«Espiritualidad» viene a ser sinónimo de «alma». A este término, Platón lo llamó nous y lo asoció con la parte superior del conocimiento, acercándolo a lo divino. Para los latinos, ese nous se convirtió en anima y alude al «principio que da forma y organiza el dinamismo vegetativo, sensitivo e intelectual de la vida» . De esta forma, si al concepto de «alma» le añadimos un vínculo con un ente exterior o sobrenatural y le otorgamos la capacidad de trascender más allá de su soporte físico –que es el cuerpo humano–, «alma» queda vinculado a una espiritualidad de carácter religioso. Sin embargo, si la idea de «alma», como parte humana intangible, se extingue al tiempo que nuestro cuerpo, el alma o espiritualidad humana no estaría relacionada con la religión, sino más bien sería objeto de estudio de la filosofía, la antropología o la psicología. En ambos casos, y esto es lo importante por su universalidad, la existencia del alma humana precede a la posibilidad de que ésta sobreviva o no tras la muerte. Siguiendo esta lógica, parece razonable afirmar que un agnóstico también posee una dimensión espiritual; otra cosa es que además esté convencido de que su alma trascienda, lo cual le convertiría en creyente. Resumiendo, tanto la religión como la filosofía se pronuncian dentro de un mismo dominio: la «metafísica».