Grado en Lenguas Modernas, Cultura y Comunicación
El género del español como entidad
unaria: sustantivos con referente
asexuado y el vínculo entre género y sexo
Álvaro Abadía Verdú
Tutora: Ana Serradilla Castaño
Mayo de 2019
ÍNDICE
1. INTRODUCCIÓN
1
1.1. OBJETIVOS
1
1.2. ESTADO DE LA CUESTIÓN
1
1.3. HIPÓTESIS
1
1.4. METODOLOGÍA
2
1.5. ESTRUCTURA
2
2. EL COMPORTAMIENTO DEL GÉNERO EN LOS SUSTANTIVOS CON
REFERENTES ASEXUADOS
4
2.1. LA CONCORDANCIA COMO EXPONENTE DEL GÉNERO
4
2.2. LAS DESINENCIAS
5
2.3. EL MASCULINO «POR DEFECTO»
3. EL GÉNERO Y EL SEXO
10
14
3.1. EL GÉNERO DE LOS SERES ANIMADOS:
CONSIDERACIONES GENERALES
14
3.2. EL GÉNERO Y EL SEXO SEMÁNTICO. LA PRAGMÁTICA
14
3.3. EL PAPEL DE LAS INSTITUCIONES
17
3.3.1. LA ACADEMIA Y EL SEXISMO
18
3.3.2. LAS GUÍAS DE USO NO SEXISTA DEL LENGUAJE
24
3.3.2.1. REFLEXIONES EN TORNO A LAS RECOMENDACIONES 25
3.4. LA LENGUA Y LOS CAMBIOS EN LA SOCIEDAD
27
3.4.1. LOS RECURSOS QUE BUSCAN LA VISIBILIDAD
27
3.4.2. LAS MUJERES Y LAS PROFESIONES
32
4. CONCLUSIONES
35
5. BIBLIOGRAFÍA
36
ANEXO I: LISTADO DE GUÍAS DE USO NO SEXISTA DEL LENGUAJE
39
1. INTRODUCCIÓN
1.1. OBJETIVOS
El presente trabajo tiene como principal objetivo estudiar la asignación de
género a los sustantivos del español a través de fenómenos como la concordancia y la
ambigüedad. Asimismo, se presentarán los procesos que han intervenido en la
identificación de los sustantivos con un género u otro, así como los esfuerzos por parte
de los eruditos de imponer el masculino a muchos de ellos por considerarlo más
prestigioso. A continuación, se expondrá un panorama general de la problemática en
torno al vínculo género-sexo, prestando especial atención a su dimensión semánticopragmática, al papel de las instituciones, al comportamiento de los hablantes y al
cambio social.
1.2. ESTADO DE LA CUESTIÓN
El estudio del género es uno de los temas más complejos y que más interés
suscita entre los lingüistas: destacan trabajos como los de Meillet (1921), Cooper (1989)
o Corbett (1991) y, dedicados al género del español, los estudios de Murphy (1959),
Echaide (1969), Harris (1991) o Rosenblat (1949, 1952, 1970). En la actualidad hay dos
tesis generales en oposición respecto a este tema. Parece haber un acuerdo general en
que la asignación de género a los sustantivos con referentes no sexuados ha sido
arbitraria a lo largo de la historia del español, pero es de cara al tratamiento de los
nombres con referente sexuado donde reside la verdadera complejidad. Por un lado,
reputados lingüistas como Moreno Cabrera (2012) o Roca (2005, 2006) defienden la no
existencia de morfemas de género en español, ya que estos serían en realidad simples
desinencias. Por otro lado, especialistas como Murphy (1954) o Echaide (1969)
defienden la importancia del contraste -o/-a, en el que -o implicaría marca semántica de
macho y -a de hembra.
1.3. HIPÓTESIS
A lo largo de este trabajo, insistimos en la importancia de dar tratamientos
diferentes a los sustantivos en función de la naturaleza sexuada o no sexuada de sus
1
referentes. En las palabras que no representan referencia alguna al sexo, la asignación
de su género es, en principio, arbitraria; mientras que en las que presentan un referente
sexuado, la asignación de un género u otro vendría determinada por el sexo del referente
(masculino si es macho, femenino si es hembra). Sostenemos la hipótesis, siguiendo a
Harris (1991) o Roca (2005, 2006), de que en español el masculino no es un género
como tal, ya que actúa por defecto. Es una lengua, por tanto, de género unario, y ese
género es el femenino. Sin embargo, la mayoría de los hablantes tiende a asignar las
desinencias -o/-a al masculino y al femenino respectivamente, como resultado de
concebir el género gramatical del español como una entidad binaria.
A pesar de ser habitualmente entendida como una lengua de dos géneros, la
marca de femenino goza de menor prestigio que el masculino, percepción que se aprecia
en la identificación de los sustantivos con un género u otro, así como en la resistencia a
la adaptación de nuevas formas que han surgido como causa directa de los cambios en
la sociedad.
1.4. METODOLOGÍA
Para poder investigar fenómenos como el vínculo género-desinencia o las
inercias sexistas del discurso, hemos recurrido a la revisión bibliográfica de los estudios
de lingüistas mencionados en el subapartado ESTADO DE LA CUESTIÓN y de los recogidos
en la
BIBLIOGRAFÍA,
además de analizar definiciones del DLE así como datos y
ejemplos en su mayoría extraídos de corpus como el CORDE. También hemos recurrido
al análisis de sintagmas y oraciones de uso habitual en la lengua con el fin de ilustrar
nuestras afirmaciones. En total, hemos empleado alrededor de 100 ejemplos y figuras.
Los textos sobre los que hemos trabajado para obtener los datos pertenecen a diversos
ámbitos (obras literarias, científicas, gramáticas, etc.), así como al imaginario colectivo
del contexto hispánico, con el fin de llamar la atención sobre el uso concreto o
comportamiento de las formas, ya sea en el plano morfológico o en el semánticopragmático.
1.5. ESTRUCTURA
El presente trabajo está estructurado en dos grandes partes. En la primera,
dedicada a los nombres con referentes no sexuados, se estudia la concordancia como
2
exponente del género, así como la importancia de las desinencias en la identificación de
los sustantivos con el masculino o el femenino. Asimismo, se presentan argumentos
para apoyar la tesis del carácter unario del género en español: el masculino «por
defecto» y el femenino como marca. En la segunda parte, dedicada a los sustantivos con
referentes sexuados, se presenta un marco teórico del género de los seres animados para
dar paso al conflicto que existe entre la pragmática y el carácter no marcado del
masculino. Después, nos centraremos en la contribución de la RAE al discurso
androcéntrico y en las guías de lenguaje no sexista, apoyándonos en reflexiones y
argumentos críticos con los que contribuimos al estudio y comprensión de la cuestión.
Finalmente, exploraremos la proliferación de nuevas formas en femenino y masculino
para designar profesiones y los recursos que se han utilizado para evitar la
discriminación.
3
2. EL COMPORTAMIENTO DEL GÉNERO EN LOS SUSTANTIVOS CON REFERENTE
ASEXUADO
1
A lo largo de este apartado, estudiaremos el comportamiento del género en
palabras que no presentan ninguna referencia al sexo2. En concreto, explicaremos el
funcionamiento y la importancia de la concordancia y de las desinencias, así como el
comportamiento del femenino como única marca de género del español. La relación
entre género y sexo la trataremos con profundidad en el apartado 3.
2.1. LA CONCORDANCIA COMO EXPONENTE DEL GÉNERO
En la 34ª edición de la gramática de la RAE (1931: 10) el género se define como
«el accidente gramatical que sirve para indicar el sexo de las personas y de los animales
y el que se atribuye a las cosas». Esto implicaría la asociación género-sexo aplicada a
todos los sustantivos, haya un referente sexuado o no. Así, al sustantivo casa le
atribuiríamos un sexo determinado, en este caso hembra.
Sin embargo, Hockett (1958: 231) concretó que «los géneros son clases de
nombres reflejadas en el comportamiento de sus palabras asociadas». En español, estas
palabras asociadas permiten la elección de una forma u otra en función del género que
se desee señalar, como vemos en el par rojo/roja. Así, se podría pensar que en español
existen dos géneros: el masculino y el femenino. Hay ciertos pronombres (ello, esto)
que dejan entrever la existencia de ciertas connotaciones neutras3, pero su número es
muy reducido y no intervienen en ningún proceso de concordancia de forma
significativa4.
Roca (2005) manifiesta que el género gramatical de un sustantivo se identifica
por la forma que adoptan los «dependientes» que le acompañan. Algunos de estos
dependientes son, por ejemplo, los adjetivos calificativos, los pronombres personales o
los artículos. Siguiendo esta explicación, sabemos que en la construcción la casa roja el
sustantivo casa es femenino porque la gramática interna de cualquier nativo exige que
1
De especial interés es el minucioso estudio de Ambadiang (1999) en relación a la flexión de género y
sus aspectos formales. También trata el ámbito semántico-pragmático, que más adelante será expuesto en
este trabajo (apartado 3.).
2
Para más información sobre la tipología semántica del género de los sustantivos sin referente sexuado,
recomendamos acudir a Millán Chivite (1994).
3
Para un estudio detallado de las connotaciones neutras, ver Bosque y Moreno (1990).
4
Se tratará en el apartado 2.3., ejemplo (1).
4
los dependientes tomen una forma concreta (en este caso se escoge la forma terminada
en -a). La voz casa actúa como un «controlador» que obliga a sus dependientes a cobrar
la forma que se adecua a su género. Jamás un nativo podría construir el sintagma *el
casa rojo sin ser consciente de su agramaticalidad. Por tanto, el género de un sustantivo,
que sería núcleo nominal del sintagma, se manifiesta gracias a la elección de una forma
concreta de su(s) dependiente(s).
