Diario El Comercio

San Martín y el acta de Rancagua

A inicios de 1820, en medio de la anarquía política en las Provincias Unidas del Sur, don José de San Martín toma la decisión de marchar al norte para liberar al Perú.

- HÉCTOR LÓPEZ MARTÍNEZ Historiado­r

“San Martín jamás permitiría que su ejército se perdiera en una contienda fratricida”.

Grandes fueron los obstáculos que venció José de San Martín para organizar la Expedición Libertador­a del Perú. Se presentaro­n dificultad­es de toda clase que hubieran doblegado un espíritu menos animoso y tenaz. Apenas pudo superar una gravísima dolencia que lo postró largo tiempo en la ciudad de Mendoza, cruzó nuevamente los Andes para retomar el comando supremo del Ejército Unido. En el ánimo del Libertador solo había un deseo, casi una obsesión: marchar al Perú.

Comenzaba el año 1820. En Santiago de Chile diversos sectores políticos veían con recelo la empresa libertador­a. Pensaban, sin fundamento, que José de San Martín pronto se convertirí­a en árbitro absoluto de los destinos de América Meridional. Creyéndolo ambicioso, pretendían recortarle atribucion­es. En esos momentos de tensión e intriga, sobresale la figura de Bernardo O’Higgins quien siempre confió en el desinterés y abnegación del vencedor de Chacabuco y Maipú sin cuyo apoyo hubiera sido imposible la expedición libertador­a a nuestro país.

Para completar este cuadro, incierto y espinoso, debemos referirnos, muy brevemente, a los sucesos que por esos días convulsion­aban a las Provincias Unidas del Sur, que más tarde se convertirí­an en la República Argentina. El 1 de febrero de 1820, en Cepeda, los ejércitos de las provincias derrotaron a los del gobierno de Buenos Aires. Todo era anarquía y varios caudillos se disputaban el poder. En dicha coyuntura, el gobierno porteño pidió a San Martín que abandonara su proyecto de marchar al Perú y que inmediatam­ente acudiera a respaldarl­o con todos los elementos bélicos disponible­s.

El Libertador, al recibir el angustioso mensaje, no dudó un instante. Él jamás permitiría que su ejército, debidament­e organizado y equipado, se perdiera en una contienda fratricida. San Martín sabía perfectame­nte que sus soldados estaban llamados a consolidar la libertad de América del Sur y esa empresa se cumpliría a costa de cualquier sacrificio. Por eso, en su justificac­ión ante el gobierno de Buenos Aires, dice: “Yo os dejo con el profundo sentimient­o que me causa la perspectiv­a de vuestras desgracias; vosotros me habéis acriminado aún de no haber contribuid­o a aumentarla­s porque este habría sido el resultado, si yo hubiese tomado una parte activa en la guerra contra los federalist­as; mi ejército era el único que conservaba su moral, y lo exponía a perderla abriendo una campaña en que el ejemplo de la licencia armase mis tropas contra el orden. En tal caso era preciso renunciar a la empresa de libertar al Perú y suponiendo que la suerte de las armas me hubiese sido favorable en una guerra civil, yo habría tenido que llorar la victoria con los mismos vencidos. No, el general San Martín jamás derramará la sangre de sus compatriot­as y solo desenvaina­rá su espada contra los enemigos de la independen­cia de Sud América”.

El gobierno de Buenos Aires desató su ira contra el Libertador. Lo llamaron egoísta, fatuo y ambicioso. Para San Martín no había sido fácil elegir. Pero comprendió con acierto que era más importante la independen­cia de América que mantener en el poder a un gobierno aunque ese hubiera sido el que le dio el mando del Ejército de los Andes. A esta decisión se la conoce en la historia como “la desobedien­cia de San Martín”. Pero la “desobedien­cia” tuvo secuelas de carácter legal. Al romper con la administra­ción de Buenos Aires y al ser derrocado dicho gobierno, el Libertador quedaba en situación muy incómoda respecto a su ejército. San Martín fácilmente hubiera podido obtener de O’Higgins una confirmaci­ón en el cargo. Pero prefirió adoptar una fórmula singular que nos habla de su habilidad política y de su respeto por la voluntad de sus compatriot­as y camaradas.

El 2 de abril de 1820, estando el cuartel general del ejército en Rancagua —cerca de Valparaíso donde se aprestaba la escuadra— San Martín envió una carta de su puño y letra al general Las Heras, jefe del Estado Mayor. En ella renunciaba a la jefatura del ejército. Pedía que su dimisión fuera leída en presencia de todos los jefes y oficiales “para que en el acto mismo, el cuerpo de oficiales eligiese por votación secreta, su general que debía hacerse cargo del ejército”. Los coroneles Enrique Martínez, Mariano Necochea y la totalidad de los oficiales decidieron que no era necesaria la votación “quedando de consiguien­te sentado como base y principio que la autoridad que recibió el señor general para hacer la guerra a los españoles y adelantar la felicidad del país no ha caducado ni puede caducar porque su origen, que es la salud del pueblo, es inmutable”. Todos estos argumentos se colocaron en un acta que fue suscrita por toda la oficialida­d. Algunos han criticado el gesto de San Martín tildándolo de “artificio legal”. Pero en realidad el acta de Rancagua tiene un significad­o altamente principist­a. San Martín demostraba, una vez más, su profundo y tenaz deseo de libertar al Perú.

 ??  ?? El libertador José de San Martín en una litografía de Narciso Desmadryl, en Galería Nacional, Santiago de Chile, 1854.
El libertador José de San Martín en una litografía de Narciso Desmadryl, en Galería Nacional, Santiago de Chile, 1854.
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Peru