Juan Antonio Samaranch Torelló ha sido un hombre dedicado por encima de todo al deporte, al que ha rendido importantes servicios. Desde la introducción del hockey sobre patines en Catalunya, de cuya federación fue el primer presidente, hasta su presidencia del Comité Olímpico Internacional (COI), una etapa de 21 años durante la cual dio un giro espectacular a la concepción de los Juegos Olímpicos, hasta convertirlos en el acontecimiento cívico más importante en la sociedad contemporánea.
Nacido en Barcelona en el año 1920 en el seno de una conocida familia del textil, fue educado en el respeto a las normas conservadoras y religiosas de la clase media acomodada. Cuando Samaranch llegó al mundo, Barcelona y Catalunya vivían en un clima de violencia. La patronal y los trabajadores habían sufrido las consecuencias de la huelga de la Canadiense, en 1919. Los unos, porque vieron sus producciones afectadas en un momento económico de crisis tras el fin de la Primera Guerra Mundial. Los otros, porque la represión les alcanzó de lleno, entre otras razones, por el miedo que la revolución soviética había inoculado en la patronal y que llevó a unos y otros a una fuerte polarización. Hasta el punto de que desembocó en la llamada guerra dels pistolers, cuando miembros del sindicato único y del sindicato amarillo de la patronal, del gobernador civil, Martínez Anido, y de la policía, se enfrentaron a tiros en las calles de Barcelona, con tres centenares de muertos, hasta que la dictadura de Primo de Rivera, en 1923, impuso la persecución de los sindicalistas, que huyeron al exilio.
La familia Samaranch vivió con incertidumbre la llegada de la República. El padre de Juan Antonio había sido un hombre que había levantado una industria textil desde su oficio de aprendiz. Era un hombre hecho a sí mismo y en 1920 había construido una fábrica ejemplar que disponía de biblioteca, guardería y pista de deportes. La sublevación de Francisco Franco sorprendió al empresario tomando las aguas en Vichy y decidió volver a Barcelona cuando la fábrica fue incautada. A su llegada, los trabajadores le nombraron director de su propia empresa, tal era el prestigio que tenía. Y aunque las milicias antifascistas le detuvieron en una ocasión, fue liberado de inmediato.
Peor suerte corrió el hermano mayor de Juan Antonio Samaranch cuando, llamado a filas por el ejército republicano, intentó huir. Fue conducido a una checa y torturado, episodio que Samaranch siempre quiso mantener en la máxima discreción. Él mismo formó parte de la denominada quinta del biberón y fue movilizado como sanitario en el frente. Poco tardó, sin embargo, en huir a Francia y pasar a la España franquista. Terminada la guerra, culminó sus estudios de profesor mercantil y se incorporó a la empresa familiar, al tiempo que se dedicaba a su pasión deportiva en el Espanyol de hockey sobre patines o practicando el boxeo. Asimismo, ejerció como periodista deportivo, profesión de la que se vio retirado temporalmente por el régimen tras la crónica del célebre encuentro en que el Madrid venció al Barcelona por 11-1, en 1943, y dejaba entrever que antes de saltar al césped, los jugadores del Barça fueron amenazados por la policía para perder el encuentro. Dicen que fue entonces cuando se afilió a Falange, para poder seguir ejerciendo como periodista.
El joven Samaranch, que nunca escondió su filiación franquista ni dejó como otros la camisa azul en el armario, centró su actividad política en el pragmatismo y en el desarrollo del deporte que en la España de Franco estaba en manos del Movimiento. Es a mitad de los años cincuenta cuando el gobernador Acedo Colunga impulsa a un grupo de jóvenes afectos al régimen a formar parte de las instituciones. Es así como Samaranch es nombrado concejal de Deportes del Ayuntamiento de Barcelona, desde donde organizó los II Juegos del Mediterráneo, y como tal entró en la Diputación, plataforma desde la cual se dará a conocer gracias a la construcción de infraestructuras deportivas por la provincia.
Samaranch representa un sector del franquismo alejado de la imagen cuartelera del régimen. Participó junto con un grupo de amigos en lo que a finales de los años cuarenta y primeros cincuenta se conoció como la brigada del amanecer, apelativo de mal gusto que le atribuyó la periodista Lolita Sánchez, que recorría los lugares de fiesta de la ciudad (Rigat, Bolero, Emporium...) hasta altas horas de la madrugada o que organizaba fiestas en la finca Treumal, de la Costa Brava. Una afición que no pasaba desapercibida en una ciudad gris y entristecida por la posguerra, la represión y las hambrunas, mientras una élite de los vencedores se divertía. Casado en 1955 con Bibis Salisachs, una mujer de gran belleza y que ejerció una gran influencia en Samaranch, entró a formar parte del glamur de las revistas del periodismo rosa.
