Revista de Arqueología Americana no. 33 del IPGH

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2015 Insights into Human Adaptation to Climate Change: Annual Climate Fluctuations and Technological Responses in the Hudson Bay Lowlands of Ontario, Canada Jean-Luc Pilon • Aportes al estudio del cambio tecnológico en sociedades cazadoras-recolectoras: un enfoque integrador Nélida Marcela Pal, Myrian Rosa Álvarez, Ivan Briz i Godino y Adriana Edith Lasa • Tecnologia, organização social e meio ambiente Maria Cristina Mineiro Scatamacchia • Adaptación tecnológica a los cambios climáticos en la región del Río Candelaria, Campeche, México Ernesto Vargas Pacheco • Adaptación tecnológica a los cambios climáticos en los Andes Peruanos Miguel Antonio Cornejo Guerrero • Determinación de pisos arqueológicos en una vivienda doméstica del Primer Milenio D.C. (Tucumán, Argentina) Mario A. Caria y Nurit Oliszewski • Datación de Cerámica del Tigre-Campeche por el Método de Termoluminiscencia Pedro R. González Martínez, Ernesto Vargas Pacheco, M. Rigel de la Portilla Quiroga, Demetrio Mendoza Anaya, Ángel Ramírez Luna y Peter Schaaf • Luzes da Ribalta: Arqueologia de um Farol no Sudeste do Brasil Leandro D. Duran

ISSN 0188-3631

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Instituto Panamericano de Geografía e Historia


AUTORIDADES DEL INSTITUTO PANAMERICANO DE GEOGRAFÍA E HISTORIA 2013-2017 PRESIDENTE VICEPRESIDENTE

Ing. Rigoberto Magaña Chavarría Dr. Roberto Aguiar Falconi

El Salvador Ecuador

SECRETARIO GENERAL Dr. Rodrigo Barriga-Vargas Chile

E S TAD O S

MIEMBROS DEL INSTITUTO PANAMERICANO DE GEOGRAFÍA E HISTORIA

Argentina Belice Bolivia

EL IPGH, SUS FUNCIONES Y SU ORGANIZACIÓN El Instituto Panamericano de Geografía e Historia (IPGH) fue fundado el 7 de febrero de 1928 por resolución aprobada en la Sexta Conferencia Internacional Americana que se llevó a efecto en La Habana, Cuba. En 1930, el Gobierno de los Estados Unidos Mexicanos construyó para el uso del

COMISIÓN DE CARTOGRAFÍA (Uruguay) Presidente: Dr. Carlos López Vázquez

COMISIÓN DE GEOGRAFÍA (Estados Unidos de América) Presidenta: Geóg. Jean W. Parcher

IPGH,

el edificio de la calle Ex Arzobispado 29,

Brasil

Tacubaya, en la ciudad de México.

Chile

En 1949, se firmó un convenio entre el Instituto y el Consejo de la Organización de los EstadosAmericanos y se constituyó en el primer organismo especializado de ella.

Colombia

Vicepresidente: Mg. Yuri Sebastián Resnichenko Nocetti

Vicepresidenta: Dra. Patricia Solís

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COMISIÓN DE GEOFÍSICA (Costa Rica) Presidente: Dr. Walter Fernández Rojas

Vicepresidente: Dr. Adalberto Santana Hernández

Vicepresidente: M. Sc. Walter Montero Pohly

COMITÉ DE ANTROPOLOGÍA Y ARQUEOLOGÍA Dr. Ernesto Vargas Pacheco MIEMBROS ACTIVOS* Y CORRESPONDIENTES Argentina Belice Bolivia Brasil Chile Colombia Costa Rica Ecuador El Salvador Estados Unidos Guatemala Haití Honduras México Nicaragua Panamá Paraguay Perú Rep. Dominicana Uruguay Venezuela

El Estatuto del IPGH cita en su artículo 1o. sus fines:

Costa Rica 1) Fomentar, coordinar y difundir los estudios cartográficos, geofísicos, geográficos e

Ecuador El Salvador Estados Unidos de América Guatemala Haití

históricos, y los relativos a las ciencias afines de interés paraAmérica. 2) Promover y realizar estudios, trabajos y capacitaciones en esas disciplinas. 3) Promover la cooperación entre los Institutos de sus disciplinas en América y con las organizaciones internacionales afines. Solamente los Estados Americanos pueden ser miembros del IPGH. Existen también las categorías de Observador Permanente y Socio Cooperador del

IPGH.

Actualmente son

Observadores Permanentes: España, Francia, Israel y Jamaica.

Honduras El IPGH se compone de los siguientes órganos panamericanos:

* Dr. Rodolfo Adelio Raffino México

* Lic. David Pereira * Dra. Ma. Cristina Mineiro S. * Dra. Eliana Durán Serrano

* Dr. Eduardo Almeida * Lic. Gregorio Bello Suazo * Dr. William Fowler

Nicaragua

Dr. Carlos Aldunate del Solar

Dr. José Echeverría Arq. María Isaura Arauz Dr. Daniel Rogers

Panamá Paraguay

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* Prof. Luis Almanza

Prof. Richard Cooke

* Dr. Javier Ávila Molero * Sr. José G. Guerrero * Dra. Susana Monreal * Lic. Rodrigo Navarrete

Arqueólogo Pedro Espinoza Pajuelo

Lic. Alejandro López

Cartografía Geografía Historia Geofísica

(Uruguay) (EUA) (México) (Costa Rica)

Perú República Dominicana

* Ing. Tomás Rojas * Dr. Ernesto Vargas Pacheco

1) Asamblea General 2) Consejo Directivo 3) Comisión de:

Venezuela

4) Reunión deAutoridades 5) Secretaría General (México, D.F., México) Además, en cada Estado Miembro funciona una Sección Nacional cuyos componentes son nombrados por cada gobierno. Cuentan con su Presidente, Vicepresidente, Miembros Nacionales de Cartografía, Geografía, Historia y Geofísica.


INSTITUTO PANAMERICANO DE GEOGRAFÍA E HISTORIA

TECNOLOGÍA Y CLIMA, UNA RELACIÓN DINÁMICA TECHNOLOGY AND CLIMATE, A DYNAMIC RELATIONSHIP TECHNOLOGIE ET CLIMAT, UNE RELATION DYNAMIQUE TECNOLOGIA E CLIMA, UMA RELAÇÃO DINÂMICA

NÚMERO 33

2015


INSTITUTO PANAMERICANO DE GEOGRAFÍA E HISTORIA COMISIÓN DE HISTORIA 2013-2017 Presidenta: Dra. Patricia Galeana Herrera Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones Mexicanas (México) Vicepresidente: Dr. Adalberto Santana Hernández Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe, UNAM (México) REVISTA DE ARQUEOLOGÍA AMERICANA Publicación anual fundada en 1990 Indizada en CLASE (Citas Latinoamericanas en Ciencias Sociales y Humanidades), Latindex Ulrich’s International Periodicals Directory Hispanic American Period Index Disponible en: Cengage Learning, Ebsco, JStor y ProQuest EDITORA Maria Cristina Mineiro Scatamacchia Universidad de São Paulo, Museu de Arqueología e Etnología (Brasil) E-mail: scatamac@usp.br

COEDITOR Jean-Luc Pilon Canadian Museum of Civilization Corporation (Canada) E-mail: Jean-luc.pilon@civilisations.ca

CONSEJO EDITORIAL Nelsys Fusco Zambetogliris, Comisión de Patrimonio Cultural de la Nación (Uruguay) Alfredo Prieto, Universidad de Magallanes (Chile) Mario A. Rivera, Universidad de Magallanes (Chile) José Echeverría, Instituto Otavaleño de Antropología (Ecuador) Atilio Nasti, Universidad Católica Argentina (Argentina) Ernesto Vargas, Universidad Nacional Autónoma de México (México) Ivan Briz i Godino, Centro Austral de Investigaciones Científicas (Argentina) Las opiniones expresadas en notas, informaciones, reseñas y trabajos publicados en la Revista de Arqueología Americana, son de la exclusiva responsabilidad de sus respectivos autores. Los originales que aparecen sin firma ni indicación de procedencia, son de la Dirección de la Revista. Foto Portada: cerâmica pintada de tradición Tupiguarani, sitio Toca do Bugio, Iguape, São Paulo, Brasil Photo de couverture: vase paint de potterie de tradition Tupiguarani, Toca do Bugio site, Iguape, São Paulo, Brasil Cover Photo: painted pottery vase of Tupiguarani tradition, Toca do Bugio site, Iguape, São Paulo, Brasil Foto da capa: vaso de cerâmica pintada da tradição Tupiguarani, sítio Toca do Bugio, Iguape, São Paulo, Brasil Fotografía / Photography / Photographie / Fotografia: Maria Cristina Mineiro Scatamacchia

D.R. © 2016 Instituto Panamericano de Geografía e Historia. Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos e imágenes de la publicación sin previa autorización del Instituto Panamericano de Geografía e Historia.


