo:<br />

-He ahí para cada uno el suyo. ¿Quieren<br />

más servicios?<br />

Que él entendió que nos habían dado cámaras.<br />

Aquí fue ella, que se levantó el soldado<br />

con la espada tras el güésped, en camisa, jurando<br />

que le había <strong>de</strong> matar porque hacía<br />

burla dél, que se había hallado en la Naval,<br />

San Quintín y otras, trayendo servicios en lugar<br />

<strong>de</strong> los papeles que le había dado. Todos<br />

salimos tras él a tenerle, y aun no podíamos.<br />

Decía el güésped:<br />

-Señor, su merced pidió servicios; yo no estoy<br />

obligado a saber que, en lengua soldada,<br />

se llaman así los papeles <strong>de</strong> las hazañas.<br />

Apaciguámoslos, y tornamos al aposento. El<br />

ermitaño, receloso, se quedó en la cama, diciendo<br />

que le había hecho mal el susto. Pagó


por nosotros, y salímonos <strong>de</strong>l pueblo para el<br />

puerto, enfadados <strong>de</strong>l término <strong>de</strong>l ermitaño, y<br />

<strong>de</strong> ver que no le habíamos podido quitar el<br />

dinero.<br />

Topamos con un ginovés, digo con uno <strong>de</strong>stos<br />

antecristos <strong>de</strong> las monedas <strong>de</strong> España,<br />

que subía el puerto con un paje <strong>de</strong>trás, y él<br />

con su guardasol, muy a lo dineroso. Trabamos<br />

conversación con él; todo lo llevaba a<br />

materia <strong>de</strong> maravedís, que es gente que naturalmente<br />

nació para bolsas. Comenzó a<br />

nombrar a Visanzón, y si era bien dar dineros<br />

o no a Visanzón, tanto que el soldado y yo le<br />

preguntamos que quién era aquel caballero. A<br />

lo cual respondió, riéndose:<br />

-Es un pueblo <strong>de</strong> Italia, don<strong>de</strong> se juntan los<br />

hombres <strong>de</strong> negocios, que acá llamamos fulleros<br />

<strong>de</strong> pluma, a poner los precios por don<strong>de</strong><br />

se gobierna la moneda.<br />

De lo cual sacamos que, en Visanzón, se<br />

lleva el compás a los músicos <strong>de</strong> uña. Entretúvonos<br />

el camino contando que estaba perdido<br />

porque había quebrado un cambio, que<br />

le tenía más <strong>de</strong> sesenta mil escudos. Y todo lo


juraba por su conciencia; aunque yo pienso<br />

que conciencia en merca<strong>de</strong>r es como virgo en<br />

cantonera, que se ven<strong>de</strong> sin haberle. Nadie,<br />

casi, tiene conciencia, <strong>de</strong> todos los <strong>de</strong>ste trato;<br />

porque, como oyen <strong>de</strong>cir que muer<strong>de</strong> por<br />

muy poco, han dado en <strong>de</strong>jarla con el ombligo<br />

en naciendo.<br />

En estas pláticas, vimos los muros <strong>de</strong> Segovia,<br />

y a mí se me alegraron los ojos, a pesar<br />

<strong>de</strong> la memoria, que, con los sucesos <strong>de</strong> Cabra,<br />

me contra<strong>de</strong>cía el contento. Llegué al<br />

pueblo y, a la entrada, vi a mi padre en el<br />

camino, aguardando ir en bolsas, hecho cuartos,<br />

a Josafad. Enternecíme, y entré algo <strong>de</strong>sconocido<br />

<strong>de</strong> como salí, con punta <strong>de</strong> barba,<br />

bien vestido.<br />

Dejé la compañia; y, consi<strong>de</strong>rando en quién<br />

conocería a mi tío -fuera <strong>de</strong>l rollo- mejor en el<br />

pueblo, no hallé nadie <strong>de</strong> quien echar mano.<br />

Lleguéme a mucha gente a preguntar por<br />

Alonso Ramplón, y nadie me daba razón dél,<br />

diciendo que no le conocían. Holgué mucho<br />

<strong>de</strong> ver tantos hombres <strong>de</strong> bien en mi pueblo,<br />

cuando, estando en esto, oí al precursor <strong>de</strong> la


penca hacer <strong>de</strong> garganta, y a mi tío <strong>de</strong> las<br />

suyas. Venía una procesión <strong>de</strong> <strong>de</strong>snudos, todos<br />

<strong>de</strong>scaperuzados, <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mi tío, y él,<br />

muy haciéndose <strong>de</strong> pencas, con una en la<br />

mano, tocando un pasacalles públicas en las<br />

costillas <strong>de</strong> cinco laú<strong>de</strong>s, sino que llevaba sogas<br />

por cuerdas. Yo, que estaba notando esto<br />

con un hombre a quien había dicho, preguntando<br />

por él, que era yo un gran caballero,<br />

veo a mi buen tío que, echando en mí los ojos<br />

(por pasar cerca), arremetió a abrazarme,<br />

llamándome sobrino. Penséme morir <strong>de</strong> vergüenza;<br />

no volví a <strong>de</strong>spedirme <strong>de</strong> aquél con<br />

quién estaba. Fuime con él, y díjome:<br />

-Aquí te podrás ir, mientras cumplo con esta<br />

gente; que ya vamos <strong>de</strong> vuelta, y hoy comerás<br />

conmigo.<br />

Yo, que me vi a caballo, y que en aquella<br />

sarta parecería punto menos <strong>de</strong> azotado, dije<br />

que le aguardaría allí; y así, me aparté tan<br />

avergonzado, que, a no <strong>de</strong>pen<strong>de</strong>r dél la cobranza<br />

<strong>de</strong> mi hacienda, no lo hablara más en<br />

mi <strong>vida</strong> ni pareciera entre gentes. Acabó <strong>de</strong>


epasarles las espaldas, volvió y llevóme a su<br />

casa, don<strong>de</strong> me apeé y comimos.<br />

CAPITULO IV<br />

Del hospedaje <strong>de</strong> su tío, y visitas, la cobranza<br />

<strong>de</strong> su hacienda y vuelta a la corte<br />

Tenía mi buen tío su alojamiento junto al<br />

mata<strong>de</strong>ro, en casa <strong>de</strong> un aguador. Entramos<br />

en ella, y díjome:<br />

-No es alcázar la posada, pero yo os prometo,<br />

sobrino, que es a propósito para dar expediente<br />

a mis nogocios.<br />

Subimos por una escalera, que sólo aguardé<br />

a ver lo que me sucedía en lo alto, para si se<br />

diferenciaba en algo <strong>de</strong> la horca. Entramos en<br />

un aposento tan bajo, que andábamos por él<br />

como quién recibe bendiciones, con las cabezas<br />

bajas. Colgó la penca en un clavo, que<br />

estaba con otros <strong>de</strong> que colgaban cor<strong>de</strong>les,<br />

lazos, cuchillos, escarpias y otras herramientas<br />

<strong>de</strong>l oficio. Díjome que por qué no me quitaba<br />

el manteo y me sentaba; yo le dije que<br />

no lo tenía <strong>de</strong> costumbre. Dios sabe cuál estaba<br />

<strong>de</strong> ver la infamia <strong>de</strong> mi tío, el cual me


dijo que había tenido ventura en topar con él<br />

en tan buena ocasión, porque comería bien,<br />

que tenía con<strong>vida</strong>dos unos amigos.<br />

En esto, entró por la puerta, con una ropa<br />

(hasta los pies) morada, uno <strong>de</strong> los que pi<strong>de</strong>n<br />

para las ánimas, y haciendo son con la cajita,<br />

dijo:<br />

-Tanto me han valido a mí las ánimas hoy,<br />

como a ti los azotados: encaja.<br />

Hiciéronse la mamona el uno al otro. Arremangóse<br />

el <strong>de</strong>salmado animero el sayazo, y<br />

quedó con unas piernas zambas en gregüescos<br />

<strong>de</strong> lienzo, y empezó a bailar y <strong>de</strong>cir que si<br />

había venido Clemente. Dijo mi tío que no,<br />

cuando, Dios y enhorabuena, <strong>de</strong>vanado en un<br />

trapo, y con unos zuecos, entró un chirimía<br />

<strong>de</strong> la bellota, digo, un porquero. Conocíle por<br />

el (hablando con perdón) cuerno que traía en<br />

la mano. Salúdonos a su manera, y tras él<br />

entró un mulato zurdo y bizco, un sombrero<br />

con más falda que un monte y más copa que<br />

un nogal, la espada con más gavilanes que la<br />

caza <strong>de</strong>l Rey, un coleto <strong>de</strong> ante. Traía la cara


<strong>de</strong> punto, porque a puros chirlos la tenía toda<br />

hilvanada.<br />

Entró y sentóse, saludando a los <strong>de</strong> casa; y<br />

a mi tío le dijo:<br />

-A fe, Alonso, que lo han pagado bien el<br />

Romo y el Garroso.<br />

Saltó el <strong>de</strong> las ánimas, y dijo:<br />

-Cuatro ducados di yo a Flechilla, verdugo<br />

<strong>de</strong> Ocaña, porque aguijase el burro, y porque<br />

no llevase la penca <strong>de</strong> tres suelas, cuando me<br />

palmearon.<br />

-¡Vive Dios! -dijo el corchete-, que se lo pagué<br />

yo sobrado a Juanazo en Murcia, porque<br />

iba el borrico con un paseo <strong>de</strong> pato, y el bellaco<br />

me los asentó <strong>de</strong> manera que no se levantaron<br />

sino ronchas.<br />

Y el porquero, concomiéndose, dijo:<br />

-Con virgo están mis espaldas.<br />

-A cada puerco le viene su San Martín -dijo<br />

el <strong>de</strong>mandador.<br />

-De eso me puedo alabar yo -dijo mi buen<br />

tío- entre cuantos manejan la zurriaga, que,<br />

al que se me encomienda, hago lo que <strong>de</strong>bo.


Sesenta me dieron los <strong>de</strong> hoy, y llevaron<br />

unos azotes <strong>de</strong> amigo, con penca sencilla.<br />

Yo que vi cuán honrada gente era la que<br />

hablaba mi tío, confieso que me puse colorado,<br />

<strong>de</strong> suerte que no pu<strong>de</strong> disimular la vergüenza.<br />

Echómelo <strong>de</strong> ver el corchete, y dijo:<br />

-¿Es el padre el que pa<strong>de</strong>ció el otro día, a<br />

quien se dieron ciertos empujones en el envés?<br />

Yo respondí que no era hombre que pa<strong>de</strong>cía<br />

como ellos. En esto, se levantó mi tío y dijo:<br />

-Es mi sobrino, maeso en Alcalá, gran supuesto.<br />

Pidiéronme perdón, y ofreciéronme toda caricia.<br />

Yo rabiaba ya por comer, y por cobrar<br />

mi hacienda y huir <strong>de</strong> mi tío. Pusieron las<br />

mesas; y por una soguilla, en un sombrero,<br />

como suben la limosna los <strong>de</strong> la cárcel, subían<br />

la comida <strong>de</strong> un bo<strong>de</strong>gón que estaba a las<br />

espaldas <strong>de</strong> la casa, en unos mendrugos <strong>de</strong><br />

platos y retacillos <strong>de</strong> cántaros y tinajas. No<br />

podrá nadie encarecer mi sentimiento y<br />

afrenta. Sentáronse a comer, en cabecera el<br />

<strong>de</strong>mandador. Diciendo: "La Iglesia en mejor


lugar; siéntese, padre", echó la bendición mi<br />

tío y, como estaba hecho a santiguar espaldas,<br />

parecían más amagos <strong>de</strong> azotes que <strong>de</strong><br />

cruces. Y los <strong>de</strong>más nos sentamos sin or<strong>de</strong>n.<br />

No quiero <strong>de</strong>cir lo que comimos; sólo, que<br />

eran todas cosas para beber. Sorbióse el corchete<br />

tres <strong>de</strong> puro tinto. Brindóme a mí el<br />

porquero; me las cogía al vuelo, y hacía más<br />

razones que <strong>de</strong>cíamos todos. No había memoria<br />

<strong>de</strong> agua, y menos voluntad <strong>de</strong>lla.<br />

Parecieron en la mesa cinco pasteles <strong>de</strong> a<br />

cuatro. Y tomando un hisopo, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

haber quitado las hojaldres, dijeron un responso<br />

todos, con surequiem aeternam, por el<br />

ánima <strong>de</strong>l difunto cuyas eran aquellas carnes.<br />

Dijo mi tío:<br />

-Ya os acordáis, sobrino, lo que os escribí<br />

<strong>de</strong> vuestro padre.<br />

Vínoseme a la memoria; ellos comieron, pero<br />

yo pasé con los suelos solos, y quedéme<br />

con la costumbre; y así, siempre que como<br />

pasteles, rezo una avemaría por el que Dios<br />

haya.


Menu<strong>de</strong>óse sobre dos jarros; y era <strong>de</strong> suerte<br />

lo que hicieron el corchete y el <strong>de</strong> las ánimas,<br />

que se pusieron las suyas tales, que,<br />

trayendo un plato <strong>de</strong> salchichas (que parecía<br />

<strong>de</strong> <strong>de</strong>dos <strong>de</strong> negro), dijo uno:<br />

-¡Qué mulata está la olla!<br />

Ya mi tío estaba tal, que, alargando la mano<br />

y asiendo una, dijo, con la voz algo áspera y<br />

ronca, el un ojo medio acostado, y el otro nadando<br />

en mosto:<br />

-Sobrino, por este pan <strong>de</strong> Dios que crió a su<br />

imagen y semejanza, que no he comido en mi<br />

<strong>vida</strong> mejor carne tinta.<br />

Yo que vi al corchete que, alargando la mano,<br />

tomó el salero y dijo: "Caliente está este<br />

caldo", y que el porquero se llevó el puño <strong>de</strong><br />

sal, diciendo: "Es bueno el avisillo para beber",<br />

y se lo chocló en la boca, comencé a reír<br />

por una parte, y a rabiar por otra.<br />

Trujeron caldo, y el <strong>de</strong> las ánimas tomó con<br />

entrambas manos una escudilla, diciendo: -<br />

"Dios bendijo la limpieza", y alzándola para<br />

sorberla, por llevarla a la boca, se la puso en<br />

el carrillo, y, volcándola, se asó en caldo, y se


puso todo <strong>de</strong> arriba abajo que era vergüenza.<br />

êl, que se vio así, fuese a levantar, y como<br />

pesaba algo la cabeza, quiso ahirmar sobre la<br />

mesa, que era <strong>de</strong>stas movedizas; trastornóla,<br />

y manchó a los <strong>de</strong>más; y tras esto <strong>de</strong>cía que<br />

el porquero le había empujado. El porquero<br />

que vio que el otro se le caía encima, levantóse,<br />

y alzando el instrumento <strong>de</strong> güeso, le<br />

dio con él una trompetada. Asiéronse a puños,<br />

y, estando juntos los dos, y teniéndole el<br />

<strong>de</strong>mandador mordido <strong>de</strong> un carrillo, con los<br />

vuelcos y alteración, el porquero vomitó<br />

cuanto había comido en las barbas <strong>de</strong>l <strong>de</strong> la<br />

<strong>de</strong>manda. Mi tío, que estaba más en su juicio,<br />

<strong>de</strong>cía que quién había traído a su casa tantos<br />

clérigos. Yo que los vi que ya, en suma, multiplicaban,<br />

metí en paz la brega, <strong>de</strong>sasí a los<br />

dos, y levanté <strong>de</strong>l suelo al corchete, el cual<br />

estaba llorando con gran tristeza; eché a mi<br />

tío en la cama, el cual hizo cortesía a un velador<br />

<strong>de</strong> palo que tenía, pensando que era<br />

con<strong>vida</strong>do. Quité el cuerno al porquero, el<br />

cual, ya que dormían los otros, no había<br />

hacerle callar, diciendo que le diesen su cuer-


no, porque no había habido jamás quien supiese<br />

en él más tonadas, y que le quería tañer<br />

con el órgano. Al fin, yo no me aparté <strong>de</strong>llos<br />

hasta que vi que dormían.<br />

Salíme <strong>de</strong> casa; entretúveme en ver mi tierra<br />

toda la tar<strong>de</strong>, pasé por la casa <strong>de</strong> Cabra,<br />

tuve nueva <strong>de</strong> que ya era muerto, y no cuidé<br />

<strong>de</strong> preguntar <strong>de</strong> qué, sabiendo que hay hambre<br />

en el mundo. Torné a casa a la noche,<br />

habiendo pasado cuatro horas, y hallé al uno<br />

<strong>de</strong>spierto y que andaba a gatas por el aposento<br />

buscando la puerta, y diciendo que se<br />

les había perdido la casa. Levantéle, y <strong>de</strong>jé<br />

dormir a los <strong>de</strong>más hasta las once <strong>de</strong> la noche<br />

que <strong>de</strong>spertaron; y, esperezándose, preguntó<br />

mi tío que qué hora era. Respondió el<br />

porquero (que aún no la había <strong>de</strong>sollado) que<br />

no era nada sino la siesta, y que hacía gran<strong>de</strong>s<br />

buchornos. El <strong>de</strong>mandador, como pudo,<br />

dijo que le diesen su cajilla: -"Mucho han<br />

holgado las ánimas para tener a su cargo mi<br />

sustento"; y fuese, en lugar <strong>de</strong> ir a la puerta,<br />

a la ventana; y, como vio estrellas, comenzó<br />

a llamar a los otros con gran<strong>de</strong>s voces, di-


ciendo que el cielo estaba estrellado a mediodía,<br />

y que había un gran eclís. Santiguáronse<br />

todos y besaron la tierra.<br />

Yo que vi la bellaquería <strong>de</strong>l <strong>de</strong>mandador,<br />

escandalicéme mucho, y propuse <strong>de</strong> guardarme<br />

<strong>de</strong> semejantes hombres. Con estas<br />

vilezas y infamias que vía yo, ya me crecía<br />

por puntos el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> verme entre gente<br />

principal y caballeros. Despachéloss a todos<br />

uno por uno lo mejor que pu<strong>de</strong>, acosté a mi<br />

tío, que, aunque no tenía zorra, tenía raposa,<br />

y yo acomodéme sobre mis vestidos y algunas<br />

ropas <strong>de</strong> los que Dios tenga, que estaban<br />

por allí.<br />

Pasamos <strong>de</strong>sta manera la noche. A la mañana,<br />

traté con mi tío <strong>de</strong> reconocer mi<br />

hacienda y cobralla. Despertó diciendo que<br />

estaba molido, y que no sabía <strong>de</strong> qué. El aposento<br />

estaba, parte con las enjaguaduras <strong>de</strong><br />

las monas, parte con las aguas que habían<br />

hecho <strong>de</strong> no beberlas, hecho una taberna <strong>de</strong><br />

vinos <strong>de</strong> retorno. Levantóse, tratamos largo<br />

en mis cosas, y tuve harto trabajo por ser<br />

hombre tan borracho y rústico. Al fin, le redu-


je a que me diera noticia <strong>de</strong> parte <strong>de</strong> mi<br />

hacienda, aunque no <strong>de</strong> toda, y así, me la dio<br />

<strong>de</strong> unos trecientos ducados que mi buen padre<br />

había ganado por sus puños, y <strong>de</strong>jádolos<br />

en confianza <strong>de</strong> una buena mujer a cuya<br />

sombra se hurtaba diez leguas a la redonda.<br />

Por no cansar a V. Md., vengo a <strong>de</strong>cir que<br />

cobré y embolsé mi dinero, el cual mi tío no<br />

había bebido ni gastado, que fue harto para<br />

ser hombre <strong>de</strong> tan poca razón, porque pensaba<br />

que yo me graduaría con éste, y que, estudiando,<br />

podría ser car<strong>de</strong>nal, que, como estaba<br />

en su mano hacerlos, no lo tenía por dificultoso.<br />

Díjome, en viendo que los tenía:<br />

-Hijo Pablos, mucha culpa tendrás si no<br />

medras y eres bueno, pues tienes a quién parecer.<br />

Dinero llevas; yo no te he <strong>de</strong> faltar,<br />

que cuanto sirvo y cuanto tengo, para ti lo<br />

quiero.<br />

Agra<strong>de</strong>cíle mucho la oferta. Gastamos el día<br />

en pláticas <strong>de</strong>satinadas y en pagar las visitas<br />

a los personajes dichos. Pasaron la tar<strong>de</strong> en<br />

jugar a la taba mi tío, el porquero, y <strong>de</strong>mandador.<br />

êste jugaba misas como si fuera otra


cosa. Era <strong>de</strong> ver cómo se barajaban la taba:<br />

cogiéndola en el aire al que la echaba, y meciéndola<br />

en la muñeca, se la tornaban a dar.<br />

Sacaban <strong>de</strong> taba como <strong>de</strong> naipe, para la fábrica<br />

<strong>de</strong> la sed, porque había siempre un jarro<br />

en medio.<br />

Vino la noche; ellos se fueron; acostámonos<br />

mi tío y yo cada uno en su cama (que ya<br />

había prevenido para mí un colchón). Amaneció<br />

y, antes que él <strong>de</strong>spertase, yo me levanté<br />

y me fui a una posada, sin que me sintiese;<br />

torné a cerrar la puerta por <strong>de</strong> fuera, y echéle<br />

la llave por una gatera.<br />

Como he dicho, me fui a un mesón a escon<strong>de</strong>r<br />

y aguardar comodidad para ir a la corte.<br />

Dejéle en el aposento una carta cerrada, que<br />

contenía mi ida y las causas, avisándole que<br />

no me buscase, porque eternamente no lo<br />

había <strong>de</strong> ver.<br />

CAPITULO V<br />

De su huida, y los sucesos en ella hasta<br />

la corte


Partía aquella mañana <strong>de</strong>l mesón un arriero<br />

con cargas a la corte. Llevaba un jumento;<br />

alquilómele, y salíme a aguardarle a la puerta<br />

fuera <strong>de</strong>l lugar. Salió, espetéme en el dicho, y<br />

empecé mi jornada. Iba entre mí diciendo:<br />

"Allá quedarás, bellaco, <strong>de</strong>shonrabuenos, jinete<br />

<strong>de</strong> gaznates". Consi<strong>de</strong>raba yo que iba a<br />

la corte, adon<strong>de</strong> nadie me conocía (que era la<br />

cosa que más me consolaba), y que había <strong>de</strong><br />

valerme por mi habilidad allí. Propuse <strong>de</strong> colgar<br />

los hábitos en llegando, y <strong>de</strong> sacar vestidos<br />

nuevos cortos al uso. Pero volvamos a las<br />

cosas que el dicho <strong>de</strong> mi tío hacía, ofendido<br />

con la carta que <strong>de</strong>cía en esta forma:<br />

"Señor Alonso Ramplón: Tras haberme Dios<br />

hecho tan señaladas merce<strong>de</strong>s como quitarme<br />

<strong>de</strong> <strong>de</strong>lante a mi buen padre y tener a mi<br />

madre en Toledo, don<strong>de</strong>, por lo menos, sé<br />

que hará humo, no me faltaba sino ver hacer<br />

en V. Md. lo que en otros hace. Yo pretendo<br />

ser uno <strong>de</strong> mi linaje, que dos es imposible, si<br />

no vengo a sus manos, y trinchándome, como<br />

hace a otros. No pregunte por mí, ni me


nombre, porque me importa negar la sangre<br />

que tenemos. Sirva al Rey, y adiós".<br />

No hay que encarecer las blasfemias y<br />

oprobios que diría contra mí. Volvamos a mi<br />

camino. Yo iba caballero en el rucio <strong>de</strong> la<br />

Mancha, y bien <strong>de</strong>seoso <strong>de</strong> no topar nadie,<br />

cuando <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lejos vi venir un hidalgo <strong>de</strong><br />

portante, con su capa puesta, espada ceñida,<br />

calzas atacadas y botas, y al parecer bien<br />

puesto, el cuello abierto más <strong>de</strong> roto que <strong>de</strong><br />

mol<strong>de</strong>, el sombrero <strong>de</strong> lado. Sospeché que<br />

era algún caballero que <strong>de</strong>jaba atrás su coche;<br />

y ansí, emparejando le saludé.<br />

Miróme y dijo:<br />

-Irá V. Md., señor licenciado, en ese borrico<br />

con harto más <strong>de</strong>scanso que yo con todo mi<br />

aparato.<br />

Yo, que entendí que lo <strong>de</strong>cía por coche y<br />

criados que <strong>de</strong>jaba atrás, dije:<br />

-En verdad, señor, que lo tengo por más<br />

apacible caminar que el <strong>de</strong>l coche, porque<br />

aunque V. Md. vendrá en el que trai <strong>de</strong>trás<br />

con regalo, aquellos vuelcos que da, inquietan.


