Academia.eduAcademia.edu
Hispanic Research Journal Iberian and Latin American Studies ISSN: 1468-2737 (Print) 1745-820X (Online) Journal homepage: https://www.tandfonline.com/loi/yhrj20 García Márquez, lector de Walter Benjamin: apuntes sobre la destrucción de Macondo Alejandro Quin To cite this article: Alejandro Quin (2019) García Márquez, lector de Walter Benjamin: apuntes sobre la destrucción de Macondo, Hispanic Research Journal, 20:3, 257-271, DOI: 10.1080/14682737.2019.1651992 To link to this article: https://doi.org/10.1080/14682737.2019.1651992 Published online: 03 Oct 2019. Submit your article to this journal View related articles View Crossmark data Full Terms & Conditions of access and use can be found at https://www.tandfonline.com/action/journalInformation?journalCode=yhrj20 HISPANIC RESEARCH JOURNAL 2019, VOL. 20, NO. 3, 257–271 https://doi.org/10.1080/14682737.2019.1651992 rquez, lector de Walter Benjamin: apuntes Garcıa Ma  n de Macondo sobre la destruccio Alejandro Quin University of Utah, United States RESUMEN PALABRAS CLAVE n sobre el significado de la destruccio n Partiendo de la consideracio ~os de soledad, este artıculo propone leer la de Macondo en Cien an conocida novela de Garcıa Marquez a la luz de las tesis planteadas por Walter Benjamin en su clasico ensayo de 1921 ‘Para una crıtica n entre ambos texde la violencia’. El artıculo teje una trama comu n crıtica de la relacio n tos, centrandose, primero, en la exposicio n sobre la nocio n entre violencia y ley y, segundo, en la meditacio n como manifestacio n no violenta que excede el de destruccio n sera marco de la violencia legal. Este aspecto de la destruccio n a la convergencia, actualizada por el personexaminado en relacio aje de Aureliano Babilonia en la novela, entre la memoria de la huelga de las bananeras y el estudio de los manuscritos de Melquıades. El analisis concluye con la idea de que el final de Cien ~os de soledad plantea la exigencia de profundizar o excavar en el an n de Macondo es inseparable de presente y, dado que la destruccio la convergencia entre huelga y estudio, alude brevemente a la posin de bilidad de extrapolar dicha exigencia al contexto de irrupcio los movimientos estudiantiles internacionales. Garcıa Marquez; Walter Benjamin; Macondo; destrucci on; huelga de las bananeras; estudio KEYWORDS Garcıa Marquez; Walter Benjamin; Macondo; destruction; the banana plantation strike; study ABSTRACT Taking as a point of departure the destruction of Macondo in One Hundred Years of Solitude, this article reads Garcıa Marquez’s acclaimed novel in the light of the theses put forward by Walter Benjamin in his classic 1921 essay ‘Critique of Violence’. The article weaves a common thread between the two texts, focusing first on the critical exposition of the relationship between violence and law and, second, on the notion of destruction as a nonviolent manifestation that exceeds the framework of legal violence. This aspect of destruction will be examined in relation to the convergence, carried out by Aureliano Babilonia’s character in the novel, between the memory of the banana plantation strike and the study of Melquıades’s manuscripts. The analysis concludes with the idea that the end of One Hundred Years of Solitude demands that we delve into or excavate the present and, since the destruction of Macondo is inseparable from the convergence between strike action and study, it briefly alludes to the possibility of extrapolating this demand to the emergence of international student movements. CONTACT Alejandro Quin a.quin@utah.edu Latin American Studies, Carolyn Tanner Irish Humanities Building, 215 South Central Campus Drive, Salt Lake City, Utah 84112, United States. ß 2019 Informa UK Limited, trading as Taylor & Francis Group 258 A. QUIN En un ensayo relativamente reciente, el escritor colombiano William Ospina proponıa una especie de retorno colectivo a Garcıa Marquez, un ejercicio de reconocimiento nacional en la gran metafora de Macondo para ‘despertar’ a los muertos de los m ultiples conflictos belicos que han asediado a Colombia y erradicar ‘las guerras que nunca terminan’ (2016, 114–16).1 No es ninguna novedad constatar que dicho gesto —la evocaci on de Macondo, el retorno constante a Garcıa Marquez— se ha convertido en una estrategia recurrente, incluso a veces en un cliche, dentro de distintos ambitos de la cultura y los discursos oficiales colombianos. Como ejemplo basta s olo recordar que en los recientes discursos del presidente Juan Manuel Santos (2016) y del lıder guerrillero Rodrigo Londo~ no (2016), pronunciados en el marco del Acuerdo Final de Paz entre el Estado colombiano y las FARC-EP, no faltarıan las calidas menciones al universo garciamarquiano, convertido en instancia ret orica del encuentro negociado entre ambas partes y en preambulo del post-acuerdo nacional. En muchos sentidos, el nombre Garcıa Marquez (algunos incluso dirıan la marca Garcıa Marquez), Macondo y Cien a~ nos de soledad se han consolidado en el imaginario nacional colombiano como terreno de identidad, reconocimiento y superaci on simb olica de las contradicciones sociales del paıs.2 En principio, no hay nada inherentemente objetable en tales proyecciones, apropiaciones y deseos de identificaci on con una obra que sin duda constituye una de las articulaciones decisivas de la literatura moderna colombiana y latinoamericana. Tales dinamicas simplemente registran, por ası decirlo, la vida azarosa e impredecible de la escritura literaria. Lo que sı resulta problematico, sin embargo, es cuando el nombre o el anecdotario conmemorativo se agigantan a tal punto que monumentalizan a los textos haciendolos ilegibles y, en consecuencia, obsoletos en su misma permanencia. Algo que parece haber sucedido con Cien a~ nos de soledad, una novela cuya canonizaci on por parte del mercado editorial y la institucionalidad cultural global, a decir de Alejandro Herrero-Olaizola, amenaza con convertirla en ‘un clasico que se compra, se pone en la estanterıa de casa, pero que nunca nadie lee’ (2009, 203). Por eso, cuando Ospina invita a los colombianos a regresar o a reconocerse en la metafora de Macondo, cabrıa preguntarse en principio a cual Macondo se refiere: >La arcadia de la fundaci on? >El territorio militarizado de las guerras civiles entre liberales y conservadores? >El lugar convulsionado por la fiebre de la modernizaci