Número 33

2015 ÍNDICE

SECCIÓN I ARTÍCULOS TEMÁTICOS Insights into Human Adaptation to Climate Change: Annual Climate Fluctuations and Technological Responses in the Hudson Bay Lowlands of Ontario, Canada Jean-Luc Pilon

7

Aportes al estudio del cambio tecnológico en sociedades cazadoras-recolectoras: un enfoque integrador Nélida Marcela Pal Myrian Rosa Álvarez Ivan Briz i Godino Adriana Edith Lasa

45

Tecnologia, organização social e meio ambiente Maria Cristina Mineiro Scatamacchia

69

Adaptación tecnológica a los cambios climáticos en la región del Río Candelaria, Campeche, México Ernesto Vargas Pacheco

85

Adaptación tecnológica a los cambios climáticos en los Andes Peruanos Miguel Antonio Cornejo Guerrero

115

SECCIÓN II OTRAS CONTRIBUCIONES Determinación de pisos arqueológicos en una vivienda doméstica del Primer Milenio D.C. (Tucumán, Argentina) Mario A. Caria Nurit Oliszewski

155


Datación de cerámica de El Tigre, Campeche, por el Método de Termoluminiscencia Pedro R. González Martínez Ernesto Vargas Pacheco M. Rigel de la Portilla Quiroga Demetrio Mendoza Anaya Ángel Ramírez Luna Peter Schaaf

179

Luzes da Ribalta: arqueologia de um farol no sudeste do Brasil Leandro D. Duran

211

Instructivo para autores

231


SECCIÓN I

ARTÍCULOS TEMÁTICOS



Revista de Arqueología Americana No. 33

2015:7-44

INSIGHTS INTO HUMAN ADAPTATION TO CLIMATE CHANGE: ANNUAL CLIMATE FLUCTUATIONS AND TECHNOLOGICAL RESPONSES IN THE HUDSON BAY LOWLANDS OF ONTARIO, CANADA Jean-Luc PILON* Recibido el 24 de septiembre de 2015; aceptado el 22 de febrero de 2016

Abstract The record of human adaptation to the exigencies of the environment of the Hudson Bay Lowlands of northern Ontario extends back several thousand years. Over this time, the hemispherical climate has undergone many longterm changes not unlike those described today as being induced by the effects of global warming, albeit over longer time frames. It can be argued that seasonal variations which range from intense winter conditions not unlike those experienced in the Arctic, to sometimes crushingly hot summers were a greater challenge than modifications of annual mean temperatures that could only be measured over the course of generations. Indeed, archaeology indicates that seasonal variations in climate left an indelible imprint on the material record of the region rather than any measurable change in mean annual temperature. Resumen Perspicacias en la adaptación humana al cambio de clima: fluctuaciones de clima anuales y respuestas tecnológicas en las Tierras Bajas de la Bahía de Hudson, Ontario, Canadá *

Canadian Museum of History, Gatineau, Québec, Canada.


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Jean-Luc Pilon

Insights into human adaptation to climate change: annual…

El expediente de la adaptación humana a las exigencias del ambiente de las Tierras Bajas de Hudson de Ontario septentrional se empezaron varios miles de años atrás. Durante este tiempo, el clima hemisférico ha experimentado muchos cambios a largo plazo, a diferencia de los descritos en la actualidad que son inducidos por los efectos del calentamiento del planeta, no obstante sobre marcos de un tiempo más largo. Puede ser discutido que las variaciones estacionales que van desde el invierno intenso no muy diferentes a las experimentadas en el ártico, a veces los veranos muy calientes eran un mayor desafío que las modificaciones de las temperaturas medio anuales, que solo se podían medir a lo largo de las generaciones. De hecho, la arqueología indica que las variaciones estacionales en el clima dejaron una huella indeleble en el registro material de la región en lugar de cualquier temperatura de cambio mensurable. Résumé Aperçu de l’adaptation humaine au changement climatique: variations annuelles et modifications technologiques dans les Basses terres de la baie d’Hudson de l’Ontario, Canada L’histoire de l’adaptation humaine aux conditions environnementales des Basses-Terres de la baie d’Hudson s’échelonne sur plusieurs millénaires. Pendant ce temps, le climat de l’hémisphère a connu plusieurs changements à long terme sur une échelle qui s’apparentent aux changements climatiques que l’on connaît de nos jours et qui sont attribués à l’effet de serre. On peut proposer que des variations saisonnières allant d’hivers avec des froids intenses, semblables à ceux de l’Arctique, et aux étés de chaleurs écrasantes présentaient des défis plus importants que des variations de température annuelle mesurées sur plusieurs générations. En effet, l’archéologie nous indique que les variations saisonnières du climat ont marqué le registre matériel de la région beaucoup plus que les changements de température annuels. Resumo Reflexões sobre a adaptação humana às alterações climáticas: flutuações anuais do clima e respostas tecnológicas nas planícies da Baía de Hudson, Ontario, Canada O registro da adaptação humana às exigências do ambiente das planícies do norte de Ontário de Baía de Hudson se estende por volta de milhares de anos. Ao longo deste tempo, o clima do hemisfério sofreu muitas mudanças, não muito diferentes das descritas hoje como sendo induzidas pelos efeitos


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do aquecimento global, embora ao longo de períodos de tempo maiores. Pode-se argumentar que variações sazonais, não diferente daquelas experimentadas no Ártico, que vão desde condições de inverno intenso a alguns verões muito quentes, eram um desafio maior do que as modificações das temperaturas médios anuais, que só poderiam ser medidas ao longo das gerações. Com efeito, a arqueologia indica que as variações sazonais no clima deixaram uma marca indelével no registro material da região, ao contrario de qualquer medida de mudança na temperatura média anual.


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Jean-Luc Pilon

Insights into human adaptation to climate change: annual…

Introduction For many years now, climate change, induced at least in part by the excessive release by humans of CO2 emissions into the atmosphere, along with other pollutants, has been greatly debated (Houghton et al. 1996). Initially, discussions centered on whether these emissions were actually having an effect on the global atmosphere and whether they were to blame for changes in planetary climate (United Nations 1992). Today this causality appears to have broad acceptance (IPCC 2007), even if reluctantly so, and consequently debate has now turned towards possible solutions to alarming environmental trends which have been documented with data accumulated over the course of decades and, in some instances, for more than a century (see Gore 2013). While palaeoclimatic data occasionally find their way into the popular presentations of discussions of recent climate change, the more common timeframe straddles various portions of the twentieth century and the longer ones extend into the nineteenth century. As an archaeologist, I have often found myself complaining that the span of time being considered —expressions such as “weather data going back to the middle of the XIXth century”, for example, are sprinkled liberally throughout this discourse— was extremely limited. In terms of human history, a century is rather like the blink of an eye. I have yet —although I freely admit I might have missed it— to come across a satisfying integration of a longer perspective into the entire debate, at least not in the general public’s arena. Are there not lessons to be learned from the past about the ways by which humans accommodated long term climatic changes? Can we learn from the human experiences of the last few millennia in contemplating our own collective future? Are we so reluctant to address the issue of correlations between human culture and environment for fear of returning to the exhausted and exhausting debate of environmental determinism (see Freilich 1967 for example)? In this article I would like to review some data relating to climate change from northern Canada and in particular information relating to the Hudson Bay Lowlands. In many respects, that region provides us with an opportunity of assessing or at least of addressing some of these issues. Being a climatically marginal or ecotonal region, past climatic changes may have been more noticeable there (Payette, Fortin and Gamache 2001:709) and successful coping mechanisms might have been more critical to human survival. At the very least, this region might offer some insights into the kinds of issues that were of significance to past human occupations of climatically challenging regions when faced with significant climate modifications as well as some of the possible responses to these.


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The Essential Characteristics of the Hudson Bay Lowlands – A Brief Overview Geology, Geomorphology and Weather The Hudson Bay Lowlands are a broad band of flat, poorly-drained, low-lying land bordering the southern portion of Hudson Bay and the shores of James Bay, from roughly 51°N at the bottom of James Bay to 58°N in northern Manitoba (Bostock 1970). The Lowlands lie mostly within the Canadian provinces of Manitoba and especially Ontario. A very minor component occurs within the province of Québec, in the form of a relatively narrow strip along the eastern shore of James Bay (see Figure 1). Unlike the pre-Cambrian Shield which surrounds the Hudson Bay Lowlands, bedrock is a rare occurrence in the Lowlands being visible only at a few locations along certain rivers which have cut down to the much younger Palaeozoic formations, often causing rapids and falls.

Figure 1.

The Hudson Bay Basin, including the location of the Hudson Bay Lowlands.

The distinctive surface geology of the Lowlands, where inland sea and pro-glacial lake deposits of sand, silt and clay predominate, varies according


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Jean-Luc Pilon

Insights into human adaptation to climate change: annual…

to the local post-glacial history (Craig 1969; Lee 1960; Martini 1982; McDonald 1969). The poorly-sorted and poorly-drained nature of these surface deposits results in extensive wetlands, a characteristic which stands apart from the adjacent Precambrian Shield region. These unconsolidated sediments were deposited by the Tyrell Sea which once covered the entire extent of the Lowlands. That inland sea was formed during the very last stages of the disappearance of the once vast Laurentide Ice Sheet which divided into remnant centers on either side of Hudson Bay, between 7,000 and 8,000 years ago (Dyke 2005:235). However, prior to the fragmentation of the rapidly melting continental glacier and the flooding of the basin by marine waters, enormous post-glacial lakes had occupied the newly ice-freed landscapes in the southern reaches of the Lowlands, leaving behind lacustrine deposits. Weather patterns across North America are greatly affected by the presence of the large body of cold water that is Hudson Bay. In the ice free season, it appears to pull down the frigid Arctic Air Mass. Significantly, although the southern shore of Hudson Bay lies at roughly the same latitude as Copenhagen, Denmark, Hudson Bay weather is much more severe (see Table 1). Additionally, while the Lowlands are far to the south of the Arctic Circle, weather patterns in parts of the Lowlands are distinctly Arctic-like (Chapman and Thomas 1968; Thompson 1968). In fact, the summer position of the southern edge of the Arctic Air Mass lies along the northern portion of the Hudson Bay Lowlands and seems in large part responsible for the maintenance of a strip of treeless tundra extending inland for several kilometers along the southern coast of Hudson Bay. Ecologically, this tundra strip is critically important in determining the types and numbers of faunal resources of the region (Kershaw and Rouse 1973; Larson and Kershaw 1974, 1975). The Lowlands are underlain by both permanent and semi-permanent permafrost. Economic Species A wide array of faunal species is found within the Hudson Bay Lowlands, yet their seasonal availability is quite restricted. A quick examination of the mean temperatures for the region shows that winter temperatures are very harsh with freezing conditions beginning in October and continuing through till April (see Table 1). Consequently, many of the species that are in the region during the brief warm weather season will migrate out of the area with the onset of colder weather, travelling hundreds and even thousands of kilometers, or, as in the case of fish, become difficult —but not impossible— to reach because of river and lake ice cover. The result is a short season of relative abundance followed by a longer period of greatly reduced diversity, numbers and accessibility.