-¿Cuál coche <strong>de</strong>trás? -dijo él muy alborotado.<br />

Y, al volver atrás, como hizo fuerza, se le<br />

cayeron las calzas, porque se le rompió una<br />

agujeta que traía, la cual era tan sola que,<br />

tras verme muerto <strong>de</strong> risa <strong>de</strong> verle, me pidió<br />

una prestada. Yo, que vi que <strong>de</strong> la camisa no<br />

se vía sino una ceja, y que traía tapado el rabo<br />

<strong>de</strong> medio ojo, le dije:<br />

-Por Dios, señor, si V. Md. no aguarda a sus<br />

criados, yo no puedo socorrerle, porque vengo<br />

también atacado únicamente.<br />

-Si hace V. Md. burla -dijo él, con las cachondas<br />

<strong>de</strong> la mano-, vaya, porque no entiendo<br />

eso <strong>de</strong> los criados.<br />

Y aclaróseme tanto en materia <strong>de</strong> ser pobre,<br />

que me confesó, a media legua que anduvimos,<br />

que si no le hacía merced <strong>de</strong> <strong>de</strong>jarle subir<br />

en el borrico un rato, no le era posible pasar<br />

a<strong>de</strong>lante, por ir cansado <strong>de</strong> caminar con<br />

las bragas en los puños; y, movido a compasión,<br />

me apeé; y, como él no podía soltar las<br />

calzas, húbele yo <strong>de</strong> subir. Y espantóme lo<br />

que <strong>de</strong>scubrí en el tocamiento, porque, por la


parte <strong>de</strong> atrás, que cubría la capa, traía las<br />

cuchilladas con entretelas <strong>de</strong> nalga pura. êl,<br />

que sintió lo que le había visto, como discreto,<br />

se previno diciendo:<br />

-Señor licenciado, no es oro todo lo que reluce.<br />

Debióle parecer a V. Md., en viendo el<br />

cuello abierto y mi presencia, que era un<br />

con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Irlos. Como <strong>de</strong>stas hojaldres cubren<br />

en el mundo lo que V. Md. ha tentado.<br />

Yo le dije que le aseguraba <strong>de</strong> que me había<br />

persuadido a muy diferentes cosas <strong>de</strong> las que<br />

vía.<br />

-Pues aún no ha visto nada V. Md. -replicó-,<br />

que hay tanto que ver en mí como tengo,<br />

porque nada cubro. Veme aquí V. Md. un<br />

hidalgo hecho y <strong>de</strong>recho, <strong>de</strong> casa <strong>de</strong> solar<br />

montañés, que, si como sustento la nobleza,<br />

me sustentara, no hubiera más que pedir.<br />

Pero ya, señor licenciado, sin pan y carne, no<br />

se sustenta buena sangre, y por la misericordia<br />

<strong>de</strong> Dios, todos la tienen colorada, y no<br />

pue<strong>de</strong> ser hijo <strong>de</strong> algo el que no tiene nada.<br />

Ya he caído en la cuenta <strong>de</strong> las ejecutorias,<br />

<strong>de</strong>spués que, hallándome en ayunas un día,


no me quisieron dar sobre ella en un bo<strong>de</strong>gón<br />

dos tajadas; pues, ¡<strong>de</strong>cir que no tiene letras<br />

<strong>de</strong> oro! Pero más valiera el oro en las píldoras<br />

que en las letras, y <strong>de</strong> más provecho es. Y,<br />

con todo, hay muy pocas letras con oro. He<br />

vendido hasta mi sepoltura, por no tener sobre<br />

qué caer muerto, que la hacienda <strong>de</strong> mi<br />

padre Toribio Rodríguez Vallejo Gómez <strong>de</strong><br />

Ampuero (que todos estos nombres tenía), se<br />

perdió en una fianza. Sólo eldon me ha quedado<br />

por ven<strong>de</strong>r, y soy tan <strong>de</strong>sgraciado que<br />

no hallo nadie con necesidad dél, pues quien<br />

no le tiene por ante, le tiene por postre, como<br />

el remendón, azadón, pendón, blandón, bordón<br />

y otros así.<br />

Confieso que, aunque iban mezcladas con<br />

risa, las calamida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l dicho hidalgo me<br />

enternecieron. Preguntéle cómo se llamaba, y<br />

adón<strong>de</strong> iba y a qué. Dijo que todos los nombres<br />

<strong>de</strong> su padre: don Toribio Rodríguez Vallejo<br />

Gómez <strong>de</strong> Ampuero y Jordán. No se vio<br />

jamás nombre tan campanudo, porque acababa<br />

endan y empezaba endon, como son <strong>de</strong><br />

badajo. Tras esto dijo que iba a la corte, por-


que un mayorazgo roído como él, en un pueblo<br />

corto, olía mal a dos días, y no se podía<br />

sustentar, y que por eso se iba a la patria<br />

común, adon<strong>de</strong> caben todos, y adon<strong>de</strong> hay<br />

mesas francas para estómagos aventureros.<br />

-Y nunca, cuando entro en ella, me faltan<br />

cien reales en la bolsa, cama, <strong>de</strong> comer y refocilo<br />

<strong>de</strong> lo vedado, porque la industria en la<br />

corte es piedra filosofal, que vuelve en oro<br />

cuanto toca.<br />

Yo vi el cielo abierto, y en son <strong>de</strong> entretenimiento<br />

para el camino, le rogué que me<br />

contase cómo y con quiénes y <strong>de</strong> qué manera<br />

viven en la corte los que no tenían, como él,<br />

porque me parecía dificultoso en este tiempo,<br />

que no sólo se contenta cada uno con sus cosas,<br />

sino que aun solicitan las ajenas.<br />

-Muchos hay <strong>de</strong>sos -dijo-, y muchos <strong>de</strong> estotros.<br />

Es la lisonja llave maestra, que abre a<br />

todas volunta<strong>de</strong>s en tales pueblos. Y porque<br />

no se le haga dificultoso lo que digo, oiga mis<br />

sucesos y mis trazas, y se asegurará <strong>de</strong> esa<br />

duda.


CAPITULO VI<br />

En que prosigue el camino y lo prometido<br />

<strong>de</strong> su <strong>vida</strong> y costumbres<br />

"-Lo primero ha <strong>de</strong> saber que en la corte<br />

hay siempre el más necio y el más sabio, más<br />

rico y más pobre, y los extremos <strong>de</strong> todas las<br />

cosas; que disimula los malos y escon<strong>de</strong> los<br />

buenos, y que en ella hay unos géneros <strong>de</strong><br />

gentes como yo, que no se les conoce raíz ni<br />

mueble, ni otra cepa <strong>de</strong> la <strong>de</strong> que <strong>de</strong>cien<strong>de</strong>n<br />

los tales. Entre nosotros nos diferenciamos<br />

con diferentes nombres; unos nos llamamos<br />

caballeros hebenes; otros, güeros, chanflones,<br />

chirles, traspillados y caninos.<br />

Es nuestra abogada la industria; pagamos<br />

las más veces los estómagos <strong>de</strong> vacío, que es<br />

gran trabajo traer la comida en manos ajenas.<br />

Somos susto <strong>de</strong> los banquetes, polilla <strong>de</strong><br />

los bo<strong>de</strong>gones, cáncer <strong>de</strong> las ollas y con<strong>vida</strong>dos<br />

por fuerza. Sustentámonos así <strong>de</strong>l aire, y<br />

andamos contentos. Somos gente que comemos<br />

un puerro, y representamos un capón.<br />

Entrará uno a visitarnos en nuestras casas, y<br />

hallarán nuestros aposentos llenos <strong>de</strong> güesos


<strong>de</strong> carnero y aves, mondaduras <strong>de</strong> frutas, la<br />

puerta embarazada con plumas y pellejos <strong>de</strong><br />

gazapos; todo lo cual cogemos <strong>de</strong> parte <strong>de</strong><br />

noche por el pueblo, para honrarnos con ello<br />

<strong>de</strong> día. Reñimos en entrando el huésped: "¿Es<br />

posible que no he <strong>de</strong> ser yo po<strong>de</strong>roso para<br />

que barra esa moza? Perdone V. Md., que han<br />

comido aquí unos amigos, y estos criados...",<br />

etc. Quien no nos conoce cree que es así, y<br />

pasa por convite.<br />

Pues ¿qué diré <strong>de</strong>l modo <strong>de</strong> comer en casas<br />

ajenas? En hablando a uno media vez, sabemos<br />

su casa, vámosle a ver, y siempre a la<br />

hora <strong>de</strong> mascar, que se sepa que está en la<br />

mesa. Decimos que nos llevan sus amores,<br />

porque tal entendimiento, etc. Si nos preguntan<br />

si hemos comido, si ellos no han empezado<br />

<strong>de</strong>cimos que no; si nos con<strong>vida</strong>n, no<br />

aguardamos a segundo envite, porque <strong>de</strong>stas<br />

aguardadas nos han sucedido gran<strong>de</strong>s vigilias.<br />

Si han empezado, <strong>de</strong>cimos que sí; y,<br />

aunque parta muy bien el ave, pan o carne el<br />

que fuere, para tomar ocasión <strong>de</strong> engullir un<br />

bocado, <strong>de</strong>cimos:


-Ahora <strong>de</strong>je V. Md., que le quiero servir <strong>de</strong><br />

maestresala, que solía, Dios le tenga en el<br />

cielo (y nombramos un señor muerto, duque<br />

o con<strong>de</strong>), gustar más <strong>de</strong> verme partir que <strong>de</strong><br />

comer.<br />

Diciendo esto, tomamos el cuchillo y partimos<br />

bocaditos, y al cabo <strong>de</strong>cimos:<br />

-¡Oh, qué bien güele! Cierto que haría agravio<br />

a la guisan<strong>de</strong>ra en no probarlo. ¡Qué buena<br />

mano tiene!.<br />

Y diciendo y haciendo, va en pruebas el<br />

medio plato: el nabo por ser nabo, el tocino<br />

por ser tocino, y todo por lo que es. Cuando<br />

esto nos falta, ya tenemos sopa <strong>de</strong> algún<br />

convento aplazada; no la tomamos en público,<br />

sino a lo escondido, haciendo creer a los<br />

frailes que es más <strong>de</strong>voción que necesidad.<br />

Es <strong>de</strong> ver uno <strong>de</strong> nosotros en una casa <strong>de</strong><br />

juego, con el cuidado que sirve y <strong>de</strong>spabila<br />

las velas, trai orinales, cómo mete naipes y<br />

soleniza las cosas <strong>de</strong>l que gana, todo por un<br />

triste real <strong>de</strong> barato.<br />

Tenemos <strong>de</strong> memoria, para lo que toca a<br />

vestirnos, toda la ropería vieja. Y como en


otras partes hay hora señalada para oración,<br />

la tenemos nosotros para remendarnos. Son<br />

<strong>de</strong> ver, a las mañanas, las diversida<strong>de</strong>s <strong>de</strong><br />

cosas que sanamos; que, como tenemos por<br />

enemigo <strong>de</strong>clarado al sol, por cuanto nos <strong>de</strong>scubre<br />

los remiendos, puntadas y trapos, nos<br />

ponemos, abiertas las piernas, a la mañana,<br />

a su rayo, y en la sombra <strong>de</strong>l suelo vemos las<br />

que hacen los andrajos y hilachas <strong>de</strong> las entrepiernas.<br />

Es <strong>de</strong> ver cómo quitamos cuchilladas<br />

<strong>de</strong> atrás para poblar lo <strong>de</strong> a<strong>de</strong>lante; y solemos<br />

traer la trasera tan pacífica, por falta<br />

<strong>de</strong> cuchilladas, que se queda en las puras bayetas.<br />

Sábelo sola [la] capa, y guardámonos<br />

<strong>de</strong> días <strong>de</strong> aire, y <strong>de</strong> subir por escaleras claras<br />

o a caballo. Estudiamos posturas contra la<br />

luz, pues, en día claro, andamos las piernas<br />

muy juntas, y hacemos las reverencias con<br />

solos los tobillos, porque, si se abren las rodillas,<br />

se verá el ventanaje.<br />

No hay cosa en todos nuestros cuerpos que<br />

no haya sido otra cosa y no tenga historia.Verbi<br />

gratia: bien ve V. Md. -dijo- esta ropilla;<br />

pues primero fue guegüescos, nieta <strong>de</strong>


una capa y bisnieta <strong>de</strong> un capuz, que fue en<br />

su principio, y ahora espera salir para soletas<br />

y otras cosas. Los escarpines, primero son<br />

pañizuelos, habiendo sido toallas, y antes<br />

camisas, hijas <strong>de</strong> sábanas; y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> todo,<br />

los aprovechamos para papel, y en el papel<br />

escribimos, y <strong>de</strong>spués hacemos dél polvos<br />

para resucitar los zapatos, que, <strong>de</strong> incurables,<br />

los he visto hacer revivir con semejantes medicamentos.<br />

Pues ¿qué diré <strong>de</strong>l modo con que <strong>de</strong> noche<br />

nos apartamos <strong>de</strong> las luces, porque no se<br />

vean los herreruelos calvos y las ropillas lampiñas?,<br />

que no hay más pelo en ellas que en<br />

un guijarro, que es Dios servido <strong>de</strong> dárnosle<br />

en la barba y quitárnosle en la capa. Pero,<br />

por no gastar con barberos, prevenimos<br />

siempre <strong>de</strong> aguardar a que otro <strong>de</strong> los nuestros<br />

tenga también pelambre, y entonces nos<br />

la quitamos el uno al otro, conforme lo <strong>de</strong>l<br />

Evangelio: "Ayudaos como buenos hermanos".<br />

Traemos gran cuenta en no andar los unos<br />

por las casas <strong>de</strong> los otros, si sabemos que


alguno trata la misma gente que otro. Es <strong>de</strong><br />

ver cómo andan los estómagos en celo.<br />

Estamos obligados a andar a caballo una<br />

vez cada mes, aunque sea en pollino, por las<br />

calles públicas; y obligados a ir en coche una<br />

vez en el año, aunque sea en la arquilla o<br />

trasera. Pero, si alguna vez vamos <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l<br />

coche, es <strong>de</strong> consi<strong>de</strong>rar que siempre es en el<br />

estribo, con todo el pescuezo <strong>de</strong> fuera,<br />

haciendo cortesías porque nos vean todos, y<br />

hablando a los amigos y conocidos aunque<br />

miren a otra parte.<br />

Si nos come <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> algunas damas, tenemos<br />

traza para rascarnos en público sin<br />

que se vea; si es en el muslo, contamos que<br />

vimos un soldado atravesado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> tal parte<br />

a tal parte, y señalamos con las manos aquéllas<br />

que nos comen, rascándonos en vez <strong>de</strong><br />

enseñarlas. Si es en la iglesia, y come en el<br />

pecho, nos damossanctus aunque sea alintroibo.<br />

Levantámonos, y arrimándonos a una<br />

esquina en son <strong>de</strong> empinarnos para ver algo,<br />

nos rascamos.


¿Qué diré <strong>de</strong>l mentir? Jamás se halla verdad<br />

en nuestra boca. Encajamos duques y con<strong>de</strong>s<br />

en las conversaciones, unos por amigos, otros<br />

por <strong>de</strong>udos; y advertimos que los tales señores,<br />

o están muertos o muy lejos.<br />

Y lo que más es <strong>de</strong> notar es que nunca nos<br />

enamoramos sino <strong>de</strong>pane lucrando, que veda<br />

la or<strong>de</strong>n damas melindrosas, por lindas que<br />

sean; y así, siempre andamos en recuesta<br />

con una bo<strong>de</strong>gonera por la comida, con la<br />

güéspeda por la posada, con la que abre los<br />

cuellos por los que tray el hombre. Y aunque,<br />

comiendo tan poco y bebiendo tan mal, no se<br />

pue<strong>de</strong> cumplir con tantas, por su tanda todas<br />

están contentas.<br />

Quien ve estas botas mías, ¿cómo pensará<br />

que andan caballeras en las piernas en pelo,<br />

sin media ni otra cosa? Y quien viere este<br />

cuello, ¿por qué ha <strong>de</strong> pensar que no tengo<br />

camisa? Pues todo esto le pue<strong>de</strong> faltar a un<br />

caballero, señor licenciado, pero cuello abierto<br />

y almidonado, no. Lo uno, porque así es<br />

gran ornato <strong>de</strong> la persona; y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

haberle vuelto <strong>de</strong> una parte a otra, es <strong>de</strong> sus-


tento, porque se cena el hombre en el almidón<br />

con sus fondos en mugre, chupándole<br />

con <strong>de</strong>streza.<br />

Y al fin, señor licenciado, un caballero <strong>de</strong><br />

nosotros ha <strong>de</strong> tener más faltas que una preñada<br />

<strong>de</strong> nueve meses, y con esto vive en la<br />

corte; y ya se ve en prosperidad y con dineros;<br />

y ya en el espital. Pero, en fin, se vive, y<br />

el que se sabe ban<strong>de</strong>ar es rey, con poco que<br />

tenga."<br />

Tanto gusté <strong>de</strong> las estrañas maneras <strong>de</strong> vivir<br />

<strong>de</strong>l hidalgo, y tanto me embebecí, que divertido<br />

con ellas y con otras, me llegué a pie<br />

hasta las Rozas, adon<strong>de</strong> nos quedamos aquella<br />

noche. Cenó conmigo el dicho hidalgo, que<br />

no traía blanca y yo me hallaba obligado a<br />

sus avisos, porque con ellos abrí los ojos a<br />

muchas cosas, inclinándome a la chirlería.<br />

Declaréle mis <strong>de</strong>seos antes que nos acostásemos;<br />

abrazóme mil veces, diciendo que<br />

siempre esperó que habían <strong>de</strong> hacer impresión<br />

sus razones en hombre <strong>de</strong> tan buen entendimiento.<br />

Ofrecióme favor para introducirme<br />

en la corte con los <strong>de</strong>más cofra<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l


estafón, y posada en compañía <strong>de</strong> todos. Acetéla,<br />

no <strong>de</strong>clarándole que tenía los escudos<br />

que llevaba, sino hasta cien reales solos. Los<br />

cuales bastaron, con la buena obra que le<br />

había hecho y hacía, a obligarle a mi amistad.<br />

Compréle <strong>de</strong>l huésped tres agujetas, atacóse,<br />

dormimos aquella noche, madrugamos, y<br />

dimos con nuestros cuerpos en Madrid.


LIBRO TERCERO Y ULTIMO DE LA<br />

PRIMERA PARTE DE LA VIDA DEL<br />

BUSCON<br />

CAPITULO I<br />

De lo que le sucedió en la corte luego<br />

que llegó hasta que amaneció<br />

Entramos en la Corte a las diez <strong>de</strong> la mañana;<br />

fuímonos a apear, <strong>de</strong> conformidad, en<br />

casa <strong>de</strong> los amigos <strong>de</strong> don Toribio. Llegó a la<br />

puerta; llamó; abrióle una vejezuela muy pobremente<br />

abrigada, rostro cáscara <strong>de</strong> nuez,<br />

mordiscada <strong>de</strong> facciones, cargada <strong>de</strong> espaldas<br />

y <strong>de</strong> años. Preguntó por los amigos, y respondió,<br />

con un chillido crespo, que habían ido<br />

a buscar. Estuvimos solos hasta que dieron<br />

las doce, pasando el tiempo él en animarme a<br />

la profesión <strong>de</strong> la <strong>vida</strong> barata, y yo en aten<strong>de</strong>r<br />

a todo.<br />

A las doce y media, entró por la puerta una<br />

estantigua vestida <strong>de</strong> bayeta hasta los pies,<br />

punto menos <strong>de</strong> Arias Gonzalo, que al mismo<br />

Portugal empalagara <strong>de</strong> bayetas. Habláronse


los dos en germanía, <strong>de</strong> lo cual resultó darme<br />

un abrazo y ofrecérseme. Hablamos un rato,<br />

y sacó un guante con diez y seis reales, y una<br />

carta, con la cual, diciendo que era licencia<br />

para pedir para una pobre, [los] había allegado.<br />

Vació el guante y sacó otro, y doblólos a<br />

usanza <strong>de</strong> médico. Yo le pregunté que por<br />

qué no se los ponía, y dijo que por ser entrambos<br />

<strong>de</strong> una mano, que era treta para tener<br />

guantes.<br />

A todo esto, noté que no se <strong>de</strong>sarrebozaba,<br />

y pregunté, como nuevo, para saber la causa<br />

<strong>de</strong> estar siempre envuelto en la capa, a lo<br />

cual respondió:<br />

-Hijo, tengo en las espaldas una gatera,<br />

acompañada <strong>de</strong> un remiendo <strong>de</strong> lanilla y <strong>de</strong><br />

una mancha <strong>de</strong> aceite; que en mi hato, aunque<br />

caminéis a cualquiera parte, nunca saldréis<br />

<strong>de</strong> la Mancha, que parece que hago caravanas<br />

para lechuza u que retozo con algunos<br />

candiles. Este pedazo <strong>de</strong> arrebozo lo disimula<br />

todo.<br />

Desarrebozóse, y hallé que <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la sotana<br />

traía gran bulto. Yo pensé que eran cal-


zas, porque eran a modo <strong>de</strong>llas, cuando él,<br />

para entrarse a espulgar, se arremangó, y vi<br />

que eran dos rodajas <strong>de</strong> cartón que traía atadas<br />

a la cintura y encajadas en los muslos, <strong>de</strong><br />

suerte que hacían apariencia <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l luto;<br />

porque el tal no traía camisa ni gregüescos,<br />

que apenas tenía qué espulgar, según andaba<br />

<strong>de</strong>snudo. Entró al espulga<strong>de</strong>ro, y volvió una<br />

tablilla como las que ponen en las sacristías,<br />

que <strong>de</strong>cía: "Espulgador hay", porque no entrase<br />

otro. Gran<strong>de</strong>s gracias di a Dios, viendo<br />

cuánto dio a los hombres en darles industria,<br />

ya que les quitase riquezas.<br />

-Yo -dijo mi buen amigo- vengo <strong>de</strong>l camino<br />

con mal <strong>de</strong> calzas, y así, me habré menester<br />

recoger a remendar.<br />

Preguntó si había algunos retazos, que la<br />

vieja recogía trapos dos días en la semana<br />

por las calles, como las que tratan en papel,<br />

para acomodar jubones incurables, ropillas<br />

tísicas y con dolor <strong>de</strong> costado <strong>de</strong> los caballeros.<br />

Dijo que no, y que por falta <strong>de</strong> harapos<br />

se estaba, quince días había, en la cama, <strong>de</strong>


mal <strong>de</strong> zaragüelles, don Lorenzo Iñíguez <strong>de</strong>l<br />

Pedroso.<br />

En esto estábamos, cuando vino uno con<br />

sus botas <strong>de</strong> camino y su vestido pardo, con<br />

un sombrero, prendidas las faldas por los dos<br />

lados. Supo mi venida <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más, y<br />

hablóme con mucho afecto. Quitóse la capa, y<br />

traía (¡mire V. Md. quién tal pensara!) la ropilla,<br />

<strong>de</strong> pardo paño la <strong>de</strong>lantera, y la trasera<br />

<strong>de</strong> lienzo blanco, con sus fondos en sudor. No<br />

pu<strong>de</strong> tener la risa, y él, con gran disimulación,<br />

dijo:<br />

-Haráse a las armas, y no se reirá. Yo apostaré<br />

que no sabe por qué traigo este sombrero<br />

con la falda presa arriba.<br />

Yo dije que por galantería, y por dar lugar a<br />

la vista.<br />

-Antes por estorbarla -dijo-; sepa que es<br />

porque no tiene toquilla, y que así no lo<br />

echan <strong>de</strong> ver.<br />

Y, diciendo esto, sacó más <strong>de</strong> veinte cartas<br />

y otros tantos reales, diciendo que no había<br />

podido dar aquéllas. Traía cada una un real<br />

<strong>de</strong> porte, y eran hechas por él mismo. Ponía


la firma <strong>de</strong> quien le parecía, escribía nuevas<br />

que inventaba a las personas más honradas,<br />

y dábalas en aquel traje, cobrando los portes.<br />

Y esto hacía cada mes, cosa que me espantó<br />

ver la novedad <strong>de</strong> la <strong>vida</strong>.<br />

Entraron luego otros dos, el uno con una<br />

ropilla <strong>de</strong> paño, larga hasta el medio valón, y<br />

su capa <strong>de</strong> los mismo, levantando el cuello<br />

porque no se viese el anjeo, que estaba roto.<br />

Los valones eran <strong>de</strong> chamelote, mas no era<br />

más <strong>de</strong> lo que se <strong>de</strong>scubría, y lo <strong>de</strong>más <strong>de</strong><br />

bayeta colorada. êste venía dando voces con<br />

el otro, que traía valona por no tener cuello, y<br />

unos frascos por no tener capa, y una muleta<br />

con una pierna liada en trapajos y pellejos,<br />

por no tener más <strong>de</strong> una calza. Hacíase soldado,<br />

y habíalo sido en los alojamientos y<br />

hasta la mar. Contaba estraños servicios suyos,<br />

y, a título <strong>de</strong> soldado, entraba en cualquiera<br />

parte. Decía el <strong>de</strong> la ropilla y casi gregüescos:<br />

-La mitad me <strong>de</strong>béis, o por lo menos mucha<br />

parte, y si no me la dais, ¡juro a Dios...!


-No jure a Dios -dijo el otro-, que, en llegando<br />

a casa, no soy cojo, y os daré con esta<br />

muleta mil palos.<br />

Sí daréis, no daréis, y en los mentises acostumbrados,<br />

arremetió el uno al otro y, asiéndose,<br />

se salieron con los pedazos <strong>de</strong> los vestidos<br />

en las manos a los primeros estirones y<br />

no fue mucho. Metímoslos en paz, y preguntamos<br />

la causa <strong>de</strong> la pen<strong>de</strong>ncia. Dijo el soldado:<br />

-¿A mí chanzas? ¡No llevaréis ni medio! Han<br />

<strong>de</strong> saber V. Mds. que, estando hoy en San<br />

Salvador, llegó un niño a este pobrete, y le<br />

dijo que si era yo el alférez Joan <strong>de</strong> Lorenzana,<br />

y dijo que sí, atento a que le vio no sé<br />

qué cosa que traía en las manos. Llevómele,<br />

y dijo, nombrándome alférez: "Mire V. Md.<br />

qué le quiere este niño". Yo que luego entendí<br />

la flor, aceté. Recibí el recado, y con él doce<br />

pañizuelos, y respondí a su madre, que los<br />

inviaba a algun hombre <strong>de</strong> aquel nombre. Pí<strong>de</strong>me<br />

agora la mitad. Yo antes me haré pedazos<br />

otra vez que tal dé. Todos los han <strong>de</strong><br />

romper mis narices.


