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Michael Moore también en videoclubes

Combatiendo al capital

Para aquellos adictos a La cruel verdad (la serie que se emite por cable en Film & Arts), buenas noticias acerca de Michael Moore: en estos días se distribuye en video La gran pregunta (“The Big One”), su último largometraje, que registra la accidentada gira que hizo “promocionando” su libro y embistiendo una vez más contra el terrorismo de las grandes corporaciones.

POR MARIANO MARTIN KAIRUZ

El discurso de Michael Moore no tiene vueltas. Ha sido tildado de gratuito, demagógico y calculadamente provocador, pero es indiscutiblemente claro: por un lado están los ricos empresarios; por el otro nosotros, los vapuleados laburantes. Ellos son unos cuantos; nosotros, el inmenso resto. La buena noticia, según Moore, es que nosotros podemos contra ellos. No por nada el logo animado de su productora (Dog Eat Dog Films) consiste en un alegre y diminuto perro que se traga de un bocado a otro perro, más grande y rabioso.
“¿Qué es el terrorismo? Cuando alguien estaciona un camión cargado de explosivos y vuela un edificio, no hay dudas. ¿Pero cómo llamarlo cuando primero se saca gentilmente a la gente del edificio, y después se lo vuela? Durante los años siguientes buena parte de la gente que solía trabajar en esos edificios morirá, dado que sus medios de vida le han sido arrebatados. Por suicidio, por abuso de drogas y alcohol, o por algún otro de los problemas sociales que embargan a las personas cuando pierden su empleo. Esas personas están tan muertas como las del bombardeo de Oklahoma, pero las acciones de la compañía no han sido consideradas terrorismo. No llamamos asesina a la compañía, aunque el suyo es un acto de terrorismo económico: no conozco otro nombre para una empresa que está obteniendo una utilidad record y echa gente de su trabajo para poder ganar un poco más”.
La indignada argumentación sobre el “terrorismo corporativo” corresponde a uno de esos momentos en que Moore se aleja del registro “unipersonal de café-concert” (o stand-up comedy, en su versión estadounidense) que caracteriza sus presentaciones y a través del cual reflexiona, como muchos comediantes norteamericanos, acerca de cuestiones cotidianas: Moore ha convertido en uno de sus caballitos de batalla las migraciones de grandes corporaciones que, al levantar sus plantas de producción, desemplean a ciudades enteras (tal la devastadora experiencia de su pueblo natal, Flint, documentada en el primer largo de Moore, Roger & Me): “Actualmente, parece que todo el mundo vive en su propio Flint”. Esta observación (y la experiencia de haber estado sin trabajo) lo llevó a escribir el libro Downsize this! (“¡Reduzcan esto!” o, para usar un matiz más apropiadamente agresivo, “¡Redúzcanme ésta!”) y a realizar la película The Big One, que acaba de ser editada en video como La gran pregunta.
En el título local nada queda del doble sentido del original inglés, que bien claro queda exhibido en la película, una suerte de road-movie (intercalada con presentaciones en vivo, a la manera de La cruel verdad) que registra la gira promocional de Downsize this! por varias de las ciudades nada principales de Estados Unidos (cabe aclarar que la filmación fue “extraoficial”, en lo que respecta a Random House, responsable de la publicación del libro). Moore ensaya en su gira algunas ideas de marketing: “Siempre podemos mejorar nuestra imagen. Antes que nada, el nombre de nuestro país, que es tan aburrido, una opaca descripción: Estados Unidos de América. Miren a Inglaterra. No se conformaron con una descripción: se autodenominaron Gran Bretaña. Suena bien, especialmente si se considera que no tienen nada de grande. Pero Estados Unidos de América... es como si los británicos se llamaran a sí mismos Montón de pequeños distritos en una isla. ¿Cómo deberíamos llamarnos? The Big One (El Grande). Así, cuando alguien nos pregunte de dónde somos, contestaremos: Soy de El Grande. Y, si no les gusta, que nos muerdan el Grande”.
En el libro y en la película, este norteamericano sin educación universitaria (“Jamás leí una sola línea de Marx, me avergüenza decirlo”) y hasta hace no tanto, sin trabajo, habla del combo de pastillas para la presión y la depresión, el stress, la acidez, y otros males crónicos que aquejan al nuevo desocupado norteamericano medio; difunde las cifras de una investigación universitaria de Utah que vinculan crimen y desempleo(“Por cada punto de aumento en la tasa de desempleo, la de asesinatos sube un 6,7 por ciento, la de crímenes violentos un 3,4 por ciento, la de delitos contra la propiedad un 2,4 y la de muertes por enfermedades cardíacas un 5,6”); enloquece ante los episodios más recientes y oscuros de la liquidación del movimiento sindical estadounidense (“Los antropólogos del siglo veintitrés no podrán descifrar el misterio de por qué los líderes de nuestros mayores gremios permitieron que los jefes de las grandes empresas destruyeran las vidas de sus trabajadores. ¿Qué tan estúpidos eran estos tipos?, se preguntarán. Douglas Fraser, de los United Auto Workers of America era tan estúpido que, cuando era presidente del sindicato a principios de los ochenta, aceptó un asiento en el directorio de Chrysler para cumplir una función de perro guardián desde adentro. Mientras Fraser velaba por los intereses de su gremio, Chrysler cerró veinte fábricas y tres depósitos, echando a más de 50.000 de sus camaradas. Recuérdenme que nunca le pida a este tipo que cuide mi casa cuando estoy de viaje”), caracteriza la moderna diáspora del trabajador estadounidense, argumenta por qué la General Motors debería vender crack en lugar de automóviles (“Si el lucro es supremo, como ustedes bien saben, ¿por qué una compañía como General Motors no se dedica a vender crack? Vender un auto de mil kilos deja un rédito menor a los dos mil dólares. Por cada kilo de coca transformada en crack, el dealer puede llegar a ganar noventa mil dólares como mínimo”), y hasta desenmascara una invasión alienígena que se dio en llamar, brevemente y allá por 1996, “Campaña electoral de Forbes”, de la cual hoy sólo queda una conocida revista de negocios creada (y dirigida hasta su muerte) por un millonario: “Las únicas veces que uno piensa que siguen entre nosotros es porque cierta gente lee esa publicación llamada Forbes. ¡El nombre de su líder en una revista! Generalmente son tipos en trajes caros con chaleco, que parecen tener mucho dinero. ¡Ellos son los alienígenas! ¡Cuidado con la gente que lee la revista Forbes!”
Diez años atrás, en una entrevista al New York Newsday, Moore respondía acerca de las supuestas acusaciones, por parte de Pauline Kael, de hacer “humor barato” y a costa de tomarle el pelo a la gente: “Si es humor barato tomarle el pelo a gente como los capos de General Motors y a su presidente, Roger Smith, acepto la acusación. Lo único que puedo decir es que los comunes mortales nunca tenemos oportunidad de reírnos de esa gente. Y, para mí, al menos, la risa es y será siempre un arma política”.

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