on bananera? La verdad es que importan poco tanto la pregunta como las posibles respuestas porque, como sabemos, lo que queda de Macondo tras la lectura de Cien a~ nos de soledad es el escenario de su destrucci on: la desnarrativizaci on final de la historia coincidente con la lectura azarosa de los pergaminos por parte de Aureliano Babilonia y signada por el huracan bıblico que arrasa su universo ficcional. Por lo tanto, el retorno a Macondo resulta ser una tarea si no imposible, cuando menos parad ojica, puesto que el texto nos sit ua obligadamente, como lectores, en el espacio at opico, sin lugar, generado por su destrucci on. En ‘No Magic, No Metaphor’, el crıtico norteamericano Fredric Jameson (2017) sostiene precisamente que la novela de Garcıa Marquez lleva a cabo un proceso 1 2 El ensayo de Ospina fue inicialmente publicado en 2001 y luego recogido en su libro De la Habana a la paz (2016). Sobre Garcıa Marquez como fen omeno global de ventas y ‘autor superestrella’ dentro de un contexto de masificacion cultural, ver Herrero-Olaizola (2009) y Franco (1999) respectivamente. HISPANIC RESEARCH JOURNAL 259 ‘destructivo’ (que no es ni magico ni metaf orico, sino l ogico y met odico) de los principales paradigmas del genero novelıstico —la novela familiar, la novela de guerra, la novela polıtica. Podrıa a~ nadirse, ademas, que tal operaci on destructora se extiende al propio Garcıa Marquez, al despliegue y agotamiento del texto central de su producci on narrativa, y que este hecho exige indagar por el significado y la forma en que dicha nos de destrucci on se concreta. En efecto, como afirma Samuel Steinberg (2014), Cien a~ soledad es una novela que anhela y ejecuta su propia destrucci on, revelando en ello la condici on ineludible de sus posibles relecturas. Ası, mas que una nueva interpretaci on de la aclamada novela, me interesa en este ensayo reconsiderar la destrucci on de Macondo como tema de actualidad reflexiva, a partir del esbozo de una relaci on intempestiva entre Garcıa Marquez y el crıtico aleman Walter Benjamin —particularmente el joven Benjamin autor de ‘Para una crıtica de la violencia’, un texto en el cual, coincidentemente, la meditaci on te orico-conceptual sobre la destrucci on ocupa un lugar central. Esto implica entonces imaginar una cierta constelaci on en la que Garcıa Marquez lee a Benjamin en Cien a~ nos de soledad, o, para seguir el dictum de Jorge Luis Borges (1978) en ‘Kafka y sus precursores’, en la que Garcıa Marquez inventa a Benjamin como uno de sus precursores.3 No se trata, por cierto, de demostrar que el autor colombiano se hubiese inspirado en, o frecuentara alguna vez, la obra del influyente pensador aleman —algo en todo caso improbable dado el manifiesto desinteres de Garcıa Marquez por las discusiones propias de la crıtica literaria y cultural. Lo que propongo, por el contrario, es un acercamiento comparativo anclado en aquellos aspectos que permiten tejer una trama com un entre la novela de Garcıa Marquez y el sugerente ensayo de Benjamin: por un lado, la exposici on crıtica de la circularidad de la violencia legal; por el otro, el pensamiento en torno a la ‘huelga general’ y a cierta dimensi on educativa vinculada a la actividad del ‘estudio’, como dinamicas que potencialmente interrumpen, y en ese sentido tambien ‘destruyen’, el escenario de la violencia legal. Tras este analisis, se concluye brevemente que la imagen de la destrucci on de Macondo actualiza una relaci on con el presente, la cual, considerando su concreci on especıfica en la novela, podrıa proyectarse al contexto de emergencia de la figura crıtica del estudiante y las movilizaciones estudiantiles internacionales.  n en Walter Benjamin Violencia y destruccio Benjamin publica ‘Para una crıtica de la violencia’ en 1921, durante un perıodo todavıa formativo en el que sus intereses intelectuales giraban en torno al romanticismo aleman, el misticismo judıo, la teorıa anarquista y sus propias experiencias con el movimiento estudiantil aleman de inicios del siglo XX. Como han se~ nalado Jacques Derrida (2002, on al concepto de ‘crıtica’ en el texto benjami265) y Judith Butler (2012, 70), la alusi niano no comporta una simple desaprobaci on o rechazo de la violencia, sino que, de modo general, aspira a instalar la pregunta sobre el marco que harıa posible determinar las condiciones constitutivas de la violencia. Benjamin intenta circunscribir dicho marco desde el inicio de su ensayo, postulando que la tarea de una ‘crıtica’ de la violencia se cifra en la ‘exposici on de su relaci on con el derecho [ley] y la justicia’ (2009, 33), y 3 Como propone Borges en este ensayo, ‘cada escritor crea a sus precursores. Su labor modifica nuestra concepci on del pasado, como ha de modificar el futuro’ (1978, 712). 260 A. QUIN proponiendo un criterio analıtico exterior a las escuelas del derecho natural y el derecho positivo que permita examinar la violencia en tanto ‘medio’, dejando temporalmente de lado la cuesti on de si sus ‘fines’ son justos o injustos (36–37).4 Aunque el planteamiento surgiera de una discusi on recurrente en los cırculos filos oficos alemanes de los a~ nos veinte (Eiland y Jennings 2014, 131), el enfoque en la medialidad de la violencia le dara a Benjamin un anclaje original para abordar las relaciones entre violencia y legalidad, ası como para indagar por la posibilidad de una violencia ajena a toda relaci on con la ley, es decir, siguiendo la acertada f ormula de Butler, una ‘violencia no violenta’ que interrumpa la violencia legal (2012, 71). Se ha notado con frecuencia que el ensayo de Benjamin construye sucesivas oposiciones conceptuales que el autor disuelve progresivamente a medida que avanza el argumento. Y en efecto, la oposici on principal, la que ocupa el centro de su reflexi on, consiste en exponer que toda violencia, en tanto medio, es ‘fundadora de derecho’ o ‘conservadora de derecho’ (Benjamin 2009, 46). Si la primera operaci on, como su nombre lo indica, constata que el fen omeno de la violencia puede fundar o instaurar un cuerpo polıtico, una nueva ley, la segunda categorizaci on describira en cambio la infinidad de actos, jurıdicos o directamente represivos, con los que la violencia administra, ltima instancia, ambas funciones permaprolonga y mantiene el derecho fundado. En u necen circunscritas dentro de lo que el autor conceptualiza como el ‘ir y venir