Juzgóse la causa en su favor. Sólo se le<br />

contradijo lo <strong>de</strong>l sonar con ellos, mandándole<br />

que los entregase a la vieja, para honrar la<br />

comunidad haciendo <strong>de</strong>llos unos cuellos y<br />

unos remates <strong>de</strong> mangas que se viesen y representasen<br />

camisas, que el sonarse estaba<br />

vedado en la or<strong>de</strong>n, si no era en el aire, u <strong>de</strong><br />

saetilla a coz <strong>de</strong> <strong>de</strong>do.<br />

Era <strong>de</strong> ver, llegada la noche, cómo nos<br />

acostamos en dos camas, tan juntos que parecíamos<br />

herramienta en estuche. Pasóse la<br />

cena <strong>de</strong> en claro en claro. No se <strong>de</strong>snudaron<br />

los más, que, con acostarse como andaban <strong>de</strong><br />

día, cumplieron con el precepto <strong>de</strong> dormir en<br />

cueros.<br />

CAPITULO II<br />

En que prosigue la materia comenzada<br />

y cuenta algunos raros sucesos<br />

Amaneció el Señor, y pusímonos todos en<br />

arma. Ya estaba yo tan hallado con ellos como<br />

si todos fuéramos hermanos (que esta<br />

facilidad y dulzura se halla siempre en las cosas<br />

malas). Era <strong>de</strong> ver a uno ponerse la cami-


sa <strong>de</strong> doce veces, dividida en doce trapos,<br />

diciendo una oración a cada uno, como sacerdote<br />

que se viste. A cuál se le perdía una<br />

pierna en los callejones <strong>de</strong> las calzas, y la venía<br />

a hallar don<strong>de</strong> menos convenía asomada.<br />

Otro pedía guía para ponerse el jubón, y en<br />

media hora se podía averiguar con él.<br />

Acabado esto, que no fue poco <strong>de</strong> ver, todos<br />

empuñaron aguja y hilo para hacer un punteado<br />

en un rasgado y otro. Cuál, para culcusirse<br />

<strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l brazo, estirándole, se hacía<br />

L. Uno, hincado <strong>de</strong> rodillas, arremedando un<br />

cinco <strong>de</strong> guarismo, socorría a los cañones.<br />

Otro, por plegar las entrepiernas, metiendo la<br />

cabeza entre ellas, se hacía un ovillo. No pintó<br />

tan estrañas posturas Bosco como yo vi,<br />

porque ellos cosían y la vieja les daba los materiales,<br />

trapos y arrapiezos <strong>de</strong> diferentes colores,<br />

los cuales había traído el soldado.<br />

Acabóse la hora <strong>de</strong>l remedio (que así la llamaban<br />

ellos) y fuéronse mirando unos a otros<br />

lo que quedaba mal parado. Determinaron <strong>de</strong><br />

irse fuera, y yo dije que antes trazasen mi


vestido, porque quería gastar los cien reales<br />

en uno, y quitarme la sotana.<br />

-Eso no -dijeron ellos-; el dinero se dé al<br />

<strong>de</strong>pósito, y vistámosle <strong>de</strong> lo reservado. Luego,<br />

señalémosle su diócesi en el pueblo,<br />

adon<strong>de</strong> él solo busque y apolille.<br />

Parecióme bien; <strong>de</strong>posité el dinero y, en un<br />

instante, <strong>de</strong> la sotanilla me hicieron ropilla <strong>de</strong><br />

luto <strong>de</strong> paño; y acortando el herreruelo, quedó<br />

bueno. Lo que sobró <strong>de</strong> paño trocaron a<br />

un sombrero viejo reteñido; pusiéronle por<br />

toquilla unos algodones <strong>de</strong> tintero muy bien<br />

puestos. El cuello y los valones me quitaron,<br />

y en su lugar me pusieron unas calzas atacadas,<br />

con cuchilladas no más <strong>de</strong> por <strong>de</strong>lante,<br />

que lados y trasera eran unas gamuzas. Las<br />

medias calzas <strong>de</strong> seda aun no eran medias,<br />

porque no llegaban más <strong>de</strong> cuatro <strong>de</strong>dos más<br />

abajo <strong>de</strong> la rodilla; los cuales cuatro <strong>de</strong>dos<br />

cubría una bota justa sobre la media colorada<br />

que yo traía. El cuello estaba todo abierto, <strong>de</strong><br />

puro roto; pusiéronmele, y dijeron:<br />

-El [cuello está trabajoso] por <strong>de</strong>trás y por<br />

los lados. V. Md., si le mirase uno, ha <strong>de</strong> ir


volviéndose con él, como la flor <strong>de</strong>l sol con el<br />

sol; si fueren dos y miraren por los lados, saque<br />

pies; y para los <strong>de</strong> atrás, traiga siempre<br />

el sombrero caído sobre el cogote, <strong>de</strong> suerte<br />

que la falda cubra el cuello y <strong>de</strong>scubra toda la<br />

frente; y al que preguntare que por qué anda<br />

así, respóndale que porque pue<strong>de</strong> andar con<br />

la cara <strong>de</strong>scubierta por todo el mundo.<br />

Diéronme una caja con hilo negro y hilo<br />

blanco, seda, cor<strong>de</strong>l y aguja, <strong>de</strong>dal, paño,<br />

lienzo, raso y otros retacillos, y un cuchillo;<br />

pusiéronme una espuela en la pretina, yesca<br />

y eslabón en una bolsa <strong>de</strong> cuero, diciendo:<br />

-Con esta caja pue<strong>de</strong> ir por todo el mundo,<br />

sin haber menester amigos ni <strong>de</strong>udos; en ésta<br />

se encierra todo nuestro remedio. Tómela<br />

y guár<strong>de</strong>la.<br />

Señaláronme por cuartel para buscar mi <strong>vida</strong><br />

el <strong>de</strong> San Luis; y así, empecé mi jornada,<br />

saliendo <strong>de</strong> casa con los otros, aunque por<br />

ser nuevo me dieron, para empezar la estafa,<br />

como a misacantano, por padrino el mismo<br />

que me trujo y convirtió.


Salimos <strong>de</strong> casa con paso tardo, los rosarios<br />

en la mano; tomamos el camino para mi barrio<br />

señalado. A todos hacíamos cortesías; a<br />

los hombres, quitábamos el sombrero, <strong>de</strong>seando<br />

hacer los mismo con sus capas; a las<br />

mujeres hacíamos reverencias, que se huelgan<br />

con ellas y con las paternida<strong>de</strong>s mucho.<br />

A uno <strong>de</strong>cía mi buen ayo: "Mañana me traen<br />

dineros; a otro: "Aguár<strong>de</strong>me V. Md. un día,<br />

que me trai en palabras el banco. Cuál le pedía<br />

la capa, quién le daba prisa por la pretina;<br />

en lo cual conocí que era tan amigo <strong>de</strong><br />

sus amigos, que no tenía cosa suya. Andábamos<br />

haciendo culebra <strong>de</strong> una acera a otra,<br />

por no topar con casas <strong>de</strong> acreedores. Ya le<br />

pedía uno el alquiler <strong>de</strong> la casa, otro el <strong>de</strong> la<br />

espada y otro el <strong>de</strong> las sábanas y camisas, <strong>de</strong><br />

manera que eché <strong>de</strong> ver que era caballero <strong>de</strong><br />

alquiler, como mula.<br />

Sucedió, pues, que vio <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lejos un hombre<br />

que le sacaba los ojos, según dijo, por<br />

una <strong>de</strong>uda, mas no podía el dinero. Y porque<br />

no le conociese, soltó <strong>de</strong> <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> las orejas<br />

el cabello, que traía recogido, y quedó naza-


eno, entre ermitaño y caballero lanudo;<br />

plantóse un parche en un ojo, y púsose a<br />

hablar italiano conmigo. Esto pudo hacer<br />

mientras el otro venía, que aún no le había<br />

visto, por estar ocupado en chismes con una<br />

vieja. Digo <strong>de</strong> verdad que vi al hombre dar<br />

vueltas alre<strong>de</strong>dor, como perro que se quiere<br />

echar; hacíase más cruces que un ensalmador,<br />

y fuese diciendo:<br />

-¡Jesús!, pensé que era él. A quien bueyes<br />

ha perdido..., etc.<br />

Yo moríame <strong>de</strong> risa <strong>de</strong> ver la figura <strong>de</strong> mi<br />

amigo. Entróse en un portal a recoger la melena<br />

y el parche, y dijo:<br />

-Estos son los a<strong>de</strong>rezos <strong>de</strong> negar <strong>de</strong>udas.<br />

Aprendé, hermano, que veréis mil cosas déstas<br />

en el pueblo.<br />

Pasamos a<strong>de</strong>lante y, en una esquina, por<br />

ser <strong>de</strong> mañana, tomamos dos tajadas <strong>de</strong> alcotín<br />

y agua ardiente, <strong>de</strong> una picarona que<br />

nos lo dio <strong>de</strong> gracia, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> dar el bienvenido<br />

a mi a<strong>de</strong>strador. Y díjome:


-Con esto vaya el hombre <strong>de</strong>scuidado <strong>de</strong><br />

comer hoy; y, por lo menos, esto no pue<strong>de</strong><br />

faltar.<br />

Afligíme yo, consi<strong>de</strong>rando que aún teníamos<br />

en duda la comida, y repliqué afligido por<br />

parte <strong>de</strong> mi estómago. A lo cual respondió:<br />

-Poca fe tienes con la religión y or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> los<br />

caninos. No falta el Señor a los cuervos ni a<br />

los grajos ni aun a los escribanos, ¿y había <strong>de</strong><br />

faltar a los traspillados?. Poco estómago tienes.<br />

-Es verdad -dije-, pero temo mucho tener<br />

menos y nada en él.<br />

En esto estábamos, y dio un reloj las doce;<br />

y como yo era nuevo en el trato, no les cayó<br />

en gracia a mis tripas el alcotín, y tenía hambre<br />

como si tal no hubiera comido. Renovada,<br />

pues, la memoria con la hora, volvíme al<br />

amigo y dije:<br />

-Hermano, este <strong>de</strong> la hambre es recio noviciado;<br />

estaba hecho el hombre a comer más<br />

que un sabañón, y hanme metido a vigilias.<br />

Si vos no lo sentís, no es mucho, que criado<br />

con hambre <strong>de</strong>s<strong>de</strong> niño, como el otro rey con


ponzoña, os sustentéis ya con ella. No os veo<br />

hacer diligencia vehemente para mascar, y<br />

así, yo <strong>de</strong>termino <strong>de</strong> hacer la que pudiere.<br />

-¡Cuerpo <strong>de</strong> Dios -replicó- con vos! Pues<br />

dan agora las doce, ¿y tanta prisa? Tenéis<br />

muy puntuales ganas y ejecutivas, y han menester<br />

llevar en paciencia algunas pagas atrasadas.<br />

¡No, sino comer todo el día! ¿Qué más<br />

hacen los animales? No se escribe que jamás<br />

caballero nuestro haya tenido cámaras; que<br />

antes, <strong>de</strong> puro mal proveídos, no nos proveemos.<br />

Ya os he dicho que a nadie falta<br />

Dios. Y si tanta prisa tenéis, yo me voy a la<br />

sopa <strong>de</strong> San Jerónimo, adon<strong>de</strong> hay aquellos<br />

frailes <strong>de</strong> leche como capones, y allí haré el<br />

buche. Si vois queréis seguirme, venid, y si<br />

no, cada uno a sus aventuras.<br />

-Adiós -dije yo-, que no son tan cortas mis<br />

faltas, que se hayan <strong>de</strong> suplir con sobras <strong>de</strong><br />

otros. Cada uno eche por su calle.<br />

Mi amigo iba pisando tieso, y mirándose a<br />

los pies; sacó unas migajas <strong>de</strong> pan que traía<br />

para el efeto siempre en una cajuela, y <strong>de</strong>rramóselas<br />

por la barba y vestido, <strong>de</strong> suerte


que parecía haber comido. Ya yo iba tosiendo<br />

y escarbando, por disimular mi flaqueza, limpiándome<br />

los bigotes, arrebozado y la capa<br />

sobre el hombro izquierdo, jugando con el<br />

<strong>de</strong>cenario, que lo era porque no tenía más <strong>de</strong><br />

diez cuentas. Todos los que me vían me juzgaban<br />

por comido, y si [fuera] <strong>de</strong> piojos, no<br />

erraran.<br />

Iba yo fiado en mis escudillos, aunque me<br />

remordía la conciencia el ser contra la or<strong>de</strong>n<br />

comer a su costa quien vive <strong>de</strong> tripas horras<br />

en el mundo. Yo me iba <strong>de</strong>terminando a quebrar<br />

el ayuno, y llegué con esto a la esquina<br />

<strong>de</strong> la calle <strong>de</strong> San Luis, adon<strong>de</strong> vivía un pastelero.<br />

Asomábase uno <strong>de</strong> a ocho tostado, y<br />

con aquel resuello <strong>de</strong>l horno tropezóme en las<br />

narices, y al instante me quedé <strong>de</strong>l modo que<br />

andaba, como el perro perdiguero con el<br />

aliento <strong>de</strong> la caza, puestos en él los ojos. Le<br />

miré con tanto ahínco, que se secó el pastel<br />

como un aojado. Allí es <strong>de</strong> contemplar las<br />

trazas que yo daba para hurtarle; resolvíame<br />

otra vez a pagarlo. En esto, me dio la una.<br />

Angustiéme <strong>de</strong> manera que me <strong>de</strong>terminé a


zamparme en un bo<strong>de</strong>gón <strong>de</strong> los que están<br />

por allí. Yo que iba haciendo punta a uno,<br />

Dios que lo quiso, topo con un licenciado Flechilla,<br />

amigo mío, que venía hal<strong>de</strong>ando por la<br />

calle abajo, con más barros que la cara <strong>de</strong> un<br />

sanguino, y tantos rabos, que parecía chirrión<br />

con sotana, pulpo graduado o merca<strong>de</strong>r que<br />

cargaba para Italia. Arremetió a mí en viéndome,<br />

que, según estaba, fue mucho conocerme.<br />

Yo le abracé; preguntóme cómo estaba;<br />

díjele luego:<br />

-¡Ah, señor licenciado, qué <strong>de</strong> cosas tengo<br />

que contarle! Sólo me pesa <strong>de</strong> que me he <strong>de</strong><br />

ir esta noche y no habrá lugar.<br />

-Eso me pesa a mí -replicó-, y si no fuera<br />

por ser tar<strong>de</strong>, y voy con prisa a comer, me<br />

<strong>de</strong>tuviera más, porque me aguarda una hermana<br />

casada y su marido.<br />

-¿Que aquí está mi [señora] Ana? Aunque lo<br />

<strong>de</strong>je todo, vamos, que quiero hacer lo que<br />

estoy obligado.<br />

Abrí los ojos oyendo que no había comido.<br />

Fuime con él, y empecéle a contar que una<br />

mujercilla que él había querido mucho en Al-


calá, sabía yo dón<strong>de</strong> estaba, y que le podía<br />

dar entrada en su casa. Pegósele luego al alma<br />

el envite, que fue industria tratarle <strong>de</strong> cosa<br />

<strong>de</strong> gusto. Llegamos tratando en ello a su<br />

casa. Entramos; yo me ofrecí mucho a su cuñado<br />

y hermana, y ellos, no persuadiéndose a<br />

otra cosa sino a que yo venía con<strong>vida</strong>do por<br />

venir a tal hora, comenzaron a <strong>de</strong>cir que si lo<br />

supieran que habían <strong>de</strong> tener tan buen güésped,<br />

que hubieran prevenido algo. Yo cogí la<br />

ocasión y convidéme, diciendo que yo era <strong>de</strong><br />

casa y amigo viejo, y que se me hiciera agravio<br />

en tratarme con cumplimiento.<br />

Sentáronse y sentéme; y porque el otro lo<br />

llevase mejor, que ni me había con<strong>vida</strong>do ni<br />

le pasaba por la imaginación, <strong>de</strong> rato en rato<br />

le pegaba yo con la mozuela, diciendo que<br />

me había preguntado por él, y que le tenía en<br />

el alma, y otras mentiras <strong>de</strong>ste modo; con lo<br />

cual llevaba mejor el verme engullir, porque<br />

tal <strong>de</strong>strozo como yo hice en el ante, no lo<br />

hiciera una bala en el <strong>de</strong> un coleto. Vino la<br />

olla, y comímela en dos bocados casi toda,<br />

sin malicia, pero con prisa tan fiera, que pa-


ecía que aun entre los dientes no la tenía<br />

bien segura. Dios es mi padre, que no come<br />

un cuerpo más presto el montón <strong>de</strong> la Antigua<br />

<strong>de</strong> Valladolid, que le <strong>de</strong>shace en veinte y<br />

cuatro horas, que yo <strong>de</strong>spaché el ordinario;<br />

pues fue con más prisa que un extraordinario<br />

el correo. Ellos bien <strong>de</strong>bían notar los fieros<br />

tragos <strong>de</strong>l caldo y el modo <strong>de</strong> agotar la escudilla,<br />

la persecución <strong>de</strong> los güesos y el <strong>de</strong>strozo<br />

<strong>de</strong> la carne. Y si va a <strong>de</strong>cir verdad, entre<br />

burla y juego, empedré la faltriquera <strong>de</strong> mendrugos.<br />

Levantóse la mesa; apartámonos yo y el licenciado<br />

a hablar <strong>de</strong> la ida en casa <strong>de</strong> la dicha.<br />

Yo se lo facilité mucho. Y estando<br />

hablando con él a una ventana, hice que me<br />

llamaban <strong>de</strong> la calle, y dije: -"¿A mí, señor?<br />

Ya bajo". Pedíle licencia, diciendo que luego<br />

volvía. Quedóme aguardando hasta hoy, que<br />

<strong>de</strong>saparecí por lo <strong>de</strong>l pan comido y la compañía<br />

<strong>de</strong>shecha. Topóme otras muchas veces, y<br />

disculpéme con él, contándole mil embustes<br />

que no importan para el caso.


Fuime por las calles <strong>de</strong> Dios, llegué a las<br />

puerta <strong>de</strong> Guadalajara, y sentéme en un banco<br />

<strong>de</strong> los que tienen en sus puertas los merca<strong>de</strong>res.<br />

Quiso Dios que llegaron a la tienda<br />

dos <strong>de</strong> las que pi<strong>de</strong>n prestado sobre sus caras,<br />

tapadas <strong>de</strong> medio ojo, con su vieja y pajecillo.<br />

Preguntaron si había algún terciopelo<br />

<strong>de</strong> labor extraordinaria. Yo empecé luego, para<br />

trabar conversación, a jugar <strong>de</strong>l vocablo,<br />

<strong>de</strong> tercio y pelado, y pelo, y apelo y pospelo,<br />

y no <strong>de</strong>jé güeso sano a la razón. Sentí que les<br />

había dado mi libertad algún seguro <strong>de</strong> algo<br />

<strong>de</strong> la tienda, y yo, como quien no aventuraba<br />

a per<strong>de</strong>r nada, ofrecílas lo que quisiesen. Regatearon,<br />

diciendo que no tomaban <strong>de</strong> quien<br />

no conocían. Yo me aproveché <strong>de</strong> la ocasión,<br />

diciendo que había sido atrevimiento ofrecerles<br />

nada, pero que me hiciesen merced <strong>de</strong><br />

acetar unas telas que me habían traído <strong>de</strong><br />

Milán, que a la noche llevaría un paje (que les<br />

dije que era mío, por estar enfrente aguardando<br />

a su amo, que estaba en otra tienda,<br />

por lo cual estaba <strong>de</strong>scaperuzado). Y para<br />

que me tuviesen por hombre <strong>de</strong> partes y co-


nocido, no hacía sino quitar el sombrero a<br />

todos los oidores y caballeros que pasaban, y,<br />

sin conocer a ninguno, les hacía cortesías<br />

como si los tratara familiarmente. Ellas se<br />

cegaron con esto, y con unos cien escudos en<br />

oro que yo saqué <strong>de</strong> los que traía, con achaque<br />

<strong>de</strong> dar limosna a un pobre que me la pidió.<br />

Pareciólas irse, por ser ya tar<strong>de</strong>, y así me<br />

pidieron licencia, advirtiéndome con el secreto<br />

que había <strong>de</strong> ir el paje. Yo las pedí por favor<br />

y como en gracia un rosario engazado en<br />

oro que llevaba la más bonita <strong>de</strong>llas, en<br />

prendas <strong>de</strong> que las había <strong>de</strong> ver a otro día sin<br />

falta. Regatearon dármele; yo les ofrecía en<br />

prendas los cien escudos, y dijéronme su casa;<br />

y con intento <strong>de</strong> estafarme en más, se<br />

fiaron <strong>de</strong> mí y preguntáronme mi posada, diciendo<br />

que no podía entrar paje en la suya a<br />

todas horas, por ser gente principal. Yo las<br />

llevé por la calle Mayor, y, al entrar en la <strong>de</strong><br />

las Carretas, escogí la casa que mejor y más<br />

gran<strong>de</strong> me pareció. Tenía un coche sin caballos<br />

a la puerta. Díjeles que aquélla era, y que


allí estaba ella, y el coche y dueño para servirlas.<br />

Nombréme don Alvaro <strong>de</strong> Córdoba, y<br />

entréme por la puerta <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> sus ojos. Y<br />

acuérdome que, cuando salimos <strong>de</strong> la tienda,<br />

llamé uno <strong>de</strong> los pajes, con gran autoridad,<br />

con la mano. Hice que le <strong>de</strong>cía que se quedasen<br />

todos y que me aguardasen allí (que así<br />

dije yo que lo había dicho); y la verdad es<br />

que le pregunté si era criado <strong>de</strong>l comendador<br />

mi tío. Dijo que no; y con tanto, acomodé los<br />

criados ajenos como buen caballero.<br />

Llegó la noche escura, y acogímonos a casa<br />

todos. Entré y hallé al soldado <strong>de</strong> los trapos<br />

con una hacha <strong>de</strong> cera que le dieron para<br />

acompañar un difunto, y se vino con ella.<br />

Llamábase éste Magazo, natural <strong>de</strong> Olías;<br />

había sido capitán en una comedia, y combatido<br />

con moros en una danza. A los <strong>de</strong> Flan<strong>de</strong>s<br />

<strong>de</strong>cía que había estado en la China; y a<br />

los <strong>de</strong> la China, en Flan<strong>de</strong>s. Trataba <strong>de</strong> formar<br />

un campo, y nunca supo sino espulgarse<br />

en él. Nombraba castillos, y apenas los había<br />

visto en los ochavos. Celebraba mucho la<br />

memoria <strong>de</strong>l señor don Juan, y oíle <strong>de</strong>cir yo


muchas veces <strong>de</strong> Luis Quijada que había sido<br />

honra <strong>de</strong> amigos. Nombraba turcos, galeones<br />

y capitanes, todos los que había leído en unas<br />

coplas que andaban <strong>de</strong>sto; y como él no sabía<br />

nada <strong>de</strong> mar, porque no tenía <strong>de</strong> naval<br />

más <strong>de</strong>l comer nabos, dijo, contando la batalla<br />

que había vencido el señor don Juan en<br />

Lepanto, que aquel Lepanto fue un moro muy<br />

bravo, como no sabía el pobrete que era<br />

nombre <strong>de</strong>l mar. Pasábamos con él lindos ratos.<br />

Entró luego mi compañero, <strong>de</strong>shechas las<br />

narices y toda la cabeza entrapajada, lleno <strong>de</strong><br />

sangre y muy sucio. Preguntámosle la causa,<br />

y dijo que había ido a la sopa <strong>de</strong> San Jerónimo<br />

y que pidió porción doblada, diciendo que<br />

era para unas personas honradas y pobres.<br />

Quitáronselo a los otros mendigos para dárselo,<br />

y ellos, con el enojo, siguiéronle, y vieron<br />

que, en un rincón <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la puerta, estaba<br />

sorbiendo con gran valor. Y sobre si era bien<br />

hecho engañar por engullir y quitar a otros<br />

para sí, se levantaron voces, y tras ellas palos,<br />

y tras los palos chichones y tolondrones


en su pobre cabeza. Embistiéronle con los jarros,<br />

y el daño <strong>de</strong> las narices se le hizo uno<br />

con una escudilla <strong>de</strong> palo que se la dio a oler<br />

con más prisa que convenía. Quitáronle la<br />

espada, salió a las voces el portero, y aun no<br />

los podía meter en paz. En fin, se vio en tanto<br />

peligro el pobre hermano, que <strong>de</strong>cía: "¡Yo<br />

volveré lo que he comido!"; y aun no bastaba,<br />

que ya no reparaban sino en que pedía<br />

para otros, y no se preciaba <strong>de</strong> sopón. -<br />

"¡Miren el todo trapos, como muñeca <strong>de</strong> niños,<br />

más triste que pastelería en Cuaresma,<br />

con más agujeros que una flauta, y más remiendos<br />

que una pía, y más manchas que un<br />

jaspe, y más puntos que un libro <strong>de</strong> música<br />

(<strong>de</strong>cía un estudiantón <strong>de</strong>stos <strong>de</strong> la capacha,<br />

gorronazo), que hay hombre en la sopa <strong>de</strong>l<br />

bendito santo que pue<strong>de</strong> ser obispo o otra<br />

cualquier dignidad, y se afrenta un don Peluche<br />

<strong>de</strong> comer! ¡Graduado estoy <strong>de</strong> bachiller<br />

en artes por Sigüenza!". Metióse el portero <strong>de</strong><br />

por medio, viendo que un vejezuelo que allí<br />

estaba <strong>de</strong>cía que, aunque acudía al brodio,


que era <strong>de</strong>cendiente <strong>de</strong> los Godos, y que tenía<br />