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Table 1 Northern Ontario Temperatures and Precipitation* Month Fort Severn Southern Lowlands Thunder Bay Copenhagen** Mean Daily Temperature (C) Mean Annual Precipitation (cm)

Jan. -25.6 to -24.5 Apr. -10 to -8.9 Jul. 11.1 to 12.2 Oct. 1.1 to 2.2

-25.6 to -24.5 -7.8 to -6.7 13.3 to 14.4 0 to 1.1

-14.4 2.2 16.7 5.6 to 6.7

1.1 6.1 20.6 9.4

45.7-50.9

50.9-55.9

71.1-76.2

55.9

162.6-203.2

162.6-203.2

203.2-243.8

Mean Annual Snowfall (cm) Sources: * Data taken from Chapman and Thomas 1968. ** <http://www.weather.com/weather/wxclimatology/monthly/graph/DAXX0009>

Some of the more significant faunal resources of the region include many species of freshwater fish (both spring and fall spawning species (Scott and Crossman 1973)) and both small and medium-sized land mammals, most of which also provide warm furs for use in the manufacture of clothing. Most spectacular are the massive flocks of migratory waterfowl, especially ducks (Ross 1982) and geese, which funnel through the Hudson Bay Lowlands on their way to and from their Arctic nesting grounds in the Central Arctic (Thomas and Prevett 1982). The area is part of the Mississippi Flyway, one of the major migratory routes for several very important species (Hanson and Currie 1957; Hanson and Smith 1950). These birds move through the area, stopping briefly in the coastal tundra zones on their way north in the spring and again as they return southward in the fall when they feed on the ripening berries found in abundance on the raised beach ridges of the coastal zone. These stops represent important moments which allow the birds to rest and feed. They are also important hunting opportunities for local populations. The diversity of sea mammals is as great as most regions of the Arctic, with several species of seals, beluga whales and walrus being present (Mansfield 1963, 1968). To date, however, no archaeological evidence for the exploitation of sea mammals has been identified save for a single specimen within the context of the late XVIIth century Hudson’s Bay Company Fort Churchill/New Severn Post (Balcom 1980, 1981). Currently, sea mammal use by local First Nations in the Hudson Bay Lowlands is limited to ethnographic accounts (Pilon 1987: Appendix B). Large land mammals present in the region (MacPherson 1968) are few. These include black bear, moose (Peterson 1955) and, in the coastal area,


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Jean-Luc Pilon

Insights into human adaptation to climate change: annual…

polar bear. In fact the greatest concentration of polar bears in northern Canada is found in southern Hudson Bay. However, the most economically significant large mammal in the region by far is caribou. While the caribou of this region are classified as woodland caribou (Rangifer tanrandus caribou), these animals behave in a manner similar to their migratory barrenground cousins (Rangifer tanrandus groenlandicus) to the west (Kelsall 1968). Late winter/early spring witnesses the northward movement of pregnant females who travel to the coastal tundra zone to give birth to their calves. Bulls join them somewhat later. The winds coming off of Hudson Bay provide respite from the clouds of blood-seeking insects. In late fall, small herds are once again seen travelling southward to inland areas rich in lichens, areas which range studies (Ahti and Hepburn 1967) and ethnographic information (Honigmann 1956, 1981; Pilon 1987:Appendix B) locate within the southern reaches of the Hudson Bay Lowlands, adjacent to the Precambrian Shield. In addition to the high value of their meat, caribou provided bone and antler for the manufacture of a wide range of tools and skins for clothing, shelters, cordage, etc. An Overview of the Human Occupation of the Hudson Bay Region The vast majority of the Hudson Bay Lowlands is still only accessible by air or water. While rail links to Churchill, Manitoba and Moosonee, Ontario have existed since the early twentieth century, it is only with more recent resource development projects that roads have been slowly reaching northward, and even then only into the southern reaches of the physiographic region near James Bay. It is now possible to drive during all seasons to Chisasibi on the east coast of James Bay, a direct result of the 1970s construction of hydro dams on the La Grande River. The history of archaeological research shows that investigations within the region have been sporadic and very limited. Moreover, these have usually been undertaken before major resource development projects as part of environmental assessments and mitigation programs —hydroelectric developments in both northern Manitoba and northern Québec, and more recently diamond mining in northern Ontario. The database on which to construct regional culture historical frameworks is thus quite constrained and overall very unbalanced. Nonetheless, a number of broad episodes of human occupation have been identified and tentative chronologies can be advanced. When these are combined with data from neighboring areas, a rough outline emerges for the region as a whole.


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Hudson Bay Lowlands - Severn River Cultural Chronology The archaeological research that has been carried out in the Severn River basin within the Hudson Bay Lowlands consisted for the most part of regional site surveys complemented by limited test excavations at selected sites thought to be able to elucidate certain time periods or add details pertaining to former economic patterns (Pilon 1987). In fact, this is the case with the vast majority of the work that has been carried out in the Hudson Bay Lowlands (Dawson 1976; Julig 1988; Lister 1988; Pollock and Noble 1975; Tomenchuk and Irving 1974). Sustained problem-oriented research has yet to be undertaken in this vast area. Contributing in no small measure to the paucity of research are a number of factors which greatly reduce site survival and the overall visibility of archaeological sites in the region. Spring ice scouring of sites located in low lying areas effectively wipes these from existence. Frequent spring flooding producing massive overbank deposition, effectively buries higher sites under considerable amounts of river-transported deposits. Continuous and semicontinuous permafrost can lock sites in impenetrable frozen deposits, out of reach of standard test pitting and excavation techniques. While work along the Severn River was initially premised on the possibility of finding Palaeoeskimo occupations in the region (Pilon 1983), such evidence has yet to be identified. Rather, existing data point to the presence of cultural traditions whose roots can ultimately be traced to southern and western regions, i.e. from elsewhere in northern Ontario and northern Manitoba. Notwithstanding these clear sources of influence, a local pattern, predicated upon the range and characteristics of the particular resources of the Severn River drainage, seems to have emerged sometime on the order of 1500 to 2000 years ago. The oldest site identified to date from the Severn River basin within the Hudson Bay Lowlands is located in the southern portion of the area, near the confluence of the Sachigo and Beaverstone Rivers. The Kitché Ouessecote site (GfJi-1) is located along a long bypassed channel of the Beaverstone River. Its collection of lithic implements includes a number of corner-notched projectile points (Figure 2) which suggest affiliation with the Pelican Lake Archaic phase found in northern Manitoba and further south in the northern Plains and northwestern Ontario (Pilon 1987:181-182). While no direct radiometric dating is currently available for the Severn River specimens, elsewhere these points are estimated to date from about 2000 years ago. Still, the relatively high number of formal lithic implements in the Kitché Ouessecote assemblage stands in marked contrast to all later assemblages from the region where stone implements are much more expedient in nature and bone and antler tools likely occupied a more prominent place in the local material culture.


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Figure 2.

Insights into human adaptation to climate change: annual…

Side-notched points found at the Kitché Ouessecote site (GfJi-1) resembling Pelican Lake points identified in northern Manitoba and believed to be derived from the northern Plains (a-GfJi-1:54/111, b-GfJi1:51, c-GfJi-1:25, d-GfJi-1:24, e-GfJi-1:79, f-GfJi-1:20).

Later occupations in the same vicinity suggest repeated use over the course of the following centuries up to and including the twentieth century. In at least two pre-contact layers of the Ouissinaougouk site (GfJi-2), ceramics were included among the material remains and these reflect both Initial Woodland and Late Woodland ceramic traditions (Figure 3). However, these ceramics were found in very small quantities. Additionally, trace element analyses demonstrate that these ceramic containers were not manufactured locally (Hancock, Stimmell and Pilon 1984). Considering the omnipresence of clay sources (the banks of the Severn River cut through massive beds of Tyrrell Sea clays), the disinterest in ceramics is believed to be indicative of a conscious decision by the Severn River people. Only very occasionally do they appear to have obtained fired clay pots through trade.


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Figure 3.

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Some of the rare ceramic sherds found along the lower Severn River: a-Blackduck rimsherd (GfJi-2:64), b-Blackduck body sherd (GfJi2:64/66), c-Laurel rimsherd (GfJi-2:39/41), d-Laurel body sherd (GfJi2:43), e-Selkirk body sherds (GlIw-1:126/138).

Closer to the coastal reaches of the Severn River, a series of sites —several of them multi-component and stratified— attest to the continued use of the region over at least the last millennium. Ceramics only occur on one of these sites, the 1685-1690 fur trade post context site, GlIw-1, Feature B. With the exception of the late seventeenth century contact with Europeans and the attendant material culture changes brought on by these newcomers, no evident cultural transitions have been documented. Instead, as with the more southern Lowlands region, the distinctive lifestyle of the Severn River people persisted for centuries, being radically interrupted only in the mid to late twentieth century with the advent of greater external control by the government of Canada. A hallmark of the Severn River seasonal pattern is that the entire annual cycle took place within the Lowlands and was focused around the exploitation of caribou as a focal resource, complemented during the warm season by fish, migratory waterfowl, and small and medium mammals. Additional information about this unique economic pattern is provided further in this article.


