¿Hasta cuándo el capitalismo?

El gran secreto detrás del éxito del capitalismo es el haber sabido esconder sus verdaderos costes.

                 –Si te gusta tanto el socialismo; ¿por qué no te vas a vivir a Cuba o a Venezuela?

Lo haré después de que tú, que amas el capitalismo, te vayas a trabajar en una maquila en Bangladesh

El gran secreto detrás del éxito del capitalismo es el haber sabido esconder sus verdaderos costes. Sus apologetas los disfrazan en un concepto elegante, sútil, incluso tierno y delicado, además de aparentemente inofensivo: externalidades. Los han bautizado, así, insinuando su ajenamiento de él, el ser meras casualidades, una serie de desafortunados eventos acaeciendo a su alrededor. Dos siglos de historia deberían haber enseñado ya a esta generación que estos costos del sistema, unos a ser asumidos por la sociedad en su conjunto, son inherentes a él, esenciales para su existencia, funcionales a su crecimiento. Se entiende que, una operación de propaganda infinita funcionando como una intervención quirúrgica capaz de extirpar todo mal de él, ha logrado eximirlo, a los ojos de muchos, de toda culpa por los daños causados. Al parecer, y como diría el poeta, «nunca más».   

El neoliberalismo, fase superior de expansión del capital, es una versión extrema del sistema, pero un estado establecido en el mundo por la existencia de circunstancias obligantes, una medida desesperada en respuesta a una situación urgente. Fue una decisión tomada, producto de haber alcanzado un escenario sin salida. Samir Amin entendió muy bien el modo de producción dominante como uno con cuatro siglos de crecimiento y uno último de marcado deterioro. Una larga tendencia a la hecatombe amplificada en siete grandes eventos: la Larga Depresión de 1873 – 1896, la Gran Depresión de 1929 – 1945, la crisis de la estanflación de 1973 – 1983, la Crisis del Sudeste Asiático de 1997, la crisis de las empresas punto.com de 2001, la Gran Recesión de 2007 y la actual desarrollada en el periodo 2020-2023.

Samir Amin

Karl Marx, aquel filosofo que tan bien entendió el sistema, vislumbró cómo las contradicciones a él inherentes lo enviarían a estados comatosos de forma regular; pero, alertaba él, en cada una de las visitas a las unidades de cuidados intensivos encontraría crecientes dificultades para dar con la dosis de medicina necesaria para recuperarse. Así, y como a todo anciano a quien el paso del tiempo le pasa factura y su degradación natural le demanda tratamientos más extremos cuyo uso puede llevar a la muerte, el capital ve la necesidad de aumentar su dosis hasta puntos peligrosos. En grados variados, los ingredientes de su fórmula medica han sido una cambiante mezcla de empobrecimiento de las condiciones de la mayoría trabajadora, colonialismo global, destrucción medio ambiental y colosal adquisición de deuda.

El marcado incremento de la dosis frente a los dolores causados por cada nueva crisis ha concluido en un daño sistémico que, a hoy, tiene a la economía mundial caminando al borde del abismo, siendo zigzagueada a cada paso por un cambio climático apocalíptico, una inequidad sin precedentes impidiendo el funcionamiento mismo de las estructuras del mercado, una crisis generalizada de la deuda global y, más importante, una clase trabajadora tomando conciencia de su extenuante situación y condición. Aunque manifestaciones de cada una de ellas, en diferentes grados, hacen parte ya de la historia del capitalismo, es imposible encontrar un momento en el pasado en donde tantas plagas invasoras se desataran en un exacto mismo periodo tiempo. 

Karl Marx

El proceso de crecimiento, maduración y desarrollo del capitalismo está ligado, en paralelo, con la construcción de la nación norteamericana. Y, hasta la década de los años setenta, las promesas realizadas por sus apologetas fueron materializadas. Algunas frases guardan entre sus palabras el significado de eras enteras, y, la siguiente, es una de ellas: gracias al capitalismo cada generación conquistó un mayor estándar de vida al de su antecesora. Tal alquimia era posible por el respeto a un poderoso principio: el crecimiento del salario se determinaba de forma directamente proporcional con el incremento en la productividad.  Emanaba del sistema una inequidad aceptable y la consolidación de un Estado de Bienestar afín a los intereses de la mayoría hacía del costo de vida uno accesible para grandes sectores poblacionales.