<strong>de</strong>udos.<br />

Aquí lo <strong>de</strong>jo porque el compañero estaba ya<br />

fuera [<strong>de</strong>saprensando] los güesos.<br />

CAPITULO III<br />

En que prosigue la misma materia, hasta<br />

dar con todos en la cárcel<br />

Entró Merlo Díaz, hecha la pretina una sarta<br />

<strong>de</strong> búcaros y vidros, los cuales, pidiendo <strong>de</strong><br />

beber en los tornos <strong>de</strong> las monjas, había agarrado<br />

con poco temor <strong>de</strong> Dios. Mas sacóle <strong>de</strong><br />

la puja don Lorenzo <strong>de</strong>l Pedroso, el cual entró<br />

con una capa muy buena, la cual había trocado<br />

en una mesa <strong>de</strong> trucos a la suya, que no<br />

se la cubriera pelo al que la llevó, por ser<br />

<strong>de</strong>sbarbada. Usaba éste quitarse la capa como<br />

que quería jugar, y ponerla con las otras,<br />

y luego, como que no hacía partido, iba por<br />

su capa, y tomaba la que mejor le parecía y<br />

salíase. Usábalo en los juegos <strong>de</strong> argolla y<br />

bolos.<br />

Mas todo fue nada para ver entrar a don<br />

Cosme, cercado <strong>de</strong> muchachos con lamparo-


nes, cáncer y lepra, heridos y mancos, el cual<br />

se había hecho ensalmador con unas santiguaduras<br />

y oraciones que había aprendido <strong>de</strong><br />

una vieja. Ganaba éste por todos, porque si el<br />

que venía a curarse no traía bulto <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong><br />

la capa, no sonaba dinero en faldriquera, o no<br />

piaban algunos capones, no había lugar. Tenía<br />

asolado medio reino. Hacía creer cuanto<br />

quería, porque no ha nacido tal artífice en el<br />

mentir; tanto, que aun por <strong>de</strong>scuido no <strong>de</strong>cía<br />

verdad. Hablaba <strong>de</strong>l Niño Jesús, entraba en<br />

las casas con Deo gracias, <strong>de</strong>cía lo <strong>de</strong>l "Espíritu<br />

Santo sea con todos".... Traía todo ajuar<br />

<strong>de</strong> hipócrita: un rosario con unas cuentas frisonas;<br />

al <strong>de</strong>scuido hacía que se le viese por<br />

<strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la capa un trozo <strong>de</strong> disciplina salpicada<br />

con sangre <strong>de</strong> las narices; hacía creer,<br />

concomiéndose, que los piojos eran silicios, y<br />

que la hambre canina eran ayunos voluntarios.<br />

Contaba tentaciones; en nombrando al<br />

<strong>de</strong>monio, <strong>de</strong>cía "Dios no libre y nos guar<strong>de</strong>";<br />

besaba la tierra al entrar en la iglesia; llamábase<br />

indigno; no levantaba los ojos a las mujeres,<br />

pero las faldas sí. Con estas cosas, tra-


ía el pueblo tal, que se encomendaban a él, y<br />

era como encomendarse al diablo. Porque él<br />

era jugador y lo otro (ciertos los llaman, y por<br />

mal nombre fulleros). Juraba el nombre <strong>de</strong><br />

Dios unas veces en vano, y otras en vacío.<br />

Pues en lo que toca a mujeres, tenía seis<br />

hijos, y preñadas dos santeras. Al fin, <strong>de</strong> los<br />

mandamientos <strong>de</strong> Dios, los que no quebraba,<br />

hendía.<br />

Vino Polanco haciendo gran ruido, y pidió su<br />

saco pardo, cruz gran<strong>de</strong>, barba larga postiza<br />

y campanilla. Andaba <strong>de</strong> noche <strong>de</strong>sta suerte,<br />

diciendo: "Acordaos <strong>de</strong> la muerte, y haced<br />

bien para las ánimas...", etc. Con esto cogía<br />

mucha limosna, y entrábase en las casas que<br />

veía abiertas; si no había testigos ni estorbo,<br />

robaba cuanto había; si le topaban, tocaba la<br />

campanilla, y <strong>de</strong>cía con una voz que él fingía<br />

muy penitente: "Acordaos, hermanos...", etc.<br />

Todas estas trazas <strong>de</strong> hurtar y modos extraordinarios<br />

conocí, por espacio <strong>de</strong> un mes,<br />

en ellos. Volvamos agora a que les enseñé el<br />

rosario y conté el cuento. Celebraron mucho<br />

la traza, y recibióle la vieja por su cuenta y


azón para ven<strong>de</strong>rle. La cual se iba por las<br />

casas diciendo que era <strong>de</strong> una doncella pobre,<br />

y que se <strong>de</strong>shacía dél para comer. Y ya tenía<br />

para cada cosa su embuste y su trapaza. Lloraba<br />

la vieja a cada paso; enclavijaba las<br />

manos y suspiraba <strong>de</strong> lo amargo; llamaba<br />

hijos a todos. Traía, encima <strong>de</strong> muy buena<br />

camisa, jubón, ropa, saya y manteo, un saco<br />

<strong>de</strong> sayal roto, <strong>de</strong> un amigo ermitaño que tenía<br />

en las cuestas <strong>de</strong> Alcalá. Esta gobernaba<br />

el hato, aconsejaba y encubría.<br />

Quiso, pues, el diablo, que nunca está ocioso<br />

en cosas tocantes a sus siervos, que, yendo<br />

a ven<strong>de</strong>r no sé qué ropa y otras cosillas a<br />

una casa, conoció uno no sé qué hacienda<br />

suya. Trujo un alguacil, y agarráronme la vieja,<br />

que se llamaba la madre Labruscas. Confesó<br />

luego todo el caso, y dijo cómo vivíamos<br />

todos, y que éramos caballeros <strong>de</strong> rapiña. Dejóla<br />

el alguacil en la cárcel, y vino a casa, y<br />

halló en ella a todos mis compañeros, y a mí<br />

con ellos. Traía media docena <strong>de</strong> corchetes,<br />

verdugos <strong>de</strong> a pie, y dio con todo el colegio


uscón en la cárcel, adon<strong>de</strong> se vio en gran<br />

peligro la caballería.<br />

CAPITULO IV<br />

En que trata los sucesos <strong>de</strong> la cárcel,<br />

hasta salir la vieja azotada, los compañeros<br />

a la vergüenza y él en fiado<br />

Echáronnos, en entrando, a cada uno dos<br />

pares <strong>de</strong> grillos, y sumiéronnos en un calabozo.<br />

Yo que me vi ir allá, aprovechéme <strong>de</strong>l dinero<br />

que traía conmigo y, sacando un doblón,<br />

díjele al carcelero:<br />

-Señor, oígame V. Md. en secreto.<br />

Y para que lo hiciese, dile escudo como cara.<br />

En viéndolos, me apartó.<br />

-Suplico a V. Md. -le dije- que se duela <strong>de</strong><br />

un hombre <strong>de</strong> bien.<br />

Busquéle las manos, y como sus palmas estaban<br />

hechas a llevar semejantes dátiles, cerró<br />

con los dichos veinte y seis, diciendo:<br />

-Yo averiguaré la enfermedad y, si no es<br />

urgente, bajará al cepo.


Yo conocí la <strong>de</strong>shecha, y respondíle humil<strong>de</strong>.<br />

Dejóme fuera, y a los amigos <strong>de</strong>scolgáronlos<br />

abajo.<br />

Dejo <strong>de</strong> contar la risa tan gran<strong>de</strong> que, en la<br />

cárcel y por las calles, había con nosotros;<br />

porque como nos traían atados y a empellones,<br />

unos sin capas y otros con ellas arrastrando,<br />

eran <strong>de</strong> ver unos cuerpos pías remendados,<br />

y otros aloques <strong>de</strong> tinto y blanco. A<br />

cuál, por asirle <strong>de</strong> alguna parte sigura, por<br />

estar todo tan manido le agarraba el corchete<br />

<strong>de</strong> las puras carnes, y aun no hallaba <strong>de</strong> qué<br />

asir, según los tenía roídos la hambre. Otros<br />

iban <strong>de</strong>jando a los corchetes en las manos los<br />

pedazos <strong>de</strong> ropillas y gregüescos; al quitar la<br />

soga en que venían ensartados, se salían pegados<br />

los andrajos.<br />

Al fin, yo fui, llegada la noche, a dormir a la<br />

sala <strong>de</strong> los linajes. Diéronme mi camilla. Era<br />

<strong>de</strong> ver algunos dormir envainados, sin quitarse<br />

nada; otros, <strong>de</strong>snudarse <strong>de</strong> un golpe todo<br />

cuanto traían encima como culebras; cuáles<br />

jugaban. Y, al fin, cerrados, se mató la luz.<br />

Ol<strong>vida</strong>mos todos los grillos. Era <strong>de</strong> ver a los


que no tenían cama llegar y asir <strong>de</strong> los pies al<br />

acostado, y sacarlo arrastrando en medio <strong>de</strong><br />

la sala, y encajarse en la cama, y aquél asir<br />

<strong>de</strong> otro para acomodarse.<br />

Estaba el servicio a mi cabecera; vime forzado,<br />

a intercesión <strong>de</strong> mis narices, a <strong>de</strong>cirles<br />

que mudasen a otra parte el vedriado. Y sobre<br />

si le viene muy ancho o no (como si me<br />

hubieran tomado la medida con el bacín), tuvimos<br />

palabras. Usé el oficio <strong>de</strong> a<strong>de</strong>lantado,<br />

que es mejor a veces serlo <strong>de</strong> un cachete que<br />

<strong>de</strong> un reino, y metíle a uno media pretina en<br />

la cara. êl, por levantarse aprisa, <strong>de</strong>rramóle,<br />

y al ruido <strong>de</strong>spertó el concurso. Asábamonos<br />

a pretinazos a escuras, y era tanto el mal<br />

olor, que hubieron <strong>de</strong> levantarse todos. Alzóse<br />

el grito. El alcai<strong>de</strong>, sospechando que se le<br />

iban algunos vasallos, subió corriendo, armado,<br />

con toda su cuadrilla; abrió la sala, entró<br />

luz y informóse <strong>de</strong>l caso. Con<strong>de</strong>náronme todos;<br />

yo me disculpaba con <strong>de</strong>cir que en toda<br />

la noche me habían <strong>de</strong>jado cerrar los ojos. El<br />

carcelero, pareciéndole que por no <strong>de</strong>jarme<br />

zabullir en lo hondo le daría otro doblón, asió


<strong>de</strong>l caso y mandóme bajar allá. Determinéme<br />

a consentir, antes que a pellizcar el talego<br />

más <strong>de</strong> lo que lo estaba. Fui llevado abajo;<br />

recibiéronme con arbórbola y placer los amigos.<br />

Dormí aquella noche algo <strong>de</strong>sabrigado.<br />

Amaneció el Señor, y salimos <strong>de</strong>l calabozo.<br />

Vímonos las caras, y lo primero que nos fue<br />

notificado fue dar para la limpieza, como si en<br />

una noche lo hubiera yo ensuciado todo, so<br />

pena <strong>de</strong> culebrazo fino. Yo di luego seis reales;<br />

mis compañeros no tenían qué dar, y<br />

así, quedaron remitidos para la noche.<br />

Había en el calabozo un mozo tuerto, alto,<br />

abigotado, mohíno <strong>de</strong> cara, cargado <strong>de</strong> espaldas<br />

y <strong>de</strong> azotes en ellas. Traía más hierro que<br />

Vizcaya, dos pares <strong>de</strong> grillos y una ca<strong>de</strong>na <strong>de</strong><br />

portada. Llamábanle el Jayán. Decía que estaba<br />

preso por cosas <strong>de</strong> aire, y así, sospechaba<br />

yo si era por algunas fuelles, chirimías o<br />

abanicos, y <strong>de</strong>cíale si era por algo <strong>de</strong>sto. Respondía<br />

que no, que eran cosas <strong>de</strong> atrás. Yo<br />

pensé que pecados viejos quería <strong>de</strong>cir, y averigüé<br />

que por puto. Cuando el alcai<strong>de</strong> le reñía<br />

por alguna travesura, le llamaba botiller <strong>de</strong>l


verdugo y <strong>de</strong>positario general <strong>de</strong> culpas.<br />

Otras veces le amenazaba diciendo: -"¿Qué te<br />

arriesgas, pobrete, con el que ha <strong>de</strong> hacer<br />

humo? Dios es Dios, que te vendimie <strong>de</strong> camino".<br />

Había confesado éste, y era tan maldito,<br />

que traíamos todos con carlancas, como<br />

mastines, las traseras, y no había quien se<br />

osase ventosear, <strong>de</strong> miedo <strong>de</strong> acordarle dón<strong>de</strong><br />

tenía las asenta<strong>de</strong>ras.<br />

êste hacía amistad con otro que llamaban<br />

Robledo, y por otro nombre el Trepado. Decía<br />

que estaba preso por liberalida<strong>de</strong>s; y, entendido,<br />

eran <strong>de</strong> manos en pescar lo que topaba.<br />

êste había sido más azotado que postillón; no<br />

había verdugo que no hubiese probado la<br />

mano en él. Tenía la cara con tantas cuchilladas<br />

que, a <strong>de</strong>scubrirse puntos, no se la ganara<br />

un flux. Tenía menos las orejas y pegadas<br />

las narices, aunque no tan bien como la cuchillada<br />

que se las partía.<br />

A éstos se llegaban otros cuatro hombres,<br />

rapantes como leones <strong>de</strong> armas, todos agrillados,<br />

gente <strong>de</strong> azotes y galeras, chilindrón<br />

legítimo. Decían ellos que presto podrían <strong>de</strong>-


cir que habían servido a su Rey por mar y por<br />

tierra. No se podrá creer la notable alegría<br />

con que aguardaban su <strong>de</strong>spacho.<br />

Todos éstos, mohínos <strong>de</strong> ver que mis compañeros<br />

no contribuían, or<strong>de</strong>naron a la noche<br />

<strong>de</strong> darlos culebra <strong>de</strong> cáñamo, con una soga<br />

<strong>de</strong>dicada al efeto.<br />

Vino la noche. Fuímonos ahuchados a la<br />

postrera faldriquera <strong>de</strong> la casa. Mataron la<br />

luz; yo metíme luego <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la tarima.<br />

Empezaron a silbar dos <strong>de</strong>llos, y otro a dar<br />

sogazos. Los buenos caballeros, que vieron el<br />

negocio <strong>de</strong> revuelta, se apretaron <strong>de</strong> manera<br />

las carnes ayunas (cenadas, comidas y almorzadas<br />

<strong>de</strong> sarna y piojos), que cupieron<br />

todos en un resquicio <strong>de</strong> la tarima. Estaban<br />

como liendres en cabellos o chinches en cama.<br />

Sonaban los golpes en la tabla; callaban<br />

los dichos. Los bellacos, que vieron que no se<br />

quejaban, <strong>de</strong>jaron el dar azotes, y empezaron<br />

a tirar ladrillos, piedras y cascote que tenían<br />

recogido. Allí fue ella, que uno le halló el cogote<br />

a don Toribio, y le levantó una pantorrilla<br />

en él <strong>de</strong> dos <strong>de</strong>dos. Comenzó a dar voces


que le mataban. Los bellacos, porque no se<br />

oyesen sus aullidos, cantaban todos juntos y<br />

hacían ruido con las prisiones. êl, por escon<strong>de</strong>rse,<br />

[asió] <strong>de</strong> los otros para meterse <strong>de</strong>bajo.<br />

Allí fue el ver cómo, con la fuerza que<br />

hacían, les sonaban los güesos.<br />

Acabaron su <strong>vida</strong> las ropillas; no quedaba<br />

andrajo en pie. Menu<strong>de</strong>aban tanto las piedras<br />

y cascotes, que, <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> poco tiempo, tenía<br />

el dicho don Toribio más golpes en la cabeza<br />

que una ropilla abierta. Y no hallando remedio<br />

contra el granizo, viéndose, sin santidad,<br />

cerca <strong>de</strong> morir San Esteban, dijo que le <strong>de</strong>jasen<br />

salir, que él pagaría luego y daría sus<br />

vestidos en prendas. Consintiéronselo, y, a<br />

pesar <strong>de</strong> los otros, que se <strong>de</strong>fendían con él,<br />

<strong>de</strong>scalabrado y como pudo, se levantó y pasó<br />

a mi lado.<br />

Los otros, por presto que acordaron a hacer<br />

lo mismo, ya tenían las chollas con más tejas<br />

que pelos. Ofrecieron para pagar la patente<br />

sus vestidos, haciendo cuenta que era mejor<br />

entrarse en la cama por <strong>de</strong>snudos que por<br />

heridos. Y así, aquella noche los <strong>de</strong>jaron, y a


la mañana les pidieron que se <strong>de</strong>snudasen, y<br />

se halló que, <strong>de</strong> todos sus vestidos juntos, no<br />

se podía hacer una mecha a un candil.<br />

Quedáronse en la cama, digo envueltos en<br />

una manta, la cual era la que llaman ruana,<br />

don<strong>de</strong> se espulgan todos. Empezaron luego a<br />

sentir el abrigo <strong>de</strong> la manta, porque había<br />

piojo con hambre canina, y otro que, en un<br />

brazo ayuno <strong>de</strong>llos, quebraba ayuno <strong>de</strong> ocho<br />

días; habíalos frisones, y otros que se podían<br />

echar a la oreja <strong>de</strong> un toro. Pensaron aquella<br />

mañana ser almorzados <strong>de</strong>llos; quitáronse la<br />

manta, maldiciendo su fortuna, <strong>de</strong>shaciéndose<br />

a puras uñadas.<br />

Yo salíme <strong>de</strong>l calabozo, diciéndoles que me<br />

perdonasen si no les hiciese mucha compañía,<br />

porque me importaba no hacérsela. Torné<br />

a repasarle las manos al carcelero con tres<br />

<strong>de</strong> a ocho y, sabiendo quién era el escribano<br />

<strong>de</strong> la causa, inviéle a llamar con un picarillo.<br />

Vino, metíle en un aposento, y empecéle a<br />

<strong>de</strong>cir (<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber tratado <strong>de</strong> la causa)<br />

cómo yo tenía no sé que dinero; supliquéle<br />

que me lo guardase, y que, en lo que hubiese


lugar, favoreciese la causa <strong>de</strong> <strong>de</strong> un hijodalgo<br />

<strong>de</strong>sgraciado que, por engaño, había incurrido<br />

en tal <strong>de</strong>lito.<br />

-Crea V. Md. -dijo, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber pescado<br />

la mosca-, que en nosotros está todo el<br />

juego, y que si uno da en no ser hombre <strong>de</strong><br />

bien, pue<strong>de</strong> hacer mucho mal. Más tengo yo<br />

en galeras <strong>de</strong> bal<strong>de</strong>, por mi gusto, que hay<br />

letras en el proceso. Fíese <strong>de</strong> mí, y crea que<br />

le sacaré a paz y a salvo.<br />

Fuese con esto, y volvióse <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la puerta a<br />

pedirme algo para el buen Diego García, el<br />

alguacil, que importaba acallarle con mordaza<br />

<strong>de</strong> plata, y apuntóme no sé qué <strong>de</strong>l relator,<br />

para ayuda <strong>de</strong> comerse cláusula entera. Dijo:<br />

-Un relator, señor, con arcar las cejas, levantar<br />

la voz, dar una patada para hacer<br />

aten<strong>de</strong>r al alcal<strong>de</strong> divertido, hacer una acción,<br />

<strong>de</strong>struye a un cristiano.<br />

Dime por entendido, y añadí otros cincuenta<br />

reales; y en pago me dijo que en<strong>de</strong>rezase el<br />

cuello <strong>de</strong> la capa, y dos remedios para el catarro<br />

que tenía <strong>de</strong> la frialdad <strong>de</strong>l calabozo, y<br />

últimamente me dijo, mirándome con grillos:


-Ahorre <strong>de</strong> pesadumbre, que, con ocho reales<br />

que dé al alcai<strong>de</strong>, le aliviará; que ésta es<br />

gente que no hace virtud si no es por interés.<br />

Cayóme en gracia la advertencia. Al fin, él<br />

se fue. Yo di al carcelero un escudo; quitóme<br />

los grillos. Dejábame entrar en su casa. Tenía<br />

una ballena por mujer, y dos hijas (<strong>de</strong>l diablo),<br />

feas y necias, y <strong>de</strong> la <strong>vida</strong>, a pesar <strong>de</strong><br />

sus caras. Sucedió que el carcelero (se llamaba<br />

tal Blandones <strong>de</strong> San Pablo, y la mujer<br />

doña Ana Moráez) vino a comer, estando yo<br />

allí, muy enojado y bufando. No quiso comer.<br />

La mujer, recelando alguna gran pesadumbre,<br />

se llegó a él, y le enfadó tanto con las<br />

acostumbradas importunida<strong>de</strong>s, que dijo:<br />

-¿Qué ha <strong>de</strong> ser, si el bellaco ladrón <strong>de</strong> Almendros,<br />

el aposentador, me ha dicho, teniendo<br />

palabras con él sobre el arrendamiento,<br />

que vos no sois limpia?<br />

-¿Tantos rabos me ha quitado el bellaco? -<br />

dijo ella-; por el siglo <strong>de</strong> mi agüelo, que no<br />

sois [hombre], pues no le pelastes las barbas.<br />

¿Llamo yo a sus criadas que me limpien?.<br />

Y volviéndose a mí, dijo:


-Vale Dios que no me podrá <strong>de</strong>cir que soy<br />

judía como él, que, <strong>de</strong> cuatro cuartos que tiene,<br />

los dos son <strong>de</strong> villano, y los otros ocho<br />

maravedís, <strong>de</strong> hebreo. A fe, señor don Pablos,<br />

que si yo lo oyera, que yo le acordara <strong>de</strong> que<br />

tiene las espaldas en el aspa <strong>de</strong>l San Andrés.<br />

Entonces, muy afligido el alcai<strong>de</strong>, respondió:<br />

-¡Ay, mujer, que callé porque dijo que en<br />

esa tenía<strong>de</strong>s vos dos o tres ma<strong>de</strong>jas! Que lo<br />

sucio no os lo dijo por lo puerco, sino por el<br />

no lo comer.<br />

-Luego ¿judía dijo que era? ¿Y con esa paciencia<br />

lo <strong>de</strong>cís, buenos tiempos? ¿Así sentís<br />

la honra <strong>de</strong> doña Ana Moráez, hija <strong>de</strong> Esteban<br />

Rubio y Joan <strong>de</strong> Madrid, que sabe Dios y todo<br />

el mundo?<br />

-¡Cómo! ¿Hija -dije yo- <strong>de</strong> Joan <strong>de</strong> Madrid?<br />

-De Joan <strong>de</strong> Madrid, el <strong>de</strong> Auñón.<br />

-Voto a Dios -dije yo- que el bellaco que tal<br />

dijo es un judío, puto y cornudo.<br />

Y volviéndome a ellas:<br />

-Joan <strong>de</strong> Madrid, mi señor, que esté en el<br />

cielo, fue primo hermano <strong>de</strong> mi padre. Y daré


yo probanza <strong>de</strong> quién es y cómo; y esto me<br />

toca a mí. Y si salgo <strong>de</strong> la cárcel, yo le haré<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong>cir cien veces al bellaco. Ejecutoria tengo<br />

en el pueblo, tocante a entrambos, con<br />

letras <strong>de</strong> oro.<br />

Alegráronse con el nuevo pariente, y cobraron<br />

ánimo con lo <strong>de</strong> la ejecutoria. Y ni yo la<br />

tenía, ni sabía quiénes eran. Comenzó el marido<br />

a quererse informar <strong>de</strong>l parentesco por<br />

menudo. Yo, porque no me cogiese en mentira,<br />

hice que me salía <strong>de</strong> enojado, votando y<br />

jurando. Tuviéronme, diciendo que no se tratase<br />

más <strong>de</strong>llo. Yo, <strong>de</strong> rato en rato, salía muy<br />

al <strong>de</strong>scuido con <strong>de</strong>cir:<br />

-¡Joan <strong>de</strong> Madrid! ¡Burlando es la probanza<br />

que yo tengo suya!.<br />

Otras veces <strong>de</strong>cía:<br />

-¡Joan <strong>de</strong> Madrid, el mayor! Su padre <strong>de</strong><br />

Joan <strong>de</strong> Madrid fue casado con Ana <strong>de</strong> Acevedo,<br />

la gorda.<br />

Y callaba otro poco. Al fin, con estas cosas,<br />

el alcai<strong>de</strong> me daba <strong>de</strong> comer y cama en su<br />

casa, y el escribano, solicitado dél y cohechado<br />

con el dinero, lo hizo tan bien, que saca-


on a la vieja <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> todos, en un palafrén<br />

pardo a la brida, con un músico <strong>de</strong> culpas<br />

<strong>de</strong>lante. Era el pregón: "¡A esta mujer,<br />

por ladrona!". Llevábale el compás en las costillas<br />

el verdugo, según lo que le habían recetado<br />

los señores <strong>de</strong> los ropones. Luego seguían<br />

todos mis compañeros, en los overos <strong>de</strong><br />

echar agua, sin sombreros y las caras <strong>de</strong>scubiertas.<br />

Sacábanlos a la vergüenza, y cada<br />

uno, <strong>de</strong> puro roto, llevaba la suya <strong>de</strong> fuera.<br />

Desterráronlos por seis años. Yo salí en fiado,<br />

por virtud <strong>de</strong>l escribano. Y el relator no se<br />

<strong>de</strong>scuidó, porque mudó tono, habló quedo y<br />

ronco, brincó razones y mascó cláusulas enteras.<br />

CAPITULO V<br />

De cómo tomó posada, y la <strong>de</strong>sgracia<br />

que le sucedió en ella<br />

Salí <strong>de</strong> la cárcel. Halléme solo y sin los amigos;<br />

aunque me avisaron que iban camino <strong>de</strong><br />

Sevilla a costa <strong>de</strong> la caridad, no los quise seguir.


