El danzante es un cóndor. Su cadencia pausada simula el vuelo del carroñero. Dos pasos aventados a la derecha, dos a la izquierda... Los brazos batientes. Las plumas en la corona y una amplia cola que cae hasta los talones completan la figura del ave en el cuerpo del bailarín.

El danzante es el personaje principal en la Octava del Corpus Christi, la fiesta tradicional de Pujilí, un cantón de Cotopaxi ubicado a 10 km al occidente de Latacunga. Se la celebra el tercer sábado de junio, en el solsticio de verano. Este año se la festejó este fin de semana.

José Pastuña representa hace ocho años al personaje. Con una corona de 25 libras bailó durante dos horas, por 20 cuadras del cantón, ubicado a 3.000 metros sobre el nivel del mar.

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El desfile se inició a las 10:00. Junto con Pastuña, comparsas de dentro y fuera del país pasaban por las calles. Se disputaban el Danzante de oro. Esta tradición fue declarada patrimonio intangible de la nación en el 2001.

Pastuña, de 29 años, es parte del grupo folclórico El Danzante, cuyo origen se remonta a unos 70 años. Ser parte de él no es fácil, pues cuenta con ocho trajes que son disputados por los bailarines de la localidad. El director Aníbal Jaramillo busca dos características en los aspirantes: que marquen bien el paso y que tengan la fortaleza para aguantar la corona.

Para soportar el peso, los bailarines ejercitan los músculos del cuello. Inclinan la cabeza hacia adelante, se ponen una almohada en la nuca y sobre ella una pesa. A los principiantes se les ubica una mancuerna de 5 libras, explica Jaramillo. Luego se aumenta hasta las 25 libras.

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Antes de ser danzante, Pastuña participó en comparsas durante siete años, hasta que Jaramillo le dio cabida en el grupo. El bailarín no niega su orgullo. “Esto es ser pujilense”, comenta pues siente que el personaje resume el emporio musical y dancístico de su tierra.

Rita Díaz Benalcázar, historiadora del Instituto Nacional de Patrimonio Cultural (INPC), estudió los orígenes de la Octava del Corpus Christi. La festividad tiene sus antecedentes en la tradición aborigen-prehispánica y en la católica, señala.

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En el primer caso sus orígenes no están establecidos. Según la investigadora, un texto de 1763 cita al cacique Joan Ambulama, quien declaró que “esta celebración es una costumbre inmemorial de los indios de toda la provincia”. Se la hacía para agradecer la cosecha.

Del lado cristiano, la fiesta se remonta al siglo XIII. Otro estudio del INPC indica que el papa Urbano IV instituyó la fiesta en 1263 tras un milagro en el que el vino y la hostia se convirtieron en carne y sangre reales en las manos de un sacerdote que dudaba de la eucaristía.

Según Díaz, ambas tradiciones se fusionaron en la cultura popular durante la conquista. Para Jaramillo, ambas se conjugan en el traje del danzante.

La corona, que mide unos 80 cm, está adornada con imágenes religiosas y la figura del sol. El personaje lleva a mano el tocto del maíz, que es la parte superior de la planta donde se encuentra la flor; está hecho de aluminio y representa la fertilidad de la cosecha. En el resto del traje están representados el arcoíris y el cóndor.

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