El cocodrilo Page y el desaprensivo Sánchez

Page Sánchez

El martes, Sánchez en el Senado traspasó todos los límites de la decencia. Su antecesor, el golpista Largo Caballero, el apóstol de la Guerra Civil, debería levantarse de la tumba y propinarle un abrazo. Tal para cual y para toda la tropa socialista. Durante cinco años, todo un lustro, los arquetípicos barones regionales del PSOE han permanecido silentes, cual difuntos, ante todas las cesiones, todos los votos conjuntos, toda la complicidad política que su jefe, Pedro Sánchez, ha perpetrado con los sucesores directos de los asesinos de la banda terrorista ETA. Page, en Castilla-La Mancha, Vara en Extremadura o Lambán en Aragón, han apoyado, sin decir ni pío, que sus diputados y senadores en el Parlamento nacional se hayan alineado, sin una mueca, sin despeinar su rechazo, con los congresistas de Bildu.

Su portavoz, para más señas, la tiparraca Aizpurua, fue editora de los panfletos etarras Egin, primero, y Gara después, en los cuales, además, era la promotora de una sección diaria que firmaban ella y otros crueles especímenes más. El grupo colectivo atendía por Maite Soroa y señalaba a todos aquellos que ETA debía liquidar como miembros activos de la conspiración española contra el patriotismo liquidacionista de ETA. La tal Aizpurua -que estos días calla asegurando que «no tengo nada que decir» tras el conocimiento de que su coalición ha insertado (siguen estando) en sus listas para el 28 a confesos asesinos- era además y, por lo común, la entrevistadora que recogía las opiniones de los más conspicuos criminales facciosos. Es ahora la compañera de juegos bélicos de Sánchez. El trío de la gasolina: Sánchez-Aizpurua-Otegi.

Ella, y los demás congresistas de Bildu, le han salvado la cara durante todos estos cinco años a Pedro Sánchez. No es cosa del cronista esta apreciación; el propio dirigente de Bildu, el terrorista Otegi (estuvo condenado por pertenencia a banda armada) ha proclamado no hace mucho tiempo que «Sánchez está donde está gracias a nosotros», una advertencia que refleja exactamente la realidad de la cuestión: los conmilitones en Madrid de este repugnante sujeto son los que llevan sosteniendo cinco años en Moncloa a Sánchez Castejón. Y lo han hecho sin desviarse ni una micra de su decisión, cosa en la que si se han aventurado los independentistas, estos sin sangre, de Esquerra y otras hierbas igualmente malvadas.

Rescatar estos recuerdos ahora, a la vera misma de las elecciones del 28, sirve, tiene que servir, para poner en solfa, tomarlas casi a beneficio de inventario, las manifestaciones artificialmente enojadas de presidentes regionales que, como García Page, se atrevió -fue cierta su osadía- a proclamar que con Bidu ni a la esquina de enfrente. Pero ¿es o no cierto que durante estos cinco años largos sus parlamentarios de Madrid no han rechazado ni un solo minuto la compañía de Bildu? ¿Dónde estaba o está la arrogancia denunciante de estos hombres y mujeres cuando Sánchez obsequiaba a los filoterroristas con mil dádivas? ¿Se tiene conocimiento de que los manchegos, extremeños o aragoneses que votan asiduamente en Madrid hayan rechistado una sola vez y se hayan ausentado del hemiciclo para no ser cómplices de tanta indignidad? ¿Han hecho saber públicamente sus discrepancias? Nunca. ¿Han ordenado ahora Page y colegas a sus cuates que de aquí a diciembre sus muchachos y muchachas de Madrid no vuelvan a apoyarse en Bildu, los herederos del terror? Entonces, ¿a qué vienen ahora tan fingidas lágrimas?

Pues claro, a intentar que la concomitancia de Sánchez y todo el PSOE, incluidos ellos, con los filoterroristas durante todo este tiempo no les merme el domingo 28 en las urnas. De pronto este país, que lleva permaneciendo quinquenios insensible al sufrimiento de las víctimas de ETA, parece haberse despertado ante la constancia de que los matarifes engrosan (siguen engrosando) planchas electorales para los municipios vascos y navarros. De igual forma que los gimoteos encendidos y rojizos de Page y demás acólitos de Sánchez no valen para disimular su complacencia anterior con los criminales, la ansiedad, la protesta y hasta la indignación con que se sigue en estas fechas la provocación de ETA sirve también para muy poco. ¿Dónde estaba esta sociedad que ahora se siente justamente dolida cuando una víctima tan emblemática como la viuda de Gregorio Ordóñez tuvo que abandonar su tierra porque allí le hacían el vacío? ¿A qué se ha venido dedicando nuestra sociedad cuando, hasta bien poco, ha venido comprando la especie de que «como ETA ya no mata, vamos a dejarnos de ocuparnos del pasado»?

Es cierto que, de vez en cuando, la comunidad civil española abandona su abulia, su letargo de campo y playa y se encabrita contra todos los que la engañan, la subvierten o directamente la maltratan. Parece que la ocasión que estamos viviendo -digámoslo sin demasiada convicción- es una de ellas, pero, ahora bien; estamos demasiado acostumbrados en nuestra Nación a que las revueltas se queden en poco más que en fuegos de artificio, tanto como los de Page y demás compañeros, por eso, y para demostrar que esta irritación actual no se queda en agua de borrajas, hay ocasiones pintiparadas.

Por ejemplo, en Navarra, donde la inútil de María Chivite, tras proclamar su satisfacción por la coyunda que ha tenido en esta legislatura con los sucesores de ETA, ha anunciado que «voy a seguir por ese camino», tiene que sufrir el 28 un durísimo castigo. En el Viejo Reino está en juego la pérdida histórica de su identidad. Eso sucede sin que en el resto de España nos estemos dando por enterados. Un mastuerzo, Santos Cerdán, la citada Chivite, y su mecenas Sánchez, están llevando a Navarra hacia su propia destrucción. Van a seguir abrazados a los terroristas. Por eso, y, por tanto, otros ejemplos, las lágrimas de Page, Vara y Lambán no son otra cosa que lamentos ociosos de cocodrilo, fingimientos hipócritas.

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