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Culture Chronological Indicators from Elsewhere in Northern Ontario Several hundred kilometers to the south, at Wapekeka located near Big Trout Lake, Scott Hamilton (1991:18) dated human burials found there to between 6600 and 7000 years ago. The site had been badly disturbed prior to an archaeologist arriving on the scene, and while associated artefacts were quite few, these were consistent with an early Archaic age. That site suggested that people had moved into the territory then bordering the Tyrrell Sea perhaps only 1000 years after the landscape had emerged from beneath the glacial melt waters that once covered the area. Without doubt, groups of hunters and their families continued the pattern of exploiting the resources of the migrating southern Hudson Bay region. To the east of the Severn River, in the Sutton Hills area, occupations have been documented at Hawley Lake (Pollock and Noble 1975) and on the Shamattawa River whose occupations relate to late Archaic times. Radiocarbon dates of between 3000 and 4000 years ago (Lister 1988:76) attest to a range of hunting and fishing activities, including the construction and use of fish weirs. Cultural Chronology of the Forests to the East of James and Hudson Bays Before the 1975 signing of the James Bay Agreement (Anonymous 1976) and the beginning of the massive James Bay hydroelectric project on the east side of James Bay, archaeologists had rarely ventured into that area’s forested regions. More recently, agreements have been reached that provide for new, much more community-based research relating to the damming of major rivers in the southeastern James Bay region (Denton 2004; Bibeau and Denton 2015). Only slightly more studied was the Arctic coastline of eastern Hudson Bay (Harp 1976; Plumet 1976; Quimby 1940) but for the most part these were in archaeologically marginal and isolated regions. Syntheses from the hydroelectric-related archaeological work have been slow to emerge, but it now appears that the earliest human occupations of the interior regions adjacent to the eastern shores of James Bay, the traditional territories of the James Bay Cree, did not begin until sometime on the order of 3500 years ago (Séguin 1985). This statement comes in spite of some recent, promising but so far undemonstrated, hints of an earlier coastal presence (CBC 2013). In central Québec (Caniapiscau) and in the James Bay drainage proper, the presence of Ramah quartzite, which originates on the Labrador coast near its northern tip, is also characteristic of the more numerous assemblag-


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es which date after 1600 B.P. (Denton 1988). Fine-grained cherts are also found along with some vein quartz. This pattern exhibits changes through time, with quartz being more frequent in the earlier stages than the later. In this respect, it is interesting to note the absence or under-representation of quartzite from Mistassini (Denton, personal communication, 1980), located to the south of Caniapiscau Lake. This suggests trade relations operated in an east-west direction across central Québec rather than between the south and the north. An apparent hallmark of these assemblages throughout the prehistoric period was the reliance on simple or only slightly modified flakes for the great majority of the lithic implements required for adaptation to the spruce-lichen and forest-tundra of central Québec and the James Bay territory. Work in the Lac Abitibi area (Kritch-Armstrong 1982; Lee 1965; Noble 1982; Pollock 1975; 1976; Ridley 1954; 1956; 1958) suggests that such an adaptive scheme did not extend around the south end of James Bay. In the latter area, remains have been recovered, including ceramics, which are more easily related to more southern manifestations. Cultural Chronology West of Hudson Bay Information is available from three broadly defined areas on the west side of Hudson Bay, each of which appears to exhibit quite distinctive culturehistories and adaptations: the Barrenlands, the transitional forest and the boreal forest. The human occupation of the Barrenlands spans at least seven millennia. Late Palaeo-Indian occupations are well attested to at sites such as Grant Lake (Wright 1976), Aberdeen (Wright 1972b) and Acasta Lake (Noble 1971). The presence of these groups is probably attributable to the presence of caribou as a principal subsistence resource, although no evidence in the form of bone has been preserved. In the transitional forest, at least four Palaeo-Indian components have been identified on the basis of the very distinctive late point styles identified variously as Agate Basin, Angostura, Scottsbluff, Alberta and Sandia at the Little Duck Lake locality and on the Cochrane River (Nash 1975:163). Following, and apparently stemming from these early occupants, in the Keewatin District at least, is the Amerindian Shield Archaic tradition whose distribution extended in a wide arc from the Keewatin in the west, down below Hudson Bay and into Québec and as far as the Atlantic shores of Labrador (Wright 1972a). As a technological stage, the Shield Archaic persisted in a number of areas until contact with Europeans. Temporally meaningful trends within it have been proposed by Wright (1972a). These demonstrate a gradual change as


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well as a stability of the adaptation initially developed. For example, projectile point styles initially exhibited close relations to their Palaeo-Indian lanceolate precursors, but soon evolved through stemmed varieties to initially large notched and later smaller notched points. The processes involved in these changes are not understood. Recoveries of materials related to this tradition are not found after approximately 3500 B.P. In their place, carriers of the northern derived Arctic Small Tool tradition (pre-Dorset) expanded their range southward as far as the Churchill area (Giddings 1956; Irving 1968; Meyer 1977). Arctic Small Tool tradition evidence is well documented in the Keewatin by Gordon (1975, 1976, 1996) and Harp (1958, 1959, 1961, 1962) and at least one site was located within the transitional forest which appears to relate to this tradition. Once again, it must be remembered that at the time of occupation, the Gray site (Nash 1975:89) may not have been in the transitional forest but in the barren grounds. Early into the first millennium A.D., cultural manifestations emanating from the District of Mackenzie, to the west, appeared in southern Keewatin and in the transitional forest. These various expressions of the Taltheilei Shale Tradition are documented in northern Manitoba/southern Keewatin until contact with Europeans, at which time they are identified as the Northern Indians or Chipewyan (Nash 1975). These assemblages, characterized by the use of lanceolate and stemmed point varieties among other more general traits, are distinctive in themselves and even more importantly, they stand in marked contrast to contemporaneous assemblages of the Manitoban boreal forest which have been identified as Cree by the direct historic method (Wright 1971). The economic focus of these various Late Archaic complexes is inferred to have been oriented towards the exploitation of caribou, with important secondary contributions of fish and small and medium-sized mammals. Cultural Chronology of the Northern Forest of Manitoba Extensive research at Southern Indian Lake (Dickson 1980; Kroker 1990; Wright 1971), in northern Manitoba, has failed to locate any evidence of a Palaeo-Indian occupation. Further, the earliest occupation of the area appears to date to the third millennium B.C (Dickson 1980:147) and relates to a Shield Archaic occupation. This tradition appears to have exploited interior northern Manitoba until the first millennium B.C. At about this time, Arctic Small Tool tradition peoples (pre-Dorset) were extending their territory southward and evidence of their presence in the boreal forest is suggested by a limited number of finds which are tenuous at best (Nash 1969:139; 1976:153). Evidence from the transitional forest demonstrates that there was


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a compression of the Shield Archaic range and a concomitant expansion of the Arctic Small Tool tradition territory. Dickson (1980:149) has advanced evidence to suggest a Pelican Lake Phase presence at Southern Indian Lake which may strengthen Reeves' (1970:171) suggestion of a northward migration of the makers of the very distinctive corner-notched projectile points, from the northern Plains into the boreal forest as a result of competition from more southern Besant Phase peoples. If nothing else, the similarities in point styles and the chronological coincidence can certainly be taken as evidence of broad-scale information networks flowing along a north-south axis. Following this brief manifestation, which does not appear to demonstrate any continuity with later cultural units at Southern Indian Lake, both southern and northern derived cultural traditions are documented. To the north, it is clear that the bearers of the Taltheilei Shale Tradition included at least the northern portion of the boreal forest, the wintering grounds of the Barrenlands caribou, into their seasonal settlement/subsistence pattern. Although continuity of Taltheilei Shale Tradition occupation has been shown further north in the transitional forest and Barrenlands, in the boreal forest of northern Manitoba, there seems to be a hiatus of occupation between A.D. 1 and about A.D. 500 (Dickson 1980:149), but this absence could be the result of sampling bias. Whatever the case, however, material relating to the middle and late phases of this tradition are documented. The late phase persists to the north until historic times, and has been linked to the Chipewyan. Its contemporaneity with southern-derived, purportedly Cree remains poses questions about ethnic relations and cultural exchange. The preponderance of the southern derived complex in late prehistoric times, may explain the scarcity of evidence relating to the northern complex. In northern Manitoba, Laurel (Initial Woodland) materials have been recovered from a few localities. The remains are relatively meagre and are radiocarbon dated at Southern Indian Lake to the 7th century A.D. (Dickson 1980:158). By far the best represented and documented archaeological manifestation is the Late Woodland complex described as the Kame Hills Complex (Dickson 1980). This particular, northern Manitoba expression of the Selkirk Focus, originally defined in south-central Manitoba (MacNeish 1958), is characterized by a distinctive ceramic tradition along with a characteristic Late Woodland lithic technology. The Late Woodland Kame Hills Complex can be equated with the historic groups who became collectively known by a number of names of which Cree was retained and is still in use (Honigmann 1981:227; Wright 1971:23, 24). The last zone in northern Manitoba which constitutes an area with a fairly distinctive culture-history is the coastal area adjacent to Hudson Bay. Fairly


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extensive work has been carried out in the vicinity of Churchill only, and so this information cannot yet be extended to the entire length of the coast. The ecology of the coast stands in evidently marked contrast to the interior tundra, the transitional forest and the boreal forest and thus makes available different subsistence resources. However, the coastal tundra is relatively narrow and so access to the resources of adjacent areas allows a greater economic diversification by groups capable of exploiting both zones (Nash 1976:152-153). This appears to have been the case. A number of Palaeo-Eskimo sites have been investigated which appear to be linked to the exploitation of coastal resources (Giddings 1956; Irving 1968; Meyer 1977; Nash 1969; 1972). Still, the southern expressions of the Arctic Small Tool tradition exhibit evidence which suggests adaptation to a forested environment by the presence of large implements interpreted as wood-working tools at these sites. The overwhelming proportion of the tool kits however, show strong technological bonds with northern ASTt groups. Later Dorset culture sites are extremely rare in northern Manitoba (Meyer 1977). At the Seahorse Gully site, the artefact assemblage and faunal collections left no doubt that the exploitation of sea mammals was the principal economic activity. Inland Dorset sites are unknown, and it would appear reasonable to suggest that the coast of Manitoba was indeed peripheral to the territory regularly exploited by the Dorset culture. The date of 130  95 B.C. (I-3973) (Nash 1972:15) allows a nine century hiatus between it and the previous Palaeo-Eskimo occupation of the area. The brief Dorset occupation is followed by a lack of dated archaeological remains until the historic period when Inuit groups are documented as descending to the Churchill area to construct boats (Clark 1979:96). Historic Native sites have been recorded, but remain as yet poorly reported (Meyer and Linnamae 1980) The presence of Thule or historic Inuit groups south of Eskimo Point never appears to have been important. However, this perception may be attributable in part to a lack of research in the area, as well as observer bias on the part of the early Europeans in the area. Documenting Post-Glacial Climatic Change North American Pleistocene remnant ice centers occurred on either side of the basin of today’s Hudson Bay (Dyke, 2005:235). The incredible ice load of the glacier had of course depressed the earth’s crust in the region to well below sea levels. In fact, modern isostatic rebound levels, basically the current adjustments of the earth’s mantle to the removal of the ice loads thousands of years earlier are on the order of 0.7 m/century in northern Manitoba (Craig 1969:75) and 1.2m/century at Cape Henrietta Maria, where Hudson