dialectico’ (61), o la alternancia circular de la violencia legal, puesto que incluso los mecanismos de conservaci on de ley no hacen otra cosa que repetir o actualizar el vınculo inaugurado por el acto fundador mediante la supresi on de aquello que lo amenaza. Esto resulta particularmente notorio en el funcionamiento moderno de instituciones como el ejercito o la policıa, donde ambas manifestaciones de la violencia —fundaci on y conservaci on— confluyen hasta hacerse indistinguibles. Para Benjamin el ‘militarismo es la imposici on del empleo universal de la violencia para los fines del Estado’, y ası violencia esencialmente fundadora de derecho; pero tan pronto se hacen efectivos el reconocimiento y la ‘subordinaci on de los ciudadanos a la ley’ —es decir, el momento de la ‘paz’— el militarismo le da curso a una funci on constante de conservaci on de derecho (42). Tambien en el modus operandi de la policıa, aunque de manera mas siniestra, coinciden ambos tipos de violencia. La violencia policial ‘interviene “por razones de seguridad” en numerosos casos en los que existe una situaci on cuyo marco legal no es claro y regula la vida del ciudadano con edictos’, es decir, preserva los fines de la ley al tiempo que goza de discrecionalidad para ‘establecer derecho de forma ilimitada’ (45). Su presencia es por lo tanto ‘amorfa’ y ‘espectral’ en la ‘vida del Estado civilizado’ (46). Ahora bien, la violencia fundadora y conservadora de derecho representan dos facetas de lo que Benjamin llama ‘violencia mıtica’, una expresi on con la que el autor pretende capturar la relaci on intrınseca entre violencia y ley, y cuyo corolario inmediato es la producci on de sujetos sometidos y responsables ante la ley —sujetos ‘defined by their on se revela entonces como relation to legal accountability’ (Butler 2012, 72). Tal relaci ‘destino’, como fatalidad impuesta por la ley —de ahı la referencia al ambito de lo mıtico 4 Para Benjamin la funci on de la violencia en las tradiciones del derecho natural y el derecho positivo permanece enmarcada dentro de la relaci on entre medios y fines. En tanto el autor propone examinar la violencia solamente como medio, sin atender a los fines, su posici on implica necesariamente un distanciamiento de ambas corrientes filosoficas. HISPANIC RESEARCH JOURNAL 261 en la locuci on benjaminiana— que se sustenta fundamentalmente en la movilizaci on de la ‘culpabilidad’ y el trabajo expiatorio del ‘castigo’ (Benjamin 2009, 58). No obstante, para Benjamin es imposible prescindir totalmente de la violencia en cualquier consideraci on seria sobre ‘la idea de una redenci on de las condiciones hist oricas de existencia’ (53). No se trata, pues, de renunciar a priori a la violencia, sino de explorar otras formas que excedan el marco de legalidad coactiva que esta instituye. Hacia el final del ensayo el autor introduce un tercer termino con el que busca, en efecto, pensar la posibilidad de otro tipo de violencia: la llamada violencia pura o ‘divina’ cuya manifestaci on destruye la circularidad legal de la violencia mıtica y con ello crea las condiciones de emergencia de una ‘nueva era hist orica’ (62).5 Como Benjamin lo expresa en uno de los pasajes clave del texto: Ası como en todos los ambitos el mito se opone a Dios, la violencia mıtica se opone a la divina, conformando una perfecta oposici on. Si la violencia mıtica funda derecho, la violencia divina lo destruye. Si la primera establece lımites, la segunda los destruye de forma ilimitada. Si la violencia mıtica culpa y expıa al mismo tiempo, la divina s olo absuelve. Si una amenaza, la otra golpea. Si aquella es sangrienta la otra es letal sin derramar sangre. (57–58) El autor nos sit ua ası en el pensamiento parad ojico de aquello a lo que Butler aludıa como ‘violencia no violenta’, esto es, un tipo de violencia ‘destructora’ de la ley, la culpa y los lımites que es al mismo tiempo no violenta por cuanto su presencia no conduce al derramamiento de sangre sino a deshacer el vınculo con la legalidad que produce sujetos culpables y, en consecuencia, merecedores de castigo. Esta serıa entonces la perspectiva desde la cual Benjamin modula la idea de ‘destrucci on’ en ‘Para una crıtica de la violencia’. En todo caso, la caracterizaci on de la violencia divina permanece deliberadamente indeterminada en el texto, y de hecho Benjamin apunta, casi como una aporıa, que si bien es una tarea hist orica ‘urgente’ distinguir aquellas ocasiones de irrupci on de la violencia pura, ‘s olo la violencia mıtica, no la divina, se dejara reconocer como tal’ (2009, 62). Esto ha generado posturas crıticas divergentes sobre el significado de tal noci on y el ltimo del enigmatico escrito del pensador aleman. Para Derrida, en una consentido u troversial interpretaci on, Benjamin participa de una tendencia que rechaza los sistemas polıticos representativos y, siguiendo esta lınea, su ensayo se inscribirıa dentro de la corriente ‘antiparlamentaria’ y ‘anti-iluminista’ que habrıa de culminar en los regımenes fascistas europeos de mediados del siglo pasado (2002, 259).6 En otro registro, Slavoj Zizek mantiene que la noci on de violencia divina se presta a ‘oscuras mistificaciones’ y que, para eludirlas, deberıamos identificarla con ‘positively existing historical phenomena’ (2008, 197). El problema estriba en la dificultad que conlleva pensar una forma de violencia que sea irreducible a sus manifestaciones positivas y a sus acepciones 5 Pudiera parecer contradictoria la referencia a un tipo de violencia destructora de la legalidad que simultaneamente genera las condiciones de una nueva etapa hist orica. Esto, sin embargo, no debe interpretarse como otro episodio de fundacion de derecho. En palabras de Butler (2012, 85), ‘no law is made from this place, and the destruction is not part of a new elaboration of positive law’. 6 ~ala que la asociaci Idelber Avelar, en una l ucida crıtica de esta perspectiva, sen on de Benjamin con la llamada corriente antiparlamentaria constituye ‘one of the most unfortunate generalizations of all of Derrida’s work’ (2004, on parlamentaria son antiteticas, cuando en 97). Avelar acusa a Derrida de suponer que violencia e instituci on realidad Benjamin, mas que rechazar los parlamentos, condena el hecho de que estos hayan olvidado su relaci con la violencia que les dio origen. 