2.2. LAS DESINENCIAS
Ya en latín, la mera flexión de las palabras no nos permitía distinguir a qué
género pertenecían. Un claro ejemplo son las voces MANUS (f.) y DOMUS (m.). El
género de estas palabras no era identificado por la desinencia de la parte derecha de la
palabra, sino a través de la forma que cobraban sus dependientes. Esto también ocurre
en español, pues es imposible conocer el género de las palabras enigma o nao
fijándonos en sus desinencias. Como ya hemos visto, la distinción de masculino y
femenino en los núcleos nominales de las lenguas indoeuropeas no es una cuestión de
desinencias, sino de concordancia. Sin embargo, es interesante prestarles especial
atención ya que, al fin y al cabo, el contraste -o/-a5 ha resultado ser clave en el género
de los sustantivos del español6. Esta oposición proviene, a grandes rasgos, de las
palabras latinas de la primera y segunda declinación que, en su mayoría, eran femeninas
y masculinas respectivamente.
En principio, estas desinencias tienen total autonomía con respecto al significado
y al género, como vemos en las palabras día y mano. Esto demuestra que el género de
los sustantivos sin referentes sexuados es arbitrario. No obstante, a lo largo de la
historia diversos factores han influido en la convergencia de un sustantivo a un género u
otro. En Rosenblat (1970) se nos presentan dos grandes procesos como fuerzas
reguladoras del sistema. Ambos condicionaron la deriva de los sustantivos a un género
u otro y son, por un lado, la acomodación del género a la forma y, por otro, la
acomodación de la forma al género.
5
Por motivos de espacio, en este estudio no nos centraremos en otros fenómenos relevantes en cuanto al
género, como la desinencia -e o la influencia del artículo. Para explorarlos, recomendamos acudir a
Rosenblat (1949, 1952).
6
Además de esta alternancia, existe en español un número mucho mayor de desinencias como -e (monte),
-i (taxi), -u (tribu), -as (atlas), -es (tiroides), -is (tesis) -os (cosmos), -us (virus) e incluso palabras sin
desinencia alguna (césped). En el trabajo de Roca (2005) se hace un estudio muy interesante y amplio
sobre ellas.
5
El primero de estos procesos es el que tiene el papel protagonista en la
transformación del latín al español. Por lo general, pasaron al masculino por influencia
de su forma tanto sustantivos neutros en -u, -us y -um como femeninos en -us. Así,
TEMPLUM (n.) pasó a ser templo (m.) y de PINUS (f.) derivó pino (m.). La mayoría de
árboles y arbustos eran femeninos en latín y se hicieron masculinos; del mismo modo
que las frutas eran neutros en -a y pasaron al femenino. Estos plurales neutros en -a
tenían cierto carácter colectivo, como se aprecia en FESTA (n.) > fiesta (f.) y en
LIGNA (n.) > leña (f.).
En el proceso de acomodación de la forma al género, encontramos voces como
AMETHYSTUS (f.) > amatista7 y SAPHIRUS (f.) > zafiro8. Tanto en latín como en los
primeros estadios del español existió una fuerte vacilación entre ambos géneros debido
a la aposición con LAPIS (m.) y con GEMMA (f.). Sin embargo, en español moderno la
aposición con piedra terminó por imponer el femenino en la mayoría de los casos, como
en SMARAGDUS (m. y f.) > esmeralda.
Como ya hemos dicho, estos dos procesos de acomodación son los que
constituyen la regulación del sistema del género, con muy pocas excepciones. De
especial interés son las alternancias de formas que designan a variedades concretas de
un objeto (mazo-maza) y las alternancias de neutro latino plural y singular (leño-leña);
así como los casos de el día y la mano. Estas dos últimas voces no presentan
vacilaciones a lo largo del desarrollo del español9, y su género anómalo encuentra
justificación en un fenómeno de oposición: la mano se opone a el pie, y el día a la
noche, según señala Rosenblat. Este fenómeno tiene su origen en el desarrollo de la
lengua y en la percepción de la vida de los pueblos indoeuropeos, que dieron a la
morfología el estatus de instrumento de oposición expresiva, como se aprecia también
en sol y luna. Además, encontramos esta oposición mano-pie y día-noche en muchas
otras lenguas indoeuropeas como en el francés (la main [f.] - le pied [m.]; le jour [m.] la nuit [f.]) e incluso en el alemán (die Hand [f.] - der Fuß [m.]; der Tag [m.] - die
Nacht [f.]).
7
En español antiguo existía la forma masculina ametisto por acomodación a la forma, a pesar de que en la
lengua moderna se impusiera en femenino ametista por la aposición con piedra.
8
De nuevo, se registra en castellano antiguo en femenino, pero acabó acomodándose al masculino por su
terminación.
9
Cabe destacar que mediante procesos de derivación la mayoría de formas que se obtienen son
femeninas, como la manita o la manaza, a pesar de la existencia y uso frecuente de la manito en América.
Por lo que respecta a día, su género ha sido mucho más inestable, pero en la derivación lo mantiene.
6
A continuación, nos centraremos en el estudio de otras palabras femeninas que
terminan en -o, como la nao, la seo y la libido, todas palabras de uso muy restringido.
En español clásico eran frecuentes las formas la sínodo, la testudo, la método, la
período y la cartílago, sin embargo, no se respetó su género etimológico y convergieron
al masculino. Existen también una serie de palabras en -os muy poco frecuentes y de
uso muy restringido que han sido utilizadas en femenino en contadas ocasiones, como
la anagiros o la monopastos. Cabe destacar la sinhueso, palabra femenina cuyo género
viene condicionado por la lengua; así como la voz radio, entre otras, que en realidad no
es más que la forma abreviada de radiofonía. Sin embargo, en el ámbito
hispanohablante es frecuente su uso en masculino, ya que es arrastrada por su
terminación en -o. He aquí algunos ejemplos extraídos del CORDE:
1. lo oiremos en el radio (1951, Magaña, Sergio: Los signos del
Zodíaco).
2. Y en ese preciso momento escuchábamos por el radio que ambos
toreros salían (1973, Azuela, Arturo: El tamaño del infierno).
3. y al poco rato estiró su mano y apagó el radio. (1974, Matos Mar,
José: Erasmos Muñoz, yanacón del valle de Chancay).
Por lo que respecta a las palabras masculinas en -a, hay un inmenso número de
voces que se han incorporado al español y que han mantenido su género. Por un lado,
encontramos una serie de helenismos neutros en -ma que, arrastrados por su
terminación, pasaron a ser femeninos: pócima, asma, calma o coma. Se incorporaron al
español muchas palabras de diversa procedencia también terminadas en -ma (cuyo
género etimológico era el femenino) de uso frecuente y popular, como chusma, espuma,
forma o llama; sin embargo, los eruditos hicieron grandes esfuerzos por imponer el
masculino a los helenismos en -ma, al considerar que este sería más afín a su género
neutro etimológico. Algunas de las palabras en las que triunfó el masculino fueron
aroma, cisma10, clima, emblema o enigma, entre muchas otras. No obstante, el uso
temprano de todas ellas en femenino viene documentado en el CORDE:
10
En el estudio de Rosenblat (1970: 47) encontramos una anécdota interesante: en La ciencia del
lenguaje de Max Müller se cuenta que el mandatario Segismundo pronunció un discurso en el Concilio de
Constanza (s. XV). En él, utilizó la voz schisma en género femenino, lo que irritó a un cargo religioso que
le dedicó duras palabras por ignorar la norma gramatical que se quería imponer.
7
4. que franca expongo a tus umbrales la aroma en sacrificio y el aliento
(s. XVII, Conde de Villamediana: Poesías).
5. San Bernardo Abad fue a Milán a sosegar la cisma de Anacleto
(1679, Abarca de Bolea, Ana Francisca: Vigilia y octavario de San
Juan Baptista).
6. Donde cae el mundo nuevo, ¿es la clima ardiente o fría? (1604, Vega
Carpio, Lope de: El peregrino en su patria).
7. que arrebatavan de Paladio en la emblema de una taza (1600,
Gutiérrez de los Ríos, Gaspar: Noticia general para la estimación de
las artes).
8. Considerando estaba Blanca lo que podía significar la enigma de
Galatea, cuando vieron atravesar corriendo, por junto al lugar donde
estaban, dos gallardos pastores (1585, Cervantes Saavedra, Miguel
de: La Galatea).
Muchos otros helenismos en -ma, en general restringidos al uso culto, tuvieron
también vacilación de género. Claros ejemplos son diafragma, epigrama, idioma,
sofisma, rizoma o neuma:
9. y la diafragma, como esta tiene vn lobanillo en su película (1566,
Arias de Benavides, Pedro: Secretos).
10. de quien en la epigrama hiço mención (s. XVII, Jiménez Patón,
Bartolomé: Epítome de la ortografía latina y castellana).
11. le dieron el nombre de mbaguari, en la idioma, los naturales del
Paraguay. (1745, Lozano, Pedro: Historia de la conquista del
Paraguay, Río de la Plata y Tucumán).
12. donde el simple gusano tiene la hoja o la rizoma para alimentarse.
(1938, Buitrago, Jaime: Pescadores del Magdalena).
13. & puede aquello que dezia platon por la sofisma que la llamaua
sçiençia (1454, Chirino, Alfonso: Espejo de Medicina).
14. deretiéndola con fuego vn poco ençima de la neuma, y ponen luego
vn anillo con sello (1552, Torquemada, Antonio de: Manual de
escribientes).
Existen muchísimos sustantivos más, la mayoría de ellos relacionados con el mundo de
la técnica y de la cultura. A pesar de los esfuerzos eruditos de impedir que estas
8
palabras pasasen al femenino, hoy en día aún existe vacilación en algunas de ellas,
como en el caso de neuma, voz que el DLE identifica tanto como masculina como
femenina. Por lo que respecta al resto de ejemplos, todos aparecen a día de hoy
registrados como masculinos en el DLE.
Esta vacilación ha generado, en algunos casos, diferenciación semántica.
Siempre que esto ocurre, la forma femenina queda relegada al uso más popular,
mientras que la masculina al uso culto. Un claro ejemplo es la palabra crisma, que
cuando significa ‘cabeza’ es femenina (como en te voy a partir la crisma) y cuando
significa ‘mezcla de aceite y bálsamos usada para ungir en el bautismo’ el DPD reza
que «es válido su uso en ambos géneros, aunque hoy se prefiere el masculino».