Determinéme <strong>de</strong> ir a una posada, don<strong>de</strong><br />

hallé una moza rubia y blanca, miradora, alegre,<br />

a veces entremetida, y a veces entresacada<br />

y salida; zaceaba un poco; tenía miedo<br />

a los ratones; preciábase <strong>de</strong> manos y, por enseñarlas,<br />

siempre <strong>de</strong>spabilaba las velas, partía<br />

la comida en la mesa, en la iglesia siempre<br />

tenía puestas las manos, por las calles iba<br />

enseñando siempre cuál casa era <strong>de</strong> uno y<br />

cuál <strong>de</strong> otro; en el estrado, <strong>de</strong> contino tenía<br />

un alfiler que pren<strong>de</strong>r en el tocado; si se jugaba<br />

a algún juego, era siempre el <strong>de</strong> pizpirigaña,<br />

por ser cosa <strong>de</strong> mostrar manos. Hacía<br />

que bostezaba, adre<strong>de</strong>, sin tener gana, por<br />

mostrar los dientes y hacer cruces en la boca.<br />

Al fin, toda la casa tenía ya tan manoseada,<br />

que enfadaba ya a sus mismos padres.<br />

Hospedáronme muy bien en su casa, porque<br />

tenían trato <strong>de</strong> alquilarla, con muy buena ropa,<br />

a tres moradores: fui el uno yo, el otro un<br />

portugués, y un catalán. Hiciéronme muy<br />

buena acogida.<br />

A mí no me pareció mal la moza para el <strong>de</strong>leite,<br />

y lo otro la comodidad <strong>de</strong> hallármela en


casa. Di en poner en ella los ojos; contábales<br />

cuentos que yo tenía estudiados para entretener;<br />

traíalas nuevas, aunque nunca las<br />

hubiese; servíalas en todo lo que era <strong>de</strong> bal<strong>de</strong>.<br />

Díjelas que sabía encatamientos, y que<br />

era nigromante, que haría que pareciese que<br />

se hundía la casa y que se abrasaba, y otras<br />

cosas que ellas, como buenas creedoras, tragaron.<br />

Granjeé una voluntad en todos agra<strong>de</strong>cida,<br />

pero no enamorada, que, como no<br />

estaba tan bien vestido como era razón, aunque<br />

ya me había mejorado algo <strong>de</strong> ropa (por<br />

medio <strong>de</strong>l alcai<strong>de</strong>, a quien visitaba siempre,<br />

conservando la sangre a pura carne y pan<br />

que le comía), no hacían <strong>de</strong> mí el caso que<br />

era razón.<br />

Di, para acreditarme <strong>de</strong> rico que lo disimulaba,<br />

en enviar a mi casa amigos a buscarme<br />

cuando no estaba en ella. Entró uno, el primero,<br />

preguntando por el señor don Ramiro<br />

<strong>de</strong> Guzmán, que así dije que era mi nombre<br />

(porque los amigos me habían dicho que no<br />

era <strong>de</strong> costa mudarse los nombres, y que era<br />

útil). Al fin, preguntó por don Ramiro, "un


hombre <strong>de</strong> negocios rico, que hizo agora tres<br />

asientos con el Rey". Desconociéronme en<br />

esto las húespedas, y respondieron que allí<br />

no vivía sino un don Ramiro <strong>de</strong> Guzmán, más<br />

roto que rico, pequeño <strong>de</strong> cuerpo, feo <strong>de</strong> cara<br />

y pobre.<br />

-Ese es -replicó- el que yo digo. Y no quisiera<br />

más renta al servicio <strong>de</strong> Dios que la que<br />

tiene a más <strong>de</strong> dos mil ducados.<br />

Contóles otros embustes, quedáronse espantadas,<br />

y él las <strong>de</strong>jó una cédula <strong>de</strong> cambio<br />

fingida, que traía a cobrar en mí, <strong>de</strong> nueve<br />

mil escudos. Díjoles que me la diesen para<br />

que la acetase, y fuese.<br />

Creyeron la riqueza la niña y la madre, y<br />

acotáronme luego para marido. Vine yo con<br />

gran disimulación, y, en entrando, me dieron<br />

la cédula diciendo:<br />

-Dineros y amor mal se encubren, señor<br />

don Ramiro. ¿Cómo que nos esconda V. Md.<br />

quién es, <strong>de</strong>biéndonos tanta voluntad?.<br />

Yo hice como que me había disgustado por<br />

el <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> la cédula, y fuime a mi aposento.<br />

Era <strong>de</strong> ver cómo, en creyendo que tenía dine-


o, me <strong>de</strong>cían que todo me estaba bien, celebraban<br />

mis palabras, no había tal donaire<br />

como el mío. Yo que las vi tan cebadas, <strong>de</strong>claré<br />

mi voluntad a la muchacha, y ella me<br />

oyó contentísima, diciéndome mil lisonjas.<br />

Apartámonos; y una noche, di para confirmarlas<br />

más en mi riqueza; cerréme en mi<br />

aposento, que estaba dividido <strong>de</strong>l suyo con<br />

sólo un tabique muy <strong>de</strong>lgado, y, sacando cincuenta<br />

escudos, estuve contándolos en la<br />

mesa tantas veces, que oyeron contar seis<br />

mil escudos. Fue esto <strong>de</strong> verme con tanto dinero<br />

<strong>de</strong> contado, para ellas, todo lo que yo<br />

podía <strong>de</strong>sear, porque dieron en <strong>de</strong>svelarse<br />

para regalarme y servirme.<br />

El portugués se llamaba o siñor Vasco <strong>de</strong><br />

Meneses, caballero <strong>de</strong> la cartilla, digo <strong>de</strong><br />

Christus. Traía su capa <strong>de</strong> luto, botas, cuello<br />

pequeño y mostachos gran<strong>de</strong>s. Ardía por doña<br />

Berenguela <strong>de</strong> Robledo, que así se llamaba.<br />

Enamorábala sentándose a conversación,<br />

y suspirando más que beata en sermón <strong>de</strong><br />

Cuaresma. Cantaba mal, y siempre andaba<br />

apuntando con él el catalán, el cual era la


criatura más triste y miserable que Dios crió;<br />

comía a tercianas, <strong>de</strong> tres a tres días, y el<br />

pan tan duro, que apenas le pudiera mor<strong>de</strong>r<br />

un maldiciente. Prentendía por lo bravo, y si<br />

no era el poner güevos, no le faltaba otra cosa<br />

para gallina, porque cacareaba notablemente.<br />

Como vieron los dos que yo iba tan a<strong>de</strong>lante,<br />

dieron en <strong>de</strong>cir mal <strong>de</strong> mí. El portugués<br />

<strong>de</strong>cía que era un piojoso, pícaro, <strong>de</strong>sarropado;<br />

el catalán me trataba <strong>de</strong> cobar<strong>de</strong> y vil. Yo<br />

lo sabía todo, y a veces lo oía, pero no me<br />

hallaba con ánimo para respon<strong>de</strong>r. Al fin, la<br />

moza me hablaba y recibía mis billetes. Comenzaba<br />

por lo ordinario: "Este atrevimiento,<br />

su mucha hermosura <strong>de</strong> V. Md..."; <strong>de</strong>cía lo <strong>de</strong><br />

"me abraso", trataba <strong>de</strong> "penar", ofrecíame<br />

por esclavo, firmaba el corazón con la saeta...<br />

Al fin, llegamos a los túes, y yo, para alimentar<br />

más el crédito <strong>de</strong> mi calidad, salíme <strong>de</strong><br />

casa y alquilé una mula, y arrebozado y mudando<br />

la voz, vine a la posada y pregunté por<br />

mí mismo, diciendo si vivía allí su merced <strong>de</strong>l


señor don Ramiro <strong>de</strong> Guzmán, señor <strong>de</strong>l Valcerrado<br />

y Villorete.<br />

-Aquí vive -respondió la niña- un caballero<br />

<strong>de</strong> ese nombre, pequeño <strong>de</strong> cuerpo.<br />

Y, por las señas, dije yo que era él, y las<br />

supliqué que le dijesen que Diego <strong>de</strong> Solórzana,<br />

su mayordomo que fue <strong>de</strong> las <strong>de</strong>positarías,<br />

pasaba a las cobranzas, y le había venido<br />

a besar las manos. Con esto me fui, y volví a<br />

casa <strong>de</strong> allí a un rato.<br />

Recibiéronme con la mayor alegría <strong>de</strong>l<br />

mundo, diciendo que para qué les tenía escondido<br />

el ser señor <strong>de</strong> Valcerrado y Villorete.<br />

Diéronme el recado. Con esto, la muchacha<br />

se remató, cudiciosa <strong>de</strong> marido tan rico, y<br />

trazó <strong>de</strong> que la fuese a hablar a la una <strong>de</strong> la<br />

noche, por un corredor que caía a un tejado,<br />

don<strong>de</strong> estaba la ventana <strong>de</strong> su aposento.<br />

El diablo, que es agudo en todo, or<strong>de</strong>nó<br />

que, venida la noche, yo, <strong>de</strong>seoso <strong>de</strong> gozar la<br />

ocasión, me subí al corredor, y, por pasar<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> él al tejado que había <strong>de</strong> ser, vánseme<br />

los pies, y doy en el <strong>de</strong> un vecino escribano<br />

tan <strong>de</strong>satinado golpe, que quebré todas las


tejas, y quedaron estampadas en las costillas.<br />

Al ruido, <strong>de</strong>spertó la media casa, y pensando<br />

que eran ladrones (que son antojadizos <strong>de</strong>llos<br />

los <strong>de</strong>ste oficio) subieron al tejado. Yo que vi<br />

esto, quíseme escon<strong>de</strong>r <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> una chimenea,<br />

y fue aumentar la sospecha, porque el<br />

escribano y dos criados y un hermano me<br />

molieron a palos y me ataron a vista <strong>de</strong> mi<br />

dama, sin bastarme ninguna diligencia. Mas<br />

ella se reía mucho, porque, como yo la había<br />

dicho que sabía hacer burlas y encantamentos,<br />

pensó que había caído por gracia y nigromancia,<br />

y no hacía sino <strong>de</strong>cirme que subiese,<br />

que bastaba ya. Con esto, y con los palos<br />

y puñadas que me dieron, daba aullidos; y<br />

era lo bueno que ella pensaba que todo era<br />

artificio, y no acababa <strong>de</strong> reír.<br />

Comenzó luego a hacer la causa, y porque<br />

me sonaron unas llaves en la faldriquera, dijo<br />

y escribió que eran ganzúas y aunque las vio,<br />

sin haber remedio <strong>de</strong> que no lo fuesen. Díjele<br />

que era don Ramiro <strong>de</strong> Guzmán, y rióse mucho.<br />

Yo, triste, que me había visto moler a<br />

palos <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mi dama, y me vi llevar pre-


so sin razón y con mal nombre, no sabía qué<br />

hacerme. Hincábame <strong>de</strong> rodillas, y ni por esas<br />

ni por esotras bastaba con el escribano.<br />

Todo esto pasaba en el tejado, que los tales,<br />

aun <strong>de</strong> las tejas arriba levantan falsos<br />

testimonios. Dieron or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> bajarme abajo,<br />

y lo hicieron por una ventana que caía a una<br />

pieza que servía <strong>de</strong> cocina.<br />

CAPITULO VI<br />

Prosigue el cuento, con otros varios sucesos<br />

No cerré los ojos en toda la noche, consi<strong>de</strong>rando<br />

mi <strong>de</strong>sgracia, que no fue dar en el tejado,<br />

sino en las manos <strong>de</strong>l escribano. Y<br />

cuando me acordaba <strong>de</strong> lo <strong>de</strong> las ganzúas y<br />

las hojas que había escrito en la causa,<br />

[echaba <strong>de</strong> ver que no hay cosa que tanto<br />

crezca como culpa en po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> escribano].<br />

Pasé la noche en revolver trazas; una[s] veces<br />

me <strong>de</strong>terminaba a rogárselo por Jesucristo,<br />

y consi<strong>de</strong>rando lo que le pasó con ellos<br />

vivo, no me atrevía. Mil veces me quise <strong>de</strong>satar,<br />

pero sentíame luego, y levantábase a


visitarme los nudos, que más velaba él en<br />

cómo forjaría el embuste que yo en mi provecho.<br />

Madrugó al amanecer, y vistióse a hora<br />

que en toda su casa no había otros levantados<br />

sino él y los testimonios. Agarró la correa,<br />

y tornóme a repasar las costillas, reprehendiéndome<br />

el mal vicio <strong>de</strong> hurtar como<br />

quien tan bien le sabía.<br />

En esto estábamos, él dándome y yo casi<br />

<strong>de</strong>terminado <strong>de</strong> darle a él dineros, que es la<br />

sangre con que se labran semejantes diamantes,<br />

cuando, incitados y forzados <strong>de</strong> los ruegos<br />

<strong>de</strong> mi querida, que me había visto caer y<br />

apalear, <strong>de</strong>sengañada <strong>de</strong> que no era encanto<br />

sino <strong>de</strong>sdicha, entraron el portugués y el catalán,<br />

y en viendo el escribano que me hablaban,<br />

<strong>de</strong>senvainando la pluma, los quiso espetar<br />

por cómplices en el proceso.<br />

El portugués no lo pudo sufrir, y tratóle algo<br />

mal <strong>de</strong> palabra, diciendo que él era un caballero<br />

"fidalgo <strong>de</strong> casa du Rey", y que yo era<br />

un "home muito fidalgo", y que era bellaquería<br />

tenerme atado. Comenzóme a <strong>de</strong>satar y,<br />

al punto, el escribamo clamó: "¡Resistencia!";


y dos criados suyos, entre corchetes y ganapanes,<br />

pisaron las capas, <strong>de</strong>shiciéronse los<br />

cuellos, como lo suelen hacer para representar<br />

las puñadas que no ha habido, y pedían<br />

favor al Rey. Los dos, al fin, me <strong>de</strong>sataron, y<br />

viendo el escribano que no había quien le<br />

ayudase, dijo:<br />

-Voto a Dios que esto no se pue<strong>de</strong> hacer<br />

conmigo, y que a no ser Vs. Mds. quien son,<br />

les podría costar caro. Man<strong>de</strong>n contentar estos<br />

testigos, y echen <strong>de</strong> ver que les sirvo sin<br />

interés.<br />

Yo vi luego la letra; saqué ocho reales y díselos,<br />

y aun estuve por volverle los palos que<br />

me había dado; pero, por no confesar que los<br />

había recibido, lo <strong>de</strong>jé, y me fui con ellos,<br />

dando las gracias <strong>de</strong> mi libertad y rescate.<br />

Entré en casa con la cara rozada <strong>de</strong> puros<br />

mojicones, y las espaldas algo mohínas <strong>de</strong> los<br />

varapalos. Reíase el catalán mucho, y <strong>de</strong>cía a<br />

la niña que se casase conmigo, para volver el<br />

refrán al revés, y que no fuese tras cornudo<br />

apaleado, sino tras apaleado cornudo. Tratábame<br />

<strong>de</strong> resuelto y sacudido, por los palos;


traíame afrentado con estos equívocos. Si entraba<br />

a visitarlos, trataban luego <strong>de</strong> varear;<br />

otras veces, <strong>de</strong> leña y ma<strong>de</strong>ra. Yo que me vi<br />

corrido y afrentado, y que ya me iban dando<br />

en la flor <strong>de</strong> lo rico, comencé a trazar <strong>de</strong> salirme<br />

<strong>de</strong> casa; y, para no pagar comida, cama<br />

ni posada, que montaba algunos reales, y sacar<br />

mi hato libre, traté con un licenciado<br />

Brandalagas, natural <strong>de</strong> Hornillos, y con otros<br />

dos amigos suyos, que me viniesen una noche<br />

a pren<strong>de</strong>r. Llegaron la señalada, y requirieron<br />

a la güéspeda que venían <strong>de</strong> parte <strong>de</strong>l<br />

Santo Oficio, y que convenía secreto. Temblaron<br />

todas, por lo que yo me había hecho nigromántico<br />

con ellas. Al sacarme a mí callaron;<br />

pero, al ver sacar el hato, pidieron embargo<br />

por la <strong>de</strong>uda, y respondieron que eran<br />

bienes <strong>de</strong> la Inquisición. Con esto no chistó<br />

alma terrena.<br />

Dejáronles salir, y quedaron diciendo que<br />

siempre lo temieron. Contaban al catalán y al<br />

portugués lo <strong>de</strong> aquellos que me venían a<br />

buscar; <strong>de</strong>cían entrambos que eran <strong>de</strong>monios<br />

y que yo tenía familiar. Y cuando les conta-


an <strong>de</strong>l dinero que yo había contado, <strong>de</strong>cían<br />

que parecía dinero pero que no lo era; <strong>de</strong><br />

ninguna suerte persuadiéronse a ello.<br />

Yo saqué mi ropa y comida horra. Di traza,<br />

con los que me ayudaron, <strong>de</strong> mudar <strong>de</strong> hábito,<br />

y ponerme calza <strong>de</strong> obra y vestido al uso,<br />

cuellos gran<strong>de</strong>s y un lacayo en menudos: dos<br />

lacayuelos, que entonces era uso. Animáronme<br />

a ello, poniéndome por <strong>de</strong>lante el provecho<br />

que se me siguiría <strong>de</strong> casarme con la ostentación,<br />

a título <strong>de</strong> rico, y que era cosa que<br />

sucedía muchas veces en la corte. Y aún añadieron<br />

que ellos me encaminarían parte conveniente<br />

y que me estuviese bien, y con algún<br />

arcaduz por don<strong>de</strong> se guiase. Yo, negro<br />

cudicioso <strong>de</strong> pescar mujer, <strong>de</strong>terminéme. Visité<br />

no sé cuántas almonedas, y compré mi<br />

a<strong>de</strong>rezo <strong>de</strong> casar. Supe dón<strong>de</strong> se alquilaban<br />

caballos, y espetéme en uno el primer día, y<br />

no hallé lacayo.<br />

Salíme a la calle Mayor, y púseme enfrente<br />

<strong>de</strong> una tienda <strong>de</strong> jaeces, como que concertaba<br />

alguno. Llegáronse dos caballeros, cada<br />

cual con su lacayo. Preguntáronme si concer-


taba uno <strong>de</strong> plata que tenía en las manos; yo<br />

solté la prosa y, con mil cortesías, los <strong>de</strong>tuve<br />

un rato. En fin, dijeron que se querían ir al<br />

Prado a bureo un poco, y yo, que si no lo tenían<br />

a enfado, que los acompañaría. Dejé dicho<br />

al merca<strong>de</strong>r que si viniesen allí mis pajes<br />

y un lacayo, que los encaminase al Prado. Di<br />

señas <strong>de</strong> la librea, y metíme entre los dos y<br />

caminamos. Yo iba consi<strong>de</strong>rando que a nadie<br />

que nos veía era posible el <strong>de</strong>terminar cúyos<br />

eran los lacayos, ni cuál era el que no le llevaba.<br />

Empecé a hablar muy recio <strong>de</strong> las cañas <strong>de</strong><br />

Talavera, y <strong>de</strong> un caballo que tenía porcelana;<br />

encarecíales mucho el roldanejo que esperaba<br />

<strong>de</strong> Córdoba. En topando algún paje,<br />

caballo o lacayo, los hacía parar y les preguntaba<br />

cúyo era, y <strong>de</strong>cía <strong>de</strong> las señales y si le<br />

querían ven<strong>de</strong>r; hacíale dar dos vueltas en la<br />

calle, y, aunque no la tuviese, le ponía una<br />

falta en el freno, y <strong>de</strong>cía lo que había <strong>de</strong><br />

hacer para remediarlo. Y quiso mi ventura<br />

que topé muchas ocasiones <strong>de</strong> hacer esto. Y<br />

porque los otros iban embelasados y, a mi


parecer, diciendo: "¿Quién será este tagarote<br />

escu<strong>de</strong>rón?", porque el uno llevaba un hábito<br />

en lo pechos, y el otro una ca<strong>de</strong>na <strong>de</strong> diamantes<br />

(que era hábito y encomienda todo<br />

junto), dije yo que andaba en busca <strong>de</strong> buenos<br />

caballos para mí y a otro primo mío, que<br />

entrábamos en unas fiestas.<br />

Llegamos al Prado, y, en entrando, saqué el<br />

pie <strong>de</strong>l estribo, y puse el talón por <strong>de</strong>fuera y<br />

empecé a pasear. Llevaba la capa echada sobre<br />

el hombro y el sombrero en la mano. Mirábanme<br />

todos; cuál <strong>de</strong>cía: "Este yo le he visto<br />

a pie"; otro: "Hola, lindo va el buscón". Yo<br />

hacía como que no oía nada, y paseaba.<br />

Llegáronse a un coche <strong>de</strong> damas los dos, y<br />

pidiéronme que picar<strong>de</strong>ase un rato. Dejéles la<br />

parte <strong>de</strong> las mozas, y tomé el estribo <strong>de</strong> madre<br />

y tía. Eran las vejezuelas alegres, la una<br />

<strong>de</strong> cincuenta y la otra punto menos. Díjeles<br />

mil ternezas, y oíanme (que no hay mujer,<br />

por vieja que sea, que tenga tantos años como<br />

presunción). Prometílas regalos y preguntélas<br />

<strong>de</strong>l estado <strong>de</strong> aquellas señoras, y respondieron<br />

que doncellas, y se les echaba <strong>de</strong>


ver en la plática. Yo dije lo ordinario: que las<br />

viesen colocadas como merecían; y agradóles<br />

mucho la palabra colocadas. Preguntáronme<br />

tras esto que en qué me entretenía en la corte.<br />

Yo les dije que en huir <strong>de</strong> un padre y madre,<br />

que me querían casar contra mi voluntad<br />

con mujer fea y necia y mal nacida, por el<br />

mucho dote.<br />

-Y yo, señoras, quiero más una mujer limpia<br />

en cueros, que una judía po<strong>de</strong>rosa, que, por<br />

la bondad <strong>de</strong> Dios, mi mayorazgo vale al pie<br />

<strong>de</strong> cuatro mil ducados <strong>de</strong> renta; y, si salgo<br />

con un pleito que traigo en buenos puntos, no<br />

habré menester nada.<br />

Saltó tan presto la tía:<br />

-¡Ay, señor, y cómo le quiero bien! No se<br />

case sino con su gusto y mujer <strong>de</strong> casta, que<br />

le prometo que, con ser yo no muy rica, no<br />

he querido casar mi sobrina, con haberle salido<br />

ricos casamientos, por no ser <strong>de</strong> calidad.<br />

Ella pobre es, que no tiene sino seis mil ducados<br />

<strong>de</strong> dote, pero no <strong>de</strong>be nada a nadie en<br />

sangre.<br />

-Eso creo muy bien -dije yo.


En esto, las doncellicas remataron la conversación<br />

con pedir algo <strong>de</strong> merendar a mis<br />

amigos:<br />

Mirábase el uno a otro,<br />

y a todos tiembla la barba.<br />

Yo, que vi ocasión, dije que echaba menos<br />

mis pajes, por no tener con quien inviar a casa<br />

por unas cajas que tenía. Agra<strong>de</strong>ciéronmelo,<br />

y yo las supliqué se fuesen a la Casa <strong>de</strong>l<br />

Campo al otro día, y que yo las inviaría algo<br />

fiambre. Acetaron luego; dijéronme su casa y<br />

preguntaron la mía. Y, con tanto, se apartó el<br />

coche, y yo y los compañeros comenzamos a<br />

caminar a casa.<br />

Ellos, que me vieron largo en lo <strong>de</strong> la merienda,<br />

aficionáronse, y, por obligarme, me<br />

suplicaron cenase con ellos aquella noche.<br />

Híceme algo <strong>de</strong> rogar, aunque poco, y cené<br />

con ellos, haciendo bajar a buscar mis criados,<br />

y jurando <strong>de</strong> echarlos <strong>de</strong> casa. Dieron las<br />

diez, y yo dije que era plazo <strong>de</strong> cierto martelo<br />

y que, así, me diesen licencia. Fuime, quedando<br />

concertados <strong>de</strong> vernos a la tar<strong>de</strong>, en la<br />

Casa <strong>de</strong>l Campo.


Fui a dar el caballo al alquilador, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

allí a mi casa. Hallé los compañeros jugando<br />

quinolicas. Contéles el caso y el concierto<br />

hecho, y <strong>de</strong>terminamos <strong>de</strong> enviar la merienda<br />

sin falta, y gastar docientos reales en ella.<br />

Acostámonos con estas <strong>de</strong>terminaciones. Yo<br />

confieso que no pu<strong>de</strong> dormir en toda la noche,<br />

con el cuidado <strong>de</strong> lo que había <strong>de</strong> hacer<br />

con el dote. Y lo que más me tenía en duda<br />

era el hacer dél una casa o darlo a censo, que<br />

no sabía yo cuál sería mejor y <strong>de</strong> más provecho.<br />

CAPITULO VII<br />

En que se prosigue lo mismo, con otros<br />

sucesos y <strong>de</strong>sgracias que le sucedieron<br />

Amaneció, y <strong>de</strong>spertamos a dar traza en los<br />

criados, plata y merienda. En fin, como el dinero<br />

ha dado en mandarlo todo, y no hay<br />

quien le pierda el respeto, pagándoselo a un<br />

repostero <strong>de</strong> un señor, me dio plata, y la sirvió<br />

él y tres criados.<br />

Pasóse la mañana en a<strong>de</strong>rezar lo necesario,<br />

y a la tar<strong>de</strong> ya yo tenía alquilado mi caballito.


