Calabria interrumpida: el decadente encanto de lo que no pudo ser

El famoso non-finito calabrés es un estilo arquitectónico inacabado, lleno de nostalgia y sueños rotos. No es producto de una voluntad, sino el triste (aunque no exento de encanto) fruto del ‘boom’ económico y de la corrupción.
Tropea Calabria
Getty

Cuando Miguel Ángel dejaba premeditadamente sus esculturas incompletas –interrumpidas en su proceso de definición–, lo hacía con la idea de parar en el momento dramático que el alma se liberaba de la materia. La obra no perdía un ápice de dinamismo. Es más, el non-finito era un valor, un grito egocéntrico de libertad expresiva. Un desafío estilístico y conceptual, puesto en práctica además por otros genios ilustres como Tiziano, Rodin o el mismísimo Gaudí.

Ver fotos: Los 20 nuevos pueblos más bonitos de Italia

Esta provocación es también una tendencia contemporánea llevada a cabo en la arquitectura de Calabria, probablemente una de las regiones más pobres y más vírgenes de Italia, donde el arte nunca muere.

Tropea, en Calabria.

Photo by Nemanja Peric on Unsplash

Situada en el sur, está bañada por dos mares: Jónico y Tirreno. Su capital es Catanzaro, y confina al norte con Basilicata y al sureste con el Estrecho de Messina. La región cuenta con una población que no alcanza los dos millones de personas, y según el último informe Istat el número no para de descender. Lamezia, por ejemplo, ha registrado una disminución de casi 70.000 personas en dos años. Tampoco se quedan atrás Reggio Calabria o Cosenza.

Por si fuera poco, según datos de Eurostat, cuatro de cada diez jóvenes no tienen empleo. Un problema que la sitúa en la cola de Europa junto a Ceuta, Melilla y algunas regiones griegas de la Macedonia Oriental. Un problema que incide en el famosísimo non-finito calabrés, un tipo de arquitectura fea, inacabada, llena de nostalgia y sueños rotos, de malversación de fondos, mafia y criminalidad, de cemento sin enfoscado, de boom económico y quimeras. De futuro y sangre.

Pizzo, uno de los pueblos más bonitos de Calabria.

Alamy

“Es interesante comprender sociológica y antropológicamente Calabria. En los setenta tuvo lugar la época boyante de la economía. Comenzaron a construir viviendas –muchas de ellas de forma ilegal– dejando los pisos superiores incompletos con la idea que fueran terminados por los hijos”, explica Vincenzo Bernardi, un arquitecto calabrés emigrado. Una voz que acentúa un paisaje herido de ilusiones fragmentadas. Y es que según SVIMEZ (asociación privada que se ocupa de la economía del Mezzogiorno italiano), Calabria podría perder medio millón de habitantes en los próximos cincuenta años.

“Es una región muy compleja. Sufrió terremotos, aluviones… Por ejemplo, tras el sisma del 1783, se aprobó una ley (Editto di Cassa Sacra) para favorecer la construcción. En resumidas cuentas: se pagarían los impuestos sólo cuando se terminaran las viviendas. Ahí está la trampa, pero el problema no es ya en lo privado sino en lo público. Lamezia, el puerto de Gioia Tauro (próximo a la excepcional y turística Tropea)… Se han hecho hospitales, pabellones a medio terminar".

"Por no hablar de la autovía Salerno-Reggio Calabria, que estuvo varios lustros de obras mientras seguía entrando dinero público”, apunta con resignación, sin matices. Porque sí, esa autovía estuvo absorbida por la ‘Ndrangheta en connivencia con empresarios sin escrúpulos amantes del cemento. Está terminada, pero parece que no lo está. Es una ilusión óptica.

Vista de Castello Ruffo, Scilla, Calabria.Getty

STRADA STATALE 106

El non-finito de Calabria no es una elección estilística, decorativa, estética o conceptual, sino el resultado de un espíritu cargado de melancolía, de expectativas terriblemente asesinadas. Todo esto se encargó de fotografiarlo un empleado ferroviario calabrés: Angelo Maggio. En su proyecto Cemento Amato, inmortalizó la decadencia, las contradicciones, la belleza deforme que se convierte en arte y miseria a la vez.

Marco de procesiones de Semana Santa. Cemento y ladrillos por doquier, calaveras arquitectónicas a lo largo y ancho de la región, en la cual emerge una mítica carretera nacional de casi 500 kilómetros. La 106, que recorre toda la costa jónica de Calabria, Basilicata y parte de la Puglia. Va de Reggio Calabria a Taranto y separa un tesoro de la Unesco como el Aspromonte –con pueblos perdidos de influencia griega– del mar.

Casas viejas en Lamezia Terme.Getty

En medio de todo eso, casas a mitad o pisos nuevos encima de los ya existentes que esperan ser terminados por generaciones futuras que se marcharon para trabajar, pero que nunca más volvieron. Todo confundiéndose, mimetizándose entre conglomerados mafiosos que desveló el periodista Antonio Talia en su libro Statale 106, entre vegetación salvaje con animales y cítricos. Liturgia bizantina y lengua griega. Ríos y flores. Música y folclore grecánico.

El boom económico sedujo a muchos privados a construir el futuro y alterar la idiosincrasia de una tierra estancada, sin oportunidades, sin esperanzas. Humana y pícara. Según datos del CRESME (centro de búsquedas económicas y servicios para construcciones) en 2020, entre 1982 y 1997 se construyeron casi un millón de viviendas privadas ilegales. Muchas están vacías o medio llenas. Esperando para morir o vivir nuevamente.

Antiguas ruinas de Samo, en Aspromonte, Calabria.Getty

Siguen allí, repartidas entre pueblos de costa y montaña. Entre playas maravillosas y estaciones de tren abandonadas, entre el cielo y el infierno. Soportando los clichés de la opinión pública, quien dice que dentro de esta arquitectura inacabada se esconde el deseo de la no ostentación exterior para disuadir el oro dentro. Hasta eso es un deseo interrumpido. Al menos de momento. O no.

Ver más artículos

SUSCRÍBETE AQUÍ a nuestra newsletter y recibe todas las novedades de Condé Nast Traveler #YoSoyTraveler