Pero de todo sueño se despierta y, para los años setenta, los capitalistas de Estados Unidos sentían sufrir una pesadilla en vida al notar cómo la tasa de beneficio del capital se estrechaba considerablemente, algo perfectamente demostrado por el economista británico Michael Roberts. Las flechas en caída en los gráficos indicaban disminución de utilidades; pero también que se advenía un infierno en la tierra. El principal factor para la pérdida de las utilidades era la consolidación de procesos de desarrollo en Europa y Asía, pues desde 1945 Estados Unidos se aclamaba como la economía número uno en todo el mundo, algo cierto pero que ocultaba una realidad indiscutible. Tal posición de honor en gran parte se conquistaba por la inexistencia de un número dos: Europa se recuperaba de la Guerra Mundial, Asía iniciaba su proceso de desarrollo, África y América Latina lidiaban con situaciones de colonización…

Richard Wolff

Las menores ganancias fueron las parteras del neoliberalismo, y, consecuentemente, de un marcado proceso de financiarización de la economía. Los secretarios delegados y las juntas directivas de las más poderosas compañías tomaron una decisión trascendental: congelar los salarios de sus trabajadores. El ingenio de Samir Amin lo explica con brillante claridad: «el capitalismo no puede afirmarse sin el dominio del trabajo por el capital». El costo de vida o, mejor entendido, los precios por los directivos empresariales impuestos, sí siguieron su regular escala al alza. Menores ingresos y costos más altos contrajeron tres acciones colectivas de la sociedad trabajadora: una, se vieron forzados a incrementar sus horas laborales al día; dos, traer un segundo sueldo al hogar para subsanar el déficit causado; y, tres, a tomar mucha deuda

Richard Wolff, el profesor marxista por excelencia de los Estados Unidos, vislumbra con sus palabras el tamaño del problema. Esta generación tomó deuda como «ninguna nunca antes en toda la historia de la humanidad». El Fondo Monetario Internacional, de boca de su directora, materializó el tamaño de tal calamidad: «la deuda mundial alcanzó el año pasado el nivel récord de 226 billones de dólares, equivalente a 256 % del producto interno bruto (PIB) del planeta». Irracionalidad descomunal. El relato de las acreencias modernas inicia en Estados Unidos teniendo como vehículo de crédito favorito, en un principio, las hipotecas. Pero, la riqueza en activos fijos de los nacionales no era suficiente para las necesidades básicas insatisfechas y, por ende, algo más debía crearse. Habrían de nacer para el mundo las tarjetas de crédito.

Kristalina Georgieva, directora del Fondo Monetario Internacional

Las hipotecas son conocidas como deudas seguras (secure debts) al estar atadas a un activo que respalda el crédito. Las tarjetas de crédito, por definición, tienen una condición contraria (insecure debts) y se denominan inseguras por su imposibilidad de respaldar el crédito con un activo garante. Por ese mayor riesgo asumido los bancos cobran un interés usurero (en Estados Unidos es del 18% anual, en Colombia del 20%) y, aun así, las prácticas bancarias logran incrementar los prohibitivos costos: tasas variables, anatocismo, y recalculo del valor de la compra, como denunció el famoso documental de Frontline. Los créditos hipotecarios, fomentados por iniciativas bancarias alocadas basadas en la idea de que la ingenieria financiera habia hecho del riesgo un evento del pasado, estallaron en una descomunal burbuja en 2007 que abocó la economía global a una crisis aún sin superar, en el episodio histórico denominado como la Gran Recesión.

La deuda alcanzó su punto de ebullición. La carga laboral está en su máximo de explotación. El karoshi (muerte por exceso de trabajo) y el karo-jisatsu (suicidios por el entorno laboral) se consideran ya una plaga en Japón. Más de 10.000 humanos fenecen en los lugares al que van a ganarse el sustento material de la vida. Y, para aquellos quienes adjudican tales prácticas a cuestiones culturales propias de la nación oriental, las cifras de los Estados Unidos les contraerán una desagradable sorpresa. En la potencia Atlántica, acorde al reporte de la BBC, «el 61% de los empleados considera que el estrés los ha enfermado y el 7% asegura haber sido hospitalizado por causas relacionadas con el trabajo». Concluye el medio diciendo que «el estrés está relacionado con la muerte anual de 120.000 trabajadores estadounidenses». Las cifras anteriores se empeoraron en época del Covid-19, al ser usado el Teletrabajo como un mecanismo para incrementar las obligaciones de los empleados. Así…

Actualmente puede decirse que el Karoshi ya no es un problema exclusivamente japonés, sino que se ha convertido en una preocupación global. La Organización Mundial de la Salud y la Organización Internacional del Trabajo han advertido que las largas jornadas de trabajo aumentan el riesgo de accidentes cerebro vasculares y males cardiacos. Según datos de la OMS, en el año 2016 se registraron 745 000 muertes por accidente cerebrovascular y cardiopatía isquémica. De acuerdo con un estudio de esta última organización, trabajar 55 horas a la semana o más aumenta un 35% el riesgo de accidente cerebrovascular y un 17% el riesgo de morir por una enfermedad cardiaca. De acuerdo con la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, en el 11% de sus países miembros las personas trabajan más de 50 horas a la semana. Entre los países miembros donde se trabajan más horas se encuentran Turquía con un 33% de los empleados seguido por México con cerca del 29%, Colombia con el 26.6%, Corea del Sur con 25.2% y Japón con 17.9% de sus empleados. Varias comunidades también padecen esta situación, como China, donde se utiliza la denominación Guolaosi, Corea del Sur, donde se llama Gwarosa, o India, que no utiliza una palabra específica, también registran casos de fallecidos por exceso de trabajo.

