Crónicas de un rompesuelas

El busto adusto

En el parque San Telmo hay un busto cuya historia demuestra el grado de ingratitud de esta ciudad

El busto adusto

El busto adusto / Fabio García

Paseaba con un amigo por el parque San Telmo cuando nos cruzamos con un busto cuyo emplazamiento siempre me ha intrigado, así que aproveché para preguntarle qué sabía de aquel personaje cuya representación descansa sobre un pedestal que como todos contiene una sucinta inscripción que tras su kilométrico nombre y los horizontes temporales que encuadraron su breve existencia apenas esclarece que se trató de un alcalde ‘que consagró su vida a Gran Canaria y legó su fortuna a esta ciudad’.

-¿Quién fue este Cristóbal del Castillo Manrique de Lara?

-Uno de los hombres más relevantes de nuestra tierra, un prócer que tras ejercer como abogado ostentó los cargos de concejal, diputado y alcalde, obteniendo la primera división de la provincia y el decreto de puertos francos.

-¿Y qué hace en medio de este parque?

-Es que gracias a él, estos terrenos que ahora pisamos fueron ganados al mar, pues todo esto era el antiguo muelle de Las Palmas. Es una larga historia, que comenzó siendo muy joven, cuando junto a Antonio López Botas, Juan E. Doreste y Domingo J. Navarro formó el cuarteto que engrandeció esta ciudad fundando el Gabinete Literario, la Sociedad Filarmónica, el Teatro Cairasco y hasta el Colegio de San Agustín, todo ello en una villa de poco más de diez mil habitantes repartidos en varios conventos y un millar de casas.

-Entonces fue uno de los que transformó la villa en ciudad.

-Pese a tenerlo todo en contra…

-¿Qué sucedió?

-Corría 1847 cuando el famélico jinete que monta el caballo negro del Apocalipsis galopó por Gran Canaria con tanto ímpetu, que dicha fecha ha pasado a la historia como “el año del hambre”. Figúrate que sólo en Las Palmas murieron más de dos mil personas por falta de alimentos.

-¿Y en toda la isla?

-La décima parte de la población. Pero a pesar de su corta edad, Cristóbal del Castillo se unió a Juan E. Doreste y además de protestar ante el Gobierno repartió alimentos entre sus paisanos con su propio dinero, gracias a lo cual logró calmar el hambre sin saber que lo peor aún estaba por llegar...

-¿Algo peor que el hambre?

-Sí, la enfermedad, que cuatro años después volvió a diezmar la ciudad con una epidemia de cólera que mató a su amigo Juan E. Doreste y casi acaba con él.

-¿También la contrajo?

-¡Cómo no, si a diferencia de la mayoría de los patricios no se confinó en su finca sino que acudió a la ciudad para ayudar a los enfermos en pleno epicentro del contagio!

-¡Qué solidario!

-Tanto que estando convaleciente fue comisionado para levantar la cuarentena a la que estaba sometida la isla, por lo cual tuvo que ser internado en un lazareto de Vigo.

-¿Y nadie le premió por esa actuación?

-Por supuesto. Se le distinguió con la Gran Cruz de Isabel la Católica y fue nombrado diputado a Cortes por la circunscripción de Las Palmas marchando a Madrid donde se dedicó en cuerpo y alma a defender ante el Gobierno algo tan trascendental para Gran Canaria como la división provincial del Archipiélago y los puertos francos. Y no creas que desplazarse a la capital del reino era tan cómodo, fácil y rápido como ahora.

-¿Por qué?

-Por aquella época no se tardaba dos horas en llegar a Madrid sino dos meses, primero en barco y luego en diligencia, pero sus esfuerzos se vieron recompensados, pues el Gobierno de Isabel II acogió favorablemente sus demandas concediendo la primera división, derogada dos años después por presiones de Tenerife. Pero como Cristóbal del Castillo no era de esas personas que se dan por vencidas tan fácilmente obtuvo una segunda división que volvieron a derogar los mismos que nos tuvieron bajo su férula casi setenta años más.

