Hispanic Research Journal
Iberian and Latin American Studies
ISSN: 1468-2737 (Print) 1745-820X (Online) Journal homepage: https://www.tandfonline.com/loi/yhrj20
García Márquez, lector de Walter Benjamin:
apuntes sobre la destrucción de Macondo
Alejandro Quin
To cite this article: Alejandro Quin (2019) García Márquez, lector de Walter Benjamin:
apuntes sobre la destrucción de Macondo, Hispanic Research Journal, 20:3, 257-271, DOI:
10.1080/14682737.2019.1651992
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Published online: 03 Oct 2019.
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HISPANIC RESEARCH JOURNAL
2019, VOL. 20, NO. 3, 257–271
https://doi.org/10.1080/14682737.2019.1651992
rquez, lector de Walter Benjamin: apuntes
Garcıa Ma
n de Macondo
sobre la destruccio
Alejandro Quin
University of Utah, United States
RESUMEN
PALABRAS CLAVE
n sobre el significado de la destruccio
n
Partiendo de la consideracio
~os de soledad, este artıculo propone leer la
de Macondo en Cien an
conocida novela de Garcıa Marquez a la luz de las tesis planteadas
por Walter Benjamin en su clasico ensayo de 1921 ‘Para una crıtica
n entre ambos texde la violencia’. El artıculo teje una trama comu
n crıtica de la relacio
n
tos, centrandose, primero, en la exposicio
n sobre la nocio
n
entre violencia y ley y, segundo, en la meditacio
n como manifestacio
n no violenta que excede el
de destruccio
n sera
marco de la violencia legal. Este aspecto de la destruccio
n a la convergencia, actualizada por el personexaminado en relacio
aje de Aureliano Babilonia en la novela, entre la memoria de la
huelga de las bananeras y el estudio de los manuscritos de
Melquıades. El analisis concluye con la idea de que el final de Cien
~os de soledad plantea la exigencia de profundizar o excavar en el
an
n de Macondo es inseparable de
presente y, dado que la destruccio
la convergencia entre huelga y estudio, alude brevemente a la posin de
bilidad de extrapolar dicha exigencia al contexto de irrupcio
los movimientos estudiantiles internacionales.
Garcıa Marquez; Walter
Benjamin; Macondo;
destrucci
on; huelga de las
bananeras; estudio
KEYWORDS
Garcıa Marquez; Walter
Benjamin; Macondo;
destruction; the banana
plantation strike; study
ABSTRACT
Taking as a point of departure the destruction of Macondo in One
Hundred Years of Solitude, this article reads Garcıa Marquez’s
acclaimed novel in the light of the theses put forward by Walter
Benjamin in his classic 1921 essay ‘Critique of Violence’. The article
weaves a common thread between the two texts, focusing first on
the critical exposition of the relationship between violence and law
and, second, on the notion of destruction as a nonviolent manifestation that exceeds the framework of legal violence. This aspect of
destruction will be examined in relation to the convergence, carried
out by Aureliano Babilonia’s character in the novel, between the
memory of the banana plantation strike and the study of
Melquıades’s manuscripts. The analysis concludes with the idea that
the end of One Hundred Years of Solitude demands that we delve
into or excavate the present and, since the destruction of Macondo
is inseparable from the convergence between strike action and
study, it briefly alludes to the possibility of extrapolating this
demand to the emergence of international student movements.
CONTACT Alejandro Quin
a.quin@utah.edu
Latin American Studies, Carolyn Tanner Irish Humanities Building,
215 South Central Campus Drive, Salt Lake City, Utah 84112, United States.
ß 2019 Informa UK Limited, trading as Taylor & Francis Group
258
A. QUIN
En un ensayo relativamente reciente, el escritor colombiano William Ospina proponıa
una especie de retorno colectivo a Garcıa Marquez, un ejercicio de reconocimiento
nacional en la gran metafora de Macondo para ‘despertar’ a los muertos de los m
ultiples
conflictos belicos que han asediado a Colombia y erradicar ‘las guerras que nunca terminan’ (2016, 114–16).1 No es ninguna novedad constatar que dicho gesto —la evocaci
on
de Macondo, el retorno constante a Garcıa Marquez— se ha convertido en una estrategia recurrente, incluso a veces en un cliche, dentro de distintos ambitos de la cultura y
los discursos oficiales colombianos. Como ejemplo basta s
olo recordar que en los
recientes discursos del presidente Juan Manuel Santos (2016) y del lıder guerrillero
Rodrigo Londo~
no (2016), pronunciados en el marco del Acuerdo Final de Paz entre el
Estado colombiano y las FARC-EP, no faltarıan las calidas menciones al universo garciamarquiano, convertido en instancia ret
orica del encuentro negociado entre ambas partes
y en preambulo del post-acuerdo nacional. En muchos sentidos, el nombre Garcıa
Marquez (algunos incluso dirıan la marca Garcıa Marquez), Macondo y Cien a~
nos de
soledad se han consolidado en el imaginario nacional colombiano como terreno de
identidad, reconocimiento y superaci
on simb
olica de las contradicciones sociales del
paıs.2 En principio, no hay nada inherentemente objetable en tales proyecciones, apropiaciones y deseos de identificaci
on con una obra que sin duda constituye una de las
articulaciones decisivas de la literatura moderna colombiana y latinoamericana. Tales
dinamicas simplemente registran, por ası decirlo, la vida azarosa e impredecible de la
escritura literaria.
Lo que sı resulta problematico, sin embargo, es cuando el nombre o el anecdotario
conmemorativo se agigantan a tal punto que monumentalizan a los textos haciendolos
ilegibles y, en consecuencia, obsoletos en su misma permanencia. Algo que parece haber
sucedido con Cien a~
nos de soledad, una novela cuya canonizaci
on por parte del mercado
editorial y la institucionalidad cultural global, a decir de Alejandro Herrero-Olaizola,
amenaza con convertirla en ‘un clasico que se compra, se pone en la estanterıa de casa,
pero que nunca nadie lee’ (2009, 203). Por eso, cuando Ospina invita a los colombianos
a regresar o a reconocerse en la metafora de Macondo, cabrıa preguntarse en principio a
cual Macondo se refiere: >La arcadia de la fundaci
on? >El territorio militarizado de las
guerras civiles entre liberales y conservadores? >El lugar convulsionado por la fiebre de
la modernizaci
on bananera? La verdad es que importan poco tanto la pregunta como las
posibles respuestas porque, como sabemos, lo que queda de Macondo tras la lectura de
Cien a~
nos de soledad es el escenario de su destrucci
on: la desnarrativizaci
on final de la
historia coincidente con la lectura azarosa de los pergaminos por parte de Aureliano
Babilonia y signada por el huracan bıblico que arrasa su universo ficcional. Por lo tanto,
el retorno a Macondo resulta ser una tarea si no imposible, cuando menos parad
ojica,
puesto que el texto nos sit
ua obligadamente, como lectores, en el espacio at
opico, sin
lugar, generado por su destrucci
on.
