Capiítulo IV
Segunda Época: Artillería de
Bronce. Siglos XVI y XVII.
Adelantos de la Artillería.
Empieza la Artillería del siglo XVI con varias innovaciones. La de
mayor trascendencia es que las piezas se construyen de metal fundido:
bronce, aleación de cobre y estaño. La proporción empleada era 8 a 10
libras de estaño por cada 100 de cobre nuevo. Ya no constan de dos
partes separadas, como las bombardas, sino que son de una sola pieza,
reduciendo de este modo los escapes de gases que se producían entre la
caña y la recámara. Además se cargan por la boca, es decir, de
avancarga ó antecarga, con lo que la carga resultaba muy abreviada al
desaparecer la larga operación de enchufar la recámara a la caña y
atar ambas al montaje. Se eliminaban así, las roturas de las cuerdas de
sujeción y amarre que provocaban frecuentes accidentes en los que salía
despedida la recámara con fuerza tremenda lanzando un chorro de fuego.
Otra innovación importante es la aparición de los muñones (Figs 1 y
2, letra F), copiados de los morteros y falconetes, que sirven de eje de
giro a la boca de fuego, facilitando la puntería en elevación. Para el
manejo de las piezas por medio de cabrias (especie de grúas) se les
dota de dos asas (E), que adoptan la forma de delfines, reptiles,
simios, etc. Se mejoró y unificó la fabricación de las pólvoras, que
hasta final del siglo XV era libre, y los bombarderos habían de tener
mucho cuidado con las proporciones empleadas pues provocaba numerosos y
terribles accidentes en los primeros tiempos. Así se clasificaron en pólvoras
flojas (ó flacas) y soberbias, según su menor ó mayor fuerza y
viveza, adaptándolas al empleo para el cual se destinaban. La
inadecuada proporción medieval se fue corrigiendo a lo largo del siglo
XVI y ya a mediados del XVII era de 70% de salitre, 16 % de azufre y 14
% de carbón.
Características de las Piezas
Lisas.
Las características de la artillería de ánima lisa subsistieron,
con pocas variaciones, desde principios del siglo XVI hasta bien entrado
el XIX, en que aparece el rayado del ánima. El ánima de las piezas
lisas era cilíndrica en su interior y, por tanto, de sección circular,
pues sólo de este modo podía salir la bala esférica sin atorarse.
Esta forma cilíndrica sufre en los morteros y pedreros un
estrechamiento en el fondo del ánima, que se llama recámara (Fig. 5,
N), donde se coloca la carga de pólvora para el disparo. Las culebrinas
y cañones no estaban dotados de recámara, pues ésta era la prolongación
del ánima. El espesor de las paredes varía a lo largo de la boca de
fuego, pues exteriormente la pieza no es cilíndrica sino constituida
por varios cuerpos, cilíndricos ó troncocónicos de diferente grosor
unidos por bases comunes, con el máximo espesor en la culata que va
disminuyendo hacia la boca. A partir del siglo XVII se construyen las
piezas para la marina de hierro fundido, debido a un criterio de economía,
pues con lo que costaba un cañón de bronce se construían diez de
hierro, y los navíos se artillaban con gran cantidad de ellos. La
artillería de costa también se construye de hierro por idéntica razón.
Desde la primitiva artillería y hasta mediado el siglo XIX, el calibre
de las piezas se definía en libras de peso de la bala maciza de hierro
y no en medida de unidad lineal del diámetro del ánima.
Los Montajes
Los montajes (Figs. 3 y 4) también se transforman, tomando ya al
principio de esta época, la forma que habían de conservar durante casi
tres siglos. Se componían de cureña y ruedas. La cureña estaba
formada por dos pesadas piezas de madera, llamadas gualderas (L), unidas
entre sí por otras más pequeñas, teleras (M), y reforzadas con
diversos herrajes. En las gualderas iban las muñoneras, sobre las que
apoyaban los muñones de la boca de fuego. Llevaban dos ruedas de
radios, también de madera y con llanta de hierro. Para el transporte,
los tubos de las grandes piezas se llevaban en carromatos y aparte sus
cureñas y se montaban por medio de cabrias (grúas) al llegar a sus
asentamientos. Esta fue la temible Artillería del Emperador Carlos I y
de los reyes de la Casa de Austria (Fig. 7).
