Rembrandt, el retorno del hijo pródigo: significado y descripción de la obra

Rembrandt, el retorno del hijo pródigo: significado y descripción de la obra

Descubrimos una de las obras maestras del famoso pintor Rembrandt: El retorno del hijo pródigo. Así es como el artista contó la famosa parábola de la misericordia.

Todos hemos escuchado la parábola del hijo pródigo, o «Parábola del Padre misericordioso», contada desde la infancia. Está escrita en el Nuevo Testamento, en Lucas (15, 11-32), y es una de las tres parábolas de la misericordia, las tres historias con las que el evangelista Lucas ha querido subrayar la misericordia de Dios, su paciencia y su inmenso amor por todos Sus hijos, incluso los que aparentemente no lo merecen. Pero quizás no todo el mundo sepa que también existe un famoso cuadro inspirado en una de estas parábolas. Es una pintura al óleo sobre lienzo del famoso pintor holandés Rembrandt: El retorno del hijo pródigo. El cuadro fue pintado en 1668 y ahora se conserva en el Museo del Hermitage en San Petersburgo.

El punto central en torno al cual giran las tres parábolas de la misericordia es el concepto de amor y perdón. El perdón de Dios es inclusivo, absoluto, abarca a todos, sin hacer distinciones. En efecto, el Todopoderoso en su infinita sabiduría y amor se dirige sobre todo a los más débiles, a los pecadores, a los que se han equivocado, han tomado un mal camino. Es para encontrarlos de nuevo, para recuperarlos en la fe y en la gracia que Dios, el Padre amoroso e infinitamente sabio, se esfuerza con todo su empeño.

En la primera parábola, Jesús pone como ejemplo a un pastor que, habiendo perdido una oveja en el monte, deja las otras noventa y nueve para encontrarla de nuevo, cueste lo que cueste. Jesús contó esta parábola para justificar su compromiso con los pecadores y los impuros, condenados por aquellos que se decían ‘justos’, y a los que en cambio les dirigió un cuidado y un amor particulares.
En la segunda parábola de la misericordia, una mujer pasa toda la noche buscando una sola moneda que ha perdido, y cuando la encuentra organiza una gran fiesta con sus amigos y vecinos. También en este caso, la exhortación de Jesús es a no defraudar a cada persona de su singularidad, cada persona es importante y preciosa precisamente porque es única, precisamente porque está hecha de esa manera, correcta o incorrecta, y realmente vale la pena dejar de lado la propia riqueza para comprometerse a encontrar esa única, insignificante moneda, que sin embargo marca la diferencia.
La tercera parábola es la representada en el cuadro de Rembrandt: El retorno del hijo pródigo. Para algunos sería más correcto definir la parábola como el hijo perdido y encontrado o el padre misericordioso, en el primer caso para crear continuidad con las otras dos parábolas de la misericordia, la oveja y la moneda, ambas perdidas y encontradas, en el segundo porque el verdadero protagonista de la historia no es tanto el hijo incauto que regresa a casa después de haber dilapidado sus bienes, como el padre amoroso y misericordioso que lo acoge, a pesar de todo, y lo perdona.

Papa Francisco, quien ha contado la parábola en varias ocasiones, ha rebautizado al hijo pródigo como el joven listo. De hecho, a veces perdemos de vista el significado del término pródigo, que no significa reencontrado, como algunos creen, ¡sino derrochador! El Sumo Pontífice supo hacer que la parábola fuera tan actual como siempre, poniendo al joven hijo rebelde como ejemplo de todos los muchachos que creen que pueden tomar su propio camino, ignorando las reglas y los consejos de sus padres, solo para tener que volver sobre sus pasos cuando las cosas se ven mal. Y en este punto interviene el Padre, Dios, que no sólo no acusa al hijo ingrato de su fracaso, sino que lo acoge con un gran banquete. “Dios es muy bueno, aprovecha de nuestros fracasos para hablarnos al corazón”, afirmó el Papa, mostrando cómo incluso un fracaso, un error se convierte en ocasión de perdón y de amor.

Además del tema del perdón, la parábola del hijo pródigo es también una exhortación a no juzgar al prójimo. Muy a menudo nos vemos llevados a pronunciar sentencias, a veces despiadadas, contra aquellos a quienes consideramos incorrectos, pecadores, sólo porque piensan y actúan de manera diferente a nosotros. Como si tuviéramos la exclusividad en todo lo que es correcto y legítimo. Sin embargo, las tres parábolas de la misericordia, y en particular la del hijo pródigo, nos enseñan en cambio que a los ojos de Dios Padre todos tenemos los mismos derechos, el mismo valor y que, en verdad, Su amor envolverá y consolará de manera particular a los que se han equivocado, a los que se han perdido y luego han regresado a casa.

Pasando al cuadro de Rembrandt El retorno del hijo pródigo, se trata de uno de los últimos cuadros realizados por el pintor antes de morir, en uno de los tantos períodos de pobreza y desgracia económica que enfrentó a lo largo de su existencia. Estamos al final de la parábola, cuando el hijo ingrato regresa a casa. Está vestido con harapos, roto en cuerpo y alma por sus propios vicios y por las consecuencias de sus errores. Está de rodillas ante su padre, arrepentido, consciente de su propio fracaso y de su propia mediocridad, acentuada aún más por la presencia del que con toda probabilidad es su hermano mayor, a la derecha de la escena, que lo mira y lo juzga.
El padre no. No hay juicio en sus gestos, no hay condena en su mirada que envuelve al hijo menor. Solamente amor y perdón. Sus ojos son los de un ciego, como si los hubiera consumido para mirar a sus propios hijos, para seguir con aprensión sus vicisitudes. Otro detalle importante son sus manos, colocadas sobre los hombros del hijo arrodillado: una mano masculina, una mano femenina, como si con su amor se convirtiera en padre y madre al mismo tiempo. Nuevamente, el cráneo del hijo está afeitado, como corresponde a un penitente, pero también como el de un recién nacido. En el amor del padre misericordioso, en su perdón que va más allá de toda culpa, el joven renace a una nueva vida. La luz, que envuelve a las dos figuras centrales, los colores, todo contribuye a expresar la solemnidad del momento, la trascendencia casi mística que el amor obra sobre padre e hijo. Rembrandt, profundamente religioso, pasó toda su vida entre el vicio y la redención, y quizás este cuadro pretendía ser su testamento espiritual y su acto de contrición.

El retorno del hijo pródigo de Rembrandt

También hay otro cuadro famoso que representa la Parábola del Hijo Pródigo. Se trata de El regreso del hijo pródigo, realizado entre 1667 y 1670 por el pintor español Bartolomé Esteban Murillo, hoy conservado en la Galería Nacional de Arte de Washington. Murillo representó también el regreso del hijo y el perdón del padre, pero su escena es mucho más articulada y ‘poblada’, con los criados que miran con desaprobación el comportamiento del padre, que parece preferir al hijo disoluto al que siempre le ha permanecido fiel, e incluso un perrito que celebra al joven dueño que acaba de regresar.