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Bay and James Bay meet (Webber, Richardson and Andrews 1970:325). It is worth pointing out that these rebound rates were initially much higher (Andrews 1970). When combined with the very flat-lying nature of the land, we can easily understand how this region is one of the few landscapes on earth that is currently expanding at a very significant rate. Using current rebound rates as well as the general slope of the region, it can be estimated that a strip of land in excess of 1.6 km wide is added to the Lowlands in the vicinity of Fort Severn every century. As a result, over the past several millennia there has been a constantly changing coastal region where newly emerged landscapes cycle through a number of states and ecological conditions from grassy coastal sand ridges to lichen covered strand lines to spruce-lichen forest-covered inland ridges. The post-glacial history of the region indicates that over the past 8000 years or so, the region has experienced extremely radical environmental and ecological changes. While the landscape has been and continues to emerge from the marine waters of Hudson Bay, a number of environmental indicators in neighboring regions make it clear that the larger area has undergone numerous marked ecological adjustments and these have not been in a progressive nor linear fashion from the 8000 year old state to today. Several proxy data sources relating to past climate trends exist. From northern Canada these include palynological studies, mostly in the Barrenlands of the former Northwest Territories (now the southern portion of Nunavut) and fire frequency studies such as those carried out in northern QuĂŠbec. While there is no perfect correlation between the west and east sides of Hudson Bay, there is general agreement about the trends over the past several thousand years. These two data sets can then be compared with other more detailed climatic information sources such as ice core data from Greenland which are reputed to be much better and chronologically more accurate indicators of past climate trends. Barrenlands - Palynology The treeline west of Hudson Bay runs from the bottom of the bay diagonally towards the Mackenzie River Delta. In large part, the position of the treeline correlates with the mean summer position of the Arctic front (Barry 1967; Bryson 1966). As such, displacement of the treeline should be indicative of significant and long-term dislocation or adjustment of that mass of cold, dry air and thus of long-term climatic trends. In the 1960s and 70s, a number of studies examined pollen cores and samples that were extracted from peat deposits and lake sediments in the Barrenlands west of Hudson Bay. Significant movements of the treeline throughout that vast region, by as much as 240 kilometers over the course of


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several centuries, were documented (Nichols 1975). These data also suggest that there can be considerable lag time between the shift in the position of the Arctic front and the eventual “movement” of the treeline. Trees growing on the northernmost edge of the forest-tundra ecotone do so under extreme conditions. Additional environmental stress does not necessarily result in the demise of the trees and thus the immediate adjustment of position of the treeline, but it can affect their ability to reproduce. While sexual regeneration may cease or be greatly impaired, the trees can continue to live for great lengths of time under certain protected conditions (krummholtz) with reproduction by cloning or layering (Nichols 1975:39). It is a complex relationship, but the movement of the treeline involves eventual destruction by forest fire; the ultimate, dramatic step in the treeline’s relocation (Payette 1980). Shifts in the treeline are indicated not only by changes in the presence of various arboreal species pollen grains, but also by the productivity of the palynological environment. In the Barrenlands to the west of Hudson Bay, a major warm period which could have allowed the extension of the treeline up to 350 km north of its current position is suggested between 6900 and 5800 B.P. This was followed by a major cooling and retreat of the treeline between 5800 and 4500 years B.P. and another marked warming and readvance between 4500 and 3800 years B.P. (Payette, Eronen and Jasinski 2002:20). While other studies may propose slightly differing time ranges (Nichols 1976 proposes two warm periods at 5200-4800 years B.P. and 4000-3800 B.P.), these differences can be attributed to the location of the sampling sites and the effects of regionally specific conditions as well as the lag time between climate change and its manifestation in the pollen record (see the discussion in Payette, Eronen and Jasinski 2002:21). Nichols (1976:34) suggested that in order for spruce to produce seedlings 250 km north of the current treeline of the southern Barrenlands, a 4 C warming is required based on limited existing data. Northern Québec – Fire Frequency Both palynology and plant macrofossil studies have been undertaken in northern Québec where the last remnants of the Laurentide Ice Sheet persisted much longer than elsewhere (Payette, Eronen and Jasinski 2002; Richard 1981). As a result, the initial establishment of vegetative communities and their evolution and changes through time were significantly different from the western side of Hudson Bay. For the past 3200 years, the treeline has moved little; only short distance of less than 10 km have so far been documented, even during the significantly cooler Little Ice Age of A.D. 1550-1850 (Payette, Eronen and Jasinski


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2002:21). Nonetheless, through a number of different forest fire frequency studies along the forest-tundra boundary, Payette has documented several distinct cool and dry periods since the last three millennia: viz. 2,800-2,500, 2,200-2,000, 1,600-1,400, 1,100-900, 700 ?, 500-100 years B.P. (Payette 1980:130). Greenland Ice Cap Data For several decades now, deep ice cores, some up to nearly 3000 meters in total length have been taken at various locations on the Greenland Ice Cap (Johnsen et al. 1995; Johnsen et al. 2001). Analyses of these have revealed variations in different elements trapped within the ice deposits which function as proxy data for environmental conditions at the time of the formation of the ice: “Changes in chemical flux values are believed to represent changes in the atmospheric composition over Summit” (O’Brien et al. 1995:1962). For example shifts in the deposition of calcium stemming from marine sources

Figure 4.

Palaeoclimatic data: top-Greenland Ice Core-derived temperatures (Cuffey and Clo 1997); middle-Barrenlands treeline movements (Payette et al. 2002); bottom-northern Québec forest fire episodes (Payette 1980; Payette et al. 2002).


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versus calcium originating in terrestrial environments is believed to speak to relative rainfall levels (and thus of dust production) as well as regional atmospheric circulation patterns. Isotopic ratios correlate with palaeotemperatures and thus provide continuous and remarkably accurate temperature curves extending to the interstadial proceeding the last ice age. Good correlations have been found with climatic patterns determined through other means (palynology for example) and thus the patterns detected in the Greenland Ice Cap have been extended to at least the last interstadial, more than 125,000 years ago (Johnsen et al. 2001). For the Holocene, a number of clear warm periods have been identified: 610-960, 1500-2700, 6300-7900 and 9300-10,600 years B.P. (O’Brien et al. 1995:1962). O’Brien et al. (1995:1963) conclude on a sobering note where they state that “…as the Holocene progressed, environmental change increasingly occurred on a regional basis. This complexity in Holocene climate makes distinguishing natural from anthropogenically altered climate a formidable task”.

Figure 5.

Juxtaposition of past climatic change indicators and major cultural episodes in the Barrenlands of the west side of Hudson Bay (Gordon 1996).


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Summary While there may be issues with the absolute chronology involved with the onset and ending of past climatic episodes, it is clear that weather patterns of the past 8000 in the Hudson Bay basin have changed markedly on several occasions (Figure 4). Movements of the treeline or major forest fire episodes have been tentatively correlated with warming or cooling episodes and when compared to temperature data obtained from Greenland Ice Cores, it is clear that climate has been constantly changing ever since the glaciers disappeared over the Barrenlands of Nunavut and Northern Québec. The resulting climatic episodes caused the treeline to move substantially, in some instances, by tens of kilometers. There is no question that the trends noted in Barrenlands pollen cores and Ungava forest fire evidence are part of worldwide climatic episodes. The question becomes whether there was a concomitant impact on human populations inhabiting these northern ecotonal regions? Of course, such a discussion must be accompanied by a similarly pertinent question about whether these climatic trends impacted the animal species of these regions that the human populations depended on. Again, the answers to such fundamental questions do not appear simple. Current studies of the effects of climatic warming on certain Arctic species demonstrate a complex interplay between species and factors affecting their success in the changing environments (for examples see Obbard and Walton 2004; Smith, Gilchrist and Johnston). It is not simply a case of moving biotic zones northward or southward. Correlating Climate Change and Culture Change in the Hudson Bay Basin A superpositioning of climatic proxy data suggests some possible correlations but strongly hints at the necessity for much caution. At the very least there are apparent lag times between climatic episodes and possible implications for archaeological cultures. Moreover, Dyke (2005:213) warns that “plant colonization may have lagged climate warming by millennia and that maximum summer temperatures did not necessarily coincide with the most thermophilous vegetation development”. Brian Gordon has conducted extensive survey and excavations throughout the Barrenlands and has divided the following broad cultural episodes, basically a succession of southern-derived Amerindian cultures beginning some 7000 to 8000 years ago. These were, however, interrupted between 3500 and 2600 years ago by northern-derived Palaeoeskimo occupations (see Gordon 1996:238).


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A brief examination of the correspondence between climatic data and Barrenlands cultural episodes (Figure 5) suggests that these otherwise radical changes had little impact on the human groups occupying the region, or at least these have not yet been detected archaeologically. The single exception, at least superficially, appears to be the Palaeoeskimo incursion. Their replacement of Shield Archaic Amerindians appears to have taken place during a cooling episode. Similarly, the end of a Palaeoeskimo presence seems to coincide with a warming trend. In both instances, the turbulence of the climatic changes would have first had to have impacted caribou movements and numbers before affecting the human groups who depended on them. As well, we must also consider that the decision to hunt caribou inland during their migrations might have been affected not only by the availability of caribou but quite possibly also by changing conditions in coastal regions which could have presented either new opportunities or challenges there. Obviously, more research is required to properly address such questions, but we do well to remind ourselves that climate change on the scale recorded by lake deposits in the Barrenlands to the west of Hudson Bay, forest fire records of the northern QuĂŠbec forest-tundra ecotone or even finer registers such as the Greenland Ice Cap data nonetheless only provide data which greatly exceed the span of human lifetimes. While quite real, when centuries are charted together, the generations of people living through these changes might not have been conscious of these shifts but may have modified their land use patterns in such a gradual way as to be generally unaware of it. More significant to them, and definitely their immediate concern, was their ability to successfully predict the locations of resources over the course of the next annual cycle. Human Responses to Annual Climate Extremes within the Hudson Bay Lowlands In these latitudes seasonal climatic variations are tremendous, as shown earlier through mean monthly temperatures (Table 1). It was also shown earlier that these radical climatic variations completely rewrite the economic landscape where a wide range of food resources is replaced by a very narrow inventory of exploitable species. Under such conditions we might expect that human groups would need to modify or adjust their material culture to meet the changing requirements.


