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J.J.BENITEZ CARTAS A UN IDIOTA - J.J.Benítez

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J.J.<strong>BENITEZ</strong><br />

<strong>CARTAS</strong> A <strong>UN</strong> <strong>IDIOTA</strong><br />

Memorias de un desmemoriado


A Jiménez Moreno, Tomás Daroca, Lola Gómez,<br />

Mercedes Castrillo, Manolo Mato, Carlos Garda, Juani<br />

Delgado, José Manuel Jiménez Moragas, José Aciara, Luis<br />

Miguel, María José Camacho, Trinidad Merino, Manuela<br />

Cueto, Soledad Galindo, Toñi Montes, Pepe Orcero y Paco<br />

Martín (entre otros)) por hacer fácil lo difícil.<br />

Y a Blanca, por supuesto.<br />

Bilbao 30-8-03


Ese mundo de la ciencia viene a ser cual un<br />

enjambre de mecanismos que nos suministran<br />

objetos y que, en tanto que seres, resultan meras<br />

sombras. Porque hay otro mundo mucho más real<br />

para nosotros. Lo vemos, lo sentimos y todas<br />

nuestras emociones nos enlazan con él.<br />

No podemos analizado ni medido.<br />

Su misterio es infinito.<br />

Sólo podemos decir: «Aquí estás.»<br />

Ese mundo de la emoción se halla lejos de la<br />

ciencia; y es el arte quien lo ocupa.<br />

RABINDRANATH TAGORE


PRIMERA PARTE<br />

Nada de guiones. Nada de estructuras o andamiajes. Es la primera vez<br />

que lo intento y lo conseguiré. ¿Puedo permitirme ese lujo? ¿Puedo<br />

escribir para mí mismo? ¿Puedo «olvidar» a la editorial e, incluso, a los<br />

lectores? Después de 49 libros escritos y 44 publicados tengo ese derecho<br />

(creo). Quiero escribir por el placer (o por el dolor) de escribir. Con una<br />

idea en el horizonte. Eso es todo. Mejor dicho, con un sentimiento en la<br />

lejanía. Eso es todo. Después y ahora, ya veremos qué sale...<br />

Sin guión. Eso es. A cuerpo descubierto. Dejando que<br />

gobierne el corazón. Dejando que la razón se enfríe. Pensando sólo en lo<br />

que sucedió. Pensando en ella...<br />

9 DE JULIO (2002)<br />

MARTES<br />

Fue poco después de las 16 horas. Probablemente estaba cansado y decidí<br />

relajarme. Me acosté en el dormitorio y esperé. El sueño, sin embargo, no<br />

llegó. Y prosiguió la batalla: serie de televisión sin terminar, nuevas<br />

investigaciones, viajes inmediatos, deudas, ¿ingresos?, hijos, libros a<br />

entregar a los editores... ¡Cómo me gustaría pensar «en una sola<br />

dirección»! Pensar en algo, sí, y después, en lo siguiente. Pensar<br />

ordenadamente. Pero eso, al parecer, no es humano.<br />

Y ocurrió. De pronto -poco después de las 16 horas- la vi. Era julio.<br />

Hacía calor. Estaba desnudo sobre la cama. Al fondo, sin sonido,<br />

gesticulaban los colorines de un televisor. No puedo explicado, pero allí<br />

estaba. Mi pie izquierdo no era un pie. Y me sobresalté. No sé cómo ni por<br />

qué pero mi pie se transformó en una calavera. Y me asusté. La vi con<br />

claridad. Era un cráneo humano. Un cráneo que se movía despacio, muy<br />

lentamente. Unos movimientos que coincidían con los del pie (!). Durante<br />

algunos segundos no me atreví a parpadear. ¿Qué era aquello? ¿La<br />

muerte?<br />

Y de un salto escapé de la visión y del lugar. Fue inútil. Seguí reteniendo<br />

la imagen en mi memoria. Hoy, incluso, después de lo ocurrido, sigue ahí,


con las cuencas negras, enormes y absorbentes. Y me mira sin palabras.<br />

Entonces, y ahora, me pregunto: ¿fue un aviso? Y lo más importante: ¿se<br />

cumplió o está por cumplir?<br />

Minutos después -a eso de las 17 horas-, Blanca, mi mujer, me<br />

reclamaba desolada. Nicolás acababa de aparecer flotando en el agua del<br />

retrete, en el pequeño baño situado en el lavadero. El hermoso mirlo negro<br />

(todavía una cría) se había caído del nido pocas horas antes. Y Blanca, con<br />

dulzura, lo alimentó y preservó. Fue un milagro que nos percatáramos de<br />

su presencia, en mitad del jardín, y entre el continuo ir y venir de Zal y<br />

Odín, los perros que guardan el lugar. La madre, enloquecida, me<br />

sobrevoló en dos o tres oportunidades, mientras buscaba la forma de<br />

capturarlo y ponerlo a buen recaudo. Recuerdo que levanté la vista y le<br />

dije: «Tranquila. Te lo devolveré en cuanto se recupere.»<br />

No vivió mucho. En un descuido terminó ahogándose en un retrete.<br />

Era la segunda «señal» en un solo día. Dos «señales» claramente<br />

emparentadas con la muerte. Así, al menos, lo percibí y así quedó escrito<br />

en uno de mis cuadernos de campo. ¿Dos avisos? ¿Dos advertencias sobre<br />

la muerte? ¿La muerte de quién? Obviamente, quien no me conozca<br />

pensará –con razón- que cuanto he referido es consecuencia de la locura.<br />

Muy bien. ¿Qué puede importarme ese tipo de opinión? Yo sé que fue real.<br />

Yo sé que el mundo funciona con «señales», aunque la mayor parte de<br />

cuantos habitamos el planeta somos «ciegos» (de nacimiento).<br />

13 DE JULIO<br />

SÁBADO<br />

Cuesta vencer la inercia. No es fácil escribir para uno mismo. No, al<br />

menos, después de toda una vida entregada a la investigación y difusión.<br />

¿Me estaré engañando a mí mismo? ¿No será que el subconsciente<br />

continúa trabajando para el lector? Que sea lo que Dios quiera...<br />

Ese sábado recibí una mala noticia: Castillo, el viejo y leal pescador,<br />

mi amigo, fue ingresado en el Hospital de Puerto Real. Problemas con el<br />

cansado corazón...<br />

Al verlo en la UCI regreso a la imagen del pie izquierdo convertido en<br />

calavera humana. Me estremezco. ¿He acertado? ¿Se muere mi amigo?<br />

Las horas discurren lentas. Más que lentas, pesadas y en tinieblas. Pero<br />

Castillo sale adelante. Quizá la visión del cráneo sólo fue un aviso. Por<br />

supuesto, nadie sabe nada. Tampoco Blanca.


14 DE JULIO<br />

DOMINGO<br />

Emprendo un nuevo viaje. Esta vez a Bilbao. La serie de televisión<br />

«Planeta encantado» se encuentra en pleno montaje. Con un poco de suerte<br />

podría estar concluida en dos o tres meses. No hagamos planes...<br />

Castillo se recupera. Lo he visitado de nuevo y he leído el miedo y la<br />

preocupación en sus ojos. La muerte ha pasado de largo pero, durante unos<br />

instantes, se detuvo y le miró. Castillo lo sabe y me lo ha dicho sin<br />

palabras. Promete dejar de fumar y vivir. (VIVIR, con mayúsculas.)<br />

Mientras consumo los 1.100 kilómetros que separan Barbate de Bilbao, yo<br />

también pienso en VIVIR y en dejar de fumar. Y lo hago intensamente<br />

(mientras fumo).<br />

¿Dejar de fumar? ¿Después de cuarenta años? Lo veo casi imposible...<br />

No entiendo. ¿Por qué sigo viendo la calavera humana en mi pie<br />

izquierdo? Castillo ha salido adelante. Quizá estoy equivocado. Quizá<br />

estaba dormido y sólo fue un sueño. Un mal sueño. ¿O no? Yo sé que no.<br />

¿VIVIR, con mayúsculas? Otro viejo y añorado sueño. Lo predico casi<br />

a diario, en mis libros. VIVIR. Eso es lo que cuenta. Sin embargo, soy el<br />

primero que no lo cumple. No VIVO. En el mejor de los casos,<br />

MALVIVO. y los pensamientos (en todas las direcciones) me atropellan:<br />

lunes (reunión con montaje), la música no me gusta, llamada al cura Iñaki<br />

(sabe de un caso de «resucitado»), almuerzo con el equipo, no olvides la<br />

visita al asesor (el capítulo de Colón conviene someterlo a una sepia), echo<br />

de menos a Blanca, la productora no responde, demasiado rojo en el<br />

Sahara (cómo filtrarlo), me falta tiempo (debo empezar el quinto volumen;<br />

me inclino por Tassili), cómo viviremos a partir del otoño (no sé nada de<br />

la editorial), quiero retirarme.. .<br />

Lo sé. No es bueno vivir con minúsculas. En realidad no puedo hacer<br />

otra cosa. Alguien tiene que pagar las facturas. ¿O no?<br />

15 DE JULIO<br />

L<strong>UN</strong>ES<br />

Bilbao. 8 horas. Al tratar de cumplir uno de los encargos de mi mujer<br />

sucede algo preocupante. Ocurre en plena Gran Vía. Es decir, en un<br />

terreno plano. De pronto me asalta un dolor intensísimo. Es como un


lanzazo en mitad del pecho. Voy frenando el paso. El dolor se ramifica por<br />

los brazos. Siento un extraño ahogo.<br />

¡Maldito tabaco! Sudor frío. Tengo que detenerme. Lo hago junto a un<br />

semáforo (para disimular). El dolor va desapareciendo y termina por<br />

extinguirse. Miro a mi alrededor. La gente camina. Mira sin ver. Todo<br />

parece normal. Todo menos yo...<br />

Me asusto. El afilado dolor se ha prolongado durante medio minuto.<br />

Me da miedo continuar la marcha. ¿Por qué tengo miedo?<br />

Avanzo de nuevo. Muy despacio. El día es precioso. Debo animarme.<br />

Queda mucho por hacer. Terminada la visita al asesor volveré a Llodio, a<br />

los estudios. El dolor -concentrado y pulsante- regresa por segunda vez.<br />

No es un dolor: es un cañonazo en pleno tórax. El sudor frío (¿será el<br />

pánico?) me delata. Miro a mi al rededor, como si la puñalada fuera<br />

compartida. ¡Pobre idiota! Nadie mira a nadie.<br />

Me detengo. Calculo el trayecto recorrido: apenas cien metros. ¡Dios!<br />

¿Qué ocurre?<br />

El dolor remite. Se apaga como una vela. Queda un hilo (una columna<br />

en mi memoria). Respiro hondo. No sirve de mucho. El miedo me ha<br />

tomado del brazo. Pero, ¿cómo es posible? Esto no está sucediendo. Yo no<br />

soy el protagonista...<br />

Tercer intento. Otros cien metros. Otro semáforo. Esta vez el dolor se<br />

presenta sin avisar. Asciende de golpe, casi hasta la garganta. Mi boca está<br />

seca (del terror, supongo). Creo reconocer los síntomas. Tres «avisos» en<br />

poco menos de trescientos metros y en poco más de tres minutos. Esto<br />

podría ser un infarto. ¿Infarto? Es decir, muerte o posible muerte. Pero...<br />

Nunca una avenida me pareció tan larga. Nunca, creo, estuve o me sentí<br />

tan solo y desamparado. Si continuaba caminando podía caer fulminado.<br />

¿Qué hacer? ¿Llamar? ¿A quién? Blanca se encontraba en «Ab-ba», a más<br />

de mil kilómetros y ajena a todo. Y la timidez y una estúpida tozudez me<br />

mantuvieron al margen de cuanto me rodeaba. Esto pasará -pensé-.<br />

Resiste. Y así lo hice. Resistí en mitad de la nada, sentado en un solitario<br />

banco, esperando con terror la nueva acometida del dolor. Entonces<br />

recordé: no era la primera vez que experimentaba aquella puñalada en<br />

mitad del esternón. La primera fue en la isla de Pascua, en enero de ese<br />

año 2002. Pensé en el tabaco. Después ocurrió en el Tassili N' Ajer, en<br />

Argelia. Después en Israel y Jordania...<br />

¡Qué absurdo! ¿Por qué me empeñaba en sumar el número de infartos<br />

(?) experimentados en esos seis meses? Sumé trece, como mínimo (que<br />

pudiera recordar). Trece puñales. ¿Trece «avisos»? Y de nuevo la calavera


en el pie izquierdo. El sudor frío me hizo temblar.<br />

Me negué a aceptado. «Esto no está sucediendo. No a mí.» Y llevé a<br />

cabo un provisional y, probablemente, más que falso examen de<br />

conciencia. Tengo 55 años -me dije-. Soy una persona sana y deportista.<br />

Hago miles de kilómetros al año. No bebo, prácticamente. La dieta es casi<br />

espartana. Fumo, eso sí, pero sólo uno o dos paquetes al día. No puede ser.<br />

Esto no va conmigo.<br />

La mentira (¿o no fue tal?) se apagó un par de horas después cuando, en<br />

mitad de una de las grabaciones, «olvidado» el percance de la mañana, el<br />

dolor llamó nuevamente a las puertas aunque -eso sí-, en esta oportunidad,<br />

con los nudillos. No lo dudé. Llamé a un buen amigo (el doctor<br />

Larrazabal) y, naturalmente, «suavicé» la situación. De haberle dicho la<br />

verdad, lo más probable es que todo hubiera quedado en suspenso.<br />

¿Interrumpir el trabajo? Eso era impensable. Más aún: absurdo. Y la cita<br />

en el Hospital de Santa Marina fue establecida para la mañana del martes,<br />

23 de julio. ¡Ocho días después! Ocho días en los que, obviamente, sólo<br />

pensé en el trabajo y en mi mujer.<br />

Sin comentarios...<br />

23 DE JULIO<br />

MARTES<br />

12 horas. Me presento en el hospital. Mejor dicho, nos presentamos: el<br />

miedo y yo. Manu Larrazabal, como siempre, equilibra los ánimos. Sonríe<br />

y solicita paciencia. Sólo se trata de pruebas. Pura rutina. Mi amigo<br />

escucha y observa. Por eso es un maestro.<br />

Sigo pensando que todo es una pesadilla. Esto no está sucediendo. No<br />

a mí. Pero las pruebas médicas no son fantasía.<br />

13.30 horas. Manu me recibe de nuevo. Examina las placas, electros,<br />

etc., y sentencia: «tienes que hacer otras pruebas. En especial la de<br />

esfuerzo. Será mañana, a las 9.30».<br />

Veo que tantea. Sabe que soy fuerte, pero quiere asegurarse. «Podría<br />

(?) tratarse de una angina de pecho...» Subraya el potencial simple:<br />

«podría».<br />

Más o menos intuyo de qué está hablando. El estómago se hace un<br />

nudo. Algo falla en el corazón.<br />

«... Cuando las arterias se obstruyen -prosigue el médico midiendo


cada palabra-, la sangre puede no llegar a determinadas zonas del<br />

corazón o llegar en una cantidad insuficiente. Si ocurre algo así aparece la<br />

angina de pecho. Es decir, un dolor, opresión o malestar que coincide con<br />

el ejercicio, trabajo, emociones, etc., o con el reposo...»<br />

Arterias obstruidas. Cerradas o casi. La sangre no llega y, por tanto, el<br />

oxígeno no alimenta al miocardio. El corazón «protesta» y se produce la<br />

angina o, en el peor de los casos, el infarto. En otras palabras: la angina de<br />

pecho era un aviso, un paso previo. La muerte, en efecto, estaba<br />

rondándome. ¿Era así? El doctor asintió con la cabeza. Pero, de<br />

inmediato, aclaró: «debemos esperar las nuevas pruebas...».<br />

El resto del día transcurrió en un territorio desconocido para mí: el de<br />

la incredulidad. El trabajo prosiguió, claro está, pero con el piloto<br />

automático. Mis pensamientos, en desorden, giraban como burros ciegos<br />

en torno a una idea central: «puedes morir en cualquier momento».<br />

¿Morir? ¿Yo? ¿Por qué? En esos críticos instantes comprendí que, a<br />

pesar de mis múltiples escritos sobre la muerte, no estaba preparado. Todo<br />

era teoría. Bellas palabras. Hermosas y prometedoras ideas. Sólo eso. En el<br />

fondo estaba aterrorizado. Tan asustado que, incluso, prescindí de la<br />

caótica noria de los pensamientos. Y me encerré en mí mismo, con los ojos<br />

del alma abiertos como platos.<br />

24 DE JULIO<br />

MIÉRCOLES<br />

Hay momentos en la vida en los que, no sé por qué razón o razones, todo<br />

se precipita. Eso fue lo que percibí en aquella mañana.<br />

El doctor Larrazabal me recibió con su acostumbrada sonrisa. Y se<br />

mostró especialmente cariñoso. Siempre lo fue conmigo, lo sé, pero, en<br />

aquella oportunidad, detecté algo fuera de lo normal. Era como si supiera,<br />

como si intuyera. Naturalmente guardó silencio.<br />

9.30 horas. Servicio de Cardiología. Hospital de Santa Marina<br />

(alrededores de Bilbao). Observo por las ventanas. El día se acerca luminoso<br />

y espléndido. No comprendo. Hoy, justamente, debería presentarse<br />

de acuerdo con las circunstancias. Me niego a seguir pensando en la<br />

muerte. Probablemente, todo sea un error.<br />

Ascen (¿por qué hay nombres que jamás se olvidan?) indica que me<br />

desnude de cintura para arriba. Sorpresa: los dedos tiemblan. No me atrevo


a inspirar en profundidad (cualquier cosa con tal de no despertar al<br />

dolor). Echo de menos a Blanca. Todavía no sabe nada.<br />

La enfermera señala una cinta sin fin, una de esas máquinas para correr<br />

o caminar. La mujer me invita a subir y procura hacer fácil lo difícil. Le<br />

basta con un par de sonrisas. Se lo agradezco desde detrás del miedo. Y<br />

empieza una lenta y, para mí, indescifrable tarea de conexiones. Es la<br />

prueba de esfuerzo. Un galimatías (en forma de cables) me conecta con<br />

una o varias máquinas y monitores (?). El miedo parece un impermeable.<br />

Se trata de medir el nivel de esfuerzo que puede tolerar el corazón. En<br />

este caso, un corazón aterrorizado. Y me pregunto: ¿medirá también el<br />

pánico? Ascen observa el brillo de la piel y refuerza la sonrisa en un<br />

generoso pero inútil intento de tranquilizarme. Y explica las funciones de<br />

la máquina. Me niego a entender. Sólo quiero que acabe cuanto antes.<br />

«... Controlaremos la tensión arterial y el ECG...»<br />

¿Qué puede suceder? Ascen habla de someterme al máximo esfuerzo, a<br />

un ejercicio límite que, en definitiva, provoque un dolor similar al de la<br />

puñalada en el pecho. Si eso ocurre -insiste- deberé avisar de inmediato.<br />

No pregunto. No quiero saber. Ella repite: «... En cuanto aparezca el dolor,<br />

por favor, hazme una señal.»<br />

Una duda queda flotando en el cielo del miedo. ¿Podría ese dolor<br />

romper el corazón? ¿Podría morir aquí mismo? Me trago la incertidumbre.<br />

No sabe a nada.<br />

La cinta empieza a rodar... Camino bien... Más rápido... Quince<br />

segundos... Más velocidad... Treinta segundos... Intento concentrarme en el<br />

tapiz, en los cables, en los electrodos del electrocardiograma, en la<br />

atentísima mirada de los técnicos (miradas fijas en unos monitores que no<br />

veo)... ¿Qué observan?.. ¿Arterias obstruidas?.. ¿Falta de riego en el<br />

corazón?.. ¿Trastornos en el ritmo cardíaco o en la tensión arterial?.. Un<br />

minuto... Todo va bien... El corazón resiste... Más velocidad... Me dicen<br />

que no corra, que aguante el paso... ¡Camina!... Un minuto y quince<br />

segundos... No siento dolor... Empiezo a entusiasmarme... Acelero... Creo<br />

que sonrío... Todo ha sido una falsa alarma... El corazón responde y lo<br />

hace a la perfección... ¡Falsa alarma!... Un minuto y treinta segundos... El<br />

sol tiene razón: brilla justificadamente... Busco la mirada de la enfermera...<br />

No la encuentro... Sigue baja y pendiente de una de las pantallas... La<br />

máquina acelera... Dos minutos... ¡Oh, no!... El dolor, el familiar lanzazo<br />

en el esternón se presenta de improviso... Nace (?) en lo más profundo y se<br />

derrama como dueño y señor... Me engaño a mí mismo y guardo silencio...<br />

Sólo son unos segundos... La garra me despedaza y me rindo... Doy la<br />

alarma... No sé cómo pero ellos lo sabían... Silencio... Alguien pregunta:


¿puedes continuar?.. Digo que sí... En realidad no puedo, pero quiero<br />

llegar hasta el final... El dolor (no hay palabras) lo domina todo... Domina<br />

la carne, la mente, el exterior... Cinco minutos... Tengo que parar... La<br />

máquina sigue... Camino, sí, pero las lágrimas están llamando a mi<br />

puerta... Me gustaría pensar... Imposible... El dolor piensa por mí... Él<br />

siente por mí... Seis minutos... Levanto la mano... La cinta se detiene... El<br />

dolor retrocede... Sigue el silencio en la sala... ¿Para qué hablar?.. El dolor<br />

se ha explicado mejor que nadie...<br />

Después, los recuerdos son confusos. Aparecen mezclados y en la niebla.<br />

Alguien me sentó en un despacho y, supongo, trató de explicar lo que<br />

habían visto en la prueba de esfuerzo: isquemia miocárdica de alto riesgo.<br />

Así lo llamaron. Es decir, unas arterias atascadas que podían conducir a la<br />

muerte súbita o, lo que era peor, a una silla de ruedas. Arterias obstruidas -<br />

quién sabe por qué- que me colocaban al filo del precipicio. Ésa era la<br />

cuestión. Eso era lo único que importaba. La muerte, al parecer, acababa<br />

(?) de posarse en el alero de mi vida. Y se alisaba el plumaje, como distraída.<br />

Federico, el cardiólogo, fue implacable. Mejor así. Sólo un cateterismo<br />

podría proporcionar una idea exacta del grado de obstrucción de esas<br />

arterias. Palidecí. ¿Más aún?<br />

Para comprobar el estado de las arterias coronarias -explicó- se introducen<br />

por la ingle, o por el brazo, unos tubos muy finos (catéteres), generalmente<br />

de plástico, que se deslizan con una cámara de televisión por venas o<br />

arterias, llegando finalmente al corazón. Sólo así -subrayó- se obtiene la<br />

información necesaria sobre tu problema ¿Mi problema? El médico asintió<br />

con firmeza. Sí, era un problema grave y muy urgente. El subrayado fue de<br />

él. Cuando insinué si el «problema» podía esperar a septiembre (el trabajo<br />

sí era urgente), Fede se mantuvo serio y negó con la cabeza. Estaba claro.<br />

Urgente significa lo que significa. Tenía que ponerme -de inmediato- en<br />

manos de un especialista. Tenía que verificar el grado de obstrucción de<br />

las «tuberías» e intentar «desatascarlas». Eso o la muerte. Eso o la<br />

paralización total o parcial. Y a juzgar por la crueldad del dolor en el<br />

pecho, esa posibilidad de muerte no era remota ni teórica.<br />

Supongo que fue una excusa. Tenía que pensar. Tenía que regresar a<br />

casa y hablar con mi mujer. Y opté por huir del hospital. Buscaría al<br />

especialista, sí, pero en otro momento y en otro lugar. Fue una huida hacia<br />

adelante. Lo más simple y sensato hubiera sido permanecer en Bilbao y<br />

dejar hacer a los médicos. Allí, además, ya conocían el problema. Pero no.<br />

La angustia fue inundando los compartimentos de ese corazón amenazado<br />

y quise escapar, airear los restos de aquel espíritu frente a la mar, mi<br />

aliada. Allí, seguramente, despertaría de tan absurda e imposible pesadilla.<br />

Allí, el viento de levante haría desaparecer cables, monitores e isquemias<br />

miocárdicas de alto riesgo. Allí, en «Ab-ba», todo sería como antes.