Por otro lado, tenemos los helenismos masculinos etimológicos en -ta. De la
misma forma que con los helenismos en -ma, palabras como cometa y planeta se
incorporaron al femenino, pero los eruditos impusieron el masculino en ambos casos.
De nuevo, se produjeron fenómenos de diferenciación semántica: la cometa se restringe
al juguete y la planeta es una prenda de vestir. Esto pone de relieve que, respecto a los
helenismos, existió una predilección por su uso en masculino, que goza de un prestigio
mucho mayor en la lengua culta.
Estos datos demuestran que los femeninos en -o que han llegado al español son
de muy poco uso y en su mayoría presentan vacilación. Los pocos cultismos en -o –que
llegaron a utilizarse en femenino en las primeras etapas del español– fueron sometidos a
una masculinización exitosa por parte de los eruditos, sobre todo a partir del siglo
XVI.
Prueba de este éxito es el carácter no vacilante del que gozan hoy día sustantivos como
el clima o el planeta. De especial interés es el carácter popular que tienen las formas
femeninas de ciertos sustantivos, como crisma. Sin embargo, encontramos una inmensa
cantidad de masculinos en -a de muy diversa procedencia, que asientan esta terminación
como anómala pero, al fin y al cabo, también masculina, ya que es la -o la que tiene
primacía en este género. Por tanto, encontramos un fuerte contraste entre el bajo número
de femeninos en -o frente a la abrumadora cantidad de masculinos en -a.
El sistema de desinencias -o/-a responde a una cierta oposición entre masculino
y femenino, pero la inmensa cantidad de masculinos en -a desestabiliza este sistema. A
lo largo de su desarrollo, el español ha dotado a la desinencia -a de una mayor
flexibilidad, pues el masculino se ha terminado por adaptar a ella, ya sea por razones
extralingüísticas o no. Esto pone de manifiesto que el masculino es el género principal
del español y que el femenino es una marca; afirmación que va en sintonía con las
9
teorías de Meillet (1921: 212) sobre el desarrollo del género animado en las lenguas
indoeuropeas: «el tema masculino es el principal […]. El género femenino se presenta
así como un subgénero dentro del género animado».
2.3. EL MASCULINO «POR DEFECTO»
Al inicio de este trabajo, hemos explicado que en español los hablantes suelen
percibir dos géneros: el masculino y el femenino. Sin embargo, uno de ellos actúa «por
defecto», algo así como un género «de serie». Recordemos que, según lo expuesto con
anterioridad, solo los controladores pueden tener género (es decir, los sustantivos o
núcleos nominales). En el trabajo de Roca (2005: 39) se nos proponen cuatro casos muy
concretos de nominalización:
(1)
a. Los infinitivos verbales: el zumbar de las abejas, el saber no
ocupa lugar, es un decir, etc.
b. Ciertas partes de la oración: un jamás de los jamases, el sí de
las niñas, un no rotundo, etc.
c. Las oraciones completas: el siempre te querré, ese nunca te
olvidaré tan sincero, etc.
d. Compuestos de verbo + sustantivo en plural: el cortaúñas, el
salvavidas, el montacargas, etc.11
Estos ejemplos ponen de manifiesto que, en ausencia de un género léxico
concreto, se asigna el masculino. Todas las construcciones de (1) no aparecen como
sustantivos en el lexicón, pero el uso de determinantes demuestra el éxito del proceso de
nominalización. Ahora actúan como controladores y, por tanto, es necesario que sus
dependientes adopten una determinada forma. En todos estos casos, la gramática interna
de cualquier nativo opta por la forma masculina.
Puede haber incluso ocasiones en las que no encontremos ningún controlador. Es
el caso de los indefinidos (nada, nadie) y los elementos con connotación neutra (esto,
ello, lo). De nuevo, la duda se resuelve a través del masculino: nada es bueno para mí o
11
En el caso de una aposición obvia, se puede optar por el femenino, como ocurre en la quitanieves por
influencia de máquina.
10
esto es estupendo. Incluso infinitivos no nominalizados impondrían el masculino a sus
dependientes, como en comer es placentero.
Sin embargo, existen ciertas construcciones como liarla parda, tomarla con
alguien o salirse con la suya, que carecen de un antecedente explícito y utilizan la
forma femenina del pronombre. Para Roca (2005: 40), «estos femeninos serían tales
precisamente para permitir que la función puramente léxica del pronombre en la
locución permanezca diferenciada de la función por defecto del masculino».
En sintonía con estas premisas, Harris (1991) propone una reinterpretación total
del género en español como unario: la única marca que existiría sería el femenino,
mientras que los masculinos no llevan marca, por lo que formalmente tampoco tendrían
género. Esto implica entender el femenino como género marcado y el masculino como
género no marcado.
Puede haber ocasiones en las que dos o más controladores entran en conflicto de
género con sus dependientes12. He aquí unas combinatorias muy interesantes:
(2)
a. La camiseta y el vestido rojos
b. El vestido y la camiseta rojos
c. El vestido y la camiseta roja
d. Los vestidos y las camisetas rojas
e. Los vestidos y las camisetas rojos
f. *El vestido y la camiseta rojas
g. *La camiseta y el vestido rojas
h. *El vestido y la camiseta rojo
Los supuestos f., g. y h. son claramente agramaticales, por lo que no nos
centraremos en ellos. Tanto en a. como en b. el adjetivo dependiente incluye a los dos
controladores; en c. y d. ambos dependientes femeninos solo tienen vínculo con los
respectivos controladores femeninos; y en e. el dependiente masculino plural engloba a
los dos controladores. De nuevo, la norma impone el masculino en los dependientes
como respuesta a un bloqueo causado por la presencia de dos controladores, uno en
masculino y otro en femenino. Sin embargo, se han propuesto en los últimos años
12
Para una explicación más detallada, se puede acudir a Roca (2005, 2013)
11
soluciones alternativas para estos casos de conflicto. La primera vez que las vimos
plasmadas en un texto fue en el libro de la profesora Viennot (2014: 65), en el que se
exploran la regla de proximidad y la regla de la mayoría.
La regla de proximidad recuerda a la solución que planteaba el latín en
situaciones de bloqueo: si hay más de un controlador, el dependiente debe concordar
con el más próximo a él. Es decir, para indicar que todos los vestidos y todas las
camisetas son de color rojo, optaríamos por la combinatoria d. los vestidos y las
camisetas rojas. Si diésemos esta opción por válida, nos encontraríamos frente a un
claro caso de ambigüedad, pues no sabríamos si la información del dependiente se
restringe exclusivamente a las camisetas o si engloba también a los vestidos. Aunque
bien cierto es que, siendo fieles a la norma, si formulásemos la combinatoria las
camisetas y los vestidos rojos, la ambigüedad estaría servida de nuevo. Es interesante
examinar la concordancia bajo la óptica de una oración atributiva: *los vestidos y las
camisetas son rojas. A pesar de que la construcción es contraria a la norma, no genera
ningún tipo de ambigüedad.
La otra solución que se plantea es la llamada regla de la mayoría. Supongamos
que en una habitación tenemos noventa y nueve camisetas y un solo vestido. Al haber
un mayor número de camisetas (controlador femenino), se propone que el dependiente
opte por la forma femenina. La oración quedaría tal que así: *las noventa y nueve
camisetas y el vestido rojas. Sin embargo, si alterásemos en orden de los controladores
el vestido y las noventa y nueve camisetas rojas, restringiríamos el dependiente
femenino a las camisetas. De nuevo, la construcción con un verbo copulativo *el vestido
y las noventa y nueve camisetas son rojas es contraria a la norma, pero no ambigua. En
el caso de que hubiera el mismo número de camisetas y vestidos, se podría recurrir a la
regla de proximidad como solución: *los cincuenta vestidos y las cincuenta camisetas
son rojas.
Aplicar estas alternativas supondría ir en desacuerdo con la concepción ya
justificada de que el español es una lengua de género unario, cuya única marca es el
femenino. Además, teniendo en cuenta las combinatorias propuestas, incurriríamos en
ambigüedad si seguimos estas reglas. Sin embargo, aplicar la norma –que concibe el
masculino como género por defecto– no nos exime de incurrir en ambigüedad en ciertos
casos. El hecho de que el género marcado vaya englobado en el masculino da lugar a
una problemática muy difícil de resolver. Como bien afirma Serradilla Castaño (2014:
13) «hoy por hoy es impensable que el presente deje de ser el tiempo no marcado, el
12
singular el número no marcado o el masculino el género no marcado; se trataría de un
cambio excesivamente profundo en el sistema lingüístico».
13
3. EL GÉNERO Y EL SEXO
En el presente apartado trataremos el vínculo género-sexo. Para ello,
presentaremos un marco teórico del género en relación con los seres animados y
expondremos la problemática que conlleva este binomio, prestando especial atención a
la dimensión semántico-pragmática. Después, exploraremos el papel de las instituciones
y la actuación de los hablantes.
3.1. EL GÉNERO DE LOS SERES ANIMADOS: CONSIDERACIONES GENERALES
Para poder comprender la relación entre el género y el sexo en los seres
animados, es necesario abordar –con toda la profundidad posible– su marco teórico13.
Podemos clasificar los sustantivos del español en dos grandes grupos. Por un lado, los
sustantivos cuya forma varía en función del sexo al que hagan referencia. Dentro de este
grupo, encontramos los heterónimos, que son pares de palabras con distinta raíz para un
sexo u otro, como hombre/mujer; y también sustantivos que mantienen su raíz pero
flexionan, es decir, que presentan desinencias diferentes para referirse a cada sexo,
como el jefe/la jefa. Por otro lado, tenemos los sustantivos que no varían su forma. El
primer grupo dentro de estos son los comunes en cuanto al género, solo manifestado a
través del artículo y, en definitiva, de la concordancia, como el/la pianista. El segundo
grupo son los llamados epicenos, que poseen una única forma que se mantiene con
independencia del sexo del referente, como personaje o víctima.