Aspecto Exterior de las Bocas de
Fuego (Figs. 1 y 2)
Varió mucho, con los tiempos, el trazado exterior de las bocas de
fuego que las convertía en primorosas obras de arte y cuya estética
preocupaba en gran manera a los usuarios y fabricantes. Con las primeras
culebrinas aparece ya la culata cerrada con la lámpara (B) y rematada
por el cascabel (A), que adoptaba formas caprichosas como cabezas de
simio, de dragón, de perro, etc. Llevaban en la faja alta de la culata
(C) las divisas ó leyendas, el nombre del fundidor, el lugar de
fabricación y la fecha de fundición; en el muñón derecho su peso en
libras y en el izquierdo la procedencia de los metales empleados. Las
culebrinas, especialmente las fundidas en Flandes, se adornaron con
figuras de aves, animales varios y adornos flamígeros. Los cañones
llevaban siempre el complicado escudo de armas reales y el nombre del
Monarca (D), el escudo del Gran Maestre ó Capitán General de la
Artillería y su nombre (G). Además, el nombre del cañón, porque cada
uno tenía el suyo propio, que eran casi siempre nombres retumbantes o
amenazadores, como El Rayo, El Matador, El Destruidor, El Dragón, ó
mitológicos, como Hércules, Acetábulo, y también religiosos, como
Nuestra Señora de Guadalupe ó San Bartolomé. En el tren de artillería
que trajo el Emperador a Valladolid en 1522, figuraban dos tiros
llamados El Pollino y La Pollina, otro Espérame que allá voy, dos
llamados Santiago y Santiaguito, otro La Tetuda, y también estaba El
Gran Diablo. Tampoco la fantasía quedó corta en cuanto a lemas y
divisas. En el siglo XVI eran muy variadas, cinceladas en flamenco ó en
latín, como las que lleva la Artillería del Emperador Carlos I,
algunas de motivo religioso, como Ave María Gratia Plena, otras dando
sanos consejos morales, Considera bien y ten presente el fin. Teme a
Dios, otra advierte altanera Huid todos de mí porque cumplo los
preceptos de mi señor, y las más numerosas, se refieren ampulosamente
al efecto que causarán al enemigo, como No solamente los rayos del sol,
sino los relámpagos de Júpiter mando.
Las Culebrinas
(Fig. 1)
La Artillería de los primeros tiempos sirvió para la guerra de los
sitios, pero ya a finales de la Primera época se aspiraba a que pudiese
acompañar a los ejércitos para apoyarles en las batallas campales,
para lo cual se necesitaban piezas ligeras, y por esta causa
disminuyeron los calibres de las bombardas al final del siglo XV. Al
mismo tiempo interesaba mayor alcance para ofender al enemigo desde una
distancia lo mayor posible, para lo cual era necesario contar con tubos
muy largos para aprovechar al máximo la fuerza de los gases producidos
en la combustión de la pólvora. Como consecuencia surgen las piezas
del género culebrina, de calibre reducido y gran longitud de tubo, que
constituyen la pieza característica del siglo XVI. La clasificación de
las piezas de este género es complicada, pues cada fundidor daba las
longitudes y espesores a su capricho, resultando que bajo la misma
denominación existían piezas de diferentes pesos, y lo que era peor,
de distinto calibre. Ajustándonos a documentos de la época,
denominamos culebrina a la pieza que cargaba bala de 16 a 30 libras (7.5
a 14 Kgs.) y de calibres menores eran la media culebrina y el sacre ó
cuarto de culebrina. La longitud de ánima era de 25 á 35 calibres,
llamándose legítima la de 30 (Fig 1). El peso de estas piezas era muy
variable, en el Museo del Ejército de Madrid existen sacres cuyo peso
es de 1,000 Kgs. y la magnífica culebrina Nta. Sra. de Guadalupe, cuyo
peso es de 5,888 Kgs. y cargaba bala de a 24 libras (11.8 Kgs.). El
alcance máximo de las culebrinas era de 4,500 m, pero eficaz de unos
400; 300 m para la media culebrina y 250 para el sacre, a partir de
estas distancias no tenía la bala suficiente velocidad ni precisión. A
principios del siglo XVII empezaron a desaparecer, o por lo menos a no
fundirse las piezas del género culebrina, aunque muchas de ellas
quedaron en las dotaciones de las plazas fuertes hasta mucho tiempo
después. Varias piezas de este género que se exponen en la Planta de
Artillería del Museo del Ejército, curiosamente fueron capturadas a
los moros en la Campaña de Africa de 1859-60, es decir, estuvieron en
servicio más de 200 años. ¡Menudos fabricantes!
