ALEJANDRO NIETO: DOS LECCIONES MAGISTRALES DE UN ADMINISTRATIVISTA NONAGENARIO.

Alejandro Nieto, uno de los grandes nombres vinculados a la época áurea de nuestro Derecho Administrativo, es capaz de demostrarnos que con noventa primaveras a sus espaldas continúa fiel a su estilo, analizando las instituciones más que por su regulación legal por su funcionamiento práctico, ofreciendo una visión realista del sistema que contrasta sobremanera con el “buenismo” que suele caracterizar los estudios de la disciplina. Y recientemente nos ha ofrecido dos magníficos ejemplos de que, si bien desde el punto de vista de la edad física se encuentra en la etapa de senectud, intelectualmente mantiene la lozanía de sus años mozos y el vigor de la madurez.

El primero de esos ejemplos lo ofrece la entrevista publicada en el diario El Mundo ayer sábado día 6 de marzo de 2021. Ya, para abrir boca, cuando el periodista inquiere si el entrevistado de veras no cree en la prensa libre, la respuesta de don Alejandro es auténticamente genial y revela no sólo su fortaleza intelectual, sino su fina ironía, pues en lugar de ofrecer la abrupta respuesta que el interrogante merecería (es decir, que la casta periodística está, por lo general, tanto o más corrompida que la política), responde con esta daga florentina:

“Ni en los que ponen en su cabecera ´diario independiente`. Si un periodista quiere jugar a ser independiente, termina muy mal. Los periódicos son un instrumento. Y el que paga manda”

Tras dicho aserto inicial (que, por cierto, la persona encargada de realizar la entrevista califica de máxima “casi” irrebatible), don Alejandro Nieto pasea su mirada crítica por el horizonte jurídico español, casi totalmente oculto por negros nubarrones. Así, por ejemplo, sus lucidísimas reflexiones sobre el Poder Judicial y los jueces:

“Si los jueces fueran independientes, los partidos no tendrían ningún interés en dominar el CGPJ. ¿Por qué se meten? Lo que están diciendo es que el juez que yo elija va a estar dominado por mí. Si los jueces fueran independientes, a los políticos les daría igual a quien poner. Los partidos no creen en la independencia judicial […] De lo que se trata es del nivel de honestidad, y el nivel de honestidad es bastante alto. Siempre había jueces que se dejaban influir por el ministro, pero tenían un espíritu corporativo bastante fuerte y sano que hacía que no todos fueran dependientes. Por la moral, la ética corporativa, se podía salvaguardar una cierta independencia. Con este CGPJ, los que ocupan esos cargos saben que son nombrados no por su categoría técnica y jurídica, sino porque pertenecen a un partido determinado. Y en esas condiciones obran en consecuencia. Por eso las recomendaciones directas del Gobierno o del partido a los jueces son rarísimas. No hacen falta recomendaciones ¿por qué? Porque los han nombrado sabiendo cómo van a obrar.”

El diagnóstico es totalmente acertado, y quien considere que el mismo yerra o peca de excesos, convendría recordarle la entrevista que otorgó el socialista Álvaro Cuesta tras hacerse pública su designación como vocal del Consejo General del Poder Judicial (cuatro siglas, cuatro mentiras), pues el designado vinculó su nombramiento a ser un “político honrado” (sic). O convendría también recordar que el Presidente del Consejo lo eligen teóricamente los vocales, pero es un hecho público y notorio que en esa especie de mercadeo persa que constituye cada negociación para designar los vocales, una de las bazas es quién presidirá dicha institución. Institución, por cierto, que aun cuando don Alejandro no lo dice, sería ya necesario plantearse su supresión dado que no ha alcanzado ni mucho menos los fines para los que fue creada.

Pero continuemos con las lúcidas impresiones del profesor Nieto. Pasamos a continuación al tema de las autonomías.

“Eso es como preguntarme si existe Dios: hay temas tabú. Con el sistema de la organización actual constato que el gasto público se ha multiplicado y la eficiencia no ha mejorado. Al contrario, en parte se ha deteriorado por los conflictos de competencias. Y esto, que estaba ante los ojos de todos pero que no se quería mirar, ha salido ahora a la superficie. Con el covid estamos viendo que la multiplicación de los conflictos competenciales perjudica una acción preventiva frente a la pandemia. Pero cómo va a pretender uno tocar el régimen territorial si de él están viviendo millones de funcionarios. Y quien dice funcionarios dice, todavía más, autoridades. Si se estableciese un régimen uniforme y jerárquico sobrarían el 70% de autoridades y funcionarios.”