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A Model of Hudson Bay Lowlands Land Use When archaeological and ethnographic data from the Hudson Bay Lowlands (see Honigmann 1956, 1981; Lytwyn 2002:Chapter 5; Pilon 1987:Appendix B, 2013) are combined with general information from neighboring regions, some patterns emerge which suggest a seasonally dichotomized land use patterns for pre-contact and early historic times; a pattern that seems to extend to at least the last 1500 to 2000 years. Since caribou is the single economically significant faunal species which can be found year-round within the Lowlands, the region’s inhabitants organized their yearly cycle based on the availability of this focal resource. Of course, when additional resources became seasonally available, these were exploited: including possibly sea mammals but most assuredly migratory waterfowl, fish and an array of medium and small mammals. Summer time was very much a time of relative plenty and this was reflected in the gathering together of extended family groups during this period of the year. Yet, caribou were central in determining the seasonal movements of people; when caribou moved to the coastal areas, hunters and their families also moved northward, not only to exploit caribou, which had more or less abandoned the interior, but also to take advantage of fish runs and the great flocks of migrating waterfowl. Similarly, hunters capitalized once again on the southward migrations of waterfowl in the fall but eventually headed inland to seek out the wintering ranges of caribou. Cold season occupations on the other hand presented people with a massive reduction in the variety and abundance of food species. At the outset of winter, fall fisheries were maintained as long as possible and small game was hunted when encountered. By far the most significant resource available to winter occupants of the Lowlands, or at least one that seems to have been central to locational strategies, was caribou. Wintering caribou sought out lichen-rich areas in the southern reaches of the Lowlands where they would spend much of the winter. Similarly, small groups of hunting families would locate themselves near to these caribou wintering grounds, exploiting not only the caribou, but also small game such as beaver, hare and porcupine located in the immediate site vicinity. Over the course of an individual’s lifetime, various animal species may experience cycles such as the well-known 10 year hare cycle (Krebs et al. 2001). Caribou also experience long-term population cycles which can see their numbers dwindle to bare survival levels from previous numbers that defied belief. These cycles have been documented within the lifetimes of hunters and so the knowledge of these can be expected to be passed on from one generation to the next (for example see Ferguson, Williamson and


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Messier 1998; Zalatan, Gunn and Henry 2006). Groups exploiting these resources must be ever vigilant for the signs of the onset of such cycles. For instance, a change in mean summer temperatures may have an adverse effect on the onset of insect breeding seasons which could increase distress among pregnant and birthing female caribou. Their reproductive success might be affected and their distributions might change. Being able to anticipate and react to such short term changes would clearly be key to both short and long-term success. Indeed, survival in these latitudes depends on having alternatives and having a good understanding of the choices available. But when examining long term climatic cycles, the situations seem to become more complex. Ultimately, if we examine the differences between the inland/winter or cold season material culture assemblages and the coastal/summer or warm season assemblages, we note very dramatic changes. For example, housing in summer time involved the use of light, quickly constructed tent or brush shelters that had distinctly portable qualities. Winter habitations were usually much more considerable and involved a greater investment of labour and time in their construction (moss house or askegan for example). Once established, people tended to stay put. Distinct sets of equipment were required for one season compared to the other: snowshoes, toboggans and dog sleds in winter time versus birch bark canoes when rivers and lakes were ice-free. Archaeological Evidence of Seasonal Accommodation Pre-contact Lowlands populations appear to have always been quite aware of the seasonal availability of raw materials suitable for the manufacture of all the lithic implements required for survival and daily life. Access to adequate supplies of suitable stone for the manufacture of tools is restricted by cold season snow cover since available local sources are secondary cobble deposits at or near the shores of rivers. A tool cache was found at the Ouissinaougouk site (GfJi-2) located at the mouth of the Beaverstone River (Ouissinaou Sibi) in a portion of the Severn River basin used during the cold season (Pilon 2002). Most revealing was the composition of the cache. There was only one formal tool, a large sidenotched projectile point. The rest of the collection was comprised of 249 large flakes suitable for transformation into whatever implement was required, 88 unifacial tools (mostly end scrapers, but also pièces esquillées or wedges, perforators, notches and the ubiquitous retouched flakes) and 3 bifaces (Figure 6). Stone on stone polish facets clearly indicated that the container of objects had actually been put together and transported for some time before being left behind at the site.


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One conclusion that seems apparent from this unique find is the great flexibility that was required of the lithic resources that were gathered and set aside for the cold season. These resources had to meet all stone implement needs that this individual (or household?) would encounter over the course of the cold season when access to river cobbles was cut off due to snow accumulation. The majority of these resources were not committed until actual requirements were manifest and thus a large number of blanks were reserved. At the same time, the significant number of unifacial scrapers and other relatively expedient tools are likely good proxies for the kinds of stone implements that were commonly used in daily activities during this season. Remarkably, the owner of this cache did not feel it necessary to create a reserve of more formal tools, be they projectile points or knives. This may disappoint archaeologists but it served quite well the needs of the past. Another inference that can be drawn from the pre-contact archaeological assemblages found along the Lower Severn River was the relative contributions of bone and antler implements to the tool kits of the Hudson Bay Lowlands people (Figures 7 and 8). Most often, at least ethnographically, bone and antler implements used in everyday life (fleshers, beamers, awls, netting needles, etc.) (see Skinner 1911 for example) are large compared to stone tools (projectile points, scrapers, perforators, etc.). It is assumed that objects found in archaeological sites are usually items that were discarded because they were no longer functional, or had simply been lost. A number of additional factors must surely enter into the equation when discussing the survival rates of bone and antler tools as opposed to lithic implements. It may be that these organic items are more resilient to shock and stress resulting from their use than the more brittle stone tools. Many bone/antler implements are much larger than most stone tools and consequently may be less easily lost or misplaced. Also many of the common types of bone tools such as beamers and fleshers can be readily curated and thus their life expectancy greatly extended. They can be re-sharpened time and time again before they are finally discarded and incorporated into the archaeological record. The constant recovery of small numbers of bone and antler tool/fragments suggests there were a much greater number of these in and around a camp at the time of occupation. The reverse might be the case with stone tools since these are harder to curate when broken, much easier to loose and harder to find given their much smaller size. Consequently, if only a few formal stone tools are found, it likely reflects the fact that such formal tools were not very numerous in the tool inventories. When proportionately more are found, they must have been much more significant. It appears that bone and antler tools, found in small numbers, often as fragments, actually constituted a very significant proportion of the tool inventories of Lowlanders. As well, formal stone tools, found in relatively small


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Figure 6.

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The Ouissinaougouk (GfJi-2) cache contained a single projectile point along with dozens of expedient tools including scrapers, notches, pièces esquillées as well as large flakes suitable for transformation as required (a-GfJi-2:106, b-GfJi-2:154, c-GfJi-2:169, d-GfJi-2:158, e-GfJi2:179, f-GfJi-2:116, g-GfJi-2:175, h-GfJi-2:150, i-GfJi-2:171, j-GfJi2:109, k-GfJi-2:117, l-GfJi-2:156, m-GfJi-2:157, n-GfJi-2:152).


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Figure 7.

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Examples of bone and antler tools found in both pre- and post-contact period lower Severn River archaeological sites:a, g-caribou metapodial beamers (GlIw-1:B1-1, GkJa-5:8), b-antler skinning tool (GkJa-6:49) cbone point (GlIv-1:83), d-bird bone awl (GlIx-1:7), e-worked caribou metapodial fragment (GkJa-4:64), f-caribou metapodial awl (GlIv-1:84).

numbers on most sites, constituted a much less significant share of tool kits as compared to expedient tools or simply stone flakes which could be readily transformed, through minimal modification, into a variety of tools. The demonstrated focus on the exploitation of caribou would make bone and antler more common and accessible, on a year-round basis, than lithic resources. In fact, bone and antler articles constituted an important part of the material culture of prehistoric Lowlanders and may even have rivalled stone as a raw material used in the manufacture of tools.


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Figure 8.

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Examples of bone and antler tools found in both pre- and post-contact period lower Severn River archaeological sites:a-bit from a flesher (GkJa-3:44/87), b,c-snowshoe needles (GkJa-3:84, 83), d,e-bird bone tubes (GlIv-1:103, 121), f-modified caribou phalange (GlIv-1:105), gmodified beaver incisor (GlIw-1:106).

