Archipiélagos de resistencia

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ESPACIOS DE SOCIABILIZACIÓN ALTERNATIVOS

Archipiélagos de resistencia Durante la dictadura la sociedad sufrió el impacto traumático de una desarticulación sistemática de los espacios de convivencia. La anulación de los actores públicos tradicionales provocó uno de los mayores cambios en la relación entre lo público y lo privado de nuestra historia. Marisa Silva Schultze* Hasta 1973 los grupos políticos, los sindicatos, los gremios estudiantiles, los espacios culturales no oficiales habían sido ejes articuladores del tejido social. Constatar que durante la dictadura los espacios de convivencia fueron sistemáticamente desarticulados puede derivar fácilmente en la creencia de que durante ese período “no pasó nada colectivo”, que hubo un total retraimiento hacia lo privado. Sin embargo, durante estos años dos tipos nuevos de espacios de sociabilización surgieron: los creados desde el mismo poder (asociaciones nativistas, comités patrióticos, coros liceales, etcétera) y los espacios que, por el solo hecho de no ser promovidos desde el poder, resultaron alternativos y muchas veces se volvieron islas o archipiélagos de resistencia. Es precisamente en los intersticios de un poder que por un lado prohíbe, persigue y estimula la autocensura pero que, por otro lado, no puede refundar y reorientar todas las instancias colectivas, donde se resignifican y surgen estos espacios que se convierten en experiencias grupales clave para entender no sólo los años más duros de la dictadura, sino también algunas novedades significativas que moldearon la reapertura democrática. Fueron alternativos porque estar juntos, re-unirse con otros y hacer colectivamente se volvió sospechoso y potencialmente transgresor. Porque entre la censura y la autocensura se abrió un escabroso camino que supuso encontrar formas nuevas de relación y de acción común. Y porque las estrategias de supervivencia de estos espacios implicaron elaborar creativamente modos de vincularse entre sí y hacia el afuera que rompieron con las matrices partidarias y sindicales propias de la tradición de lo público en Uruguay. Mencionar algunos de estos espacios supone inscribirlos en nuestro proceso histórico no sólo desde una memoria emocional y a veces nostálgica, sino que implica el reconocimiento de una etapa diferente en la que los actores sociales no fueron los tradicionales y las formas de lo colectivo resultaron inéditas y por eso tan fecundas. Reducir estos espacios grupales a una historia minúscula y entre paréntesis nos encadena a la repetición de formas cuando, en nuestra propia experiencia colectiva, podemos encontrar una rica acumulación de ensayos sociales alternativos. El Club del Grabado, las decenas de talleres plásticos, el Foto Club renovado, los grupos musicales, el Teatro Circular, las escuelas y grupos de teatro, las cooperativas de viviendas nucleadas en torno a la Federación Uruguaya de Cooperativas de Vivienda por Ayuda Mutua (FUCVAM), la Feria del Libro y el Grabado, Cinemateca, los centros de investigación privados (entre ellos: CINVE, CLAEH y CIEP), los grupos de reflexión cristiana, la Pastoral Juvenil, algunos liceos privados, los grupos de estudio de historia y psicología, los nucleamientos editoriales (Arca, Banda Oriental, Ediciones La Balanza, el Club del Libro organizado por Ruben Castillo desde radio Sarandí; después Ediciones De Uno), la radio CX 30, el local de AEBU, las primeras experiencias de educación popular (por ejemplo la Comunidad de trabajo Emaus), los talleres artesanales, el Grupo de Estudios Urbanos, son algunos de estos espacios legales por donde discurrió buena parte de la vida pública de un sector de la sociedad uruguaya de esos tiempos. A esa incompleta lista habría que agregar también los intentos fallidos que no lograron convertirse en instituciones duraderas. La significación de estos espacios es doble: en lo interno por las características de su organización grupal y en lo externo por ser productores de espacios públicos de encuentro.