¿Y qué ocurre con los controles, con el sistema de frenos y contrapesos? Aquí, don Alejandro responde evocando (sin citarlo) a don José María Pemán, cuando describía al extinto Consejo de Reino como aquel organismo que “se reunía una vez al año para escuchar al aconsejado”. Veamos qué opina el ilustre administrativista de los controles para evitar tanto los comportamientos irregulares como las extralimitaciones institucionales:

Se apoderan [los partidos políticos] de los contrapesos también. El Estado ideal está imaginado con varios elementos que se equilibran y contrapesan, pero quienes están en los organismos del Estado se cuidad de ocuparlos para bloquear en la medida de lo posible que no funcionen los aparatos de contrapeso. Vamos, que aquí tenemos: formalmente unas Cortes que son la representación del pueblo, donde está el poder. La soberanía, oficialmente, está en las Cortes. Pero las Cortes no pintan nada porque las Cortes, que en teoría controlan al Gobierno, están en manos del controlado. El Gobierno se encarga de dominar y de ocupar el Congreso y de esa manera el Congreso queda bloqueado. Las cosas van como la seda porque el Congreso lo único que puede hacer es desahogarse un poco en las sesiones de control.”

La conclusión evidente es que la soberanía, constitucionalmente en manos del pueblo, ha sido desplazada de facto hacia los partidos políticos, que son el auténtico nervio del sistema hasta el punto que cualquier enfermedad que les afecte crea de forma inmediata una metástasis que afecta a todo el sistema. A la hora de redactar el prólogo al célebre estudio de Miguel Artola sobre el reinado de Fernando VII, Carlos Seco Serrano afirmó que el sistema del Antiguo Régimen estaba tan íntimamente vinculado a la monarquía que bastó la caída de esta en 1808 para que todo el sistema se viniese abajo en su totalidad. Mútese el sustantivo “corona” por “partidos políticos” y “1808” por “siglo XXI” y la afirmación continuaría siendo válida. Así nos explica Alejandro Nieto su visión del problema:

A mediados del siglo XIX los partidos políticos no surgen con la intención de desplazar a la democracia, sino de ayudarla, de participar en su gobierno, pero no de dominarla. Y ahora -y esto para mí es clave- vivimos en una variante democrática que se llama partitocracia, donde el pueblo no manda ni gobierna. Son los partidos los que canalizan, orientan y manipulan la voluntad popular y luego, con ese respaldo que se han encargado de obtener, desde el poder obran con independencia del pueblo y el Estado no tiene fuerza para expulsar a quienes le han invadido. ¿Quién gobierna? ¿Cuál es la pieza fundamental? […] Veamos, es todo una cadena de usurpaciones: quien manda en el partido socialista no es el partido socialista, es el aparato del partido socialista -que ha excluido a los socialistas-. Y a su vez, el aparato está ocupado por unas pocas personas individuales. Es una serie de usurpación [sic]: el Estado está ocupado por el partido socialista; el partido socialista, ocupado por el aparato del partido; y el aparato, ocupado y dominado por los dirigentes. Así, unos van desplazando a los otros y, al final, tenemos a Pedro Sánchez, que domina el aparato del partido; a través del aparato del partido domina el partido; y a través del partido domina el Estado. Y esto es la partitocracia.”

Con todo, lo más preocupante (y, a mi juicio, totalmente acertado) es la continua, progresiva e irremediable pérdida de pensamiento crítico en la ciudadanía. A principios del siglo XX, existían unas elevadísimas tasas de analfabetismo que hacían a la población fácilmente manipulable por las élites. A comienzos del siglo XXI, el analfabetismo se ha erradicado prácticamente del mapa español, mas ello no implica que el grueso de la población no sea tanto o incluso más manipulable que la de sus ancestros, sino que esa manipulación se efectúa de forma harto sutil, y así lo ve el profesor Nieto:

“El ciudadano vive inmerso en un ruido publicitario tan tremendo que no tiene ocasión de reflexionar ni suele encontrar personas que lo ayuden a reflexionar. Pendiente de la televisión y de la prensa, pues piensa lo que le dicen.”

Esta idea, que tan sólo se apunta de pasada en la entrevista que acabamos de glosar, se desarrolla algo más en el segundo de los ejemplos al que nos referíamos en el párrafo inicial de la presente entrada. Se trata de su intervención del pasado martes día 2 de febrero de 2021 en el seno de la Academia de Ciencias Morales y Políticas (donde Alejandro Nieto es académico de número) dentro de las ponencias que cada segundo día de la semana efectúa alguno de los miembros. Alejandro Nieto escogió para ello un tema candente que ya explicita en el propio título: Entre la segunda y la tercera república. En sus once páginas de extensión, ofrece un lucidísimo análisis del tema (la dicotomía monarquía-república), para lo cual don Alejandro comienza ya fiel a su estilo:

“Debemos atenernos, pues, al debate aunque se da la desafortunada circunstancia de que no hay debate -por aquello de “no levantar la liebre”-. O es axiomático cuando no trivial. Axiomático porque los republicanos auténticos lo son de corazón en el sentido literal de la palabra, es decir, que no necesitan razonar como a nadie se le ocurre argumentar que a la noche sigue el día. Y aún es peor la trivialidad de los argumentos que ocasionalmente se emplean. Además, nadie se molesta en mirar el pasado con lo mucho que se puede aprender de él […] La verdad es que los activistas de la República poco razonan convencidos de que no les hace falta. Su táctica es dar por sentado que la noche sigue inexorablemente al día y que en el siglo XXI no hay lugar para regímenes propios de otros tiempos […] Una táctica hábil y eficaz desde luego, pues elimina el debate o reduce sus dimensiones a media docena de formulismos marginales”

Tras ese brillante y aguerrido comienzo, Alejandro Nieto analiza la cuestión a través de su doble vertiente: histórica y dogmática. La primera, analizando el régimen de 1931 “dejando a un lado las versiones sectarias de una República ideal y de una República infernal” y precisando que “un análisis comparativo de las situaciones de 1930 y 2020: dos Españas tan diferentes que no permiten el traslado mecánico de problemas y soluciones.”

Situación real de 1930: inexistencia de un sentimiento popular republicano, sin negar ni cuestionar ni mucho menos que en la élite política sí que había comenzado a levantarse el republicanismo, más como protesta frente a Alfonso XIII (a quien se culpaba del advenimiento de la dictadura de Primo de Rivera) que como manifestación de un principio verdaderamente sentido:

“En aquel año sólo existían un puñado de intelectuales de Ateneo y un único partido republicano de masas, el Radical. Había también otro partido de masas -el socialista- que defendía la República, pero no por ella misma sino en cuanto puente o instrumento para llegar fácilmente a su verdadero objetivo, que era la Revolución. No eran, pues, republicanos sinceros y el tiempo lo demostraría a no tardar.

Al resto del país le era indiferente la forma de Gobierno. A unos, por aislamiento cultural: ¿qué le importaba a la población analfabeta o rural cuestiones tan abstractas y tan alejadas de las necesidades cotidianas?; a otros por temperamento, puesto que desconfiaban por igual de todos los políticos sospechosos de aprovechados y perversos; y otros, en fin, por ideología, ya que las cuantiosas masas anarcosindicalistas rechazaban por principio cualquier contacto con las instituciones estatales, que consideraban cosas de burgueses”

La pregunta, por tanto, surge de forma inmediata tras la lectura de los párrafos anteriores: ¿A qué se debió la explosión de alegría popular que siguió al advenimiento de la segunda república, y que ni el mismísimo Francisco Franco, en los apuntes autobiográficos que dejó inéditos, oso cuestionar? Pues, según Nieto, se debió a que:

“Sencillamente los españoles se habían dejado deslumbrar por la promesa de una solución que iba a remediarlo todo. DE acuerdo con su idiosincrasia tradicional, de la misma manera que sacaban en procesión un santo milagroso para que les trajera la lluvia o los librara de la peste, ahora se manifestaban creyendo a pies juntillas que la Santa República podría arreglar de un golpe todas sus desgracias públicas y privadas. Cambiando el nombre entrarían, sin más, en la civilización europea y se recuperarían siglos de retraso. ¿Qué pueblo puede resistirse a tan formidable oferta? […] Está demostrado que las sociedades de masas son singularmente vulnerables a contagios: contagios biológicos de virus y bacterias, contagios psicológicos de modas estéticas, contagios sociológicos de comportamientos y, en lo que aquí nos interesa, contagios políticos que enfervorizan a los votantes en un inesperado quiebro electoral. Con el agravante de que estos aludes pasionales no pueden ser detenidos con un dique pasional.”

Solventado, pues, el análisis histórico. En apenas cuatro párrafos, Alejandro Nieto sale al paso de los argumentos que se suelen esgrimir por los partidarios de la república a la vez que centra dialécticamente la situación a lo que debería ser importante y que, curiosamente, es lo que apenas ha recibido contestación:

“Empecemos por unas preguntas capitales. ¿Qué tiene de malo la actual Monarquía que no puedan aceptar los españoles? ¿La ilegalidad de su origen? Un poco tarde es para reprochárselo al cabo de medio siglo de aceptación pacífica. Es como replantearse ahora la legitimidad de Isabel I frente a Juana la Beltraneja y más frágil es todavía el origen constitucional de la II República. Dejemos que los muertos entierren a los muertos, que bastante tenemos los vivos con los vivos.