12.30 horas. Alguien me entrega un informe clínico de cuanto ha sucedido<br />

(?) y me recomienda que visite (de inmediato) al experto en cateterismo.<br />

Digo a todo que sí, pero, verdaderamente, ni siento ni padezco. No leo el<br />

documento. Me limito a guardado y, con él, un spray de nitroglicerina.<br />

Una especie de salvavidas al que deberé aferrarme si regresa el dolor. Una<br />

dosis (una pulverización) bajo la lengua es suficiente. Si el puñal sigue en<br />

el pecho, otra dosis a los cinco minutos y así sucesivamente hasta que...<br />

Lo dicho. Me niego a pensar. Sólo quiero huir. El cilindro spray de la<br />

nitro, para colmo, mide ocho centímetros. ¡Ocho! ¡El número de la<br />

muerte! No pienso abrirlo.<br />

El Dr. Larrazabal me acompaña hasta el aparcamiento. El sol continúa<br />

insultándome. ¿A qué se debe semejante lujo? Hoy es un día de luto para<br />

mí. Casi estoy muerto. Manu lo intuye, me observa con preocupación y,<br />

generoso, me regala los mejores consejos. Consejos que no escucho. Me<br />

obliga a caminar despacio, deteniéndonos cada cincuenta metros. Manu<br />

opina que ese viaje, hasta Cádiz, es una temeridad. No obedezco.<br />

Nos abrazamos. Es un abrazo silencioso y casi sin fin. Sobran las palabras.<br />

Manu sabe que la muerte se ha detenido sobre el pobre andamiaje de mi<br />

vida. «Pensé que era la última vez que te veía»; aclaró algún tiempo<br />

después.<br />

No hubo mucho más. Simulando una fortaleza inexistente entro en el<br />

vehículo y desaparezco. Cien metros más allá palpo el bolsillo del pantalón<br />

y verifico que el spray es real. Todo es cierto. Y las lágrimas -esta vez<br />

incontenibles- empañan la visión. Es la borrasca interior. Es mejor así.<br />

Todo ha cambiado en minutos. No sé por dónde empezar. No sé qué<br />

decir o qué pensar. Yo era una persona más o menos normal. Más o menos<br />

sana. Más o menos buena. Más o menos esperanzada y con más o menos<br />

ilusiones. Yo era, sí, pero eso pasó. Ahora soy un individuo «señalado».<br />

La muerte me ha mirado y lo ha hecho (estoy seguro) desde el pie izquierdo.<br />

Algún día le preguntaré: ¿Por qué? ¿Por qué yo?<br />

Sólo acierto a fumar. Los médicos han sido rotundos: ni un pitillo más. Y<br />

tienen razón. Debo pensar en una fecha para dejar de fumar. Eso es lo<br />

importante: la fecha. Y fumo sin cesar mientras mi cabeza trata de buscar,<br />

inútilmente, un día y una hora. Así es el ser humano. Sabe que el veneno<br />

mata y se refugia en el veneno para hallar una solución contra dicho<br />

veneno. Creo recordar que me lo fumé todo. El instinto, supongo, me<br />

advirtió. Aquello era el fin. En cualquier momento, el puñal volvería a<br />

traspasarme. La obstrucción de las arterias era superior al 90 por ciento.<br />

Me restaba un mínimo de «luz» (en todos los sentidos).<br />

Y poco a poco, kilómetro a kilómetro, fui aproximándome a Cádiz y a<br />

mí mismo. Y lo que aprecié en mi interior terminó de vaciarme. Era sal<br />

sobre el desierto. Nada. Mejor dicho: peor que nada. Lo que vi fue miedo y<br />

vacío, a partes iguales. Miedo a morir, sencillamente. Miedo a desaparecer.


Miedo a no saber y vacío por una vida tan brillante y rápida como<br />

artificial.<br />

Segundo paquete de Ducados. Los pensamientos se desordenan. Son<br />

globos en un vendaval. Atrapo uno y estaba en las manos. ¿Cómo se lo<br />

explico a Blanca? ¿Qué le digo? Sólo puedo acudir a la verdad. ¿La<br />

verdad? ¿Y cómo sé que los médicos están en lo cierto? ¿Ha sido el<br />

tabaco, como dicen? Yo era (soy) una persona sana. No entiendo. Sí, debo<br />

decírselo. Hoy mismo, nada más llegar. «Blanca -me entreno entre el<br />

humo blanco-, los médicos dicen...» No. Así no. Más directo. Tampoco.<br />

No seas burro. Más sutil, más delicadamente, como si no pasara nada.<br />

¿Nada? ¡Dios santo! Bien, ya lo pensaré, en su momento. ¿Y qué hacer<br />

respecto a mi vida? ¡Dios bendito! ¿Qué ha sido, qué es mi existencia?<br />

Trabajar. Siempre trabajar. Sábados y domingos. Sin vacaciones. Millones<br />

de kilómetros para transmitir. Siempre transmitir. Siempre los demás,<br />

siempre los otros. He predicado qué es la vida y cómo vivirla. He escrito<br />

49 libros y publicado 44 y en todos he intentado mostrar el camino hacia la<br />

paz y la verdad. Pues bien, yo, ahora, estoy perdido. Y comprendo con horror<br />

que no he VIVIDO. Tengo más de 130 proyectos «para los demás» y<br />

ninguno para mí. He escrito, con detalle, cómo debe ser la vida humana y,<br />

sin embargo, hoy, con la muerte en el asiento del copiloto, no sé cómo<br />

debe ser la mía. Esto es lo que me aterra y confunde. ¿Qué he hecho en 55<br />

años? ¿He VIVIDO, con mayúsculas? ¿Me he preocupado de mí mismo?<br />

¿He disfrutado de la VIDA (siempre con mayúsculas)? ¿He tenido tiempo<br />

para lo que en verdad me place? ¿He disfrutado con lo que me fascina?<br />

El humo se enrosca y va respondiendo lo que ya sé. Negativo. Negativo.<br />

Negativo.<br />

¡Voy a morir! ¿Cómo es posible que no haya VIVIDO?<br />

23.15 horas.<br />

El miedo y la tropa de los pensamientos (más que los kilómetros) me<br />

han agotado. Blanca aguarda despierta e impaciente. No sabe, pero «sabe».<br />

Las mujeres tienen esa cualidad. Deberíamos estar agradecidos: nos<br />

ahorran muchas explicaciones.<br />

No le digo que puedo morir en cualquier momento. Sencillamente, que<br />

«hay un problema».


25 DE JULIO<br />

JUEVES<br />

Los rodeos, aliños y paños calientes no surten efecto. No con ella. Blanca<br />

es rápida, transparente y profundamente sincera. No tolera la mentira. Ni<br />

siquiera una verdad a medias. Mucho menos una mentira piadosa. Exige la<br />

verdad y me muestro dócil. Para qué alargar el tormento. Lee el informe<br />

clínico de Santa Marina y solicita «traducción». Prefiero dibujar el problema.<br />

Lo entiende y me abraza. Tampoco hay palabras. No son<br />

necesarias. Allí, en su temblor, está todo escrito. El calor de una lágrima<br />

me avisa. Debo mantener la calma. Debo aparentar serenidad. Debo<br />

luchar.<br />

Esa noche hacemos el amor. No sé si es la última vez. El dolor, de<br />

pronto, se incorpora al intenso y casi desesperado abrazo. Me traspasa de<br />

nuevo. Quiere arrancarme de sus besos y llevarme quién sabe dónde.<br />

Resisto. Él o yo. Él o ella. Sé que puedo morir. No importa. Ella y yo: eso<br />

es lo que importa. Ante mi sorpresa, el puñal se disuelve. El corazón<br />

abandona la galopada y vuelve al trote. Después recupera el paso. El dolor<br />

me ha perdonado. Nadie como él sabe del amor.<br />

18 horas. Ésta es la fecha y la hora. ¡Adiós al tabaco! Como dicen los<br />

del FBI, «eso se acabó...». Hoy, justo a las 18, hace seis años que encontré<br />

el anillo de plata en el mar Rojo. No es mal aniversario para renunciar a<br />

cuarenta años de servidumbre. Entiendo que he cumplido.<br />

Estoy más tranquilo. Inexplicablemente más sereno. Blanca se ocupa<br />

de mover los hilos. Necesito (según el papel) un especialista en cateterismo.<br />

Ella no sabe que el dolor me ha visitado de nuevo.<br />

19 horas. José María Borrell, amigo, médico y vecino, acude al instante a<br />

la llamada de mi mujer. Examina la situación y la evalúa. Se pone<br />

igualmente serio. Intervención inmediata. Él hace las llamadas oportunas y<br />

lo dispone todo para la mañana del día siguiente. José María le quita hierro<br />

al problema. Pura rutina -dice-, pero no le creo. El instinto no dice eso. La<br />

calavera humana sigue ahí, en el pie izquierdo.<br />

Pienso en mis hijos. No saben nada. Prefiero esperar. Si Borrell tiene<br />

razón -¡ojalá!-, en la misma coronariografía (exploración con los catéteres)<br />

quedará resuelta la obstrucción de las «tuberías». Ése, creo, es el<br />

procedimiento. ¿Para qué alarmar prematuramente? Esperaré. Y así se lo<br />

advierto a mi mujer. Ella comprende y acepta aunque -insiste- no está de


acuerdo. Mis hijos tienen derecho a saber. Su padre puede morir en<br />

cualquier momento. No cedo. Prefiero ahorrar sufrimientos, en la medida<br />

de lo posible. Y vuelvo a mis pensamientos.<br />

¿Estoy preparado para morir? ¿Qué me aguarda al «otro lado»? Lo sé,<br />

quizá, mejor que muchos. Sé que al «otro lado» hay VIDA, sé que TODOS<br />

«resucitamos» (en especial la memoria). Sé que los muertos están VIVOS.<br />

Todo eso lo sé, pero... Tiemblo al pensar. ¡Tengo miedo! Y me refugio -<br />

supongo- en mil excusas. ¡Queda tanto por hacer! ¡Tengo deudas! ¿Quién<br />

se ocupará de ellas? ¿Qué será de esos 130 proyectos? Ni siquiera los he<br />

enumerado. ¡Son más de 130 nuevos libros! ¡Hay mil viajes por hacer!<br />

Mis hijos no han terminado. Están arrancando. Ni siquiera tengo nietos. ¿Y<br />

qué decir de Blanca? ¿Voy a dejarla ahora? ¿Así? ¡Tengo miedo!<br />

26 DE JULIO<br />

VIERNES<br />

Noche inquieta. El pánico está sentado al pie de la cama. Me observa. Se<br />

ducha y se viste conmigo. He perdido el apetito. Una última mirada a la<br />

mar. El levante la ha desnudado y huye hacia el oeste, como yo.<br />

9 horas. Hospital de la Seguridad Social en Puerto Real (a una hora de<br />

«Ab-ba»). Consulta del cardiólogo Enrique Otero. A su lado, el también<br />

médico Jesús Oneto, experto en hemodinámica (cateterismo). No consigo<br />

superado. No me gustan los hospitales. Supongo que a nadie.<br />

Batas verdes. Carteles indicadores que no quiero descifrar. Silencios<br />

obligados. Salas de espera desconchadas a fuerza de esperar. Necesito un<br />

cigarrillo. «Eso se acabó.»<br />

Los médicos repasan el documento de Santa Marina. Hablan entre<br />

ellos. No entiendo su lenguaje. De pronto, las caras no me gustan. Blanca<br />

se aferra a mi mano. Nos miramos. ¿Estamos pálidos o es mi nerviosismo?<br />

Uno de los doctores -creo que Oneto lanza de improviso una andanada.<br />

Me desarbola.<br />

«Hoy mismo -dice-. Esta misma tarde...»<br />

Las explicaciones y conveniencias se suceden. Sólo hablan ellos. Yo he<br />

palidecido definitivamente. El cateterismo -siguen insistiendo- hay que<br />

practicado de inmediato. Es urgente. Eso significa que abrirán venas o<br />

arterias. Eso quiere decir que «tocarán» el corazón. La palidez es casi<br />

transparencia. Nadie me ha sacado sangre jamás. Como mucho del lóbulo<br />

de la oreja o de los dedos. ¡Dios mío!, ¿cómo les explico? Olvídalo. Nadie<br />

te creerá. ¿Esta tarde? ¿He oído bien? Reacciono y, lógicamente, provoco<br />

incredulidad y risa: «Hoy es viernes. ¿Lo dejamos para el lunes?» Nueva


pelea con el concepto «urgente». Evidentemente no lo entiendo (o no lo<br />

quiero entender). «Mejor aún: ¿lo dejamos para septiembre?»<br />

Blanca toma el mando.<br />

12 horas.<br />

Los hechos, inmisericordes, se precipitan y me precipitan. Esto, al<br />

parecer, va en serio. En una hora debemos acudir a la clínica de La Salud,<br />

en el centro de Cádiz. Allí opera Oneto. Mis protestas se van debilitando<br />

ante el silencio roqueño de mi mujer. Tiene razón y yo también.<br />

El casco antiguo de Cádiz podría ser Nueva York o Venecia. Yo no<br />

camino: me arrastro. No veo: alguien me lleva. No siento ni padezco: el<br />

miedo (otra vez) me lleva (me arrastra).<br />

«... Además -pataleo en mi interior-, ni siquiera he traído pijama...»<br />

Lentamente voy comprendiendo. No hay alternativa. ¿O sí?<br />

Todo ha sido tan súbito y arrollador que, de pronto, al secar el pánico<br />

de las manos, compruebo que el cuaderno de campo sigue allí, empapado<br />

ahora por el miedo. Entiendo. Mi visita a Cádiz (amén de los cardiólogos,<br />

en Puerto Real) tenía otro objetivo en esta mañana: preparar el regalo de<br />

cumpleaños de Blanca. Un regalo secreto. Entre las páginas manuscritas y<br />

dibujadas he guardado los restos de una rosa blanca y momificada. Una<br />

rosa con historia. Será una excelente sorpresa. Curiosa coincidencia: la<br />

rosa fue cortada en una tumba, en Jesuralén...<br />

Busco una excusa y desaparezco. Blanca, atónita, no sabe qué pensar.<br />

Rivera, el joyero, atiende mi petición y se queda con la rosa muerta.<br />

Ahora, en la distancia, me asombro. ¡Curiosa casualidad! Pero, ¿existe la<br />

casualidad?<br />

13 horas.<br />

Me reúno con mi mujer en la puerta de La Salud. Trámites y papeleo. El<br />

Dr. Oneto ha llamado. Están advertidos. Todo en orden. Me dejo llevar.<br />

No sé qué debo hacer. El miedo (lo sé) ha subido las escaleras de dos en<br />

dos. Se adelanta y abre la puerta de la habitación 331. La enfermera señala<br />

una de las camas e insinúa que me deje caer. Me niego, claro está. Blanca<br />

me fulmina con la mirada. Quiero escapar. Esto no me gusta...<br />

14 horas.<br />

Se abre la puerta y aparece un generoso plato de jamón serrano.<br />

Nunca lo olvidaré. Sobre todo porque no era para mí. Blanca, pobrecita, ni<br />

lo prueba. Está tan muerta como yo (quizá más).<br />

Empiezan las pruebas. Primero protesto. Después suplico. Negativo.<br />

Nadie me presta la debida atención. ¡Me extraen sangre! Me niego a mirar.<br />

¡Ésa es mi venganza! Más análisis, más electrocardiogramas, más<br />

radiología, más miedo. Las enfermeras sonríen, llenan la 331 de bromas y


«aquí no pasa nada». Yo, en cambio, estoy cada vez más inquieto. El<br />

instinto -mi fiel lazarillo- se ha puesto de pie. Eso me asusta (¿es posible<br />

sumar miedo al miedo?). Observo las paredes. Están vacías, como mi<br />

espíritu. Yo no debería estar aquí. Alguien me ha tendido una trampa. Soy<br />

una persona sana...<br />

Blanca y yo cruzamos otra mirada. Y respondemos con el silencio o<br />

con una sonrisa de escayola. Me gustaría decirle cuánto la quiero. Y<br />

decirle también que soy el de siempre: extraño, sí, pero amoroso. No es<br />

cierto. No soy el de siempre. «Algo» pasa. «Algo» me ha ocurrido. Ayer, o<br />

hace unos minutos (?), yo era otro. «Algo» está estrangulando mi corazón.<br />

16 horas.<br />

Adiós a las especulaciones, a las protestas y al resto de los<br />

pensamientos (no importa si eran trascendentes). En la puerta, esta vez,<br />

aparecen unos hermosos ojos verdes (?). Es Charo, auxiliar del doctor<br />

Oneto. No la escucho, aunque sé que está hablando y explicando. Esos<br />

ojos son el mejor sedante. Me sientan en una silla de ruedas y pierdo de<br />

vista a Blanca. El sudor frío ocupa su lugar. Un ascensor, otro pasillo y<br />

una sala en la que reza un cartel: «Hemodinámica».<br />

Nadie nos presenta. ¿Por qué en los quirófanos o en las unidades de<br />

hemodinámica nadie presenta a nadie? Médicos y enfermeras están a lo<br />

suyo. Yo no debería estar aquí. Esto es un error...<br />

Me sitúan en una «cama» fría y estrecha (casi el palo de un gallinero).<br />

Estoy desnudo y, curiosamente, no importa. Hay «algo» que pesa más que<br />

la vergüenza. Herrera, Ana, Lara y el milagroso verde de Charo siguen en<br />

la penumbra. Es una sala pequeña e incomprensible. Los instrumentos lo<br />

son todo. A mi derecha descubro un reloj de pared. A la izquierda, entre<br />

luces, cables y aluminio, un monitor redondo como el reloj. Alguien me<br />

explica lo que no quiero saber: «puedes ver tu interior por ese monitor».<br />

Inspiro profundamente. Cierro los ojos y deseo llorar. Mi corazón, sin<br />

embargo, tiene otras prioridades. Me aferro a la sábana verde. Alguien está<br />

tanteando la ingle derecha. Es el doctor Oneto. Ha empezado a buscar una<br />

arteria. Es el principio de lo que llaman «angioplastia coronaria». Mis uñas<br />

se clavan en la sábana. Las guías de plástico están preparadas. Observo<br />

atónito cómo las retiran de los protectores. Se me antojan kilométricas.<br />

¿Todo eso para «desatascar unas tuberías»? Cierro los ojos y aguardo<br />

aterrado el roce de los catéteres. De pronto descubro que no sé cómo es un<br />

«roce» interior. Espero y espero. Negativo. No siento nada. Espío por el<br />

rabillo del ojo pero el monitor es chino para mí. El intensivista (al quite,<br />

como los toreros) trata de tranquilizarme. Habla de la femoral (por la que<br />

ha entrado la sonda), de la observación por la «tele» y del estado de las<br />

coronarias... Asiento con la cabeza por pura educación y escapo hacia mi<br />

amigo, el reloj de pared. Las agujas están invertidas. ¿Por qué? ¿Por qué lo<br />

veo todo al revés? Así debe ser: el tiempo y el mundo al revés. Yo no<br />

debería estar aquí. Soy inocente...


Todo se disuelve. También las agujas del reloj. El tiempo se detiene y<br />

alarga, según. Antes o después (qué importa), el verde-calma de Charo se<br />

inclina y sonríe. Habla de un «contraste», un líquido que deben<br />

inyectarme. Con él se descubren las cavidades del corazón y otros<br />

«secretos». Supongo que sonrío y susurro que mis «secretos» son otros y<br />

están en otro lugar. Ella, lógicamente, no comprende.<br />

El «contraste» viene a ser como un copazo de coñac, más o menos.<br />

Agradable, diría yo. Pero busco el reloj de pared. Él sí comprende.<br />

18 horas.<br />

Médicos y enfermeras siguen viajando por mi interior. El intensivista<br />

se resiste pero termina claudicando: «Hay una grave obstrucción en una de<br />

las coronarias -reconoce- Oneto se ocupa de todo.»<br />

Confirmado, pues ¡Dios de los cielos! Me agarro al reloj de pared. Las<br />

agujas ni siquiera avanzan. Se han quedado quietas, como mi corazón. Una<br />

obstrucción al 95 por ciento. No hay prácticamente «luz». El propio catéter<br />