Una de las facetas más destacadas de Juan Antonio Samaranch fue sus relaciones con la prensa, especialmente la deportiva, con la que mantuvo muchas y fieles amistades. Hombre siempre bien informado, tejió una red de complicidades que, a la larga, le serviría para granjearse una imagen que le catapultaría a la cima. Paralelamente, y merced a su amistades en el mundo empresarial catalán y, especialmente, con Jaime Castell Lastortras, industrial del sector alimentario y emprendedor turístico, productor cinematográfico, fundador del diario Tele/eXpres y creador del Banco de Madrid y del Banco Industrial de Desarrollo, se erige como político capaz de abrir la puerta de ministerios y subsecretarías. Es así como, después de ser elegido miembro del COI, es nombrado delegado de Educación Física y Deportes, desde donde popularizó el lema Contamos contigo, que fue motivo de burla por parte de la oposición a la dictadura.
Desde muy temprano, Samaranch entendió que el deporte es un aspecto básico en la sociedad, tanto desde el punto de vista de la salud como fuente de progreso económico. Para ello, había que profesionalizarlo, desde el deportista hasta las federaciones y los dirigentes, incluido el COI, que el siempre lo llamó CIO, en la dicción británica, porque según afirmaba es más trascendente la internacionalización que el olimpismo. Por esa razón, entendía Samaranch que el deporte es transversal a la sociedad, porque afecta a derecha y a izquierda, a los ricos y a los pobres, a los jóvenes y a los que ya no lo son. La lucha por la defensa de esa transversalidad será una de sus características.
Por aquella fachada frívola que él nunca trató de esconder se ganó algunos recelos en Madrid, especialmente en el sector falangista, que le veía como un pijo catalán, animosidad que le costaría la Delegación de Deportes en 1970, cese fulminante que él siempre atribuyó a Torcuato Fernández Miranda. Un cese que puede tener su causa también en ciertas veleidades del entorno de Samaranch a favor de Alfonso de Borbón y en perjuicio de Juan Carlos. Pero no se arredró. Como presidente del Comité Olímpico Español y miembro del COI, siguió porfiando en el mundo del deporte. Procurador en Cortes por el tercio familiar, logró que le nombraran presidente de la Diputación de Barcelona. Desde la plaza de Sant Jaume, cuando se percató que al régimen le quedaba poco tiempo de vida, empezó a relacionarse con las fuerzas de la oposición, con el fin de promover una transición tranquila. Al mismo tiempo, en 1974 accedía a la vicepresidencia del COI.
Tras la muerte de Franco, Samaranch organizó un partido político, Concòrdia Catalana, que agrupaba a los presidentes de las diputaciones catalanas y varios alcaldes con el objetivo de crear el bloque conservador catalán. Un intento que, evidentemente, afectaba gravemente a los intereses electorales de la UCD. Algunos historiadores interpretan que Samaranch buscaba negociar con el partido de Suárez una embajada. Si fuera cierto, la apuesta le salió redonda, por cuanto en 1977 el Gobierno le adjudicó la legación española en Moscú. Una plaza que, con la ayuda de su esposa Bibis, le facilitaría las relaciones con los países del Este, relaciones que sin duda fueron cruciales para su elección como presidente del COI en 1980, cargo que desempeñaría durante 21 años.
Samaranch había llegado, por fin, a la cúspide del deporte para darle un giro espectacular al COI con la desaparición del amateurismo y dotarlo de una estructura empresarial basándose en las nuevas fuentes de financiación, básicamente los derechos televisivos. Así impulsó el movimiento del olimpismo que estaba poco menos que en bancarrota. Su transversalidad le llevó a cultivar una muy buena amistad con personajes tan contradictorios como Mandela y Fidel Castro. Recién elegido como máximo mandatario del deporte mundial, contactó con el también recién elegido alcalde de Barcelona, Narcís Serra, para promover la candidatura de su ciudad a los Juegos del 92.
Una apuesta arriesgada que contó con el entusiasmo de sus conciudadanos, pero con obstáculos, incluido el de un ministro que le advirtió que unos Juegos en Barcelona no gustan nada. Según Samaranch, el Gobierno de la UCD, el Comité Olímpico Español de entonces y el Consejo Superior de Deportes no respaldaban la idea. Fueron no sólo reticentes, sino contrarios. Finalmente, en octubre de 1986, los miembros del COI adjudicaron los Juegos del 92 à la ville de Barcelona, pronunciado el nombre de la ciudad en un emocionado catalán por parte de Samaranch. Para apostillar años después que ser el presidente del COI que preside en su ciudad los mejores Juegos de la historia, algo que nadie ha puesto nunca en duda, supera el mejor sueño que pude haber tenido.
Hay otras facetas que merecen citarse. Por ejemplo, en el terreno empresarial, en mayo de 1987 fue nombrado presidente de la Caixa de Pensions i d'Estalvis de Catalunya y Baleares, y pasó a ocupar la presidencia de La Caixa en 1990. Estuvo en este cargo hasta 1999, cuando fue nombrado presidente de honor vitalicio. O su afición por el arte, que le viene de su padre, que apoyó a un joven Antoni Tàpies, y que le llevó, como presidente del COI, a proyectar y realizar el museo olímpico en Lausana. Más allá de su franquismo, de su gestión deportiva, más allá de sus realizaciones empresariales y culturales, Juan Antonio Samaranch Torelló deja como legado una forma educada de comportarse, sin estridencias, a la catalana. Que sean los historiadores quienes en el futuro analicen la figura de este barcelonés universal.