3.2. EL GÉNERO Y EL SEXO SEMÁNTICO. LA PRAGMÁTICA
Parece haber un acuerdo generalizado entre los lingüistas en afirmar que en
español existen dos sexos semánticos claramente diferenciados: macho y hembra; cuya
característica inherente es la exclusividad. Así, un sustantivo jamás podría llevar marcas
de los dos sexos semánticos. Para poder extender su entorno de referencia y englobar
tanto a hembras como a machos –es decir, para designar la clase–, el español recurre al
masculino, uso que no marcaría en absoluto ningún sexo semántico. Siguiendo estas
líneas, el masculino no se asignaría necesariamente a nombres con marca semántica de
13
La Academia tiene un artículo dedicado al género en el DPD.
14
macho, mientras que el femenino sí a sustantivos con marca semántica de hembra.
Lanzamos la siguiente reflexión: ¿existe algún tipo de asociación de cada género
gramatical a cada sexo semántico?
En el completo estudio de Ambadiang (1999: 4849) encontramos palabras que
se saldrían de esta línea. Claros ejemplos son putón (sustantivo masculino con marca
semántica de hembra) y maricona (femenino pero con referencia a un macho), así como
otras voces como santidad, pendón o marimacho. Roca (2006: 405) justifica esta
anomalía con los efectos retóricos deseados –lo que no explicaría el caso, por ejemplo,
de santidad– y propone nuevos sustantivos cuyos géneros gramaticales pueden no
corresponderse con su sexo semántico, como es el caso de los femeninos persona,
víctima y criatura y de los masculinos bebé, vástago y retoño.
Pero el verdadero quid de la cuestión reside en las más que frecuentes ocasiones
en las que sustantivos masculinos no presentan referencia al sexo semántico. Sería el
caso de los escritores, los profesores, los estudiantes, los viajeros, etc., ya que son
sintagmas cuya asignación del género viene determinada por la regla del masculino por
defecto. Por tanto, al no poder proyectar el sexo semántico concreto de una clase –ya
que no lo tiene– jamás podríamos recurrir al femenino, única marca del español, por su
carácter exclusivo. Es interesante cómo para marcar a los machos de los sintagmas
propuestos en este párrafo habría que crear fórmulas como los escritores varones,
mientras que para las hembras sería suficiente con recurrir al femenino las escritoras14.
La conclusión es que los escritores, según la gramática, no presentaría marca semántica
de sexo.
Este quid manifiesta su verdadera complejidad cuando estudiamos las
dimensiones pragmáticas del asunto, pues es donde el conflicto entre los sexos
semánticos y el género gramatical es más evidente. Ya hemos explicado que la única
marca del español es el femenino por lo que el masculino podría, sin ningún problema,
asignarse a un sustantivo sin que este tuviera marca de sexo semántico. Observemos los
siguientes supuestos:
14
Roca (2006: 408) propone una unificación léxica de los dobletes de género (esposo ≠ esposa) y
propone una solución que extiende los paréntesis de opcionalidad a la semántica. En cada entrada, se
explicitaría la marca opcional de hembra [+H] junto a palabras que aparecen sin determinación de sexo;
es decir, mediante una especificación binaria disyuntiva del rasgo semántico. Así, se reducirían las dobles
entradas léxicas y el resultado sería este: ciudadan-V ([+H)]. Sin embargo, esta solución no sería apta
para palabras con alternancia de género y a la vez diferenciación semántica (el frente/la frente) y se
complicaría cuando entrasen en juego todas las desinencias del español y los cambios ortográficos que
pudieran provocar (rey/reina).
15
(3)
a. Mi abuelo se llama Juan
b. Mi abuela se llama Ana
c. Mi abuelo se llama Ana
d. Mi abuelo varón se llama Juan
e. *Mi abuela se llama Juan
f. Mis abuelos se llaman Juan y Ana
g. *Mis abuelos varones se llaman Juan y Ana
h. *Mis abuelas se llaman Juan y Ana
No nos centraremos en los supuestos e. y h. por su clara agramaticalidad, ya que
abuela(s) ya tiene marca de género excluyente y no habría cabida para los elementos de
sexo semántico macho. Tampoco lo haremos en el g., pues la palabra varón restringe el
ámbito semántico de forma clara.
Lo realmente llamativo lo encontramos en el enunciado a., ya que se ha optado
por el uso del masculino en la palabra abuelo para hacer referencia al sexo semántico
macho. En el b., abuela solo puede referirse al sexo semántico hembra por el carácter
exclusivo del género gramatical femenino. Pero de especial interés es el supuesto c.: si
el masculino es no marcado y no presenta referencia alguna al sexo semántico, sería una
construcción perfectamente válida. Sin embargo, jamás un hablante optaría por esa
opción, pues lo común hubiera sido utilizar la b. El problema reside en la oposición de
las desinencias -o/-a, pues el hablante relaciona cada una de ellas con un género
gramatical y con un sexo semántico que, como ya hemos visto, es disyuntivo. Sin
embargo, no por ello es menos evidente aquí el fracaso del masculino como opción no
marcada.
El carácter no marcado sí se aprecia en el supuesto d., ya que según la gramática
sería necesario añadir varón para marcar el sexo semántico macho. Sin embargo, no
hace falta señalar que en la práctica esto no ocurriría, ya que se hubiera optado por la
opción a.. Otro supuesto en el que sí triunfa el carácter no marcado del masculino y que
sí se puede escuchar en la práctica es el f., pues abuelos engloba ambos sexos
semánticos.
Lo que queda claro es que el hablante nativo de español no puede evitar asociar
al supuesto a. la marca de macho y al supuesto b. la marca de hembra, especialmente si
los sustantivos vienen en singular. También hubiera sido posible la opción desdoblada
16
Mi abuelo se llama Juan y mi abuela Ana, ligeramente más artificiosa. Reproduzco
estas líneas tan interesantes de Roca (2006: 414):
[…] tanto árbol – roble como hijo – hija tiene relación de hiperónimo a
hipónimo, al igual que la tienen todos los miembros de pares con una relación
mutua semejante de sexo, que en español forman aplastante mayoría: la situación
opuesta, con referentes de sexo fijo en ambos términos, como en monje ~ monja o
marido ~ mujer, es excepcional. […] la interpretación de hijo como solo varón en
Ya ha llegado el hijo de María resulta sorpresiva.
Por tanto, el género gramatical del español, empleado para marcar un sexo
semántico concreto, no siempre se corresponde con el sexo biológico. El masculino por
defecto no consigue desmarcarse del sexo semántico que los hablantes suelen asociarle
inconscientemente, al contrario de lo que ocurre con el femenino. En cuanto la
pragmática entra en juego, la interpretación de las referencias al sexo de los sustantivos
que conforman los enunciados es libre.
3.3. EL PAPEL DE LAS INSTITUCIONES
No son desconocidos para nadie los graves problemas de desigualdad que sufren
tanto las mujeres como las personas del colectivo LGTBI+. La sociedad ha cambiado y
se esfuerza en encontrar nuevos caminos que nos lleven a la visibilidad y a la igualdad.
La lengua –como era de esperar– no iba a mantenerse al margen. Se ha planteado en los
últimos años la existencia del sexismo lingüístico: ¿está la estructura patriarcal sobre la
que se ha construido nuestra sociedad reflejada en la lengua?
Esta problemática concierne no solo a la relación entre el género gramatical y la
biología, sino también al resto de ámbitos de la lengua, como el léxico. Este fenómeno
no ha sido ajeno ni a la Academia ni a otras instituciones de diversa índole
(universidades, ayuntamientos, etc.). En este apartado, abordaremos la trayectoria
sexista de la RAE, además de las perspectivas y recomendaciones dadas por diferentes
instituciones, principalmente a través de manifiestos y guías de lenguaje no sexista,
cuya intención común es aclarar y buscar soluciones para este problema.
17
3.3.1. LA ACADEMIA Y EL SEXISMO15
Como ya hemos visto, es el masculino el que actúa por defecto también en los
seres animados. Esto implica que el empleo del masculino plural engloba tanto a
machos como a hembras. En el DPD, la Academia justifica la presencia explícita de
ambos géneros solo cuando la oposición de sexos es un factor relevante en el contexto
del discurso, como en La proporción de alumnos y alumnas en las aulas se ha ido
invirtiendo progresivamente. También condena la creación de soluciones artificiosas
que sean contrarias a la gramática.16
Sería muy interesante continuar explorando el análisis descriptivo que hace la
Academia respecto al género pero, por motivos de espacio, nos centraremos
principalmente en algunos aspectos que reflejan el contenido sexista que ha tenido –y
tiene– el diccionario de esta institución. Para ello, nos remitimos al minucioso estudio
de Bengoechea Bartolomé (2009). La tesis que se sostiene es que el discurso de la
Academia contribuye a la construcción de un sujeto femenino bajo una óptica patriarcal.
En primer lugar, nos detendremos a analizar la homogeneización de las mujeres
simplemente por su sexo, frente a la individualización de los varones en grupos más
concretos. He aquí algunas definiciones que Bengoechea Bartolomé (2009: 10) extrae
de la 22ª edición del DRAE:
(4)
a. brial. 1. m. Vestido de seda o tela rica que usaban las mujeres. 2. m.
Faldón de seda u otra tela que traían los hombres de armas desde la
cintura hasta encima de las rodillas.
b. chamerluco. Vestido que usaban las mujeres, ajustado al cuerpo,
bastante cerrado por el pecho y con una especie de collarín.
c. combinación. 7. f. Prenda de vestir que usan las mujeres por encima
de la ropa interior y debajo del vestido.
d. compuerta. 4. f. Pedazo de tela sobrepuesto, igual a la del vestido, en
que los comendadores de las órdenes militares traían la cruz al pecho,
a modo de escapulario.
15
Se abordan muchos otros temas polémicos relacionados con la Academia en el texto de Senz y Alberte
(2011).
16
Para ampliar esta información, recomiendo acudir al artículo 11. de la Nueva gramática de la lengua
española de la RAE, que está dedicado al género.
18
e. esclavina. 2. f. Cuello postizo y suelto, con un volante de tela de seis
u ocho dedos de ancho pegado alrededor, usado por los eclesiásticos.
