Moral XXV. El libre albedrío I

Decir que un gato tiene “libre albedrío” no es del todo incorrecto. Se puede entender esta afirmación, como tantas otras –a menudo con algún esfuerzo-, en el sentido de que todo es relativo. Incluida nuestra libertad: siempre cabe otra mayor, y otra menor.

Aunque cuantitativamente nuestro libre albedrío supere al del gato, no deja de ser relativo. Cada persona tiene su propio grado de libertad, ya nos refiramos a la externa o, en este caso quizá más apropiadamente, a la interna.

Unos y otros tenemos distinta información, diferentes capacidad decisoria, control de nuestros impulsos, elementos motivadores y sensibilidad.

También difiere nuestra respuesta ante ciertas situaciones, nuestros gustos y el tiempo que dedicamos a asuntos liberadores o esclavizadores. Al igual que varía nuestra tendencia a poner “el automático” o a ser reflexivos: a responder de un modo más mecánico o integrado (racional, meditado).

¿Qué entendemos por “libre albedrío”? El DRAE se refiere a “la potestad de obrar por reflexión y elección”. Es una definición claramente antropocéntrica, que deja tan de lado el modo en que habitualmente actuamos los humanos, que queda en la “capacidad” de obrar reflexivamente, como el modo en que podrían “elegir” (¿qué otra cosa entendemos por “libertad”?) hacerlo otros seres vivos que pudieran sopesar sus alternativas conductuales y respectivas consecuencias.

Muchas de nuestras respuestas son reflejas, o casi. Y en realidad no pocos pensadores e incluso científicos han cuestionado de muy diversos modos que tengamos libre albedrío. Por ejemplo, Albert Einstein señala que “Schopenhauer dice que un humano puede hacer muy bien lo que quiera, pero no puede querer lo que quiere”. Y esta situación “me acompaña en todas las circunstancias de mi vida y me reconcilia con las acciones de los humanos, aun en situaciones estresantes”.

Hace un par de años di una charla a un grupo que acababa el bachillerato sobre la cuestión de la “libertad humana”. A propuesta del departamento de actividades complementarias, acordé el tema con el profesor de filosofía, un compañero y amigo al que, sin embargo, no advertí del carácter más científico que filosófico de su contenido.

Intentó preparar a su alumnado sobre el tema (deterministas frente a indeterministas, etc.), pero se topó con una exposición que comenzaba hablando de reflejos nerviosos, continuaba abordando otros actos que no consideramos propiamente reflejos, y pasaba a presentar los resultados de diversos experimentos que demostraban que la inmensa mayoría de nuestros movimientos voluntarios se gestaban con independencia de nuestro centro consciente, el cual era informado con cierto retraso de que algún otro centro decidía emprender el movimiento sujeto a estudio (1).

No hubo tiempo de terminarla, en parte debido a la consternación suscitada por los descubrimientos científicos presentados (los cuales, me temo, aún no se han integrado del todo en las clases de filosofía; aunque presumo que lo harán en un par de cursos), en parte porque el tema se prestaba a un debate tremendamente estimulante que requería una hora más.

En buena medida lo que entendemos por “libre albedrío” se relaciona con nuestro entendimiento, nuestro conocimiento, nuestras emociones y preferencias. Éstas son la base de nuestra conducta, al menos de esa parte consciente que se relaciona con nuestra toma de decisiones racionales o meditadas; esto es, la que prevé los efectos de nuestras acciones, tanto en nosotros como en otros afectados potenciales.

Seguramente no resulta sorprendente saber que buena parte de nuestra conducta cotidiana no es más consciente –ni tampoco “considerada”- que la de otros simios o animales superiores.

Sabemos que tenemos impulsos a los que a veces sucumbimos y en ocasiones “sublimamos”, cuando no los reprimimos u optamos por conductas evasivas o generadoras de algún sentimiento de frustración.

Suponemos que casi todos los seres humanos controlamos cerebralmente nuestra conducta, con mucho, la mayor parte del tiempo; y que en otros animales superiores, salvo alguna excepción individual a considerar con renuencia, predominaría el control de los instintos en una medida muy inferior a la de cualquier ser humano. En cierto modo, es lo que pensamos.

Aunque los animales superiores ya no nos parezcan tan insensibles ni del todo carentes de libertad: hasta cierto punto evalúan, se contienen, “reflexionan”, prevén nuestra respuesta (o de la de los “jefes” de su sociedad) y sus riesgos. Se adaptan, y se adelantan al potencial efecto de conductas por decidir: tienen una “protomoral”.

Tampoco todos nosotros cumplimos el ideal de Platón. El jinete (auriga) o “voluntad” armoniza (somete, coordinadamente) a los dos caballos integrantes de la cuadriga, el de la razón moral y el de los apetitos e instintos…

Buena parte de nuestro tiempo ni siquiera somos conscientes de estar tomando decisiones que se transforman en actos, de tener actitudes. Los modernos estudios neurológicos llegan a distinguir componentes inconscientes que filtran aquello que llega a nuestra conciencia y llegamos a considerar.

Hay una criba de estímulos repetitivos o no interesantes, una parte innata que forma parte de nuestro temperamento, una parte que actúa respondiendo a estímulos que no pasan por la conciencia… Hay decisiones que estimamos conscientes pero esa idea de tomar una decisión es posterior al inicio del movimiento, que en realidad es pre-consciente.

Hay sentimientos previos a nuestras creencias, a nuestras preferencias, a nuestras decisiones, a nuestra voluntad… Y todo esto hace que seamos algo más libres que otros animales, ya que tenemos más libre albedrío: no somos inimputables, diré para responder a alguien que entiende que se ha de decidir entre un “todo” y su “nada” alternativa, desconsiderando el carácter relativo de esta realidad.

Pero tampoco somos tan libres como nos gustaría creer o entender. Ni compartimos el mismo grado de libertad, ni los animales más próximos son tan carentes de ella.(Y sigue siendo cierto que no nos pueden obligar a amar, a tener sed, a querer que nos maltraten, etc.)
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(1)Pueden verse las diapositivas de aquella charla en: https://goo.gl/oozifK.
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