Los Cañones (Fig. 2)
A causa de su pequeño calibre, las culebrinas no servían para batir
los muros de las fortalezas y por esta razón, en el primer cuarto del
siglo XVI, aparece otro tipo de pieza, el cañón, de calibre mucho
mayor, pero también más cortos a fin de que fuesen menos pesados y de
menor alcance, ya que para su cometido el gran alcance no interesaba. Al
igual que las culebrinas, los cañones eran de bronce fundido, de ánima
lisa y de avancarga y fue la pieza que caracterizó a la artillería del
siglo XVII, suponiendo el fin de las culebrinas, a las que sustituyó.
Se denominaba cañón a la pieza que disparaba bala de 24 a 56 libras
(11.8 a 26 Kgs.), y de calibres menores eran el medio cañón, el tercio
de cañón ó tercerol (también llamado berraco), el cuarto de cañón
y el octavo de cañón que cargaba bala menor de a 3 libras de peso. La
longitud del ánima era de 25 a 30 calibres, llamándose legítimo el de
20 (Fig 2). Su peso variaba, un cañón de a 24 libras pesaba unas 3
toneladas y un cuarto de cañón de a 4 libras, unos 250 Kgs. El alcance
máximo del cañón era de unos 4,000 m., pero el eficaz de 300 m. y 250
m. para el cuarto de cañón.
Innovaciones
A las piezas menudas se incorpora el sacabuche, de la familia de las
culebrinas, de muy pequeño calibre pero de gran longitud,
particularmente interesante porque se considera como el origen del arma
portátil con que se dotó a la infantería poco antes de mediar el
siglo XVI. Las piezas menudas, excepto el falconete, van desapareciendo
reemplazadas por las nuevas armas portátiles, definiéndose ya como
piezas básicas de la Artillería los cañones (Figs. 2 y 4) y los
morteros (Figs. 5 y 6). Estos últimos junto con los pedreros continúan
en esta poca con características análogas a los de la anterior.
Morteros y pedreros tiraban normalmente con un ángulo de 45 e iban
montados sobre un afuste de madera (Fig. 6).
Las Municiones Juegos de Armas y el
Cartucho.
También los proyectiles empleados en esta poca sufrieron
modificaciones de importancia. Las culebrinas y cañones utilizan la
bala maciza de hierro, y también unas balas envueltas en estopa que se
incendiaban e iluminaban el campo, llamadas balas de fuego. Pedro
Navarro, en la Batalla de Marignano (1515) empleó por primera vez el
tiro de metralla, saquete de lona o bote de hojalata, que esparcía
trozos de hierro, piedras, balas de plomo, con notable éxito en la
defensa de brechas y después se fue generalizando contra personal, en
la Artillería de Campaña. Contra los buques se disparaba la bala roja,
que era una bala corriente calentada al rojo cereza para producir
incendios en el maderamen y otros proyectiles especiales, como la
palanqueta, especie de barra terminada en dos gruesos apéndices y las
balas encadenadas, que destruían la arboladura y velamen de los navíos.
Los pedreros continan usando los bolaños de piedra y los cestos de
guijarros, pero a finales del siglo XVI empezó a emplearse la bomba
(Fig. 5, P), que era una esfera de hierro hueca y en su interior llevaba
una carga de pólvora que hacía explosión por medio de una
rudimentaria espoleta de mecha. La bomba fue el proyectil característico
de los morteros hasta después de la mitad del siglo XIX y la utilizó
por primera vez Alejandro de Farnesio en el sitio de Wachtendonk (1588)
en Bélgica. También empezó a emplear el mortero la llamada pollada,
que consistía en tres platos de madera con granadas explosivas, unidos
por una espiga central y envueltos por una lona embreada.
Los juegos de armas (Fig. 4) para el servicio de las piezas se componían
fundamentalmente de la cuchara (Q) para introducir la carga de pólvora
por la boca de la pieza, el atacador (R) para comprimir la pólvora, la
lanada (S) para limpiar o refrescar el ánima y el sacatrapos (T). A
mediados del siglo XVI empieza a utilizarse el cartucho, al principio de
papel, para la carga de las piezas. Se empleaba solo cuando se requería
mayor velocidad de tiro.
En cuanto a la cadencia de fuego, se podían conseguir de 5 a 6
disparos por hora, refrescando las piezas frecuentemente con agua, y al
día unos 80 ó 90 disparos. Con las piezas menudas podía llegarse al día
hasta 150.