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Julio Llamazares: "El oficio de escribir es contar mentiras"

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'Vagalume', la primera novela del escritor leonés desde 2015, es una celebración del milagro de la literatura.

Julio Llamazares.
Julio Llamazares.ÁNGEL NAVARRETE

Julio Llamazares (Vegamián, León, 1955) tiene un revólver de calibre Colt 45 en la mesilla de su sala de trabajo. "Es como la pistola que usaba John Wayne", puntualiza. No es que Llamazares haya renunciado a su característica bonhomía, sino que es un regalo fruto de su devoción por el western. Una inclinación que, en gran medida, está relacionada con Vagalume (Alfaguara), su primera novela desde Distintas formas de mirar el agua (2015). Vagalume significa luciérnaga en gallego y aquí alude a esa luz que vaga en la que Manolo Castro, su personaje, escribió sin descanso e hizo un buen número de obras que escondió a todo el mundo, incluida su familia. "Es una novela de suspense que envuelve un ensayo literario, una reflexión sobre la necesidad de escribir".

Llamazares, como Castro, también escribe de noche y admite que hasta que no da con el título de un libro no encuentra "el ritmo de escritura". Autor de libros de poemas como La lentitud de los bueyes, novelas como Luna de lobos, el libro de viajes El río del olvido o los dos tomos sobre su visita a las 75 catedrales españolas, Llamazares está considerado uno de los padres de la literatura del medio rural gracias a La lluvia amarilla. En su nueva novela advierte de que escribir, más que una vocación, "es una forma de sobrevivir al tiempo, al vacío de los días y su irreparable pérdida".