En ‘No Magic, No Metaphor’, el crıtico norteamericano Fredric Jameson (2017)
sostiene precisamente que la novela de Garcıa Marquez lleva a cabo un proceso
1
2
El ensayo de Ospina fue inicialmente publicado en 2001 y luego recogido en su libro De la Habana a la paz (2016).
Sobre Garcıa Marquez como fen
omeno global de ventas y ‘autor superestrella’ dentro de un contexto de
masificacion cultural, ver Herrero-Olaizola (2009) y Franco (1999) respectivamente.
HISPANIC RESEARCH JOURNAL
259
‘destructivo’ (que no es ni magico ni metaf
orico, sino l
ogico y met
odico) de los principales paradigmas del genero novelıstico —la novela familiar, la novela de guerra, la novela polıtica. Podrıa a~
nadirse, ademas, que tal operaci
on destructora se extiende al propio
Garcıa Marquez, al despliegue y agotamiento del texto central de su producci
on narrativa, y que este hecho exige indagar por el significado y la forma en que dicha
nos de
destrucci
on se concreta. En efecto, como afirma Samuel Steinberg (2014), Cien a~
soledad es una novela que anhela y ejecuta su propia destrucci
on, revelando en ello la
condici
on ineludible de sus posibles relecturas. Ası, mas que una nueva interpretaci
on
de la aclamada novela, me interesa en este ensayo reconsiderar la destrucci
on de
Macondo como tema de actualidad reflexiva, a partir del esbozo de una relaci
on intempestiva entre Garcıa Marquez y el crıtico aleman Walter Benjamin —particularmente el
joven Benjamin autor de ‘Para una crıtica de la violencia’, un texto en el cual, coincidentemente, la meditaci
on te
orico-conceptual sobre la destrucci
on ocupa un lugar central.
Esto implica entonces imaginar una cierta constelaci
on en la que Garcıa Marquez lee a
Benjamin en Cien a~
nos de soledad, o, para seguir el dictum de Jorge Luis Borges (1978)
en ‘Kafka y sus precursores’, en la que Garcıa Marquez inventa a Benjamin como uno
de sus precursores.3 No se trata, por cierto, de demostrar que el autor colombiano se
hubiese inspirado en, o frecuentara alguna vez, la obra del influyente pensador aleman
—algo en todo caso improbable dado el manifiesto desinteres de Garcıa Marquez por
las discusiones propias de la crıtica literaria y cultural. Lo que propongo, por el contrario, es un acercamiento comparativo anclado en aquellos aspectos que permiten tejer
una trama com
un entre la novela de Garcıa Marquez y el sugerente ensayo de
Benjamin: por un lado, la exposici
on crıtica de la circularidad de la violencia legal; por
el otro, el pensamiento en torno a la ‘huelga general’ y a cierta dimensi
on educativa vinculada a la actividad del ‘estudio’, como dinamicas que potencialmente interrumpen, y
en ese sentido tambien ‘destruyen’, el escenario de la violencia legal. Tras este analisis,
se concluye brevemente que la imagen de la destrucci
on de Macondo actualiza una
relaci
on con el presente, la cual, considerando su concreci
on especıfica en la novela,
podrıa proyectarse al contexto de emergencia de la figura crıtica del estudiante y las
movilizaciones estudiantiles internacionales.
n en Walter Benjamin
Violencia y destruccio
Benjamin publica ‘Para una crıtica de la violencia’ en 1921, durante un perıodo todavıa
formativo en el que sus intereses intelectuales giraban en torno al romanticismo aleman,
el misticismo judıo, la teorıa anarquista y sus propias experiencias con el movimiento
estudiantil aleman de inicios del siglo XX. Como han se~
nalado Jacques Derrida (2002,
on al concepto de ‘crıtica’ en el texto benjami265) y Judith Butler (2012, 70), la alusi
niano no comporta una simple desaprobaci
on o rechazo de la violencia, sino que, de
modo general, aspira a instalar la pregunta sobre el marco que harıa posible determinar
las condiciones constitutivas de la violencia. Benjamin intenta circunscribir dicho marco
desde el inicio de su ensayo, postulando que la tarea de una ‘crıtica’ de la violencia se
cifra en la ‘exposici
on de su relaci
on con el derecho [ley] y la justicia’ (2009, 33), y
3
Como propone Borges en este ensayo, ‘cada escritor crea a sus precursores. Su labor modifica nuestra concepci
on
del pasado, como ha de modificar el futuro’ (1978, 712).
260
A. QUIN
proponiendo un criterio analıtico exterior a las escuelas del derecho natural y el derecho
positivo que permita examinar la violencia en tanto ‘medio’, dejando temporalmente de
lado la cuesti
on de si sus ‘fines’ son justos o injustos (36–37).4 Aunque el planteamiento
surgiera de una discusi
on recurrente en los cırculos filos
oficos alemanes de los a~
nos
veinte (Eiland y Jennings 2014, 131), el enfoque en la medialidad de la violencia le dara
a Benjamin un anclaje original para abordar las relaciones entre violencia y legalidad,
ası como para indagar por la posibilidad de una violencia ajena a toda relaci
on con la
ley, es decir, siguiendo la acertada f
ormula de Butler, una ‘violencia no violenta’ que
interrumpa la violencia legal (2012, 71).