262 A. QUIN convencionales —dominaci on, explotaci on y lo que Benjamin resume como derramamiento de sangre—, e igualmente en c omo concebir una forma de violencia que se sustraiga a la dinamica circular del marco de la legalidad. Pero esto es a lo que apuntarıa la manifestaci on destructora de la violencia pura o divina, la cual no es legal ni ilegal, como tampoco funda ni conserva la ley, sino que, en palabras de Giorgio Agamben, busca por el contrario ‘deponerla’ (2005, 53). La ley depuesta, para Agamben, corresponderıa ası a la posibilidad de la justicia (64), una afirmaci on que hace eco de lo expresado por Idelber Avelar cuando se~ nala que para Benjamin ‘the promise of justice implies the destruction of the law, destruction that [ … ] is not a synonym but rather the opposite of violence’ (2004, 100). En esta perspectiva tambien se inscribe la lectura de Alberto Moreiras, para quien la violencia pura es una ‘figura de lo incondicional’ que ltimas interpretaciones, excede la esfera de la soberanıa (2006, 262–63). Siguiendo estas u la meditaci on benjaminiana en torno a la violencia divina, a su potencialidad destructora, marcarıa la apertura hacia un pensamiento sobre la justicia como exigencia incondicional siempre tendiente a deshacer el vınculo entre violencia y ley. Pese a lo indeterminado de su formulaci on, lo cierto es que Benjamin sı menciona en su ensayo dos instancias que permiten aproximarse a la dimensi on polıtica del concepto teol ogico de violencia divina. La primera esta dada en la variante anarquista de la ‘huelga general’, que el autor adopta del te orico frances Georges Sorel, y cuya expresi on plena, como medio puro, se dirigirıa exclusivamente a la ‘eliminaci on de la violencia de Estado’ y a la posibilidad de ‘retomar un trabajo totalmente distinto al anterior, uno no impuesto por el Estado’ (2009, 50–51). A diferencia de la ‘huelga polıtica’, la cual busca asegurar concesiones y reformas dentro del derecho estatal, reconociendolo y afirmandolo, la huelga general propone una cesaci on radical de la obligaci on laboral que es ‘anarquista’, ‘no violenta’, y por eso tambien ‘realmente revolucionaria’ en tanto destructora de la ley del Estado (51). La huelga general anuncia entonces ‘a nonviolent form of destructiveness’ (Butler 2012, 79), o como lo sugiere Avelar, ‘[t]he more revolutionary and general the strike is, the less violent it will be’ (2004, 98). En otro aparte, y esta es la segunda instancia, Benjamin sostiene que hay indicios de la violencia divina en lo que identifica como ‘violencia pedag ogica’ [erzieherische Gewalt], una expresi on que alude a la actividad del estudio y a cierto poder educativo que estarıa ‘fuera del derecho en su versi on mas perfecta’, ‘se define por la ausencia de toda fundaci on de derecho’, y ejerce ası, nuevamente, una ‘violencia destructora’ (2009, 59). Las interpretaciones de ‘Para una crıtica de la violencia’ no suelen reparar en esta alusi on fugaz a la educaci on, como tampoco tener en cuenta la vertebra que conecta la huelga general con el poder educativo en el ensayo. La breve alusi on, no obstante, pareciera recontextualizar una serie de experiencias relativas al perıodo de formaci on uniografos del versitaria del propio Benjamin. Como recuerdan Eiland y Jennings (2014), bi autor, el joven Benjamin estaba ampliamente familiarizado con la labor del reformador Gustav Wyneken, cuyas teorıas pedag ogicas centradas en la idea del ‘despertar de la juventud’ tendrıan una influencia notable en el multifacetico despliegue del Movimiento Juvenil Aleman anterior a la Primera Guerra Mundial. Durante sus a~ nos de universidad en Friburgo y Berlın (1912–1915), Benjamin milita en varios grupos asociados al Movimiento y publica piezas importantes como ‘La vida de los estudiantes’ (2012a) y ‘Metafısica de la juventud’ (2012b), en donde la reflexi on sobre el estudio, el poder HISPANIC RESEARCH JOURNAL 263 transformativo de la educaci on y el despertar de la juventud ya anunciaba preocupaciones intelectuales posteriores como la crıtica al historicismo y la exigencia de ‘excavar’ en el presente, entendido como punto aglutinante de tensiones hist oricas (Eiland y Jennings 2014, 43). Aunque el entusiasmo de Benjamin por el Movimiento y las ense~anzas de Wyneken decae una vez este y sus seguidores deciden apoyar la guerra, lo n cierto es que la referencia a la educaci on en ‘Para una crıtica de la violencia’ muestra que el tema seguıa teniendo para el una importancia crucial en el contexto reflexivo del ensayo. Dicho de otro modo, si la labor destructora de la violencia divina puede manifestarse en la huelga general y en la educaci on, podemos igualmente suponer que hay algo de la huelga general —un terreno vinculante o una continuidad— en aquel poder educativo o de estudio que se sustrae a toda relaci on con los mecanismos de fundaci on y conservaci on de derecho. Y es atendiendo a este vınculo ignorado desde donde resultarıa productivo situar el terreno de indagaci on en el que Garcıa Marquez relee e ilumina al Benjamin de ‘Para una crıtica de la violencia’ en Cien a~ nos de soledad. Porque, como veremos mas adelante, la destrucci on de Macondo se llevara a cabo a partir de la convergencia entre huelga y estudio actualizada por Aureliano Babilonia, el ltimo Buendıa. u El cırculo de tiza: violencia mıtica y soberanıa en Macondo Sabemos que la vida en Macondo esta regida por la fatalidad circular: los nombres, los rasgos de los personajes, las situaciones, las guerras se suceden, en su variaci on, de tal forma que la novela construye una ontologıa ficcional de la repetici on hist orica. ‘Es  como si el mundo estuviera dando vueltas’, sentenciara la matriarca Ursula Iguaran en numerosas ocasiones, al igual que Pilar Ternera hablara de la historia del pueblo, condensada en las vicisitudes de la familia Buendıa, como de ‘una rueda giratoria’ (Garcıa on es la ley que rige en Cien a~ nos de soledad, su Marquez 2003, 356; 471). La repetici regla en irremediable desgaste, y en su registro polıtico este hecho permitirıa suponer acaso que en Macondo el devenir hist orico se sostiene sobre lo que Benjamin reconoce como dialectica de la violencia mıtica, aquel ‘ir y venir’ constante entre la violencia fundadora y la violencia conservadora de derecho. Como lo atestiguan los estudios de Regina Janes (1989) y Hector Hoyos (2006), la meditaci on sobre la violencia, en particular la violencia polıtica