3. f. Pieza del vestido que suelen llevar las mujeres al cuello y sobre
los hombros.
f. escote. 3. m. Adorno de encajes pequeños cosidos en una tirilla de
lienzo pegada al cuello de la antigua camisa de las mujeres por la
parte superior, que ceñía los hombros y el pecho.
g. faltriquera. 2. f. Bolsillo que se atan las mujeres a la cintura y llevan
colgando debajo del vestido o delantal.17
h. guardapiés. 1. m. brial (ǁ vestido de las mujeres).
i. hábito. 1. m. Vestido o traje que cada persona usa según su estado,
ministerio o nación, y especialmente el que usan los religiosos y
religiosas18. 8. m. pl. Vestido talar propio de los eclesiásticos y que
usaban los estudiantes, compuesto ordinariamente de sotana y manteo.
hábitos corales. 1. m. pl. Los que llevan los sacerdotes en
determinados actos del culto, compuestos de sotana, roquete y muceta.
j. jaique. 1. m. Especie de almalafa, usada por mujeres árabes, que sirve
para cubrirse de noche y como vestido de día.
k. librea. 1. f. Traje que los príncipes, señores y algunas otras personas o
entidades dan a sus criados; por lo común, uniforme y con distintivos.
3. f. Vestido uniforme que usaban las cuadrillas de caballeros en los
festejos públicos.
l. malla. 5. f. Vestido de tejido de punto muy fino que, ajustado al
cuerpo, usan en sus actuaciones los artistas de circo, bailarinas, etc.19
m. paje. 4. m. Pinzas pendientes de un cordón o de una cinta, con que las
señoras sujetaban y suspendían la cola del vestido para no arrastrarla.
n. pedro. 1. m. germ. Vestido afelpado que usaban los ladrones.
o. pellico. 1. m. Zamarra de pastor.
p. pollero, ra. 8. f. Falda que las mujeres se ponían sobre el
guardainfante y encima de la cual se asentaba la basquiña o la saya.10.
f. Pan. Traje típico de la mujer panameña, que consta de una blusa y
17
En la versión actualizada del DLE, ya no se hace referencia a las mujeres.
La Academia ha empleado aquí, en sus propias definiciones, uno de sus tan condenados
desdoblamientos. Siguiendo la teoría del masculino por defecto, los religiosos no tendría marca de
género, pues estaría haciendo referencia a una clase, por lo que el sintagma las religiosas no sería
necesario.
19
De nuevo, el DLE ha eliminado la referencia a las personas: hoy día, ya no aparecen ni los artistas de
circo ni las bailarinas en la definición.
18
19
una falda de amplio vuelo, finamente bordadas.20
q. rabanero. 2. adj. desus. Se decía de un vestido corto, usado
especialmente por mujeres.
r. revestir. 6. tr. Dicho especialmente del sacerdote cuando sale a decir
misa y se pone sobre el vestido los ornamentos.
s. saco. 6. m. Vestido corto que usaban los antiguos romanos en tiempo
de guerra, excepto los varones consulares.
t. salida de teatro.1. f. Abrigo ligero que usan las señoras para cubrirse
el vestido que llevan al teatro.
u. sari.1. m. Vestido típico de las mujeres indias.
v. saya. 2. f. Vestidura talar antigua, especie de túnica, que usaban los
hombres.
sayo bobo.1. m. Vestido estrecho, entero, abotonado, que usaban
comúnmente los graciosos en los entremeses.
w. tapapiés. 1. m. desus. Brial (ǁ vestido de las mujeres).
x. terno. 5. m. Vestuario exterior del terno eclesiástico, el cual consta de
casulla y capa pluvial para el oficiante y de dalmáticas para sus dos
ministros.
y. traje corto. Conjunto de chaquetilla corta y pantalón de talle alto,
usado por bailaores y toreros.
traje de ceremonia. 2. El que usan los hombres en actos solemnes
que lo requieran; p. ej., el frac o el chaqué.21
traje de luces. traje de seda, bordado de oro, plata o azabache, con
lentejuelas, que usan que usan los toreros.
z. vestidura. 2. f. Vestido que, sobrepuesto al ordinario, usan los
sacerdotes para el culto divino.
En estas definiciones, la identidad del varón se ve dividida en subgrupos (los
hombres de armas, los estudiantes, etc.) hasta en 23 ocasiones. Solo podemos contar
dos excepciones en todas las definiciones relativas a prendas masculinas (las entradas
saya y traje de ceremonia). No es el caso de las mujeres, que forman parte de un grupo
que parece indivisible. Las únicas diferenciaciones que existen son de clase (las
señoras), de religión (el desdoblamiento los religiosos y las religiosas), por origen
20
En pollera, el DLE ha mantenido la referencia a la mujer panameña y ha añadido a las mujeres del
Norte de Colombia.
21
En la versión más actualizada, ya no se menciona a los hombres explícitamente.
20
(mujeres árabes y mujeres indias) y las bailarinas. De especial interés es el tratamiento
que reciben las definiciones que implican la pertenencia a un grupo étnico o religioso.
Con mucha frecuencia, la Academia contradice en este tipo de definiciones sus propias
recomendaciones en cuanto al uso del género. Bengoechea Bartolomé (2009: 17) nos
muestra las siguientes entradas22:
(5)
a. chador. m. Velo con que las mujeres musulmanas se cubren la cabeza
y parte del rostro.
b. almuédano. m. Musulmán que desde el alminar convoca en voz alta
al pueblo para que acuda a la oración.
c. morabito. m. Musulmán que profesa cierto estado religioso parecido
en su forma exterior al de los anacoretas o ermitaños cristianos.
d. muecín. m. Musulmán que convoca desde el alminar.
No haría falta en absoluto añadir mujeres a musulmanas en a., ya que esta palabra
podría haber actuado simplemente como controlador con género excluyente: Velo con el
que las musulmanas se cubren la cabeza y parte del rostro. Por lo que respecta a las
definiciones b., c. y d.; sabemos que en las tres la referencia es necesariamente a
hombres. Si el masculino es no marcado, habría hecho falta añadir el matiz de varón. Al
no agregar esta palabra, la Academia no solo incurre en una fuerte asimetría entre el
tratamiento de hombres y mujeres, sino que está atribuyendo inevitablemente a un
controlador masculino la marca semántica de macho. Como ya hemos expuesto en este
trabajo, solo el género femenino puede conllevar marca de hembra a nivel semántico. El
masculino, como dice la norma, es no marcado.
Otra clara inercia sexista preocupante que señala Bengoechea Bartolomé (2009:
14) es la asimilación de las mujeres a las hembras del reino animal, tendencia que se
pone de manifiesto en estas definiciones de la 22ª edición del DRAE:
(6)
a. vagina. 1. f. Conducto membranoso y fibroso que en las hembras de
los mamíferos se extiende desde la vulva hasta la matriz.
b. pene. 1. m. Órgano masculino del hombre y de algunos animales que
22
Estas no han sufrido ninguna actualización en el DLE.
21
sirve para miccionar y copular.
c. madre. 1. f. Hembra que ha parido. 2. Hembra respecto de su hijo o
hijos.
d. padre. 1. m. Varón o macho que ha engendrado. 2. m. Varón o
macho, respecto de sus hijos.
No obstante, han sido actualizadas las definiciones de madre y padre en el DLE y ahora
son simétricas. No pasa lo mismo con las definiciones de macho y hembra, ya que no se
contempla la acepción de hombre dentro de los significados de macho, pero sí la noción
de mujer dentro de los de hembra. He aquí otras entradas de esa misma edición del
DRAE seleccionadas por Bengoechea (2009: 15) en las que las hembras no humanas no
son distinguibles de las mujeres:
(7)
a. abortar.1. intr. Dicho de una hembra: Interrumpir, de forma natural o
provocada, el desarrollo del feto durante el embarazo.
b. amacharse.1. prnl. Chile. Dicho de una hembra: Tomar rasgos
masculinos.
c. amachorrarse.1. prnl. Méx., Nic. y Ur. Dicho de una hembra o de
una planta: Hacerse machorra.
d. calostro.1. m. Primera leche que da la hembra después de parida.
e. concebir. 3. intr. Dicho de una hembra: Quedar preñada.
f.
coño.1. m. malson. Parte externa del aparato genital de la hembra.
g. desmadrar. 4. prnl. Col. Dicho de una hembra: Sufrir el
descendimiento patológico de la matriz.
h. embarazo. 2. m. Estado en que se halla la hembra gestante.
i.
empreñar.1. tr. Fecundar, hacer concebir a la hembra. 4. intr. desus.
Dicho de una hembra: concebir (ǁ quedar preñada). 5. prnl. Dicho de
una hembra: Quedar preñada.
j.
gestar.1. tr. Dicho de una hembra: Llevar y sustentar en su seno el
embrión o feto hasta el momento del parto.
k. leche.1. f. Líquido blanco que segregan las mamas de las hembras de
los mamíferos para alimento de sus crías.
l.
mamila.1. f. Anat. Parte principal de la teta o pecho de la hembra,
exceptuando el pezón. 2. f. Anat. Tetilla en el hombre.
22
m. mayorazgo. ~ de agnación artificial, ~ de agnación artificiosa, o ~
de agnación fingida.1. m. Der. Aquel en que, llamando el fundador a
la sucesión a varones de varones, establecía que si no tenía agnación
propia si se rompía en el transcurso del tiempo, entrara a poseer un
cognado o una hembra, o un extraño, y de allí en adelante se sucediera
de varón en varón, con exclusión de las hembras y de sus líneas.
n. naturaleza. 9. f. Especialmente en las hembras, sexo (ǁ condición
orgánica).
o. opilar. 2. prnl. Dicho de la hembra: Dejar de tener el flujo menstrual.
p. paridora.1. adj. Dicho de una hembra: Muy fecunda.
q. parir.1. intr. Dicho de una hembra de cualquier especie vivípara:
Expele en tiempo oportuno el feto que tenía concebido.
r.
preñar.1. tr. Empreñar, fecundar o hacer concebir a la hembra.
s.
preñez.1. f. Embarazo de la mujer o de la hembra de cualquier
especie.
t.
primerizo, za. 2. adj. Se dice especialmente de la hembra que pare
por primera vez.
u. primípara. 1. f. Hembra que pare por primera vez.
v. parida.1. adj. Dicho de una hembra: Que hace poco tiempo que parió.
w. preñado, da. 1. adj. Dicho de una mujer, o de una hembra de
cualquier especie: Que ha concebido y tiene el feto o la criatura en el
vientre.
x. Ley ~ sálica.1. f. La que excluía del trono de Francia a las hembras y
sus descendientes. Se introdujo en España después del establecimiento
de la casa de Borbón, pero fue derogada en 1830.
y. teta.1. f. Cada uno de los órganos glandulosos y salientes que los
mamíferos tienen en número par y sirven en las hembras para la
secreción de la leche.
z. tetilla.1. f. Cada una de las tetas de los machos en los mamíferos,
menos desarrolladas que las de las hembras.
aa. tetona 1. adj. coloq. Dicho de una hembra: De tetas grandes.
bb. tetuda.1. adj. Dicho de una hembra: Que tiene muy grandes las tetas.
