El reino suevo de Rechila y Rechiario, el primer reino peninsular

En la entrada anterior participamos en las convulsiones políticas que el Imperio experimentaba entre tres de sus generales: Félix y Aecio en Italia y Bonifacio en África. Las disputas entre los generales habían llevado a los vándalos a embarcarse camino de las provincias africanas con intención de derrotar en batalla al gobernador de éstas; un viaje que buscaba un enfrentamiento que nunca llegó y que, por el contrario, tuvo como recompensa un hogar y un reino para los vándalos con capital en Cartago.

Una vez estos vándalos –junto con otros pueblos– salieron camino de África; sólo quedaron en la Península los suevos como invasores asentados en la Galaecia. En un principio, al Estado romano le bastaría con desmantelar este incipiente y poco organizado reino, pero lo cierto es que en estos momentos su impotencia era tal que una simple expedición parecía ya una gesta propia de los generales del pasado, generales de tiempos mejores. Aecio había asesinado a su colega Félix en un complot junto a toda su familia, quedando únicamente él y Bonifacio en la escena política romana. Ambos desataron una nueva guerra civil que se saldó con la derrota de Bonifacio en 435 en Rímini.

Imagen 1: Flavio Aecio. Este general, comúnmente apodado como «El último romano», fue el que logró detener en una victoria táctica a los hunos que hubieran dado al traste con los restos del Imperio Occidental. Fuente: wikimedia.org

Aecio así se convertía en el único valedor de la augusta Gala Placidia y en el ostentador de prácticamente todo el poder de Occidente mientras ésta permanecía absorta en la seguridad de su hijo. Aecio conocía bien a los godos pues había nacido en Durostotum (Bulgaria) y estaba casado con una goda; además siempre fue admirado por su austeridad, su capacidad militar y su sagacidad. A pesar de ello la relación con ellos fue ambigua debido al continuo afán expansionista de este pueblo por la Galia. Pese a ello la diplomacia fue buena y los visigodos continuaron ayudando a Aecio en lo que respectaba a las provincias hispanas.

Nuestro cronista estrella para este período, Hidacio, recoge que los godos de Aquitania fueron los grandes protagonistas en los enfrentamientos contra los suevos de Hispania; si bien también resalta el papel resistente de algunas familias autóctonas como los Cantabri, familia que fue apresada por los suevos. Pero a pesar de ese estado de guerra constante, Hidacio también recogió los momentos de paz y los acuerdos entre los hispanos y los invasores, acuerdos firmados muchas veces únicamente con el genérico de “plebe”, pues las comunidades estaban asumiendo ya una absoluta autonomía ante el vacío real de poder y autoridad imperial. A pesar de ello, sabemos por él que cuando la situación era realmente crítica, los habitantes intentaban que el general Aecio interviniera para liberar la región como único representante de un Imperio ya lejano.

Imagen 2. Representación aproximada de la máxima extensión del reino suevo ante la impotencia del Imperio de frenar a los invasores. Fuente: wikimedia.org

Fue una ruptura –como otras muchas– de los acuerdos contraídos con Rávena la que llevó a los suevos a expandirse por la Lusitania y la Bética, lo que ya obligó a la población a reaccionar y también a dedicar un mayor esfuerzo desde Italia. En 438 los suevos  del rey Rechila barrían las fuerzas del noble bético Andevoto, al que arrebataron grandes riquezas en botín. Después los suevos retrocedieron y entraron en Mérida, y no sólo eso sino que además capturaron al conde Censorio, enviado del emperador, en Mértola (Portugal). Conquistó después Sevilla y puso bajo su control –aunque nominalmente– la Bética y la Cartaginense, muriendo poco después en la capital de la Lusitania. Debemos tomar con cautela las afirmaciones de Hidacio cuando nos dice que los suevos “conquistaron” tan extensas regiones de territorios cuando aún eran muy pocos y no tenían una organización bien definida. Lo que sí es cierto es que parece que todas estas correrías y asedios de grandes ciudades buscaban labrar un prestigio que oponer al de los visigodos y al de los emperadores para lograr así un reconocimiento que éstos hubieran de tener en cuenta. Los suevos querían demostrar un poder real, alejado ya del pillaje y el temor que pudieran ejercer bandas de bárbaros desolando unos cuantos campos.

En 422 los visigodos volvieron a Hispania como federados auxiliares del general Vito, pero contra todo pronóstico no acudieron a echar a los suevos sino a castigar a los habitantes de la Bética y la Cartaginense por sus intentos de rebeldía y para forzarlos a pagar íntegramente el impuesto de la annona militaris. Esto fue la gota que colmó el vaso para muchos aristócratas hispanos que vieron como el emperador era ya algo que ni los representaba ni los gobernaba. De este modo fueron los propios hispanos los que derrotaron y echaron a las tropas romanas y, tras estar todo revuelto, los suevos reaparecieron para aprovechar la situación una vez más.

Poco a poco el poder de los suevos crecía y los hispanorromanos los sentían ya como una amenaza más cercana, capaz de convertirse en el nuevo yugo sustituyendo al viejo Imperio.

Muerto Rechila, fue su hijo Rechiario el que dio un giro a las tornas en el momento más apropiado. Lejos de mostrarse tan beligerante y depredador, propuso a los godos de Teodorico el fin de las hostilidades con el fin de afianzar su dominio en la Galaecia. El resultado no pudo ser más satisfactorio y el acuerdo se selló entre el matrimonio del rey suevo y una de las hijas del rey visigodo. El episodio revela algo que no debe escapar a los ojos del lector, y es que como puede observarse, los godos iban sustituyendo poco a poco al poder imperial como regidores de Occidente. La fecha de estos acuerdos se encuentra entre 445 y 450, un momento de máxima autonomía del reino de Tolosa frente al imperio de Rávena. Por estas fechas Rechiario incluso acuñaba ya moneda de plata en Braga con la leyenda Rechiari reges.

Imagen 3. Sólido acuñado en el reino suevo a nombre de Honorio. Las emisiones bárbaras trataban de emular a las romanas, pero con un arte mucho más descuidado a la hora de labrar las monedas. Fuente: tesorillo.com

Ambos monarcas germanos habían comprendido ya que un Imperio que había perdido África, gran parte de Hispania, que tenía Galia repartida entre diversos pueblos germánicos y que había dejado hace mucho de recibir noticias desde Britania, presa ya de sajones y pictos, era una buena presa de la que alimentarse y beneficiarse. Las defensas del Rin y el Danubio eran ya restos de tiempos mejores e Italia volvía a sus fronteras de época republicana.

Todo parecía sucederse de forma inevitable entre suevos, godos y romanos pero, fue un hecho acaecido en 450 el que supuso que romanos y visigodos se unieran en armas una vez más. El azote de Dios, como fue llamado en su tiempo, llamaba a las puertas de Europa.

Bibliografía:

CANDELAS COLODRÓN, C.: “Hidacio, ¿Obispo de Chaves? Iglesia, territorio y poder en el siglo V”, en Gallaecia, 21, pp. 287-294, 2002.

C. DÍAZ, P.: El reino suevo (411-585), Madrid, 2013.

JIMÉNEZ GARNICA, A. Mª: Nuevas gentes, nuevo imperio: los godos y Occidente en el siglo V, Madrid, 2010.

SANZ SERRANO, R: Historia de los godos. Una epopeya histórica de Escandinavia a Toledo, Madrid, 2009.

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