Tomé el camino, a la hora señalada, para la<br />

Casa <strong>de</strong>l Campo. Llevaba toda la pretina llena<br />

<strong>de</strong> papeles, como memoriales, y <strong>de</strong>sabotonados<br />

seis botones <strong>de</strong> la ropilla, y asomados<br />

unos papeles. Llegué, y ya estaban allá las<br />

dichas y los caballeros y todo. Recibiéronme<br />

ellas con mucho amor, y ellos llamándome <strong>de</strong><br />

vos, en señal <strong>de</strong> familiaridad. Había dicho que<br />

me llamaba don Filipe Tristán, y en todo el<br />

día había otra cosa sino don Filipe acá y don<br />

Filipe allá. Yo comencé a <strong>de</strong>cir que me había<br />

visto tan ocupado con negocios <strong>de</strong> Su Majestad<br />

y cuentas <strong>de</strong> mi mayorazgo, que había<br />

temido el no po<strong>de</strong>r cumplir; y que, así, las<br />

apercibía a merienda <strong>de</strong> repente.<br />

En esto, llegó el respostero con su jarcia,<br />

plata y mozos; los otros y ellas no hacían sino<br />

mirarme y callar. Mandéle que fuese al cenador<br />

y a<strong>de</strong>rezase allí, que entretanto nos íbamos<br />

a los estanques. Llegáronse a mí las viejas<br />

a hacerme regalos, y holguéme <strong>de</strong> ver<br />

<strong>de</strong>scubiertas las niñas, porque no he visto,<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> que Dios me crió, tan linda cosa como<br />

aquella en quien yo tenía asestado el matri-


monio: blanca, rubia, colorada, boca pequeña,<br />

dientes menudos y espesos, buena nariz,<br />

ojos rasgados y ver<strong>de</strong>s, alta <strong>de</strong> cuerpo, lindas<br />

manazas y zazosita. La otra no era mala, pero<br />

tenía más <strong>de</strong>senvoltura, y dábame sospechas<br />

<strong>de</strong> hocicada.<br />

Fuimos a los estanques, vímoslo todo y, en<br />

el discurso, conocí que la mi <strong>de</strong>sposada corría<br />

peligro en tiempo <strong>de</strong> Hero<strong>de</strong>s, por inocente.<br />

No sabía, pero como yo no quiero las mujeres<br />

para consejeras ni bufonas, sino para acostarme<br />

con ellas, y si son feas y discretas es lo<br />

mismo que acostarse con Aristóteles o Séneca<br />

o con un libro, procúrolas <strong>de</strong> buenas partes<br />

para el arte <strong>de</strong> las ofensas; que, cuando sea<br />

boba, harto sabe si me sabe bien. Esto me<br />

consoló. Llegamos cerca <strong>de</strong>l cenador, y, al<br />

pasar una enramada, prendióseme en un árbol<br />

la guarnición <strong>de</strong>l cuello y <strong>de</strong>sgarróse un<br />

poco. Llegó la niña, y prendiómelo con un alfiler<br />

<strong>de</strong> plata, y dijo la madre que inviase el<br />

cuello a su casa al otro día, que allá lo a<strong>de</strong>rezaría<br />

doña Ana, que así se llamaba la niña.


Estaba todo cumplidísimo; mucho que merendar,<br />

caliente y fiambre, frutas y dulces.<br />

Levantaron los manteles y, estando en esto,<br />

vi venir un caballero con dos criados, por la<br />

güerta a<strong>de</strong>lante, y cuando no me cato, conozco<br />

a mi buen don Diego Coronel. Acercóse a<br />

mí, y como estaba en aquel hábito, no hacía<br />

sino mirarme. Habló a las mujeres y tratólas<br />

<strong>de</strong> primas; y, a todo esto, no hacía sino volver<br />

y mirarme. Yo me estaba hablando con el<br />

repostero, y los otros dos, que eran sus amigos,<br />

estaban en gran conversación con él.<br />

Preguntóles, según se echó <strong>de</strong> ver <strong>de</strong>spués,<br />

mi nombre, y ellos dijeron:<br />

-Don Filipe Tristán, un caballero muy honrado<br />

y rico.<br />

Veíale yo santiguarse. Al fin, <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>llas<br />

y <strong>de</strong> todos, se llegó a mí y dijo:<br />

-V. Md. me perdone, que por Dios que le<br />

tenía, hasta que supe su nombre, por bien<br />

diferente <strong>de</strong> lo que es; que no he visto cosa<br />

tan parecida a un criado que yo tuve en Segovia,<br />

que se llamaba Pablillos, hijo <strong>de</strong> un<br />

barbero <strong>de</strong>l mismo lugar.


Riéronse todos mucho, y yo me esforcé para<br />

que no me <strong>de</strong>smintiese la color, y díjele que<br />

tenía <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> ver aquel hombre, porque me<br />

habían dicho infinitos que le era parecidísimo.<br />

-¡Jesús! -<strong>de</strong>cía el Don Diego-. ¿Cómo parecido?<br />

El talle, la habla, los meneos, hasta en<br />

esa señal <strong>de</strong> la frente, que en V. Md. <strong>de</strong>be <strong>de</strong><br />

ser herida, y en él fue un palo que le dieron<br />

entrando a hurtar unas gallinas.¡No he visto<br />

tal cosa! Digo, señor, que es admiración<br />

gran<strong>de</strong>, y que no he visto cosa tan parecida.<br />

-Dolo al diablo -dije yo- y ¿no ahorcaron<br />

ese ganapán?<br />

Entonces las viejas, tía y madre, dijeron que<br />

cómo era posible que a un caballero tan principal<br />

se pareciese un pícaro tan bajo como<br />

aquél. Y porque no sospechase nada <strong>de</strong>llas,<br />

dijo la una:<br />

-Yo le conozco muy bien al señor don Filipe,<br />

que es el que nos hospedó por or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> mi<br />

marido (que fue gran amigo suyo) en Ocaña.<br />

Yo entendí la letra, y dije que mi voluntad<br />

era y sería <strong>de</strong> servirlas con mi poco posible en<br />

todas partes.


El don Diego se me ofreció, y me pidió perdón<br />

<strong>de</strong>l agravio que me había hecho en tenerme<br />

por el hijo <strong>de</strong>l barbero. Y añadía:<br />

-No creerá V. Md.: su madre era hechicera y<br />

un poco puta, y su padre ladrón y su tío verdugo,<br />

y él el más ruin hombre y más mal inclinado<br />

tacaño <strong>de</strong>l mundo.<br />

Yo <strong>de</strong>cía con unos empujoncillos <strong>de</strong> risa:<br />

-¡Gentil bergantón! ¡Hi<strong>de</strong>puta pícaro!<br />

Y por <strong>de</strong> <strong>de</strong>ntro consi<strong>de</strong>re el pío lector lo<br />

que sentiría mi galloferia. Estaba, aunque lo<br />

disimulaba, como en brasas. Tratamos <strong>de</strong> venirnos<br />

al lugar. Yo y los otros dos nos <strong>de</strong>spedimos,<br />

y don Diego se entró con ellas en el<br />

coche. Preguntólas que qué era la merienda y<br />

el estar conmigo, y la madre y tía dijeron cómo<br />

yo era un mayorazgo <strong>de</strong> tantos ducados<br />

<strong>de</strong> renta, y que me quería casar con Anica;<br />

que se informase y vería si era cosa, no sólo<br />

acertada, sino <strong>de</strong> mucha honra para todo su<br />

linaje.<br />

En esto pasaron el camino hasta su casa,<br />

que era en la calle <strong>de</strong>l Arenal, a San Filipe.<br />

Nosotros nos fuimos a csa juntos, como la


otra noche. Pidiéronme que jugase, cudiciosos<br />

<strong>de</strong> pelarme. Yo entendíles la flor y sentéme.<br />

Sacaron naipes: estaban hechos. Perdí<br />

una mano. Di en irme por abajo, y ganéles<br />

cosa <strong>de</strong> trecientos reales; y con tanto, me<br />

<strong>de</strong>spedí y vine a mi casa.<br />

Topé a mis compañeros, licenciado Brandalagas<br />

y Pero López, los cuales estaban estudiando<br />

en unos dados tretas flamantes. En<br />

viéndome lo <strong>de</strong>jaron, cudiciosos <strong>de</strong> preguntarme<br />

lo que me había sucedido. Yo venía cariacontecido<br />

y encapotado; no les dije más <strong>de</strong><br />

que me había visto en un gran<strong>de</strong> aprieto.<br />

Contéles cómo me había topado con don Diego,<br />

y lo que me había sucedido; consoláronme,<br />

aconsejando que disimulase y no <strong>de</strong>sistiese<br />

<strong>de</strong> la pretensión por ningún camino ni<br />

manera.<br />

En esto, supimos que se jugaba, en casa <strong>de</strong><br />

un vecino boticario, juego <strong>de</strong> parar. Entendíalo<br />

yo entonces razonablemente, porque tenía<br />

más flores que un mayo, y barajas hechas,<br />

lindas. Determinámonos <strong>de</strong> ir a darles un<br />

muerto (que así se llama el enterrar una bol-


sa); invié los amigos <strong>de</strong>lante, entraron en la<br />

pieza, y dijeron si gustarían <strong>de</strong> jugar con un<br />

fraile que acababa <strong>de</strong> llegar a curarse en casa<br />

<strong>de</strong> unas primas suyas, que venía enfermo y<br />

traía talegos como el brazo y una calza <strong>de</strong><br />

doblones. Crecióles a todos el ojo, y clamaron:<br />

-¡Venga el fraile norabuena!<br />

-Es hombre grave en la or<strong>de</strong>n -replicó Pero<br />

López- y, como ha salido, se quiere entretener,<br />

que él más lo hace por la conversación.<br />

-Venga, y sea por lo que fuere.<br />

-No ha <strong>de</strong> entrar nadie <strong>de</strong> fuera, por el recato<br />

-dijo Brandalagas.<br />

-No hay tratar <strong>de</strong>so -respondió el güésped-;<br />

ni criados.<br />

Con esto, ellos quedaron ciertos <strong>de</strong>l caso, y<br />

creída la mentira.<br />

Vinieron los acólitos, y ya yo estaba con un<br />

tocador en la cabeza por disimular la corona y<br />

fingir la enfermedad; sahuméme con paja y<br />

afeitéme <strong>de</strong> tercianas, con una color <strong>de</strong> cera<br />

amarilla, y mi hábito <strong>de</strong> fraile, unos antojos y<br />

mi barba, que por ser atusada no <strong>de</strong>sayuda-


a. Entré muy humil<strong>de</strong>, sentéme, comenzóse<br />

el juego. Ellos levantaban bien; iban tres al<br />

mohíno, pero quedaron mohínos los tres,<br />

porque yo, que sabía más que ellos, les di tal<br />

gatada que, en espacio <strong>de</strong> tres horas, me llevé<br />

más <strong>de</strong> mil y trecientos reales. Di baratos<br />

y, con mi "¡loado sea Nuestro Señor!", me<br />

<strong>de</strong>spedí, encargándoles que no recibiesen escándalo<br />

<strong>de</strong> verme jugar, que era entretenimiento<br />

y no otra cosa. Los otros, que habían<br />

perdido cuanto tenían, dábanse a mil diablos.<br />

Despedíme, y salímonos fuera.<br />

Venimos a casa a la una y media, y acostámonos<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber partido la ganancia.<br />

Consoléme con esto algo <strong>de</strong> lo sucedido, y, a<br />

la mañana, me levanté a buscar mi caballo, y<br />

no hallé por alquilar ninguno; en lo cual conocí<br />

que había otros muchos como yo. Pues<br />

andar a pie pareciera mal, y más entonces,<br />

fuime a San Filipe, y topéme con un lacayo <strong>de</strong><br />

un letrado, que tenía un caballo y le aguardaba,<br />

que se había acabado <strong>de</strong> apear a oír misa.<br />

Metíle cuatro reales en la mano, porque,<br />

mientras su amo estaba en la iglesia, me <strong>de</strong>-


jase dar dos vueltas en el caballo por la calle<br />

<strong>de</strong>l Arenal, que era la <strong>de</strong> mi señora.<br />

Consintió, subí en el caballo, y di dos vueltas<br />

calle arriba y calle abajo, sin ver nada; y,<br />

al dar la tercera, asomóse doña Ana. Yo que<br />

la vi, y no sabía las mañas <strong>de</strong>l caballo ni era<br />

buen jinete, quise hacer galantería: dile dos<br />

varazos, tiréle <strong>de</strong> la rienda; empínase y, tirando<br />

dos coces, aprieta a correr y da conmigo<br />

por las orejas en un charco.<br />

Yo que me vi así, y ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> niños que se<br />

habían llegado, y <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mi señora, empecé<br />

a <strong>de</strong>cir:<br />

-¡Oh, hi<strong>de</strong>puta! ¡No fuéra<strong>de</strong>s vos valenzuela!<br />

Estas temerida<strong>de</strong>s me han <strong>de</strong> acabar.<br />

Habíanme dicho las mañas, y quise porfiar<br />

con él.<br />

Traía el lacayo ya el caballo, que se paró<br />

luego. Yo torné a subir; y, al ruido, se había<br />

asomado don Diego Coronel, que vivía en la<br />

misma casa <strong>de</strong> sus primas. Yo que le vi, me<br />

<strong>de</strong>mudé. Preguntóme si había sido algo; dije<br />

que no, aunque tenía estropeada una pierna.<br />

Dábame el lacayo prisa, porque no saliese su


amo y lo viese, que había <strong>de</strong> ir a palacio. Y<br />

soy tan <strong>de</strong>sgraciado, que, estándome diciendo<br />

el lacayo que nos fuésemos, llega por <strong>de</strong>trás<br />

el letradillo, y, conociendo su rocín,<br />

arremete al lacayo y empieza a darle <strong>de</strong> puñadas,<br />

diciendo en altas voces que qué bellaquería<br />

era dar su caballo a nadie; y lo peor<br />

fue que, volviéndose a mí, dijo que me apease<br />

con Dios, muy enojado. Todo pasaba a vista<br />

<strong>de</strong> mi dama y <strong>de</strong> don Diego: no se ha visto<br />

en tanta vergüenza ningún azotado. Estaba<br />

tristísimo <strong>de</strong> ver dos <strong>de</strong>sgracias tan gran<strong>de</strong>s<br />

en un palmo <strong>de</strong> tierra. Al fin, me hube <strong>de</strong><br />

apear; subió el letrado y fuese. Y yo, por<br />

hacer la <strong>de</strong>shecha, quedéme hablando <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

la calle con don Diego y dije:<br />

-En mi <strong>vida</strong> subí en tan mala bestia. Está<br />

ahí mi caballo overo en San Filipe, y es <strong>de</strong>sbocado<br />

en la carrera y trotón. Dije como yo le<br />

corría y hacía parar; dijeron que allí estaba<br />

uno en que no lo haría, y era éste <strong>de</strong>ste licenciado.<br />

Quise probarlo. No se pue<strong>de</strong> creer qué<br />

duro es <strong>de</strong> ca<strong>de</strong>ras; y con mala silla, fue milagro<br />

no matarme.


-Sí fue -dijo don Diego-; y, con todo, parece<br />

que se siente V. Md. <strong>de</strong> esa pierna.<br />

-Sí siento -dije yo-; y me querría ir a tomar<br />

mi caballo y a casa.<br />

La muchacha quedó satisfecha y con lástima<br />

<strong>de</strong> mi caída, mas el don Diego cobró mala<br />

sospecha <strong>de</strong> lo <strong>de</strong>l letrado, y fue totalmente<br />

causa <strong>de</strong> mi <strong>de</strong>sdicha, fuera <strong>de</strong> otras muchas<br />

que me sucedieron. Y la mayor y fundamento<br />

<strong>de</strong> las otras fue que, cuando llegué a casa, y<br />

fui a ver una arca, adon<strong>de</strong> tenía en una maleta<br />

todo el dinero que me había quedado <strong>de</strong><br />

mi herencia y lo que había ganado, menos<br />

cien reales que yo traía conmigo, hallé que el<br />

buen licenciado Brandalagas y Pedro López<br />

habían cargado con ello, y no parecían. Quedé<br />

como muerto, sin saber qué consejo tomar<br />

<strong>de</strong> mi remedio. Decía entre mí: "¡Malhaya<br />

quien fía en hacienda mal ganada, que se va<br />

como se viene! ¡Triste <strong>de</strong> mí! ¿Qué haré?". No<br />

sabía si irme a buscarlos, si dar parte a la<br />

justicia. Esto no me parecía bien, porque, si<br />

los prendían, habían <strong>de</strong> aclarar lo <strong>de</strong>l hábito y<br />

otras cosas, y era morir en la horca. Pues se-


guirlos, no sabía por dón<strong>de</strong>. Al fin, por no<br />

per<strong>de</strong>r también el casamiento, que ya yo me<br />

consi<strong>de</strong>raba remediado con el dote, <strong>de</strong>terminé<br />

<strong>de</strong> quedarme y apretarlo sumamente.<br />

Comí, y a la tar<strong>de</strong> alquilé mi caballico, y<br />

fuime hacia la calle; y como no llevaba lacayo,<br />

por no pasar sin él, aguardaba a la esquina,<br />

antes <strong>de</strong> entrar, a que pasase algún hombre<br />

que lo pareciese, y, en pasando, partía<br />

<strong>de</strong>trás dél, haciéndole lacayo sin serlo; y en<br />

llegando al fin <strong>de</strong> la calle, metíame <strong>de</strong>trás <strong>de</strong><br />

la esquina, hasta que volviese otro que lo pareciese;<br />

metíame <strong>de</strong>trás, y daba otra vuelta.<br />

Yo no sé si fue la fuerza <strong>de</strong> la verdad <strong>de</strong> ser<br />

yo el mismo pícaro que sospechaba don Diego,<br />

o si fue la sospecha <strong>de</strong>l caballo <strong>de</strong>l letrado,<br />

u qué se fue, que don Diego se puso a<br />

inquerir quién era y <strong>de</strong> qué vivía, y me espiaba.<br />

En fin, tanto hizo, que por el más extraordinario<br />

camino <strong>de</strong>l mundo supo la verdad;<br />

porque yo apretaba en lo <strong>de</strong>l casamiento, por<br />

papeles, bravamente, y él, acosado <strong>de</strong> ellas,<br />

que tenían <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> acabarlo, andando en mi<br />

busca, topó con el licenciado Flechilla, que


fue el que me convidó a comer cuando yo estaba<br />

con los caballeros. Y éste, enojado <strong>de</strong><br />

cómo yo no le había vuelto a ver, hablando<br />

con don Diego, y sabiendo cómo yo había sido<br />

su criado, le dijo <strong>de</strong> la suerte que me encontró<br />

cuando me llevó a comer, y que no<br />

había dos días que me había topado a caballo<br />

muy bien puesto, y le había contado cómo me<br />

casaba riquísimamente.<br />

No aguardó más don Diego, y, volviéndose<br />

a su casa, encontró con los dos caballeros <strong>de</strong>l<br />

hábito y ca<strong>de</strong>na amigos míos, junto a la Puerta<br />

<strong>de</strong>l Sol, y contóles lo que pasaba, y díjoles<br />

que se aparejasen y, en viéndome a la noche<br />

en la calle, que me magulasen los cascos; y<br />

que me conocerían en la capa que él traía,<br />

que la llevaría yo. Concertáronse, y, en entrando<br />

en la calle, tapáronme; y disimularon<br />

<strong>de</strong> suerte los tres que jamás pensé que eran<br />

tan amigos míos como entonces. Estuvímonos<br />

en conversación, tratando <strong>de</strong> lo que sería<br />

bien hacer a la noche, hasta el avemaría. Entonces<br />

<strong>de</strong>spidiéndonse los dos, echaron hacía


abajo, y yo y don Diego quedamos solos y<br />

echamos a San Filipe.<br />

Llegando a la entrada <strong>de</strong> la calle <strong>de</strong> la Paz,<br />

dijo don Diego:<br />

-Por <strong>vida</strong> <strong>de</strong> don Filipe, que troquemos capas,<br />

que me importa pasar por aquí y que no<br />

me conozcan.<br />

-Sea en buen hora -dije yo.<br />

Tomé la suya inocentemente, y dile la mía.<br />

Ofrecíle mi persona para hacerle espaldas,<br />

mas él, que tenía trazado el <strong>de</strong>shacerme las<br />

mías, dijo que le importaba ir solo, que me<br />

fuese.<br />

No bien me aparté dél con su capa, cuando<br />

or<strong>de</strong>na el diablo que dos que lo aguardaban<br />

para cintarearlo por una mujercilla, entendiendo<br />

por la capa que yo era don Diego, levantan<br />

y empiezan una lluvia <strong>de</strong> espaldarazos<br />

sobre mí. Yo di voces, y en ellas y la cara conocieron<br />

que no era yo. Huyeron, y yo quedéme<br />

en la calle con los cintarazos. Disimulé<br />

tres o cuatro chichones que tenía, y <strong>de</strong>túveme<br />

un rato, que no osé entrar en la calle, <strong>de</strong><br />

miedo. En fin, a las doce, que era a la hora


que solía hablar con ella, llegué a la puerta;<br />

y, emparejando, cierra uno <strong>de</strong> los que me<br />

aguardaban por don Diego, con un garrote<br />

conmigo, y dame dos palos en las piernas y<br />

<strong>de</strong>rríbame en el suelo; y llega el otro, y dame<br />

un trasquilón <strong>de</strong> oreja a oreja, y quítanme la<br />

capa, y <strong>de</strong>jánme en el suelo, diciendo:<br />

-¡Así pagan los pícaros embustidores mal<br />

nacidos!.<br />

Comencé a dar gritos y a pedir confisión; y<br />

como no sabía lo que era, aunque sospechaba<br />

por las palabras que acaso era el güésped <strong>de</strong><br />

quien me había salido con la traza <strong>de</strong> la Inquisición,<br />

o el carcelero burlado, o mis compañeros<br />

huídos...; y, al fin, yo esperaba <strong>de</strong><br />

tantas partes la cuchillada, que no sabía a<br />

quién echársela; pero nunca sospeché en don<br />

Diego ni en lo que era, daba voces:<br />

-¡A los capeadores!<br />

A ellas vino la justicia; levantáronme, y,<br />

viendo mi cara con una zanja <strong>de</strong> un palmo, y<br />

sin capa ni saber lo que era, asiéronme para<br />

llevarme a curar. Metiéronme en casa <strong>de</strong> un<br />

barbero, curóme, preguntáronme dón<strong>de</strong> vivía,


y lleváronme allá. Acostáronme, y quedé<br />

aquella noche confuso, viendo mi cara <strong>de</strong> dos<br />

pedazos, y tan lisiadas las piernas <strong>de</strong> los palos,<br />

que no me podía tener en ellas ni las sentía,<br />

robado, y <strong>de</strong> manera que ni podía seguir<br />

a los amigos, ni tratar <strong>de</strong>l casamiento, ni estar<br />

en la corte, ni estar fuera.<br />

CAPITULO VIII<br />

De su cura y otros sucesos peregrinos<br />

He aquí a la mañana amanece a mi cabecera<br />

la güéspeda <strong>de</strong> casa, vieja <strong>de</strong> bien, arrugada<br />

y llena <strong>de</strong> afeite, que parecía higo enharinado,<br />

niña si se lo preguntaban, con su<br />

cara <strong>de</strong> muesca, entre chufa y castaña apilada,<br />

tartamuda, barbada y bizca y roma; no le<br />

faltaba una gota para bruja. Tenía buena fama<br />

en el lugar, y echábase a dormir con ella<br />

y con cuantos querían; templaba gustos y careaba<br />

placeres. Llamábase la Paloma; alquilaba<br />

su casa, y era corredora para alquilar<br />

otras. En todo el año no se vaciaba la posada<br />

<strong>de</strong> gente.