Claramente los machos animales vienen diferenciados de los varones, a
diferencia de las hembras. Sin embargo, algunas de estas entradas han sido actualizadas
para la última versión del DLE y se ha optado por cambiar la palabra hembra por la voz
23
mujer. Es el caso de las entradas abortar, amacharse, coño, embarazo, madre, Ley
sálica, teta, tetona y tetuda.
3.3.2. LAS GUÍAS DE USO NO SEXISTA DEL LENGUAJE23
En España diversas instituciones han publicado guías que tienen como objetivo
dar instrucciones para evitar el lenguaje sexista. Sin embargo, la mayoría no suelen ser
estudios realizados por lingüistas ni suelen contener una bibliografía acorde al
tratamiento que el asunto merece. Nos vemos entonces en la obligación de lanzar la
pregunta de si queremos que la iniciativa en torno a la cuestión del sexismo lingüístico
sea llevada por lingüistas o personas no expertas (ciudadanos sin formación específica
para el asunto, líderes de fuerzas políticas, etc.)24.
La formación en lingüística es necesaria de cara a elaborar una guía, ya que el
estudio de la lengua en relación a asuntos como el sexismo o la visibilidad termina por
afectar a aspectos estructurales ya totalmente asentados y de extrema complejidad. Sin
embargo, esto no implica que estos aspectos funcionen como una máquina y sin lugar a
errores. Claro ejemplo es el masculino y su uso no marcado, pues en la interpretación de
los enunciados puede haber situaciones en las que esto no se cumple, ya que se vincula
–como se ve en los ejemplos expuestos– a la marca de sexo semántico macho. En la
relación entre el mundo real y la lengua interviene el contexto de cada situación
comunicativa, que es el que lleva la voz cantante de cara a la interpretación.
Generalmente, las guías vinculan el uso del masculino genérico a un reflejo de la
sociedad patriarcal, en la que lo masculino es lo general, lo universal 25. Sin embargo,
consideramos fundamental distinguir el contenido sexista de la forma. Bosque (2012: 5)
nos llama a la reflexión y expone los siguientes ejemplos, ambos extraídos de una guía
de lenguaje no sexista26:
23
Destacamos el manifiesto de Bosque (2012) en el que se hacen reflexiones sobre las guías y la
capacidad de decisión respecto a la lengua.
24
Son especialmente interesantes los artículos en los que Álvarez de Miranda (2012), Rico (2016) y Pons
(2017) hacen algunas reflexiones sobre cuestiones concretas relacionadas con este tema.
25
¿Es el uso del masculino genérico un reflejo del pensamiento androcéntrico? Quizá, pero es
extremadamente complejo remontarnos tan atrás en el estudio del género gramatical, por no decir
imposible. El masculino ha seguido esa tendencia en muchas lenguas –no solo indoeuropeas– habladas en
sociedades claramente patriarcales. Aun así, sería muy interesante reflexionar sobre las estructuras
antropológicas de sociedades que tienen más de una decena de géneros en sus lenguas (como las bantúes)
o el género femenino por defecto que encontramos en lenguas de diferentes familias como el afaro o el
guajiro. Para más información recomendamos acudir a Corbett (1991: 220).
26
Es la Guía sindical de lenguaje no sexista publicada por la UGT en 2008.
24
Hay, efectivamente, sexismo en el ejemplo Los directivos acudirán a la cena con
sus mujeres, precisamente porque el masculino engloba en su designación a
varones y mujeres, pero los autores de esa guía entienden que tan sexista es usar
esa frase como emplear los trabajadores de la empresa con la intención de aludir
a trabajadores y trabajadoras27. Tan sexista les parece preguntar a una mujer si es
señora o señorita como escribir Todos tenemos sentimientos, en lugar de Las
personas tenemos sentimientos.
Hemos añadido al final de este trabajo un listado de las guías de lenguaje no
sexista más notorias. De entre ellas, destacamos las de Quilis, Albelda y Cuenca (2012)
y la de Medina Guerra (2002), ya que ambas apuestan por un equilibrio entre la norma y
la proyección de la igualdad adaptado a cada contexto, además de contar con
bibliografía abundante y con la participación de lingüistas.
3.3.2.1. REFLEXIONES EN TORNO A LAS RECOMENDACIONES
La aparición de todas estas guías es una clara respuesta a la falta de implicación
de la Academia en el asunto. Nunca antes había dado recomendaciones ni tuvo en
cuenta los cambios en la sensibilidad de la sociedad. No obstante, es necesario entender
que la intención de las guías es provocar un efecto en el uso de la lengua, no en la
gramática. Son una respuesta a la complejidad y a la más que frecuente ambigüedad que
produce la relación entre género gramatical y sexo semántico, así como a las inercias
machistas o discriminatorias en el discurso. El profesor Moreno Cabrera (2012) insiste
en prestar atención a esta cuestión, ya que ninguno de los manifiestos publicados por
lingüistas como respuesta a las guías hace hincapié en diferenciar dos conceptos
fundamentales: la competencia y la actuación. 28
La competencia lingüística es uno de los factores –entre muchos otros– que
intervienen de forma posterior en la actuación, donde sí pueden manifestarse ideologías.
Moreno Cabrera (2012: 2) lo aclara en estas líneas: «En la actuación lingüística sí
27
Curioso aquí el uso de un desdoblamiento, claramente de forma premeditada, ya que como recomienda
la Academia este se permite si el sexo de los sujetos referidos es relevante. Quizá hubiera sido más
adecuado comenzar por la forma femenina, la excluyente: las trabajadoras y los trabajadores. De esta
forma estaría algo más justificado.
28
Tras la publicación de Bosque (2012), un grupo de lingüistas le expresaron su apoyo a través del
manifiesto de Fábregas et al. (2012).
25
intervienen de forma clara y a veces decisiva aspectos sociales e ideológicos sobre los
que es posible, y muchas veces deseable, intervenir. No hay una gramática fascista, pero
sí hay un discurso fascista; no hay una gramática machista, pero sí hay una actuación
lingüística o discurso machista o sexista». Queda así claro que el ámbito de
recomendación de las guías no pretende ir más allá de la actuación lingüística. El
profesor continúa así: «Estas guías, por tanto, no son gramáticas descriptivas de una
parte de la competencia lingüística del español». Sería lógico, entonces, que no fueran
juzgadas como tales.
Para el análisis de una lengua, es necesario prestar no solo atención a la
gramática, sino también, en la medida de lo posible, a todos los fenómenos que
intervienen en el momento de la actuación, como el contexto y los aspectos individuales
y sociales. La pregunta es si desde la actuación lingüística podría llegar a cambiarse la
gramática. La respuesta es que la complejidad de la interacción de todos los fenómenos
que intervienen en la actuación lingüística harían este cambio casi imposible de
predecir. Sin embargo, si las actuaciones concretas que buscan la igualdad y la
visibilidad terminasen por reflejarse en la competencia lingüística, también lo podrían
hacer las actuaciones sexistas.
Según Moreno Cabrera (2012: 4), es necesario hacer una distinción entre lengua
natural y lengua cultivada para poder analizar las recomendaciones de las guías. En el
manifiesto de Fábregas et al. (2012) se juzga a las guías como si de gramáticas
descriptivas se tratasen, pues no se tiene en cuenta esta distinción. Para definirlas me
remito al trabajo de Moreno Cabrera (2011: 11-41), en el que se explica, por un lado,
que las lenguas naturales son las que se hablan de forma automática e irreflexiva por las
comunidades lingüísticas en las interacciones cotidianas. Por otro lado, las lenguas
cultivadas están basadas en la manipulación e intervención intencionada de las
naturales. Son un producto con una finalidad concreta, determinado por una cultura y
una sociedad. Son, en definitiva, artificiales.
Las lenguas cultivadas están, por tanto, cargadas de rasgos ideológicos, sociales,
religiosos, etc. Moreno Cabrera (2012: 4) nos da algunos ejemplos:
Las sociedades esclavistas, feudales y capitalistas poseen lenguas cultivadas,
creadas artificialmente por intervencionismo dirigido y siguiendo criterios
religiosos, políticos, ideológicos y culturales: hay lenguas religiosas (griego
litúrgico, armenio clásico, copto, latín, sánscrito o árabe coránico, por ejemplo),
26
lenguas escritas estándar (como el estándar panhispánico académico) basadas en
una serie de intervenciones sobre una variedad lingüística concreta, lenguas
especializadas de una determinada instancia cultural, científica, política
administrativa fundamentalmente escritas: lenguaje científico, administrativo,
judicial, político, etc. Estas variedades lingüísticas se basan en una serie de
manipulaciones intencionadas ejercidas sobre las lenguas naturales, que las hacen
casos claros de lengua cultivada. Las lenguas cultivadas se crean con unos
determinados fines y a partir de una serie de manipulaciones de carácter cultural e
ideológico. Precisamente, las guías de uso lingüístico no sexista suelen ir
destinadas al lenguaje administrativo […], judicial o político, que son variedades
en las que se puede y se debe intervenir de modo consciente de acuerdo con
parámetros ideológicos.