Se ha notado con frecuencia que el ensayo de Benjamin construye sucesivas oposiciones conceptuales que el autor disuelve progresivamente a medida que avanza el argumento. Y en efecto, la oposici
on principal, la que ocupa el centro de su reflexi
on,
consiste en exponer que toda violencia, en tanto medio, es ‘fundadora de derecho’ o
‘conservadora de derecho’ (Benjamin 2009, 46). Si la primera operaci
on, como su nombre lo indica, constata que el fen
omeno de la violencia puede fundar o instaurar un
cuerpo polıtico, una nueva ley, la segunda categorizaci
on describira en cambio la infinidad de actos, jurıdicos o directamente represivos, con los que la violencia administra,
ltima instancia, ambas funciones permaprolonga y mantiene el derecho fundado. En u
necen circunscritas dentro de lo que el autor conceptualiza como el ‘ir y venir dialectico’
(61), o la alternancia circular de la violencia legal, puesto que incluso los mecanismos de
conservaci
on de ley no hacen otra cosa que repetir o actualizar el vınculo inaugurado
por el acto fundador mediante la supresi
on de aquello que lo amenaza. Esto resulta particularmente notorio en el funcionamiento moderno de instituciones como el ejercito o
la policıa, donde ambas manifestaciones de la violencia —fundaci
on y conservaci
on—
confluyen hasta hacerse indistinguibles. Para Benjamin el ‘militarismo es la imposici
on
del empleo universal de la violencia para los fines del Estado’, y ası violencia esencialmente fundadora de derecho; pero tan pronto se hacen efectivos el reconocimiento y la
‘subordinaci
on de los ciudadanos a la ley’ —es decir, el momento de la ‘paz’— el militarismo le da curso a una funci
on constante de conservaci
on de derecho (42). Tambien en
el modus operandi de la policıa, aunque de manera mas siniestra, coinciden ambos tipos
de violencia. La violencia policial ‘interviene “por razones de seguridad” en numerosos
casos en los que existe una situaci
on cuyo marco legal no es claro y regula la vida del
ciudadano con edictos’, es decir, preserva los fines de la ley al tiempo que goza de discrecionalidad para ‘establecer derecho de forma ilimitada’ (45). Su presencia es por lo tanto
‘amorfa’ y ‘espectral’ en la ‘vida del Estado civilizado’ (46).
Ahora bien, la violencia fundadora y conservadora de derecho representan dos facetas de lo que Benjamin llama ‘violencia mıtica’, una expresi
on con la que el autor pretende capturar la relaci
on intrınseca entre violencia y ley, y cuyo corolario inmediato es
la producci
on de sujetos sometidos y responsables ante la ley —sujetos ‘defined by their
on se revela entonces como
relation to legal accountability’ (Butler 2012, 72). Tal relaci
‘destino’, como fatalidad impuesta por la ley —de ahı la referencia al ambito de lo mıtico
4
Para Benjamin la funci
on de la violencia en las tradiciones del derecho natural y el derecho positivo permanece
enmarcada dentro de la relaci
on entre medios y fines. En tanto el autor propone examinar la violencia solamente
como medio, sin atender a los fines, su posici
on implica necesariamente un distanciamiento de ambas
corrientes filosoficas.
HISPANIC RESEARCH JOURNAL
261
en la locuci
on benjaminiana— que se sustenta fundamentalmente en la movilizaci
on de
la ‘culpabilidad’ y el trabajo expiatorio del ‘castigo’ (Benjamin 2009, 58). No obstante,
para Benjamin es imposible prescindir totalmente de la violencia en cualquier consideraci
on seria sobre ‘la idea de una redenci
on de las condiciones hist
oricas de existencia’
(53). No se trata, pues, de renunciar a priori a la violencia, sino de explorar otras formas
que excedan el marco de legalidad coactiva que esta instituye. Hacia el final del ensayo
el autor introduce un tercer termino con el que busca, en efecto, pensar la posibilidad
de otro tipo de violencia: la llamada violencia pura o ‘divina’ cuya manifestaci
on destruye la circularidad legal de la violencia mıtica y con ello crea las condiciones de emergencia de una ‘nueva era hist
orica’ (62).5 Como Benjamin lo expresa en uno de los
pasajes clave del texto:
Ası como en todos los ambitos el mito se opone a Dios, la violencia mıtica se opone a
la divina, conformando una perfecta oposici
on. Si la violencia mıtica funda derecho, la
violencia divina lo destruye. Si la primera establece lımites, la segunda los destruye de
forma ilimitada. Si la violencia mıtica culpa y expıa al mismo tiempo, la divina s
olo
absuelve. Si una amenaza, la otra golpea. Si aquella es sangrienta la otra es letal sin
derramar sangre. (57–58)
El autor nos sit
ua ası en el pensamiento parad
ojico de aquello a lo que Butler aludıa
como ‘violencia no violenta’, esto es, un tipo de violencia ‘destructora’ de la ley, la culpa
y los lımites que es al mismo tiempo no violenta por cuanto su presencia no conduce al
derramamiento de sangre sino a deshacer el vınculo con la legalidad que produce sujetos
culpables y, en consecuencia, merecedores de castigo. Esta serıa entonces la perspectiva
desde la cual Benjamin modula la idea de ‘destrucci
on’ en ‘Para una crıtica de
la violencia’.
En todo caso, la caracterizaci
on de la violencia divina permanece deliberadamente
indeterminada en el texto, y de hecho Benjamin apunta, casi como una aporıa, que si
bien es una tarea hist
orica ‘urgente’ distinguir aquellas ocasiones de irrupci
on de la violencia pura, ‘s
olo la violencia mıtica, no la divina, se dejara reconocer como tal’ (2009,
62). Esto ha generado posturas crıticas divergentes sobre el significado de tal noci
on y el
ltimo del enigmatico escrito del pensador aleman. Para Derrida, en una consentido u
troversial interpretaci
on, Benjamin participa de una tendencia que rechaza los sistemas
polıticos representativos y, siguiendo esta lınea, su ensayo se inscribirıa dentro de la corriente ‘antiparlamentaria’ y ‘anti-iluminista’ que habrıa de culminar en los regımenes
fascistas europeos de mediados del siglo pasado (2002, 259).6 En otro registro, Slavoj
Zizek mantiene que la noci
on de violencia divina se presta a ‘oscuras mistificaciones’ y
que, para eludirlas, deberıamos identificarla con ‘positively existing historical phenomena’ (2008, 197). El problema estriba en la dificultad que conlleva pensar una forma de
violencia que sea irreducible a sus manifestaciones positivas y a sus acepciones
5
Pudiera parecer contradictoria la referencia a un tipo de violencia destructora de la legalidad que simultaneamente
genera las condiciones de una nueva etapa hist
orica. Esto, sin embargo, no debe interpretarse como otro episodio
de fundacion de derecho. En palabras de Butler (2012, 85), ‘no law is made from this place, and the destruction is
not part of a new elaboration of positive law’.
6
~ala que la asociaci
Idelber Avelar, en una l
ucida crıtica de esta perspectiva, sen
on de Benjamin con la llamada
corriente antiparlamentaria constituye ‘one of the most unfortunate generalizations of all of Derrida’s work’ (2004,
on parlamentaria son antiteticas, cuando en
97). Avelar acusa a Derrida de suponer que violencia e instituci
on
realidad Benjamin, mas que rechazar los parlamentos, condena el hecho de que estos hayan olvidado su relaci
con la violencia que les dio origen.
