SOBRE EL LIBRO: CONCIERTO PARA ARRULLAR A UN ÁRBOL AÑO 2011

SOBRE EL LIBRO: CONCIERTO PARA ARRULLAR A UN ÁRBOL AÑO 2011

MATICES DEL TIEMPO, ESPACIO PARA LOS MATICES: RACSO PÉREZ MOREJÓN

Un laberinto no implica ineluctablemente un Minotauro en cada recodo, pero cada recodo implica una sorpresa, y, en consecuencia, esa bisagra desde la cual ladear la mirada sobre la esencia temprana que se nos avecina cuando de inducirnos por/con la poesía se trata. Percepciones que me liberan del aherrojamiento que deja la lectura de la poesía agrupada bajo el título ―Concierto para arrullar a un árbol‖, Ediciones Extramuros, La Habana, 2011; cincuenta y siete poemas que defienden la voz de la poetisa y filóloga Carmen Serrano Coello (Sagua de Tánamo, Holguín).

En sus páginas la poesía es posesa, y se posesiona ella misma, de los riscos de la memoria, como consustancialidad que le otorga a sus versos el velamen que la evocación a-traído en el tiempo en que se está produciendo la inflexión con la realidad que habita la poetisa, sus voces, sus lectores, singladura que cobija a las espirales alegorías a recorrer en sus casi 80 folios.

Poesía es tiempo y espacio que invade la luz, pero bien pudiera ser además el baño de luz que eclosiona en el tiempo imperdurable del ser, en el espacio inconmensurable de su existir; este pudiera ser el caso de un poemario donde ese juego, en el cual la memoria es réferi y rehén, soporta las claves y sortilegios de Carmen Serrano Coello, sobre todo cuando alguien cae al pozo de las emociones y canta con la voz del quien persiste en apalabrar la desembocadura de sus inquietudes, dicho con las palabras de Eugenio Marrón Casanova, que trazan un itinerario vital entre sosiegos y desvelos: la familia y el amor, el olvido y la memoria, la amistad y el destino…

Ciertamente las aguas del río no son las mismas, siempre me ha parecido un tanto obvio, pero su rumor, su temperamento, abrigan -desde lo circunstancial, como una moneda, la faz del tiempo y del espacio, su naturaleza indómita salpicada con una sensación de cansancio adquirido en el desplazamiento de imagen tras imagen, como quien va buscando perfiles de ansiedades por las plazas, algo así como habitar sus contextos con vestigios de naufragios que cultiva en las remembranzas confortando (sus) experiencias íntimas. Tal vez nostalgia recoja

en una síntesis apretadísima y apurada, cómo me gustaría precisar la poesía de letargos y desvelos cantada para este arreglo. Leamos de su poema POR MANDAMIENTO REAL solo una breve referencia: El ofensivo látigo de la nostalgia/azota el tiempo y hace sangrar el porvenir. (…) / Por tal circunstancia rehúyo todo duelo / Y despliego el optimismo/ bajo el corazón de la tormenta/Donde me muevo recogiendo provisiones.

Porque Concierto para arrullar a un árbol es sobre todo un poemario que sufraga una armonía plausible para la fe.

Matices del silencio

Un poemario que parte también de las entidades del infinito interior, del silencio, voz armónica, que su autora transgrede en pos de sus preguntas y respuestas para hacernos saber que la poesía es asimismo –y tan bien- ese vergel donde anidan voces que abrigan y alimentan el silencio, no el de la página, sino el que se agazapa en la luz o la sombra del Ser, no se me ocurre otra manera de explicarme y acudo a la propia autora: invado el cuerpo alarmante del silencio / para buscar en la arenilla de la pérdida / algún rastro que detecte un suspiro, una queja, / o visiones con seres olvidados.

De modo que su silencio la provee de ciertas e intangibles materias que le imprimen matices de muy diversas facturas a sus versos, lo presumo sobre todo cuando más adelante en el poema Aunque sueñe despierta (siempre) con el príncipe nos dice, estoy disgregada entre un aire de memorias, fuego de soledad, y lluvia de silencio.

Todavía más entrados en el poemario nos refiere otra muestra de estos matices de los que les comentaba: La placidez augura aceptación o rezo,/ y entre el desequilibrio de la estampa fallida / levanto la voz, los brazos, la premura / para alcanzar el sitio que resguarde /a la pequeña aldeana que duerme en el lecho del silencio.

O como cuando busca su tajada de alegría y se agazapa, y ¿despistada?, nos dice Le tiendo una emboscada en la hora del silencio:

Pero, ¿qué es la alegría si no lo intemporal que se escurre en el lapso de un verso?

Y ese otro sigilo que se le hace huella de mutismo y le inquieta los versos, estos de poema

PERO EN OCASIONES: / La voz del silencio me atormenta,/ (…) Me grita soledad, mudez de compañía,/ decaimiento…

Su diálogo, pues, con la página nos permite atesorar imágenes que se encajan en el paño del texto como la combustión del quehacer que la inviste, que le agita la voz y une las letras nómadas que subsisten inquietas, /tuerce la nulidad del oficio que interrumpió aquel logro y sale / a entrampar posesiones, a quemar su mordaza / y a cantar, / a cantar.

Y canta al Amor en sus tres tiempos, el amor debajo de las postillas, el amor tónico y el amor de saciar el silencio –en definitiva-

Hoy, solo canto un sonsonete para que la voz

me mitigue el silencio.

Intuición e imagen se recogen de su lectura, contraseñas de un estado interior impregnado de eficacia emotiva que, a manera de frutos, solicita una lectura celosa, que apacigüe al tiempo y lo copule, que ensurque al espacio y lo requiebre.

Racso Pérez Morejón, Mayo del 2012