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San Juan: la memoria de un santo, fogatas y juegos en una Tarija de cuento

Cuando toda la luminaria estaba por extinguirse acostumbrada la gente a jugar con agua, así que continuaban las carreras y la general “vocinglería”, principalmente de la chiquillada y de la juventud

Fuente: Danitza Pamela Montaño T

23/06/2023

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Hace miles de años los pueblos del norte de Europa (hoy Suecia y Finlandia) festejaban con una gran fogata, danzas y comidas típicas, la llegada del solsticio de verano, el 24 de junio. El fuego significaba purificación y fertilidad. Las llamaradas de la fogata perpetuaban la luz, que duraría seis meses.


Ya en la era cristiana, esta tradición y otros ritos paganos llegaron a España, donde fueron apropiados por la Iglesia (en su afán de “cristianizarlo” todo) para contemporizar con las costumbres que no podían evitar. Así, la fogata fue adoptada para celebrar el nacimiento de San Juan Bautista.


La fiesta de “San Juan Bautista” se celebra en Bolivia el 24 de junio y la noche del 23 se acostumbró a encender fogatas. A esto se sumó un terrible hecho que impulsó aún más la tradición, se trata de la masacre de San Juan acaecida la madrugada de un 24 de junio de 1967.


En Tarija el festejo hace algunos años era similar, el apóstol San Juan era muy idolatrado por los campesinos, su imagen la llevaban en rogativa por los campos cuando tardaban las lluvias, se acostumbraba ofrecerle vísperas con llameantes luminarias que se encendían por todas las calles de la ciudad al igual que en el campo.


Para esto se juntaban grandes cantidades de “sunchuhuaycu” seco, unos arbustos que crecían por todas partes. Se los amontonaba en enormes piras sujetas con cañas huecas verdes y se encendían las tradicionales luminarias que daban agradable calor a aquellas frecuentemente frías noches de junio.


Tanto la “champa” como las cañas al quemarse producían un alegre chisporroteo con reventazones que gustaban a todos los asistentes y cuando estaban quemándose por la mitad comenzaban los saltos de los chicos y grandes sobre las llamas y brazas, siguiendo quizás costumbres ancestrales.


De acuerdo el libro de Agustín Morales Durán “Estampas de Tarija” en el campo los campesinos aprovechaban las brasas y el rescoldo para hacer cocer choclos a los que llamaban “tistinchos” y se comían con gusto.


Cuando toda la luminaria estaba por extinguirse acostumbrada la gente a jugar con agua, así que continuaban las carreras y la general “vocinglería”, principalmente de la chiquillada y de la juventud.


Al día siguiente las madres despertaban a los niños rociándoles con agua contenida en un pequeño vaso y minutos después toda la gente volvía a jugar con agua en la Recova (mercado).


En ciertos barrios se echaban suertes, fundiendo plomo y cuando éste estaba derretido lo vaciaban en tiestos con agua, formándose figuras de diversa clase a las que ciertas personas que sabían interpretarlas les encontraban determinados significados, sea de fortuna o de desgracia.


Las tradiciones que se fueron perdiendo

Fueron muchas las tradiciones que se fueron perdiendo en Tarija y Bolivia a continuación rememoramos algunas:



  • Saltos sobre la fogata: Los adultos e incluso los niños (¿o al revés?), saltaban para que les vaya bien.
  • Caminata sobre la brasa: A la medianoche jóvenes y adultos apartaban los pedazos de leña y dejaban la brasa, luego caminaban sobre ella.
  • Huellas: Hay quienes sellaban la planta del pie en la ceniza para que San Juan les traiga suerte.
  • Echar agua o tomar baño: Alusivo al bautismo. Se tomaba una ducha a medianoche y se mojaba a los vecinos la madrugada siguiente.
  • Fundir plomo: Se convertía el plomo en líquido, luego echado al agua dejaba formas caprichosas favorables o desfavorables. Si aparecía un ataúd, venía una muerte. Práctica frecuente porque los dentífricos venían en pomos de plomo.
  • Quema de trastes viejos: Quemaban muebles en desuso, ropa o zapatos a la fogata, para renovar las cosas.
  • Humo blanco: Por la orilla de la fogata sale humo blanco. A mayor humo, hay mejores augurios.
  • Chicoteada: Chicotearse, o que los padres “chicotéen” a sus hijos era una tradición para que puedan crecer unos centímetros más.




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