La primera vez que se habla de la vergüenza en las Escrituras en realidad se celebra la ausencia de ella: Adán y Eva estaban desnudos y no sentían vergüenza (Gn. 2:25). Las Escrituras apuntan a un destino final: la Nueva Jerusalén, donde nada vergonzoso jamás entrará (Ap. 21:27), un lugar donde los redimidos de cada nación celebrarán su eterna limpieza de la vergüenza por la sangre de Cristo. Antes de llegar allí, sin embargo, se desarrolla una historia trágica y sórdida en la que los descendientes de Adán exploran con creciente osadía las profundidades de la vergüenza a la que nuestra raza puede sumergirse. Aquí destacaremos tres maneras en las que nuestro mundo muestra corrupción en lo que a la vergüenza se refiere, concluyendo con un consejo a los cristianos sobre cómo debemos responder a nuestro mundo desvergonzado.

Deleitándose en lo que es vergonzoso

La vergüenza central de la raza humana es la idolatría, descrita en Romanos 1:22-25. Allí, Pablo dice que la raza humana «cambió la gloria de Dios por imágenes» e «intercambió la verdad de Dios por una mentira, y adoró y sirvió a la criatura en lugar del Creador». La raza humana se ha negado a adorar al Dios verdadero, a cambio, vergonzosamente concibe dioses y diosas, crea imágenes como el centro de su adoración y se deleita en ellas. Esta es la mayor vergüenza de todas: adorar y servir a las cosas creadas en lugar del glorioso Creador. Por lo tanto, el deleite en todas las religiones no cristianas, o en el ateísmo materialista, es vergonzoso.

En nuestro evangelismo, es esencial proclamar la ley de Dios para producir esa convicción y los correspondientes sentimientos de vergüenza en nuestros oyentes.

A partir este punto central, fluyen todas las demás vergüenzas menores. Romanos 1 revela que Dios entregó a la raza humana a una mente depravada (Ro. 1:28), y parte de esta depravación es deleitarse en lo que Dios llama vergonzoso. En Isaías 3:9, el profeta condena al pueblo de Jerusalén: «y como Sodoma publican su pecado; no lo encubren. ¡Ay de ellos!» Observa que Isaías está sorprendido de que no hagan ningún esfuerzo por ocultar su pecado, sino que realmente lo proclaman descaradamente como lo hizo Sodoma. Es muy malo pecar en secreto, pensando que ni siquiera Dios puede verte (Is. 29:15). Pero no hacer ningún esfuerzo por ocultarlo, como si el pecador estuviera realmente orgulloso de las cosas perversas que estaba haciendo, muestra una mayor profundidad de maldad. Peor aún, el pecador extiende su deleite depravado a los demás: «los cuales, aunque conocen el decreto de Dios que los que practican tales cosas son dignos de muerte, no sólo las hacen, sino que también dan su aprobación a los que las practican» (Ro. 1:32).

El mundo se deleita en pecadores audaces que burlan la Palabra de Dios y no esperan ningún castigo. Nuestra cultura celebra al habilidoso asesino de sangre fría, al ladrón audaz , al justiciero arrogante, al cantante obsceno, al creador rebelde, al comediante blasfemo, a la actriz desnuda, a esa «pareja glamorosa» que fornica , al atleta que se idolatra, al ocultista místico y demás. Tal vez el ejemplo más claro en nuestros días haya sido el movimiento de la homosexualidad; de ser algo casi universalmente considerado como vergonzoso, a convertirse en algo en lo que deberíamos complacernos. El movimiento por los derechos de los homosexuales busca no solo la tolerancia de lo que Dios llama pecaminoso, sino la celebración de ello en toda la sociedad.

Suprimiendo la vergüenza verdadera

Romanos 1:18 revela que las personas «reprimen la verdad» por su injusticia. Esta poderosa imagen muestra a los pecadores como reteniendo la verdad que se impone con fuerza sobre sus corazones. La santidad de Dios y nuestra vergüenza son verdades apremiantes. Cuando Adán y Eva comieron la fruta del árbol del conocimiento del bien y del mal, sus ojos se abrieron a su vergüenza e inmediatamente se escondieron el uno del otro. Pero mucho más importante, se escondieron de Dios, aterrorizados, debido a su sentimiento de vergüenza. La fabricación con hojas de higuera y el ocultarse detrás de los árboles de la presencia de Dios representan sus esfuerzos por reprimir su vergüenza a través de la auto-salvación.

De la misma manera, los pecadores de hoy a menudo sienten una profunda vergüenza por los pecados cometidos, y la Biblia revela que deberían sentirla. La frase frecuentemente repetida: «¡Deberías estar avergonzado de ti mismo!», es una verdad en la mayoría de los casos con respecto a nuestra pecaminosidad. Pero en lugar de correr hacia el Dios viviente por la salvación, los pecadores intentan una variedad de estratagemas para aliviar la quemadura de la vergüenza. Principalmente, atacan la vergüenza en sí misma. Proverbios 30:20 dice: «Así es el camino de la mujer adúltera: come, se limpia la boca, y dice: No he hecho nada malo». Muchos corren hacia psiquiatras y otros consejeros que son hábiles para persuadirlos de que sus acciones fueron «perfectamente normales». Más allá de esto, las personas tratan de ocultar sus sentimientos de vergüenza haciendo buenas obras o adormeciendo sus mentes con drogas, alcohol o placeres terrenales.

