Opinión

Éride y la disputa lectoral

Hesíodo fue el primer gran organizador de la mitología griega. En su obra la Teogonía establece la genealogía de los dioses mayores y menores. Se describe el linaje y los atributos específicos de las deidades asociadas a las fuerzas de la naturaleza, incluidas las que tienen que ver con la naturaleza humana. Existía una divinidad para prácticamente todo. En la Teogonía se dice que Éride, la diosa de la discordia, es hija de la Noche. La Noche también es madre de una larga lista de divinidades de la desgracia, pero es Éride, también conocida como Eris o Discordia en la mitología latina, la que ocupa un lugar destacado en muchos mitos donde privan innumerables conflictos y disputas.

Éride y la disputa lectoral

Éride y la disputa lectoral

Según Hesíodo esta diosa engendró a su vez una larga descendencia de divinidades que atormentan a la humanidad. “Parió a la dolorosa Fatiga, al Olvido, al Hambre y los Dolores que causan llanto, a los Combates, Guerras, Matanzas, Masacres, Odios, Mentiras, Discursos, Ambigüedades, al Desorden y la Destrucción, compañeros inseparables, y al Juramento, el que más dolores proporciona a los hombres de la tierra siempre que alguien perjura voluntariamente”. (Carlos García Gual).

En otra versión se señala que Éride es hija de Hera y Zeus. Aquí aparece como hermana gemela de Ares el dios de la guerra y se afirma que ambos fueron concebidos cuando Hera tocó la flor del endrino, un arbusto con espinas negras. (Robert Graves).

El protagonismo de Éride aparece en momentos decisivos de la trama mitológica. Su intervención más memorable ocurrió en la boda de Peleo y Tetis donde puso a prueba el amor propio de tres diosas del Olimpo que se hallaban presentes en el festejo. Arrojó en calidad de obsequio una manzana de oro -la manzana de la discordia- justo en el lugar en que se encontraban reunidas Hera, Atenea y Afrodita con una inscripción que decía: para la más bella. Cada una de las diosas se sintió merecedora del regalo y como ninguna daba su brazo a torcer se enfrascaron en una competencia de vanidades. Escogieron como árbitro, de lo que se puede decir que fue el primer concurso de belleza, a Paris, un inmaduro joven troyano. El interesado veredicto de Paris a favor de Afrodita tuvo consecuencias funestas. El desenlace de esa disputa presuntuosa y fatua dio lugar -como sabemos- a la prolongada y trágica Guerra de Troya.

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La fama de la perversidad de Éride se fue extendiendo por el mundo griego, razón por la cual la excluían de la lista de invitados de todos los festejos. Pero eso no la detuvo. Por el contrario, la volvió más resentida y habilidosa para suscitar costosos conflictos, como sucedió en otra boda célebre: la de Piritoo con Hipodamía.

En este festejo Ares y Éride, a pesar de no estar invitados, se las arreglaron para incitar a los Centauros a cometer tropelías en la fiesta bajo los efectos del alcohol, ultrajar a la novia y desatar la famosa batalla entre Centauros y Lapitas, la cual fue resuelta a favor de los Lapitas por la valiente y decisiva intervención del héroe ateniense Teseo.

Éride también aparece en la disputa por la sucesión del reino de Micenas entre los príncipes gemelos Atreo y Tiestes. Los hermanos peleaban el derecho de primogenitura y se enfrascaron en una lucha sin cuartel en la que reinaron las bajas pasiones: la traición, el engaño, la infidelidad. En este caso la disputa la resolvió Zeus quien se inclinó en favor de Atreo. Le hizo prometer a Tiestes renunciar al trono y dejar libre el camino a Atreo si el sol daba marcha atrás en su trayectoria diaria. Tiestes pensó que aquello era imposible y no tuvo problema para aceptar al instante la apuesta, sin percatarse que era una treta del más tramposo del Olimpo. “Entonces Zeus, con la ayuda de Éride, invirtió las leyes de la naturaleza que hasta ese entonces habían sido inmutables e hizo que el sol retrocediera en su camino.” (R. Graves).

Es común identificar a la diosa de la discordia como la personificación de la lucha y la guerra sangrienta, de la venganza y la fuerza que destruye, por eso se le hace gemela del dios de la guerra. (Ángel Ma. Garibay). Sin embargo, la Discordia -con mayúscula- puede ser la fuente de una sana competencia que genere bienes en lugar de encono y calamidades. Los concursos de egos y vanidades o aquellas disputas legítimas entre personas con distintos intereses y formas de pensar no necesariamente tienen que terminar en tragedia.

El propio Hesíodo en su otra obra escrita Los trabajos y los días matiza sobre los atributos de la diosa conflictiva. Incluso sugiere que puede haber una discordia que lleve a la guerra y otra a la competencia productiva.

“Bien se ve que no hay solo una clase de lucha: en el mundo son dos. Una, aplausos tendrá de la persona que la advierta, censuras recibirá la otra. Ambas respiran aliento contrario. La una acrecienta la guerra y la discordia dañina. Es tan cruel que no hay mortal que la quiera. Muchas personas forzadas por la ley de los dioses dan honra a la Discordia insufrible. La otra es utilísima al hombre. Ella incluso despierta al trabajo al de brazos remisos”

Durante los procesos electorales las sociedades viven una tensión que se asemeja a un ambiente de guerra final, una especie de Armagedón. Si gana el enemigo será el fin de los tiempos y si es derrotado, en cambio, se resolverán los problemas y todo será miel sobre hojuelas. Muchos de los contendientes políticos parecieran llamados a morir o matar por la causa. No hay términos para la conciliación y el acuerdo, ni espacio a la derrota. Domina la fuerza de la maldita Éride.

Las sociedades democráticas se han hecho de procedimientos para convertir la guerra en competencia y evitar a toda costa que la sangre llegue al rio. Si la discordia entre los contendientes se desarrolla siguiendo ciertas reglas de equidad y de juego limpio, con árbitros imparciales y con jugadores comprometidos con el resultado, por más enconada y álgida que sea la lucha, al final puede resolverse con civilidad. El ganador a administrar su triunfo y el perdedor a prepararse mejor para la siguiente contienda. La civilidad democrática es la que está permanentemente a prueba en las disputas político electorales. Preservarla debe ser compromiso de todos.