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Historia de la Artillería.

Artillería de Bronce

 

Por el Coronel Don Antonio de Sousa y Francisco

 

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Contenido de esta página:

 

Capítulo IV. Segunda Época: Artillería de Bronce. Siglos XVI y XVII.

  • Adelantos de la Artillería.
  • Características de las Piezas Lisas.
  • Los Montajes.
  • Aspecto Exterior de las Bocas de Fuego.
  • Las Culebrinas.
  • Los Cañones 
  • Innovaciones
  • Las Municiones Juegos de Armas y el Cartucho.

 


 

Capiítulo IV

Segunda Época: Artillería de Bronce. Siglos XVI y XVII.

 

Adelantos de la Artillería.

Empieza la Artillería del siglo XVI con varias innovaciones. La de mayor trascendencia es que las piezas se construyen de metal fundido: bronce, aleación de cobre y estaño. La proporción empleada era 8 a 10 libras de estaño por cada 100 de cobre nuevo. Ya no constan de dos partes separadas, como las bombardas, sino que son de una sola pieza, reduciendo de este modo los escapes de gases que se producían entre la caña y la recámara. Además se cargan por la boca, es decir, de avancarga ó antecarga, con lo que la carga resultaba muy abreviada al desaparecer la larga operación de enchufar la recámara a la caña y atar ambas al montaje. Se eliminaban así, las roturas de las cuerdas de sujeción y amarre que provocaban frecuentes accidentes en los que salía despedida la recámara con fuerza tremenda lanzando un chorro de fuego. Otra innovación importante es la aparición de los muñones (Figs 1 y 2, letra F), copiados de los morteros y falconetes, que sirven de eje de giro a la boca de fuego, facilitando la puntería en elevación. Para el manejo de las piezas por medio de cabrias (especie de grúas) se les dota de dos asas (E), que adoptan la forma de delfines, reptiles, simios, etc. Se mejoró y unificó la fabricación de las pólvoras, que hasta final del siglo XV era libre, y los bombarderos habían de tener mucho cuidado con las proporciones empleadas pues provocaba numerosos y terribles accidentes en los primeros tiempos. Así se clasificaron en pólvoras flojas (ó flacas) y soberbias, según su menor ó mayor fuerza y viveza, adaptándolas al empleo para el cual se destinaban. La inadecuada proporción medieval se fue corrigiendo a lo largo del siglo XVI y ya a mediados del XVII era de 70% de salitre, 16 % de azufre y 14 % de carbón.

 

 

Características de las Piezas Lisas.

Las características de la artillería de ánima lisa subsistieron, con pocas variaciones, desde principios del siglo XVI hasta bien entrado el XIX, en que aparece el rayado del ánima. El ánima de las piezas lisas era cilíndrica en su interior y, por tanto, de sección circular, pues sólo de este modo podía salir la bala esférica sin atorarse. Esta forma cilíndrica sufre en los morteros y pedreros un estrechamiento en el fondo del ánima, que se llama recámara (Fig. 5, N), donde se coloca la carga de pólvora para el disparo. Las culebrinas y cañones no estaban dotados de recámara, pues ésta era la prolongación del ánima. El espesor de las paredes varía a lo largo de la boca de fuego, pues exteriormente la pieza no es cilíndrica sino constituida por varios cuerpos, cilíndricos ó troncocónicos de diferente grosor unidos por bases comunes, con el máximo espesor en la culata que va disminuyendo hacia la boca. A partir del siglo XVII se construyen las piezas para la marina de hierro fundido, debido a un criterio de economía, pues con lo que costaba un cañón de bronce se construían diez de hierro, y los navíos se artillaban con gran cantidad de ellos. La artillería de costa también se construye de hierro por idéntica razón. Desde la primitiva artillería y hasta mediado el siglo XIX, el calibre de las piezas se definía en libras de peso de la bala maciza de hierro y no en medida de unidad lineal del diámetro del ánima.

 

Los Montajes

Los montajes (Figs. 3 y 4) también se transforman, tomando ya al principio de esta época, la forma que habían de conservar durante casi tres siglos. Se componían de cureña y ruedas. La cureña estaba formada por dos pesadas piezas de madera, llamadas gualderas (L), unidas entre sí por otras más pequeñas, teleras (M), y reforzadas con diversos herrajes. En las gualderas iban las muñoneras, sobre las que apoyaban los muñones de la boca de fuego. Llevaban dos ruedas de radios, también de madera y con llanta de hierro. Para el transporte, los tubos de las grandes piezas se llevaban en carromatos y aparte sus cureñas y se montaban por medio de cabrias (grúas) al llegar a sus asentamientos. Esta fue la temible Artillería del Emperador Carlos I y de los reyes de la Casa de Austria (Fig. 7).