colombiana del siglo diecinueve y de mitad del siglo veinte, constituye uno de los ejes centrales de la narrativa garciamarquiana. En Cien a~ nos de soledad, ademas, esa recurrencia tematica se hara circular, iterativa hasta el agotamiento, al punto de desdibujar las diferencias ideol ogicas de los agentes que encarnan las situaciones de violencia para dejar al desnudo el n ucleo mıtico (fundaci on y conservaci on) de una violencia destinada a inaugurar, redefinir y salvaguardar incesablemente los lımites del marco de la legalidad. Es evidente que dentro de esta dinamica se inscriben los conflictos belicos entre liberales y conservadores reprensados en la novela —y condensados en los treinta y dos levantamientos fallidos del coronel Aureliano Buendıa—, como tambien los sucesivos regımenes que una vez instalados en Macondo ponen en practica diferentes tacticas de conservaci on legal hasta ser desplazados por una nueva fundaci on: desde la ley marcial del alcalde Apolinar Moscote y el terror revolucionario de Arcadio, junto con la restauraci on conservadora del corregidor Jose Raquel 264 A. QUIN Moncada, hasta las polıticas segregacionistas y la masacre de los trabajadores instigadas por el sistema neocolonial de la Compa~ nıa Bananera. Sin embargo, el personaje que captura con mayor intensidad la dinamica de la violencia mıtica en la novela es el Coronel Aureliano Buendıa. Su trayectoria heroica y tragica se inicia en defensa firme del credo liberal, s olo para veinte a~ nos despues, desilusionado ya de la guerra, emprender una brutal contienda para derrotar a las mismas fuerzas revolucionaras que el habıa liderado: ‘[l]leg o a inconcebibles extremos de crueldad para sofocar las rebeliones de sus propios oficiales [ … ] y termin o apoyandose en fuerzas enemigas para acabar de someterlos’ (Garcıa Marquez 2003, 207–08). Tras la firma del armisticio de Neerlandia —una clara referencia hist orica al evento que puso fin a la Guerra de los Mil Dıas (1899–1902) en Colombia— el destino del personaje se reducira a la labor in util y repetitiva de hacer y deshacer pescaditos de oro en la soledad de su encierro (242). Todavıa mas reveladora resulta la escena que describe al coronel, de vuelta en Macondo y en el apogeo de su aventura militarista, exigiendo que se dibujara alrededor suyo un cırculo de tiza que lo separase del resto de los mortales: embriagado por la gloria del regreso, por las victorias inverosımiles, se habıa asomado al abismo de la grandeza [ … ] Fue entonces cuando decidi o que ning un ser humano, ni  siquiera Ursula, se le aproximara a menos de tres metros. En el centro del cırculo de tiza que sus edecanes trazaban dondequiera que el llegara, y en el cual s olo el podıa entrar, rdenes breves e inapelables el destino del mundo. (201; cursivas mıas) decidıa con o Leıda como alegorizaci on de la violencia mıtica, la escena es significativa puesto que no s olo alude a una cierta autoafirmaci on vacıa de la ley, sino que referencia el espacio de indistinci on entre ambas formas de la violencia legal. En otras palabras, el cırculo de tiza que rodea al coronel Aureliano Buendıa, el ‘ir y venir dialectico’ de la violencia mıtica en Macondo, representa la figura de la ley que s olo aspira a afirmarse a sı misma. Parafraseando a Benjamin en ‘Para una crıtica de la violencia’, el encierro inmunitario del personaje mediante el monopolio absoluto de la violencia no pretenderıa proteger los fines o prop ositos de la ley tanto como proteger la ley misma, personificada por el, de todo aquello que representa una amenaza simplemente ‘por su mera existencia fuera del derecho’ (2009, 38). Pero hay un aspecto adicional a destacar en el contexto de este pasaje, y es que la representaci on del cırculo que encierra al coronel coincide con el momento en que el personaje goza de la autoridad ilimitada y el poder supremo de decision sobre ‘el destino del mundo’. Aunque caricaturesca e hiperb olica, la imagen remite al tema polıticojurıdico del ‘decisionismo’ y, como extensi on de ello, sit ua obligadamente al lector en el horizonte de la teorıa clasica de la soberanıa. En efecto, seg un la conocida aseveraci on de Carl Schmitt, el soberano ‘is he who decides on the exception’ (2005, 5), lo que dicho de otro modo significa que la soberanıa se define por la facultad de decidir cuando es necesario suspender el orden legal o constitucional —decretar un estado de excepci on ante lo que se juzga como desafıo inminente al poder constituido— para asegurar la permanencia y continuidad del mismo. La soberanıa, entonces, reside en el ‘monopolio’ de la decisi on (13), y lo que siempre esta por decidirse, desde la perspectiva del soberano, es la distinci on entre situaci on excepcional y situaci on de normalidad: ‘[f]or a legal order to make sense, a normal situation must exist, and he is sovereign who definitely decides whether this normal situation actually exists’ (13). De declararse esta inexistente, HISPANIC RESEARCH JOURNAL 265 el soberano apelara (y he aquı la paradoja) a su autoridad para suspender la ley, total o parcialmente seg un el caso, por el beneficio y existencia de la ley misma. En clave benjaminiana, la decisi on sobre la excepci on corresponderıa a un mecanismo radical de conservaci on de derecho —y de hecho a la coincidencia completa entre ambos polos de la violencia mıtica, puesto que la suspensi on soberana de la ley esta destinada siempre a asegurar su refundaci on. Es decir: ası como la violencia conservadora reproduce la violencia fundadora de derecho, ası tambien la excepci on se decide en funci on de lo que se considera como la regla o la situaci on de normalidad. La correlaci on entre los terminos de esta ecuaci on efectivamente tiende hacia la borradura de sus diferencias. De ahı que en la octava tesis de ‘Sobre el concepto de historia’ Benjamin plantee, en claro contraste con los presupuestos de Schmitt, que en realidad no existe tal distinci on entre excepci on y normalidad: ‘[l]a tradici on de los oprimidos nos ense~ na que el “estado de excepci on” en que vivimos es sin duda la regla’ (2012c, 172). Este postulado constituye un desmonte de la teorıa de la decisi on soberana, pues si la situaci on excepcional es equivalente a la situaci on de normalidad, a la regla, entonces ya ninguna decisi on es posible y 7 s olo queda expuesta la dinamica iterativa de la violencia legal. Y es