-¿Entonces cuáles fueron sus éxitos como político?

-La obtención de los puertos francos en 1852, que establecía reducciones aduaneras y permitía el acceso a mercados internacionales, la creación y puesta en marcha de la Escuela Normal de Las Palmas y el establecimiento de la Comandancia de Marina, pero seguramente habría hecho muchísimo más de no haber muerto prematuramente a los cincuenta y dos años, pues ni la Parca impidió que siguiera trabajando por el bien de sus conciudadanos...

-¿Qué quieres decir?

-Al no tener descendencia quiso poner el broche de oro a su fecunda labor donando toda su fortuna a la ciudad que lo vio nacer con el propósito de embellecerla, dotando al distrito de Triana, en plena expansión, de un monumento en mármol y un nuevo templo que sustituyera al de su sede, la parroquia de San Bernardo.

-¿Dónde estaba dicha parroquia?

-En realidad, la parroquia de San Bernardo no tiene iglesia, pues está interna en la ermita de San Telmo. Por eso, con el fin de edificar un templo elegante y lo suficientemente espacioso como para acoger a su cada vez más numeroso vecindario se compraron los solares ubicados tras dicha ermita con la idea de una vez edificada dotarla de una capilla que albergara un mausoleo de mármol con sus restos mortales y los de su esposa.

-¿A cuánto ascendía la herencia?

-Cuando la junta testamentaría terminó de subastar sus bienes había alcanzado la nada desdeñable cifra de seiscientas treinta y un mil pesetas.

-Supongo que en aquella época sería toda una fortuna.

-A pesar de lo cual nunca se dotó al barrio de Triana de un nuevo templo a la altura de sus necesidades.

-¿Qué lo impidió?

-En 1918, con ocasión del centenario de su nacimiento, el obispo de Canarias procedió a la bendición y colocación de la primera y última piedra de aquel nuevo templo en la trasera de la ermita.

-¿Pero por qué se abandonó la construcción?

-Por falta de fondos.

-¿En qué lo despilfarraron?

-En construir un muro de contención marítima que permitió el ensanche de este parque que por aquella época lindaba con el mar.

-¿Entonces su último deseo sigue sin cumplirse?

-Sólo tienes que ver la ermita para comprobarlo.

-¿Y el monumento en mármol?

-¿Acaso ves alguno a tu alrededor?

Aquello era tan increíble que le pregunté si alguien había alzado su voz contra semejante injusticia:

-Muchas personas, pero tras mucho insistir lo único que consiguieron fue que al cumplirse el centenario de su muerte colocaran este modesto busto de bronce que desde entonces ha sido testigo mudo de cómo, al otro lado del parque, los cimientos de su templo han acabado convertidos en un parterre, un parque infantil y la entrada a un aparcamiento subterráneo. Quizás por eso Abraham Cárdenes, consciente de esa tropelía, resolvió retratarlo con este gesto tan adusto.

-¿Por qué casi nadie conoce esta historia?

-Porque la ingrata población de esta ciudad por la que tanto hizo ha terminado olvidándolo. No recibió ningún homenaje en 2018, con motivo del bicentenario de su nacimiento, ni tres años después por el sesquicentenario de su muerte.

-¿Ninguna de las instituciones que creó decidió homenajearlo durante esas dos efemérides tan redondas?

-Ni La Real Sociedad Económica de Amigos del País a la que perteneció, ni el Gabinete Literario que cofundó, ni el Ayuntamiento que presidió, ni tan siquiera la Academia Canaria de la Historia que lo biografió.

-¿Y dónde acabaron sus restos?

-Esa es otra historia, aún más sorprendente que esta, que ya te contaré otro día cuando visitemos otro parque de cruces y tumbas.

Continuará

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