-dice alguien o me lo invento- hace de barrena y limpia la «tubería». En<br />

ello están (escucho o continúo imaginando).<br />

«No temas -me consuelan-. Esto es normal. Oneto sabe. Éste es el<br />

cateterismo número 133...»<br />

¿Por qué? Eso es lo único que emite mi cerebro. ¿Por qué la arteria está<br />

cegada? ¿Por qué?<br />

19 horas.<br />

Percibo cierto nerviosismo en la sala. El caminar y el movimiento de<br />

brazos no son como antes. El intensivista, ejemplarmente impasible, se ha<br />

retirado hacia Oneto y ambos cuchichean con los ojos fijos en el monitor<br />

(en el chino). Algo sucede, lo sé. Pregunto pero nadie responde. Me<br />

ignoran, con razón. Noto un ligero (muy suave) aumento en la frecuencia<br />

cardíaca. Después, más nervios. Creo ver cómo desenfundan nuevas guías<br />

de plástico. ¿Qué sucede? Oneto manipula el instrumental. A su lado,<br />

como un maestro zen, Herrera, el intensivista. El corazón cede. El miedo<br />

tira bruscamente del bocado y me hiere un poco más. Giro la cabeza. Mi<br />

amigo, el reloj, dice algo pero no le entiendo. Creo que habla por señas<br />

Entonces llegó aquel dulce sopor, lento y plácido...<br />

20 horas.<br />

Entro y salgo de ese extraño sopor. Lo suficiente para darme cuenta de<br />

las lágrimas de Charo. Huye de la unidad. Blanca la ve y se desmorona.<br />

¿Qué sucede?<br />

Me lo dijeron algún tiempo después: una de las arterias próximas al<br />

corazón fue seccionada de un golpe. Una de las guías de plástico la abrió<br />

como un melón. Mala suerte. Puro accidente. Los instantes más críticos de<br />

mis 55 años (!). Muerte en cinco minutos, dijeron. Y los hermosos ojos de


Charo, como el reloj de pared, me hablaron por señas. Era mi hora.<br />

Entonces me dejé mecer por aquel sopor. Y las figuras se difuminaron. Y<br />

las prisas. Y el miedo. Y yo mismo... Era la muerte, recortada en el umbral<br />

de la puerta. Era una familiar calavera, en el pie izquierdo...<br />

Oneto y su gente trabajaron bien. No les guardo rencor. Todo lo<br />

contrario. Oneto vio también la calavera y resolvió (como dicen ellos),<br />

«objetivando la disección aguda». Para ello (nunca supe cómo) lanzaron en<br />

mi interior una especie de «mini-nautilus», un «submarino» de titanio que<br />

fue a situarse en el lugar exacto, apuntalando la brecha. El «stent», a 16<br />

atmósferas de presión, evitó la muerte súbita. Muerte en cinco minutos...<br />

21 horas.<br />

Voy y vengo. Me duermo y despierto. Ahora hay gente extraña en la<br />

sala. Gente en mangas de camisa. Conversan con los ojos fijos en el<br />

«chino». Uno de ellos parece llevar la voz cantante. Es el doctor Jiménez<br />

(el «maña»), jefe del Servicio de Cirugía Cardíaca del vecino Hospital<br />

Universitario Puerta del Mar. En esos momentos (según me explicaron<br />

mucho después), dada la gravedad de la situación, el doctor Oneto<br />

consideró oportuno reclamar la presencia de Jiménez Moreno y de su<br />

equipo. Ellos no la vieron. Quizá la intuyeron. Yo sí la seguí observando:<br />

la muerte no es una calavera. La muerte son gente guapa (a veces muchos).<br />

Van y vienen a mi alrededor. Ahora lo sé: estoy muriendo.<br />

Oneto se aproxima. Se inclina y susurra: «Hay que operar.»<br />

Le oigo y no le oigo. La vida (recuerdo que entré caminando) se<br />

escapa como el agua por el fregadero. No puedo hacer nada. No soy capaz<br />

de alzarme y luchar. Sólo soy un espectador. Sólo quiero dormir. ¿Y qué<br />

hay de esos 130 proyectos? ¿Qué pasa con Blanca? ¿Qué dices de lo que<br />

queda por VIVIR? No digo nada. Me he resignado.<br />

22 horas.<br />

La camilla vuela por los pasillos. Sólo quiero dormir. Los focos en los<br />

techos me lastiman. ¿Dónde está mi mujer? Los médicos han desaparecido.<br />

También los bellos ojos verdes. La vida se va a la misma<br />

velocidad. ¿Dónde están mis hijos?<br />

Una «UVI» móvil -dicen- espera a las puertas. Al fin llega Blanca. Me<br />

escolta y acaricia. La muerte, sin embargo, celosa, la aparta. Le digo adiós<br />

desde el ámbar de una sirena. Has sido un continuo y feliz<br />

descubrimiento...<br />

Lo mejor de mi «contrato».<br />

22.30 horas (para todos, menos para mí). Unidad de Cuidados Intensivos<br />

del Hospital Puerta del Mar, en Cádiz. Sólo hay algo peor que una UCI: la<br />

soledad de la UCI. La muerte (me gustaría saber cómo) ha burlado todos


los controles. Ahora juguetea con los cables que, supuestamente, me<br />

mantienen vivo. Empiezo a entender eso de que uno muere solo...<br />

Los ojos parpadean. El mundo se apaga. Me voy con la oscuridad. Pero,<br />

¿no es un poco pronto, Señor? ¿Recuerdas? Me queda casi todo por hacer.<br />

Perdón: casi todo por VIVIR ¡Qué lástima! Ahora lo sé: no he sabido<br />

VIVIR.<br />

La muerte sigue curioseando y toqueteando. Cada vez más osada. ¡No<br />

quiero morir en compañía de unos cables! ¿Dónde está Blanca? ¿Dónde<br />

mis hijos y mis amigos?<br />

¡Señor, permíteme una última cosa!<br />

La muerte levanta la mirada y escucha. No hablo contigo. Hablo con el<br />

buen Dios.<br />

¡Señor, si me concedes una prórroga, te prometo (me prometo) VIVIR!<br />

La muerte baja la cabeza, da media vuelta y desaparece entre los<br />

verdes, rojos y grises de los monitores.<br />

¡Prometido, Señor! ¡Déjame vivir y VIVIRÉ! ¡Haré una lista! ¡Lo<br />

tendrás, incluso, por escrito! Mejor aún: ¡esa lista la harás tú! ¡Dime en<br />

qué he fallado y cumpliré! ¡Dime qué debo VIVIR y así será!<br />

Mis ojos se cierran definitivamente...<br />

27 DE JULIO SÁBADO<br />

6 horas. (Eso dicen.)<br />

Alguien me afeita. Pecho, piernas... ¡Estoy vivo! Exploro ansioso mis<br />

alrededores. Trasiego de batas verdes y cables. Eso es todo (y no es poco).<br />

¡Gracias, Señor, de momento!<br />

8 horas.<br />

Alguien me aclara lo del intempestivo afeitado y demás: todo está listo<br />

para intervenir quirúrgicamente. «Dada la severidad de las lesiones -reza el<br />

informe- se decide el traslado urgente al Hosp. Pta. del Mar para Cirugía<br />

Cardíaca con carácter preferente, con el fin de revascularización mediante<br />

"bypass" AO/Coronario.»Los médicos me explicaron después: apertura del<br />

pecho casi en canal. Corazón detenido durante 78 minutos. Intento de<br />

«puente» o «bypass» con la arteria mamaria interna izquierda. El injerto no<br />

funciona. Momento delicado. La pared de la mamaria es una ruina. ¿Qué<br />

ha sucedido? ¿Por qué no sirve? El «maño», Tomás Daroca, y el resto del<br />

equipo reaccionan. Dios les bendiga. Tiran de la vena safena, en la pierna<br />

izquierda, y logran salvar la situación.<br />

14.30 horas.<br />

La operación se ha prolongado durante seis horas. Dios y los hombres<br />

me han devuelto a la vida. Acabo de nacer. No lo olvidaré. Ahora es mi<br />

turno. Por cierto, ya no veo la calavera en el pie izquierdo. En su lugar<br />

aparece una cicatriz de treinta centímetros. Sin comentarios...


SEG<strong>UN</strong>DA PARTE


Hoy, 10 de abril de 2003, jueves, casi nueve meses después, el buen Dios<br />

sigue mudo. Yo, al menos, no le escucho. Y sigo esperando. De la relación<br />

de fallos, ni una palabra. La lista debe ser tan agotadora que habrá optado<br />

por olvidarla. Comprendo y le perdono. Aunque, pensándolo bien, quizá<br />

no me expliqué. Si no recuerdo mal, aquella madrugada, con la muerte<br />

trapicheando en la UCI, solicité una lista (por escrito) de mis errores.<br />

Si Él tenía a bien prorrogarme la vida, servidor estudiaría la relación y<br />

enmendaría el rumbo. Empeñé mi palabra (lo único medio sagrado que<br />

poseo). Pero, como digo, la lista con los fallos no termina de llegar. Me<br />

asomo al correo, al teléfono y a mi canal favorito (el de las «señales»),<br />

pero Dios se resiste. Sé, positivamente, que estaba allí y que escuchó mi<br />

súplica. Por eso, después de mucho meditar, he tomado una decisión. Él,<br />

bien lo sé, ha cumplido su parte. Pues bien, no me aprovecharé de su<br />

bondad. Seré yo quien se ocupe de esa lista de errores.<br />

Yo mismo me escribiré y -lo juro- seré implacable. Mucho más que el<br />

bondadoso Dios. Él no sabe de esas cosas. Quizá, por eso, no responde.<br />

Sí, eso debe ser... .<br />

Lo dicho. Aquí empiezan las cartas a un idiota [con información de<br />

primera mano]. Idiota, sobre todo, en el sentido original del término; es<br />

decir, el que carece de conocimientos y autoridad en una materia. En mi<br />

caso, especialmente, en la materia de la vida.<br />

Manos a la obra...


10 de abril de 2003<br />

Querido idiota:<br />

«BEBE» SENSACIONES Y VIVIRÁS<br />

Han discurrido más de diez minutos desde que, animoso, me puse a escribirte.<br />

Diez minutos en blanco. Diez minutos en los que he comprendido que el<br />

profano o idiota soy yo. ¿Es que no has cometido errores en la vida? ¿Por qué<br />

me cuesta tanto arrancar? ¿No será que estoy malinterpretando esa vida? Sea<br />

como fuere, déjame que prosiga. Lo he prometido. De algo estoy seguro: hay<br />

asuntos en los que no has VIVIDO (con mayúsculas, como a ti te gusta). Sí,<br />

olvidemos la palabra «error». Es penosa y llena de «erres» (es una palabra<br />

cuesta abajo). Yo haré memoria por ti y te iré recordando en qué negocios no<br />

has sabido VIVIR. Después, naturalmente, tú sabrás qué hacer. . .<br />

Desde tu despacho veo la mar. Hoy desciende las escaleras de las olas sin<br />

prisas. Parece adormilada o cansada. Trae a sus hijos (el poniente y el levante)<br />

de la mano y peleados. La tienes aquí mismo, rompiendo blanca y festiva contra<br />

el hierro de tu vieja «olivetti», pero tú no la ves. Te falta tiempo. «¡Dime en<br />

qué he fallado y cumpliré!» ¿Recuerdas tu miedo y la angustiosa petición en la<br />

UCI? En eso no has VIVIDO. VIVIR es sumar el tiempo, nunca quemarlo.<br />

Dedica el tiempo a sumar. Sobre todo sensaciones. La mar (tu segundo amor)<br />

está ahí, pendiente de los ojos de tu corazón. «¡Déjame vivir y VIVIRÉ!» Bien,<br />

estás vivo, te han prorrogado el «contrato». ¡VIVE, pues! Colma tu herido<br />

corazón con el licor de la emoción. Eso es lo primero y casi lo único. El dinero<br />

y el qué dirán son contrabando. Alijo que distrae, enreda y molesta. ¿Quién<br />

puede orquestar ese desfile marino bajo tu ventana? ¿Conseguirías el verde de<br />

la mar con dinero o con horas extras? «¡Dime qué debo VIVIR y así será!» Permíteme<br />

que te corrija: ¡Dime qué debo BEBER y así será! ¡BEBE la vida como<br />

surja! ¡BEBE sensaciones y VIVIRÁS! BEBE, ahora, tu segundo amor, porque<br />

después, quizá, como bien sabes, no habrá después.<br />

Éste, insisto, ha sido un mal «negocio». Raras veces has VIVIDO (aunque<br />

parezca increíble). Y recuerda: sólo de eso «te» pedirás cuentas (ni siquiera de<br />

eso, me atrevo a anunciarte). Dejemos ese tema para otro momento. Por cierto,<br />

tu amigo Joaquín Ibarra tiene razón: «No hay nada (NADA) que no se pueda<br />

dejar para mañana.»


11 de abril de 2003<br />

Querido profano:<br />

AQUELLA REVELACIÓN...<br />

(He tachado lo de idiota. Así, al pronto, me ha parecido que podías no<br />

entenderlo.)<br />

Hoy quiero hablarte de lo más importante que te ha sucedido en la vida (de<br />

momento). Importante no es sinónimo de grave (olvida, pues, el trance de la<br />

muerte). Me refiero a «algo» (sé cómo te fascinan las comillas) valioso o de especial<br />

interés. Ocurrió hace algún tiempo. Tú casi no recuerdas ese momento,<br />

aunque también sé que lo tienes anotado. Lamentablemente lo escribes todo...<br />

A lo que iba. Un día -porque así está escrito- recibiste una revelación. La<br />

palabra no tiene buena prensa, lo sé, pero es la menos mala. Te llegó como la<br />

lluvia mansa: sin aparente principio y sin final. Te dejó tan perplejo -caló tan<br />

hondo en el supuesto arenal de tu vida- que llegaste a retar a Dios. En realidad<br />

lo haces casi a diario. Y Él, ante el asombro de propios y extraños, te<br />

respondió y de qué forma. Si Dios tiene favoritos, tú eres uno de ellos. (Tienes<br />

la capacidad de distraerme a cada instante. No era por ahí por donde quería<br />

avanzar.) ¿Y qué decía esa revelación? Permíteme que abra las escotillas de tu<br />

memoria. Más-menos: «La Tierra es un mundo especial. Experimental o<br />

laboratorio», dices. Aquí cabe todo. Tres dimensiones normales y una cuarta<br />

llamada locura, arte, heroicidad o maldad químicamente pura. Aquí, las reglas<br />

del juego no son reglas. Son apuestas. Y cuantos lo habitáis lo hacéis por<br />

propia voluntad. Nadie ingresa en tu mundo sin un consentimiento y una<br />

«firma» previos. Ésa fue parte de la revelación, ¿recuerdas? Para Dios (y su<br />

«gente»), una apuesta. Para ti, un segundo nacimiento (el verdadero). Ahora<br />

sabes por qué y para qué. Sin embargo, querido idiota (lo siento), tu afán por<br />

gritar esa información privilegiada te está sumiendo en la incomprensión y, lo<br />

más terrible, en la soledad. Grave error. No planifiques, no edifiques, no<br />

destruyas por o para los demás. Recuerda: cada cual tiene su oportunidad y su<br />

«contrato». Te han regalado una atalaya para que descubras y disfrutes, no<br />

para vocear a cuantos pasan. De eso ya se ocupan otros. Has percibido (de<br />

lejos) el vuelo raso de la verdad (la verdad no está en lo alto). Bien. Disfruta de<br />

ello. No te sientas culpable. Dios apuesta fuerte, sí, y tu deber es jugar. El<br />

mundo no está al revés (aunque lo parece). Ocuparse de sí mismo es,<br />

precisamente, empezar a ocuparse de los demás. El resto son monsergas<br />

(parte de las apuestas). VIVE, pues, en paz contigo mismo y no te abrumes


macheteando la selva de los otros.


12 de abril de 2003<br />

Queridísimo idiota:<br />

<strong>UN</strong>A JOVENCÍSIMA VERDAD<br />

La presente, como verás, es lógica consecuencia de la escrita en el día de ayer.<br />

Al recibir aquella revelación (como era de esperar), una cierta Verdad empezó a<br />

germinar en tu interior. Tú la has cuidado y protegido y ahora cimbrea ya con<br />

los vientos de tus dudas. La observas a diario y te desconcierta y maravilla (a<br />

partes iguales). Sabes (ésa es una de las funciones de toda revelación) que has<br />

sido bendecido con una parte de la Verdad. Hasta ahí correcto. Lo malo -tu<br />

error-empieza al pretender obtener fruto de dicha pequeña-gran Verdad. Las<br />

Verdades (la Verdad única no existe) no están hechas para satisfacer a otros.<br />

Ellas son la mismísima satisfacción. Por eso no debes perderte en el laberinto<br />

de las exigencias o de las imposiciones. Si los humanos pudieran dominar o<br />

poseer las Verdades, la esperanza sería una mentira. No te atormentes, por<br />

tanto, aguardando unos frutos que no existen. La pequeña-gran Verdad que ha<br />

florecido en tu espíritu no te hará más fuerte, ni más sabio, ni más rico, ni más<br />

feliz. No caigas en la equivocación de tantos: la Verdad no suma derechos. La<br />

Verdad (tan jovencísima en el huerto de tu herido corazón) es (a veces) un<br />

espejo. Sólo eso. Y hazme un favor: levanta la vista y echa una ojeada a tu alrededor.<br />

Comprobarás que cada ser humano tiene un pequeño huerto y, en él,<br />

una jovencísima y cimbreante Verdad...


12 de abril de 2003<br />

Querido idiota:<br />

VIVE HOY, NO MAÑANA<br />

Recuerdo muy bien tus palabras en la UCI: «Si me concedes una prórroga te<br />

prometo (me prometo) VIVIR.» Estoy pensando que deberías escribirlo cien<br />

veces en el encerado de tu memoria. Pero no serviría de nada. Ni siquiera<br />

estas cartas, como un «bypass» de urgencia, servirán de mucho. Pero yo,<br />

como tú, me limito a cumplir órdenes...<br />

¿Cómo puedes prometer lo que no conoces? ¿Quieres VIVIR, con<br />

mayúsculas? ¿Y qué es para ti VIVIR? ¿Hacer girar las miradas hacia tu «yo»<br />

magnético? ¿Abrir nuevas cuentas corrientes en el qué dirán? ¿Poseer para<br />

desposeer? ¿Brillar para cegar? ¿Babear en los territorios de cartón piedra de<br />

la gloria humana? ¿Derramar adrenalina para desteñir los colores de tu vida?<br />

VIVIR no es lo que supones, querido profano en la materia. VIVIR (yo te<br />

enseñaré) es el signo «más» (+) en lo más pequeño. VIVIR es experimentar en<br />

el laboratorio del sentido común, nuestro amo y señor, aquí y ahora. VIVIR es<br />

VIVIR. Nada más y nada menos. Y es así porque después, cuando mueras, no<br />

VIVIRÁS: (VIVIRÁS)2. Será otra experiencia (no ésta). No pienses, por tanto,<br />

en quimeras. VIVE ahora, no mañana. VIVE por y para las «PGC». ¿Qué son?<br />

Mañana te lo explico...


13 de abril de 2003<br />

Querido idiota:<br />

LAS «PGC»<br />

Las «PGC» son el remedio a tu mal. «Dime qué debo vivir -clamabas en la<br />

oscuridad de aquel 26 de julio- y así será.» Ésta es la respuesta: practica el<br />

deporte de las «PGC». ¿Qué son? Te lo explicaré con unos hechos ocurridos<br />

hace 1.368 días. Todo ha sido extraído de uno de tus cuadernos de campo.<br />

Todo minuciosamente, como a ti te gusta.. .<br />

«14 de julio del año 1999. Miércoles. La vida de Thor, mi pastor alemán,<br />

está llegando al final. Han sido 14 años de hermosa compañía. Mi primer<br />

perro... »<br />

«Toda la mañana para cavar una fosa. Estoy destrozado... »<br />

«A las 19 horas, el veterinario se dispone a sacrificarlo. Thor se tumba junto<br />

al profundo agujero. Me mira y entiendo su mirada. Es un "adiós" y un "te<br />

quiero". Yo también...»<br />

«Sostengo su cabeza. Se va en silencio, tal y como vivió. No hay reproches en<br />

sus ojos negros. Sólo la vida, alejándose, aleteando...»<br />

«19.15 horas. Se ha ido definitivamente. Pido que me dejen solo. Quiero<br />

enterrarlo. Primera palada. Segunda, tercera. Las lágrimas me tienden una<br />

emboscada. Es una derrota anunciada. Pero, ¿cómo es posible que llore por un<br />

perro? Hace diez días enterré a mi padre y no derramé una sola lágrima...»<br />

«Me refugio en la mar, como siempre. Ella no pregunta. Sólo mira, como<br />

Thor. Pero yo sí necesito respuestas. ¿Hay cielo para perros? Dios lo sabe. Y le<br />

reto...»<br />

«15 de julio. Jueves. Compro dos rosales podados hasta las ingles. Nadie<br />

conoce el color de sus rosas. Ésta será la "señal": si hay cielo para perros, los<br />

rosales deberán florecer en blanco. Rosas blancas (mi debilidad con el Cristo<br />

sevillano del AMOR)...»<br />

«19 horas. Planto los rosales "anónimos" sobre la tumba de mi perro. Esta<br />

vez sin lágrimas. Dios está muy cerca. Sabe que no hago trampas (hoy). Le veo<br />

recoger el guante (le encantan estos desafíos)...»<br />

«Un mes después llega la "señal" de Dios: «Sostengo su cabeza. Se va en<br />

silencio, tal y como vivió. No hay reproches en sus ojos negros. Sólo la vida,<br />

alejándose, aleteando...»<br />

«Un mes después llega la "señal" de Dios: los rosales se abren en ¡rojo! No<br />

hay cielo para perros...»<br />

Fin de la historia. Una historia, querido idiota, que contiene, al menos, cinco


«PGC»: cinco «pequeñas-grandes cosas». Cinco «salvavidas». Veamos:<br />

1.ª El afecto (por Thor) te hace cavar una tumba (un pequeño-gran esfuerzo,<br />

según).<br />

2.ª Sostienes la cabeza de tu fiel compañero y le ayudas a morir (un<br />

pequeño-gran esfuerzo, según).<br />

3.ª Lágrimas al sepultarlo (un pequeño-gran esfuerzo, según). Si la<br />

memoria no me falla han transcurrido algo más de 1.300 días. ¡1.300 días<br />

sin volver a llorar!<br />

4.ª Te asomas a tu interior (¿hay cielo para perros?: un pequeño-gran<br />

esfuerzo, según).<br />

5.ª Él responde (físicamente) (un pequeño gran esfuerzo, según).<br />

«Pequeñas-grandes cosas», sí: la vida eterna en el cuenco de la mano.<br />

¿Recuerdas?: el signo + (más) en lo más pequeño. Ése es el secreto. «Dime<br />

qué debo vivir y así será.» Te lo estoy diciendo: VIVE por y para las «PGC».<br />

Déjate vencer por tus propias lágrimas. Nunca son derrotas, como tú crees.<br />

Consume toda tu inteligencia y vigor en la aparentemente fugaz hoguera de las<br />

pequeñasgrandes cosas. Busca el calor del ahora. El mañana y el después son<br />

fuegos en tu imaginación (fuegos fríos). Sobre todo, juega con Dios (agótale).<br />

Sus bolsillos están llenos de «señales» que casi nadie reclama. Practica las<br />

pequeñas-grandes cosas y harás jaque mate al idiota.<br />

PD: Mientras escribo estas líneas, Blanca, tu mujer, ha descubierto una hermosa rosa<br />

roja (y solitaria) sobre la tumba de Thor. Otra «PGC».


15 de abril de 2003<br />

Querido idiota:<br />

<strong>UN</strong> PINCEL ENTRE LOS DEDOS<br />

Me lo temía. Eres tan «profanus» (estás tan fuera del tiempo) que necesitas un<br />

manual para descubrir qué es una pequeña-gran cosa (« PGC»). Has vivido<br />

tanto que no sabes por dónde empezar a VIVIR. Te has movido a tal velocidad<br />

que las cosas, para ti, sólo son pasado. El detalle, el perfil, la sal, el alma o los<br />

claroscuros no son (con suerte, para ti, todo eso será). Yo te ayudaré. Yo<br />

marcaré el territorio de cada pequeña-gran cosa y tú anidarás sobre ella. Y lo<br />

harás, no como profano, sino como buzo de tu propio tiempo. Las «PGC»,<br />

justamente, existen merced al tiempo (el que tú eres capaz de «congelar» para<br />

tu uso particular).<br />

Pero vayamos a lo concreto, a la desnudez de las cosas. Ayer, sin ir más<br />

lejos, en Cantabria, mientras enterraban a Fernando Calderón, tu «miguel<br />

ángel» personal, varias pequeñas-grandes cosas fueron a posarse sobre tu<br />

espíritu. Pero, lastimado, lógicamente, no reparaste en ellas. Yo pasaré las<br />

páginas de tu endeble memoria:<br />

Primera «PGC»: en la casa de las hijas, en El Bosque, te reúnes,<br />

finalmente, con el cadáver. Alguien, que piensa también en las pequeñas-gran-<br />

des cosas, le ha colocado un pincel entre los dedos. Es la imagen que<br />

perdurará. Ésa, en efecto, es una «PGC». Una imagen viva que te ha hecho<br />

VIVIR como nunca. Ése es el sentido de cuanto trato de explicarte, querido<br />

idiota o profano en la difícil materia de la vida. «Déjame vivir y VIVIRÉ»,<br />

¿recuerdas?<br />

Segunda «PGC»: Beatriz, una de las hijas, recita en el funeral unos versos de<br />

San Juan de la Cruz. «Muero porque no muero...» La voz abre la madera de los<br />

recuerdos y caen como árboles heridos sobre familiares y amigos. En el silencio<br />

te has rebelado. Tú lo has visto. Lo has visto primero entre la gente: un<br />

Fernando Calderón más sobresaliente e interminable que nunca. Un Fernando<br />

¡bailando y divertido! Después, un Fernando abrazando a Bea y a su dolor. Y te<br />

has rebelado porque nadie parece verlo. Nadie «ve» que sigue (físicamente)<br />

VIVO. Es una pequeña-gran cosa que has guardado igualmente en la caja<br />

fuerte del «nadie me creería». No importa, querido idiota. Poco importa que<br />

nadie te crea. Lo realmente interesante es que, por espacio de unos segundos,<br />

has VIVIDO. Y en esas imágenes (tan físicas y reales como la del pincel entre<br />

los dedos) está parte de la Verdad (la que tú alimentas en el pequeño huerto de<br />

tu herido corazón). La clave, como ves, no es que las cosas sean grandes o


pequeñas. La clave es que deben ser pequeñas y grandes a la par («PGC»).