 

 

Aspecto Exterior de las Bocas de Fuego (Figs. 1 y 2)

Varió mucho, con los tiempos, el trazado exterior de las bocas de fuego que las convertía en primorosas obras de arte y cuya estética preocupaba en gran manera a los usuarios y fabricantes. Con las primeras culebrinas aparece ya la culata cerrada con la lámpara (B) y rematada por el cascabel (A), que adoptaba formas caprichosas como cabezas de simio, de dragón, de perro, etc. Llevaban en la faja alta de la culata (C) las divisas ó leyendas, el nombre del fundidor, el lugar de fabricación y la fecha de fundición; en el muñón derecho su peso en libras y en el izquierdo la procedencia de los metales empleados. Las culebrinas, especialmente las fundidas en Flandes, se adornaron con figuras de aves, animales varios y adornos flamígeros. Los cañones llevaban siempre el complicado escudo de armas reales y el nombre del Monarca (D), el escudo del Gran Maestre ó Capitán General de la Artillería y su nombre (G). Además, el nombre del cañón, porque cada uno tenía el suyo propio, que eran casi siempre nombres retumbantes o amenazadores, como El Rayo, El Matador, El Destruidor, El Dragón, ó mitológicos, como Hércules, Acetábulo, y también religiosos, como Nuestra Señora de Guadalupe ó San Bartolomé. En el tren de artillería que trajo el Emperador a Valladolid en 1522, figuraban dos tiros llamados El Pollino y La Pollina, otro Espérame que allá voy, dos llamados Santiago y Santiaguito, otro La Tetuda, y también estaba El Gran Diablo. Tampoco la fantasía quedó corta en cuanto a lemas y divisas. En el siglo XVI eran muy variadas, cinceladas en flamenco ó en latín, como las que lleva la Artillería del Emperador Carlos I, algunas de motivo religioso, como Ave María Gratia Plena, otras dando sanos consejos morales, Considera bien y ten presente el fin. Teme a Dios, otra advierte altanera Huid todos de mí porque cumplo los preceptos de mi señor, y las más numerosas, se refieren ampulosamente al efecto que causarán al enemigo, como No solamente los rayos del sol, sino los relámpagos de Júpiter mando.

 

Las Culebrinas (Fig. 1)

La Artillería de los primeros tiempos sirvió para la guerra de los sitios, pero ya a finales de la Primera época se aspiraba a que pudiese acompañar a los ejércitos para apoyarles en las batallas campales, para lo cual se necesitaban piezas ligeras, y por esta causa disminuyeron los calibres de las bombardas al final del siglo XV. Al mismo tiempo interesaba mayor alcance para ofender al enemigo desde una distancia lo mayor posible, para lo cual era necesario contar con tubos muy largos para aprovechar al máximo la fuerza de los gases producidos en la combustión de la pólvora. Como consecuencia surgen las piezas del género culebrina, de calibre reducido y gran longitud de tubo, que constituyen la pieza característica del siglo XVI. La clasificación de las piezas de este género es complicada, pues cada fundidor daba las longitudes y espesores a su capricho, resultando que bajo la misma denominación existían piezas de diferentes pesos, y lo que era peor, de distinto calibre. Ajustándonos a documentos de la época, denominamos culebrina a la pieza que cargaba bala de 16 a 30 libras (7.5 a 14 Kgs.) y de calibres menores eran la media culebrina y el sacre ó cuarto de culebrina. La longitud de ánima era de 25 á 35 calibres, llamándose legítima la de 30 (Fig 1). El peso de estas piezas era muy variable, en el Museo del Ejército de Madrid existen sacres cuyo peso es de 1,000 Kgs. y la magnífica culebrina Nta. Sra. de Guadalupe, cuyo peso es de 5,888 Kgs. y cargaba bala de a 24 libras (11.8 Kgs.). El alcance máximo de las culebrinas era de 4,500 m, pero eficaz de unos 400; 300 m para la media culebrina y 250 para el sacre, a partir de estas distancias no tenía la bala suficiente velocidad ni precisión. A principios del siglo XVII empezaron a desaparecer, o por lo menos a no fundirse las piezas del género culebrina, aunque muchas de ellas quedaron en las dotaciones de las plazas fuertes hasta mucho tiempo después. Varias piezas de este género que se exponen en la Planta de Artillería del Museo del Ejército, curiosamente fueron capturadas a los moros en la Campaña de Africa de 1859-60, es decir, estuvieron en servicio más de 200 años. ¡Menudos fabricantes!