precisamente atendiendo a esta conclusi on que el episodio del cırculo de tiza en Cien a~ nos de soledad revela su sentido definitivo. Porque, en efecto, sumido en la apoteosis de la guerra e investido del monopolio absoluto del poder de decisi on, el coronel Aureliano Buendıa se dara cuenta de que esta inmerso en la incertidumbre y le sera imposible decidir cualquier cosa. ‘Se cans o de la incertidumbre, el cırculo vicioso de aquella guerra eterna que siempre lo encontraba a el en el mismo lugar [ … ] sin saber ni c omo, ni por que, ni hasta cuando’ (Garcıa Marquez 2003, 203–04). Y cuando le pregunta a uno de sus oficiales por el estado de la guerra, este le responde: ‘Todo normal, mi coronel’, pues ‘la normalidad era precisamente lo mas espantoso de aquella guerra infinita: que no pasaba nada’ (204). La discrecionalidad soberana, representada aquı por el coronel Aureliano Buendıa como sujeto de decisi on, queda virtualmente anulada. En Macondo es imposible establecer la diferencia entre norma y excepci on, entre fundaci on y conservaci on de derecho, justamente porque la historia de Macondo corresponde a un estado de excepci on convertido en regla. No es casual entonces que en este punto del relato el coronel Aureliano Buendıa, curiosamente identificado por su hermana Amaranta como ‘guerrero mıtico’ (209), experimente ‘la soledad de su inmenso poder’, se sienta ‘repetido’ y escuche a su compadre Gerineldo Marquez advertirle que se esta ‘pudriendo vivo’ (202–03), como si con ello se registrara el sinsentido corruptor que confina la vida al calculo repetitivo (al ‘cırculo de tiza’) de la violencia mıtica.8 Estudio, lectura, huelga Se ha se~ nalado con frecuencia que si el coronel Aureliano Buendıa es el personaje central de la primera parte de Cien a~ nos de soledad, la segunda parte de la novela, aquella 7 En The Origin of German Tragic Drama, Benjamin desarrolla un argumento similar centrado en el tema de la ‘indecision’ del prıncipe barroco (1998, 70–71). Para un analisis de la relaci on Schmitt-Benjamin, vease Agamben (2005, 52–64). 8 La referencia a la ‘podredumbre’ en la novela, justo cuando el coronel encarna todo el poder de la violencia legal, guarda una sorprendente coincidencia con la sentencia de Benjamin seg un la cual ‘el sentimiento mas delicado percibe algo putrefacto en el derecho’ (2009, 44). 266 A. QUIN que se desata tras la masacre de las bananeras y el diluvio, tendra como protagonista a Aureliano Babilonia, el hijo ilegıtimo de Meme Buendıa y Mauricio Babilonia, quien lograra descifrar los pergaminos de Melquıades —el documento que contiene la ley hist orica de Macondo— y con ello emplazar el advenimiento de la destrucci on final. Y es sin duda instructivo reparar en el contraste entre ambos personajes. Si el militarismo del coronel cristaliza en el solipsismo de la dialectica de la violencia legal —la figura de la ley que solo quiere afirmarse a sı misma, el estado de excepci on convertido en regla—, las actividades que definen a Aureliano Babilonia, en cambio, son el estudio meticuloso y la auto-educaci on a traves de la ‘lectura’ (Ludmer 1985, 144; Gonzalez Echevarrıa  sera el u ltimo lector de los pergaminos y el heredero de los seis tomos de la 1990, 26). El enciclopedia inglesa que habıa pertenecido a su madre, la cual devora ‘de la primera ltima, como si fuera una novela’ (Garcıa Marquez 2003, 444). Por otra pagina a la u parte, su vida cotidiana transcurre en espacios consagrados al estudio, como el cuarto de Melquıades y la librerıa ruinosa del sabio catalan, lejos de la imagen del pelot on de fusilamiento asociada con su ilustre antepasado. En la narraci on se le describe ademas como un joven ‘absorto en la lectura’ (423), ‘erudito’ (444) y aquejado de un ‘fatalismo enciclopedico’ (461) que sorprende a quienes lo rodean. No obstante su familiaridad con el universo de la palabra escrita, Aureliano Babilonia no podrıa ser caracterizado como representaci on de la figura tradicional del intelectual  o el letrado, si asumimos que los letrados, seg un la conocida teorizaci on de Angel Rama, han sido agentes vinculados al poder de la ley y al privilegio sobre el ‘orden de los signos’ en la modernidad latinoamericana (1984, 4). Por el contrario, el hecho de que en el texto se le identifique con apelativos como ‘antrop ofago’ y ‘bastardo’ (Garcıa Marquez 2003, 465; 435) —dado su origen ilegıtimo— manifiesta que el personaje se sit ua en un margen: fuera de las convenciones sociales reconocidas en el pueblo y, en consecuencia, fuera tambien del espacio de la institucionalidad letrada que las sustenta, cuyo origen en Macondo se remonta a la fundaci on de la aldea y a la racionalidad 9 instrumental del primer Jose Arcadio Buendıa. Mas a un, si hay alguien en la novela que tipifique al prototipo del letrado latinoamericano, ese es sin duda el coronel Aureliano Buendıa, pues en el efectivamente convergen la ley (las formas de la violencia legal) y la practica escrituraria plasmada en una obra poetica cuyos versos ‘ocupaban mas de cinco tomos’ (201). Aureliano Babilonia en cambio no escribe; pese a su condici on de hombre ‘encastillado en la escritura’ (462), su relaci on con esta no es de producci on sino de comprensi on —una curiosidad abierta marcada por el estudio, la lectura y el juego con la palabra escrita. Durante las tertulias con sus amigos, los ‘cuatro discutidores’, se da cuenta en efecto de que la literatura era ‘el mejor juguete que se habıa inventado’ (462). Lejos de perpetuar la funci on hist orica del letrado, Aureliano Babilonia la desplazara al final de la novela para revelarse como otro tipo de agente: aquel cuyo estudio minucioso de los pergaminos no corresponde ni a la ‘fundaci on’ ni a la ‘conservaci on’ de la ley hist orica de Macondo, sino al juego de lecturas, desciframientos y traducciones que genera el cuadro de su ‘destrucci on’. 