16 de abril de 2003<br />

Querido idiota:<br />

ABLANDABREVAS<br />

Sigo con el catálogo de pequeñas-grandes cosas, otra especie en extinción en<br />

la reserva de tu vida. Los «negocios» pendientes...<br />

Te veo a diario con el puño del alma en alto. Protestas por todo y por todos.<br />

Cometes un nuevo error. Mejor dicho, el error de los errores (¿hay algo peor<br />

que un convoy de «erres»?). Si un día, como sabes, te regalaron un atajo<br />

(«aquella revelación»), ¿por qué vivir con el molesto lastre de seis «erres»? Si<br />

sabes que tu mundo es un laboratorio, ¿por qué sublimar lo obvio? Eso, en mi<br />

pueblo, se llama ser ablandabrevas. ¿Por qué arrojar gasolina al experimento?<br />

Si conoces el porqué, ¿a qué viene sumar otros «porqués»? Sigue el consejo:<br />

firma la paz con el silencio. El mundo no va a cambiar porque maldigas o critiques.<br />

No seas un abencerraje de lo absurdo. VIVE el silencio (la más dura<br />

gimnasia del alma).Practícalo, en especial cuando nadie lo practica.<br />

Pero, si esto no fuera suficiente, entonces, querido idiota, penetra en el<br />

sanctasanctórum de tu «yo» y dale la vuelta. Colócalo al revés. ¿Qué aspecto<br />

tiene? Muy distinto, claro está. No es el «yo» de cada día. Ahora, el Norte ha-<br />

bitual es el Sur, más cerca, naturalmente, de la nada. Ahora, con el mapamundi<br />

de tu «yo» boca abajo, no existe la razón de la sinrazón. Los océanos de tus<br />

dudas necesitan nuevos nombres. Los territorios de tu existencia son<br />

irreconocibles. ¿Como era arriba es abajo? Incluso las certezas, como los ríos y<br />

palabras, corren en otras direcciones. Es un «yo» contracorriente (hoy no se<br />

lleva). (Deberías saber que un «yo contracorriente» es lo más indicado para<br />

transferir energía.) Es un «yo» VIVO (lo que necesitas).<br />

Lo dicho: empieza la nueva dieta del silencio. En dos telediarios notarás un<br />

saludable cambio. y lo que es mejor: descubrirás que los demás existen. Es<br />

otra «PGC».<br />

A una mala, como te decía, si esta pequeña gran cosa es pelo de mal<br />

peinar, entonces prueba con el mapamundi del «yo». Un «yo» boca abajo es<br />

colgar una jaula de pájaros en tu corazón, ¿recuerdas?


PD: Si tienes dudas consulta con el doctor Manolo Molina («Molí»). Él sabe cómo darle<br />

la vuelta a un mapa.


18 de abril de 2003<br />

Querido idiota:<br />

ALGO MEJOR QUE LA CONFIANZA<br />

Hablando de telediarios, déjame que abunde en otro «negocio» en el que<br />

tampoco has brillado con luz propia y que viene siendo fuente de muchos de tus<br />

quebraderos de cabeza. Llevas más de cincuenta años aceptando dócilmente<br />

cuanto ves, cuanto escuchas y cuanto lees, Nuevo fracaso. En este mundo, tal<br />

y como te fue revelado, todo cabe, incluyendo a los mentirosos crónicos (sus<br />

corazones son tan mediocres y atocinados que no son capaces de decir una<br />

verdad aunque les beneficie). Guárdate, pues, de los apóstoles, de las<br />

banderas, de los dioses prefabricados, de los ejes del bien y del mal, de las<br />

apariencias, de la ciencia rasante y de la rectitud estudiada. Es hora ya de que<br />

te sacudas el polvo de tanto falso amigo. No temas. Empezarás a VIVIR cuando<br />

descubras que todos te abandonan (empezando por ti mismo.)<br />

Es bueno vivir en la confianza (tú lo has practicado), pero es mejor VIVIR (es<br />

decir, vivir en la realidad). La realidad de un planeta «laboratorio», como sabes:<br />

hervidero de mercachifles y chiquilicuatres. No tienes más remedio que vivir<br />

entre ellos, sí, pero aprende a colocar a cada cual en su sitio.


19 de abril de 2003<br />

Querido idiota:<br />

ENEMIGOS Y FROTA ESQUINAS<br />

Dios tenía razón. Es tal la lista de errores que has ido sumando en estos 56 años<br />

que no hay forma de cuadrar la vida. Son tantos los vicios, y tan enredados,<br />

que casi prefiero saber de ti por los espejos de la casa. Pero no quiero<br />

lamentarme. Prometí escribirte y lo haré, aunque uno de los dos perezca en el<br />

empeño. No se trata, querido profano, de herir o de arrodillar tu alma como lo<br />

haría un cara de badajo. Mis cartas sólo pretenden estimularte y, de paso,<br />

encofrar lo prometido en la UCI. Y ya que menciono a los otros idiotas (los cara<br />

de badajo), permíteme subrayar uno de tus más clamorosos errores, una<br />

tarántula que anida en tu inteligencia y que envenena por el gusto de<br />

envenenar. Me refiero a esa inclinación tuya (no sé si natural) a embestir<br />

cualquier rojo y de cualquier enemigo. No has aprendido a distinguir. Hay<br />

enemigos y frotaesquinas. Los primeros sí merecen tiempo y respeto. Son los<br />

únicos que desenfundan en tu presencia y siempre de cara. Son los menos.<br />

Son enemigos en la batalla dialéctica y en el cuerpo a cuerpo del alma, sí, pero<br />

jamás traicionan. Los otros son vagos, tramposos y necios. Su mediocridad no<br />

les permite ver más allá de su yo de plomo. Gustan autoproclamarse<br />

«justicieros», «racionalistas» y «defensores de la verdad». Su única «justicia»<br />

es prevaler (no importa el veneno o la jauría utilizados en la traición). Su<br />

«razón» es negra, como el poder al que sirven. En cuanto a la «verdad», jamás<br />

la conocieron. Son eunucos mentales, siempre cortejando a otros, tan<br />

mediohombres como ellos.<br />

No, querido idiota, no pierdas tiempo y energías con los frotaesquinas. El<br />

silencio, una vez más, es la mejor guillotina contra semejantes fuleros. Deja que<br />

suban y bajen por su propia codicia. Son ratas de estercolero.<br />

Estás equivocado: el que calla no otorga. Si te fijas, esa conclusión (el que<br />

calla, otorga) procede siempre de un mediocre.


20 de abril de 2003<br />

Mi muy querido idiota:<br />

MILONGAS<br />

Una de las ventajas de escribir para nadie es que, amén de colgar los puntos y<br />

comas en los ventanales de mi calle principal, puedo permitirme el lujo de no<br />

rendir cuentas. Ni siquiera a ti. Hoy te hablo sin las cadenas del tiempo.<br />

Mañana puede que sin tiempo. Puedo soñar la omnipresencia del espacio o<br />

hacerme peregrino en cada universo de bolsillo de las pequeñas-grandes<br />

cosas. Soy libre (creo), al fin. Por eso estoy capacitado para aconsejarte. Un<br />

día (yo también) tuve la mala fortuna (?) de caer del caballo de lo establecido. Y<br />

la Verdad me pisoteó. Mala suerte, sí, porque la Verdad no es lo que venden. Si<br />

te alcanza quedarás ciego para el mundo. Es como el rayo. Si te alcanza te<br />

harás uno con él. Brillarás con plenitud, pero en soledad. Muy pocos tendrán la<br />

capacidad de verlo. La mayoría nunca lo sabrá. Y tú (yo) tendrás la mala<br />

fortuna de vivir libre y solo.<br />

Moraleja: los que poseen parte de la Verdad no figuran en el «hit parade»<br />

de los santos, ni de los influyentes, ni tampoco de la historia. Tal y como te<br />

explicaba, sencillamente, son tanto que no son (la luz no sabe que juega a ser<br />

luz).<br />

Moraleja (2): No pierdas el tiempo corriendo detrás de este o de aquel<br />

maestro. Los únicos que han sido tocados con la varita mágica no son (no<br />

viven) como tú imaginas. No te rindas, por tanto, ante el canto de sirenas de<br />

cruces o medias lunas. Los que dicen tener autoridad moral, justamente, son<br />

los inmorales. Las batallas entre el bien y el mal no existen. Son decorados,<br />

oportunamente removidos por los frotaesquinas de turno. El mal, querido idiota,<br />

es un depredador (siempre bajo el agua). Si acertara a mostrar sus fauces en el<br />

exterior moriría inexorablemente. El mal sólo existe en los zoos humanos.<br />

Forma parte del experimento. Tampoco hay guerreros de la luz, ni batallas<br />

celestes, ni victoriosos o ángeles caídos. Eso son parches en la frente de los<br />

incautos. Los «maestros» (?) que pregonan semejantes milongas van siempre<br />

acompañados por su abogado. ¿Por qué será?<br />

En suma: si en verdad quieres VIVIR empieza por lustrar tus propios<br />

pensamientos. Aprender a dudar (cada día) es permitir que uno de los rayos, de<br />

una de las Verdades, te fulmine.


21 de abril de 2003<br />

Mi querido idiota:<br />

LUZ + LUZ = OSCURIDAD<br />

Veo que no has comprendido. Para ti, caer del caballo de lo establecido es una<br />

suerte. Para mí, en cambio, fue un «Damasco» en negro (luz más luz...). Tuve<br />

la mala fortuna de ser despabilado por la Verdad (una de ellas, supongo). Des-<br />

de entonces, desde aquella revelación, nada es igual. No quiero tampoco que<br />

embarulles las ideas. Mis palabras no son cometas estresadas. A cada cual lo<br />

suyo (sólo así podrás VIVIR). La Verdad (cualquiera de ellas) no es buena, ni<br />

mala, como tampoco lo es el sistema (lo establecido). Lo malo de perder la<br />

virginidad con la Verdad (con cualquiera de ellas) es que, de inmediato, quedas<br />

deslumbrado por sus encantos y ninguna otra volverá a catapultarte a lo más<br />

alto de ti mismo. Durante segundos (ni eso) serás (te sentirás, diría yo) el<br />

lazarillo de la luz y la yedra del hidrógeno y del oxígeno en el agua.<br />

Planearás a voluntad sobre las voluntades y contarás (a manos llenas) las<br />

monedas de oro del «ahora lo sé». Durante décimas de segundo (ni eso)<br />

estarás presente (a la vez) en los infinitos agujeros negros que custodian el<br />

aprisco de Dios. Serás todo y parte. VIVIRÁS la magia de nadar en el tiempo y<br />

de secarte con el espacio. Te sentirás (serás) otro Dios-Creador (¡bienvenido a<br />

la nómina divina!) con una súbita eternidad en las palmas de las manos.<br />

Durante centésimas de segundo (ni eso) AMARÁS tanto que cada átomo de ti<br />

mismo parirá otro Dios-Creador (y vuelta a empezar). Serás, sencillamente, otra<br />

genial carambola en la mesa de billar de la creación. Pero ese abrazo es tan<br />

breve (ni eso) que mata al nacer. Después, cuando el rayo sólo es un<br />

sentimiento intraducible o una página de la memoria, entonces, querido idiota,<br />

nada es igual. Cuando ella no está, cuando no la posees, todo a tu alrededor es<br />

un eco. Comprendes, sí, pero en soledad. Soy libre (creo), pero estoy solo. Más<br />

aún: la Verdad (cualquiera de ellas) no te hará libre. Esa frase -como tantas- ha<br />

sido escurrida en beneficio de los de siempre. La Verdad, querido profano en la<br />

materia, al menos aquí, en tu mundo, no hace libre a nadie. La Verdad aparta.<br />

Y hasta que vuelvas a reencontrarla serás el TODO en mitad de la nada.<br />

Como ves, tengo cierta razón al lamentar mi caída de lo establecido. Toma,<br />

pues, buena nota: reza para que la Verdad (cualquiera de ellas) te seduzca lo<br />

más tarde posible.


23 de abril de 2003<br />

Querido idiota:<br />

¿QUÉ HAGO YO AQUÍ ARRIBA?<br />

Comprendo tu agitación. Has hecho una promesa pero no sabes cómo<br />

satisfacerla. De pronto, alguien más veterano empieza a desmontar hitos y<br />

mitos (los tuyos). La Verdad, por ejemplo, es una amante poco recomendable<br />

(ahora). Y te preguntas como el equilibrista borracho: «¿Qué hago yo aquí<br />

arriba?» No temas. Todo está previsto (incluso ese naufragio personal). La vida<br />

no es lo que parece (hasta que caes del alambre). Después, al precipitarte en la<br />

duda, la vida es lo que es: puro ensayo, puro ir y venir de intenciones,<br />

inteligencias descarriladas, botarates uniformados que pliegan a su antojo<br />

mapas de hombres y países, falsas verdades (en púrpura, negro o azafrán)<br />

disfrazadas de dogmas y príncipes de luz que se encarcelan en la carne por el<br />

puro placer de experimentar. La vida, en fin, es lo que es: una caldera en la que<br />

muy pocos saben por qué hierven (con un resultado siempre excelente, al<br />

final del serpentín). I<br />

Y te preguntarás: si (ahora) nada es lo que parece, ¿cómo puedo ser feliz,<br />

cómo intentar VIVIR, cómo cumplir mi deuda? Sólo conozco una respuesta:<br />

VIVIR al margen de la Verdad (cualquiera de ellas) VIVIR (me veo obligado a<br />

insistir en ello) tampoco es lo que se vende en el exterior. VIVIR (te lo dije) es,<br />

sobre todo, experimentar, siempre de la mano de tu verdadero padre en la<br />

Tierra: el sentido común. VIVIR es regresar a la lejana patria de la niñez, a los<br />

universos hechos canicas de las pequeñas-grandes cosas (¿recuerdas?).<br />

VIVIR puede ser parte de la Verdad (cualquiera de ellas), pero nunca es la<br />

Verdad (químicamente pura). Ésa o ésas son criaturas tan lujosas que su sola<br />

posesión significa la ruina (ahora). Puedes cumplir tu palabra, VIVIENDO. Y es<br />

hora ya -creo- de entrar en detalles. Pero, antes, permíteme un matiz. VIVIR no<br />

significa ser feliz. VIVIR no es acertar. Conviene enderezar el concepto. Ser<br />

feliz no es la meta, querido idiota. La felicidad es una consecuencia, un matiz<br />

que te hace brillar brevemente. Eso es VIVIR. No explores, por tanto, donde no<br />

debes. Deja que la felicidad te sorprenda cada día. Dios es un salteador de<br />

caminos y despoblados interiores. No temas. Él, de pronto, casi de puntillas,<br />

embozado en el azar, te roba lo aparentemente grande y te obliga (a volver) a<br />

lo pequeño. Te obliga a VIVIR de nuevo. No puedes ser feliz si no VIVES, aunque<br />

(recuerda) el objetivo de VIVIR no es la felicidad. VIVIR es una llave. Es al<br />

abrir la nueva puerta (al experimentar) cuando el fugaz rayo de luz de la<br />

felicidad puede sorprenderte.


24 de abril de 2003<br />

Querido profano en casi todo:<br />

<strong>UN</strong> LOMO DE METAL<br />

Te decía ayer que es hora ya (creo) de descender a los detalles. Puedes<br />

cumplir tu palabra, VIVIENDO, sí, pero cómo. ¿Cómo se VIVE sin dejar de<br />

vivir? Llamemos a la puerta de don concreto. Es la mejor forma de aprender. Él<br />

hablará por mí...<br />

Ayer sucedió algo que te hizo vivir de forma intensa (diferente): VIVIR en suma.<br />

Fue un día amenazado desde el principio por la tristeza. «Él» se iba. Mejor<br />

dicho, tú lo desterrabas. Tu viejo automóvil hacía su último viaje. Antes de partir<br />

hacia ese territorio de «nunca jamás», en el que ingresan las cosas (?)<br />

queridas, «él» se quedó a solas contigo y te miró en silencio. No hubo par-<br />

padeos, ni ráfagas de súplica, tampoco reproches intermitentes. Fue una<br />

repetición de la lenta agonía de Thor, tu pastor alemán. Entonces, comprendiendo,<br />

acariciaste el lomo de metal y acertaste a susurrar un « lo siento».<br />

Fue suficiente. Parte de tu alma escapó por los dedos e inmortalizó lo que sólo<br />

era una máquina. Ahora podía desaparecer en paz. Con ese sentimiento derramado,<br />

tu anciano coche no es sólo un grato recuerdo. Es parte de tu particular<br />

cielo, al que va todo lo que merece la pena. Él vivió (y te hizo vivir) 478.869<br />

kilómetros. ¡Más de quince veces la vuelta al mundo! Era justo, pues, que lo<br />

compensaras con una caricia. Y tú, querido idiota, merced a ese espontáneo<br />

sentimiento, sacaste los pies del barro de la rutina y tuviste la oportunidad de<br />

VIVIR. VIVIR, con mayúsculas, sin dejar de vivir. Experimentar la tristeza,<br />

aunque sólo fuera por un amasijo de hierros (tú y yo sabemos ahora que la<br />

voluntad humana, si quiere, viste y calza a los sueños o llama por su nombre a<br />

los hermanos inanimados). Experimentar, como te dije. Ésa es la combinación<br />

secreta para abrir la caja de caudales de las sensaciones. Experimentar =<br />

VIVIR. Experimentar gracias a las pequeñas-grandes cosas. Gracias a unos<br />

dedos sobre un lomo de metal y a la tristeza, la cenicienta que te empeñas en<br />

ignorar. Como habrás comprobado, esa tristeza (en el momento adecuado y en<br />

dosis razonables) es un vasodilatador de la vida. Te acelera. Te hace sentir<br />

vivo. Te recuerda que, sobre todo, eres humano. Es decir, bellamente<br />

imperfecto. Abraza, pues, a la tristeza cuando llegue. Es una experta en<br />

despedidas. Deja que haga su trabajo. Permite que se instale momentáneamente<br />

en tu herido corazón. Cuando desaparezca comprobarás (y<br />

comprobarán) que eres un poco mejor.


25 de abril de 2003<br />

Querido idiota:<br />

EL MEJOR ANTIOXIDANTE<br />

A poco que medites comprobarás que tengo razón. Si experimentas el placer<br />

de las pequeñasgrandes cosas («PGC») habrás cumplido por partida doble.<br />

Primero con el que supones que ha hecho la vista gorda. Segundo, y sobre<br />

todo, contigo mismo. Tú, ahora, no lo sabes pero, cada vez que experimentas,<br />

cada vez que VIVES una «PGC», estás dando cuerda al reloj de tus días. Era<br />

un regalo que pensaba entregarte al final de estas cartas pero, por lo que veo,<br />

el de la vista gorda tiene otros pensamientos. Yo sólo cumplo órdenes. Ahí va,<br />

pues, el secreto: una «PGC» es el mejor antioxidante del mercado humano. Si<br />

aciertas a consumir una al día (como mínimo), la pequeña dosis de felicidad<br />

aportada a tu organismo reduce, muy considerablemente, los radicales libres<br />

que te ponen trampas en el estrés, en la mediocridad y en los mamaúvas que<br />

marcan las pautas. La «PGC», en suma, es un altísimo concentrado de oxígeno<br />

puro (felicidad), inyectado directamente en la femoral del alma. Ese OXÍGENO<br />

multiplica las defensas y rejuvenece la siempre pisoteada red de la esperanza.<br />

Como sabes, el oxígeno contaminado de los compromisos termina enmoheciendo<br />

y matando. El otro, el OXÍGENO de las «PGC», engrasa la<br />

maquinaria del tiempo y te hace VIVIR, que es lo que importa.


25 de abril de 2003<br />

¿PARA QUÉ ENGORDAR AL FUTURO?<br />

Mi querido idiota (ahora algo menos, supongo):<br />

Seguiré con el tratamiento ideal para intentar modificar tu equivocada vida. Un<br />

«plan», como habrás adivinado, con una receta única: un par de dosis de<br />

«PGC» al día.<br />

Empezaré por algo que tienes a la vista: tu voluminosa agenda. Primer<br />

gran error: ¿ni siquiera ha llegado y ya pretendes domar al futuro? ¿Por qué<br />

fabricar «mañanas» y «pasado mañanas» sobre papel? ¿No tienes suficiente<br />

con el hierro y el hormigón del «ahora»? Ojea de nuevo tu vida y confiesa:<br />

¿merece la pena? Aquel 26 de julio, mientras engordabas al futuro, mientras<br />

hacías despensa con la red en blanco y negro de tu agenda, la muerte<br />

(¿recuerdas?) te miraba a los ojos. ¿Dónde están aquellos proyectos?<br />

¿Mereció la pena competir fuera de la pista? Tú, ahora, sabes que no. Tú,<br />

ahora, sabes que el mejor «mañana» es un «ahora». Tú, ahora, entiendes que<br />

una de las pequeñas-grandes cosas más saludables es, justamente, una<br />

agenda en blanco. Mejor aún: una vida sin agenda. Deja que sea el Dios<br />

Destino quien escriba. Cabalga sobre el afán de cada día. Sólo eso. El resto<br />

(más allá de treinta segundos) son catedrales en papel cuadriculado.<br />

PD: La dosis ideal de «PGC» es tirar la agenda a la basura (directamente).


26 de abril de 2003<br />

Querido idiota:<br />

DIOS N<strong>UN</strong>CA PROMETE. ¿POR QUÉ TÚ SÍ?<br />

Hoy se cumple el noveno mes de tu nueva (supuesta) vida. Aquel 26 de julio<br />

(2002), con la muerte en los talones, formulaste una solemne promesa (la más<br />

solemne de tus 55 años): «Si me concedes una prórroga te (me) prometo<br />

VIVIR.» Nuevo error, querido profano. Está claro que no has cumplido y, muy<br />

probablemente, nunca cumplirás, a pesar de mis quites. Toma nota en tu<br />

memoria (el único equipaje autorizado en el más allá): prometer es obligar y<br />

obligarse. Por un lado, intentar doblar la voluntad de un Dios según tu capricho<br />

o tus necesidades y, por otro, hacerte trampas a ti mismo. Vayamos por partes.<br />

¿Obligar a Dios? Observa la naturaleza. Ella está aquí antes que tú y jamás<br />

pide a cambio. ¿Te imaginas?: «Concédeme una prórroga y la luz del día<br />

borrará a las estrellas, esas chismosas de la noche.» No, querido idiota, nunca<br />

obligues (prometas) al buen Dios. No lo sientes a la timba de tus miserias. No<br />

quieras hacerle trampas. Él sabe. Él inventó el órdago (el ahí está) de la vida.<br />

Él, a diferencia de los humanos, no presta. Él está entrenado para regalar. Es<br />

sordo y mudo para el des-amor. Si en verdad confías en Él (en el AMOR), ¿por<br />

qué obligarle? No cubras de escarcha ese delicado paisaje. Deja que el AMOR<br />

actúe. Deja que Él siga jugando a fogonero de tu vida. Cuando te sientas en<br />

apuros, baja o sube (según) los peldaños de tu espíritu y llama a su<br />

apartamento (Él siempre vive arriba o abajo), Sólo tendrás que mirarle.<br />

Después regresa tranquilo a tu «ahora». Dios nunca promete. (Él actúa.) ¿Por<br />

qué el hombre va a ser más papista que el papa?<br />

¿Obligarte a ti mismo? ¿Obligar o prometer a los demás? No, querido<br />

idiota, no pretendas doblegar los Destinos (propio y ajenos). Es absurdo y,<br />

además, revela muy poca inteligencia. En lugar de prometer, actúa. Utiliza la<br />

bandera divina de la acción. El mundo está sobrado de palabras. Necesita<br />

silencios en movimiento. Necesita AMOR sin raíles, sin prólogos y sin con-<br />

diciones.<br />

Y si quieres seguir obligándote (si necesitas continuar prometiendo), hazlo<br />

siempre de puertas adentro. La estupidez (en solitario) sólo ahoga al que la<br />

practica.