Discussion The objectives of this article were manifold and perhaps overly ambitious. First, a number of proxy data sets were summarized that point to significant climate change since the end of the last glacial epoch. These data are wellknown but are rarely evoked in public discussions which consider current


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climate patterns. Rather, thinking quite often revolves around changes that occurred over the last few generations only. Without wishing to infer direct causality, it was important to review the extent of long-term past climate change given modern preoccupations. A second purpose was to attempt to show that, at the Hudson Bay regional level, there has been significant culture change that occurred without any apparent correlation with long-term changes in climate. One exception does, however, loom prominently and that is the movement of Palaeoeskimo groups into and out of the Barrenlands of southern Nunavut (formerly the District of Keewatin). This territorial shift (the movement of Palaeoeskimo and the concomitant movement of Amerindian groups) has not been fully understood but likely finds some explanation with the effects that climate change had on caribou range changes and movements, and possibly the hunting methods used by these various groups. The final goal of this article has been to underscore the very marked variation in seasonal weather patterns that groups occupying the Severn River basin experienced every single year. In very practical terms, these patterns presented monumental challenges for survival, possibly greater than any long term climate change documented by pollen or ice cores. They were apparently met by devising an economic strategy predicated on the exploitation of a central animal resource, caribou, which included long-distance seasonal relocation. As well significant flexibility was built in to their technological systems. Organic materials, many of them (bone and antler) provided by the focal resource, caribou, were used to manufacture a considerable proportion of the tools required over the course of a year. Similarly, inventories of chipped stone debitage, easily modified into whatever implement was required for a specific task, were stockpiled at the end of the warm weather season when access to tool stone was about to end. How would long term climate change be experienced by Hudson Bay Lowlands hunter, gatherers, fishers? Shifts that occurred over the course of several lifetimes may or may not have been perceived. Oral traditions might have evoked slight changes in the onset of certain natural cycles or the distribution of certain animal species. Yet, few individuals would have had the opportunity of personally experiencing these changes since they would have spanned several generations. Instead, the change in climate taking place within the yearly cycle would have been more profoundly felt. The devised methods of dealing with these seasonal rhythms depended very much on having a flexible technological base and land use strategy. Therein lies the secret of the successful adaptation to one of the harshest regions of world.


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APORTES AL ESTUDIO DEL CAMBIO TECNOLÓGICO EN SOCIEDADES CAZADORAS-RECOLECTORAS: UN ENFOQUE INTEGRADOR Nélida Marcela PAL* Myrian Rosa ÁLVAREZ* Ivan BRIZ I GODINO*,** Adriana Edith LASA* Recibido el 15 de septiembre de 2015; aceptado el 22 de febrero de 2016

Resumen El objetivo del presente trabajo es llevar a cabo una contextualización crítica del cambio tecnológico y su abordaje en sociedades con economía de caza y recolección. En una primera intancia se describen cuáles son los factores o causas que generan transformaciones en las prácticas sociales, con una revisión profunda sobre el rol del ambiente. En segundo lugar, se definen variables y/o criterios a nivel material (artefacto, materia prima, sitio) para identificar el cambio o innovaciones tecnológicas. Por último, para plasmar la perspectiva aquí planteada se propone como caso de estudio el de las sociedades cazadoras-recolectoras que habitaron el área Interserrana Bonaerense durante el Holoceno medio y tardío.

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Centro Austral de Investigaciones Científicas, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina. ** Department of Archaeology, University of York, United Kingdom.


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Nélida Marcela Pal et al.

Aportes al estudio del cambio tecnológico en sociedades…

Abstract Contributions to the study of technological change in hunter-gatherer societies: An integrative approach The aim of this paper is to show a critical contextualization of technological change and its analysis in hunter/gatherer societies. First of all we describe what factors or causes generate changes in social practices. Subsequently, material criteria (artifact, raw material, site) will be defined to identify technological changes. Finally, it is proposed as a case of study of hunter-gatherer societies that inhabited the Interserrana area (Buenos Aires province) during the middle and late Holocene. Résumé Apports à l'étude du changement technologique dans sociétés de chasseurscueilleurs : une approche intégrative L’objectif de ce travail est la contextualisation critique du changement technologique et son étude dans les sociétés d'économie chasseuse-cueilleuse. En premier lieu, on a décrit les principaux facteurs o causes que génèrent transformations dans les pratiques sociales, particulièrement celles liées aux variables environnementales. Deuxièmement, on a défini les critères matériaux (artéfact, matière première, site) pour identifier les changements o innovations technologiques. Finalement, pour exprimer la perspective proposée dans ce texte, on présente un cas d'étude lié aux sociétés du chasseurscueilleurs qui ont habité la région inter-montagnarde de Buenos Aires pendant l'Holocène moyen et tardive. Resumo Contribuição ao estudo da mudança tecnológica em sociedades caçadorascoletoras: um enfoque integrador O objetivo do presente trabalho é fazer uma contextualização crítica da mudança tecnológica em sociedades com economia de caça e coleta. Em primeiro lugar são descritos quais são os fatores ou causas que geram transformações nas práticas sociais, com uma revisão profunda no papel do ambiente. Em segundo, são definidas as variáveis e os critérios a nivel material (artefato, materia prima, sítios) para identificar as mudanças ou inovaçes tecnológicas. Por último, para atender à perspectiva colocada é apresentado como estudo de caso as sociedades caçadoras-coletoras que habitaram a área Inter serrana Bonaerense durante o Holoceno médio e tardio.


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Introducción El cambio es uno de los elementos fundamentales en las ciencias sociales y, consecuentemente, en arqueología (Berkes y Jolly 2001). Sean situaciones de cambio súbito, incluso catastrófico, dinámicas de largos procesos de progresiva y paulatina modificación de las relaciones sociales, o de las condiciones socio-históricas, la transformación de estados o procesos es uno de los elementos esenciales del estudio de las situaciones sociales a lo largo del tiempo. No en vano, múltiples trabajos asocian a la historia, o las ciencias históricas, como la ciencia del cambio (Braudel 1970). Las investigaciones arqueológicas realizadas sobre esta temática pueden agruparse, básicamente, en torno a dos líneas prioritarias: en primer lugar, la determinación de criterios para medir los cambios a partir del análisis del registro material y, en segunda instancia, la identificación de los factores causales que generaron esas transformaciones. En la segunda vía analítica propuesta es donde la influencia de la perspectiva ambientalista ha sido acentuada en múltiples interpretaciones arqueológicas (Steward 1955, Fagan 2003, entre muchos otros y con una interesante revisión crítica sobre esta temática en Ramos, 2000). El análisis de la innovación tecnológica no ha sido un campo ajeno a esta perspectiva interpretativa. En cuanto a la tecnología lítica, los criterios utilizados para medir el cambio se han centrado, generalmente, en el estudio de la forma o diseño de los artefactos y en las técnicas de manufactura, como variables que expresan modificaciones en la organización de los grupos sociales. En lo que respecta al origen causal, distintos enfoques han hecho énfasis en mecanismos o agentes disímiles como factores desencadenantes del cambio tecnológico. La variabilidad y cambio del medio ambiente como disparador de las innovaciones fue uno de los elementos fundamentales tanto de la propuesta de la Ecología Cultural en la década de los cincuenta del pasado siglo xx (Steward 1972), como de la New Archaeology iniciada en los años 60 (Clarke 1984, Binford 1962). Más recientemente, otras variables como la demografía (Bettinger 1980, 2001), la organización social (Schiffer y Skibo 1987) o las prácticas (Paunketat 2001), entre otras, han sido propuestas como elementos clave para reconocer las causas de la innovación tecnológica. Sumado, a una intensa revisión crítica acerca de la naturaleza de la tecnología, su dimensión social y, consecuentemente, económica y/o simbólica (Pfaffenberger 1988, Ingold 1990, 1993, Dobres y Hoffman 1994). Dentro de este marco, el objetivo del presente trabajo es llevar a cabo un abordaje de cuáles son las variables relevantes para identificar los cambios tecnológicos a partir del análisis de los conjuntos líticos. A su vez, se pretende evaluar las causas que lo generan y el rol del ambiente a partir de una revisión teórica crítica. La perspectiva aquí planteada será ejemplificada a partir de un estudio de caso de sociedades cazadoras-recolectoras.


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¿Cómo identificar el cambio tecnológico? El análisis de los conjuntos líticos como indicadores de cambio o innovación en sociedades humanas tiene una amplia tradición en las investigaciones arqueológicas sobre grupos cazadores-recolectores. No obstante, uno de los desafíos dentro de esta problemática consiste en el desarrollo adecuado de una definición operativa que permita fijar de forma clara criterios/variables unívocos para su análisis. Este estadio del desarrollo de la investigación es partícipe, de forma inevitable, de la primera problemática esencial de la arqueología: las causas de la variabilidad del registro arqueológico (Briz 2014). Durante mucho tiempo la arqueología se ha focalizado en las modificaciones de la morfología de los artefactos que fueron utilizados para la construcción de secuencias o series de cambios culturales. El instrumento de clasificación generado para tal fin se articuló en base a una perspectiva idealista basada en las similitudes morfo-funcionales y las analogías directas a partir de referentes etnográficos (Briz 2004). Si bien el diseño de un artefacto constituye una fuente importante para el desarrollo de innovaciones tecnológicas, el énfasis en la identificación de morfologías características, muchas veces sin significado explicativo, constituyó un mecanismo analítico habitual para la interpretación del cambio (Dunnell 1989). Es importante indicar en este punto cómo, independientemente de tratarse de la identificación de innovaciones y/o cambios en las morfologías presentes en los conjuntos líticos, el uso del tipo como categoría analítica y clasificatoria esencial (conjuntamente con una propuesta articulada en base a su uso intensivo y extensivo: la tipología) era uno de los elementos esenciales del estudio de la industria lítica en general (Gnecco y Langebaek 2006). Es a partir de este planteamiento de base que las innovaciones y transformaciones tecnológicas fueron acotadas a una sucesión de estadios, y el cambio quedó reducido a los límites que separan un período de otro (Coward 2005). Esta perspectiva tuvo tres importantes consecuencias para la interpretación arqueológica (Briz et al. 2014). En primer lugar, los tipos y estadios, dejaron de ser progresiva y paulatinamente, meros constructos analíticos, para pasar a transformarse en entidades con validez "real" (Nielsen 1995). Además, vinculado a este primer rasgo, hay que destacar que se consolidó la concepción de un cambio entendido no como procesos graduales y progresivos de innovaciones y/o modificaciones sino como saltos discontinuos entre etapas estáticas (Dunnell 1989). Un segundo rasgo de esta perspectiva fue que gran parte de las interpretaciones se basaban (y basan) en tautologías: el cambio es identificado a partir de la existencia de modificaciones/innovaciones en la morfología de los artefactos; al mismo tiempo, la identificación de nuevas morfologías o rasgos morfológicos eran interpretadas como indicativos de la existencia de cambios (Lumbreras 1981:68-69, Bradbury y Carr 1995, Johnson 1996). Finalmente, destacar que otro de los problemas derivados de esta perspectiva teórico-metodológica ha sido la fetichización de la tecnología; es


