Julio es el mes en el que se celebra la abogacía en México. Así lo estableció en 1960 el presidente de la República, Adolfo López Mateos, a petición de don Federico Bracamontes, fundador del Diario de México, y un comité especial al que pertenecían personajes como Luis Rubio Siliceo. Desde entonces, el día 12 de este mes la abogacía se festeja como una profesión noble.
A más de medio siglo de este hecho hay que detenernos para reflexionar sobre la profesión. Hay unos que afirman que el objetivo de la abogacía es hacer justicia y resolver conflictos; hay otros que, por el contrario, la piensan como un instrumento de los poderes políticos; otros cuantos difieren con los anteriores y sostienen que los abogados son quienes, antes que todo, deben salvaguardar el ordenamiento jurídico (independientemente de categorías como justicia o poder). Yo pienso que nuestra profesión no dista de la del cartógrafo; eso de trazar mapas también ya es algo que nos compete. Sin embargo, desde la abogacía este noble trabajo se realiza con algunas particularidades que conviene precisar aquí: nosotros no hacemos uso de astrolabios, brújulas ni cuadrantes, aunque sí nos importan las geografías. Aunque reparamos en el presente, las rutas que componen nuestro mapa corresponden más bien a las del futuro; nuestros mapas no pueden compararse con los del siglo XVIII ni con los del siglo XIX, pero sí con los de Tolkien, Rousseau o Moro que se sitúan en los mundos de la ficción.
En las últimas décadas la abogacía se ha dedicado a pensar el futuro, a cartografiar esa ficción, a positivizar la utopía y a diseñar rutas para alcanzarla (por supuesto, esto no lo ha hecho aisladamente, sino en compañía de otros saberes). La Agenda 2030 de la Organización de las Naciones Unidas es un ejemplo tangible —aunque ese esfuerzo proviene de la Declaración del Milenio del año 2000—: en este documento se plantea el mundo que deseamos habitar en los siguientes años y las rutas materiales en las que debemos encaminar nuestra marcha para alcanzar la meta del futuro.
En esta edición quisimos incluir algunas de las plumas que nos ayudan a vislumbrar esa cartografía para adentrarnos en la ficción del futuro que queremos habitar, planteándonos los retos que implica lograrlo; entre otros: los obstáculos para la democracia que conlleva el desarrollo de la inteligencia artificial conocida como deepfakes, la apropiación de recursos ultraterrestres para la explotación en la Tierra, el cambio de nuestra relación con el planeta y la abogacía que cuenta historias.
Las protagonistas de este cuarto número de nuestro tercer año son tres mujeres que han abierto brecha y ayudado a concretar la empresa que hemos puesto en marcha para alcanzar el futuro: la ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Margarita Ríos Farjat, quien ha destacado por sus resoluciones en favor de los derechos de la comunidad humana; la doctora Mónica González Contró, la primera directora del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Universidad Nacional Autónoma de México, quien desde la investigación de frontera y el activismo ha fortalecido la protección jurídica de niñas, niños y adolescentes, y la maestra Mariana Salazar Albornoz, que en el globo protege el Derecho internacional humanitario.
Sean bienvenidos a esta nueva edición de abogacía® y súmense al diálogo a través de algunas de las lecturas que se han hecho de nuestro mapa del futuro.