 

Los Cañones (Fig. 2)

A causa de su pequeño calibre, las culebrinas no servían para batir los muros de las fortalezas y por esta razón, en el primer cuarto del siglo XVI, aparece otro tipo de pieza, el cañón, de calibre mucho mayor, pero también más cortos a fin de que fuesen menos pesados y de menor alcance, ya que para su cometido el gran alcance no interesaba. Al igual que las culebrinas, los cañones eran de bronce fundido, de ánima lisa y de avancarga y fue la pieza que caracterizó a la artillería del siglo XVII, suponiendo el fin de las culebrinas, a las que sustituyó. Se denominaba cañón a la pieza que disparaba bala de 24 a 56 libras (11.8 a 26 Kgs.), y de calibres menores eran el medio cañón, el tercio de cañón ó tercerol (también llamado berraco), el cuarto de cañón y el octavo de cañón que cargaba bala menor de a 3 libras de peso. La longitud del ánima era de 25 a 30 calibres, llamándose legítimo el de 20 (Fig 2). Su peso variaba, un cañón de a 24 libras pesaba unas 3 toneladas y un cuarto de cañón de a 4 libras, unos 250 Kgs. El alcance máximo del cañón era de unos 4,000 m., pero el eficaz de 300 m. y 250 m. para el cuarto de cañón.

 

Innovaciones

A las piezas menudas se incorpora el sacabuche, de la familia de las culebrinas, de muy pequeño calibre pero de gran longitud, particularmente interesante porque se considera como el origen del arma portátil con que se dotó a la infantería poco antes de mediar el siglo XVI. Las piezas menudas, excepto el falconete, van desapareciendo reemplazadas por las nuevas armas portátiles, definiéndose ya como piezas básicas de la Artillería los cañones (Figs. 2 y 4) y los morteros (Figs. 5 y 6). Estos últimos junto con los pedreros continúan en esta poca con características análogas a los de la anterior. Morteros y pedreros tiraban normalmente con un ángulo de 45 e iban montados sobre un afuste de madera (Fig. 6).

 

 

Las Municiones Juegos de Armas y el Cartucho.

También los proyectiles empleados en esta poca sufrieron modificaciones de importancia. Las culebrinas y cañones utilizan la bala maciza de hierro, y también unas balas envueltas en estopa que se incendiaban e iluminaban el campo, llamadas balas de fuego. Pedro Navarro, en la Batalla de Marignano (1515) empleó por primera vez el tiro de metralla, saquete de lona o bote de hojalata, que esparcía trozos de hierro, piedras, balas de plomo, con notable éxito en la defensa de brechas y después se fue generalizando contra personal, en la Artillería de Campaña. Contra los buques se disparaba la bala roja, que era una bala corriente calentada al rojo cereza para producir incendios en el maderamen y otros proyectiles especiales, como la palanqueta, especie de barra terminada en dos gruesos apéndices y las balas encadenadas, que destruían la arboladura y velamen de los navíos. Los pedreros continan usando los bolaños de piedra y los cestos de guijarros, pero a finales del siglo XVI empezó a emplearse la bomba (Fig. 5, P), que era una esfera de hierro hueca y en su interior llevaba una carga de pólvora que hacía explosión por medio de una rudimentaria espoleta de mecha. La bomba fue el proyectil característico de los morteros hasta después de la mitad del siglo XIX y la utilizó por primera vez Alejandro de Farnesio en el sitio de Wachtendonk (1588) en Bélgica. También empezó a emplear el mortero la llamada pollada, que consistía en tres platos de madera con granadas explosivas, unidos por una espiga central y envueltos por una lona embreada.

Los juegos de armas (Fig. 4) para el servicio de las piezas se componían fundamentalmente de la cuchara (Q) para introducir la carga de pólvora por la boca de la pieza, el atacador (R) para comprimir la pólvora, la lanada (S) para limpiar o refrescar el ánima y el sacatrapos (T). A mediados del siglo XVI empieza a utilizarse el cartucho, al principio de papel, para la carga de las piezas. Se empleaba solo cuando se requería mayor velocidad de tiro.

En cuanto a la cadencia de fuego, se podían conseguir de 5 a 6 disparos por hora, refrescando las piezas frecuentemente con agua, y al día unos 80 ó 90 disparos. Con las piezas menudas podía llegarse al día hasta 150.

 


Aquí finaliza esta guía. 

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