Era <strong>de</strong> ver cómo ensayaba una muchaha en<br />

el taparse, lo primero enseñándola cuáles cosas<br />

había <strong>de</strong> <strong>de</strong>scubrir <strong>de</strong> su cara. A la <strong>de</strong><br />

buenos dientes, que riese siempre, hasta en<br />

los pésames; a la <strong>de</strong> buenas manos, se las<br />

enseñaba a esgrimir; a la rubia, un bamboleo<br />

<strong>de</strong> cabellos y un asomo <strong>de</strong> vedijas por el<br />

manto y la toca estremado; a buenos ojos,<br />

lindos bailes con las niñas y dormidillos, cerrándolos,<br />

y elevaciones mirando arriba. Pues<br />

tratada en materia <strong>de</strong> afeites, cuervos entraban<br />

y les corregía las caras <strong>de</strong> manera que, al<br />

entrar en sus casas, <strong>de</strong> puro blancas no las<br />

conocían sus maridos. Enlucía manos y gargantas<br />

como pare<strong>de</strong>s, acicalaba dientes,<br />

arrancaba el vello; tenía un bebedizo que<br />

llamaba Hero<strong>de</strong>s, porque con él mataba los<br />

niños en las barrigas, y hacía malparir y mal<br />

empreñar. Y en lo que ella era más estremada<br />

era en arremedar virgos y adobar doncellas.<br />

En solos ocho días que yo estuve en casa,<br />

la vi hacer todo esto. Y, para remate <strong>de</strong> lo<br />

que era, enseñaba a pelar, y refranes que dijesen<br />

las mujeres. Allí les <strong>de</strong>cía cómo habían


<strong>de</strong> encajar la joya: las niñas por gracia, las<br />

mozas por <strong>de</strong>uda, y las viejas por respeto y<br />

obligación. Enseñaba pediduras para dinero<br />

seco, y pediduras para ca<strong>de</strong>nas y sortijas. Citaba<br />

a la Vidaña, su concurrente en Alcalá, y<br />

a la Plañosa, en Burgos, a Muñatones la <strong>de</strong><br />

Salamanca.<br />

Esto he dicho para que se me tenga lástima<br />

<strong>de</strong> ver a las manos que vine, y se pon<strong>de</strong>ren<br />

mejor las razones que me dijo; y empezó por<br />

estas palabras, que siempre hablaba por refranes:<br />

-De don<strong>de</strong> sacan y no pon, hijo don Filipe,<br />

presto llegan al hondón; <strong>de</strong> tales polvos, tales<br />

lodos; <strong>de</strong> tales bodas, tales tortas. Yo no te<br />

entiendo, ni sé tu manera <strong>de</strong> vivir. Mozo eres,<br />

no me espanto que hagas algunas travesuras,<br />

sin mirar que, durmiendo, caminamos a la<br />

güesa: yo, como montón <strong>de</strong> tierra, te lo puedo<br />

<strong>de</strong>cir. ¡Qué cosa es que me digan a mí que<br />

has <strong>de</strong>sperdiciado mucha hacienda sin saber<br />

cómo, y que te han visto aquí ya estudiante,<br />

ya pícaro, y ya caballero, y todo por las compañías!<br />

Dime con quién andas, hijo, y diréte


quién eres; cada oveja con su pareja; sábete,<br />

hijo, que <strong>de</strong> la mano a la boca se pier<strong>de</strong> la<br />

sopa. Anda, bobillo, que si te inquietaban<br />

mujeres, bien sabes tú que soy yo fiel perpetuo,<br />

en esta tierra, <strong>de</strong> esa mercaduría, y que<br />

me sustento <strong>de</strong> las posturas, así que enseño<br />

como que pongo, y que nos damos con ellas<br />

en casa; y no andarte con un pícaro y otro<br />

pícaro, tras una alcorzada y otra redomadona,<br />

que gasta las faldas con quien hace sus<br />

mangas. Yo te juro que hubieras ahorrado<br />

muchos ducados si te hubieras encomendado<br />

a mí, porque no soy nada amiga <strong>de</strong> dineros. Y<br />

por mis entenados y difuntos, y así yo haya<br />

buen acabamiento, que aun lo que me <strong>de</strong>bes<br />

<strong>de</strong> la posada no te lo pidiera agora, a no<br />

haberlo menester [para unas can<strong>de</strong>licas y<br />

hierbas] (que trataba en botes, sin ser boticaria,<br />

y si la untaban las manos, se untaba y<br />

salía <strong>de</strong> noche por la puerta <strong>de</strong>l humo).<br />

Yo que vi que había acabado la plática y<br />

sermón en pedirme, que, con ser su tema,<br />

acabó en él, y no comenzó, como todos<br />

hacen, no me espanté <strong>de</strong> la visita, que no me


la había hecho otra vez mientras había sido<br />

su güésped, si no fue un día que me vino a<br />

dar satisfaciones <strong>de</strong> que había oído que me<br />

habían dicho no sé qué <strong>de</strong> hechizos, y que la<br />

quisieron pren<strong>de</strong>r y escondió la calle; vínome<br />

a <strong>de</strong>sengañar y a <strong>de</strong>cir que era otra <strong>de</strong> su<br />

nombre.<br />

Yo la conté su dinero y, estándosele dando,<br />

la <strong>de</strong>sventura, que nunca me ol<strong>vida</strong>, y el diablo,<br />

que se acuerda <strong>de</strong> mí, trazó que la venían<br />

a pren<strong>de</strong>r por amancebada, y sabían que<br />

estaba el amigo en casa. Entraron en mi aposento;<br />

como me vieron en la cama, y a ella<br />

conmigo, cerraron con ella y conmigo, y diéronme<br />

cuatro o seis empellones muy gran<strong>de</strong>s,<br />

y arrastráronme fuera <strong>de</strong> la cama. A ella la<br />

tenían asida otros dos, tratándola <strong>de</strong> alcagüeta<br />

y bruja. ¡Quién tal pensara <strong>de</strong> una mujer<br />

que hacía la <strong>vida</strong> referida!.<br />

A las voces <strong>de</strong>l alguacil y a mis quejas, el<br />

amigo, que era un frutero que estaba en el<br />

aposento <strong>de</strong> a<strong>de</strong>ntro, dio a correr. Ellos que lo<br />

vieron, y supieron por lo que <strong>de</strong>cía otro güésped<br />

<strong>de</strong> casa que yo lo era, arrancaron tras el


picaño, y asiéronle, y <strong>de</strong>járonme a mí repelado<br />

y apuñeado; y con todo mi trabajo, me<br />

reía <strong>de</strong> lo que los picarones <strong>de</strong>cían a la Guía.<br />

Porque uno la miraba y <strong>de</strong>cía:<br />

-¡Qué bien os estará una mitra, madre, y lo<br />

que me holgaré <strong>de</strong> veros consagrar tres mil<br />

nabos a vuestro servicio!.<br />

Otro:<br />

-Ya tienen escogidas plumas los señores alcal<strong>de</strong>s,<br />

para que entréis bizarra.<br />

Al fin, trujeron el picarón, y atáronlos entrambos.<br />

Pidiéronme perdón, y <strong>de</strong>járonme<br />

solo. Yo quedé algo aliviado <strong>de</strong> ver a mi buena<br />

güéspeda en el estado que tenía sus negocios;<br />

y así, no tenía otro cuidado sino el <strong>de</strong><br />

levantarme a tiempo que la tirase mi naranja.<br />

Aunque, según las cosas que contaba una<br />

criada que quedó en casa, yo <strong>de</strong>sconfié <strong>de</strong> su<br />

prisión, porque me dijo no sé qué <strong>de</strong> volar, y<br />

otras cosas que no me sonaron bien.<br />

Estuve en la casa curándome ocho días, y<br />

apenas podía salir; diéronme doce puntos en<br />

la cara, y hube <strong>de</strong> ponerme muletas. Halléme<br />

sin dinero, porque los cien reales se consu-


mieron en la cura, comida y posada; y así,<br />

para no hacer más gasto no tiniendo dinero,<br />

<strong>de</strong>terminé <strong>de</strong> salirme con dos muletas <strong>de</strong> la<br />

casa, y ven<strong>de</strong>r mi vestido, cuellos y jubones,<br />

que era todo muy bueno. Hícelo, y compré<br />

con lo que me dieron un coleto <strong>de</strong> cordobán<br />

viejo y un jubonazo <strong>de</strong> estopa famoso, mi gabán<br />

<strong>de</strong> pobre, remendado y largo, mis polainas<br />

y zapatos gran<strong>de</strong>s, la capilla <strong>de</strong>l gabán en<br />

la cabeza; un Cristo <strong>de</strong> bronce traía colgando<br />

<strong>de</strong>l cuello, y un rosario.<br />

Impúsome en la voz y frases doloridas <strong>de</strong><br />

pedir un pobre que entendía <strong>de</strong> la arte mucho;<br />

y así, comencé luego a ejercitallo por las<br />

calles. Cosíme sesenta reales que me sobraron,<br />

en el jubón; y, con esto, me metí a pobre,<br />

fiado en mi buena prosa. Anduve ocho<br />

días por las calles, aullando en esta forma,<br />

con voz dolorida y realzamiento <strong>de</strong> plegarias:<br />

"¡Dal<strong>de</strong>, buen cristiano, siervo <strong>de</strong>l Señor, al<br />

pobre lisiado y llagado; que me veo y me <strong>de</strong>seo!".<br />

Esto <strong>de</strong>cía los días <strong>de</strong> trabajo, pero los<br />

días <strong>de</strong> fiesta comenzaba con diferente voz, y<br />

<strong>de</strong>cía: "¡Fieles cristianos y <strong>de</strong>votos <strong>de</strong>l Señor!


¡Por tan alta princesa como la Reina <strong>de</strong> los<br />

Angeles, Madre <strong>de</strong> Dios, dal<strong>de</strong> una limosna al<br />

pobre tullido y lastimado <strong>de</strong> la mano <strong>de</strong>l Señor!".<br />

Y paraba un poco, que es <strong>de</strong> gran<strong>de</strong><br />

importancia, y luego añadía: "¡Un aire corruto,<br />

en hora menguada, trabajando en una viña,<br />

me trabó mis miembros, que me vi sano y<br />

bueno como se ven y se vean, loado sea el<br />

Señor!".<br />

Venían con esto los ochavos trompicando, y<br />

ganaba mucho dinero. Y ganara más, si no se<br />

me atravesara un mocetón mal encarado,<br />

manco <strong>de</strong> los brazos y con una pierna menos,<br />

que me rondaba las mismas calles en un carretón,<br />

y cogía más lismona con pedir mal<br />

criado. Decía con voz ronca, rematando en<br />

chillido: "¡Acordáos, siervos <strong>de</strong> Jesucristo, <strong>de</strong>l<br />

castigado <strong>de</strong>l Señor por sus pecados! ¡Dal<strong>de</strong><br />

al pobre lo que Dios reciba!". Y añadía: "¡Por<br />

el buen Jesú!"; y ganaba que era un juicio. Yo<br />

advertí, y no me dije más Jesús, sino quitábale<br />

la s, y movía a más <strong>de</strong>voción. Al fin, yo<br />

mudé <strong>de</strong> frasecicas, y cogía maravillosa mosca.


Llevaba metidas entrambas piernas en una<br />

bolsa <strong>de</strong> cuero, y liadas, y mis dos muletas.<br />

Dormía en un portal <strong>de</strong> un cirujano, con un<br />

pobre <strong>de</strong> cantón, uno <strong>de</strong> los mayores bellacos<br />

que Dios crió. Estaba riquísimo, y era como<br />

nuestro retor; ganaba más que todos; tenía<br />

una potra muy gran<strong>de</strong>, y atábase con un cor<strong>de</strong>l<br />

el brazo por arriba, y parecía que tenía<br />

hinchada la mano y manca, y calentura, todo<br />

junto. Poníase echado boca arriba en su<br />

puesto, y con la potra <strong>de</strong>fuera, tan gran<strong>de</strong><br />

como una bola <strong>de</strong> puente, y <strong>de</strong>cía: "¡Miren la<br />

pobreza y el regalo que hace el Señor al cristiano!".<br />

Si pasaba mujer <strong>de</strong>cía: "¡Ah, señora<br />

hermosa, sea Dios en su ánima!". Y las más,<br />

porque las llamase así, le daban limosna, y<br />

pasaban por allí aunque no fuese camino para<br />

sus visitas. Si pasaba un soldadico: "¡Ah, señor<br />

capitán!", <strong>de</strong>cía; y si otro hombre cualquiera:<br />

"¡Ah, señor caballero!". Si iba alguno<br />

en coche, luego le llamaba señoría, y si clérigo<br />

en mula, señor arcediano. En fin, él adulaba<br />

terriblemente. Tenía modo diferente para<br />

pedir los días <strong>de</strong> los santos; y vine a tener


tanta amistad con él, que me <strong>de</strong>scubrió un<br />

secreto con que, en dos días, estuvimos ricos.<br />

Y era que este tal pobre tenía tres muchachos<br />

pequeños, que recogían limosna por las calles<br />

y hurtaban lo que podían; dábanle cuenta a<br />

él, y todo lo guardaba. Iba a la parte con dos<br />

niños <strong>de</strong> la cajuela en las sangrías que hacían<br />

<strong>de</strong>llas, y tomé el mismo arbitrio, y él me encaminó<br />

la gentecica a propósito.<br />

Halléme en menos <strong>de</strong> un mes con más <strong>de</strong><br />

docientos reales horros. Y últimamente me<br />

<strong>de</strong>claró, con intento que nos fuésemos juntos,<br />

el mayor secreto y la más alta industria que<br />

cupo en mendigo, y la hicimos entrambos. Y<br />

era que hurtábamos niños, cada día, entre los<br />

dos, cuatro o cinco; pregonábanlos, y salíamos<br />

nosotros a preguntar las señas, y <strong>de</strong>cíamos:<br />

-"Por cierto, señor, que le topé a tal<br />

hora, y que si no llego, que le mata un carro;<br />

en casa está". Dábannos el hallazgo, y veníamos<br />

a enriquecer <strong>de</strong> manera que me hallé<br />

yo con cincuenta escudos, y ya sano <strong>de</strong> las<br />

piernas, aunque las traía entrapajadas.


Determiné <strong>de</strong> salirme <strong>de</strong> la corte, y tomar<br />

mi camino para Toledo, don<strong>de</strong> ni conocía ni<br />

me conocía nadie. Al fin, yo me <strong>de</strong>terminé;<br />

compré un vestido pardo, cuello y espada, y<br />

<strong>de</strong>spedíme <strong>de</strong> Valcázar, que era el pobre que<br />

dije, y busqué por los mesones en qué ir a<br />

Toledo.<br />

CAPITULO IX<br />

En que se hace representante, poeta y<br />

galán <strong>de</strong> monja<br />

Topé en un paraje una compañía <strong>de</strong> farsantes<br />

que iban a Toledo. Llevaban tres carros, y<br />

quiso Dios que, entre los compañeros, iba<br />

uno que lo había sido mío <strong>de</strong>l estudio en Alcalá,<br />

y había renegado y metídose al oficio.<br />

Díjele lo que me importaba ir allá y salir <strong>de</strong> la<br />

corte; y apenas el hombre me conocía con la<br />

cuchillada, y no hacía sino santiguarse <strong>de</strong> mi<br />

per signum crucis. Al fin, me hizo amistad,<br />

por mi dinero, <strong>de</strong> alcanzar <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más lugar<br />

para que yo fuese con ellos.<br />

Ibamos barajados hombres y mujeres, y<br />

una entre ellas, la bailarina, que también


hacía las reinas y papeles graves en la comedia,<br />

me pareció estremada sabandija. Acertó<br />

a estar su marido a mi lado, y yo, sin pensar<br />

a quien hablaba, llevado <strong>de</strong>l <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> amor y<br />

gozarla, díjele:<br />

-A esta mujer, ¿por qué or<strong>de</strong>n la podremos<br />

hablar, para gastar con su merced unos veinte<br />

escudos, que me ha parecido bien por ser<br />

hermosa?.<br />

-No me lo está a mí el <strong>de</strong>cirlo, que soy su<br />

marido -dijo el hombre-, ni tratar <strong>de</strong>so; pero<br />

sin pasión, que no me mueve ninguna, se<br />

pue<strong>de</strong> gastar con ella cualquier dinero, porque<br />

tales carnes no tiene el suelo, ni tal juguetoncica.<br />

Y diciendo esto, saltó <strong>de</strong>l carro y fuese al<br />

otro, según pareció, por darme lugar que la<br />

hablase.<br />

Cayóme en gracia la respuesta <strong>de</strong>l hombre,<br />

y eché <strong>de</strong> ver que éstos son <strong>de</strong> los que dijera<br />

algún bellaco que cumplen el preceto <strong>de</strong> San<br />

Pablo <strong>de</strong> tener mujeres como si nos la tuviesen,<br />

torciendo la sentencia en malicia. Yo gocé<br />

<strong>de</strong> la ocación, habléla, y preguntóme que


adón<strong>de</strong> iba, y algo <strong>de</strong> mi <strong>vida</strong>. Al fin, tras<br />

muchas palabras, <strong>de</strong>jamos concertadas para<br />

Toledo las obras. Ibamonos holgando por el<br />

camino mucho.<br />

Yo, acaso, comencé a representar un pedazo<br />

<strong>de</strong> la comedia <strong>de</strong> San Alejo, que me acordaba<br />

<strong>de</strong> cuando muchacho, y representélo <strong>de</strong><br />

suerte que les di cudicia. Y sabiendo, por lo<br />

que yo le dije a mi amigo que iba en la compañía,<br />

mis <strong>de</strong>sgracias y <strong>de</strong>scomodida<strong>de</strong>s, díjome<br />

que si quería entrar en la danza con<br />

ellos. Encareciéronme tanto la <strong>vida</strong> <strong>de</strong> la farándula,<br />

y yo, que tenía necesidad <strong>de</strong> arrimo,<br />

y me había parecido bien la moza, concertéme<br />

por dos años con el autor. Hícele escritura<br />

<strong>de</strong> estar con él, y diome mi ración y representaciones.<br />

Y con tanto, llegamos a Toledo.<br />

Diéronme que estudiar tres o cuatro loas, y<br />

papeles <strong>de</strong> barba, que los acomodaba bien<br />

con mi voz. Yo puse cuidado en todo, y eché<br />

la primera loa en el lugar. Era <strong>de</strong> una nave,<br />

<strong>de</strong> lo que son todas, que venía <strong>de</strong>strozada y<br />

sin provisión; <strong>de</strong>cía lo <strong>de</strong> "este es el puerto",<br />

llamaba a la gente "senado", pedía perdón <strong>de</strong>


las faltas y silencio, y entréme. Hubo un víctor<br />

<strong>de</strong> rezado, y al fin parecí bien en el teatro.<br />

Representamos una comedia <strong>de</strong> un representante<br />

nuestro (que yo me admiré <strong>de</strong> que<br />

fuesen poetas, porque pensaba que el serlo<br />

era <strong>de</strong> hombres muy doctos y sabios, y no <strong>de</strong><br />

gente tan sumamente lega). Y está ya <strong>de</strong><br />

manera esto, que no hay autor que no escriba<br />

comedias, ni representante que no haga su<br />

farsa <strong>de</strong> moros y cristianos; que me acuerdo<br />

yo antes, que si no eran comedias <strong>de</strong>l buen<br />

Lope <strong>de</strong> Vega, y Ramón, no había otra cosa.<br />

Al fin, hízose la comedia el primer día, y no<br />

la entendió nadie; al segundo, empezámosla,<br />

y quiso Dios que empezaba por una guerra, y<br />

salía yo armado y con ro<strong>de</strong>la, que, si no, a<br />

manos <strong>de</strong> mal membrillo, tronchos y ba<strong>de</strong>as,<br />

acabo. No se ha visto tal torbellino, y ello merecíalo<br />

la comedia, porque traía un rey <strong>de</strong><br />

Normandía, sin propósito, en hábito <strong>de</strong> ermitaño,<br />

y metía dos lacayos por hacer reír; y al<br />

<strong>de</strong>satar <strong>de</strong> la maraña, no había más <strong>de</strong> casarse<br />

todos, y allá vas. Al fin, tuvimos nuestro<br />

merecido.


Tratamos todos muy mal al compañero poeta,<br />

y yo principalmente, diciéndole que mirase<br />

<strong>de</strong> la que nos habíamos escapado y escarmentase.<br />

Díjome que jurado a Dios, que<br />

no era suyo nada <strong>de</strong> la comedia, sino que <strong>de</strong><br />

un paso tomado <strong>de</strong> uno, y otro <strong>de</strong> otro, había<br />

hecho aquella capa <strong>de</strong> pobre, <strong>de</strong> remiendo, y<br />

que el daño no había estado sino en lo mal<br />

zurcido. Confesóme que los farsantes que<br />

hacían comedias todo les obligaba a restitución,<br />

porque se aprovechaban <strong>de</strong> cuanto<br />

habían representado, y que era muy fácil, y<br />

que el interés <strong>de</strong> sacar trecientos o cuatrocientos<br />

reales les ponía aquellos riesgos; lo<br />

otro, que como andaban por esos lugares, les<br />

leían unos y otros comedias: -"Tomámoslas<br />

para verlas, llevámonoslas y, con añadir una<br />

necedad y quitar una cosa bien dicha, <strong>de</strong>cimos<br />

que es nuestra.". Y <strong>de</strong>claróme como no<br />

había habido farsante jamás que supiese<br />

hacer una copla <strong>de</strong> otra manera. No me pareció<br />

mal la traza, y yo confieso que me incliné<br />

a ella, por hallarme con algún natural a la<br />

poesía; y más, que tenía yo conocimiento con


algunos poetas, y había leído a Garcilaso; y<br />

así, <strong>de</strong>terminé <strong>de</strong> dar en el arte. Y con esto y<br />

la farsanta y representar, pasaba la <strong>vida</strong>. Que<br />

pasado un mes que había que estábamos en<br />

Toledo, haciendo comedias buenas y enmendando<br />

el yerro pasado, [ya] yo tenía nombre,<br />

y habían llegado a llamarme Alonsete, que yo<br />

había dicho llamarme Alonso; y por otro<br />

nombre me llamaban el Cruel, por serlo una<br />

figura que había hecho con gran aceptación<br />

<strong>de</strong> los mosqueteros y chusma vulgar. Tenía<br />

ya tres pares <strong>de</strong> vestidos, y autores que me<br />

pretendían sonsacar <strong>de</strong> la compañía. Hablaba<br />

<strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r <strong>de</strong> la comedia, murmuraba <strong>de</strong> los<br />

famosos, reprehendía los gestos a Pinedo,<br />

daba mi voto en el reposo natural <strong>de</strong> Sánchez,<br />

llamaba bonico a Morales, pedíanme el<br />

parecer en el adorno <strong>de</strong> los teatros y trazar<br />

las apariencias. Si alguno venía a leer comedia,<br />

yo era el que la oía.<br />

Al fin, animado con este aplauso, me <strong>de</strong>svirgué<br />

<strong>de</strong> poeta en un romancico, y luego<br />

hice un entremés, y no pareció mal. Atrevíme<br />

a una comedia, y porque no escapase <strong>de</strong> ser


divina cosa, la hice <strong>de</strong> Nuestra Señora <strong>de</strong>l Rosario.<br />

Comenzaba con chirimías, había sus<br />

ánimas <strong>de</strong> purgatorio y sus <strong>de</strong>monios, que se<br />

usaban entonces, con su "bu, bu" al salir, y<br />

"rri, rri" al entrar; [caíale] muy en gracia al<br />

lugar el nombre <strong>de</strong> Satán en las coplas, y el<br />

tratar luego <strong>de</strong> si cayó <strong>de</strong>l cielo, y tal. En fin,<br />

mi comedia se hizo, y pareció muy bien.<br />

No me daba manos a trabajar, porque acudían<br />

a mí enamorados, unos por coplas <strong>de</strong><br />

cejas, y otros <strong>de</strong> ojos, cuál soneto <strong>de</strong> manos,<br />

y cuál romancico para cabellos. Para cada cosa<br />

tenía su precio, aunque, como había otras<br />

tiendas, porque acudiesen a la mía, hacía barato.<br />

¿Pues villancicos? Hervía en sacristanes<br />

y <strong>de</strong>manda<strong>de</strong>ras <strong>de</strong> monjas; ciegos me sustentaban<br />

a pura oración, ocho reales <strong>de</strong> cada<br />

una; y me acuerdo que hice entonces la <strong>de</strong>l<br />

Justo Juez, grave y sonorosa, que provocaba<br />

a gestos. Escribí para un ciego, que las sacó<br />

en su nombre, las famosas que empiezan:<br />

Madre <strong>de</strong>l Verbo humanal,<br />

Hija <strong>de</strong>l Padre divino,<br />

dame gracia virginal, etc.