262
A. QUIN
convencionales —dominaci
on, explotaci
on y lo que Benjamin resume como derramamiento de sangre—, e igualmente en c
omo concebir una forma de violencia que se sustraiga a la dinamica circular del marco de la legalidad. Pero esto es a lo que apuntarıa la
manifestaci
on destructora de la violencia pura o divina, la cual no es legal ni ilegal,
como tampoco funda ni conserva la ley, sino que, en palabras de Giorgio Agamben,
busca por el contrario ‘deponerla’ (2005, 53). La ley depuesta, para Agamben, corresponderıa ası a la posibilidad de la justicia (64), una afirmaci
on que hace eco de lo
expresado por Idelber Avelar cuando se~
nala que para Benjamin ‘the promise of justice
implies the destruction of the law, destruction that [ … ] is not a synonym but rather the
opposite of violence’ (2004, 100). En esta perspectiva tambien se inscribe la lectura de
Alberto Moreiras, para quien la violencia pura es una ‘figura de lo incondicional’ que
ltimas interpretaciones,
excede la esfera de la soberanıa (2006, 262–63). Siguiendo estas u
la meditaci
on benjaminiana en torno a la violencia divina, a su potencialidad destructora, marcarıa la apertura hacia un pensamiento sobre la justicia como exigencia incondicional siempre tendiente a deshacer el vınculo entre violencia y ley.
Pese a lo indeterminado de su formulaci
on, lo cierto es que Benjamin sı menciona en
su ensayo dos instancias que permiten aproximarse a la dimensi
on polıtica del concepto
teol
ogico de violencia divina. La primera esta dada en la variante anarquista de la
‘huelga general’, que el autor adopta del te
orico frances Georges Sorel, y cuya expresi
on
plena, como medio puro, se dirigirıa exclusivamente a la ‘eliminaci
on de la violencia de
Estado’ y a la posibilidad de ‘retomar un trabajo totalmente distinto al anterior, uno no
impuesto por el Estado’ (2009, 50–51). A diferencia de la ‘huelga polıtica’, la cual busca
asegurar concesiones y reformas dentro del derecho estatal, reconociendolo y afirmandolo, la huelga general propone una cesaci
on radical de la obligaci
on laboral que es
‘anarquista’, ‘no violenta’, y por eso tambien ‘realmente revolucionaria’ en tanto
destructora de la ley del Estado (51). La huelga general anuncia entonces ‘a nonviolent
form of destructiveness’ (Butler 2012, 79), o como lo sugiere Avelar, ‘[t]he more revolutionary and general the strike is, the less violent it will be’ (2004, 98). En otro aparte, y
esta es la segunda instancia, Benjamin sostiene que hay indicios de la violencia divina en
lo que identifica como ‘violencia pedag
ogica’ [erzieherische Gewalt], una expresi
on que
alude a la actividad del estudio y a cierto poder educativo que estarıa ‘fuera del derecho
en su versi
on mas perfecta’, ‘se define por la ausencia de toda fundaci
on de derecho’, y
ejerce ası, nuevamente, una ‘violencia destructora’ (2009, 59).
Las interpretaciones de ‘Para una crıtica de la violencia’ no suelen reparar en esta
alusi
on fugaz a la educaci
on, como tampoco tener en cuenta la vertebra que conecta la
huelga general con el poder educativo en el ensayo. La breve alusi
on, no obstante, pareciera recontextualizar una serie de experiencias relativas al perıodo de formaci
on uniografos del
versitaria del propio Benjamin. Como recuerdan Eiland y Jennings (2014), bi
autor, el joven Benjamin estaba ampliamente familiarizado con la labor del reformador
Gustav Wyneken, cuyas teorıas pedag
ogicas centradas en la idea del ‘despertar de la
juventud’ tendrıan una influencia notable en el multifacetico despliegue del Movimiento
Juvenil Aleman anterior a la Primera Guerra Mundial. Durante sus a~
nos de universidad
en Friburgo y Berlın (1912–1915), Benjamin milita en varios grupos asociados al
Movimiento y publica piezas importantes como ‘La vida de los estudiantes’ (2012a) y
‘Metafısica de la juventud’ (2012b), en donde la reflexi
on sobre el estudio, el poder
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263
transformativo de la educaci
on y el despertar de la juventud ya anunciaba preocupaciones intelectuales posteriores como la crıtica al historicismo y la exigencia de ‘excavar’
en el presente, entendido como punto aglutinante de tensiones hist
oricas (Eiland y
Jennings 2014, 43). Aunque el entusiasmo de Benjamin por el Movimiento y las ense~anzas de Wyneken decae una vez este y sus seguidores deciden apoyar la guerra, lo
n
cierto es que la referencia a la educaci
on en ‘Para una crıtica de la violencia’ muestra
que el tema seguıa teniendo para el una importancia crucial en el contexto reflexivo del
ensayo. Dicho de otro modo, si la labor destructora de la violencia divina puede manifestarse en la huelga general y en la educaci
on, podemos igualmente suponer que hay
algo de la huelga general —un terreno vinculante o una continuidad— en aquel poder
educativo o de estudio que se sustrae a toda relaci
on con los mecanismos de fundaci
on
y conservaci
on de derecho. Y es atendiendo a este vınculo ignorado desde donde
resultarıa productivo situar el terreno de indagaci
on en el que Garcıa Marquez relee e
ilumina al Benjamin de ‘Para una crıtica de la violencia’ en Cien a~
nos de soledad.
Porque, como veremos mas adelante, la destrucci
on de Macondo se llevara a cabo a partir de la convergencia entre huelga y estudio actualizada por Aureliano Babilonia, el
ltimo Buendıa.
u
El cırculo de tiza: violencia mıtica y soberanıa en Macondo
Sabemos que la vida en Macondo esta regida por la fatalidad circular: los nombres, los
rasgos de los personajes, las situaciones, las guerras se suceden, en su variaci
on, de tal
forma que la novela construye una ontologıa ficcional de la repetici
on hist
orica. ‘Es
como si el mundo estuviera dando vueltas’, sentenciara la matriarca Ursula Iguaran en
numerosas ocasiones, al igual que Pilar Ternera hablara de la historia del pueblo, condensada en las vicisitudes de la familia Buendıa, como de ‘una rueda giratoria’ (Garcıa
on es la ley que rige en Cien a~
nos de soledad, su
Marquez 2003, 356; 471). La repetici
regla en irremediable desgaste, y en su registro polıtico este hecho permitirıa suponer
acaso que en Macondo el devenir hist
orico se sostiene sobre lo que Benjamin reconoce
como dialectica de la violencia mıtica, aquel ‘ir y venir’ constante entre la violencia fundadora y la violencia conservadora de derecho. Como lo atestiguan los estudios de
Regina Janes (1989) y Hector Hoyos (2006), la meditaci
on sobre la violencia, en particular la violencia polıtica colombiana del siglo diecinueve y de mitad del siglo veinte, constituye uno de los ejes centrales de la narrativa garciamarquiana. En Cien a~
nos de
soledad, ademas, esa recurrencia tematica se hara circular, iterativa hasta el agotamiento,
al punto de desdibujar las diferencias ideol
ogicas de los agentes que encarnan las situaciones de violencia para dejar al desnudo el n
ucleo mıtico (fundaci
on y conservaci
on)
de una violencia destinada a inaugurar, redefinir y salvaguardar incesablemente los
lımites del marco de la legalidad. Es evidente que dentro de esta dinamica se inscriben
los conflictos belicos entre liberales y conservadores reprensados en la novela —y condensados en los treinta y dos levantamientos fallidos del coronel Aureliano Buendıa—,
como tambien los sucesivos regımenes que una vez instalados en Macondo ponen en
practica diferentes tacticas de conservaci
on legal hasta ser desplazados por una nueva
fundaci
on: desde la ley marcial del alcalde Apolinar Moscote y el terror revolucionario
de Arcadio, junto con la restauraci
on conservadora del corregidor Jose Raquel
264
A. QUIN
Moncada, hasta las polıticas segregacionistas y la masacre de los trabajadores instigadas
por el sistema neocolonial de la Compa~
nıa Bananera.