Buscando avergonzar a los justos

Por el contrario, nuestro mundo también amontona abusos contra aquellos que defienden la justicia en nuestra era corrupta. Isaías 5:20 capta la brújula moral defectuosa de nuestra época: «¡Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal, que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas!» Entonces nuestra cultura se deleita en lo que es vergonzoso y se avergüenza de lo que Dios encuentra deleitoso. Recientemente vi una camiseta que proclamaba: «La homosexualidad no es vergonzosa; la homofobia sí». El nuevo término homofobia (hacia 1969) implica que la convicción bíblica sobre ese pecado es en sí misma una forma de enfermedad mental. Cuando el jugador de fútbol de la Universidad de Missouri, Michael Sam, se declaró homosexual, sus compañeros le dieron una gran ovación en un partido de baloncesto. Cualquiera que se negara a pararse y echar porras ciertamente lo hubieran hecho sentir avergonzado.

Nadie en la historia ha experimentado una humillación más injusta que Jesús. El único hombre perfecto que alguna vez vivió no tenía nada de qué avergonzarse, pero Su perfecta justicia suscitó un profundo odio por parte de Sus enemigos. «Fue despreciado y desechado de los hombres» (Is. 53:3), y derramaron vergüenza sobre Él. Ser arrestado en público, enjuiciado, condenado, despojado y azotado, escupido y burlado, exhibido por las calles de Jerusalén hasta que estuvo fuera de las puertas, y crucificado a la vista de la multitud que pasaba, todas estas cosas fueron diseñadas para avergonzarlo al máximo. Sin embargo, Jesús consideró que esta vergüenza pública no tenía importancia en comparación con la gloria insuperable que estaba trayendo a Su Padre mediante esta obra expiatoria, y el gozo eterno que estaba trayendo a Sus ovejas al morir por ellas: «Jesús …quien por el gozo puesto delante de Él soportó la cruz, menospreciando la vergüenza, y se ha sentado a la diestra del trono de Dios» (Heb. 12:2). Las palabras «menospreciando la vergüenza» dejan en claro que el mundo lo colmó de abusos, pero al sopesarlo con el gozo que estaba comprando, pensó que era un pequeño precio a pagar.

Ahora bien, si el Jefe de la familia fue abusado tan vergonzosamente, también deberíamos esperar lo mismo. El mundo busca agresivamente avergonzar a los cristianos que viven abiertamente para Dios, que predican el evangelio de Cristo como el único camino de salvación, que defienden valientemente a los pobres y necesitados, que se oponen a las leyes injustas. Pablo sintió el mecanismo poderoso y avergonzante del mundo cuando iba de lugar en lugar predicando el evangelio de Cristo y fue arrestado y golpeado en muchos de ellos. Pero él afirmó abiertamente: «Porque no me avergüenzo del evangelio, pues es el poder de Dios para la salvación de todo el que cree» (Ro. 1:16). Pedro dijo que el mundo se sorprenderá amargamente cuando no participemos en la misma inundación de libertinaje en que viven, y nos ultrajarán (avergonzarán) (1 Pe. 4:4).

Cómo debería responder la Iglesia

Los cristianos deben mostrar humildad en el tema de la vergüenza y dar un ejemplo al mundo. Debemos reconocer que nuestro pecado es algo vergonzoso, y que los sentimientos de vergüenza son respuestas razonables a la convicción del Espíritu Santo (Ro. 6:21 ). En nuestro evangelismo, es esencial proclamar la ley de Dios para producir esa convicción y los correspondientes sentimientos de vergüenza en nuestros oyentes. Pero también debemos mostrar y proclamar el gozo del perdón total que la cruz de Jesucristo prodiga a cualquiera que cree solamente en Él. Como Romanos 10:11 dice: «Todo el que cree en Él no será avergonzado».

También deberíamos esperar que el mundo inconverso se deleite en una vergüenza cada vez mayor, «yendo de mal en peor» (2 Ti. 3:13). No deberíamos sorprendernos si el mundo nos odia y busca avergonzarnos (1 Jn. 3:13). Pero como Cristo, debemos soportar el sufrimiento, menospreciando (pensando muy poco de) la vergüenza (Heb. 12:2). Como Pablo, debemos predicar con valentía el evangelio y no avergonzarnos de él (Ro. 1:16). Debemos resistir cualquier tentación de avergonzarnos de Cristo y de Sus palabras en esta generación adúltera y pecadora (Mr. 8:38), para que Él no se avergüence de nosotros cuando regrese en gloria. Y deberíamos estar dispuestos a permanecer bajo la cruz de Cristo, fuera de la puerta, y soportar el oprobio que soportó (Heb. 13:12–13). Solo de esta manera, Dios nos usará para rescatar a los pecadores de la vergüenza eterna.

El Dr. Andrew M. Davis es pastor de la First Baptist Church en Durham, Carolina del Norte, y profesor adjunto de teología histórica en Southeastern Baptist Theological Seminary.