9 Piensese en los usos que el primer Jose Arcadio pretende darle a los inventos traıdos por los gitanos, tales como utilizar el iman para desenterrar el oro o convertir la lupa en un instrumento de guerra. Aunque sus on especulaciones muestren una ‘perversi on’ de la raz on tecnol ogica (von der Walde 2014, 112), su intenci on, dominio y poder-saber de la racionalidad instrumental. ciertamente responde a los patrones de acumulaci HISPANIC RESEARCH JOURNAL 267 No es difıcil entrever aquı el terreno extra~ namente com un en el que Benjamin y Garcıa Marquez se encuentran. Tal y como en ‘Para una crıtica de la violencia’ la efımera alusi on a la ‘violencia pedag ogica’, en tanto estudio y poder educativo, manifestaba una potencialidad destructora de la ley, la destrucci on de Macondo en Cien a~ nos de soledad sera indisociable de la crucial intervenci on signada por aquel que lee, descifra y estudia su ley (los pergaminos de Melquıades) sin pretender darle aplicaci on o vigencia. En ambos casos el estudio, la actividad concentrada de compresi on sin horizontes predeterminados, se sustrae a la dialectica circular de la violencia mıtica o legal. En cuanto a Benjamin, Giorgio Agamben ha sugerido l ucidamente que en sus reflexiones sobre Kafka el pensador aleman sienta una perspectiva que asimila la actividad del estudio a la operaci on destructora de la violencia pura o divina. En sus propias palabras, la lectura benjaminiana de Kafka propone ‘the enigmatic image of a law that is studied but no longer practiced’, lo cual corresponde al ‘unmasking of the mythico-juridical violence effected by pure violence’ (2005, 63). Se trata nada menos que de una desactivaci on de la ley en la que esta ‘no longer has force or application, like the one in which [Kafka’s] “new attorney”, leafing through “old books,” buries himself in study’ (2005, 63). El estudio de la ley sin su puesta en practica equivale a la destrucci on de su funci on y, para Agamben, representa una forma de ‘juego’ que libera del uso jurıdico de la ley e inscribe el horizonte de posibilidad de la justicia. ‘This liberation —concluira el fil osofo italiano— is the task of study, or of play’ (64). Es sorprendente que Agamben no haya reparado en la menci on a la ‘violencia pedag ogica’ en ‘Para una crıtica de la violencia’, pero su reflexi on sobre el estudio no s olo ilumina esa dimensi on olvidada del ensayo de Benjamin, sino que resulta pertinente para reconsiderar el contexto final de Cien a~ nos de soledad. Como el ‘Nuevo abogado’ de Kafka, Aureliano Babilonia tambien se entierra en el estudio de los manuscritos de Melquıades, y dedicado al ‘juego’ del aprendizaje resolvera ‘clavar las puertas y las ventanas [ … ] para no dejarse perturbar por ninguna tentaci on del mundo’ (Garcıa Marquez 2003, 493). Su proceso de lectura, por otra parte, sera una practica sin presupuestos o metas fijos, pues en principio el personaje no sabe a que conducira el desciframiento del documento. En este sentido, su labor de lector pareciera evocar lo que Scott Black denomina como ‘reading as adventure’, es decir, una experiencia de la lectura que desborda las fantasıas de autoafirmaci on y dominio textual para abrirse a la potencial irrupci on de lo otro ajeno e inesperado, confrontando a quien lee con la posibilidad ‘of self-deformation and even erasure’ (2013, 29). Y en efecto, al leer los pergaminos Aureliano Babilonia se hara testigo de la llegada de lo inesperado: la manifestaci on de la ‘c olera del huracan bıblico’ que sella su propia borradura (su muerte como personaje y lector) y emplaza la destrucci on que pone fin al cırculo de la violencia legal, a la historia de Macondo y a Cien a~ nos de soledad (Garcıa Marquez ltimo Buendıa, ademas, lo leıdo correspondera 2003, 495). En la experiencia final del u exactamente al ‘instante que estaba viviendo’ (495), con lo cual Garcıa Marquez no s olo sit ua la coincidencia entre estudio y destrucci on en el ‘aquı-ahora’ del personaje, sino tambien en relaci on al presente hist orico de nosotros, los lectores reales (Martin 1987, 111). Aureliano Babilonia se nos presenta entonces bajo la figura del estudiante-lector —aunque su caso sea el de un estudiante por completo ajeno a la instituci on educativa 268 A. QUIN que en Macondo siempre sirve al poder de turno—10 cuya intervenci on en la novela reportara el arribo de una ‘violencia no violenta’, irreducible a los mecanismos de fundaci on y conservaci on legales, pero efectivamente ‘destructora’ de la violencia mıtica en la variante benjaminiana antes expuesta. Y esta perspectiva le confiere una nico habitante de Macondo relevancia inusitada al hecho de que el personaje sea el u preocupado por mantener viva la memoria de la huelga bananera y de la masacre militar perpetrada contra los trabajadores. Como se sabe, el episodio de la huelga y masacre de las bananeras se basa en acontecimientos hist oricos reales ocurridos entre noviembre y diciembre de 1928 en las inmediaciones de Cienaga, municipio de la regi on caribe colombiana, donde habıan sido establecidas las extensas plantaciones de banano de la compa~ nıa norteamericana United Fruit Company. La huelga, considerada por algunos como la mayor movilizaci on de masas en la historia de Colombia o pronto dimensiones generales y tuvo una marcada (Archila 2009, 151), adquiri influencia de corrientes anarco-sindicalistas que ya para la epoca estaban firmemente  arraigadas en la zona (LeGrand 2009, 26–27; Sanchez Angel 2009, 61). Las denuncias de los trabajadores contra la precarizaci on laboral en las plantaciones fueron impugnadas por la compa~ nıa, y el gobierno colombiano se apresur o a deslegitimar la protesta como un acto subversivo, imponiendo el estado de excepci on en la zona y delegando toda autoridad en los escuadrones militares que perpetrarıan la masacre.11 En la novela el recuerdo de la masacre sera reprimido por las autoridades y finalmente borrado del discurso colectivo durante el diluvio, consolidandose la versi on oficial seg un la cual ‘[e]n Macondo no ha pasado nada’ (Garcıa Marquez 2003, 370), y escenificando en ello, una vez mas, la completa indistinci on entre regla y excepci on. Sin embargo, la verdad de lo sucedido permanecera activa en la memoria de Aureliano Babilonia; esta es la herencia inmaterial que recibe de su tıo, Jose Arcadio Segundo, a quien Fernanda del Carpio acertadamente reconoce como ‘el anarquista’ (355) de la familia por su militancia sindical y su protagonismo en la huelga. Ası, el personaje que estudia el manuscrito de la ley hist orica de Macondo es el mismo que conserva la reminiscencia de la huelga general (y del trauma de la masacre), haciendo efectivo un vınculo especıfico entre aquellos dos aspectos que en el ensayo de Benjamin apuntaban a la potencial manifestaci on de la violencia pura o divina. En otras palabras, el principio de destrucci on que Aureliano Babilonia actualiza al final de la novela aparece mediado por la convergencia entre estudio y huelga, por la lınea que conecta la herencia del pariente anarquista y el particular poder educativo del estudiante-lector que en otro plano la recoge, le da continuidad y la consuma. En esta convergencia, en el sedimento narrativo de este vınculo, yace la clave para imaginar a Garcıa Marquez como lector de Benjamin, o, dicho de otro modo, para aproximarnos al Garcıa Marquez que en Cien a~ nos de soledad inventa a Benjamin como uno de sus precursores. 