El laborismo debería preguntarse: ¿Y qué haría Keir Hardie?

Melissa Benn

06/09/2015

Si una semana es mucho tiempo en política, un siglo puede ser algo sorprendentemente corto. Con un raro sentido de la oportunidad, el centenario y la muerte de Keir Hardie, primer dirigente del laborismo y alguien a quien puede considerarse su figura más descollante, cae a finales de este mes, el mismísimo fin de semana en que los delegados laboristas se reunirán en Brighton para el congreso anual de este año, el primero con el nuevo líder del Partido.  

Hardie ha sido vindicado durante mucho tiempo por todas las alas del Partido. Posiblemente el respaldo más inverosímil vino de Peter Mandelson, que sugirió en 1992, que Hardie se habría sentido “bastante complacido” con los cambios del Nuevo Laborismo. En su fallida campaña por el liderazgo laborista en 2010, David Miliband presentó un alegato bastante más cerebral a favor de Hardie como socialista de la autosuperación, antes que estatista. Y este mismo verano, en este diario, Alan Johnson invocó el “pragmatismo” del primer líder del laborismo en apoyo de la candidatura de Yvette Cooper y el historial del Nuevo Laborismo en su paso por el poder.

Agradable como es Johnson, su afirmación es políticamente inverosímil. Hardie fue una figura bastante más radical de lo que sugiere Johnson, comprometido no con la violencia política revolucionaria sino con la “agitación” y con suscitar el “divino descontento con la injusticia” dondequiera que la viese. Hardie fue quien presionó al TUC [Trade Union Congress, los sindicatos británicos], pelele durante demasiado tiempo del Partido Liberal, para que apoyara la jornada de ocho horas.  Respaldó el nuevo sindicalismo de finales del siglo XIX, los objetivos y la táctica de las sufragistas y las causas (entonces todavía) impopulares del republicanismo y el pacifismo. Ridiculizado y atacado por la prensa a lo largo de toda su vida política, a su muerte era una figura aislada en el año siguiente al estallido de la Primera Guerra Mundial (a la que se opuso valerosamente), pero ahora se le recuerda por su coherente postura contra la explotación y la injusticia.

Cuando se trata de política de agitación, Jeremy Corbyn es claramente heredero de Hardie. Si Hardie estuviera vivo en el siglo XXI, se habría opuesto sin duda a la guerra de Irak, habría visitado las acampadas de Occupy, habría apoyado a los activistas que luchan contra la “limpieza social” de Londres y denunciado la austeridad. Carismático orador público que se dirigía a menudo a inmensas multitudes, habría reconocido el entusiasmo y fervor del público masivo al que ha atraído Corbyn en todo el país, que tantos creían muerto en la edad de Twitter y Facebook.

Pero Hardie también nos enseña lecciones más sutiles acerca del pasado. Su historia nos recuerda que el laborismo siempre ha sido, si no dos partidos, sí una incómoda mezcla de socialistas y socialdemócratas, de los que desconfían instintivamente de las estructuras de poder y de aquellos que creen que hace falta comprometerse con las instituciones del Estado con el fin de transformarlas. En 1895, Beatrice Webb, fundadora del fabianismo, anota en su diario un forzado encuentro entre algunos tempranos fabianos, Hardie y otras figuras sindicales destacadas, que dejó dolorosamente clara la división entre aquellos que querían “inocular” gradualmente el “colectivismo” a todas las clases de la sociedad, como lo llamaban los fabianos, y un impulso más puro e instintivo por rectificar la injusticia en el aquí y ahora. ¿Suena familiar?

Hay demasiados comentaristas que interpretan erróneamente el entusiasmo en torno a Corbyn (me niego a llamarlo Corbynmania: el apoyo a su candidatura no es un desorden psiquiátrico) como mera nostalgia de las certezas de los 80. Tiene una historia mucho más larga y breve que esto. En ella podemos oír un eco de los apasionados principios del dirigente fundador del laborismo y una rebelión en múltiples niveles contra el estilo y contenido del rumbo del partido en décadas recientes.

También forma parte de un impulso más positivo: levantar un nuevo movimiento, trabajando con idealistas más allá de los confines del Partido. Y no solo entre los jóvenes. Ya he perdido la cuenta del número de miembros mayores y políticamente en un término medio que me han dicho que  Corbyn es el único candidato que propone un montón de soluciones sensatas a lo que ven hoy como una “Gran Bretaña quebrantada”, que afecta igualmente a rentas medias y bajas, con sus altas tasas de desempleo, con millones de personas con reducidos salarios, una aguda escasez de vivienda y un sistema de educación superior inverosímilmente caro.

Pero la trayectoria política de Hardie sirve también de importante advertencia a cualquier líder radical en el Parlamento, esa parte del trabajo que muchos afirman que Corbyn no sabrá realizar. Firme creyente en la democracia representativa, Hardie detestaba, no obstante, las componendas y el elitismo del Parlamento mismo y se reconocía que había sido un mediocre líder del Partido en los Comunes durante el brevísimo periodo en que desempeñó el puesto entre 1906 y 1907. Pero luego su semi contemporáneo, Ramsay MacDonald, el primero de los primeros ministros laboristas, fue un táctico brillante que cayó en última instancia bajo el seductor hechizo de los ricos y poderosos y entró en un desastroso gobierno nacional en 1931. Cuando se trata de ejercer el poder, parece que hay muchas formas de fracasar.

No hay duda de que una victoria de Corbyn plantearía un reto enorme al centro-derecha del Partido, pero los muchos diputados que se le oponen pueden seguramente quedarse mano sobre mano o conspirar, aunque sólo durante algún tiempo. La tarea es todavía mayor para el diputado por Islington Norte, llevado por una ola de sentimiento popular.

Para que su liderazgo pueda tener éxito, tendrá que ser excepcionalmente generoso, imaginativo e inclusivo. Tendrá que forjar nuevas alianzas, adoptar posturas sorprendentes y llegar a compromisos inesperados. Hardie el visionario, el agitador, nos inspira a aquellos de nosotros que creemos que el laborismo tiene que presentar una alternativa más audaz a los conservadores. Hardie, el reservado líder del Partido, nos recuerda que tenemos mucho que aprender para dar al “divino descontento” la forma de un programa creíble y popular.

Melissa Benn (1957), periodista especializada en política educativa y otros asuntos sociales para The Guardian y otras publicaciones, y fundadora de la Local Schools Network, es autora, entre otros libros sobre educación, de School Wars: The Battle for Britain's Education, One of Us, y What Should We Tell Our Daughters? The Pleasures and Pressures of Growing Up Female, y coautora de Debunking the Seven Myths of Education.

 

Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón

 

 

Fuente:
The Guardian, 31 de agosto de 2015

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