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Surik, el armenio que vive en la frontera entre Armenia y Azerbaiyán: “Llevo granadas encima por si llegan los azeríes”

Surik, un hombre armenio que vive en la frontera entre Armenia y Azerbaiyán muestra una de las dos granadas que siempre lleva consigo.

Gabriela Sánchez

Syunik (Armenia) —

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Como había hecho casi cada día desde hace 30 años, Surik ascendió en septiembre de 2021 parte de una de las colinas que rodean su vivienda en una región montañosa del sur de Armenia. Caminaba al encuentro de sus vacas para ordeñarlas, pero varias se habían escapado. Cuando fue tras ellas, varios disparos rompieron el silencio reinante en la naturaleza donde este hombre sexagenario se asentó hace décadas. Las detonaciones procedían de Azerbaiyán. Las vacas se habían ido hacia el lado equivocado.

En los alrededores de la casa de Surik, no había línea divisoria, no había vallas ni banderas. El lugar parecía el mismo que había recorrido durante años. Pero entonces los soldados azeríes se dirigieron hacia él a la carrera por perseguir a sus vacas unos metros más allá del extenso campo en el que se encontraba. Preparado, el hombre armenio posó su mano sobre el lado derecho de su cinturón para agarrar una de las granadas que siempre lleva consigo.

No hizo falta detonarlas, pero por un momento pensó que había llegado el momento de hacerlo. En 2021, la frontera entre Azerbaiyán y Armenia en este punto próximo a la ciudad armenia de Goris, en la región de Syunik, dejó de estar donde estaba. Azerbaiyán la había acercado un poco más, haciéndose con terreno del país vecino, su histórico enemigo. La vida de Surik cambió y desde entonces lleva consigo dos granadas de mano.

“Siempre. Las llevo encima siempre, todo el día”, dice el sexagenario, sentado en el porche de su casa frente a una mesa repleta de comida. Mira hacia el lado derecho de su cinturón de estampado militar y saca una de ellas. Bromea, juega con la anilla, se pasa el explosivo de una mano a otra y lo besa. “Yo no me voy a ir nunca. No me voy a ir de aquí”, repite con seguridad.

Se retira el sombrero negro que cubre su cabeza. De la sonrisa pasa a un rostro serio y una mirada directa para profundizar en las razones que le empujan a cargar sobre sus caderas dos granadas antipersona y un machete: la sospecha generalizada entre muchos armenios, especialmente los de la región del sur del país, de que la victoria de Azerbaiyán en Nagorno Karabaj a finales de septiembre de este año es solo un primer paso. Las declaraciones del presidente azerí, Ilham Aliyev, han deslizado en distintas ocasiones sus intenciones de dar más bocados a las fronteras de Armenia. 

“Cada minuto pienso en el peligro porque aquí está mi familia”, añade Surik, mientras Anush, su mujer, no deja de colocar comida sobre la mesa. Ella observa a su marido y escucha sus planes con media sonrisa y cierta resignación. Le preguntamos si tiene miedo. Dice que no, mientras dirige la mirada a su marido. Prefiere no hablar mucho.

“Si ellos vienen hacia mí [en referencia a agentes azeríes], yo la voy a sacar y la voy a utilizar”, dice señalando la granada. “Si llevo estas granadas es para proteger mi dignidad”. 

Después del encontronazo con los guardias fronterizos azeríes, el hombre recuperó sus vacas, pero los agentes armenios que custodian la frontera le pidieron que no volviese a cruzar ese territorio por seguridad. “Me pidieron que firmase un papel comprometiéndome a no pasar ciertos puntos”, asegura Surik. Como los límites en esta zona arbolada no son evidentes, el hombre construyó con sus propias manos una alambrada para marcar el nuevo final del territorio armenio, para señalar hasta qué punto puede caminar libremente sin miedo a una reacción azerí y evitar que sus vacas vuelvan a acabar en el lado equivocado.

Quedarse por “dignidad”

Si Surik se niega a abandonar su hogar e insiste en vivir medio aislado en plena frontera también es, cuenta, “por dignidad”. Quiere pensar que su mera presencia protege de algún modo la zona. Aunque la ilusión con la que describe cada rincón de su territorio evidencia otra razón de peso para permanecer en esta zona de riesgo: el amor por el hogar creado con mimo durante décadas. El tiempo que se toma en describir los grabados históricos de sus rocas, las flores que las rodean, el gallinero, sus vinos ecológicos dicen más que sus palabras sobre por qué jamás se iría de aquí por su propia voluntad.

Un “paraíso” en un lugar tenso

Para llegar a la casa de Surik, recorremos una carretera que serpentea una de las muchas montañas de la zona hasta toparnos con un puesto de control armenio. En ese punto, ningún vehículo puede continuar. De hacerlo se encontraría con el siguiente check point: el azerí. No la vemos, no parece haber nada alrededor, pero la casa de Surik está cerca. Los guardias nos permiten dejar el vehículo aparcado en la zona y continuar nuestro camino a pie. No nos ordenan dar media vuelta porque han recibido una llamada. Surik había avisado a los agentes fronterizos de que esa tarde recibiría invitados. Sin este permiso es imposible continuar el trayecto hacia su vivienda desde que el traslado de línea fronteriza cerró la carretera más próxima.

