Agarrando pueblo

Agarrando pueblo (1977)

La desgracia hecha espectáculo.

Luis Ospina agarra al pueblo y lo sacude, en un manifiesto que exige un abrir de ojos frente a lo que él denomina como el cine de la miseria o porno miseria donde la indigencia es un lucro y la desgracia se vuelve espectáculo. Con un tono sarcástico y crudo, Ospina satiriza cómo los documentalistas latinoamericanos, y en este caso particular los colombianos, pretenden abordar la pobreza que aqueja a países tercermundistas.

Carlos Mayolo y Eduardo Carvajal fugen de director y camarógrafo en Agarrando pueblo (1977), una película que aparenta ser un documental que registra el andar cotidiano de los realizadores, quienes recorren barrios marginales en busca de las tomas ideales que derrochen lástima para aquella sociedad del consumo ávida por purgar la culpa con el dinero de la entrada al cine. En este juego perverso de exageración y mentira, la manipulación de la realidad a favor de la función está permitida, así como la intromisión y la apropiación desalmada de sujetos en forma de imágenes como meras posesiones. Existe además, una lista de personajes que obtener a toda costa (un borracho, una prostituta) como una lista de verificación de los ingredientes antropológicos que conforman el paisaje del subdesarrollo. Y, por si fuera poco, es legítimo también cualquier modo en que se obtienen ciertas imágenes como tirar monedas al agua para lograr que los niños se metan a buscarlas, porque así se bañan los niños en Colombia, o contratar a actores para que interpreten a una familia indigente utilizando como escenario una choza abandonada, porque así es la pobreza en los barrios más necesitados de Cali.

El relato se construye mediante dos lenguajes narrativos distintos. Por un lado, una cámara en blanco y negro sigue los andares de la dupla protagónica que como cazadores despiadados roban imágenes de la miseria para venderlas como mercancía a un supuesto canal europeo. Por el otro, dichas imágenes capturadas a color, el trofeo aprisionado que al otro lado del charco será exhibido como rareza. Pero Agarrando pueblo no es ni documental ni ficción, y catalogarlo como falso documental podría limitarse en un análisis meramente formal, cuando la trascendencia social y política radica en cuestionar los discursos de un género cinematográfico que han sido colonizados y absorbidos por el cine mismo con una peligrosa receptividad.

Está claro que el andar de los cineastas genera rechazo y que sus actitudes repugnan hasta el transeúnte anónimo que por desgracia atestigua el rodaje de alguna escena. Esta sensación revoltosa casi embarazosa solo se agudiza a pesar de que observamos los sucesos bajo la evidente ironía de sus directores Ospina y Mayolo que nos asegura una cierta improbabilidad frente a la atrocidad palpable, hasta que la irrupción de un personaje, hoy ya mítico, desvela la maquinaria detrás de la película.

Agarrando pueblo es una crítica del cine sobre el cine mismo, es un grito a viva voz que exige un despertar de conciencia y de postura frente a las imágenes que consumimos y a las imágenes que creamos. Para Mayolo y Ospina, quien falleció el pasado 27 de septiembre, aquella mirada frívola hacia las condiciones de marginalidad y subdesarrollo sólo bajo el burdo pretexto de obtener ganancia es y será siempre, despreciable.

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