Sin embargo, el personaje que captura con mayor intensidad la dinamica de la violencia mıtica en la novela es el Coronel Aureliano Buendıa. Su trayectoria heroica y tragica
se inicia en defensa firme del credo liberal, s
olo para veinte a~
nos despues, desilusionado
ya de la guerra, emprender una brutal contienda para derrotar a las mismas fuerzas revolucionaras que el habıa liderado: ‘[l]leg
o a inconcebibles extremos de crueldad para
sofocar las rebeliones de sus propios oficiales [ … ] y termin
o apoyandose en fuerzas
enemigas para acabar de someterlos’ (Garcıa Marquez 2003, 207–08). Tras la firma del
armisticio de Neerlandia —una clara referencia hist
orica al evento que puso fin a la
Guerra de los Mil Dıas (1899–1902) en Colombia— el destino del personaje se reducira
a la labor in
util y repetitiva de hacer y deshacer pescaditos de oro en la soledad de su
encierro (242). Todavıa mas reveladora resulta la escena que describe al coronel, de
vuelta en Macondo y en el apogeo de su aventura militarista, exigiendo que se dibujara
alrededor suyo un cırculo de tiza que lo separase del resto de los mortales:
embriagado por la gloria del regreso, por las victorias inverosımiles, se habıa asomado al
abismo de la grandeza [ … ] Fue entonces cuando decidi
o que ning
un ser humano, ni
siquiera Ursula,
se le aproximara a menos de tres metros. En el centro del cırculo de tiza
que sus edecanes trazaban dondequiera que el llegara, y en el cual s
olo el podıa entrar,
rdenes breves e inapelables el destino del mundo. (201; cursivas mıas)
decidıa con o
Leıda como alegorizaci
on de la violencia mıtica, la escena es significativa puesto que no
s
olo alude a una cierta autoafirmaci
on vacıa de la ley, sino que referencia el espacio de
indistinci
on entre ambas formas de la violencia legal. En otras palabras, el cırculo de
tiza que rodea al coronel Aureliano Buendıa, el ‘ir y venir dialectico’ de la violencia
mıtica en Macondo, representa la figura de la ley que s
olo aspira a afirmarse a sı misma.
Parafraseando a Benjamin en ‘Para una crıtica de la violencia’, el encierro inmunitario
del personaje mediante el monopolio absoluto de la violencia no pretenderıa proteger
los fines o prop
ositos de la ley tanto como proteger la ley misma, personificada por el,
de todo aquello que representa una amenaza simplemente ‘por su mera existencia fuera
del derecho’ (2009, 38).
Pero hay un aspecto adicional a destacar en el contexto de este pasaje, y es que la representaci
on del cırculo que encierra al coronel coincide con el momento en que el personaje goza de la autoridad ilimitada y el poder supremo de decision sobre ‘el destino
del mundo’. Aunque caricaturesca e hiperb
olica, la imagen remite al tema polıticojurıdico del ‘decisionismo’ y, como extensi
on de ello, sit
ua obligadamente al lector en el
horizonte de la teorıa clasica de la soberanıa. En efecto, seg
un la conocida aseveraci
on
de Carl Schmitt, el soberano ‘is he who decides on the exception’ (2005, 5), lo que dicho
de otro modo significa que la soberanıa se define por la facultad de decidir cuando es
necesario suspender el orden legal o constitucional —decretar un estado de excepci
on
ante lo que se juzga como desafıo inminente al poder constituido— para asegurar la permanencia y continuidad del mismo. La soberanıa, entonces, reside en el ‘monopolio’ de
la decisi
on (13), y lo que siempre esta por decidirse, desde la perspectiva del soberano,
es la distinci
on entre situaci
on excepcional y situaci
on de normalidad: ‘[f]or a legal
order to make sense, a normal situation must exist, and he is sovereign who definitely
decides whether this normal situation actually exists’ (13). De declararse esta inexistente,
HISPANIC RESEARCH JOURNAL
265
el soberano apelara (y he aquı la paradoja) a su autoridad para suspender la ley, total o
parcialmente seg
un el caso, por el beneficio y existencia de la ley misma.
En clave benjaminiana, la decisi
on sobre la excepci
on corresponderıa a un mecanismo
radical de conservaci
on de derecho —y de hecho a la coincidencia completa entre ambos
polos de la violencia mıtica, puesto que la suspensi
on soberana de la ley esta destinada
siempre a asegurar su refundaci
on. Es decir: ası como la violencia conservadora reproduce
la violencia fundadora de derecho, ası tambien la excepci
on se decide en funci
on de lo
que se considera como la regla o la situaci
on de normalidad. La correlaci
on entre los
terminos de esta ecuaci
on efectivamente tiende hacia la borradura de sus diferencias. De
ahı que en la octava tesis de ‘Sobre el concepto de historia’ Benjamin plantee, en claro
contraste con los presupuestos de Schmitt, que en realidad no existe tal distinci
on entre
excepci
on y normalidad: ‘[l]a tradici
on de los oprimidos nos ense~
na que el “estado de
excepci
on” en que vivimos es sin duda la regla’ (2012c, 172). Este postulado constituye un
desmonte de la teorıa de la decisi
on soberana, pues si la situaci
on excepcional es equivalente a la situaci
on de normalidad, a la regla, entonces ya ninguna decisi
on es posible y
7
s
olo queda expuesta la dinamica iterativa de la violencia legal. Y es precisamente atendiendo a esta conclusi
on que el episodio del cırculo de tiza en Cien a~
nos de soledad revela
su sentido definitivo. Porque, en efecto, sumido en la apoteosis de la guerra e investido
del monopolio absoluto del poder de decisi
on, el coronel Aureliano Buendıa se dara
cuenta de que esta inmerso en la incertidumbre y le sera imposible decidir cualquier cosa.