27 de abril de 2003<br />

Querido idiota:<br />

LA ECUACIÓN SECRETA<br />

Te comprendo. Algunas de estas cartas, en efecto, parecen escritas por tu yo<br />

autista. Puede que así sea (deberías saber que arrodillo el alma cuando me<br />

cruzo con estos héroes). En el fondo, de eso se trata: quiero darle la vuelta al<br />

calcetín de tus certezas. Quiero sumergirte en la lejía de la duda y colgarte<br />

después al viento. Colgarte solo e indefenso (la única fórmula para sanearte).<br />

Con estas cartas, en efecto, pretendo hacer tabla rasa de tus certezas. Es hora<br />

de arrinconarlas. Al principio (peor que bien) fue un tacatá. Ahora, esas<br />

certezas se han vuelto pendencieras. Ni tú mismo eres capaz de ordenarlas. Ya<br />

ni siquiera obedecen a tu voz. Son lobos hambrientos, bajados del largo<br />

invierno de las religiones, del poder y de las conveniencias. Las certezas, bajo<br />

la piel de cordero de tu supuesta salvación, te debiIitan a cada dentellada. Ése<br />

es el propósito: evitar que pienses. Si un ser humano piensa por sí mismo es un<br />

potencial revolucionario. Si millones de hombres piensan por sí mismos son la<br />

revolución. Empieza, pues, por diezmar todo aquello en lo que siempre has<br />

creído. Cuanto más sagrado (supuestamente), mejor. El resto huirá espantado.<br />

Y tú, querido profano en la materia de las Verdades, te sentirás más certero. Es<br />

la ecuación secreta: cuantas más certezas, menos certero. No te avergüence<br />

caminar por los territorios de la duda. Son parajes lunares para la mayoría, pero<br />

no para el que los elige. La duda, querido idiota, no es negación a ultranza. Es<br />

análisis de lo supuestamente inamovible. La duda es la gimnasia de la razón. Y<br />

tienes derecho a una mente en forma. La duda desguaza el dogma y hace<br />

parpadear asombrado. El dogma siempre está vacío de lógica e infectado de<br />

intereses más o menos enfermizos. La duda abre la puerta de atrás del<br />

poderoso y muestra el corazón de estos mercaderes de la mentira y de la<br />

muerte. La duda es tu mejor traje a medida (hecho por ti mismo). La duda es el<br />

único título que debe colgar en el ánimo del científico. Los otros, los que niegan,<br />

son inquisidores, adoradores de currículums y pan-con-pan de la inteligencia.<br />

La duda, en fin, es el antídoto contra el veneno de algunas «riquezas».<br />

Sigue mi consejo. Si quieres VIVIR, duda. La certeza es un SIN-VIVIR...


28 de abril de 2003<br />

Querido idiota:<br />

PINTAMONAS DE CERTEZAS<br />

Avanzar, contigo, es ver cómo avanzan los demás. Tendré que resignarme.<br />

Preguntabas ayer por el final de mi última carta. ¿Qué es eso de VIVIR en la<br />

duda? ¿Por qué afirmo que vivir en la certeza es un SIN-VIVIR? Veamos si soy<br />

capaz de hacer luz con los pedernales de tu inteligencia (?)...<br />

Hace mucho tiempo, en tu infancia, la religión te obligó a pacer en la<br />

palma de su mano. Dios era un Yavé avinagrado. Un ahorrador patológico de<br />

virtudes (?) y, por supuesto, un quitameriendas de ilusiones no autorizadas. Así<br />

fue tu vida. Una «vida» (?) en la certeza de un Dios permanente e<br />

inexplicablemente cabreado. Una vida en el trapecio, pendiente, no de tus<br />

posibilidades, sino de las pautas marcadas por el director de pista. El menor<br />

desliz significaba pecado y -«de morir en ese momento»-, condenación eterna.<br />

La certeza era tal que tu vida quedaba reducida a un SIN-VIVIR. Un beso<br />

robado, un abrazo en la oscuridad o un pensamiento en libertad te convertían<br />

(por obra y gracia de esas certezas), en un monosabio de Dios. Hoy lo intuyes:<br />

nadie es un payaso para el buen Dios. Todavía no sabes quién es (ya llegará la<br />

hora) pero la duda resulta más nutritiva que las viejas y saboteadoras certezas.<br />

Otro ejemplo.<br />

Hace tiempo, en tu juventud, otros sablistas de lo divino y de lo humano te<br />

dieron el tocomocho de las certezas. A saber: voluntades agavilladas y sujetas<br />

por las lenguas; yugos para los de siempre y flechas (todas) en la misma<br />

dirección; un destino en lo universal del dinero (sólo para ganchos y tahúres<br />

compinchados con los sablistas) y el espejismo de una patria donde (supuestamente)<br />

lo bueno era vertical, monocromático y castrense. Y el menor desliz,<br />

como sabes, significaba hambre, libertad de pensar entre barrotes, ruina de la<br />

imaginación, tu nombre arrojado a las termitas del descrédito o el exilio (el<br />

extranjero era la nada de Dante y un vivero judeo-masónico). Las certezas eran<br />

un cinturón de castidad en la frente. Como te decía, un SIN-VIVIR. Hoy, al<br />

menos, dudas y eso (mal que bien) te permite VIVIR.<br />

Madurez.<br />

El mundo, recién resucitado, dijo llamarse Lázaro y tú (ingenuo como un cubo<br />

de agua) lo abrazaste entre lágrimas. ¡Al fin la democracia! ¡Al fin la gran<br />

certeza! Poco después, tras las primeras lluvias, brotaron las verdades<br />

humanas: malparidos con el fétido aliento de la mentira permanente, políticos<br />

contrabandeando con la esperanza, mandamases a lo suyo (a sus certezas),


ayatollahs con la venganza en cuarto creciente, salvadores que nadie llamó con<br />

la verdad enlatada o granizada. Más o menos, los mismos marrulleros de tu<br />

infancia y juventud. Las mismas certezas con distintos collares...<br />

Ancianidad (al caer) (?).<br />

Tampoco el amor es la certeza que te cobijó.<br />

Ahora, más que nunca, es duda; es decir, más amor. Ahora, Blanca, tu mujer,<br />

tampoco es certeza. Ahora, ella es tú y tú una mala aproximación. Aquella<br />

certeza de la posesión ya no es tal. Ahora, tu vida con ella no es un SIN-VIVIR.<br />

Ahora sí VIVES, gracias a ese gran amor (siempre en la duda).<br />

Repito, pues, mi consejo, querido idiota: para VIVIR hay que dudar. No seas un<br />

pintamonas de las certezas. Eso déjalo para los mediocres y los muertos.


30 de abril de 2003<br />

Mi querido ignorante en casi todo:<br />

DESENCADENA AL TIEMPO Y VERÁS...<br />

Trato de regresar a las pequeñas-grandes cosas pero tu torpeza no me lo<br />

permite. Tus neuronas son manglares. A pesar de todo seguiré intentándolo. En<br />

otras cartas anteriores insistí en ello: las «PGC» son la única felicidad autorizada<br />

en este mundo laboratorio. Una felicidad-destello, sí, pero felicidad al fin y a la<br />

postre. Y para VIVIRLAS en plenitud debes subir primero al principio de los<br />

principios. Me explico: para beber y paladear cada pequeña-gran cosa hay que<br />

desencadenar al tiempo. Hasta ahora, mi querido idiota, eras tú quien<br />

engordabas al futuro (¿recuerdas?). Tú, con tus prisas, convertías al tiempo en<br />

una maleta. Lo hacías danzar pesadamente al son de tu agenda. Hasta ahora,<br />

el tiempo (sobre todo el tuyo) era otro idiota, otro esclavo de ti mismo. Lo sé:<br />

siempre has creído lo contrario (tú eras el esclavo del tiempo). Si decides<br />

VIVIR, si empiezas a practicar el saludable deporte de las «PGC», comprobarás<br />

quién es quién. Comprobarás que el tiempo (libre de cadenas) se ralentiza y te<br />

empapa de salud y satisfacción. ¡El tiempo convertido en lluvia mansa! Si lo<br />

liberas con el indulto de cada pequeña-gran cosa, el tiempo, en lugar de seguir-<br />

te de mala gana, te precederá y perfumará tu nuevo camino. Ahora, mi querido<br />

idiota, la «falta de tiempo» es un insulto a la inteligencia, Ahora, con el<br />

descubrimiento de las «PGC», lo verás fluir en su estado natural (ni sólido, ni<br />

líquido, ni gaseoso). Y el tiempo, al fin, te mirará a los ojos. Entonces, sólo<br />

entonces, serás moderadamente feliz y durante un tiempo sin tiempo. Sí, ése<br />

es el hallazgo de los hallazgos: las pequeñas-grandes cosas: El talismán de los<br />

sabios. El cofre secreto enterrado por Dios en cada corazón. La Luna para los<br />

necios. La última esperanza para los profanos, como tú. La religión de los<br />

inteligentes. El espejo de los más bellos. La verdad en zapatillas. El Destino<br />

mojado en leche. Un cazaclavos para el alma en pena. Agua en el desierto de<br />

los días. La dulzura en el sentido de las agujas del reloj. El presente vestido de<br />

Dios. Dios vestido de presente. Tus mejores sueños tocando palmas. La<br />

eternidad en el dedal de un «te quiero». La creación entera y señorona sentada<br />

a tus pies, observándote. Eso, y mucho más, son las pequeñas-grandes cosas,<br />

querido idiota. La felicidad (recuerda) en porciones. El cielo en un carrillo de<br />

mano...


1 de mayo de 2003<br />

Querido idiota:<br />

LA MÁXIMA CONDECORACIÓN DE LOS CIELOS<br />

Hace mucho tiempo (tendrías que abrir el trastero de la memoria para<br />

recordarlo), un amigo y compañero de profesión -Manu Cecilio-, y tú mismo,<br />

vivisteis una singular aventura. Fue en un crudo invierno. Diciembre<br />

se presentó por sorpresa y vestido de riguroso hielo. Fue entonces cuando<br />

Cecilio Hijo y tú improvisasteis un arca de Noé, salvando de la muerte a<br />

una familia de golondrinas. No importaron las dificultades, los kilómetros<br />

y las risas burlonas de los pepes leches de turno. Aquel salvamento de los<br />

más débiles fue un lujo espiritual (soltar las cadenas del tiempo). Aquel<br />

bello gesto fue una pequeña-gran cosa. Tan «PGC» que hoy figura a la cabeza<br />

de tu «currículum» (el verdadero: el existente en la web de Dios).<br />

Después lo has repetido. ¿Recuerdas a Nicolás, el mirlo caído del nido?<br />

Ayer, sin ir más lejos, otra familia de golondrinas empezó a anidar sobre la<br />

puerta de vuestra casa. Las futuras crías serán fruto del amor y de vuestro «sí».<br />

Pues bien, son esas pequeñas-grandes cosas los únicos negocios que<br />

debes emprender. Son esos momentos -tan cortos- los que te alargarán por<br />

dentro. Fue devolver a la vida la mismísima vida lo que te llena de vida. No lo<br />

dudes, querido idiota: el aparentemente simple acto de rescatar de las aguas a<br />

un saltamontes en apuros significa la máxima condecoración de los cielos: el<br />

oro de la misericordia en el pecho de tu espíritu. Como te decía, ésas serán las<br />

únicas cuentas que deberás echar cuando pases al otro lado. En los mundos<br />

«MAT», como tú los llamas, al salir del ascensor de la muerte, nadie te juzgará.<br />

Serás tú mismo quien abra la maleta de la memoria y sumes las «PGC». La<br />

conclusión es igualmente simple: cuantas más pequeñas-grandes cosas<br />

experimentadas, más satisfacción personal, más felicidad y, por tanto, más<br />

madurez. En otras palabras: más velocidad y emoción en lo que te queda de<br />

aventura.<br />

No sumes, por tanto, grandes éxitos. Los triunfos humanos ya están en tu<br />

contrato. Preocúpate de la letra pequeña (lo que nadie lee): las «PGC», Vívelas<br />

y VIVIRÁS.


2 de mayo de 2003<br />

Querido idiota:<br />

CÓMO DESRATIZAR EL ALMA<br />

Hoy quiero recetarte otra (muy especial) dosis de «PGC»: periódicos atrasados.<br />

La lectura, sí, de esos diarios o revistas que ruedan por la casa o por las salas<br />

de espera como mendigos de la historia. Cuando el Destino los lance en forma<br />

de casualidad (?) hasta tus manos, ábrelos. Hazlo sin miedo. Ojéalos. Aterriza<br />

en sus titulares e imágenes. Con eso es suficiente. Al poco comprenderás.<br />

Repasar un periódico atrasado (cuanto más viejo, mejor) es sanear el alma,<br />

desratizándola de toda clase de vanidades. Hablo por experiencia. Entonces, al<br />

pasar las páginas, entre las paredes en sepia de semejantes historias,<br />

descubrirás a un socio con el que sólo has hecho malos negocios (hasta<br />

ahora): la humildad. Otro huésped poco habitual en tu «vida» (?). Te aseguro<br />

que la práctica de esta pequeña-gran cosa es el mejor remedio contra muchos<br />

de los errores del pasado. Nada (o casi nada), querido profano, merece la pena.<br />

¿Qué fue de los genios? Hoy, con suerte, están colgados en las enciclopedias o<br />

en las paredes. ¿Qué fue de los ricos? Con suerte, son los más ricos del<br />

cementerio. ¿Qué fue de los poderosos? Sólo tú, al pasear por su memoria, los<br />

has resucitado brevemente. ¿Qué fue de los imprescindibles? Hoy, como<br />

sabes, hay piezas de recambio para todo. ¿Qué fue de los santos? Hoy sólo<br />

son la letra pequeña de los calendarios. ¿Qué fue de los buenos? Su gloria fue<br />

tan larga como su duelo. ¿Qué fue de los codiciosos? Murieron asfixiados por<br />

las sospechas. ¿Qué fue de los necios? Están montunos en los cielos del<br />

olvido.<br />

Todo, en suma, se ha ido, como el humo, por la chimenea de la historia.<br />

Pues bien, querido idiota, una vez experimentada esta nueva «PGC», ¿qué<br />

se supone que debes hacer? ¿Vivir para la fama?, ¿para el dinero?, ¿para la<br />

inmortalidad? Yo te lo diré: toma de la mano a la humildad y VIVE en aparcería<br />

con ella.


3 de mayo de 2003<br />

Mi muy querido idiota:<br />

LOS CINCO SENTIDOS<br />

Me pregunto si has comprendido. Cuando hablo de pequeñas-grandes cosas<br />

me estoy refiriendo (naturalmente) a sensaciones. Observa qué sencillez: sentir<br />

= VIVIR. Un mapamundi al revés = robar a los ladrones (VIVIR). ¿Qué mejor<br />

placer virtual que colgar a los infames por los pies? Una agenda en blanco =<br />

competir en el «ahora» (VIVIR). ¡Qué mejor sensación que competir con uno<br />

mismo! El «sí» a una pareja de golondrinas = calcio para el Dios interior<br />

(VIVIR). ¡Qué mejor riego para el amor que un «sí»! Acariciar un lomo de metal<br />

= dar (vida) sin recibir (VIVIR). ¡Qué mejor parecido con Dios! Repasar<br />

periódicos atrasados = bajar a las alcantarillas de uno mismo (VIVIR). ¡Qué<br />

mejor espectáculo (sensación) que las verdades (casi todas) reunidas en el<br />

velorio de la historia!<br />

¿Comprendes? ¿Entiendes el inmenso valor de las «PGC»? El mundo<br />

(siempre) se mueve por sensaciones. La Naturaleza no razona. Las leyes, en<br />

realidad, son primero colores, sonidos, ausencias y atracciones. Después llega<br />

el hombre y legisla. Acata las leyes, sí, pero recuerda quién fue primero.<br />

Recuerda que la norma es una hija bastarda. Nunca nace por amor, sino por<br />

necesidad. Por eso las pequeñas-grandes cosas son superiores (por sí mismas<br />

y por su cuna). Sentir = VIVIR. «PGC» = sentir = VIVIR.<br />

VIVE, pues, querido idiota, con los cinco sentidos. Deja que ventilen tu yo<br />

interior. Ellos saben. La sensatez siempre está a su servicio. El insensato, sin<br />

embargo, no está al servicio de nadie, excepción hecha de su propia locura. La<br />

vista, por ejemplo, sabe cuándo entornar o cerrar los ojos. Y lo hace siempre<br />

ante la proximidad de una sensación. El oído es igualmente escrupuloso. Sólo<br />

negocia con la justa medida. La música es su mecedora favorita. En cuanto al<br />

olfato, ¿conoces a un guía más prudente? El gusto, por su parte, es otro<br />

termómetro de la belleza. Una medida frágil y delicada. Si no alcanza el punto<br />

medio, las sensaciones son alas rotas. Si lo saturas mueren como estrellas<br />

fugaces. Finalmente el tacto: la envidia de los espíritus. Todo el saber de Dios<br />

en la palma de la mano.<br />

¿Comprendes ahora el porqué de mi insistencia en las pequeñas-grandes<br />

cosas?


4 de mayo de 2003<br />

Querido idiota:<br />

ÉRASE <strong>UN</strong>A VEZ <strong>UN</strong> PRÍNCIPE...<br />

La ventaja de escribir para mí mismo (para el profano que llevo dentro) es que<br />

puedo hacer la «estatua» frente a las normas. Me importan un silbato los<br />

críticos. Escribo para ti (para mí). Por eso no hallarás nada tan maduro y<br />

sobresaliente en el resto de mis escritos. Estas cartas son el tuétano de lo que<br />

llevo descubierto en la Tierra. Y te preguntarás: ¿con qué autoridad me dictas<br />

estas cosas? ¿Eres un buscador de perlas de las profundidades humanas?<br />

¿Eres un Dios encendido en la carne? ¿Dónde has aprendido a escalar la<br />

condición humana? ¿Por qué te pronuncias con la seguridad del que regresa?<br />

¿Qué has visto en la cara oculta de tu propio yo?<br />

Permíteme que te responda con una pequeña-gran historia. Se trata (en<br />

apariencia) de un cuento: «Érase una vez un príncipe. Fue creado directamente<br />

en el horno divino. Era más que luz, mucho más que luz y gravedad e infinita-<br />

mente más que luz y gravedad y gravedad divina. Era casi perfecto. Es decir,<br />

casi santo. Respiraba poder y bebía, por igual, de todas las fuentes secretas de<br />

la creación. Sus pensamientos brillaban a lo lejos y era precedido siempre por<br />

el éxito. Y en una de sus correrías por la casa del Padre se asomó al tiempo y<br />

al espacio. Y descubrió algo desconocido para él: en esos mundos, unas cria-<br />

turas vivían en la imperfección. ¡El colmo de la imaginación del buen Dios! ¡De<br />

la nada había obtenido un adán! ¡Y esa nada-adán estaba sentada en las<br />

rodillas del AMOR! ¿Cómo era posible? ¿Por qué los humanos eran tan<br />

importantes? ¿Por qué eran habitados por el mismísimo Creador? Y solicitando<br />

permiso modificó el rumbo de su evolución. Y aquella flecha divina descendió<br />

hacia las tinieblas, la inseguridad y la muerte. Era la única forma de alcanzar la<br />

perfección: siendo maestro también en imperfección. Y con él, con aquel<br />

príncipe, bajaron las escaleras otros muchos...»<br />

Te escribo, por tanto, con la autoridad de uno de aquellos que lo tuvo todo,<br />

querido idiota


8 de mayo de 2003<br />

Querido idiota:<br />

NADAR DESNUDO<br />

Sigamos con las pequeñas-grandes cosas. En una oportunidad (sólo una)<br />

tuviste el suficiente valor (?) y lo experimentaste. La mar te recibió como una<br />

amante y te lanzaste a ella desnudo. Veo que ni siquiera lo recuerdas. Fue una<br />

inolvidable «PGC»,<br />

Algo que no has vuelto a VIVIR. Nadar desnudo fue tu primera relación<br />

amorosa con la mar. Sin duda, la más limpia, intensa y sincera. La mar se<br />

aproximó a tu piel y, curiosa, te acarició. Sus dedos eran colores y cada beso,<br />

una burbuja. Pero tú, tímido, casi huérfano de sensaciones (idiota al fin y al<br />

cabo), escapabas a cada roce y huías veloz seguido de miles de besos. No<br />

llegaste a comprender que la mar es una mujer y que, en esos momentos, te<br />

deseaba. No acertaste a descubrir que aquel sencillo acto de nadar desnudo<br />

era tu máxima aproximación a la libertad. De nuevo una pequeña-gran cosa te<br />

hacía VIVIR (con mayúsculas). Algo impensable cuando te cubres con normas y<br />

certezas. Y digo bien: máxima aproximación a la libertad. Sólo cuando pones el<br />

pie en el estribo de las sensaciones empiezas a deletrear la libertad. Sólo<br />

cuando VIVES la disfrutas (de lejos). Sólo entonces, los Dioses se compadecen<br />

y relampaguean las verdades que nunca serán tuyas (aquí, en esta vida). No te<br />

confundas, querido idiota: la libertad no florece en este planeta. Lo que los<br />

hombres llaman libertad provoca la risa del Destino. Eres tú, justamente, quien<br />

(libremente) has decidido no tener libertad (insisto: aquí). De eso -de la<br />

formidable experiencia de vivir encadenado a un Destino- tendría que hablarte<br />

en otra ocasión. La libertad que venden los humanos es coja de nacimiento. La<br />

libertad humana impone (siempre imponen los que tienen mucho que perder).<br />

La libertad humana pisa siempre sobre cadáveres. La libertad, tal y como la<br />

concibe el hombre, está peleada con la otra mitad de la humanidad.<br />

No, querido profano en la materia, la auténtica libertad no es de este mundo.<br />

Podría describirla (malamente) como nadar desnudo en la mente divina:<br />

conocer y experimentar(lo) TODO. En otras palabras: estrechar la mano del<br />

número <strong>UN</strong>O (ser <strong>UN</strong>O). Eso es libertad. Eso es sentir. Ahora, de momento,<br />

según «contrato», sólo puedes aspirar a escuchar su tañido. Sólo puedes (y<br />

debes) mirar por el ojo de la cerradura de las pequeñas-grandes cosas. Las<br />

sensaciones te harán señales.


