El apoyo a un revolcón político
Armando se despertó muy sorprendido esa mañana. Ya se sabe que soñamos todos los días, y por lo general, olvidamos los sueños a menos que estemos próximos a despertar. También se sabe que la mayoría de estos son inocuos. Y no necesariamente tienen sentido: pueden ser historias sin pie ni cabeza, en otras ocasiones se basan en recuerdos vividos por uno. Armando estaba impresionado por sus sueños, pero por una razón especial. Es que eran, vamos, originales. Armando soñaba a veces, por capítulos, no necesariamente ordenados, la historia de su país. Soñaba con las conversaciones entre los próceres. Veía a unas mujeres, en una habitación vacía, confeccionar unas banderas. Veía y escuchaba a aquellos hombres mientras paseaban por las calles con aquel pabellón tricolor de dos estrellas. Habían proclamado el surgimiento de la nueva República. Creía el soñador que sus ensoñaciones eran debidas a su estado emocional: eran días próximos a fiestas patrias. ¡ Quién sabe si lo escuchado se correspondía con la realidad! “Quizá fue un sueño aislado”, pensó. Pero siguió soñando “material histórico”.
La noche siguiente vio en sueños a un hombre de atusados bigotes viajar a un país del Norte. Se reunía con los senadores de aquel país, y a todos ellos los fue convenciendo uno por uno, de que lo mejor, para los intereses de su poderosa nación y para asegurar el éxito de la obra, era construir un Canal interoceánico por el país de la cintura estrecha, donde ya se habían hecho prospecciones y habían comenzado las obras. Armando juzgó que todo esto había sucedido antes de la Independencia. La labor de convencimiento de aquel hombre de acento francés era crucial. Para entonces, los senadores del Norte habían decidido ya hacer el Canal por otro país. Pero él unió a sus elocuentes palabras la muestra de una estampilla en que se veía un volcán en erupción junto a un tren descarrilado. Era del país de volcanes y lagos donde iban a realizar la obra. Se dieron cuenta de que el francés tenía razón: era más seguro realizar la construcción en aquella faja de tierra estrecha. Más seguro, más barato y tomaría menos tiempo.
Solo una cosa preocupaba a los líderes del país del norte. El país de cintura estrecha no era libre. Mas el hombre de bigotes atusados no se rendía. Les advirtió que el país pequeño se gestaba una “revolution” (forma francesa de revolcón político, y en este caso, de gran importancia). Que el país chico acabaría separándose del país grande y que sus revolucionarios garantizarían la construcción del Canal. Pero eso sí, ellos necesitarían también el apoyo del país grande para que sus pretensiones separatistas no se vieran aplastadas por el país grande. Las autoridades del país del Norte respiraron aliviados: se dieron cuenta de que si apoyaban al país pequeño tendrían Canal. Y revirtieron su decisión: el Canal ya no se haría por el país de los volcanes. Mandaron a sus naves de guerra a apoyar el revolcón político que se estaba gestando. Esa decisión fue tan importante que Armando despertó celebrándola, convencido de que era injusto tratar al francés como un villano, como le habían enseñado. Cierto que era soberbio, que tenía intereses que salvar en la Compañía francesa del Canal, y que quería que la obra que Francia había comenzado llegase a buen fin. Cierto que el nacionalismo del país chico le importó bien poco y que le puso las cláusulas más fáciles y humillantes en bandeja de plata al país del Norte. Pero tenía miedo (como tenían miedo los próceres) que el tratado del Canal fracasase de nuevo, y sin Canal, los del país chico comprendieron que no habría independencia, ni progreso económico, y sí represalias en vidas y bienes. Por eso, hasta ellos aceptaron el Tratado conseguido como un mal necesario en ese momento y consideraron que con el tiempo se podrían mejorar sus cláusulas. Y lo ratificaron el 4 de diciembre de aquel mismo año.
SOLO UNA COSA PREOCUPABA A LOS LÍDERES DEL PAÍS DEL NORTE. EL PAÍS DE CINTURA ESTRECHA NO ERA LIBRE. MAS EL HOMBRE DE BIGOTES ATUSADOS NO SE RENDÍA.