Karoshi

En parte, la deuda y el exceso de trabajo responden a una lógica: el agotamiento de los recursos. Los informes han sido presentados y los análisis ya se han realizado; pero las reacciones han sido pateticamente sosegadas. La pasividad de la sociedad frente a las alarmas anunciadas por los daños a sufrir por el cambio climático ha hecho emerger lo impensable. Un grupo de científicos, agrupados bajo el título de Scientist Rebellion, impactaron al mundo al abandonar la comodidad de sus laboratorios decididos a tomar acción en las calles. El 6 de noviembre de 2021, 21 hombres y mujeres de ciencia se encadenaron al puente de Glasgow para bloquearlo, en el marco de la COP26, como acto de rebeldía frente a la parsimonia política sobre la amenaza cerniéndose sobre toda forma de vida. Este año, aterrados con lo leído en lo publicado en el último informe entregado por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, los hombres y mujeres de las batas blancas han pedido pasar a la acción colectiva, solicitando las ciudadanías del mundo tomen las calles y con la desobediencia generar un movimiento para evitar un espeluznante ecocidio. Una revolución masiva.

Y es, el New York Times, aquel explicando sin ambigüedades a quien señalar con el dedo acusador

El verdadero culpable de la crisis climática no es ninguna forma particular de consumo, producción o regulación, sino más bien la manera en que producimos globalmente, que es por ganancias en vez de sustentabilidad. Mientras esa norma esté vigente, la crisis seguirá y, dada su naturaleza progresiva, empeorará. Ese es un hecho difícil de confrontar. Sin embargo, desviar la mirada de un problema aparentemente irresoluble no hace que deje de ser un problema. Debemos decirlo claramente: la culpa es del capitalismo.

Bloomberg titula en concordancia con su competencia, aunque matiza la situación del acusado: «El capitalismo provocó el cambio climático; también debe ser la solución». Ridículo, por decir lo menos; pero comprensible la postura de una de las armas de propaganda favoritas del sistema, una de esas instituciones tan apologéticas de sus valores como ciega de sus errores.

Cambio climático

Con una clase trabajadora endeudada, explotada, agotada, la demanda agregada en la economía se degrada hasta perecer. Y las amenazas al sistema se hacen tan preocupantes para los opresores como ilusionantes para los oprimidos: la Ley General de Acumulación Capitalista de Karl Marx dictamina a la subida de salario por falta de trabajadores como la contradicción máxima del capitalismo, su implosión última, el grito final de desespero antes de claudicar ante la muerte. En momentos en que, la tasa de natalidad cae a números tan bajos que no se haya precedentes y, como postula Gallup, los sindicatos alcanzan índices de favorabilidad no vistos en décadas, la posibilidad de repartición de la riqueza producida por el empoderamiento de los trabajadores prende las alarmas de las más poderosas corporaciones.

Pero las grandes compañías deben mantenerse en pie para mantener la ilusión y los bancos centrales han encontrado, en la flexibilización cuantitativa (impresión inorgánica de dinero), el electroshock adecuado para revivir al muerto. El bizarro e inédito fenómeno engendró las compañías zombies: organizaciones sin ingresos suficientes para sufragar los gastos de nómina y deuda, sobreviviendo únicamente por a la mascarilla de oxígeno económico que son los créditos bancarios con costo cero e, incluso, con intereses negativos.

Albert Einstein

El presente y el futuro divisa un oscuro horizonte. Todo sistema económico por el hombre creado ha nacido, desarrollado y muerto. En encuestas realizadas en Estados Unidos y Corea del Sur se descubre que, las razones de las mujeres para no tener retoños es el duro panorama a vivir a futuro: tanto a nivel ambiental, como laboral y social. Se sabe que, un ambiente inhospito reduce la tasa de natalidad de todas las especies habitándolo. Eso ha hecho el capitalismo con nuestro planeta. Mientras más se alargue su deceso, más habrá que convivir con el desempleo, la inestabilidad, la riqueza concentrada. La hora del actual modelo parece haber llegado y el porqué de su doloroso desenlace se entiende mejor al leer las palabras de uno de los más grandes seres humanos, unas escritas hace demasiado tiempo pero que mantienen intactas su capacidad de indicar por qué se debe aspirar a construir algo mejor. Tomadas del ensayo ¿Por qué el socialismo?, de Albert Einstein…

La motivación del beneficio, conjuntamente con la competencia entre capitalistas, es responsable de una inestabilidad en la acumulación y en la utilización del capital que conduce a depresiones cada vez más severas. La competencia ilimitada conduce a un desperdicio enorme de trabajo, y a ése amputar la conciencia social de los individuos.

El gran secreto detrás del éxito del capitalismo es el haber sabido esconder sus verdaderos costes.

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Autor: Andrés Arellano Báez.

Profesional en Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad Externado de Colombia.

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