9 de mayo de 2003<br />

Querido idiota:<br />

LIBERTAD EN SILLA DE RUEDAS<br />

No me asombra tu cara de papamoscas. La esperaba. Muy pocos aceptan el<br />

contenido de mi anterior carta. « La libertad existe -gritan-. Podemos votar,<br />

cambiar de canal en televisión, de esposa o marido e, incluso, suicidamos.» Y<br />

yo insisto: eso no es libertad. Como mucho, una libertad de cabotaje. Una<br />

libertad sin perder de vista a los demás es una libertad en silla de ruedas. Yo he<br />

mencionado la auténtica libertad: la que no conoce fronteras porque tú eres la<br />

única frontera. La verdadera libertad, querido profano, se nutre del<br />

conocimiento. Ésa es la frontera. Un límite sin límites. Y ahora dime: ¿dónde<br />

nace la libertad humana? ¿Lo hace en la sabiduría? ¿Ha prosperado en las<br />

térmicas del «yo» o sigue reptando en el fondo del miedo? Te invito a que<br />

despabiles algunos momentos de la historia y juzgues por ti mismo (si puedes).<br />

Pre-historia<br />

¿Existió la libertad hace un millón de años? En la Edad de Piedra, el miedo era<br />

más negro que la oscuridad y ésta, a su vez, el único horizonte. Ni siquiera la<br />

evolución fue libre.<br />

Historia antigua<br />

La humanidad creció, sí, pero no la libertad. La domesticación diluyó la<br />

agresividad de los animales y multiplicó la de los propietarios. Las aves<br />

perdieron la capacidad de volar y al hombre le salieron las alas de la ambición.<br />

La joven humanidad fue domando los metales. Y con el cobre, oro, bronce y<br />

hierro diezmó la libertad de los demás.<br />

Siglo v antes de Cristo<br />

Pericles inaugura la democracia. Un hombre: un voto y una opinión. ¡Al fin la<br />

libertad! De pronto, la historia comprende que algo falla: los atenienses<br />

no son la libertad (no para sus esclavos y . mujeres).<br />

Edad Media<br />

La libertad humana retrocede (¿más aún?). Las religiones inyectan la epidemia<br />

de los fanatismos.<br />

La cruz se hace espada y decapita cualquier pensamiento no ortodoxo. No


saben que Jesús de Nazaret jamás portó espada. La verdadera libertad es una<br />

elección (nunca una imposición). Después llega la media luna, otro triunfo de<br />

las fronteras interiores, de la oscuridad y del miedo.<br />

1492<br />

Las viejas ideas alcanzan América y, naturalmente, no conciben otra libertad<br />

que la suya. Pueblos enteros son exterminados porque visten, piensan, adora y<br />

aman «salvajemente». Los conquistadores no saben (ni quieren saber) que el<br />

pensamiento propio es el «abc» de la verdadera libertad. Y el miedo, la<br />

oscuridad y la sangre dibujaron el nuevo mapa de América.<br />

Siglo XIX<br />

Un norteamericano perfora la tierra y obtiene el primer pozo de petróleo (28 de<br />

agosto de 1859). Al permanente negro del miedo y de la oscuridad interior se<br />

sumó el traficante de los traficantes. Hoy, por las venas de la libertad (?)<br />

humana no corre sangre, sino crudo.<br />

Para qué seguir...<br />

La libertad, querido idiota, no es lo que crees y lo que quieren que creas. La<br />

libertad es mucho más y empezarás a practicarla cuando dudes(¿recuerdas?).


10 de mayo de 2003<br />

Querido idiota:<br />

MIRAR <strong>UN</strong> CUADRO<br />

¿Cuánto hace que no contemplas un cuadro? En tu lejana infancia<br />

(¿recuerdas?) querías ser Miguel Ángel. Después, tu «contrato» exigió que se<br />

cumpliera lo «firmado». Pero, a lo que voy: ¿eres capaz de recordar cuándo<br />

liberaste al tiempo por última vez? Me lo temía. Tu última visita a un museo se<br />

ha caído de la memoria. Pues bien, seguiré zarandeando tu entendimiento<br />

(hasta que comprendas): para cumplir tu promesa debes VIVIR. Para enmendar<br />

el rumbo de tus errores tienes que poner los ojos -única y exclusivamente- en la<br />

brújula de las pequeñas-grandes cosas. Mirar un cuadro, por ejemplo, es<br />

compartir confidencias acodados en la barra de tu espíritu. Mirar un cuadro es<br />

soltar a los perros de presa de la adrenalina, pero con bozal. Mirar un cuadro,<br />

como te decía, es sacar al tiempo de las mazmorras de ti mismo y devolverle la<br />

vista. Mirar un cuadro es despertar y duchar a los sentimientos. Después, ellos<br />

solos te recorrerán. Mirar un cuadro, querido profano en la materia, es<br />

abrazarte a la farola de la vida, borracho de sentimientos (abrazarte a ti mismo,<br />

al fin). El arte, querido idiota, no le ha sido dado al mundo para cebar el yo de<br />

unos pocos. El arte es una fragua donde todos (todos) ponen a prueba el<br />

temple de sus sentimientos. Tagore tenía razón: el arte no es sólo belleza. El<br />

arte debería ser (y lo será algún día) la única religión del hombre. El arte, si<br />

observas con detenimiento, tiene sus propios templos. Todos infinitos. Todos<br />

sugerentes. Todos luminosos. Todos edificados con sentimientos. La razón es<br />

la única criatura que no puede penetrar en su interior. Por eso los que se dicen<br />

racionalistas terminan siendo matacandiles de sí mismos y mulas del diablo<br />

para los mazacotes y necios que los aplauden. Arrodíllate, pues, en las<br />

catedrales de los sentimientos. Y al hacerlo, al inclinar el alma, descubrirás que<br />

tú mismo eres parte de la imagen, de la música, de la escultura o del verbo. Tú<br />

serás acción en la quietud. Tú serás color derramado en las arterias. Tú serás<br />

lágrimas interiores. Tú serás traductor e intérprete de otros hombres, de otras<br />

épocas y de otros sentimientos. Tú serás «ellos». Tú serás el todo y la parte. Tú<br />

serás los ojos de la música y la conducirás dulcemente hacia el<br />

sanctasanctórum de tu corazón. Tú serás el proceso y el resultado. Tú serás la<br />

resurrección por la palabra. Tú, entonces, sin querer y sin saber, estarás<br />

justificando la (supuesta) imperfección del tiempo y del espacio. Tú, entonces,


estarás VIVO y habrás cumplido: «Si me concedes una prórroga te (me)<br />

prometo VIVIR.»


12 de mayo de 2003<br />

Querido idiota:<br />

SAZONAR LA CORDURA<br />

Prosigo con la dieta de pequeñas-grandes cosas. Dada tu salud mental, la<br />

única aconsejable. No te estoy llamando loco. Te has excedido, sí, pero en la<br />

cordura. La salud mental (deberías saberlo) puede peligrar por muchas<br />

razones. La locura (?), como tal, es la menos preocupante. Los locos, en<br />

general, habitan tierra adentro de sí mismos. Los muy cuerdos, en cambio,<br />

siempre están fuera de sí. Son corsarios de voluntades. Piratas de su propia<br />

vida. Inquisidores de la sonrisa y verdugos de la risa. Los muy sensatos,<br />

querido profano, son áridos y, por tanto, inhabitables. La cordura es una<br />

equilibrista prodigiosa. Requiere experiencia, valor y los gramos juntos de<br />

sensatez. Si te excedes, el cable de la vida (por el que caminas paso a paso)<br />

quedará destensado y tú, en la cuerda floja. En otras palabras: regresa a las<br />

costas de tu yo. Reflexiona, sí, pero no adores al becerro de oro del «todo<br />

controlado». De vez en cuando, camina hacia atrás por los senderos de los de-<br />

seos. Monta la vida a pelo y disfruta el viento en la cara de lo imprevisto. Los<br />

excesos, como sabes, no son saludables y en la cordura, incluso, letales. Y te<br />

preguntarás: ¿cómo puedo cruzar por la vida sin perder el equilibrio?<br />

Sencillamente, sazonando los momentos. Es decir, pellizcando la existencia;<br />

dándole el sabor que tú consideres. Los seres humanos no pueden ser santos<br />

(perfectos). No en esta vida, por mucho que se empeñen algunas religiones.<br />

Las cosas, en cambio, sí. Las cosas llegan siempre a un punto de sazón o de<br />

madurez. Es la santidad de lo pequeño. Pues bien, tú VIVIRÁS (lograrás el<br />

equilibrio) si sazonas la cordura (si la haces santa y perfecta) con las pequeñas-<br />

grandes cosas. Observa, querido idiota: experimentar (VIVIR) una «PGC» es<br />

contemplar cómo algo se convierte en santo, alcanzando su estado de<br />

perfección (sazón). No confundas con razón. Ésta es mala vecina de la<br />

santidad (tener razón no siempre significa estar en lo cierto). Con la práctica de<br />

las pequeñas grandes-cosas, por tanto, además de lo dicho en otras cartas, el<br />

hombre se entrena para su Destino: crear (aparentemente) de la nada. Con la<br />

gimnasia de las «PGC» tu Dios interior hace músculo y tú programas la cordura<br />

a la velocidad ideal (cada yo dispone de su propio y muy personal manual de<br />

servicio y mantenimiento). Pero de eso, quizá, te hable cuando tu inteligencia<br />

alcance un mínimo de sazón.


13 de mayo de 2003<br />

Mi querido idiota:<br />

TRUCOS DIVINOS<br />

Veo que los conceptos resbalan por tu cerebro. La vida (supongo) le ha puesto<br />

un impermeable a tu sensibilidad. No importa. Volveré a explicártelo.<br />

¿Cómo lograr que algo se convierta en santo? ¿Cómo sazonar los<br />

momentos? Me limitaré a silbar en el cielo de las ideas: ellas acudirán como las<br />

palomas a las migajas. Veamos:<br />

Cuando escuchas (sin remar a tu favor), tu silencio se va vistiendo de gala y<br />

termina sentado en la silla gestatoria de la perfección. Esta pequeña-gran cosa<br />

(escuchar gratuitamente) hace santo al silencio. Tú (queriendo o sin querer)<br />

has puesto a punto (sazonado) un momento de tu vida. Y esa santidad de lo<br />

pequeño te hará momentáneamente feliz. Queriendo, o sin querer, habrás<br />

sazonado la cordura. Estarás en equilibrio.<br />

Cuando acaricias, ojos, dedos o labios alcanzan también la perfección. La<br />

mirada, al acariciar, es la primera en saciar tu sed. Y te llevará, sin alas, a los<br />

mundos artificiales de los sueños. Durante<br />

segundos, esa mirada será perfecta. Será tu particular tren de alta velocidad<br />

hacia la felicidad. Una mirada, querido profano, también puede ser una<br />

pequeña-gran cosa. En cuanto a los dedos y labios, ¿qué sucede cuando<br />

acarician? Se hacen exploradores y machetean a tu favor. Durante las caricias<br />

tienen vida propia. Saben cuándo avanzar o retroceder, al margen de tu<br />

voluntad. No son tu voluntad. Son ellos, en estado puro (perfectos). Tú, al amar,<br />

al experimentar, elevas el cuerpo a la santidad. Tú, al acariciar (no importa<br />

qué), estás ensayando para el gran papel de tu existencia (después de la<br />

muerte): crear (aparentemente) de la nada. Al acariciar, querido idiota, se<br />

produce el milagro: aparece la vida. Son trucos divinos. Magia para<br />

principiantes como tú...


14 Y 15 de mayo de 2003<br />

Querido idiota:<br />

CINCO AL DÍA<br />

Hablando de «momentos», permíteme que te escriba sobre «alguien» a quien<br />

deberías prestar mayor atención en tu nueva etapa. Hasta ahora,<br />

lamentablemente, sólo ha sido el papel pintado de tu vida. Has vivido (?) tan<br />

rápido que la has rebajado a la condición de tarjeta postal. Ella, sin embargo,<br />

pacientemente, ha ido diseñando la carpintería interior de tu existencia. Ella, en<br />

silencio, aproxima el oxígeno cuando la boa de la vida está a punto de<br />

estrangularte. Ella (la madre naturaleza) es la gran ausente en este derby<br />

contigo mismo y del que llevas jugado parte del segundo tiempo. A partir de<br />

ahora, querido idiota, si de verdad quieres VIVIR, haz algo por ella. Por ejem-<br />

plo: firma una hipoteca de «momentos». Pacta con ella. Si pueden ser cinco<br />

(momentos) al día, mejor. La cuestión es que dejes de considerarla una gata de<br />

barrio y la veas volar. Siéntate una vez al día sobre el monstruo de las prisas y<br />

búrlate de él. La naturaleza, entonces, te tocará con su varita mágica y volverás<br />

a abrir el libro santo de las pequeñas-grandes cosas. En otras palabras: por<br />

cada momento (con ella) recibirás el ciento por uno. ¿Cómo hacerlo?<br />

Permíteme algunos apuntes:<br />

Contempla las piedras. Son hermanas incapacitadas. Darían media vida<br />

(millones de años) por cambiar de postura y contemplar la creación desde otro<br />

punto de vista. Pues bien, dedícales un momento: cambia una piedra de<br />

posición. Pero ¡cuidado!, esta nueva «PGC» es contagiosa: te hará ver la vida<br />

de otro color (más humano).<br />

Sigamos con la hermana piedra. Ellas no pueden lavarse. Lo hacen cuando<br />

Dios pasa revista a la lluvia. La piedra no puede maquillarse. Lo hace,<br />

únicamente, cuando el viento la abraza por la cintura. Tú sí puedes lavarla y<br />

maquillarla. Tú puedes regarla o cepillarla. Será un instante. Y la piedra,<br />

agradecida, brillará por y para ti.<br />

Contempla una flor. De pronto, al prestar atención, descubrirás que se<br />

expresa en el lenguaje de los símbolos. Y los insectos responden, prolongando<br />

la tertulia hasta caída la tarde. Pues bien, disfruta de esas conversaciones en<br />

colores. Hoy, casi nadie las escucha.<br />

Sigamos con la hermana flor. Si indultas de nuevo al tiempo y dejas que te<br />

lleve de la mano, observarás que de la geometría nace también el amor. De esa<br />

flor, de pronto, nace un tomate. Y tú, perplejo, te preguntarás: ¿dónde está la


pistola que le ha obligado? No, querido idiota, el tomate es el amor por el amor.<br />

Puro diseño divino. ¿Comprendes por qué la naturaleza no es papel pintado?<br />

Tú no lo creerás pero Dios también piensa en los tomates.<br />

Y hablando del amor gratuito, ¿por qué no haces un alto en los desiertos<br />

metropolitanos en los que habitas? En mitad de la nada de acero y hormigón<br />

descubrirás una solitaria y voluntariosa margarita. Ni ella misma sabe cómo ha<br />

prosperado, pero ahí está, con su toca blanca y su delicado talle de beata. Es la<br />

demostración matemática del altruismo. Es un guiño de la divinidad (en especial<br />

a los nihilistas). Es Dios a la altura del zapato. Pues bien, cuando la veas,<br />

aplaude. Aplaude su heroicidad y complicidad. Entonces, además,<br />

comprenderás por qué no conviene arrojar margaritas a los cerdos...<br />

Contempla también el agua y dedícale un segundo. Si la tocas<br />

observarás que está viva. ¿Por qué crees que escapa al intentar atraparla? Si<br />

prestas atención comprobarás que es ventrílocua. Habla como un filibustero<br />

borracho (en las cavernas), como el trueno (en las cataratas), como el piano (en<br />

las fuentes), como el silencio (en las estalactitas), como el amigo que te llama<br />

(en los cristales). Si la espías (al microscopio) descubrirás que es el cartero de<br />

la vida. La trae y, lamentablemente, muchas veces, la devuelve. Nosotros so-<br />

mos ella (casi al 90 por ciento) y, sin embargo, la agotamos. Es decir, nos<br />

agotamos (!).<br />

Hoy, por tanto, cuando abras de nuevo el grifo, no pierdas un segundo y<br />

preséntate a ella. No dejes que corra como un mal matrimonio. Dile quién eres.<br />

Dile que eres un idiota. Ella, entonces, dejará de ser errante y extranjera en la<br />

tierra y a ti, al fin, se te caerá el sambenito de cainita.<br />

Otra pista (los abrazos con la naturaleza son como los abrazos con un<br />

hombre o con una mujer amados: el número no cuenta): vuelve a leer esa<br />

hipoteca de «momentos» y procura que no falte la cláusula de «revisión<br />

personal». Es decir, la revisión diaria de ti mismo. Un examen del hábito (que sí<br />

hace al monje). Tú, querido idiota, también eres naturaleza. Cambia de posición<br />

y de punto de vista. Tú lo agradecerás. Todos lo agradecerán. Mírate al espejo,<br />

al menos una vez al día, y escúchate. Será una conversación en colores.<br />

Descubrirás que, «a uno y otro lado», existen dos interesantes diseños divinos.<br />

Descubrirás un Dios a la altura del corazón. Descubrirás un Dios ventrílocuo<br />

que te habla desde el interior y el exterior.


16 de mayo de 2003<br />

Queridísimo idiota:<br />

LAVADO A MANO DEL «YO»<br />

Ha llegado el momento de proceder a un especialísimo lavado y enjuague del<br />

«yo». Durante años has vivido (malvivido es la expresión exacta) con un<br />

programa equivocado en el que mezclabas el rojo, el blanco y el negro de las<br />

ideas. Resultado: un alma desteñida. Durante años (sin mirar) has introducido<br />

en la lavadora del día a día el agua caliente de los sentimientos, el hielo de las<br />

decepciones y la tibieza de la omisión. Resultado: una vida al borde del colapso<br />

(nunca mejor dicho). Es hora de que aprendas. Pero no te alarmes. No<br />

pretendo imponerte un curso sobre el «yo automatizado». Todo lo contrario.<br />

Con estas líneas trato de que vuelvas a la práctica del lavado a mano. Eso<br />

quiero: que enjabones la vida y la apalees con tus propias manos. Quiero que<br />

regales la lavadora super-automática de tus sublimes (?) ideales y de tu<br />

particular salvación del mundo. Todo eso es agotador, mayormente falso y<br />

siempre peligroso para la salud del «yo». Quiero que cambies de esperanza.<br />

Quiero que digas adiós a la grande, a la gran esperanza, y que pactes con la<br />

pequeña, con la pequeña esperanza. Quiero que reniegues de los superprogramas<br />

que lavan siempre más blanco (sobre todo a los negros) y de los<br />

centrifugados que, además de secar, separan a los hombres. Quiero que ahora,<br />

y lo que te quede de vida, fabriques los ideales a mano. Cuanto más pequeños<br />

y manejables, mejor. Quiero que seas tú (insisto) quien cargue sobre la cabeza<br />

la canasta de las dudas y quien las airee en la pequeña azotea de tu<br />

pequeñísima vida. Todo pequeño, sí, pero tuyo. Quiero que escuches a la<br />

cansada experiencia: olvida banderas y promesas. Las banderas están hechas<br />

con retales de ilusiones y lo peor es que siempre las enarbolan los mismos.<br />

Fabrica tu propia bandera con el oro y la seda de las pequeñas-grandes cosas<br />

y álzala de forma que sólo la vea tu corazón. Camina con tiento sobre las<br />

promesas. Los que prometen suelen ser encantadores de serpientes.<br />

¿Recuerdas?: si Dios nunca promete, ¿por qué tú sí? Prométeme, querido<br />

idiota, que nunca más prometerás. A partir de ahora (si quieres VIVIR)<br />

lava a mano tu «yo». No lo pongas en otras manos y mucho menos en los<br />

tentáculos de los poderosos. Insisto: cambia lo grande (supuestamente) por lo<br />

chico.


19 Y 20 de mayo de 2003<br />

Querido idiota:<br />

MUCHOS POCOS<br />

Sé lo que estás pensando. Ahora me ves como un caníbal de mí mismo. ¿Por<br />

qué cambiar y, sobre todo, por qué tan radicalmente? ¿Por qué hacerlo en esa<br />

tierra de nadie que son los cincuenta? ¿Por qué prescindir de lo<br />

(supuestamente) grande en beneficio de lo pequeño? Te diré por qué. Y lo<br />

haré, como siempre, horneando esos «porqués» en mi propia experiencia.<br />

Tú, como tantos, has sido educado y adiestrado para correr tras lo grande.<br />

Esa educación (a su vez) ha estado a cargo de otras «liebres» y así<br />

sucesivamente. Y te pregunto: ¿alguien llegó a poseerlo? ¿Quién atrapó la<br />

presa? ¿Conoces a alguien que sea dueño y señor de lo grande?<br />

Tú, querido idiota, me dirás que sí («por supuesto que sé de gente que ha<br />

logrado el máximo»). Yo lo niego en redondo. Sigamos cocinando ideas.<br />

¿Te refieres a los muy (muy) ricos? ¿Consideras que han tocado lo grande<br />

con las manos? La riqueza es un agujero negro. Justamente, el negativo de lo<br />

grande. El que cae bajo su influencia pierde la perspectiva. Cuando cree que<br />

está subiendo, en realidad, está cayendo.<br />

¿Te refieres a los muy (muy) famosos? ¿Consideras que brillar con luz<br />

propia apaga los miedos interiores? El renombre, querido idiota, aunque sea<br />

justo y merecido, es el principio del «más»lejos: más lejos de todos, más lejos<br />

de uno mismo. ¿Dónde está lo grande?<br />

¿Te refieres a los muy (muy) poderosos? La mayoría ni siquiera sabe que<br />

lo es. Y cuando creen serlo, ese poder (?) lo utilizan para defenderse. En ese<br />

momento, lógicamente, el poder los debilita. Fueron poderosos, sí, pero sólo<br />

para sus egos enfermizos.<br />

¿Te refieres a los muy (muy) sabios? Si existen, difícilmente sabrás de<br />

ellos. Cuanto más grandes son los conocimientos de un ser humano, mayor es<br />

su inclinación hacia el silencio. Lo grande, cuando se alcanza, derrite conceptos<br />

y palabras. Por eso rara vez lo hallarás en este mundo.<br />

¿Te refieres a los muy (muy) santos? La santidad, querido idiota, es un<br />

reclamo al que acuden los tontos de escaparate. Tratar de imitar a un supuesto<br />

santo es pretender cambiar tu imagen en el espejo. Sólo Dios es perfecto o<br />

santo. Intentar hallar la santidad (lo grande) no es tomar un tren equivocado: es<br />

permanecer en el andén, esperando un tren sin ruedas.<br />

Cambia, pues, lo (supuestamente) grande por lo pequeño. Cambia las<br />

grandes palabras por los pequeños silencios. Cambia la supuesta salvación<br />

eterna por el ahora. Esa esperanza es una mortífera máquina de picar panolis.


