El otro alcalde Caballero prohibió el amancebamiento en Vigo en 1815

Daniel Bravo Cores

VIGO

cedida

El regidor protagonizó un segundo mandato sin ser votado por el pueblo. Impulsó la Colegiata y el control de forasteros como tareas prioritarias

07 ene 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Tras el paréntesis constitucional 1812-1814 y restaurado el trono de Fernando VII, los alcaldes pasaron de ser elegidos por el pueblo a nombrados por el Real Acuerdo de la Real Audiencia. José Antonio Alonso Caballero sería alcalde por segunda vez «por tiempo de tres años» en virtud de título otorgado el 11 de enero de 1815 por el capitán general y presidente de la Audiencia Felipe Augusto Clement de Saint Mareq. Comunicó su nombramiento a la corporación presidida por Marcó del Pont con la misma humildad que en su primer mandato «porque me juzgo con poca suficiencia, me será más apreciable mi nombramiento si merezco su aceptación», y el 17 tomaba posesión como alcalde. Le acompañaban, además de Marcó, Lorenzo Llorente Romero, ambos ya «muy achacosos», y Norberto Velázquez Moreno, entre otros.

Al poco, Caballero mostró su lado más humano interesándose por la situación de las presas Ángela de Sea y su hija, causa de encarcelamiento «instruyéndose del tiempo de prisión» y situación procesal; o por la de Catalina Figueroa, pobre de solemnidad que solicitó acogida en el Hospital de Pobres «por no tener auxilio de qué vivir y hallarse enferma», a lo que Caballero accedió «por su grande pobreza».

Casi de inmediato, el mandatario expuso a sus concejales como tareas prioritarias la nueva Colegiata «de necesidad tan notoria», ratificación por el rey del título de ciudad «concedido a este pueblo por su lealtad y esforzado denuedo», construcción de la Plaza de la Alhóndiga, ordenación del Archivo Municipal, reparación de la Escuela, etc.

A propuesta suya, en mayo se aprobó un Auto de Buen Gobierno que ponía el acento en aspectos de moral y buenas costumbres: prohibición de amancebamiento, control de forasteros, respeto a la religión y «días santos», control de horarios, juegos y fiestas en tabernas, limpieza de calles, control de los precios del pan y más comestibles, etc.

Durante este mandato, tuvo la satisfacción de ver encumbrar a varios vigueses en las altas esferas políticas: Vázquez Varela, nombrado consecutivamente Alcalde de la Real Casa y Corte y Consejero del Real y Supremo Consejo de Hacienda; Manuel López Araújo y José Vázquez Figueroa, Secretarios de Estado y de Despacho (ministros) en 1816, y Fray Andrés Villageliú, aquel franciscano tan activo contra los franceses durante la ocupación de 1809, ahora nombrado Predicador de S.M. en la Corte.

También puso orden en el caos urbanístico del barrio del Arenal, donde algunos construían sin licencia y sin respetar alineaciones, según la filosofía del ti vai facendo. El alcalde metió a todos en vereda y ya en su primer año se registraron una decena de solicitudes para ampliar, techar, murar, etc., tinglados para la salazón y prensas de sardina, con sus viviendas, de catalanes como Moreu, Fach, Lluch, etc, y no catalanes, lo que prueba el dinamismo del barrio en aquella época de vacas flacas. Regularizó también los sueldos de empleados y dependientes municipales: sacristán y organista de Colegiata, médico y cirujano titulares, portero, alguaciles, maestros, etc., y creó una escuela de niñas «por quanto tienen que asistir a la misma escuela de niños contra lo que exige el pudor». 

Conflicto

En la primavera de 1815 tuvo lugar un tenso conflicto con el poderoso Xavier Martínez, Marqués de Valladares, que había presionado al Ayuntamiento para construir la nueva Colegiata en un solar distinto al que ocupaba la antigua, dejando así una amplia y luminosa plaza delante de su vivienda. Tras consultar a técnicos y concejales, el alcalde negó «la mutación del sitio de la Iglesia».

Con el título de concejal desde 1814, pero sin haber tomado posesión por figurar como transeúnte en el padrón, Valladares cambió de táctica y planteó la batalla dentro del propio ayuntamiento reclamando su concejalía. Caballero lo ignoró y propuso a la superioridad tres posibles candidatos, pero la Audiencia ratificó a Valladares como regidor (concejal). Caballero demoró lo que pudo su toma de posesión, lo que provocó la respuesta airada de aquél: «No sé qué razones puede haber para no hacerla, en desprecio de la autoridad». No menos airada fue la contestación del Ayuntamiento negando tal demora «deseando cumplir las órdenes superiores….. que siempre ha venerado y venera» y emplazó a Valladares a presentar el título. Éste que no, hasta tomar posesión. Caballero que sí, «como se hizo siempre…, y no parece regular se interrumpa ta loable costumbre». Finalmente la Real Audiencia solventó el rifirrafe de forma salomónica: Valladares tomó posesión y pasó a la corporación pero renunciando al traslado de la Colegiata, asunto del que no se volvería a hablar.

Sus primeros achaques tuvieron lugar en 1816: «en junio empezó a debilitarse mi salud» y en las semanas siguientes se deterioró todavía más.

El 1 de julio solicitó al Real Acuerdo, organismo de la Real Audiencia que entendía en los asuntos municipales, un permiso por tres meses, presentando certificado del médico titular que dejaba constancia de sus dolencias: «padece hace meses una dispesia viliosa que se simpatiza con los nervios y músculos de su extremidad izquierda inferior, constituyendo una parálisis reproductiva, y para su curación, le tengo ordenado 20 días de aguas minerales de Savajanes, y vaños termales en Caldelas, siendo imposible poder calcular el tiempo para su restablecimiento».

Recabado el parecer de la corporación viguesa, ésta contestó: «Parece justo se le conceda la licencia que necesita… por la aplicación del juez en sus deberes, bien acreditada aún en medio de sus dolencias, y que usará solo del tiempo que necesite para restablecer su salud». El día 20, el alcalde dejaba el Ayuntamiento y lo notificaba al regidor decano Marcó del Pont «desprendiéndome de todos mis cargos para atender al cuidado de mi salud».

Como vaticinaba la corporación, a finales de septiembre Caballero notificaba al Ayuntamiento su reincorporación «no abusando de la licencia de tres meses que me concedieron y deseando asistir al desempeño de mis deberes, aliviado en mucha parte de mis indisposiciones». Sin embargo, la recuperación no fue tal, y siguió con «mis notorias indisposiciones y medicinándome», lo que le obligó a ausentarse con frecuencia en plenos o ceremonias como la elección de procurador y diputados de abastos de 1 de enero de 1817.

Mal que bien, Caballero siguió ejerciendo la magistratura municipal superando los dolores de su pierna izquierda que le provocaban una notoria cojera. Pero en octubre de 1817, a solo tres meses de concluir su mandato, los achaques se recrudecieron y el 17 lo comunicaba a la Audiencia: «Llegando al extremo de haberse debilitado tanto mi salud que he echado sangre por la boca, por lo que he deliberado renunciar a dicha vara por el tiempo que resta para cumplir el trienio con el fin de recuperar mejor mi salud y suplica admitir sin dilación esta renuncia». Finalmente, la Real Audiencia aceptó su renuncia y el 3 de noviembre de 1817 daba por concluido el mandato.