‘Se cans
o de la incertidumbre, el cırculo vicioso de aquella guerra eterna que siempre lo
encontraba a el en el mismo lugar [ … ] sin saber ni c
omo, ni por que, ni hasta cuando’
(Garcıa Marquez 2003, 203–04). Y cuando le pregunta a uno de sus oficiales por el
estado de la guerra, este le responde: ‘Todo normal, mi coronel’, pues ‘la normalidad era
precisamente lo mas espantoso de aquella guerra infinita: que no pasaba nada’ (204). La
discrecionalidad soberana, representada aquı por el coronel Aureliano Buendıa como
sujeto de decisi
on, queda virtualmente anulada. En Macondo es imposible establecer la
diferencia entre norma y excepci
on, entre fundaci
on y conservaci
on de derecho, justamente porque la historia de Macondo corresponde a un estado de excepci
on convertido
en regla. No es casual entonces que en este punto del relato el coronel Aureliano Buendıa,
curiosamente identificado por su hermana Amaranta como ‘guerrero mıtico’ (209), experimente ‘la soledad de su inmenso poder’, se sienta ‘repetido’ y escuche a su compadre
Gerineldo Marquez advertirle que se esta ‘pudriendo vivo’ (202–03), como si con ello se
registrara el sinsentido corruptor que confina la vida al calculo repetitivo (al ‘cırculo de
tiza’) de la violencia mıtica.8
Estudio, lectura, huelga
Se ha se~
nalado con frecuencia que si el coronel Aureliano Buendıa es el personaje central de la primera parte de Cien a~
nos de soledad, la segunda parte de la novela, aquella
7
En The Origin of German Tragic Drama, Benjamin desarrolla un argumento similar centrado en el tema de la
‘indecision’ del prıncipe barroco (1998, 70–71). Para un analisis de la relaci
on Schmitt-Benjamin, vease Agamben
(2005, 52–64).
8
La referencia a la ‘podredumbre’ en la novela, justo cuando el coronel encarna todo el poder de la violencia legal,
guarda una sorprendente coincidencia con la sentencia de Benjamin seg
un la cual ‘el sentimiento mas delicado
percibe algo putrefacto en el derecho’ (2009, 44).
266
A. QUIN
que se desata tras la masacre de las bananeras y el diluvio, tendra como protagonista a
Aureliano Babilonia, el hijo ilegıtimo de Meme Buendıa y Mauricio Babilonia, quien
lograra descifrar los pergaminos de Melquıades —el documento que contiene la ley
hist
orica de Macondo— y con ello emplazar el advenimiento de la destrucci
on final. Y
es sin duda instructivo reparar en el contraste entre ambos personajes. Si el militarismo
del coronel cristaliza en el solipsismo de la dialectica de la violencia legal —la figura de
la ley que solo quiere afirmarse a sı misma, el estado de excepci
on convertido en regla—,
las actividades que definen a Aureliano Babilonia, en cambio, son el estudio meticuloso
y la auto-educaci
on a traves de la ‘lectura’ (Ludmer 1985, 144; Gonzalez Echevarrıa
sera el u
ltimo lector de los pergaminos y el heredero de los seis tomos de la
1990, 26). El
enciclopedia inglesa que habıa pertenecido a su madre, la cual devora ‘de la primera
ltima, como si fuera una novela’ (Garcıa Marquez 2003, 444). Por otra
pagina a la u
parte, su vida cotidiana transcurre en espacios consagrados al estudio, como el cuarto
de Melquıades y la librerıa ruinosa del sabio catalan, lejos de la imagen del pelot
on de
fusilamiento asociada con su ilustre antepasado. En la narraci
on se le describe ademas
como un joven ‘absorto en la lectura’ (423), ‘erudito’ (444) y aquejado de un ‘fatalismo
enciclopedico’ (461) que sorprende a quienes lo rodean.
No obstante su familiaridad con el universo de la palabra escrita, Aureliano Babilonia
no podrıa ser caracterizado como representaci
on de la figura tradicional del intelectual
o el letrado, si asumimos que los letrados, seg
un la conocida teorizaci
on de Angel
Rama,
han sido agentes vinculados al poder de la ley y al privilegio sobre el ‘orden de los
signos’ en la modernidad latinoamericana (1984, 4). Por el contrario, el hecho de que en
el texto se le identifique con apelativos como ‘antrop
ofago’ y ‘bastardo’ (Garcıa
Marquez 2003, 465; 435) —dado su origen ilegıtimo— manifiesta que el personaje se
sit
ua en un margen: fuera de las convenciones sociales reconocidas en el pueblo y, en
consecuencia, fuera tambien del espacio de la institucionalidad letrada que las sustenta,
cuyo origen en Macondo se remonta a la fundaci
on de la aldea y a la racionalidad
9
instrumental del primer Jose Arcadio Buendıa. Mas a
un, si hay alguien en la novela
que tipifique al prototipo del letrado latinoamericano, ese es sin duda el coronel
Aureliano Buendıa, pues en el efectivamente convergen la ley (las formas de la violencia
legal) y la practica escrituraria plasmada en una obra poetica cuyos versos ‘ocupaban
mas de cinco tomos’ (201). Aureliano Babilonia en cambio no escribe; pese a su condici
on de hombre ‘encastillado en la escritura’ (462), su relaci
on con esta no es de
producci
on sino de comprensi
on —una curiosidad abierta marcada por el estudio, la
lectura y el juego con la palabra escrita. Durante las tertulias con sus amigos, los ‘cuatro
discutidores’, se da cuenta en efecto de que la literatura era ‘el mejor juguete que se
habıa inventado’ (462). Lejos de perpetuar la funci
on hist
orica del letrado, Aureliano
Babilonia la desplazara al final de la novela para revelarse como otro tipo de agente:
aquel cuyo estudio minucioso de los pergaminos no corresponde ni a la ‘fundaci
on’ ni a
la ‘conservaci
on’ de la ley hist
orica de Macondo, sino al juego de lecturas,
desciframientos y traducciones que genera el cuadro de su ‘destrucci
on’.