El hombre no nace para ser bueno. Nace para VIVIR. Y para ello (insisto) debes<br />

cambiar. Cambia, incluso, tu concepto de Dios. ¿De qué te sirve ahora su inmensidad?<br />

Aquí, en la Tierra, es mejor acunarlo en el corazón. ¿De qué te sirve<br />

su poder y lejanía? Cambia esa grandeza por un Dios trabajado día a día con la<br />

herrumbrosa navaja de tu inteligencia. No importa el resultado. Lo que cuenta<br />

es que puedes lIevarlo en el bolsillo. Cambia las grandes políticas de tu vida. La<br />

revolución se pudre cuando la compartes. Cambia el mundo, sí, pero empieza<br />

por cambiar el tuyo. Cambia las grandes distancias por el cuerpo a cuerpo.<br />

Cambia la oscuridad de los abismos por la pequeña luz de un «sí». Cambia tu<br />

polo norte por el ecuador de una mirada. Cambia la alfombra roja de<br />

«excelentísimo señor» por el «seis blanco» de un apodo. Cambia la<br />

leña verde del dogma por la seca de la duda. Cambia la gran verdad por tu<br />

verdad. Cambia a los salvadores. Sus verdades son estraperlo.<br />

En la medida de tus posibilidades, cambia lo grande por lo pequeño. No<br />

importa qué. Lo grande, como el azul del cielo, es tan hermoso como lejano.<br />

Aquí, en esta vida, nunca será de tu propiedad. No comercies con lo imposible.<br />

Si de verdad quieres VIVIR, acaricia y juega con lo pequeño. Si te fijas, lo<br />

grande siempre está compuesto por muchos pocos.<br />

Ésta es mi propuesta: a partir de ahora, practica la religión del poco a poco<br />

y de los muchos pocos. La religión de las pequeñas-grandes cosas (una vez<br />

más). Sólo así VIVIRÁS lo más grande.


24 de mayo de 2003<br />

Querido idiota:<br />

POR FAVOR, RÍETE DE TI MISMO<br />

Veo tu voluntad, arrodillada desde aquel 26 de julio, y, sinceramente, siento<br />

piedad. No has comprendido. El mundo (precisamente por su naturaleza<br />

experimental) no debe ser tomado en serio. Al menos, tan en serio. Tú, con tu<br />

exceso de trabajo y responsabilidad, con ese enfermizo afán por poseer (lo más<br />

grande), has dejado atrás el alma. Y te mira jadeante y perpleja, esperando que<br />

regreses. ¿Cómo hacerlo? Te propongo un trato: si en verdad quieres VIVIR, si<br />

deseas caminar al paso con tu espíritu, entonces, por favor, ríete de ti mismo.<br />

Es el peaje obligado para reírte después del mundo. Reírse de uno mismo,<br />

querido profano en la materia, es llenar el pozo de la sabiduría. Reírse de los<br />

demás, en cambio, es vaciarlo. Lo malo o lo bueno, según, es que ese pozo es<br />

tan profundo que necesita de muchos cubos de buen humor para que alcances<br />

a verte reflejado en la superficie. Reírte de ti mismo, además, es pura medicina<br />

preventiva. Al varearte evitas que otros te vareen. ¿Comprendes ahora por qué<br />

hay tanta gente que se ríe del prójimo? Son pozos casi secos, como tú, mi<br />

querido idiota...


25 Y 26 de mayo de 2003<br />

Queridísimo idiota:<br />

MEJOR, IMPOSIBLE<br />

Te veo ahí, con la boca abierta, viendo volar las ideas y tratando de atraparlas<br />

como un tonto dichoso. No sé si rendirme y dejar que sigas dirigiendo (a tu<br />

manera) el tráfico de tu vida. Si persisto es porque lo has pedido. ¿Recuerdas?:<br />

«dime en qué he fallado y cumpliré».<br />

No puedo entenderlo. ¿Cómo es posible que no sepas reírte de ti mismo?<br />

Sabía que eras idiota, pero no tanto...<br />

Te ayudaré, sí, pero no con sugerencias. Esta vez pescaremos juntos en tu<br />

revuelta memoria. Hubo momentos en tu vida en los que (sin querer) dejaste de<br />

ser idiota. Hubo momentos en los que supiste reírte de ti mismo. Veamos:<br />

¿Recuerdas la Navidad? Mejor dicho, la «otra» Navidad, la que celebras el<br />

21 de agosto. Ya sé que hay segundas intenciones en dicha festividad pero, al<br />

fin y a la postre, eso es reírte de ti mismo y, de paso, de los vendehumos que<br />

comercian, incluso, con los Dioses. Te lo dije: reírte de ti mismo (además) es<br />

descabellar al mundo (en sueños). Una forma inocente de venganza (dudo que<br />

lo comprendas).<br />

Doce uvas. Una nochevieja, de pronto, tomaste la decisión de reírte de ti<br />

mismo y comer las doce uvas después de lo establecido. ¿Recuerdas? Desde<br />

entonces, el año nuevo, para ti, empieza un minuto más tarde. Y te ríes (de<br />

paso) del año que huye con el calendario entre las piernas y que, seguramente,<br />

fue un bandolero de ilusiones. El año, en efecto, debe empezar cuando tú<br />

quieras; no cuando lo quieran los demás.<br />

En otra ocasión, en una de esas rarísimas mudanzas interiores, tomaste la<br />

decisión de colgar títulos, honores y medallas en las paredes del retrete. Fue<br />

uno de los momentos más brillantes de tu existencia. Te reíste de ti mismo y,<br />

sobre todo, de la miopía del mundo. Ahora, cada vez que desciendes a lo más<br />

primitivo de la naturaleza humana, cada vez que te sientas en el único trono<br />

que mereces, esas dignidades y supuestas excelencias te recuerdan quién<br />

eres: un perfecto idiota en casi todo. Fue un acierto. El váter es el único templo<br />

en el que debes adorarte. Y al salir (recuerda) deja colgada la vanidad.<br />

Y hablando de vanidad, no hace mucho, Blanca y tu amiga Rosa<br />

permitieron que volvieras a reírte de ti mismo. Algunos de tus poemas (y otros<br />

escritos) fueron a parar a las paredes del cuarto de baño de invitados. ¿Qué<br />

mejor prueba contra sí mismo que mostrar la desnudez del alma? Sobre todo


cuando es de tan corto recorrido...<br />

Tarjeta de visita. Aquel día, en la imprenta, fue otro momento histórico.<br />

¿Qué debías anunciar bajo el «J. J. <strong>Benítez</strong>»? ¿Cuarenta y nueve libros<br />

escritos? ¿Más de dos mil conferencias? ¿Periodista? ¿Escritor? ¿Director de<br />

televisión? ¿Publicista? ¿Pintor? ¿Poeta? ¿Viajero? ¿Ufólogo? ¿Investigador<br />

de misterios? Supiste reírte de ti mismo y dejaste el nombre en blanco, como<br />

un grito en la pared de tu corazón. Podrías aparentar mucho, sí, pero bastante<br />

tienes con las pesadas alforjas de tu idiotez.<br />

Otro relámpago en el desierto de tu vida: ¿recuerdas ese par de<br />

oportunidades en las que saliste a cenar en zapatillas? Blanca sigue pensando<br />

que fue consecuencia de tu proverbial despiste. Tú sabes el porqué. Sabes que<br />

fue para reírte de ti mismo y, de paso, de los villanos interiores y exteriores. Y<br />

tenías razón: la mejor protesta es la que no hace ruido.<br />

¿Recuerdas el teléfono móvil en la pecera? De pronto, mientras se hunde<br />

en el agua, descubres que el mundo es un baile de burbujas. Vuelve a reírte de<br />

ti mismo. Vuelve a prescindir de lo supuestamente imprescindible. Ahoga el<br />

«celular» con tus propias manos. Deja que el silencio haga también su trabajo.<br />

¿Recuerdas aquel encorvado reloj despertador al que se te ocurrió amputar<br />

las manecillas? Durante un tiempo sin tiempo te sirvió de espejo. Mirarte en él<br />

fue divertido y dramático a la vez. No hay nada más parecido a la eternidad que<br />

un reloj sin agujas. No hay nada más ridículo que un hombre sin tiempo. ¿Por<br />

qué no lo intentas de nuevo? Captura cualquiera de los muchos relojes que<br />

acechan en la casa y repite el experimento. Desamarra al tiempo de ese an-<br />

gustioso tic-tac y siéntate frente a él. Volverás a sorprenderte y a reírte de ti<br />

mismo. Tú, querido idiota, no eres el mismo frente a un reloj sin tiempo. De<br />

pronto, la idiotez se queda en las escurriduras: «soy mucho más que tiempo».<br />

Excelente. Ése es el pensamiento que esperaba. Mejor imposible.<br />

Ríete, en fin, de tus carencias. De todas y sin piedad. Es el único modo de<br />

desbordarte y fertilizar el yo. Ríete, por ejemplo, de tus miedos y comprobarás<br />

cómo buscan refugio en otros idiotas. En el fondo son murciélagos del alma<br />

(nocturnos, ciegos, asustadizos y cavernícolas). Con una sola palmada los<br />

verás huir de tu interior. ¿Comprendes por qué es tan importante que te rías de<br />

ti mismo? ¿Comprendes por qué debes arrugarte hacia arriba y no hacia abajo?<br />

Pues bien, cuando hayas aprendido ese undécimo mandamiento,<br />

entonces, sólo entonces, estarás autorizado a reírte del mundo (¡ojo!: he dicho<br />

del mundo; no del prójimo). Ríete, sobre todo, de las masas. Son el mundo al<br />

revés. Ríete y pasa de puntillas sobre sus orines. Las masas son la única<br />

criatura a la que Dios no ha provisto de alma. Se mueven según el engaño.<br />

Ríete también de las modas. Masas y modas son paridas por los enfaldados del<br />

dólar, según convenga. Ríete del consumo y de la pequeña pantalla. ¿No


comprendes que son engaña-baldosas? Ríete de la política, la profesión más<br />

antigua del mundo. Ríete de los necios (los únicos incapacitados para<br />

reconocer su necedad y, por tanto, excelentes tontos útiles). Ríete de internet,<br />

ese negrero que bebe tiempo. Ríete desconectando y desconectándote. Ríete<br />

de la red de redes echando, justamente, tu propia red: la de la imaginación.<br />

Practica el analfabetismo informático (al menos, una vez por semana) y<br />

descubrirás que sabes leer en los corazones.


27 de mayo de 2003<br />

Querido idiota:<br />

LA PUERTA DE ATRÁS DE LOS CIELOS<br />

Me propuse no darte demasiada información, con el saludable objetivo de que<br />

fueras adiestrándote en el difícil malabarismo del pensamiento y, en<br />

consecuencia, en la muda de tanta certeza. Mi intención era (y es) empujarte al<br />

vuelo en solitario, al arriesgado planeo sobre la duda y al descanso<br />

(únicamente) sobre ti mismo. Tú, sin embargo, eres insaciable y pretendes abrir<br />

el pecho de la verdad, aquí y ahora. En tu ignorancia tratas de hacer gárgaras<br />

con el Destino, para vomitarlo después a tus pies. ¿Crees que la vida es una<br />

excursión? Lamentablemente, querido ignorante, tengo que empujar de nuevo<br />

la puerta de atrás de los cielos y dejar que mires en el interior. Y digo la-<br />

mentablemente porque toda revelación significa distanciamiento. Como te<br />

insinué en otra oportunidad, las verdades (a destiempo) son como las vitaminas<br />

mal administradas. El crecimiento y equilibrio de los seres humanos dependen<br />

de pequeñas dosis. Tu vida, querido idiota, no es una casualidad. Esa palabra<br />

(azar) significa esclavitud. Tú fuiste libre antes de nacer. Tú decidiste qué clase<br />

de experiencias querías cargar sobre las espaldas. Por eso, ahora, no puedes<br />

hacer gárgaras con la vida. Estás casado contigo mismo. Blanca, a su vez,<br />

tiene su propio «contrato». Todos lo tienen. En suma: nadie escapa a su<br />

Destino porque está escrito por ti mismo. Otra cuestión es que los mortales (por<br />

exigencia del guión) sean amnésicos. ¿Entiendes ahora el sabio porqué de la<br />

ignorancia? ¿Captas la sutileza del torpe? ¿Llegas a percibir la plenitud del<br />

pobre? ¿Comprendes la luminosa experiencia del idiota? Nada es porque sí o<br />

porque no. Hasta el desorden, querido profano, está minuciosamente<br />

ordenado.Nada es lo que parece. El autista, por ejemplo, vive la experiencia<br />

extrema: un yo entre barrotes. Ésa fue su decisión. Por eso es un héroe. Por<br />

eso no tiene sentido alzar el puño contra Dios. Por eso se debe arrodillar el<br />

alma cuando pasan. Por eso todos los seres humanos son respetables. Todos<br />

han elegido y firmado libremente. Todos pretenden VIVIR.


28 de mayo de 2003<br />

Querido idiota:<br />

ESPECIALISTA EN IMPOSIBLES<br />

Responderé a tus preguntas, sí, pero a mi manera. Lo haré con un suceso<br />

(nimio en apariencia), protagonizado (en parte) por ti mismo y del que, al<br />

parecer, no quieres acordarte.<br />

«¿Cómo puedo estar seguro? ¿Qué pruebas tengo? ¿Cómo sé que la<br />

hipótesis del "contrato" es cierta?»<br />

Las respuestas a estas cuestiones, como digo, aparecen enganchadas al<br />

carro de las pequeñas-grandes cosas, una vez más. Espero que mis palabras<br />

aligeren tu pesada memoria y, finalmente, admitas que todo lo grande pasa<br />

siempre por el ojo de lo más chico.<br />

Ocurrió en Jerusalén, un desapacible 20 de marzo. La noche anterior, en<br />

un singular chispazo de tu inteligencia (?), formulaste las mismas preguntas y<br />

solicitaste una «señal» a los cielos. La «señal» (encontrar una rosa a la mañana<br />

siguiente) fue tan retorcida como tu pensamiento. Sobre todo porque las rosas<br />

no despiertan en marzo. El buen Dios, sin embargo, especialista en imposibles,<br />

escuchó tu deseo y, como recordarás, al visitar la «Tumba del Jardín», se hizo<br />

el «milagro»: allí apareció una única e inexplicable rosa blanca (inexplicable,<br />

incluso, para ti). La respuesta de los cielos hizo tal diana en tu corazón que aún<br />

sigue clavada en él, recordándote su benevolencia y tu idiotez. Hoy, en efecto,<br />

esa rosa blanca, nacida directamente del dedo de Dios, es propiedad de Blanca<br />

(lo mejor de tu «contrato»). Sabía de tus habilidades como carterista de altos<br />

secretos pero nunca sospeché que tu desvergüenza fuera tan larga, ancha y<br />

profunda como para robar al mismísimo Dios (si no recuerdo mal, esa misma<br />

mañana, tras filmar y fotografiar la increíble rosa, te apoderaste de ella y hasta<br />

hoy). Me ratifico en lo dicho: ignoro las razones, pero Dios te quiere.<br />

A lo que iba: «¿cómo sé que la hipótesis del "contrato" es cierta?». Nunca<br />

lo sabrás, querido idiota (aquí y ahora). Si eres lo suficientemente listo (cosa<br />

que dudo y dudaré) lo sentirás, que es mucho más que saber. ¿El camino para<br />

sentir?: las pequeñas-grandes cosas o rosas, como has podido comprobar. Más<br />

claro aún: frente a la duda, tira del pantalón de Dios. Solicita «señales». Cuanto<br />

más comprometidas y concretas, mejor. No olvides que Dios te sacó de la<br />

manga (aún no he descubierto por qué) y que el póquer de la creación funciona,<br />

justamente, con señales.


29 de mayo de 2003<br />

Mi especialmente querido idiota:<br />

REGRESA AL SILENCIO<br />

Debo retomar tu larga lista de errores. Sólo así (?) podré salvar los restos del<br />

naufragio (supongo). Uno de los más llamativos, en todos estos años, es tu<br />

alejamiento del silencio. Sé que parece duro pero eres cómplice en el destierro,<br />

e incluso, en el asesinato de esa criatura. A lo largo de tu precaria existencia,<br />

gracias al estrés y a sus lobos, lo has mantenido en la distancia, como si el<br />

silencio fuera el emisario de todas las desgracias. Eres tan idiota (tan ignorante<br />

en la materia) que lo confundes con las credenciales del dolor o con los mudos<br />

tambores de guerra de la muerte. Ha sido tu educación la que ha hecho del<br />

silencio un hombre lobo, un huésped incómodo e, incluso, un verdugo de la<br />

palabra. Nada de eso, querido idiota. El silencio es otra forma de amar y de<br />

amarte. El silencio es una forma de expresión (quizá la más sonora). El silencio<br />

es el cerebro del espíritu y la sangre de la creación. Por él circula la perfección<br />

de Dios. El silencio es el ángel guardián que te llevará de la mano por el túnel<br />

de la muerte. El silencio es el territorio natural de la bondad. El silencio es<br />

ausencia de ruido, sí, pero, sobre todo, aborrecimiento del ruido. El silencio es<br />

una actitud y un pensamiento. El silencio es y está en el secreto de la vida, al<br />

que nunca llegaremos a tocar. El silencio es la sombra de la palabra y el<br />

«merlín» que las ordena. El silencio es el ascensor de la música y las curvas<br />

resultantes en La Piedad de Miguel Ángel. El silencio es luz domesticada.<br />

Regresa, pues, al silencio. Regresa cada día. Regresa a la verdadera<br />

patria. Si en verdad quieres VIVIR, firma la paz con ese gran desconocido.<br />

Búscalo en el ático o los sótanos de ti mismo. Él siempre está ahí, acurrucado y<br />

temeroso frente a las estridencias de la vida. Lo distinguirás sin dificultad<br />

porque suena sólo en el interior (como todas las pequeñas-grandes cosas).


30 de mayo de 2003<br />

Querido idiota:<br />

LO INEXPLICABLE, PERO ARTICULADO<br />

Esta carta era obligada. De la misma manera que te he suplicado el inmediato<br />

regreso al reino del silencio (del que procedes), así te sugiero igualmente que te<br />

inclines sobre el banco de carpintero del «ahora» y que inicies la tarea<br />

pendiente de pulido y abrillantado de la palabra. No me mires con cara de<br />

idiota. La palabra (mejor dicho, su mal uso) es otra de tus asignaturas pen-<br />

dientes. Te fue concedida para VIVIR y, sin embargo, la pisoteas cada vez que<br />

malvives (los gritos la atropellan y el alcohol la amordaza). Te fue regalada para<br />

avanzar y, sin embargo, la has crucificado en el estéril suelo de la mentira. La<br />

naturaleza te envidia y, sin embargo, con la injuria, has hecho degenerar la<br />

palabra hasta lograr que se arrastre sobre el vientre. La palabra fue sembrada<br />

en el hombre por los ángeles de la evolución y, sin embargo, tú, querido idiota,<br />

con la envidia y el odio, le has puesto una pistola en la mano. Si en verdad<br />

quieres VIVIR, rescátala del diccionario. La palabra es un ser vivo que no<br />

merece esa cárcel en blanco y negro. La palabra, justamente, es la moneda de<br />

Dios. Por eso los animales serán siempre pobres. La palabra es pura alquimia<br />

divina (la esencia de los conceptos). Siempre que puedas, acaríciala con el<br />

silencio, aliméntala con la reflexión y ámala con la sinceridad. La palabra fue<br />

inventada para amarrar y soltar sentimientos. Para descubrir sin caminar y para<br />

miramos en el espejo de los otros. La palabra es un anticipo del cielo. Así lo en-<br />

tendieron Lorca o Neruda. «... Y un horizonte de perros ladra muy lejos del río»<br />

y «sus muslos se me escapaban como peces sorprendidos»y «quiero hacer<br />

contigo lo que la primavera hace con los cerezos». La palabra, querido idiota,<br />

es Dios en porciones. Lo inexplicable, pero articulado. La palabra es un trébol<br />

de cuatro hojas en tus dunas interiores. La palabra es el camino más corto<br />

entre los recuerdos. La palabra es otra forma de componer, pintar y esculpir. La<br />

palabra es un puente entre pensamientos. La palabra, la bella palabra, no<br />

necesita palabras.<br />

Espero que hayas comprendido por qué silencio y palabra son un<br />

matrimonio tan bien avenido.


1 de junio de 2003<br />

Mi querido idiota:<br />

AL SUR DEL SUR<br />

Hoy quiero recordarte otro «negocio» en el que tampoco has hecho fortuna.<br />

Otro capítulo de tu vida, prácticamente en blanco. Yo lo llamo vivir al sur, pero,<br />

dada la alpargata que tienes por cerebro, me temo que tendré que detenerme<br />

en cada concepto. Así es tu vida: un viejo tren-correo que no llega nunca.<br />

Cuando hablo de vivir al sur me refiero a vivir lo más lejos posible de la razón.<br />

No te alarmes. En realidad, el loco eres tú. VIVIR al sur significa mudarse<br />

respecto a la actitud en la vida. Tú, hasta ahora, has preferido vivir en alquiler,<br />

pagando los altos precios exigidos siempre por la razón. Yo, ahora, te<br />

recomiendo que cambies de vivienda y que te conviertas en propietario. Se<br />

trata, sencillamente, de empezar a invertir tu propio capital: el de la intuición.<br />

Vivir al sur, por tanto, es VIVIR según la intuición. ¿Ventajas? Sólo un idiota lo<br />

preguntaría. La intuición, querido profano, tiene alas. La razón funciona con<br />

ruedas (a veces cuadradas). La intuición es un habitante de otros espacios y de<br />

otros tiempos. Sabe antes y más que la razón. La intuición se mueve de<br />

puntillas. La razón, en cambio, pesa tanto que apenas se mueve. La intuición<br />

permite ver a través del plomo de la razón. La intuición es el «lo sabía» de la<br />

mujer. Es decir, el caminar más rápido de todo lo femenino. La intuición no tiene<br />

forma. La razón, paradójicamente, deforma. La intuición son las gafas de Dios.<br />

Con ellas descubres (al momento) la otra visión del mundo (la auténtica). La<br />

razón ni siquiera sabe quién es Dios.<br />

Vive, pues, mi querido idiota, al sur de la razón. No temas. Ella (la intuición)<br />

te guiará (no olvides que está aquí para entrenar a un futuro Dios). Abandona el<br />

frío norte de la razón y elige el calor del sur de la intuición. Ella jamás traiciona,<br />

nunca se equivoca. La razón, como creo haberte dicho, no siempre está en lo<br />

cierto. Utiliza la intuición para todo. Ella te hará comprender, por ejemplo, por<br />

qué las verdades no son de este mundo. Ella hará más fácil tu trabajo. Ella<br />

guarda los caminos de la imaginación. Ella dirigirá tus pasos en el amor. Ella<br />

habla los idiomas de las caricias, de los besos y de las miradas. Deja que sea<br />

ella quien tome la iniciativa en la amistad y recuerda que la intuición, como el<br />

buen Dios, no sabe llevar las cuentas. Múdate, querido idiota. Si pretendes<br />

VIVIR lo que te resta de vida, entonces, ven al sur. Mejor aún: si fuera posible,<br />

ven a VIVIR al sur del sur de la razón.


