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Abascal blinda su poder en Vox en una huida hacia adelante para capear la oposición interna

Su férreo control del aparato del partido es también un síntoma de las dificultades para dirigir una formación en declive.

Santiago Abascal
El líder de Vox, Santiago Abascal, durante un pleno del Congreso de los Diputados. Eduardo Parra / Europa Press

Si alguien en Vox planeaba disputarle el liderazgo a Santiago Abascal, su decisión de adelantar la Asamblea General del partido al 27 de enero, cuando se preveía que fuera en el mes de marzo, seguramente le haya disuadido por la dificultad de recabar los avales necesarios (un 10%) en tan poco tiempo. Además, con este movimiento, Abascal y su órbita, siempre en la sombra, también consiguen -o eso creen- neutralizar el ruido interno que pueda generar un posible nuevo fiasco en las elecciones gallegas. 

Pero ninguna de estas razones se esgrimen en público. La explicación oficial de la formación ultra es que se quieren "preparar" para el ciclo electoral que arranca en febrero con los comicios en Galicia, a los que seguirán las elecciones vascas y las europeas el 9 de junio. Lo que trasladan desde la cúpula del partido es que su intención es acometer todos los cambios antes y no llegar a la primera cita electoral "en precario". 

Así, en apenas dos semanas Vox elegirá a su dirección para los próximos cuatro años y las posibilidades de que el poder recaiga en alguien que no sea Abascal son ahora mismo nulas. El blindaje es total, a pesar de la crisis interna que el partido de extrema derecha arrastra desde hace casi dos años, igual que lo fue en la última asamblea que encumbró al mandamás ultra en 2020. 

El 7 de marzo de ese año, en los días previos a la explosión de la pandemia de la covid-19 que encerraría al país en sus casas y en la que miembros Vox hicieron de altavoces de los antivacunas, Abascal fue proclamado líder de Vox en una asamblea absolutamente opaca a la que solo pudieron acudir cargos públicos y del partido, dejando fuera a los afiliados; en la que no hubo votación ni candidatura alternativa a la suya porque el sector crítico no consiguió los avales necesarios; y en la que se cambiaron los estatutos del partido para dar más poder a la dirección. 

Desprecio a cualquier rival

Además, de ahí salió Jorge Buxadé como hombre fuerte de Abascal, la única figura política reconocible de la extrema derecha que sigue junto al presidente de Vox. Del poder orgánico del entonces secretario general, Javier Ortega Smith, ni rastro: en 2022 fue apartado de la sala de mandos del partido y defenestrado a niveles más bajos de decisión para colocar a Ignacio Garriga en su lugar. El distanciamiento entre ambos es evidente desde entonces y no ha hecho más que crecer.

Hasta tal punto que el diario Libertad Digital publicó a finales del mes de diciembre que Ortega Smith estaba buscando apoyos para disputarle la presidencia de Vox a Abascal con una lista alternativa a la suya. Algo que el número 1 por Madrid niega y que, en cualquier caso, no parece haber preocupado mucho al búnker desde el que se mueven los hilos del partido: no tienen ni competidor ni rival, dicen. Abascal se sabe en medio de una fortaleza construida a su medida y desprecia una eventual candidatura enfrente. 

Abascal, sin nadie que le haga sombra

Pero su férreo control del aparato del partido es también un síntoma de las dificultades para dirigir una formación en declive. Según todas las encuestas, Vox se quedará fuera del Parlamento gallego y podría estar en riesgo el escaño en el País Vasco, donde la demoscopia apunta a una pérdida importante de votos.

Los malos resultados electorales han hecho aflorar la contestación interna y es marca de la casa para Vox aplacar el ruido. Así se ha ido quedando Abascal sin los dirigentes con más proyección mediática y peso político del partido. Macarena Olona, Víctor Sánchez del Real, Iván Espinosa de los Monteros, Rocío Monasterio —que no está fuera de la formación pero se ha quedado desdibujada en una Comunidad de Madrid con mayoría absoluta del PP y a la que miembros de Vox no ven terminando la legislatura— o, la última, Carla Toscano. Todos los que en algún momento marcaron perfil propio han sido purgados. 

En alza, Pepa Millán, portavoz en el Congreso, o José María Figaredo, dos dirigentes jóvenes que son, junto a Garriga o Buxadé, las caras más visibles del partido. Ninguno hace sombra a Abascal y todos le acompañan —por el momento— en una huida hacia adelante para capear la crisis interna sin afrontar el cuestionamiento de su liderazgo. 

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