En definitiva: si tenemos en cuenta la dimensión cultivada de las lenguas, las
guías de lenguaje no sexista no pueden ser rechazadas, y mucho menos juzgadas como
si fueran una gramática. En el caso de que esto se reflejara en la competencia, tendría
que pasar primero por el uso generalizado de los hablantes. Recordemos, no obstante,
que las guías suelen ir destinadas no a la lengua natural espontánea, sino a variedades
cultivadas concretas.
3.4. LA LENGUA Y LOS CAMBIOS EN LA SOCIEDAD
Tras este primer contacto con las instituciones, este apartado lo dedicaremos a
los usuarios de la lengua. En él, estudiaremos los recursos que los hablantes han
explorado para poder responder a la problemática del vínculo género-sexo, así como la
tendencia a la flexión de la lengua española y su relación respecto a nuevas formas con
marca de sexo semántico.
3.4.1. LOS RECURSOS QUE BUSCAN LA VISIBILIDAD
Una de las prácticas más frecuentes es el uso de la arroba como una terminación
que englobaría tanto al masculino como al femenino y, por tanto, a hombres y mujeres,
especialmente en contextos poco formales. Recordemos la tendencia de los hablantes de
asociar cada género gramatical a una marca de sexo semántico. Así, los niños pasaría a
27
ser *l@s niñ@s. El DPD lo asocia, por lo general, a carteles y circulares. He aquí unas
líneas de Millás (2004):
Nuestro alfabeto se ha enriquecido con una nueva y rara vocal que sirve de
manera indistinta para el masculino y el femenino porque es simultáneamente una
o y una a. […] el símbolo de una antiquísima unidad de medida [...] ha venido a
resolver una insuficiencia del lenguaje, pues el queridos amigos utilizado hasta
ahora resulta machista y el queridos amigos y queridas amigas resulta fatigoso.
Ya no hay problemas. Coloque usted […] un querid@s alumn@s, un estimad@s
compañer@s, un ilustrísim@s diputad@s, etc.
Podríamos pensar que hay inconvenientes con este símbolo, ya que es ajeno al
sistema lingüístico propio del español. Esto lo hace claramente impronunciable, por lo
que su uso quedaría restringido a textos escritos no destinados a leerse en voz alta, lo
cual no supondría ningún problema si la producción no estaba pensada para ello. Sin
embargo, puede generar inconsistencias como la propuesta al final del artículo del DPD:
*día del niñ@; ya que del es una contracción que solo podría acompañar al sustantivo
niño. Una alternativa podría ser *día de l@s niñ@s.
Muy
similar
es
el
uso
de
la
barra:
los/las
estudiantes,
los/las
profesores/profesoras. Presenta dificultades de pronunciación como la arroba y abusar
de ella podría ser pesado de cara a la lectura, pero su uso restringido en lenguas
cultivadas empleadas en impresos, circulares, formularios, manifiestos, etc. no debería
suponer ningún problema si tenemos en cuenta la distinción entre lengua natural y
cultivada, muy popular en la lingüística moderna. Además, las barras recuerdan a la
fórmula a la que recurren diccionarios como el DLE para mostrar la flexión de género
en algunas palabras: profesor, -ra.
Estas alternativas resuelven problemas de visibilidad desde el punto de vista
binario, pues solo hay dos sexos, macho y hembra; y estas fórmulas engloban ambas
marcas semánticas. El problema real viene cuando tenemos en cuenta a los grupos a los
que las personas se adscriben desde una perspectiva social y cultural, y no únicamente
biológica. Estamos hablando de la cuestión del género aplicada al ser humano, que va
mucho más allá de la reducción biológica varón/mujer. Es el caso, por ejemplo, de
personas transgénero, transexuales, intersexuales, etc.
La necesidad de representación y visibilidad ha llevado a los hablantes a
28
explorar alternativas que se alejan de las fórmulas binarias masculino-femeninas. He
aquí claros ejemplos: *lxs niñxs, *l*s niñ*s o incluso *les niñes. Las formas que
incorporan la x y el asterisco presentan un problema similar al de la arroba: son
impronunciables y –cada una a su manera– ajenas al sistema lingüístico del español y a
su funcionamiento: la primera es una consonante en una posición anómala bajo una
óptica morfológica y el segundo un símbolo. Ya hemos hablado de que existe una
asociación frecuente e inconsciente –pero, al fin y al cabo, comprensible– de la -o al
sexo semántico macho y de la -a al sexo semántico hembra, por lo que en la opción *les
niñes se opta por una vocal que se considera «neutra».
Aplicar la e como vocal neutra implicaría aceptar que cada una de estas
terminaciones tiene una carga implícita de marca sexual a nivel semántico per se.
Consideramos necesario conocer e intentar comprender la asociación que hacen los
hablantes, pero también el funcionamiento interno de la lengua y la complejidad de la
cuestión género-desinencia. Si seguimos las ideas mostradas a lo largo de este trabajo,
podemos concebir las terminaciones (-o/-a) como simples desinencias, no estrictamente
como morfemas de género. Esta tesis va en sintonía con los estudios de lingüistas
reputados como Roca (2005, 2006) o Moreno Cabrera (2012), pero está muy alejada de
otros trabajos muy completos y pioneros como el de Echaide (1969: 90): «la oposición o/-a corresponde a una […] diferenciación de sexo».
En defensa de estas últimas fórmulas inclusivas diremos que, al menos, cumplen
con el criterio de la economía del lenguaje, tan apelado por los detractores de la
búsqueda de nuevas alternativas que garanticen visibilidad o, al menos, la no
discriminación. Sería interesante ver qué solución se daría a voces con desinencia
invariable -a, como el adjetivo belga ya que, siguiendo esta lógica, ese adjetivo
visibilizaría exclusivamente a las mujeres al terminar en -a: ¿se adaptaría para formar
*les niñes belgues; o se mantendría porque al ser invariable no se asocia la desinencia
con ningún sexo semántico (el resultado sería *les niñes belgas)?. Compartimos, a
continuación, las sabias palabras de la académica Inés Fernández-Ordóñez recogidas en
el artículo de Ruiz Mantilla (2016): «Las estructuras lingüísticas son heredadas y no se
pueden cambiar por decreto. A dichos colectivos se les ha hecho ver que la estructura de
nuestra lengua funciona así, pero proponen cambiarla y, es más, lo practican. Deben ser
respetados. La lengua supone cambio permanente y […] debemos mostrarnos abiertos.»
Otra práctica –quizá la más habitual– es la de emplear dobles formas: los niños y
las niñas o las niñas y los niños, en lugar de la forma masculina los niños. Roca (2012:
29
1) nos dice que «en el discurso en lengua castellana (o española) el doblete es una
recientísima novedad: no se había oído ni uno solo (¡supongo!) hasta hace ahora como
mucho 20 años». Es posible que no los hubiera oído, pero desde luego podían leerse. He
aquí algunos fragmentos del nada actual primer cantar del Cantar del Mío Cid:
(8)
Mío Cid Ruy Díaz
por Burgos entraba,
En su compañía,
sesenta pendones llevaba.
Salíanlo a ver
mujeres y varones,
Burgueses y burguesas
por las ventanas son,
Llorando de los ojos,
¡tanto sentían el dolor!
De las sus bocas,
todos decían una razón:
[…] Moros y moras
teníanlos de ganancia,
Y los ganados,
cuantos en derredor andan.
[…] Cien moros y cien moras
quierolos librar,
Porque lo tomé de ellos,
que de mí no digan mal.
Bengoechea Bartolomé (2009: 38) nos proporciona una información muy
interesante sobre los desdoblamientos: « […] la doble forma, que, naturalmente, se hace
pesadísima cuando se convierte en recurrente, tiene una larga historia en nuestra lengua,
aparece ya en el Cantar del Mío Cid, en El Libro de Buen Amor o en el Cancionero,
donde la aliteración y paralelismo tan típicos de la literatura oral lo convertían en
recurso común». Además, añade que «Muchas otras obras que nos han llegado desde los
siglos
XII-XIII al XVI en
catalán y castellano utilizan la doble forma. Es a partir de siglo
XVIII
cuando su utilización cae drásticamente. La misma época que en inglés se
regulariza el uso de he y him para hablar en singular en general de una mujer u
hombre». Recordemos que la tendencia de las lenguas indoeuropeas es que el masculino
sea el tema principal.
La doble forma los niños y las niñas no tendría sentido, ya que el ámbito de
referencia de niños (voz en forma masculina y, por tanto, no marcada) englobaría
referentes de ambos sexos (la clase). En el caso de comenzar la construcción por la
forma femenina, sí sería necesario coordinarla con la masculina para poder hacer
30
referencia a ambos sexos, pues recordemos que el femenino es excluyente: las niñas y
los niños. Sin embargo, la teoría se aleja de la práctica de nuevo al entrar en juego las
dimensiones semántica y pragmática.
Prestemos atención a la construcción descontextualizada He visto en el parque a
unos señores. De forma inevitable, ligamos señores a una marca semántica de sexo
macho. Sin embargo, señores (género no marcado) debería ser capaz de hacer referencia
a una clase, de no marcar ningún sexo, como en la ya algo anticuada forma los señores
de Alcántara y García. Para poder marcarlo semánticamente como macho, sería
necesario añadir la palabra varón, del mismo modo que hicimos en el ejemplo (3): he
visto en el parque a unos señores varones. No hace falta señalar lo extraña que resulta
esta construcción, a pesar de estar respaldada por la gramática.
Las dobles formas no son más que una respuesta a las imprecisiones del
masculino al actuar por defecto. Este fenómeno respalda nuestra concepción de que los
hablantes tienden a asociar cada género gramatical a una marca de sexo semántico.
Además, el aumento del uso de las dobles formas del que hemos sido testigos en los
últimos años –en especial en el ámbito de la política– contribuye a alejar al masculino
de su carácter no marcado y provoca que sea cada vez más incapaz de designar la clase.
Esto se pone de manifiesto con la palabra hombre, ya que para designar a la clase
humana han ganado terreno otras fórmulas como ser humano o incluso la doble forma
hombres y mujeres.
Otra opción por la que se opta es la utilización de expresiones no sexuadas,
especialmente en los casos en los que la repetición de la doble forma resulta cargante.