9
Piensese en los usos que el primer Jose Arcadio pretende darle a los inventos traıdos por los gitanos, tales como
utilizar el iman para desenterrar el oro o convertir la lupa en un instrumento de guerra. Aunque sus
on
especulaciones muestren una ‘perversi
on’ de la raz
on tecnol
ogica (von der Walde 2014, 112), su intenci
on, dominio y poder-saber de la racionalidad instrumental.
ciertamente responde a los patrones de acumulaci
HISPANIC RESEARCH JOURNAL
267
No es difıcil entrever aquı el terreno extra~
namente com
un en el que Benjamin y
Garcıa Marquez se encuentran. Tal y como en ‘Para una crıtica de la violencia’ la
efımera alusi
on a la ‘violencia pedag
ogica’, en tanto estudio y poder educativo, manifestaba una potencialidad destructora de la ley, la destrucci
on de Macondo en Cien a~
nos de
soledad sera indisociable de la crucial intervenci
on signada por aquel que lee, descifra y
estudia su ley (los pergaminos de Melquıades) sin pretender darle aplicaci
on o vigencia.
En ambos casos el estudio, la actividad concentrada de compresi
on sin horizontes predeterminados, se sustrae a la dialectica circular de la violencia mıtica o legal. En cuanto
a Benjamin, Giorgio Agamben ha sugerido l
ucidamente que en sus reflexiones sobre
Kafka el pensador aleman sienta una perspectiva que asimila la actividad del estudio a la
operaci
on destructora de la violencia pura o divina. En sus propias palabras, la lectura
benjaminiana de Kafka propone ‘the enigmatic image of a law that is studied but no longer practiced’, lo cual corresponde al ‘unmasking of the mythico-juridical violence
effected by pure violence’ (2005, 63). Se trata nada menos que de una desactivaci
on de
la ley en la que esta ‘no longer has force or application, like the one in which [Kafka’s]
“new attorney”, leafing through “old books,” buries himself in study’ (2005, 63). El estudio de la ley sin su puesta en practica equivale a la destrucci
on de su funci
on y, para
Agamben, representa una forma de ‘juego’ que libera del uso jurıdico de la ley e inscribe
el horizonte de posibilidad de la justicia. ‘This liberation —concluira el fil
osofo
italiano— is the task of study, or of play’ (64).
Es sorprendente que Agamben no haya reparado en la menci
on a la ‘violencia pedag
ogica’ en ‘Para una crıtica de la violencia’, pero su reflexi
on sobre el estudio no s
olo
ilumina esa dimensi
on olvidada del ensayo de Benjamin, sino que resulta pertinente
para reconsiderar el contexto final de Cien a~
nos de soledad. Como el ‘Nuevo abogado’
de Kafka, Aureliano Babilonia tambien se entierra en el estudio de los manuscritos de
Melquıades, y dedicado al ‘juego’ del aprendizaje resolvera ‘clavar las puertas y las ventanas [ … ] para no dejarse perturbar por ninguna tentaci
on del mundo’ (Garcıa
Marquez 2003, 493). Su proceso de lectura, por otra parte, sera una practica sin presupuestos o metas fijos, pues en principio el personaje no sabe a que conducira el desciframiento del documento. En este sentido, su labor de lector pareciera evocar lo que
Scott Black denomina como ‘reading as adventure’, es decir, una experiencia de la lectura que desborda las fantasıas de autoafirmaci
on y dominio textual para abrirse a la
potencial irrupci
on de lo otro ajeno e inesperado, confrontando a quien lee con la posibilidad ‘of self-deformation and even erasure’ (2013, 29). Y en efecto, al leer los pergaminos Aureliano Babilonia se hara testigo de la llegada de lo inesperado: la
manifestaci
on de la ‘c
olera del huracan bıblico’ que sella su propia borradura (su
muerte como personaje y lector) y emplaza la destrucci
on que pone fin al cırculo de la
violencia legal, a la historia de Macondo y a Cien a~
nos de soledad (Garcıa Marquez
ltimo Buendıa, ademas, lo leıdo correspondera
2003, 495). En la experiencia final del u
exactamente al ‘instante que estaba viviendo’ (495), con lo cual Garcıa Marquez no
s
olo sit
ua la coincidencia entre estudio y destrucci
on en el ‘aquı-ahora’ del personaje,
sino tambien en relaci
on al presente hist
orico de nosotros, los lectores reales (Martin
1987, 111).
Aureliano Babilonia se nos presenta entonces bajo la figura del estudiante-lector
—aunque su caso sea el de un estudiante por completo ajeno a la instituci
on educativa
268
A. QUIN
que en Macondo siempre sirve al poder de turno—10 cuya intervenci
on en la novela
reportara el arribo de una ‘violencia no violenta’, irreducible a los mecanismos de
fundaci
on y conservaci
on legales, pero efectivamente ‘destructora’ de la violencia
mıtica en la variante benjaminiana antes expuesta. Y esta perspectiva le confiere una
nico habitante de Macondo
relevancia inusitada al hecho de que el personaje sea el u
preocupado por mantener viva la memoria de la huelga bananera y de la masacre militar perpetrada contra los trabajadores. Como se sabe, el episodio de la huelga y masacre de las bananeras se basa en acontecimientos hist
oricos reales ocurridos entre
noviembre y diciembre de 1928 en las inmediaciones de Cienaga, municipio de la
regi
on caribe colombiana, donde habıan sido establecidas las extensas plantaciones de
banano de la compa~
nıa norteamericana United Fruit Company. La huelga, considerada por algunos como la mayor movilizaci
on de masas en la historia de Colombia
o pronto dimensiones generales y tuvo una marcada
(Archila 2009, 151), adquiri
influencia de corrientes anarco-sindicalistas que ya para la epoca estaban firmemente
arraigadas en la zona (LeGrand 2009, 26–27; Sanchez Angel
2009, 61). Las denuncias
de los trabajadores contra la precarizaci
on laboral en las plantaciones fueron impugnadas por la compa~
nıa, y el gobierno colombiano se apresur
o a deslegitimar la protesta
como un acto subversivo, imponiendo el estado de excepci
on en la zona y delegando
toda autoridad en los escuadrones militares que perpetrarıan la masacre.11 En la novela el recuerdo de la masacre sera reprimido por las autoridades y finalmente borrado
del discurso colectivo durante el diluvio, consolidandose la versi
on oficial seg
un la
cual ‘[e]n Macondo no ha pasado nada’ (Garcıa Marquez 2003, 370), y escenificando
en ello, una vez mas, la completa indistinci
on entre regla y excepci
on. Sin embargo, la
verdad de lo sucedido permanecera activa en la memoria de Aureliano Babilonia; esta
es la herencia inmaterial que recibe de su tıo, Jose Arcadio Segundo, a quien
Fernanda del Carpio acertadamente reconoce como ‘el anarquista’ (355) de la familia
por su militancia sindical y su protagonismo en la huelga. Ası, el personaje que estudia el manuscrito de la ley hist
orica de Macondo es el mismo que conserva la reminiscencia de la huelga general (y del trauma de la masacre), haciendo efectivo un vınculo
especıfico entre aquellos dos aspectos que en el ensayo de Benjamin apuntaban a la
potencial manifestaci
on de la violencia pura o divina. En otras palabras, el principio
de destrucci
on que Aureliano Babilonia actualiza al final de la novela aparece
mediado por la convergencia entre estudio y huelga, por la lınea que conecta la herencia del pariente anarquista y el particular poder educativo del estudiante-lector que
en otro plano la recoge, le da continuidad y la consuma. En esta convergencia, en el
sedimento narrativo de este vınculo, yace la clave para imaginar a Garcıa Marquez
como lector de Benjamin, o, dicho de otro modo, para aproximarnos al Garcıa
Marquez que en Cien a~
nos de soledad inventa a Benjamin como uno de sus
precursores.
