La salamanquesa: el dragón de la bodega 

16 Marzo 2023
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Por Jose Luis Gallego. Divulgador ambiental (@ecogallego)


 
El ser humano ha experimentado desde siempre una especial repulsa hacia los reptiles, un sentimiento atávico que no nos ha dejado valorar suficientemente los innumerables beneficios que nos comporta su amable compañía. Porque mas allá de la aversión natural que sentimos hacia lagartos y serpientes, lo cierto es que los reptiles cumplen una misión fundamental como controladores de todo tipo de plagas en el campo. Y ése es el caso de la protagonista de este apunte: la salamanquesa, el famoso “dragón” de las paredes.

La salamanquesa común, a la que los herpetólogos clasifican con el nombre científico de Tarentola mauritanica, es uno de los reptiles más comunes en las paredes de los edificios y las fachadas de los pueblos, donde es un inquilino habitual de cobertizos, granjas y bodegas. Y como señalaba, a pesar de su aspecto y de todas las leyendas que arrastra en su contra, lo cierto es que, además de asombroso, este resulta pequeño saurio no solo resulta del todo inofensivo para el hombre, sino también beneficioso.

 

Salamanquesa
Ejemplar de salamanquesa común (Foto: Jose Luis Gallego)

 

La falsa creencia de que se alimenta de la ropa de los armarios es tan disparatada como injusta, pues además de no causar daño alguno a los tejidos, su mera presencia es el mejor agente disuasorio de las polillas, que son las que en verdad pueden causarles serios daños, pues tienen la costumbre de poner sus huevos entre las prendas para que las larvas se alimenten de ellas. 

Sabedoras de ésta y de muchas otras virtudes asociadas a su compañía, las gentes del campo no solo no molestan a las salamanquesas, sino que se muestran complacientes ante su presencia, pues saben que con ellas rondando por los exteriores de la casa, o incluso dentro de ella, se reduce la presencia de insectos. 

Pero más allá de eso, al observar su anatomía y su sigiloso comportamiento, lejos de asustarnos quedaremos fascinados por la biología y la etología de este curioso reptil de vida nocturna.

Con un tamaño de alrededor de quince centímetros de cabeza a cola, su piel, rugosa, escamada, de color pardo grisáceo o gris ceniciento, le permite mimetizarse con los tonos de las paredes y techos en las que establece su territorio y que logra imitar a la perfección.

 

 

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Ejemplar de salamanquesa común (Foto: Jose Luis Gallego)

 

Además de las fachadas de los pueblos y del interior de las cuadras y los cobertizos, uno de los lugares preferidos por las salamanquesas para establecer su territorio son las bodegas, donde convive con quienes allí trabajan sin causar molestia alguna ni alterar la guarda de los vinos. Por el contrario, semioculta en cualquier fisura o rincón, su presencia pasará del todo desapercibida mientras las luces permanezcan apagadas. 

Una vez se enciendan, acudirá sigilosamente hacia los límites de las sombras para detenerse justo antes de que la iluminación de la pared delate su presencia. Allí puede permanecer durante largos minutos completamente inmóvil, aguardando el momento preciso para abalanzarse por sorpresa sobre sus presas atraídas por la luz: polillas, típulas, moscas y mosquitos, arañas, escarabajos, cucarachas… su menú lo componen los visitantes menos estimados de nuestro entorno.  

Uno de los rasgos que más llaman la atención en su sorprendente fisonomía son sus dedos: extensos, globosos y abultados. Durante años se creyó que en ellos se hallaban las ventosas que le permiten corretear por las paredes verticales o incluso por los techos, boca abajo, como si caminaran pegadas a su superficie. Sin embargo, ahora sabemos que no es así. 

Los científicos han descubierto recientemente que el secreto de estos reptiles para mostrar tan sorprendente capacidad de adherencia está en las sofisticadas pilosidades que conservan entre los pliegues de las palmas de la mano. Gracias a esos filamentos, que dan nombre a la familia de las salamanquesas (Phyllodactylidae) y las diferencia de los geckos (Gekkonidae) consiguen desplazarse en vertical por cualquier superficie vertical: incluso por el cristal de las ventanas. 

Si observamos a estos fascinantes animales con ayuda de unos prismáticos nos llamará la atención el aspecto de sus enormes ojos: dorados, como rellenos de purpurina, y con una pupila negra en forma vertical que le atraviesa el globo ocular de arriba a abajo para darle ese aspecto de criatura galáctica. 

Como todos los animales de sangre fría, en invierno rehúyen el contacto con el exterior y permanecen recluidas en su escondrijo sin causar molestia alguna, reservando sus fuerzas para iniciar otra vez sus sorprendentes correrías por paredes y techos en cuanto llegue la primavera y con ella vuelvan a acudir a la luz los insectos que le sirven de alimento.