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El siglo XIV y buena parte del siglo XV fueron escenario de innumerables conflictos: depresión económica, fractura cultural y resquebrajamiento político en un escenario de guerras marcaron el tránsito hacia el siglo XVI. De la necesidad imperiosa por conseguir la paz en los diferentes reinos europeos, se derivaron dos repercusiones principales en el terreno político. Por una parte, los dos poderes tradicionales de la cristiandad medieval, el papado y el imperio, recuperaron, si no su anterior prestigio, sí su unidad. Por otra parte, a pesar de la gran variedad de formas institucionales de poder las monarquías feudales del medioevo salieron fortalecidas de una situación de crisis en la que habían conseguido erigirse lentamente en representantes de grupos nacionales, mucho más que de clientelas o huestes.

En Inglaterra, Francia, el Sacro Imperio, Polonia, Aragón y Castilla, entre otros, el rey, soberano cristiano consagrado por la Iglesia, se fue convirtiendo en la cabeza de una larga cadena de relaciones de vasallaje, encuadradas en el complejo marco del régimen señorial, y en el símbolo popular de la justicia. El monarca acumuló progresivamente amplios poderes, reforzando así su autoridad, cosa que le permitió vencer las resistencias y dotar de nuevos instrumentos al Estado.

Evolución

El absolutismo tuvo un largo proceso de evolución ligado al surgimiento de los estados modernios, desde principios del siglo XV hasta el  siglo XVI existió una primera fase del absolutismo llamado absolutismo en formación.
La primera etapa se caracterizó por la tendencia a la concentración progresiva del poder en manos del Rey, 
La segunda Fase fue llamado absolutismo pleno. En la segunda etapa existieron dos subperíodos: el primero, llamado  absolutismo compartido y que se extiende hasta finales del siglo XVII, donde estallaron todo tipo de revueltas y contestaciones. El segundo, llamado subperíodo de absolutismo maduro, el cual es el modelo ejemplar de poder absoluto, consagrado como arquetipo la Francia de Luis XIV.

Características,Políticas,Militares y Económicas 

  • Aspecto político: monarquía absoluta. De las guerras de religión sale vencedor el estado, que no reconoce poder universal (Papa, emperador)
  • Aspecto económico: se desarrolla el mercantilismo, riqueza depende de los metales preciosos
  • Aspecto social: predominio de la aristocracia, pero se desarrolla la burguesía
  • Aspecto espiritual: secularización, se impone el racionalismo y el empirismo (todo se basa en la experiencia)
  • Aspecto cultural: época del barroco.

El Despotismo Ilustrado 

La última versión del absolutismo fue la que se dio en la época ilustrada en el siglo XVIII. Se trata del Despotismo Ilustrado, un absolutismo que pretende realizar una serie de reformas en los estados recogiendo parte de las ideas y principios de la Ilustración. La definición de «despotismo ilustrado» nació en el siglo XIX en Alemania, y se refería a la última etapa del absolutismo monárquico en relación con Federico II de Prusia. Los historiadores alemanes decimononos hablaban de tres absolutismos, de tres etapas: el absolutismo «confesional» ejemplificado por Felipe II, el absolutismo de «corte» de Luis XIV, y el despotismo ilustrado de Federico.

Origen y Desarrollo

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A pesar de que los filósofos ilustrados criticaron la política y la sociedad de su época, no pretendieron que los cambios se dieran por la vía revolucionaria; confiaban más bien en un cambio pacífico orientado desde arriba para educar a las masas no ilustradas. Varios monarcas aceptaron las ideas propuestas por la ilustración y dieron origen al despotismo ilustrado.

Los problemas del Estado absolutista requerían de la colaboración de personas calificadas y con nuevas ideas, dispuestos a reformar e impulsar el desarrollo político y económico de las naciones. El monarca ilustrado es un soberano que acepta los principios de la Ilustración y desea ponerlos en práctica para lograr una mayor eficiencia del Estado, en beneficio de éste y de los súbditos.

El temor a la innovación es sustituido por una creencia en la posibilidad de alcanzar un futuro mejor, no por un cambio súbito, sino por una paciente labor educativa y legislativa, para la cual se necesitaba la colaboración de los ilustrados, cuyas ideas no constituían un pensamiento meramente especulativo, sino se convertirían en programas de gobiernos y se llevarían a la práctica.

 

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