10 Hay varios ejemplos de esto en la narracion: la transformaci on de la escuela en cuartel general del regimen de Arcadio; su posterior restauraci on bajo la lınea del gobierno conservador de Moncada; y las polıticas excluyentes que le impiden a Aureliano Babilonia ingresar a la escuela por ser hijo ilegıtimo. En la novela la instituci on educativa no solo responde a la dinamica de la violencia legal, sino tambien a lo que Althusser (1988) teoriza como ‘aparatos ideol ogicos del estado’. 11 ~alan que las vıctimas, entre muertos y heridos, Segun el reporte oficial s olo hubo trece muertos. Otros calculos sen ascendieron a mas de cuatro mil (Archila 2009, 165). HISPANIC RESEARCH JOURNAL 269  n del presente La excavacio >Que nos queda de Macondo luego de consumada su destrucci on? Siguiendo las intervenciones crıticas mas influyentes en torno al ‘boom’ de la literatura latinoamericana, la novela de Garcıa Marquez, como texto representativo, se inscribirıa en lo que podrıamos caracterizar como una perspectiva desarrollista o modernizante, extensiva incluso a toda la producci on literaria del perıodo. Seg un este consenso hermeneutico, e independientemente de si quienes lo suscriben son defensores o detractores crıticos del ‘boom’, la destrucci on de Macondo corresponderıa a una ruptura con el pasado destinada a resolver el anacronismo de la modernidad periferica latinoamericana respecto a la modernidad occidental. Cien a~ nos de soledad, en consecuencia, no serıa sino una instancia narrativa de ‘compensaci on’ frente al atraso endemico del continente, y el colapso que cierra su universo ficcional se~ nalarıa la transici on epocal hacia una inserci on o ‘refundaci on’ simb olica de la cultura latinoamericana dentro las coordenadas de la modernidad desarrollista global.12 Pero esta no es una consecuencia inevitable derivada del texto. Despues de todo, la destrucci on de Macondo, como ya vimos, remite al ‘aquı-ahora’ del presente que desborda el marco narrativo y nos exige, como lectores, asumirlo. Y esto, mas que refrendar una supuesta teleologıa hist orica desarrollista, constituye quizas una invitaci on de Garcıa Marquez a ‘excavar’ en las tensiones, las contradicciones y las promesas reprimidas o postergadas del presente. Pensar la destrucci on de Macondo en este sentido abrirıa sin duda numerosas rutas reflexivas que exceden el espacio de este ensayo. Sin embargo, una deriva productiva, acorde con el legado de estudio y huelga que se activa al final de la novela, autorizarıa a postular una extrapolaci on hist orica especıfica vinculada al contexto de emergencia de las protestas estudiantiles internacionales. Recordemos que Cien a~ nos de soledad se publica en 1967, justo hacia el termino de la decada que vio la irrupci on de la figura crıtica del estudiante, es decir, de aquellos que, como Aureliano Babilonia, el estudiante-lector, le dieron tambien una concreci on particular a la relaci on entre huelga y estudio para excavar en el campo de su propio presente hist orico. De ello fueron testigo, entre otros, las manifestaciones de los Students for a Democratic Society en los Estados Unidos, el Mayo del ‘68 frances, el Cordobazo argentino y las congregaciones de los estudiantes mexicanos tragicamente silenciados por la violencia militar en la Masacre de Tlatelolco. Esto no indica que debamos leer Cien a~ nos de soledad dentro de una l ogica causal en relaci on a las protestas estudiantiles de los a~ nos sesenta, sino que en su final la novela resuena con un ‘clima de epoca’ en el que los estudiantes catalizaron un desacuerdo democratico general que incluso rebas o sus demandas iniciales —el rechazo a la Guerra de Vietnam, a la burocratizaci on educativa, a la dictadura argentina, al fin de la autonomıa universitaria, seg un el contexto— para muchas veces convertirse en un disenso multitudinario, expandido por amplios sectores sociales, sobre las estructuras polıticas, sociales y econ omicas del momento. Es evidente que tal ‘violencia no violenta’ de los estudiantes palpita obstinadamente hasta el dıa de hoy, como lo demuestran las movilizaciones estudiantiles de 2011 en Chile y Colombia, que respondieron a la mercantilizaci on neoliberal de la educaci on y cuestionaron las bases de un sistema que se sostiene sobre la ley de la ganancia blandiendo 12 Este argumento subyace a las formulaciones de Rodrıguez Monegal (1971, 500); Martin (1987, 111–12); Gonzalez Echevarrıa (1990, 17–18); Avelar (1999, 12–13; 25–27); y von der Walde (2014, 112). 270 A. QUIN el lema del ‘fin del lucro’;13 o como lo demuestran igualmente las recientes marchas convocadas por los estudiantes de Parkland, Florida, contra el aparato industrial-militar norteamericano, el acceso irrestricto a las armas de asalto y la armamentizaci on de las escuelas. Los ejemplos podrıan multiplicarse. Pero en cada caso la deriva estudiantil, que es tambien una de las trazas que nos deja la destrucci on de Macondo en Cien a~ nos de soledad, ha insistido en el trabajo de la excavaci on del presente para incitarnos a actualizar, siempre y en cada momento, la exigencia incondicional de promesas democraticas pendientes. usula de divulgacio n Cla El autor no declara ning un conflicto de intereses potencial. Nota sobre el autor na literatura y cultura latinoamericanas en la Universidad de Utah, Alejandro Quin ense~ Estados Unidos. Es autor de numerosos artıculos sobre historia cultural, literatura y pensamiento polıtico en America Latina, y co-editor del volumen Authoritarianism, Cultural History and Political Resistance in Latin America: Exposing Paraguay (Palgrave, 2018). Actualmente trabaja en un libro centrado en las relaciones entre agrimensura y produccion cultural en America Latina. Bibliografıa Agamben, G. 2005. State of Exception. Trad. de K. Atell. 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