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Vagalume es su séptima novela y la primera que escribe en ocho años. ¿Por qué ha vuelto ahora a la novela?
Me di cuenta del tiempo que ha pasado por el fajín del libro que puso la editorial. La verdad es que yo no paro de escribir, pero visito distintos géneros. No tengo una estrategia para esto aunque parece que si no haces novela, no escribes. Si escribes siempre el mismo género, acabas escribiendo siempre el mismo libro. La novela se ha constituido como el género por excelencia, pero eso ha ocurrido por el mercado. Para mí, el género superior y el que tiene que polinizar al resto es la poesía, es el hurmiento, como decimos en León, la levadura, la masa madre de la literatura. Una novela es una respuesta a una pregunta fundamental que se remonta a los tiempos de Homero: ¿qué he hecho con mi vida?
Le ha salido un libro con una prosa muy poética.
El carácter poético de mi literatura es, en realidad, mi carácter, mi manera de ver las cosas. Para mí lo que distingue la escritura de la literatura es la existencia de un halo poético. Un misterio que hace que las palabras cobren más intensidad y expresión. Todos mis libros participan de ese mismo lenguaje.
¿Ha escrito una novela sobre su vida?
Aunque no es autobiográfica, hay un mundo que tiene que ver con mi vida. Refleja mi alma, no mi vida. Trato de responder por qué, a diferencia de la mayoría del resto de los mortales que se pasan la vida sin escribir ni una sola línea y viven tan contentos o tan tristes, yo me la he pasado escribiendo. En la presentación del libro, Jesús Marchamalo contó que Miguel Delibes decía: "Tú empiezas a escribir de joven y un día levantas la cabeza del papel y te has hecho viejo". Me pasa esto, que me pregunto por qué dedico mi vida a inventar historias de personajes que me interesan más que mis vecinos, que muchos no sé ni cómo se llaman. A fin de cuentas, el oficio de escribir es contar mentiras.
¿Le ha valido la pena dedicarse a escribir?
Sí, ha merecido la pena. Soy un privilegiado ya solo por una razón: he tenido una pasión que ha llenado mi vida. Escribir es un refugio y un consuelo. Si volviera a nacer y pudiera elegir, volvería a dedicarme a escribir. La abadesa de un convento de Gradefes, en León, me dijo una vez que, aunque no hubiera otra vida, volvería a ser monja de clausura porque en la tierra había sido muy feliz. A mí me ocurre algo parecido.
Tiene algo de clausura también el oficio de escritor.
A veces. Luego sales al bar y vives. Pessoa decía que escribir era su manera de estar solo. Por eso también es un privilegio. En un mundo en el que nadie escucha a nadie y en el que para hacerse oír hay que dar gritos, basta con ver los debates en el Parlamento, te das cuenta de que es un privilegio poder expresarse sabiendo que el lector te va a escuchar. He tenido la suerte de tener una comunidad de lectores fieles. El escritor húngaro Stephen Vizinczey sostenía que un escritor no debe aspirar a tener más lectores que los que le corresponden por estilo. Muchos escritores, cuando reciben un premio, dicen que se presentaron para tener más lectores. A mí me parece un error. Los lectores que vas a tener por un premio serán aves de paso, pero no vuelven.
¿Qué le diría a un escritor joven?
Que hay que intentar hacer lo que a uno le apasiona. Tiempo hay de cambiar de trabajo. El mundo está lleno de gente frustrada por no haberlo intentado, no por no haberlo conseguido. A escribir se aprende leyendo y escribiendo. La experiencia de los demás alimenta la tuya. Escribir es una necesidad independiente de lo que consigas con lo que hayas escrito. La diferencia entre un escritor y alguien que escribe libros es que el escritor seguiría escribiendo aunque no publicara. Ahora hay mucha trivialización sobre la escritura. Parece que si no escribes, no eres nadie. Llega la Feria del Libro de Madrid y el Retiro se llena de personas que firman libros sin ser escritores. De cada 10 firmantes, uno es escritor. Los demás son famosos o intrusos. La única vez que entrevisté a Camilo José Cela, en Palma de Mallorca, fue cuando publicó Cristo versus Arizona. En un momento de la conversación, con la arrogancia que se gastaba, me dijo: "Joven, yo he dignificado en España el oficio de escritor. Tenga usted en cuenta que, hasta no hace mucho, lo peor que le podía pasar a una señora decente era tener a un escritor por yerno". Era garantía de hambre para la hija. Los escritores eran hasta hace poco seres marginales.
¿No ha sentido la tentación de las redes sociales?
Nunca. No tengo redes sociales por higiene mental. No tengo tiempo para ver el cine que quiero como para meterme en Twitter. Y lo que me llega de ese mundo no me gusta. El Día del Libro, Pedro Sánchez entró a una librería de Fuenlabrada y uno de los tres libros que compró fue el mío. Lo puso en las redes, me mandaron el pantallazo y lo que me llamó la atención fue el odio que descargaba la gente. Me pasó también con Aznar en su día. Prefiero no saber lo que opinan mis vecinos porque me desazona. Vivimos en una sociedad cada vez más hooliganizada.
El libro pivota sobre una afirmación repetida: todos tenemos tres vidas, la pública, la privada y la secreta. ¿Ésta última es la más importante para un escritor?
Una cosa es cómo nos ve la gente, otra es lo que somos en casa y otra diferente es la que todos guardamos dentro no porque sea prohibida. La vida secreta es el núcleo de la identidad de cada persona. Una parte que no compartimos con nadie. En el caso de los escritores, el material con el que trabajamos y el que queda en los libros es la vida secreta. Por eso no entiendo que un escritor escriba sus memorias. La memoria de un escritor está en sus libros. Lobo Antunes sostenía que la imaginación es la memoria fermentada.
¿Manolo Castro, el protagonista de la novela, es un trasunto de Mario Lacruz, una referencia histórica entre los editores españoles?
Tiene parte de él. Mario Lacruz fue el editor que me ayudó a publicar mis primeros libros en Seix Barral, el que me dio la oportunidad de dedicarme a esto. Me cambió la vida. Al cabo de mucho tiempo de conocerlo, Pere Gimferrer me avisó de la obra que tenía escrita y que no había publicado. Después de muerto, un hijo suyo que vive en Luxemburgo, Max Lacruz, me dijo que, recogiendo el despacho de su padre en Barcelona, encontró en un armario cerrado con llave no sé cuántas novelas y guiones de cine, algunos en inglés, y una biografía de Gaudí. Ni su mujer ni sus hijos sabían que escribía. Lo hacía por la noche, en su casa. Que el hombre más poderoso del mundo editorial de ese momento se negara a sí mismo publicar pero no a escribir me impactó mucho. Eso está en el origen de Vagalume.
¿Puede considerarse a Vagalume como un homenaje a aquella generación de escritores que se vieron obligados a sobrevivir en la posguerra publicando bajo pseudónimo?
Me crie leyendo novelas del Oeste y policiacas de kiosco porque donde vivía, un pueblo de León, no tenía acceso a otros libros. El libro empezó a democratizarse en España a partir del Círculo de Lectores. A veces nos olvidamos de dónde venimos. No entiendo cómo algunos autores tienen nostalgia y dicen eso que nuestros padres vivían mejor que nosotros. Vivían en un país sin carreteras, sin agua corriente y sin libros. En mi caso, aquellas novelas del Oeste me trasladaban a la otra punta del mundo sin haber viajado. Hay un homenaje a ellos a través del personaje de un periodista cuyo padre escribía novelas del Oeste. Y es un reconocimiento también al periodismo cultural. Yo empecé en un semanario de vida efímera en León. Lo hacíamos entre tres. Pero si hubiera trabajado en un periódico habría empezado en Cultura. Es ese cajón de sastre al que mandan a los becarios porque parece que cualquier error tiene menos trascendencia y porque parece que es la sección menos importante. Y es al revés. La cultura sufre el desprecio en una sociedad que prima la producción y las prisas. La cultura no es la acumulación de conocimientos; es lo que te queda cuando has olvidado lo que aprendiste. Leyendo las páginas de Cultura podemos anticipar lo que va a salir en las de política y sociedad.

Vagalume, de Julio Llamazares y publicado por Alfaguara, ya está a la venta. Puede comprarlo aquí

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