El camino hasta la casa de Surik continúa a pie. Cuesta abajo, por un empinado camino de arena, y aún no parece haber nadie a nuestro alrededor. De pronto, una gran tubería hace las veces de puente y permite atravesar un riachuelo. A medida que se atraviesa, se impone el verde de una vegetación salvaje pero cuidada. El sol emite destellos por su reflejo en la joya que da la bienvenida a la casa de Surik: el lago creado por él mismo en las faldas de la montaña.

Antes, llegar a su vivienda no era tan complicado. Antes era un punto de referencia en esta zona montañosa del sur de Armenia, un lugar al que acudían turistas y domingueros en busca de un día tranquilo y conexión con la naturaleza. Pero ahora aquí no viene prácticamente nadie. “Antes mucha gente venía a pasar el día, era conocido, no había un lugar parecido en esta zona”, explica Surik con orgullo. “Primero vino el coronavirus y los turistas no podían venir. Luego, la guerra del 2020 en Nagorno Karabaj que generaba miedo, al estar cerca. Y, luego, en 2021, el corte de la carretera. Al estar tan cerca los azeríes, da miedo que pase algo”.

Mientras Surik dice estas palabras, basta con dirigir la mirada hacia arriba, a lo alto de una colina, para divisar la frontera de Azerbaiyán y la caseta del puesto fronterizo coronada con la bandera del país vecino. Si hace dos años, Azerbaiyán trasladó cientos de metros la frontera y se tragó ese espacio de suelo armenio, ¿podría volver a pasar?

Surik retira el condicional y da por hecho que ocurrirá o, al menos, Azerbaiyán intentará avanzar por este punto fronterizo. El sexagenario incide en algo repetido por varios armenios en la región de Syunik, debido a los planes del líder azerí de crear una conexión terrestre con su enclave de Najicheván, encajonado entre Armenia y Turquía. “No solo pasará en Nagorno Karabaj, sino que ocurrirá en Syunik [región del sur de Armenia], continúa el armenio. ”Estoy seguro“.

La república autoproclamada en el territorio, localizado en Azerbaiyán pero habitado por ciudadanos de etnia armenia, cayó el pasado 20 de septiembre y provocó el éxodo a Armenia de prácticamente toda su población. Ahora, como Surik, los analistas señalan el siguiente objetivo: la región de Syunik. En el sur del país se encuentra el área donde Ilham Aliyev pretende crear el corredor de Zangezur, un camino terrestre bajo su control con el que pretende unir el enclave de Najicheván con el resto de Azerbaiyán, para así también contar con una conexión terrestre con su principal aliado, Turquía. Se trata de una de las claves que tendrán que abordar Bakú y Ereván en las negociaciones de paz tras la capitulación de las tropas karabjíes.

Hacia un posible acuerdo de paz

Desde rendición de las tropas de Nagorno Karabaj —cuya república se disolverá oficialmente el próximo mes de enero—, Armenia y Azerbaiyán han pospuesto algunos encuentros previstos para trabajar en un acuerdo de paz. Durante la apertura de la Asamblea Parlamentaria de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) celebrada la semana pasada, el primer ministro armenio, Nikol Pashinyan, declaró que su país y Azerbaiyán habían alcanzado un principio de entendimiento sobre algunos de los principios básicos del posible pacto.

“Se ha llegado a un acuerdo para que Armenia y Azerbaiyán no tengan reclamaciones territoriales entre sí”, aseguró el mandatario armenio. “Estamos hablando del reconocimiento mutuo de la integridad territorial de cada uno sobre la base de los mapas del Estado Mayor de la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas)”, añadió. Pero es difícil encontrar un ciudadano armenio que se fíe de la palabra del histórico enemigo del país. “Azerbaiyán siempre hace lo que quiere”, es una frase repetida a elDiario.es por varios ciudadanos en Armenia, entre ellos Surik.

En la región de Syunik la desconfianza también reina sobre el papel de la comunidad internacional en el conflicto armenio-azerí. Durante las últimas décadas, los armenios se han sentido abandonados y señalan el poder económico de Azerbaiyán, rico en gas y petróleo, como causa de la pasividad de las potencias extranjeras. Tras la invasión rusa en Ucrania, la Unión Europea depende más que nunca del gas procedente de Azerbaiyán, país con el que firmó un acuerdo en 2022 para duplicar el suministro hasta 2017.

“¿Qué será mañana de nosotros? No lo sabemos. Nadie nos garantiza lo que puede pasar aquí”, reflexiona Surik, sentado en una mesa donde reposa uno de sus explosivos junto a una taza de café y varios trozos de granada, la fruta típica armenia y símbolo del país.

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