2 Y 3 de junio de 2003<br />

Querido idiota:<br />

MODERADAMENTE FELIZ<br />

Hoy toca clase «práctica». En realidad, todas mis cartas lo son, aunque dudo<br />

que lo descubras jamás. Aun así seguiré intentándolo. Si tú lograras VIVIR, yo<br />

sería libre, al fin...<br />

Hoy, como siempre, sólo tienes que darme la mano de la imaginación y<br />

dejar que te lleve a los campos de la memoria. Allí quiero mostrarte algo de<br />

especial importancia para la salud de tu mente. Salgamos, pues, al aire libre de<br />

los recuerdos y limítate a mirar (hacia adentro). Lo que voy a materializar con la<br />

varita mágica de la palabra no puede ser comprado. Difícilmente lo descubrirás<br />

al alcance de la mano o sujeto por el puño de hierro del dólar. Sin embargo,<br />

existe. Aunque no son de encargo, pueden lIenarte y derramarte. Ojalá lo hayas<br />

adivinado: son (de nuevo) las pequeñas-grandes cosas que han quedado<br />

colgadas en tu alma, como olvidadas guirnaldas de papel. Ven conmigo,<br />

querido idiota, al reino de las pequeñas-grandes cosas y VIVE. Yo te iré<br />

recordando lo que alguna vez te hizo moderadamente feliz y que tienes que<br />

volver a experimentar como medicina para tu idiotez crónica.<br />

¿Recuerdas aquel desierto? Las estrellas, curiosas, prendieron sus<br />

candiles y salieron de la oscuridad. Tú estabas allí, mirándolas sin pudor. Y<br />

ellas, novias a fin de cuentas, te fueron besando una a una y en un silencio<br />

blanco y celoso. ¿Fuiste moderadamente feliz? Creo que sí...<br />

¿Recuerdas aquella inmersión? El silencio, bajo el agua, se mezcló en la<br />

paleta del océano y fue un color más. Tú, entonces, moderadamente feliz, te<br />

arrodillaste y rezaste. Y le dijiste al buen Dios: «Gracias, Padre, por incluir el<br />

silencio en el arco iris.»<br />

¿Recuerdas aquella cascada? De pronto, sin saber por qué, Dios se<br />

pulverizó a la vista de todos y jugó a ser lluvia fina. Tú lo comprendiste y dejaste<br />

hacer. Él, entonces, te abrazó en cada gota y fuiste moderadamente feliz.<br />

¿Dónde puedes comprar algo así?<br />

¿Recuerdas aquella remota isla? La luz crecía en la jungla y se enroscaba<br />

en los verdes. Tú deseaste tocarla y escapó de entre tus dedos, aleteando<br />

hacia los azules. Y pensaste: «La luz es cosa de otro mundo.» Hoy, esa luz,<br />

todavía te mira divertida.<br />

¿Recuerdas aquella aldea, en la tierra de nadie del olvido? Aquel niño<br />

asomó los interminables ojos a la puerta de su pobreza y te miró desde otro<br />

universo. Fueron mil palabras en un «por qué yo». Tú sólo pudiste acariciar su


negra y redonda ignorancia y ambos, aunque en planetas diferentes, fuisteis<br />

moderadamente felices, en un segundo.<br />

¿Recuerdas aquellas manos infantiles en la nieve? El blanco y el frío,<br />

misteriosamente, calentaron tus dedos. Y tú, hipnotizado, te quedaste mirando<br />

el lujo de los copos de nieve, la cara geométrica de la lluvia. Y esa pequeña-<br />

gran cosa te hizo moderadamente feliz. Por cierto, ¿sabes de alguien que<br />

venda geometría caída del cielo?<br />

¿Recuerdas aquel día de vendaval en el puerto? La mar, fuera de sí,<br />

golpeaba la piedra e iba y venía como una fiera enjaulada. ¿Cómo pudo saber<br />

que estabas allí y que espiabas su desnudez? Y tú, con Blanca de la mano, de<br />

roca en roca, jugaste a la ruleta rusa con la mar. Sí, fue una pequeña-gran<br />

locura, imposible de comprar.<br />

¿Recuerdas aquellas manos en la UCI? Todas tiraban de ti hacia la vida.<br />

Todas lo hacían sin palabras (el verdadero AMOR, como te dije, no precisa<br />

vestiduras). Y el silencio, una vez más, empuñando el AMOR, se abrió paso en<br />

mitad de tu corazón vencido. Ellos, con tus manos entre las suyas, te<br />

resucitaron. Tú, ahora, no lo recuerdas, pero, en esos instantes, todos fuisteis<br />

moderadamente felices.<br />

¿Recuerdas aquella inesperada carta? Cada palabra se encendió en tu<br />

interior y alumbraron el laberinto de la soledad. ¿Puede el dinero iluminar unas<br />

cuartillas con luz propia?<br />

¿Recuerdas tu primera estación de penitencia en la primavera sevillana? El<br />

Amor voló de la cruz y fue a posarse sobre tu hambriento corazón. Entonces se<br />

abrió el pecho y te alimentó. A partir de ese momento le entregaste lo único que<br />

tenías: un corazón por estrenar. Y ambos (sobre todo Él) fuisteis<br />

moderadamente felices.<br />

¿Recuerdas a tu segundo amor (la mar) perfumada de viento de poniente?<br />

¿Recuerdas los pies descalzos en la orilla de sus besos? ¿Recuerdas tus<br />

huellas en su memoria de arena? ¿Recuerdas el sol al atardecer y su<br />

desesperada búsqueda del cielo? ¿Recuerdas el rojo de su vergonzosa<br />

rendición? ¿Recuerdas el chicharreo de la breña y la atropellada huida de las<br />

sombras ante el inminente asalto de la noche? Todo eso, querido idiota,<br />

también te hizo moderadamente feliz. Y me pregunto: ¿por qué sólo consumes<br />

lo que cuesta dinero?


4 Y 6 de junio de 2003<br />

Queridísimo idiota:<br />

ÚNICO EQUIPAJE AL MÁS ALLÁ<br />

Una vez descendidos a la mina de los recuerdos, permíteme que insista. ¿Por<br />

qué tanto miedo a recordar? ¿Por qué te apresuras a borrar la pizarra de la<br />

memoria? Creo habértelo revelado en una de mis cartas pero, curándome en<br />

salud, hablaré de ello por segunda vez. La memoria (en realidad las memorias)<br />

será tu único equipaje al más allá. El resto, los cientos de grises que dan color a<br />

tu vida, será nada (como sabes [?] la nada es transparente). Y en esas<br />

memorias, en esas maletas, doblarás y guardarás cuanto merezca la pena<br />

recordar. Sólo eso, querido profano: lo que haya merecido la pena. Todo lo<br />

demás, sabiamente, quedará depositado en el contenedor de basura de tu<br />

existencia y será recogido y reciclado. No tengas miedo, por tanto, a poner en<br />

pie los recuerdos. Esas memorias te permitirán VIVIR después de la muerte.<br />

Ensaya, pues, en vida. Des dende sin temor a las galerías del ayer y siéntate a<br />

conversar con lo positivo y lo negativo. Todo tuvo su razón de ser. Los<br />

recuerdos son hijos pródigos: abre tus brazos y déjales retornar. Si observas<br />

atentamente te darás cuenta de que pertenecen a la misma familia: la de las<br />

pequeñas-grandes cosas (de nuevo). Ven. Hagamos la prueba. Llama conmigo<br />

a la puerta de la memoria y asómbrate...<br />

Noche de Reyes. No importa cuál. Todas motorizaron la ilusión. Con los<br />

Magos, los minutos entraban también por la ventana y de uno en uno,<br />

coronados por la inocencia. Nunca una pequeña-gran cosa fue tanto.<br />

Barbate. Primer amor. El universo se detenía porque así lo deseabas. La<br />

vida empezaba y terminaba en esos segundos en los que el Destino (?) te<br />

regalaba su perfil apresurado. Perfiles imposibles, acariciados en la distancia<br />

por el silencio. Niña-adolescente, amada desde la cárcel de la timidez y desde<br />

las rejas de una cortina de red. Nunca los recuerdos fueron tantos y tanto.<br />

Noches de verano. El azahar, al huir en la oscuridad, abandonaba una<br />

bolsa de oro en tus manos. Y alguien, en algún lugar, sumaba penas,<br />

enterrándolas en una guitarra. Jamás estuviste tan vivo.<br />

Barbate, de nuevo, el «big-bang» de los recuerdos. A veces el viento de<br />

levante, jugando al corro en las calles de arena. A veces los hombres, con<br />

negras galernas en la mirada, y también las mujeres, con los corazones en<br />

obligada e injusta vaciante. Hombres y mujeres de Barbate: tu primera aventura<br />

en el interior humano. ¿Recuerdas el color de los sonidos? ¿Recuerdas el blan


co, el rojo, el negro y el azul de los mástiles, murmurando a espaldas de la<br />

marinería? ¿Recuerdas el olor de los colores? La fragancia de la brea, primera<br />

pesca de las redes de cáñamo, y el incienso pagano del picón. ¿Recuerdas los<br />

silencios curvos de la mar? ¿Recuerdas su secreta escritura, trazada por ella<br />

misma en las noches de luna llena? ¿Recuerdas la soledad compartida en las<br />

miradas? ¿Recuerdas el sabor de aquel ahora, huyendo en el humo del<br />

penúltimo cigarrillo? ¿Recuerdas tus dedos despeinando olas? ¿Recuerdas tus<br />

sueños al alejarte de tierra? La mar los vestía de domingo. ¿Recuerdas las<br />

noches de pesca, pendiente del trajín de las estrellas? ¿Recuerdas las escasas<br />

palabras de Castillo dando coletazos sobre la cubierta del silencio? ¿Recuerdas<br />

los largos parlamentos con el silencio? ¿Recuerdas la vida, moviéndose con<br />

zancos sobre la mediocridad? ¿Recuerdas, en fin, las despedidas, esos<br />

anticipos de la muerte? Jamás te sentiste tan vivo.<br />

Lo dicho, querido idiota: si desear VIVIR, recuerda: sólo desaparece lo que<br />

se olvida (no lo que muere).


9 Y 10 de junio de 2003<br />

Querido idiota:<br />

ABIERTO LAS VEINTICUATRO HORAS<br />

Al pie del quirófano, con la muerte acodada en la vida, percibiste cómo<br />

«alguien» decía sí con el corazón y te regalaba una nueva partida de<br />

nacimiento. Y pregunto: ¿has tenido que pagar por esa «concesión»? Está<br />

claro que no. Tu vida no se fue al fondo gracias a la pericia del Timonel (así<br />

consta en el libro del Destino). Los cielos, querido profano, no están para hacer<br />

justicia, sino para regalar. (Otro día te hablaré de por qué el Amor no necesita<br />

de la justicia. Somos los humanos<br />

-carentes de conocimientos y de autoridad en esa materia- quienes hemos<br />

inventado la justicia y, en el colmo de la idiotez, le hemos vendado los ojos.)<br />

Somos nosotros, pobres idiotas, quienes pretendemos etiquetarlo todo,<br />

evaluando, incluso, el precio de la vida. ¿Crees que si Dios fuera justo tú<br />

estarías ahora donde estás? No, amigo, como creo haberte dicho, Dios no lleva<br />

las cuentas. Eso lo hacemos nosotros mismos. Dios tiene una profesión más<br />

liberal. Dios sólo puede dar. Hace una eternidad que olvidó cómo se cierran las<br />

manos. Ésa, en definitiva, es su naturaleza: abierto las veinticuatro horas. Y<br />

ése, a partir de ahora, debería ser tu santo y seña: regalar para VIVIR. Suelta<br />

lastre. Aligera tu vida. Regala lo que más pesa. Empieza por el tiempo, esa bola<br />

a la que tú mismo te has encadenado. Sorpréndenos con una cucharada diaria<br />

de tus minutos. Regala tiempo. La vida, entonces, bella y jubilosa, te sacará a<br />

bailar.<br />

Regala miradas (especialmente de plata). No dejes que los malentendidos<br />

te destrocen contra los fondos rocosos del odio o te pierdan en las oscuridades<br />

abisales de la indiferencia. Una mirada a tiempo es el mejor emisario.<br />

Regala abrazos. Recoge el ancla de los recelos y navega al sur del sur.<br />

Regálate tú mismo. Toca y deja que te toquen. Los dedos son telegramas del<br />

alma.<br />

Regala sorpresas. Practica el deporte de los Dioses. La sorpresa es un<br />

plato cocinado por el Amor.<br />

Regala «ahoras». No olvides que la vida sucede ahora. Mañana y después<br />

son espantapájaros.<br />

Regala imposibles. Enseña a poner nombres a los sueños. Regala<br />

madrugadas. Pinta cada puesta de sol y empapela con ellas las soledades.<br />

Toma de la mano a Blanca y escala ilusiones.<br />

Regala regresos. Las despedidas (recuerda) son la muerte en cómodos


plazos. No importa con qué objetivo: regresa cada vez que puedas. No<br />

importa dónde. Regresar es VIVIR de nuevo. Regresar es regalar vida.<br />

Regala lo que nadie regala. Regala la calderilla de la risa y, ¿por qué no?,<br />

el arcón del misterio de las lágrimas. Regala calor allí donde tirites. Regala<br />

buen humor aunque el tuyo esté arrodillado.<br />

Regala, sobre todo, oportunidades. No es más grande quien más tiene,<br />

sino quien más permite que se tenga. Regala tolerancia y, sin querer, habrás<br />

descubierto el camino hacia las estrellas.<br />

Regala, querido idiota, por puro egoísmo. Ha llegado el momento de<br />

aligerar tu vida y remontar el vuelo. Un vuelo (el último) para el que sólo<br />

necesitas las alas de la memoria.


11 de junio de 2003<br />

Mi querido profano:<br />

DEJA QUE EL M<strong>UN</strong>DO GIRE POR SÍ MISMO<br />

Me asombras. ¿Qué más necesitas para cambiar de vida? La muerte te ha<br />

avisado: marchabas por una dirección única y a toda máquina. Tú mismo te has<br />

salido al encuentro. Tú mismo has descarrilado. Pero lo asombroso es que,<br />

medio muerto, continúas rodando en la misma dirección. No comprendo. ¿Qué<br />

se supone que tienes que demostrar?<br />

En el ecuador de la existencia, querido idiota, el «contrato» casi siempre<br />

está cumplido. Te lo diré con otras palabras: a tu edad, la vida, generalmente,<br />

está servida. Es hora, pues, de que te sientes y disfrutes de ella. Insisto: ¿qué<br />

tienes que demostrar y, sobre todo, a quién? ¿No has sido un galeote del<br />

trabajo? ¿No ha sido tu descarrilamiento, justamente, consecuencia del exceso<br />

de celo? Dime: ¿se ha detenido el mundo? ¿Se ha asomado siquiera a tu<br />

perplejidad? El largo recorrido de tu vida, con casi 57 estaciones, está más que<br />

satisfecho. ¿No has trepado en el amor hasta lo más alto? ¿No has<br />

experimentado el sabor de la lealtad y de la traición? ¿No has tocado los extremos?<br />

¿No has habitado el bien y el mal? Si esto es así (y soy el único que<br />

lleva las cuentas), ¿qué pretendes al intentar sumar nuevos ceros a tu vida?<br />

Sabía que eras idiota, pero no hasta esos extremos...<br />

Toma nota, querido profano: es a ti mismo a quien tienes que demostrar<br />

que estás VIVO y, sobre todo, que quieres estarlo. ¿Consejos para lograrlo? Te<br />

lo dije: múdate al sur del sur. Negocia con la intuición. Si has cumplido, ¿por<br />

qué seguir hinchando el yo? Cierra el círculo. Abandona las lejanas órbitas y<br />

empieza a girar sobre ti mismo. Hay momentos en los que TODO depende de<br />

casi NADA. Para ti ha llegado esa hora: TODO pende del hilo de muy POCO.<br />

TODO pende y depende de ti mismo. No te sientas huésped en tu propia casa.<br />

Regresar (recuerda) es volver a VIVIR. No te alarmes ante la súbita fuga del<br />

éxito. Es lo mejor que podía suceder. El éxito es un malentendido que conviene<br />

despejar lo antes posible. Siéntate en las rodillas de la soledad y deja que pase<br />

la vida. La soledad (con uno mismo) te descubrirá la multitud que llevas dentro.<br />

Deja que la vida te hable sin palabras. Permite que ahora sea ella quien te<br />

sirva. Delega. Deja que el mundo gire por sí mismo. No fuiste tú quien lo puso<br />

en marcha...


12 de junio de 2003<br />

Querido idiota:<br />

DIOS PIENSA EN COLOR<br />

¡Despierta! Durante años has vivido (?) como los ciegos: acomodando tu<br />

verdad a la oscuridad. Ha llegado el momento de hacer la luz en tu precaria<br />

mente: la oscuridad no es un accidente. ¡Vives en la oscuridad! Respiras en<br />

negro. Tu mundo es uno de los pequeños talleres de reparación del buen Dios.<br />

Por aquí se pasa, simplemente. La luz, la verdadera, la que tú todavía no<br />

conoces, no tiene noche. La oscuridad es sólo una unidad de tiempo (sólo en<br />

los mundos del tiempo, como el tuyo). Después de la muerte, la oscuridad sólo<br />

aparece en los dibujos de la memoria. Puedes ojearla. Sólo eso. Nunca más re-<br />

gresarás a ella. ¡Despierta, pues, querido hermano! ¡Vives en las tinieblas,<br />

según «contrato»! Acepta la realidad: el mundo es imperfecto en beneficio de la<br />

perfección. El mundo es un ensayo general para el estreno de la verdadera<br />

vida.<br />

Y como en los ensayos generales, todo es aparente caos, todo es negro y<br />

confuso. Insisto: el mundo no es lo que venden o predican. El mundo no es<br />

bueno ni malo: es el nido de la oscuridad, por expreso deseo de los Dioses.<br />

Más adelante, llegado el momento, la oscuridad seguirá su peregrinaje y el<br />

mundo conocerá esa luz de la que te hablo. Querido idiota: no te afanes en el<br />

absurdo de cambiar la imperfección. El mundo no obedece a los hombres. El<br />

mundo sólo distingue la voz de Dios. Cambia tú, querido profano en la materia,<br />

y el resto sucederá por añadidura. Enciende la luz de tu espíritu y descubre que<br />

la oscuridad es la sombra de Dios. Cuando Él se mueve, todo se mueve. No<br />

trates de enmendarle la plana. Déjale que escriba, incluso, en la oscuridad. Si<br />

observas, la imperfección es perfecta (a la medida humana). La luna tiene una<br />

sola cara para no distraer a las estrellas. Éstas, a su vez, se mueven de<br />

puntillas para no distraer a los humanos. El día se agota para que tú lo añores.<br />

La noche es negra para no deslumbrar tus sueños. Tus sueños suceden al otro<br />

lado de la realidad para que no los robes. El amor humano (con minúsculas) va<br />

y viene para que puedas vestirte de flores. El arco iris es perfecto (redondo)<br />

sólo cuando te elevas. El rayo no llama a la puerta porque en los cielos no hay<br />

puertas. Tu cuerpo envejece porque Dios, sabiamente, no te ha dotado de mar-<br />

cha atrás. iDespierta, pues, querido idiota! La oscuridad no es un olvido divino.<br />

Dios piensa en color.


13 de junio de 2003<br />

CASUALIDAD SUENA A BLASFEMIA<br />

Mi querido y, cada vez, espero, menos idiota:<br />

La deducción es casi obligada. Si lees de nuevo estas cartas (conviene que lo<br />

hagas atrincherado en tus últimas colinas) observarás cómo se entrecruzan.<br />

Son corrientes hermanas en un mismo océano. Nada es casual. He aquí<br />

(brillando por encima de las demás) la gran razón que me ha movido a<br />

escribirte. Prometí pasar lista a tus errores y, por supuesto, mostrarte el camino<br />

para VIVIR. Pues bien, todo eso, en el fondo, fueron excusas para alcanzar y<br />

entregarte la segunda revelación: la casualidad, como la justicia y la libertad, es<br />

pura química humana. No existen (aquí). La casualidad suena a calumnia más<br />

allá de las fronteras humanas. El hombre utiIiza esa palabra sin saber que está<br />

despertando a los Dioses. Y la Ciencia, olvidando su noble papel, hace de<br />

metemuertos cada vez que la pronuncia. Algún día, el hombre se verá forzado a<br />

liberarla de los diccionarios. Y lo hará con vergüenza. La casualidad nunca es<br />

una causa desconocida. Si así fuera, tú no existirías. El azar será un<br />

tragahombres hasta que alguien lo haga retroceder y lo encierre en el cubil de<br />

los despropósitos. La casualidad, querido idiota, es la mejor demostración de la<br />

idiotez. Si la creación fuera gobernada por el azar, los Dioses (todos) estarían a<br />

su servicio. Otra cuestión es que no lo comprendas.<br />

A partir de ahora aborrece esa palabra. Yo prefiero «causalidad». Es<br />

decir, Dios en zapatillas. Dios en los barrios bajos del alma. Dios vestido de<br />

átomo y dirigiendo la circulación cuántica. El mismo Dios en los trillones de<br />

espejos de mano de los soles. Dios de ida y vuelta. Dios fuera y dentro del<br />

espacio. Dios mezclando colores y removiendo la vida. Dios artesano de fuegos<br />

y lluvias. Dios dormido en las profundidades. Dios con la capa abierta de los<br />

vientos y ensayando universos en la música. Dios remando en el río del tiempo.<br />

Dios pastoreando el caos. Dios vigilando la evolución. Dios en el salto crucial de<br />

aquella rana, nuestro ancestro. Dios en cada «contrato». Dios, silencioso,<br />

haciendo paracaidismo en tu interior. Dios, en su máxima expresión y poder, en<br />

la mirada de un bebé. Dios moviendo los hilos de las verdades. Dios como<br />

vendedor ambulante de felicidad: el Dios de las pequeñas grandes cosas. Ésa,<br />

y no otra, querido idiota, es la explicación a lo inexplicable. Nada es azar.<br />

Mucho menos que tú estés leyendo estas líneas...


15 de junio de 2003<br />

Queridísimo idiota:<br />

MORIR ES MUCHO MENOS DE LO QUE DICEN<br />

Debo concluir, de momento. Y lo haré a mi manera. La razón, como puedes<br />

apreciar, sigue ladrando a lo lejos. No es mala señal. Por mi parte he cumplido:<br />

has acariciado el pelo de visón de la intuición y has probado del árbol de la vida<br />

de las pequeñas-grandes cosas. No puedo hacer más. Ahora, la decisión es<br />

tuya. Tú debes elegir: vivir o VIVIR. Y termino estas líneas con el «negocio»<br />

que nos ha reunido al amor de estas cartas y que, en suma, provocó este<br />

aparente manicomio: la muerte. Mejor dicho, tu miedo a morir. ¿Recuerdas la<br />

petición al pie del quirófano?: «Si me concedes una prórroga te (me) prometo<br />

VIVIR.» No hablaré en esta despedida de lo que ya sabes. No te diré qué es la<br />

muerte porque ya conoces la dulzura de ese beso. No te diré «no temas» porque<br />

sólo se teme a lo desconocido. Tú, mi querido profano en casi todo, sabes<br />

cómo es el papeleo. Sabes muy bien que la muerte es pura inercia: la vida,<br />

diluyéndose en la VIDA. La muerte es abrir los ojos para siempre. Morir, en fin,<br />

es mucho menos de lo que dicen. Tú te has asomado al exterior, pero sólo<br />

tienes la visión parcial y poco certera del prisionero. Permíteme que abra de<br />

nuevo tu entendimiento y que te regale unos céntimos de libertad (sólo la<br />

información te hará libre, algún día). Después de la muerte, querido idiota, nada<br />

es como imaginas. Nada es como te han contado o como tratan de venderte.<br />

Nadie te juzgará. Sólo tú revisarás el contenido. Sólo tú juzgarás la calidad de<br />

la experiencia humana. Y te adelanto que nadie (nadie) pierde. Dios, en verdad,<br />

significa lujo. Nadie te bendecirá o condenará. VIVIR no significa acertar. VIVIR<br />

es cumplir lo firmado.<br />

Y un último asunto: la muerte es un simple apeadero. AIIí te esperarán los<br />

que te amaron pero, ¡ojo!, tu verdadero Padre te aguarda un poco más allá, en<br />

la estación central. La muerte es sólo un cruce de vías. Como decía el Maestro,<br />

quien tenga oídos, que oiga...<br />

Regresaré si me necesitas.

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