Segunda cuestión: los desarreglos tributarios del rey emérito ¿son suficientes para desacreditar la institución? Muy escrupulosos se muestran los críticos en este punto después de haber soportado impertérritos las irregularidades y delitos fiscales de los grandes partidos que hoy alternadamente nos siguen gobernando. A nadie se le ocurre rechazar el independentismo catalán por las ilicitudes cometidas por sus líderes y partidos en la Banca Catalana, en el liceo y en los manejos andorranos del patriarca Pujol. ¿Quién se acuerda hoy de FILESA? Cargue cada uno personalmente con sus maldades y delitos y no se imputen a las instituciones en que sirve; porque si así se hiciera nada quedaría en pie y habría que dar la razón a los ácratas más extremados.

Tercera cuestión. Los costes de la Casa Real, ciertamente elevados pero irrelevantes en el océano de los presupuestos estatales. En cualquier caso, las cantidades imputables a la Presidencia de la República y sobre todo a su periódico proceso electoral no han de ser menores que las que ahora cuesta la Monarquía.

Pero dejemos ya estos puntos menores y vayamos a la pregunta esencial: ¿existe una cuestión importante que no tenga cabida en un régimen monárquico y pueda ser resuelta en un régimen republicano? Eso es lo fundamental. Porque si la respuesta fuese afirmativa, quedaría justificado el cambio. Ahora bien, hasta ahora no se han alegado razones de esta calidad, por lo que las argumentaciones del debate -si es que existe tal debate- carecen de cimientos sólidos.”

Con todo, hay un párrafo que deja en el lector un gusto amargo por cuanto apunta a un porvenir ciertamente difícil: la facilidad con que se manipula al grueso de la población, a la que se ha anestesiado la capacidad intelectual hasta extremos preocupantes, lo que hace que en este como en cualquier otra cuestión apelar a motivos racionales deja de tener sentido. Así lo describe en su intervención el profesor Nieto:

“En cuanto a la masa poblacional que formalmente será la que tiene que decidir, se mantiene hasta ahora ajena e indiferente y un día se inclinará por una de las dos opciones por impulsos emocionales y no por razones meditadas. En cualquier caso no tardarán en ponerse las cartas boca arriba. Pretextos no han de faltar y mucho menos material humano. Existe en España un inmenso ejército de reserva compuesto en su mayoría por jóvenes parados y pensionistas aburridos, intelectualmente vulnerables, que telemáticamente convocados están dispuestos a manifestarse diariamente en la calle para protestar contra todo: la violación de una muchacha, el desalojo de una vivienda, el naufragio de una patera, el atasco de una autopista, la insuficiencia de las pensiones, la integración del Bierzo en Castilla-León. Actualmente cualquier organización está en condiciones de sacar a la calle en unas horas los manifestantes que se le pidan y con instrucciones precisas sobre su comportamiento: gritos a proferir, consignas que cumplir, banderas que ondear y vehículos que incendiar.”

En el famosísimo cuento El traje nuevo del emperador, cuando el monarca protagonista de la historia transita las calles en su desnudez, aun cuando todos sus súbditos le veían en el traje de Adán nadie osó alzar la voz para decir al soberano que no llevaba vestimenta alguna, y ello por cuanto los timadores que habían recibido sustanciosos emolumentos por elaborar los ropajes se habían cuidado de difundir que tan sólo los que fueran auténticos hijos de sus padres serían capaces de visionar los adornos y el colorido del ropaje imperial. Tan sólo un niño, símbolo eterno de la inocencia, alzó la voz para grita: “el rey va desnudo”, tras lo cual multitud de voces se unieron a la cantinela. Alejandro Nieto es hoy como aquel niño de la historia que no dudó en alzar la voz para describir lo que verdaderamente observaba. El día que Nieto nos abandone, temo que tan sólo existirán multitud de gargantas que lancen vivas al emperador por el maravilloso y exquisito de su vestimenta o, a lo más, alabar sutilmente los atributos que le adornan esperando que esa calculada ambigüedad pueda ampararle en todo caso.

Al final del excelente film Advise and consent (en nuestro país lamentablemente traducido como Tempestad sobre Washington), cuando el senador Seabright Cooley (inconmensurable Charles Laughton en el que sería su último rol, dado que falleció poco después de terminar el rodaje) tras haber manipulado varias situaciones con resultado trágico, pronuncia un sentido discurso ante el pleno del Senado donde, a través de una sincera disculpa, pretende reivindicarse para que no lo vean como un «viejo taimado«, es respondido con un igualmente sentido discurso por Robert Munson (excelente Walter Pidgeon). Munson principia diciendo que el senador Cooley, «pretendiendo hacernos ver sus defectos, nos muestra las virtudes que le adornan. Dice que es un viejo taimado. Pues bien, confío en que nunca nos falte un viejo taimado que nos sirva de guía en el Senado.» Al igual que el senador Munson, confío en que nunca nos falte una voz como la de Alejandro Nieto para que con voz alta y clara y con un lenguaje totalmente comprensible nos muestre las cosas como verdaderamente son, sin engaños ni disfraces.

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