En este artículo recojo el testimonio histórico proveniente de una costumbre medieval de las emparedadas, llamado el “voto de tinieblas”. Eran denominadas de esta manera las mujeres que, por ser pecadoras o arrepentidas de su vida mundana, vivían encerradas en una pequeña habitación. El único contacto con el exterior era a través de una pequeña ventana con verjas, a través de esos ventanucos los peregrinos y todas las almas bondadosas que pasaban por allí les introducían alimentos, para así hacerles un poco más liviana su existencia.
Las “celdas de las pecadoras” eran unos pequeños espacios de cuatro paredes, donde las mujeres se retiraban a vivir o se encerraban de por vida, para dedicarse a la oración y contemplación mística. Rara vez salían a la calle, en muchos casos, jamás. La población donde residían las conocían como “las emparedadas”. Los emparedamientos en vida se podían realizar de forma voluntaria, bien por obligación, o por condena, que era la mayor parte de las veces.
Esta práctica es una realidad histórica que ya se daba en otras culturas como la romana o griega, y si retrocedemos en el tiempo, nos encontraremos casos de emparedamiento en el Egipto de los faraones, Asiria o Mongolia.
Históricamente, los emparedamientos han sido vistos como un acto de castigo o tortura extremo, prolongado en el tiempo, de los más crueles que han podido existir. También son un acto de ejecución de una condena, lenta pero terrible. Las “victimas” de estos emparedamientos no siempre fueron mujeres, también hubo hombres y no siempre fueron religiosas, también hubo mujeres pertenecientes a otros ámbitos de la sociedad, como madres solteras, mujeres infieles, mujeres ladronas, mujeres acusadas de brujería, etc.
El fervor religioso imperante en aquellos tiempos llevaba a encerrarse entre cuatro muros de por vida, de forma voluntaria, a muchas personas que querían estar solas, o en compañía de la Virgen o del Altísimo. También hay que tener en cuenta, que esta era una buena forma de evadirse de cualquier obligación mundana, no lo tomemos solamente como un presidio o un martirio en vida, que no es así.
Esta forma de vida religiosa, ascético-mística, sobreviviría y tendría vigencia en España hasta bien entrado el siglo XIX, cuando la Iglesia prohibió esta insólita pero extendida forma de estar en contacto con Dios.
Una forma ascética que sobrevivió hasta el siglo XVIII y XIX, cuando la propia iglesia prohibió este vestigio de piedad medieval. La celda de las emparedadas de Astorga es una verdadera reliquia, la única en España que se conserva original, de este radical modus vivendi.
Los orígenes de estas prácticas cristianas tan radicales, los encontramos en Oriente a partir de los siglos II y III en los primeros eremitas fundacionales, llamados los “Padres del Desierto”. Pero, esta práctica monacal denominada “Immurement”, (entre muros), fue la versión extrema del ascetismo llevado a cabo por los primeros anacoretas. Esta autoexclusión vitae trasladaba al individuo al concepto de “santo en vida”, lo que suponía una renuncia “in corpore et anima” de toda vivencia terrenal, resignándose a vivir en soledad el resto de sus días.
Estos “automarginados” de la vida social crearon un espacio común denominado la Tebaida. Este lugar, se convirtió en un espacio de retiro para innumerables ermitaños cristianos. Recordemos que esta vida eremítica fue introducida en la Tebaida Inferior por Antonio Abad en el siglo III.
Como curiosidad, diré que, en El Bierzo se dio un fenómeno parecido desde finales del imperio. Cerca de Ponferrada, en Peñalba de Santiago y el valle de Oza, se aislaron y crearon monasterios cientos de monjes, huyendo del hambre, de las guerras y de la peste. De esta forma comenzó a instaurarse el emparedamiento más o menos abierto asociado a comunidades monásticas. Siglos después, avanzada la Edad Media, el asunto había cambiado. Quedarse en espacios cerrados hasta morir se volvió algo relativamente común.
Algunos catedráticos de historia señalan en sus trabajos, que la práctica era común ya en el siglo XI. De principios del XIV son las más antiguas en algunas partes de España, de las que quedaron pruebas. Entonces este aislamiento lo llevaban a cabo también laicos y mayoritariamente mujeres.
Pero existió un transito histórico, que va desde los antiguos eremitas, a las celdas de emparedamiento en los siglos posteriores. El proceso de emparedamiento difería según la tipología del mismo.
Desde la Edad Media al siglo XIX, el emparedamiento podía formar parte de un castigo civil, eclesiástico o monacal. En este último caso, se les aplicaba especialmente a religiosos cuya moral se había tornado laxa, con el paso del tiempo, y en el peor de los casos, que los superiores o hermanos habían observado en esa persona claros signos de herejía.
La penitencia voluntaria era otro de los motivos de emparedamiento. Debemos tener en cuenta que, en aquellos siglos existía un concepto exacerbado de las obligaciones cristianas, y las mujeres, (en su gran mayoría), y algún que otro hombre, solían redimir sus faltas ante el Altísimo en tres o cuatro metros cuadrados. Esto último se puede considerar como una cuestión personal de plena voluntad.
Existen algunos casos documentados, como el ocurrido en Sevilla, donde una jovencita fue encerrada por su familia, con la intención de que la niña mostrara piedad por ellos. Este caso último, es uno más de los que forman parte de la crónica de una España con unos valores cristianos inquebrantables y que hoy en día no acertamos a comprender…