Las nuevas prácticas


Buscando refugios entre tantas intemperies, encontrando otros entre tantas soledades, apostando a canalizar energías entre tanta parálisis, intentando continuidades en plena ruptura, muchos uruguayos (especialmente montevideanos) construyeron así nuevos sentidos de pertenencia. Eran los uruguayos prohibidos, los de la categoría C o B o A**, los maestros y profesores destituidos, los marginados de sus lugares de trabajo, los que habían estado un tiempo presos, los ex manzaneros de los comités de base, los ex especialistas en pegatinas de madrugada, los familiares que andaban deambulando por cuarteles y cárceles, los que, atravesados por la cultura del miedo, se reconocían en la cola de Cinemateca o aplaudían a rabiar a Los que Iban Cantando o a Washington Carrasco y Cristina Fernández, LarbanoisCarrero o a cualquiera de los músicos –es imposible citarlos a todos en este espacio– que cantaron en los años 76, 77, 78..., eran los que temblaban con Julio Calcagno haciendo El mono y su sombra o aprendían a decodificar entrelíneas en Los comediantes. Eran los nuevos fotográfos que testimoniaban la destrucción del Medio Mundo; los que estrenaban sus voces en la 30 o los que recibían aquel librito negro del Club del Libro o los que aprovechaban a investigar y a estudiar y comenzaban –paradoja– a relacionarse académicamente con el mundo. Pero no sólo eran los sobrevivientes los que, cambiando de escenario social, inventaban nuevos modos de lo colectivo desplegando, casi en un susurro, sus viejas señas de identidad. También, y especialmente, era una nueva generación que se incorporaba a la vida social sin cumplir su papel de ciudadano, sin poder afliarse a un grupo político, sin –todavía– ser sindicalista o gremialista. Eran algunos cientos o miles de jóvenes que encontraban su manera de ser jóvenes participando de estos espacios. No necesariamente como un acto de resistencia política sino antes que nada para satisfacer su necesidad de participación social vital y creadora. Ellos fueron quienes organizaron un Encuentro de Teatro Barrial en 1980 y llevaron el teatro a las cooperativas de vivienda y a barrios alejados del Centro. Son los jóvenes cristianos que en 1979 organizaron una campaña de solidaridad con Nicaragua, o los que se deslumbraron con Leo Maslíah y Lazaroff. Fueron los que preguntaban en voz baja quién era Michelini o Gutiérrez Ruiz y se pasaban casetes con voces que nunca habían oído antes como la de Wilson o Zitarrosa. El nuevo funcionamiento institucional estuvo marcado por relaciones de tipo horizontal, cooperativo, con un fuerte sentido participativo. La necesidad de funcionar buscando formas democráticas resultó así –sin previa planificación racional– una respuesta de verdadera resistencia a la dictadura. Fenómeno democratizador que se constituyó en una marca distintiva de estos espacios y constituyó una eficaz estrategia de supervivencia.

La proyección histórica Parece altamente probable que algunas características del movimiento popular que arrancó con el plebiscito del 80, y culminó en la movilización por el voto verde en 1989, hayan sintetizado las novedades generadas en los espacios alternativos de socialización. Durante los años más duros de la represión se había vuelto “social” lo que antes del 73 no lo era, se había transformado en importante lo que en la coyuntura anterior se había considerado menor o inexistente. Lo grupal ya no en el marco de lo partidario, la importancia de lo expresivo, la creación de nuevos códigos, la jerarquización de lo simbólico, la costumbre de lo fragmentario, la irrupción de una nueva generación con una nueva tradición de militancia (en la que lo corporal tiene importancia y hay una menor relación con la izquierda mundial), el papel protagónico de las mujeres y la marcada tendencia a la participación efectiva, fueron algunas de las herencias que este movimiento popular recogió. Cuando las calles se pueblen de nuevo en los años 82, 83, 84 y la gente baile y se abrace y se toque y se reúna en las casas y FUCVAM, ASCEEP y el PIT se vuelvan movimientos protagónicos en el proceso de la reapertura, cuando simbólica y significativamente el nuevo himno popular, “A redoblar”***, se cante, cuando en el Centenario bajo lluvia en el 84 una buena cantidad de los que aplaudieron a Los Olimareños, tal vez la mayoría, eran uruguayos que sólo los conocían por casetes, cuando todo esto suceda, no habrá magia. Sólo proceso histórico sin paréntesis, sin vacíos y ausencias, con continuidades y en esos tiempos con muchas novedades.


* Silva es escritora y docente de Historia. Actualmente está cursando la maestría en historia del Instituto Universitario del CLAEH. ** La dictadura clasificó a toda la población en tres categorías, de acuerdo a su supuesto grado de peligrosidad. *** Canción estrenada en 1979 en el Circular, realizada por el grupo Rumbo, formado por Rubén Olivera y Mauricio Ubal.


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