Claros ejemplos son el profesorado, el alumnado, la población, la dirección, la
ciudadanía, etc. o fórmulas como la comunidad estudiantil. Sin embargo, no siempre es
posible encontrar alternativas: la mayoría de sustantivos abstractos no sexuados son
incapaces de designar la clase. Un claro ejemplo es la niñez, que es un período de la
vida humana, pero no engloba a las personas que se encuentran en esa etapa. Habría que
esperar mucho tiempo para ver si el conjunto de hablantes del ámbito hispánico dotan a
estas palabras de nuevos significados. Además, un texto plagado de estas alternativas
cobraría un tono muy formal derivado precisamente de esta intencionada
despersonalización. Una vez alcanzado este punto, compartimos estas líneas de
Bengoechea Bartolomé (2009: 56):
Quizá debamos reflexionar críticamente sobre la posición en la que nos colocan a
31
las mujeres las expresiones «neutras» en las lenguas llamadas de género. Quizá
debamos preguntarnos si en un término no sexuado y, por tanto, teóricamente
neutro, cabemos las mujeres o se nos esconde aún más que antes. Quizá debamos
reflexionar sobre si las expresiones no sexuadas nos representan, si satisfacen
nuestra necesidad de auto-construcción, y si proporcionan la visibilidad que
buscábamos. No es ésta la posición por la que yo me decanto, pero, si se llegase a
la conclusión de que tan sólo las formas femeninas pueden designar a las mujeres
con propiedad, tendríamos que pensar si ha llegado el momento de empezar a
reconsiderar las alternativas de redacción no sexista que se han propuesto hasta
ahora y de explorar redacciones alternativas más complejas y dinámicas que
verdaderamente descubriesen la presencia femenina en el discurso.
3.4.2. LAS MUJERES Y LAS PROFESIONES29
Uno de los contextos en los que se ve muy claro el conflicto género-sexo es en
las profesiones: en aquella clínica trabajan diez enfermeros o el rango de los
banderilleros se rige por su antigüedad. Inevitablemente, la persona que lea estas frases
no podrá evitar pensar en varones a pesar de que ambas profesiones están en masculino,
género no marcado, incapaz de nuevo de desvincularse de la marca de sexo semántico
macho. En este ámbito, el fenómeno se debe a que ciertas profesiones se asocian
culturalmente solo a las mujeres (la enfermería) o solo a los hombres (el toreo).
La lengua española tiende a la flexión, y sus hablantes, como ya hemos
explicado, a asociar las terminaciones -o/-a con una marca semántica de sexo
determinada. Esto provoca que inevitablemente la tendencia sea la de crear nuevos
nombres para las profesiones a partir de otros, ya sea partiendo de las formas
masculinas o de las femeninas.
En las últimas ediciones de su diccionario, la RAE ha añadido algunas formas
femeninas para designar profesiones (bombera, magistrada, mandataria, tipógrafa,
etc.). Sin embargo, a día de hoy hay muchas dedicaciones cuyos femeninos aún no son
reconocidos por la institución, como caudilla, obispa o sargenta, entre otros30. Lledó
Cunill, Calero Fernández y Forgas Bernet (2004: 330) nos cuentan que para la última
29
Recomendamos acudir a los completos trabajos de Lledó Cunill (1995, 2002).
Cooper (1984, 1989) presenta varios conceptos clave que se deben tener en cuenta a la hora de estudiar
la resistencia a los cambios.
30
32
edición del DRAE la Academia solo incorporó 30 de las 427 formas femeninas
potenciales.
Parece existir una fuerte resistencia no solo por parte de la Academia –que,
afortunadamente, en el DLE ya ha incorporado muchas de las formas potenciales31–
sino también por parte de hablantes, a la feminización de muchas profesiones,
especialmente las de prestigio (médica, jueza, gerenta, etc.). Nunca se escuchó a estos
grupos mostrar ninguna oposición a la feminización de cargos como dependienta,
sirvienta o asistenta, cuyo prestigio social no hace falta aclarar. Además, su
correspondiente masculino o común en cuanto al género viene siempre definido con
connotaciones positivas y con división y especialización en subgrupos, a diferencia del
tinte peyorativo de los femeninos. Un claro ejemplo de esto nos lo da Bengoechea
Bartolomé (2009: 45) con las entradas diferenciadas ayudante y ayudanta32:
(9)
ayudante. 2. m. Mil. Oficial destinado personalmente a las órdenes de un
general o jefe superior. Ayudante general, mayor, de campo, de plaza. 3.
com. En algunos cuerpos y oficinas, oficial subalterno. 4. com. Maestro
subalterno que enseña en las escuelas, bajo la dirección de otro superior, y
le suple en ausencias y enfermedades. 5. com. Profesor subalterno que
ayuda a otro superior en el ejercicio de su facultad.
ayudanta. 1. f. Mujer que realiza trabajos subalternos, por lo general en
oficios manuales.
También
existe
resistencia
de
cara
a
masculinizar
profesiones
que
tradicionalmente son femeninas. Claros ejemplos son matrón, azafato o amo de casa,
que fueron incorporados por fin en el DLE tras la insistencia de los lingüistas. En
ocasiones se han creado incluso nuevas formas de designar a los hombres que ejercen
estas profesiones para desmarcarse del femenino de estos oficios de poco prestigio
social, como auxiliar de vuelo para evitar azafato e incluso masculinos regresivos como
31
Algunas voces que no se encuentran en el DLE son obispa, caudilla, toreadora, cancillera o clériga;
cuyas formas masculinas hacen referencia a ocupaciones de marcado prestigio social en la tradición.
32
Estos ejemplos, a pesar de ser de la última edición del DRAE, se han mantenido sin ningún cambio en
el DLE.
33
modisto para desvincularse del tan ejercido por mujeres modista33. Sin embargo, la
teoría de que en español no existen morfemas de género –sino simples desinencias– ha
triunfado en otras profesiones tradicionalmente desempeñadas por varones acabadas en
-ista o -a como mayorista o pediatra.
En definitiva, muchas de las profesiones que se clasificarían dentro de los
sustantivos comunes en cuanto al género están siendo sometidos a flexión como
respuesta a las necesidades de visibilidad e igualdad de la sociedad y a la asociación
más que comprensible de desinencia con sexo. Lo que está claro es que, de forma
paralela a los sustantivos sin referente sexuado, en caso de duda las formas masculinas
gozan de mayor prestigio que las femeninas.
33
Por lo general, en los ejemplos registrados en el CREA la forma masculina modisto no se asocia nunca
con matices peyorativos. Es posible que el masculino le de cierto prestigio, por lo que se asocia a un
varón que hace prendas de vestir selectas. En el DLE, modista y modisto tienen entradas separadas pero
definiciones simétricas.
34
4. CONCLUSIONES
En español hay un gran número de masculinos inanimados en -a, lo que
contrasta de forma evidente con la escasa cantidad de femeninos en -o. La lengua culta
logró imponer el masculino a muchos sustantivos con referente asexuado que los
hablantes estaban incorporando de forma progresiva al femenino. El masculino triunfó,
ya que hoy en día esas palabras ni siquiera presentan vacilación. La desinencia es, por
tanto, relevante; pero no es ni mucho menos el exponente clave del género en español.
El masculino ha sabido acomodarse sin ningún problema a palabras con
desinencias muy diferentes, de lo que el femenino no ha sido capaz: esto va en sintonía
con la idea de que el masculino es el que actúa por defecto en la lengua española. Por
tanto, para poder comprender el funcionamiento de esta lengua debemos entender, por
un lado, el carácter unario de su género, es decir, la marca del femenino; y, por otro, la
concordancia, generalmente lograda a través de juegos de desinencias.
La verdadera complejidad el asunto reside en las marcas de sexo semántico
macho o hembra, cada una asociada –comprensiblemente– por los hablantes bien al
masculino o bien al femenino; a pesar de la existencia de palabras que rompen estas
reglas. Asimismo, en el momento en el que los enunciados salen al mundo real e,
inevitablemente, hay que proceder a su interpretación, la concepción del español como
lengua de género binario anula en muchos contextos la cualidad no marcada del
masculino.
La falta de sensibilidad de la Academia en el asunto no ha contribuido a
encontrar soluciones, por no hablar de su discurso androcéntrico, plasmado en las
inercias sexistas del DLE. Ante esta situación, los hablantes han buscado respuestas y
han aparecido guías de uso no sexista del lenguaje que exploran nuevas fórmulas,
algunas más acertadas y rigurosas que otras. Insistimos en la importancia de no juzgar
las guías como si de gramáticas se tratasen, ya que dan recomendaciones que afectan
solo al plano de la actuación lingüística y a las variedades cultivadas de la lengua.
La asociación género-sexo ha provocado no solo la creación de formas
femeninas y masculinas para las profesiones, sino también la búsqueda de alternativas
para designar la clase, que dejan atrás –de acuerdo con la dimensión social del concepto
género– la clasificación binaria de los seres humanos según sus atributos biológicos.
35
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http://mujervisible.eu/documentos/Guia_Sindical_Lenguaje_no_Sexista_UGT.p
df
Unidad de Igualdad (sin fecha): Manual de lenguaje no sexista en la Universidad
Politécnica de Madrid, Universidad Politécnica de Madrid. Disponible en:
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LENGUAJE_NO_SEXISTA_EN_LA_UPM.pdf
Unidad de Igualdad de Género (2019): Guía para un uso no sexista de la lengua en la
Universidad Autónoma de Madrid, Universidad Autónoma de Madrid.
Disponible en: https://www.icmm.csic.es/img/Guia-para-un-uso-no-sexista-dela-lengua-en-la-UAM.pdf
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Unidad de Igualdad de la Universidad de Granada (sin fecha): Guía de lenguaje no
sexista,
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de
Granada.
Disponible
en:
https://secretariageneral.ugr.es/bougr/pages/desarrollo/2009/guia211209/%21
Unidad para la igualdad entre mujeres y hombres (2011): Guía de uso no sexista del
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de
Murcia.
Disponible
en:
https://www.um.es/documents/2187255/2190475/guia-leng-nosexista.pdf/d7257202-d588-4f11-8d1b-3ac13fd1f5be
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