Fui el primero que introdujo acabar las coplas<br />

como los sermones, con "aquí gracia y<br />

<strong>de</strong>spués gloria", en esta copla <strong>de</strong> un cautivo<br />

<strong>de</strong> Tetuán:<br />

Pidámosle sin falacia<br />

al alto Rey sin escoria,<br />

pues ve nuestra pertinacia,<br />

que nos quiera dar su gracia,<br />

y <strong>de</strong>spués allá la gloria. Amén.<br />

Estaba viento en popa con estas cosas, rico<br />

y próspero, y tal, que casi espiraba ya a ser<br />

autor. Tenía mi casa muy bien a<strong>de</strong>rezada,<br />

porque había dado, para tener tapicería barata,<br />

en un arbitrio <strong>de</strong>l diablo, y fue <strong>de</strong> comprar<br />

resposteros <strong>de</strong> tabernas, y colgarlos. Costáronme<br />

veinte y cinco o treinta reales, y eran<br />

más para ver que cuantos tiene el Rey, pues<br />

por éstos se veía <strong>de</strong> puro rotos, y por esotros<br />

no se verá nada.<br />

Sucedióme un día la mejor cosa <strong>de</strong>l mundo,<br />

que, aunque es en mi afrenta, la he <strong>de</strong> contar.<br />

Yo me recogía en mi posada, el día que<br />

escribía comedia, al <strong>de</strong>sván, y allí me estaba<br />

y allí comía; subía una moza con la vianda, y


<strong>de</strong>jábamela allí. Yo tenía por costumbre escribir<br />

representando recio, como si lo hiciera<br />

en el tablado. Or<strong>de</strong>na el diablo que, a la hora<br />

y punto que la moza iba subiendo por la escalera,<br />

que era angosta y escura, con los platos<br />

y olla, yo estaba en un paso <strong>de</strong> una montería,<br />

y daba gran<strong>de</strong>s gritos componiendo mi comedia;<br />

y <strong>de</strong>cía:<br />

Guarda el oso, guarda el oso,<br />

que me <strong>de</strong>ja hecho pedazos,<br />

y baja tras ti furioso;<br />

que entendió la moza (que era gallega),<br />

como oyó <strong>de</strong>cir "baja tras ti" y "me <strong>de</strong>ja", que<br />

era verdad, y que la avisaba. Va a huir y, con<br />

la turbación, písase la saya, y rueda toda la<br />

escalera, <strong>de</strong>rrama la olla y quiebra los platos,<br />

y sale dando gritos a la calle, diciendo que<br />

mataba un oso a un hombre. Y, por presto<br />

que yo acudí, ya estaba toda la vecindad<br />

conmigo preguntando por el oso; y aun contándoles<br />

yo como había sido ignorancia <strong>de</strong> la<br />

moza, porque era lo que he referido <strong>de</strong> la<br />

comedia, aun no lo querían creer; no comí<br />

aquel día. Supiéronlo los compañeros, y fue


celebrado el cuento en la ciudad. Y <strong>de</strong>stas cosas<br />

me sucedieron muchas mientras perseveré<br />

en el oficio <strong>de</strong> poeta y no salí <strong>de</strong>l mal estado.<br />

Sucedió, pues, que a mi autor (que siempre<br />

paran en esto), sabiendo que en Toledo le<br />

había ido bien, le ejecutaron no sé por qué<br />

<strong>de</strong>udas, y le pusieron en la cárcel, con lo cual<br />

nos <strong>de</strong>smembramos todos, y echó cada uno<br />

por su parte. Yo, si va a <strong>de</strong>cir verdad, aunque<br />

los compañeros me querían guiar a otras<br />

compañías, como no aspiraba a semejantes<br />

oficios y el andar en ellos era por necesidad,<br />

ya que me vía con dineros y bien puesto, no<br />

traté <strong>de</strong> más que <strong>de</strong> holgarme.<br />

Despedíme <strong>de</strong> todos; fuéronse, y yo, que<br />

entendí salir <strong>de</strong> mala <strong>vida</strong> con no ser farsante,<br />

si no lo ha V. Md. por enojo, di en amante<br />

<strong>de</strong> red, como cofia, y por hablar más claro, en<br />

pretendiente <strong>de</strong> Antecristo, que es lo mismo<br />

que galán <strong>de</strong> monjas. Tuve ocasión para dar<br />

en esto porque una, a cuya petición había yo<br />

hecho muchos villancicos, se aficionó en un<br />

auto <strong>de</strong>l Corpus <strong>de</strong> mí, viéndome representar


un San Juan Evangelista (que lo era ella).<br />

Regalábame la mujer con cuidado, y habíame<br />

dicho que sólo sentía que fuese farsante, porque<br />

yo había fingido que era hijo <strong>de</strong> un gran<br />

caballero, y dábala compasión. Al fin, me <strong>de</strong>terminé<br />

<strong>de</strong> escribirla lo siguiente:<br />

CARTA<br />

"Más por agradar a V. Md. que por hacer lo<br />

que me importaba, he <strong>de</strong>jado la compañía;<br />

que, para mí, cualquiera sin la suya es soledad.<br />

Ya seré tanto más suyo, cuanto soy más<br />

mío. Avíseme cuándo habrá locutorio, y sabré<br />

juntamente cuándo tendré gusto", etc.<br />

Llevó el billetico la anda<strong>de</strong>ra; no se podrá<br />

creer el contento <strong>de</strong> la buena monja sabiendo<br />

mi nuevo estado. Respondióme <strong>de</strong>sta manera:<br />

RESPUESTA<br />

"De sus buenos sucesos, antes aguardo los<br />

parabienes que los doy, y me pesara <strong>de</strong>llo a<br />

no saber que mi voluntad y su provecho es


todo uno. Po<strong>de</strong>mos <strong>de</strong>cir que ha vuelto en sí;<br />

no resta agora sino perseverancia que se mida<br />

con la que yo tendré. El locutorio dudo por<br />

hoy, pero no <strong>de</strong>je <strong>de</strong> venirse V. Md. a vísperas,<br />

que allí nos veremos, y luego por las vistas,<br />

y quizá podré yo hacer alguna pandilla a<br />

la aba<strong>de</strong>sa. Y adiós", etc.<br />

Contentóme el papel, que realmente la<br />

monja tenía buen entendimiento y era hermosa.<br />

Comí y púseme el vestido con que solía<br />

hacer los galanes en las comedias. Fuime <strong>de</strong>recho<br />

a la iglesia, recé, y luego empecé a repasar<br />

todos los lazos y agujeros <strong>de</strong> la red con<br />

los ojos, para ver si parecía; cuando Dios y<br />

enhorabuena, que más era diablo y en hora<br />

mala, oigo la seña antigua: empieza a toser,<br />

y yo a toser; y andaba una tosidura <strong>de</strong> Barrabás.<br />

Arremedábamos un catarro, y parecía<br />

que habían echado pimiento en la iglesia. Al<br />

fin, yo estaba cansado <strong>de</strong> toser, cuando se<br />

me asoma a la red una vieja tosiendo, y eché<br />

<strong>de</strong> ver mi <strong>de</strong>sventura (que es peligrosísima<br />

seña en los conventos; porque como es seña<br />

a las mozas, es costumbre en las viejas, y


hay hombre que piensa que es reclamo <strong>de</strong><br />

ruiseñor, y le sale <strong>de</strong>spués graznido <strong>de</strong> cuervo).<br />

Estuve gran rato en la iglesia, hasta que<br />

empezaron vísperas. Oílas todas, que por esto<br />

llaman a los enamorados <strong>de</strong> monjas "solenes<br />

enamorados", por lo que tienen <strong>de</strong> vísperas,<br />

y tienen también que nunca salen <strong>de</strong> vísperas<br />

<strong>de</strong>l contento, porque no se les llega el<br />

día jamás.<br />

No se creerá los pares <strong>de</strong> vísperas que yo<br />

oí. Estaba con dos varas <strong>de</strong> gaznate más <strong>de</strong>l<br />

que tenía cuando entré en los amores, a puro<br />

estirarme para ver, gran compañero <strong>de</strong>l sacristán<br />

y monacillo, y muy bien recibido <strong>de</strong>l<br />

vicario, que era hombre <strong>de</strong> humor. Andaba<br />

tan tieso, que parecía que almorzaba asadores<br />

y que comía virotes.<br />

Fuime a las vistas, y allá, con ser una plazuela<br />

bien gran<strong>de</strong>, era menester inviar a tomar<br />

lugar a las doce, como para comedia<br />

nueva: hervía en <strong>de</strong>votos. Al fin, me puse en<br />

don<strong>de</strong> pu<strong>de</strong>; y podíanse ir a ver, por cosas<br />

raras, las diferentes posturas <strong>de</strong> los amantes.


Cuál, sin pestañear, mirando, con su mano<br />

puesta en la espada y la otra con el rosario,<br />

estaba como figura <strong>de</strong> piedra sobre sepulcro;<br />

otro, alzadas las manos y estendidos los brazos<br />

a lo seráfico, recibiendo las llagas; cuál,<br />

con la boca más abierta que la <strong>de</strong> mujer pedigüeña,<br />

sin hablar palabra, la enseñaba a su<br />

querida las entrañas por el gaznate; otro, pegado<br />

a la pared, dando pesadumbre a los ladrillos,<br />

parecía medirse con la esquina; cuál<br />

se paseaba como si le hubieran <strong>de</strong> querer por<br />

el portante, como a macho; otro, con una<br />

cartica en la mano, a uso <strong>de</strong> cazador con carne,<br />

parecía que llamaba halcón. Los celosos<br />

[eran] otra banda; éstos, unos estaban en<br />

corrillos riéndose y mirando a ellas; otros,<br />

leyendo coplas y enseñándoselas; cuál, para<br />

dar picón, pasaba por el terrero con una mujer<br />

<strong>de</strong> la mano; y cuál hablaba con una criada<br />

echadiza que le daba un recado.<br />

Esto era <strong>de</strong> la parte <strong>de</strong> abajo y nuestra, pero<br />

<strong>de</strong> la <strong>de</strong> arriba, adon<strong>de</strong> estaban las monjas,<br />

era cosa <strong>de</strong> ver también; porque las vistas<br />

era una torrecilla llena <strong>de</strong> rendijas toda, y


una pared con <strong>de</strong>shilados, que ya parecía salva<strong>de</strong>ra,<br />

y ya pomo <strong>de</strong> olor. Estaban todos los<br />

agujeros poblados <strong>de</strong> brújulas; allí se veía<br />

una pepitoria, una mano y acullá un pie; en<br />

otra parte había cosas <strong>de</strong> sábado: cabezas y<br />

lenguas, aunque faltaban sesos; a otro lado<br />

se mostraba buhonería: una enseñaba el rosario,<br />

cuál mecía el pañizuelo, en otra parte<br />

colgaba un guante, allí salía un listón ver<strong>de</strong>.<br />

Unas hablaban algo recio, otras tosían; cuál<br />

hacía la seña <strong>de</strong> los sombrereros, como si sacara<br />

arañas, ceceando.<br />

En verano, es <strong>de</strong> ver cómo no sólo se calienten<br />

al sol, sino se chamuscan; que es<br />

gran gusto verlas a ellas tan crudas y a ellos<br />

tan asados. En ivierno acontece, con la humidad,<br />

nacerle a uno <strong>de</strong> nosotros berros y arboledas<br />

en el cuerpo. No hay nieve que se nos<br />

escape, ni lluvia que se nos pase por alto; y<br />

todo esto, al cabo, es para ver a una mujer<br />

por red y vidrieras, como güeso <strong>de</strong> santo; es<br />

como enamorarse <strong>de</strong> un tordo en jaula, si<br />

habla, y, si calla, <strong>de</strong> un retrato. Los favores<br />

son todos toques, que nunca llegan a cabes:


un paloteadico con los <strong>de</strong>dos. Hincan las cabezas<br />

en las rejas, y apúntanse los requiebros<br />

por las troneras. Aman al escondite. ¡Y verlos<br />

hablar quedito y <strong>de</strong> rezado! ¡Pues sufrir una<br />

vieja que riñe, una portera que manda y una<br />

tornera que miente! Y lo mejor es ver cómo<br />

nos pi<strong>de</strong>n celos <strong>de</strong> las <strong>de</strong> acá fuera, diciendo<br />

que el verda<strong>de</strong>ro amor es el suyo, y las causas<br />

tan en<strong>de</strong>moniadas que hallan para probarlo.<br />

Al fin, yo llamaba ya "señora" a la aba<strong>de</strong>sa,<br />

"padre" al vicario y "hermano" al sacristán,<br />

cosas todas que, con el tiempo y el curso, alcanza<br />

un <strong>de</strong>sesperado. Empezáronme a enfadar<br />

las torneras con <strong>de</strong>spedirme y las monjas<br />

con pedirme. Consi<strong>de</strong>ré cuán caro me costaba<br />

el infierno, que a otros se da tan barato y en<br />

esta <strong>vida</strong>, por tan <strong>de</strong>scansados caminos. Veía<br />

que me con<strong>de</strong>naba a puñados, y que me iba<br />

al infierno por sólo el sentido <strong>de</strong>l tacto. Si<br />

hablaba, solía, porque no me oyesen los <strong>de</strong>más<br />

que estaban en las rejas, juntar tanto<br />

con ellas la cabeza, que por dos días siguientes<br />

traía los hierros estampados en la frente,


y hablaba como sacerdote que dice las palabras<br />

<strong>de</strong> la consagración. No me veía nadie<br />

que no <strong>de</strong>cía: "¡Maldito seas, bellaco monjil!",<br />

y otras cosas peores.<br />

Todo esto me tenía revolviendo pareceres, y<br />

casi <strong>de</strong>terminado a <strong>de</strong>jar la monja, aunque<br />

perdiese mi sustento. Y <strong>de</strong>terminéme el día<br />

<strong>de</strong> San Juan Evangelista, porque acabé <strong>de</strong><br />

conocer lo que son las monjas. Y no quiera V.<br />

Md. saber más <strong>de</strong> que las Bautistas todas enronquecieron<br />

adre<strong>de</strong>, y sacaron tales voces,<br />

que, en vez <strong>de</strong> cantar la misa, la gimieron; no<br />

se lavaron las caras, y se vistieron <strong>de</strong> viejo. Y<br />

los <strong>de</strong>votos <strong>de</strong> las Bautistas, por <strong>de</strong>sautorizar<br />

la fiesta, trujeron banquetas en lugar <strong>de</strong> sillas<br />

a la iglesia, y muchos pícaros <strong>de</strong>l rastro.<br />

Cuando yo vi que las unas por el un santo, y<br />

las otras por el otro, trataban in<strong>de</strong>centemente<br />

<strong>de</strong>llos, cogiéndola a mi monja, con título <strong>de</strong><br />

rifárselos, cincuenta escudos <strong>de</strong> cosas <strong>de</strong> labor,<br />

medias <strong>de</strong> seda, bolsicos <strong>de</strong> ámbar y<br />

dulces, tomé mi camino para Sevilla, temiendo<br />

que, si más aguardaba, había <strong>de</strong> ver nacer<br />

mandrágoras en los locutorios.


Lo que la monja hizo <strong>de</strong> sentimiento, más<br />

por lo que la llevaba que por mí, considérelo<br />

el pío letor.<br />

CAPITULO X<br />

De lo que le sucedió en Sevilla hasta<br />

embarcarse a Indias<br />

Pasé el camino <strong>de</strong> Toledo a Sevilla prósperamente,<br />

porque, como yo tenía ya mis principios<br />

<strong>de</strong> fullero, y llevaba dados cargados<br />

con nueva [pasta] <strong>de</strong> mayor y <strong>de</strong> menor, y<br />

tenía la mano <strong>de</strong>recha encubridora <strong>de</strong> un dado<br />

-pues preñada <strong>de</strong> cuatro, paría tres-, llevaba<br />

gran provisión <strong>de</strong> cartones <strong>de</strong> lo ancho y<br />

<strong>de</strong> lo largo para hacer garrotes <strong>de</strong> morros y<br />

ballestilla, y así, no se me escapaba dinero.<br />

Dejo <strong>de</strong> referir otras muchas flores, porque,<br />

a <strong>de</strong>cirlas todas, me tuvieran más por ramillete<br />

que por hombre; y también, porque antes<br />

fuera dar que imitar, que referir vicios <strong>de</strong><br />

que huyan los hombres. Mas quizá <strong>de</strong>clarando<br />

yo algunas chanzas y modos <strong>de</strong> hablar, estarán<br />

más avisados los ignorantes, y los que


leyeren mi libro serán engañados por su culpa.<br />

No te fíes, hombre, en dar tú la baraja, que<br />

te la trocarán al <strong>de</strong>spabilar <strong>de</strong> una vela.<br />

Guarda el naipe <strong>de</strong> tocamientos, raspados o<br />

bruñidos, cosa con que se conocen los azares.<br />

Y por si fueres pícaro, letor, advierte que, en<br />

cocinas y caballerizas, pican con un alfiler u<br />

doblan los azares, para conocerlos por lo<br />

hendido. Si tratares con gente honrada,<br />

guárdate <strong>de</strong>l naipe, que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la estampa fue<br />

concebido en pecado, y que, con traer atravesado<br />

el papel, dice lo que viene. No te fíes <strong>de</strong><br />

naipe limpio, que, al que da vista y retén, lo<br />

más jabonado es sucio. Advierte que, a la<br />

carteta, el que hace los naipes que no doble<br />

más arqueadas las figuras, fuera <strong>de</strong> los reyes,<br />

que las <strong>de</strong>más cartas, porque el tal doblar es<br />

por tu dinero difunto. A la primera, mira no<br />

<strong>de</strong>n <strong>de</strong> arriba las que <strong>de</strong>scarta el que da, y<br />

procura que no se pidan cartas u por los <strong>de</strong>dos<br />

en el naipe u por las primeras letras <strong>de</strong><br />

las palabras.


No quiero darte luz <strong>de</strong> más cosas; éstas<br />

bastan para saber que has <strong>de</strong> vivir con cautela,<br />

pues es cierto que son infinitas las maulas<br />

que te callo. "Dar muerte" llaman quitar el<br />

dinero, y con propiedad; "revesa" llaman la<br />

treta contra el amigo, que <strong>de</strong> puro revesada<br />

no la entien<strong>de</strong>; "dobles" son los que acarrean<br />

sencillos para que los <strong>de</strong>suellen estos rastreros<br />

<strong>de</strong> bolsas; "blanco" llaman al sano <strong>de</strong> malicia<br />

y bueno como el pan, y "negro" al que<br />

<strong>de</strong>ja en blanco sus diligencias.<br />

Yo, pues, con este lenguaje y con estas flores,<br />

llegué a Sevilla con el dinero <strong>de</strong> las camaradas;<br />

gané el alquiler <strong>de</strong> las mulas, y la<br />

comida y dineros a los güéspe<strong>de</strong>s <strong>de</strong> las posadas.<br />

Fuime luego a apear al mesón <strong>de</strong>l Moro,<br />

don<strong>de</strong> me topó un condicípulo mío <strong>de</strong> Alcalá,<br />

que se llamaba Mata, y agora se <strong>de</strong>cía,<br />

por parecerle nombre <strong>de</strong> poco ruido, Matorral.<br />

Trataba en <strong>vida</strong>s, y era ten<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> cuchilladas,<br />

y no le iba mal. Traía la muestra <strong>de</strong>llas<br />

en su cara, y por las que le habían dado, concertaba<br />

tamaño y hondura <strong>de</strong> las que había<br />

<strong>de</strong> dar. Decía: "No hay tal maestro como el


ien acuchillado"; y tenía razón, porque la<br />

cara era una cuera, y él un cuero. Díjome que<br />

me había <strong>de</strong> ir a cenar con él y otros camaradas,<br />

y que ellos me volverían al mesón.<br />

Fui; llegamos a su posada, y dijo:<br />

-Ea, quite la capa vuacé, y parezca hombre,<br />

que verá esta noche todos los buenos hijos <strong>de</strong><br />

Jevilla. Y porque no lo tengan por maricón,<br />

ahaje ese cuello y agobie <strong>de</strong> espaldas; la capa<br />

caída, que siempre nosotros andamos <strong>de</strong><br />

capa caída; ese hocico, <strong>de</strong> tornillo, gestos a<br />

un lado y a otro; y haga vucé <strong>de</strong> las j, h, y <strong>de</strong><br />

las h, j. Diga conmigo: jerida, mojino, jumo,<br />

pahería, mohar, habalí, y harro <strong>de</strong> vino". Tomélo<br />

<strong>de</strong> memoria. Prestóme una daga, que<br />

en lo ancho era alfanje, y, en lo largo, <strong>de</strong> comedimiento<br />

suyo no se llamaba espada, que<br />

bien podía.<br />

-Bébase -me dijo- esta media azumbre <strong>de</strong><br />

vino puro, que si no da vaharada, no parecerá<br />

valiente.<br />

Estando en esto, y yo con lo bebido atolondrado,<br />

entraron cuatro <strong>de</strong>llos, con cuatro zapatos<br />

<strong>de</strong> gotoso por caras, andando a lo co-


lumpio, no cubiertos con las capas sino fajados<br />

por los lomos; los sombreros empinados<br />

sobre la frente, altas las faldillas <strong>de</strong> <strong>de</strong>lante,<br />

que parecían dia<strong>de</strong>mas; un par <strong>de</strong> herrerías<br />

enteras por guaniciones <strong>de</strong> dagas y espadas;<br />

las conteras, en conversación con el calcañar<br />

<strong>de</strong>recho; los ojos <strong>de</strong>rribados, la vista fuerte;<br />

bigotes buidos a lo cuerno, y barbas turcas,<br />

como caballos.<br />

Hiciéronnos un gesto con la boca, y luego a<br />

mi amigo le dijeron, con voces mohínas, sisando<br />

palabras:<br />

-Seidor.<br />

-So compadre -respondió mi ayo.<br />

Sentáronse; y para preguntar quién era yo,<br />

no hablaron palabra, sino el uno miró a Matorrales,<br />

y, abriendo la boca y empujando hacía<br />

mí el lado <strong>de</strong> abajo me señaló. A lo cual mi<br />

maestro <strong>de</strong> novicios satisfizo empuñando la<br />

barba y mirando hacia abajo. Y con esto, se<br />

levantaron todos y me abrazaron, y yo a<br />

ellos, que fue lo mismo que si catara cuatro<br />

diferentes vinos.


Llegó la hora <strong>de</strong> cenar; vinieron a servir<br />

unos pícaros que los bravos llaman "cañones".<br />

Sentámonos a la mesa; aparecióse luego<br />

el alcaparrón; empezaron, por bienvenido,<br />

a beber a mi honra, que yo, hasta que la vi<br />

beber, no entendí que tenía tanta. Vino pescado,<br />

y carne, y todo con apetitos <strong>de</strong> sed. Estaba<br />

una artesa en el suelo llena <strong>de</strong> vino, y<br />

allí se echaba <strong>de</strong> buces el que quería hacer la<br />

razón; contentóme la penadilla; a dos veces,<br />

no hubo hombre que conociese al otro.<br />

Empezaron pláticas <strong>de</strong> guerra; menu<strong>de</strong>ábanse<br />

los juramentos; murieron, <strong>de</strong> brindis a<br />

brindis, veinte o treinta sin confesión; recetáronsele<br />

al asistente mil puñaladas; tratóse <strong>de</strong><br />

la buena memoria <strong>de</strong> Domingo Tiznado, y<br />

Gayón; <strong>de</strong>rramóse vino en cantidad al ánima<br />

<strong>de</strong> Escamilla; los que las cogieron tristes, lloraron<br />

tiernamente al mal logrado Alonso Alvarez.<br />

Y a mi compañero, con estas cosas, se<br />

le <strong>de</strong>sconcertó el reloj <strong>de</strong> la cabeza, y dijo,<br />

algo ronco, tomando un pan con las dos manos<br />

y mirando a la luz:


-Por ésta, que es la cara <strong>de</strong> Dios, y por<br />

aquella luz que salió por la boca <strong>de</strong>l ángel,<br />

que si vuce<strong>de</strong>s quieren, que esta noche<br />

hemos <strong>de</strong> dar al corchete que siguió al pobre<br />

Tuerto.<br />

Levantóse entre ellos alarido disforme, y<br />

<strong>de</strong>snudando las dagas, lo juraron poniendo<br />

las manos cada uno en el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> la artesa,<br />

y echándose sobre ella <strong>de</strong> hocicos; dijeron:<br />

-Así como bebemos este vino, hemos <strong>de</strong><br />

beberle la sangre a todo acechador.<br />

-¿Quién es este Alonso Alvarez -pregunté-<br />

que tanto se ha sentido su muerte?.<br />

-Mancebito -dijo el uno- lidiador ahigadado,<br />

mozo <strong>de</strong> manos y buen compañero. ¡Vamos,<br />

que me retientan los dimoños!<br />

Con esto, salimos <strong>de</strong> casa a montería <strong>de</strong><br />

corchetes. Yo, como iba entregado al vino y<br />

había renunciado en su po<strong>de</strong>r mis sentidos,<br />

no advertí al riesgo que me ponía. Llegamos<br />

a la calle <strong>de</strong> la Mar, don<strong>de</strong> encaró con nosotros<br />

la ronda. No bien la columbraron, cuando,<br />

sacando las espadas, la embistieron; yo<br />

hice lo mismo, y limpiamos dos cuerpos <strong>de</strong>


corchetes <strong>de</strong> sus malditas ánimas, al primer<br />

encuentro. El alguacil puso la justicia en sus<br />

pies, y apeló por la calle arriba dando voces.<br />

No lo pudimos seguir, por haber cargado <strong>de</strong>lantero.<br />

Y, al fin, nos acogimos a la Iglesia<br />

Mayor, don<strong>de</strong> nos amparamos <strong>de</strong>l rigor <strong>de</strong> la<br />

justicia, y dormimos lo necesario para espumar<br />

el vino que hervía en los cascos. Y vueltos<br />

ya en nuestro acuerdo, me espantaba yo<br />

<strong>de</strong> ver que hubiese perdido la justicia dos<br />

corchetes, y huido el alguacil <strong>de</strong> un racimo <strong>de</strong><br />

uvas, que entonces lo éramos nosotros.<br />

Pasábamoslo en la iglesia notablemente,<br />

porque, al olor <strong>de</strong> los retraídos, vinieron ninfas,<br />

<strong>de</strong>snudándose para vestirnos. Aficionóseme<br />

la Grajales; vistióme <strong>de</strong> nuevo <strong>de</strong> sus<br />

colores. Súpome bien y mejor que todas esta<br />

<strong>vida</strong>; y así, propuse <strong>de</strong> navegar en ansias con<br />

la Grajal hasta morir. Estudié la jacarandina,<br />

y en pocos días era rabí <strong>de</strong> los otros rufianes.<br />

La justicia no se <strong>de</strong>scuidaba <strong>de</strong> buscarnos;<br />

rondábanos la puerta, pero, con todo, <strong>de</strong> media<br />

noche abajo, rondábamos disfrazados. Yo<br />

que vi que duraba mucho este negocio, y más


la fortuna en perseguirme (no <strong>de</strong> escarmentado,<br />

que no soy tan cuerdo, sino <strong>de</strong> cansado,<br />

como obstinado pecador), <strong>de</strong>terminé, consultándolo<br />

primero con la Grajal, <strong>de</strong> pasarme a<br />

Indias con ella, a ver si, mudando mundo y<br />

tierra, mejoraría mi suerte. Y fueme peor,<br />

como V. Md. verá en la segunda parte, pues<br />

nunca mejora su estado quien muda solamente<br />

<strong>de</strong> lugar, y no <strong>de</strong> <strong>vida</strong> y costumbres.

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