Hace alrededor de 13.000 años que los caminos del ser humano (Homo sapiens sapiens) y el cerdo (Sus scrofa domestica) se cruzaron para no volver a separarse jamás. La domesticación del gorrino supuso todo un empuje para la supervivencia y la expansión del ser humano durante el neolítico, gracias a la versatilidad y al gran aprovechamiento de los diferentes órganos y tejidos de este animal de granja. En España existe una verdadera pasión por el cerdo y no es de extrañar que encontremos a más puercos que personas viviendo entre nuestras fronteras. Concretamente, en la actualidad hay más de 50 millones de cochinos en nuestro país.

Como reza el dicho popular, del cerdo se aprovecha todo, hasta los andares. Desde la piel hasta los huesos, existen multitud de partes del chancho y sus derivados que se emplean no sólo para carnes y embutidos, sino también para perfumes, cueros, cepillos, aceites, cosméticos, jabón, velas, fertilizantes… Y las aplicaciones no terminan ahí: múltiples tratamientos médicos también provienen del puerco. De hecho, la salud y la vida de millones de personas han estado ligadas al cerdo desde hace casi un siglo.

Puede sonar increíble hoy en día, pero recibir un diagnóstico de diabetes tipo 1 antes de 1922 suponía el equivalente a recibir una sentencia de muerte, pues no existía tratamiento efectivo alguno. En 1920 se descubrió que lo que causaba este tipo de diabetes era la destrucción de los islotes pancreáticos, imposibilitando la producción de insulina (hormona que regula los niveles de glucosa en sangre). Así pues, el tratamiento clave para estos diabéticos consistía en administrarles insulina para que pudieran llevar una vida lo más normal posible, ¿pero cómo conseguirlo?

En aquella época, las principales fuentes para la obtención de insulina eran los páncreas de cerdos y vacas. Los cerdos eran la mejor elección porque la insulina porcina difiere en tan sólo un aminoácido de la insulina humana. Sin embargo, este proceso era extremadamente caro e ineficiente. Para conseguir tan solo 227 gramos de insulina se necesitaban casi dos toneladas de tejidos de cerdo.

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