10
Hay varios ejemplos de esto en la narracion: la transformaci
on de la escuela en cuartel general del regimen de
Arcadio; su posterior restauraci
on bajo la lınea del gobierno conservador de Moncada; y las polıticas excluyentes
que le impiden a Aureliano Babilonia ingresar a la escuela por ser hijo ilegıtimo. En la novela la instituci
on
educativa no solo responde a la dinamica de la violencia legal, sino tambien a lo que Althusser (1988) teoriza
como ‘aparatos ideol
ogicos del estado’.
11
~alan que las vıctimas, entre muertos y heridos,
Segun el reporte oficial s
olo hubo trece muertos. Otros calculos sen
ascendieron a mas de cuatro mil (Archila 2009, 165).
HISPANIC RESEARCH JOURNAL
269
n del presente
La excavacio
>Que nos queda de Macondo luego de consumada su destrucci
on? Siguiendo las intervenciones crıticas mas influyentes en torno al ‘boom’ de la literatura latinoamericana, la novela de Garcıa Marquez, como texto representativo, se inscribirıa en lo que podrıamos
caracterizar como una perspectiva desarrollista o modernizante, extensiva incluso a toda la
producci
on literaria del perıodo. Seg
un este consenso hermeneutico, e independientemente de si quienes lo suscriben son defensores o detractores crıticos del ‘boom’, la
destrucci
on de Macondo corresponderıa a una ruptura con el pasado destinada a resolver
el anacronismo de la modernidad periferica latinoamericana respecto a la modernidad
occidental. Cien a~
nos de soledad, en consecuencia, no serıa sino una instancia narrativa de
‘compensaci
on’ frente al atraso endemico del continente, y el colapso que cierra su universo ficcional se~
nalarıa la transici
on epocal hacia una inserci
on o ‘refundaci
on’ simb
olica
de la cultura latinoamericana dentro las coordenadas de la modernidad desarrollista
global.12 Pero esta no es una consecuencia inevitable derivada del texto. Despues de todo,
la destrucci
on de Macondo, como ya vimos, remite al ‘aquı-ahora’ del presente que desborda el marco narrativo y nos exige, como lectores, asumirlo. Y esto, mas que refrendar
una supuesta teleologıa hist
orica desarrollista, constituye quizas una invitaci
on de Garcıa
Marquez a ‘excavar’ en las tensiones, las contradicciones y las promesas reprimidas o
postergadas del presente.
Pensar la destrucci
on de Macondo en este sentido abrirıa sin duda numerosas rutas
reflexivas que exceden el espacio de este ensayo. Sin embargo, una deriva productiva,
acorde con el legado de estudio y huelga que se activa al final de la novela, autorizarıa a
postular una extrapolaci
on hist
orica especıfica vinculada al contexto de emergencia de las
protestas estudiantiles internacionales. Recordemos que Cien a~
nos de soledad se publica
en 1967, justo hacia el termino de la decada que vio la irrupci
on de la figura crıtica del
estudiante, es decir, de aquellos que, como Aureliano Babilonia, el estudiante-lector, le
dieron tambien una concreci
on particular a la relaci
on entre huelga y estudio para excavar
en el campo de su propio presente hist
orico. De ello fueron testigo, entre otros, las manifestaciones de los Students for a Democratic Society en los Estados Unidos, el Mayo del ‘68
frances, el Cordobazo argentino y las congregaciones de los estudiantes mexicanos tragicamente silenciados por la violencia militar en la Masacre de Tlatelolco. Esto no indica que
debamos leer Cien a~
nos de soledad dentro de una l
ogica causal en relaci
on a las protestas
estudiantiles de los a~
nos sesenta, sino que en su final la novela resuena con un ‘clima de
epoca’ en el que los estudiantes catalizaron un desacuerdo democratico general que
incluso rebas
o sus demandas iniciales —el rechazo a la Guerra de Vietnam, a la
burocratizaci
on educativa, a la dictadura argentina, al fin de la autonomıa universitaria,
seg
un el contexto— para muchas veces convertirse en un disenso multitudinario, expandido por amplios sectores sociales, sobre las estructuras polıticas, sociales y econ
omicas
del momento. Es evidente que tal ‘violencia no violenta’ de los estudiantes palpita obstinadamente hasta el dıa de hoy, como lo demuestran las movilizaciones estudiantiles de 2011
en Chile y Colombia, que respondieron a la mercantilizaci
on neoliberal de la educaci
on y
cuestionaron las bases de un sistema que se sostiene sobre la ley de la ganancia blandiendo
12
Este argumento subyace a las formulaciones de Rodrıguez Monegal (1971, 500); Martin (1987, 111–12); Gonzalez
Echevarrıa (1990, 17–18); Avelar (1999, 12–13; 25–27); y von der Walde (2014, 112).
270
A. QUIN
el lema del ‘fin del lucro’;13 o como lo demuestran igualmente las recientes marchas convocadas por los estudiantes de Parkland, Florida, contra el aparato industrial-militar norteamericano, el acceso irrestricto a las armas de asalto y la armamentizaci
on de las
escuelas. Los ejemplos podrıan multiplicarse. Pero en cada caso la deriva estudiantil, que
es tambien una de las trazas que nos deja la destrucci
on de Macondo en Cien a~
nos de
soledad, ha insistido en el trabajo de la excavaci
on del presente para incitarnos a
actualizar, siempre y en cada momento, la exigencia incondicional de promesas
democraticas pendientes.
usula de divulgacio
n
Cla
El autor no declara ning
un conflicto de intereses potencial.
Nota sobre el autor
na literatura y cultura latinoamericanas en la Universidad de Utah,
Alejandro Quin ense~
Estados Unidos. Es autor de numerosos artıculos sobre historia cultural, literatura y pensamiento polıtico en America Latina, y co-editor del volumen Authoritarianism, Cultural History
and Political Resistance in Latin America: Exposing Paraguay (Palgrave, 2018). Actualmente
trabaja en un libro centrado en las relaciones entre agrimensura y produccion cultural en
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