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El día que escuchamos a 'Calidoso'

Escucharlo nos permitió entender un poco su experiencia de marginación social, pero también con su entrañable sentimiento de amor por la vida y su deseo de superación personal.

María Luna Mendoza
16 de mayo de 2014 - 08:13 p. m.
El día que escuchamos a 'Calidoso'

En varias ocasiones me detuve en el túnel de la Javeriana para conversar con Marco Tulio Sevillano, mejor conocido como ‘Calidoso’, el hombre que, en un acto de inconcebible sevicia, fue rociado con gasolina y quemado mientras dormía junto al caño de la calle 39 con carrera Séptima, a escasos metros de la universidad y de la estación de Policía de Teusaquillo.

‘Calidoso’ hablaba de cosas tan comunes como la lluvia, el tráfico o los estudiantes que diariamente veía transitar por el sector. A veces se refería a alguna anécdota de su ajetreada vida callejera y en una ocasión lo escuché cantando Una aventura, del Grupo Niche. Era elocuente y tenía buen sentido del humor.

“¡Salude, niña!”, le decía a Mona, una perrita que cuidaba y alimentaba y que también fue víctima del horror, aquel que arrasa con la vida -en cualquiera de sus manifestaciones-, que destruye, asfixia, masacra, dispara e incinera.

Entre los estudiantes de la Universidad Javeriana hay un sentimiento generalizado de asombro e indignación. Decenas de jóvenes acudieron el pasado miércoles al funeral simbólico que se realizó para despedir a Marco Tulio y clamar justicia por tan atroz acontecimiento. Además de la tristeza, la mayoría de los asistentes teníamos algo en común: habíamos conversado con Calidoso. Escucharlo nos permitió crear vínculos con su experiencia de marginación social, pero también con su entrañable sentimiento de amor por la vida y su deseo de superación personal. Un acto sencillo como el escuchar nos conectó con su humanidad, por eso su muerte nos causa un inmenso dolor.

¿Qué sería de Colombia si diéramos a la palabra del otro el valor que merece? Somos un país sordo, descreído de la palabra ajena, apático de las experiencias de dolor y sufrimiento que se asoman a nuestra cotidianidad para reclamar un segundo de atención. La vida, entonces, pasa desapercibida y algunos, consumidos por la desidia, llegan a considerar que se trata de algo desechable, incinerable.

La escucha atenta y respetuosa de relatos como los de ‘Calidoso’ nos permitió percibir el rostro humano de eso que llaman extrema pobreza y comprender que tan complejo es el fenómeno que rebasa una y mil veces las estadísticas escuetas que aparecen en las páginas de las revistas y los diarios. Escuchamos, comprendemos, actuamos.

En muy escasas ocasiones he visto una confluencia tan grande de javerianos pidiendo justicia y verdad ¡Cuánto me gustaría ver el ‘Túnel’ repleto de gente el día que se convoque una nueva movilización por la paz, por los derechos humanos, por las víctimas, por la memoria, por la igualdad, por la diversidad, por el medio ambiente, por los animales, por la justicia social y la vida digna!

En alguna ocasión, el sacerdote jesuita Javier Giraldo dijo: “muchas veces los discursos se construyen sobre matrices de profundas incoherencias y contradicciones que se ocultan con capas de retórica (…) Se llega a condenar el odio incentivando el odio; se llega a defender los derechos aplastando derechos, bajo la excusa de respetar la pureza del derecho; se llega a prohibir la memoria en nombre de otra memoria; se llega a administrar justicia prohibiendo mirar las injusticias”. Ojalá el movimiento que se ha desatado en torno a la muerte de ‘Calidoso’ no haga parte de aquel sistema de incoherencias.

Sería lamentable que este nuevo sentimiento de solidaridad social que hoy nos une no tenga conocimiento de insolidaridad, de la violencia, ni de la intolerancia, ni de las incontables muertes e injusticias cotidianas.

Por María Luna Mendoza

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