40 años de la legalización del Partido Comunista

ESPECIAL

Santiago Carrillo consolidó su imagen de moderación con ayuda del PCI

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EUROCOMUNISMO. El 3 de marzo de 1977, Enrico Berlinguer (izda.) y George Marchais arroparon a Carrillo en Madrid. EFE

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La celebración de la cumbre eurocomunista en Madrid el 3 marzo de 1977 fue uno de los episodios clave en el proceso de legalización del PCE. La reunión tenía como propósito presentar públicamente el proyecto eurocomunista, entendido como la apuesta consensuada de los principales partidos comunistas occidentales por una vía nacional y democrática al socialismo. En la práctica, sin embargo, la cumbre sirvió para escenificar ante la prensa nacional e internacional el apoyo del Partido Comunista Francés de Georges Marchais y del Partido Comunista Italiano de Enrico Berlinguer al PCE de Santiago Carrillo en la Transición.

A pesar de la imagen de unidad entre los comunistas de España, Italia y Francia, Carrillo siempre sintió mayor afinidad por Berlinguer que por Marchais, con quien nunca se entendió. Históricamente, el PCE había tenido una relación más intensa con el PCF, siquiera porque la mayoría de sus afiliados en el exilio vivían en suelo francés. Pero entre los comunistas españoles e italianos existía una larga relación de amistad, cuyo origen se remontaba a la participación de numerosos cuadros dirigentes del PCI en la Guerra Civil. Entre ellos Palmiro Togliatti, presente en España como delegado del Komintern. A comienzos de los 70, coincidiendo con la llegada de Berlinguer a la secretaría del PCI en sustitución de Luigi Longo, esta amistad volvió a convertirse en colaboración en la elaboración del Eurocomunismo.

El apoyo que el PCE recibió del PCI de Berlinguer en la Transición resultó fundamental para proyectar una imagen de moderación y evitar cualquier comparación con el papel del comunismo portugués de Álvaro Cunhal en la transición portuguesa. A pesar de que en junio de 1976 la revista Time había sacado en portada una imagen de Berlinguer junto a la leyenda 'La amenaza roja', el carismático líder del comunismo italiano estaba embarcado en una tarea de reformulación ideológica y estratégica para situar al PCI, el partido más poderoso de la familia comunista de occidente, en el campo del socialismo democrático. Dos de las expresiones más acabadas de esta revisión fueron el "compromiso histórico" y la doctrina del Eurocomunismo.

La primera fue expuesta por Berlinguer en tres largos artículos publicados en la revista Rinascita tras el golpe de Estado en Chile que terminó con el gobierno de Allende. En ellos se proponía la colaboración de los comunistas con el gobierno de la Democracia Cristiana para salvaguardar el sistema de una posible involución autoritaria. La segunda, que abría la puerta a la posibilidad de transitar al socialismo desde las instituciones democráticas de los llamados "países del capitalismo avanzado", resulta fundamental para entender el libro de Carrillo Eurocomunismo y Estado, así como el abandono del leninismo por parte del PCE en el IX Congreso de 1978.

La cumbre de Madrid

El Eurocomunismo fue concretándose como doctrina entre 1975 y 1977, en torno a una serie de reuniones bilaterales entre el PCE, el PCF y el PCI que culminaron en la cumbre de Madrid. Destacando, en el camino, la participación de Carrillo, Marchais y Berlinguer en la Conferencia de Partidos Comunistas Europeos Berlin-Este en el verano de 1976, donde rechazaron conjuntamente el concepto de internacionalismo proletario entendido como sumisión a los dictados de Moscú. Sin embargo, el Eurocomunismo encontró en Berlinguer y en la tradición del PCI su expresión más sólida y sus raíces teóricas más profundas. La defensa de la autonomía de las "vías nacionales" al socialismo tenía una clara deuda con la teoría del policentrismo de Togliatti.

Del mismo modo, la tesis en virtud de la cual en el campo occidental, pluralista y democrático, la revolución socialista no vendría por la toma del Estado, sino a través de la hegemonía de un bloque de fuerzas que no se reducía a la clase trabajadora, tenía a su mejor exponente en el pensamiento de Gramsci. La novedad que el Eurocomunismo añadió a esta tradición de pensamiento fue la aceptación del principio de la alternancia en el gobierno. Un principio que rompía con la idea, con base en la filosofía de la historia marxista, en virtud de la cual la llegada al gobierno de los partidos comunistas debía ser irreversible.

El Eurocomunismo de Berlinguer fue un recurso útil para dar nueva vida al comunismo tras la Primavera de Praga, el otoño caliente del 69 y el nacimiento de la Nueva Izquierda crítica con la URSS. De hecho, la defensa del Eurocomunismo no estuvo exenta de gestos espectaculares llamados a señalar las diferencias del PCI con Moscú. Por ejemplo, el discurso de Berlinguer en el 60º aniversario de la Revolución de Octubre, en el que defendió ante los delegados del PCUS el valor universal de la democracia. O cuando en la RAI el secretario del PCI defendió la permanencia de Italia en la OTAN.

El PCI de Berlinguer llevó al Eurocomunismo a su mayor éxito electoral, logrando el 34,35% de los votos en 1976. Muy cerca, por primera vez, del partido hegemónico del sistema italiano, la DC. Sin embargo, este mismo éxito contribuyó a poner de manifiesto las contradicciones ideológicas de la apuesta eurocomunista. El PCI mantenía viva la retórica revolucionaria y la fascinación por la superioridad moral de los países socialistas, junto a la condena del capitalismo. Pero, en la práctica, con la aceptación de la vía democrática y pluralista al socialismo, la idea gramsciana de revolución sin revolución terminó acercando al PCI a las tesis reformistas de la socialdemocracia. Precisamente, lo que Berlinguer en la cumbre eurocomunista de Madrid rechazó querer ser: un partido socialdemócrata.

Según Giorgio Napolitano, quien años después sería presidente de la República, el PCI que salió de la teorización eurocomunista se había transformado en una cosa muy distinta a lo que su nombre indicaba. La parábola del eurocomunismo italiano, precisamente por su intensidad teórica y éxito político, señala con claridad cuáles fueron límites de la capacidad de autoreforma del comunismo occidental. Lo cierto es que nunca tuvo lugar una ruptura total con la patria del socialismo. Como consecuencia, la caída del muro de Berlín también se llevó por delante al comunismo italiano. Carrillo señaló en sus Memorias la paradoja del PCI : "Entre ellos se producía un curioso fenómeno. Eran eurocomunistas, pero sentían todavía la atracción de la URSS".

* Jorge del Palacio es profesor de Ciencia Política en la Universidad Carlos III de Madrid y en UPCO-Icade.

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