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decir, se la segmentó del proceso productivo del que formaba parte, así como de los agentes sociales que la habían generado (Pfaffenberger 1988, Dobres y Hoffman 1994). A partir de la segunda mitad del siglo XX, surgen dos propuestas de investigación contra la denominada escuela clásica paleolitista francesa (Gnecco y Langebaek 2006). La primera nace desde la lógica dialéctica y planteó la necesidad de cuestionar los mecanismos lógicos de la propuesta tipológica clásica, a la vez que generó un método analítico que permitió un reconocimiento unívoco, cuantificable y revisable de la morfología de los artefactos líticos (Laplace 1972, 1987). La segunda propuesta, proporcionó movimiento a las investigaciones sobre cambios tecnológicos a partir del estudio de las técnicas y las secuencias de manufactura de los artefactos líticos, denominadas cadenas operativas (Böeda et al. 1990, Böeda 2005). La aplicación de las chaînes opèratoires ha alcanzado una gran difusión, generando un gran avance con respecto a los estudios estrictamente tipológicos de la propuesta clásica. Sin embargo, ese dinamismo quedó limitado a un segmento restringido de las prácticas tecnológicas: la de la producción del artefacto, y no implicaba un cuestionamiento global de la propuesta tipológica (Hiscock 2007, Briz 2004). Si bien podemos destacar los trabajos de Schiffer y Skibo (1987), la articulación entre la producción de artefactos líticos y el resto de las esferas de la producción social ocupó un plano secundario en los análisis del cambio, pese a que se trata de elementos esenciales para extender la capacidad de los grupos humanos, y las personas que los conforman para interactuar con el medio ambiente (Ingold 1993). En este sentido, coincidimos con Wobst (2000) cuando sostiene que los instrumentos líticos son elementos materiales estrechamente relacionados con la intencionalidad humana de apropiarse y generar cambios en el mundo que nos rodea. Estos instrumentos no sólo modifican la materia a la cual son aplicados, sino que interactúan además con los seres humanos a través de la percepción, la práctica y la cognición (Wobst 2000). Es por ello que las modalidades de uso de un instrumento constituyen asimismo puntos de referencia o elementos para la acción, la identidad y la diferenciación social. Es, en última instancia, en base al trabajo humano socializado, que se construye el medio histórico (Marx 1992). Este trabajo humano se articula, la mayor de las veces, en procesos productivos de los que el instrumento forma parte (Briz 2004:142). Una perspectiva para el estudio del cambio: desde la producción al contexto de uso Como punto de partida para desarrollar una propuesta para medir y analizar el cambio tecnológico desde una perspectiva arqueológica, es imprescindible definir qué entendemos por tecnología. En las últimas décadas se ha producido una profunda reflexión crítica en el marco de la antropología y la ar-


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queología sobre la definición de la tecnología. Décadas atrás, la concepción de la tecnología era como un dominio autónomo o un subsistema que podía ser entendido sin hacer referencia a otros ámbitos de la vida social y económica. Como contrapartida, y desde el pensamiento materialista, se propuso que las prácticas tecnológicas son un elemento dinámico, creador y transformador del orden social (Pffafenberger 1992, Dobres y Hoffman 1994, Ingold 1997, Álvarez 2003). Dentro de este marco, la tecnología es definida como una actividad socialmente mediada, intencional, cuyo objetivo es la transformación de materia y energía para la elaboración de una nueva materialidad o para cambiar el estado de un sistema físico determinado (Sigaut 1994). De esta forma, la tecnología se concreta en la interacción material, socio-históricamente configurada, de los recursos sociales factibles y de aquellos disponibles en el paisaje social concreto, es decir el medio histórico. Este desarrollo diario por parte de sujetos intencionales opera una transformación de ambos recursos (el social y el del paisaje), generando nuevas condiciones para la acción que se construyen a través tanto de la praxis (Gramsci 1970) como de la práctica (Bourdieu 1977, Giddens 1991). Partiendo de esta concepción teórica, proponemos que la tecnología per se presenta un carácter transformador como medio para adquirir y modificar elementos del medio histórico, dentro de una trama de relaciones sociales, conocimientos, gestos y habilidades motrices que generan un escenario factible para la innovación y el cambio. Cada innovación tecnológica brinda una nueva serie de posibilidades a una situación pero no lleva necesariamente a un patrón de evolución cultural determinado (Pfaffenberger 1988). Esto permite trascender explicaciones voluntaristas o vitalistas en el sentido que no son las intenciones o motivaciones individuales las que generan los cambios, pese a que el individuo, desarrolla un rol activo en su producción. Sin embargo, es el contexto sociohistórico (del cual el sujeto es causa y consecuencia al mismo tiempo) el que conforma y configura las dinámicas de cambio tecnológico (Álvarez 2003). El registro lítico tallado generado por las sociedades en el pasado constituye, entonces, la materialidad de relaciones sociales, conocimientos, acciones y valores que implican actividades de producción y consumo de recursos. Asimismo cada artefacto y, más evidente aún, cada instrumento lítico es la materialización concreta de las dinámicas de interacción entre las esferas de la producción y el consumo dentro del ciclo de la economía, socialmente construido (Briz 2010). Las innovaciones, el cambio, pueden implementarse en cualquiera de los elementos partícipes de la esfera tecnológica, y no simplemente en la morfología de los artefactos. Es por ello que consideramos imprescindible una metodología que incluya múltiples variables, y sus interacciones, para identificar y medir el cambio (Briz et al. 2014):


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– Aprovisionamiento y aprovechamiento de materias primas: identificación del tipo de materia prima, modalidad de abastecimiento y el grado de explotación. – Técnicas de manufactura: análisis de los procedimientos para la producción de un artefacto lítico. – Diseños: estudio de la morfología de los artefactos. – Contexto de uso del instrumento lítico. Análisis de la articulación entre: la naturaleza del material procesado por el instrumento o artefacto (vegetal, animal y mineral), el estado de ese material (fresco o seco), la cinemática del trabajo o las operaciones desarrolladas por el utensilio, el ordenamiento espacio-temporal de la actividad en la cual éste participa así como su carácter o periodicidad (doméstica/ceremonial, cotidiana/excepcional). – Formas de organización del trabajo humano: estudio de la gestión del espacio destinado a las actividades de producción y consumo de artefactos líticos, la gestión del tiempo y de la fuerza de trabajo. Es importante destacar varios aspectos que se derivan de esta propuesta. En primer lugar, las modificaciones pueden realizarse en todas o algunas de las variables que conforman las prácticas tecnológicas sin que sea necesario que se den al unísono; es decir: pueden transformarse siguiendo ritmos diferentes o sin la existencia de transformaciones en un campo mientras que sí pueden estar presentes en otra de las variables que acabamos de mencionar. Por ejemplo: puede acontecer la aparición de nuevas técnicas de obtención de materias primas o de desarrollo de los procesos productivos de artefactos líticos, pero focalizada en la obtención de diseños tradicionales. En segundo lugar, es importante asumir la necesidad de identificar que la naturaleza de los cambios puede ser tanto cualitativa, en la forma o modos de producir, utilizar u organizar las prácticas tecnológicas, como cuantitativa. En tercer lugar, las transformaciones en cada una de estas variables implican, necesariamente, la existencia de modificaciones en la esfera de los conocimientos relacionados con la producción y uso de la tecnología. Es importante destacar que el conocimientos versado sobre la tecnología incluirá no sólo el saber-hacer sino que, inevitablemente, ha de incluir el saberusar así como la identificación cualitativa y cuantitativa del trabajo invertido en las diferentes actividades técnicas (Álvarez 2003, Briz 2004, Colantonio et al. 2016). De esta manera, el análisis del trabajo y/o consumo de la tecnología, es un ámbito no menor en un análisis verdaderamente eficiente del cambio en la tecnología. La configuración del trabajo humano en la producción y consumo de la tecnología puede cuantificarse en unidades de tiempo, en cantidad y calidad de los instrumentos participantes en los procesos de transformación, en cantidad de personas necesarias para su desarrollo y en el grado de conocimiento y habilidades cognitivo-motrices puestas en marcha para su obtención (Briz et al. 2014).


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Consecuentemente, para identificar el cambio tecnológico a partir de estas premisas básicas, debemos generar una metodología de trabajo que abarque de manera conjunta: el estudio del diseño y el uso de los instrumentos e incorporar el análisis de la variabilidad, frecuencias y distribución de las actividades de producción y uso a nivel espacial y temporal. Esta perspectiva requiere lo que Hayden (1990:89) ha denominado “proceso de formación de instrumentos”, definido como el resultado de: (I) los factores que influyen sobre la forma, la selección de materias primas y la manufactura de utensilios; (II) las técnicas utilizadas en su reactivación; (III) los rastros de uso y (IV) los residuos identificados sobre los instrumentos. En consecuencia, consideramos como imprescindible, la implementación de una línea metodológica en la que el análisis tecno-morfológico, revisable y cuantificable, y del análisis funcional de base microscópica de los conjuntos son herramientas indispensables, conjuntamente con la aplicación de nuevas técnicas y metodologías para el estudio de los residuos de las materias trabajadas por esos mismos instrumentos. La primera de estas líneas analíticas implica la identificación de las áreas fuente y cualidades de las materias primas explotadas, así como el análisis de las características morfológicas de los diseños existentes en sus doble dimensionalidad: como resultado de la producción y como, en el caso que hayan sido empleados en otros procesos de producción, como instrumento de trabajo (Briz 2010). La segunda línea de trabajo consiste en la identificación de los microrrastros de uso mediante la aplicación de técnicas de microscopía óptica y electrónica con el objetivo de discriminar el material trabajado, las condiciones físicas del mismo en el momento de ser trabajado y la cinemática del trabajo implementada. Esta metodología constituye, sin duda, la más efectiva y eficiente herramienta para analizar la transformación de los artefactos líticos en bienes para el consumo de recursos, en instrumentos, y para vincular esos artefactos con otras esferas de producción social (Semenov 1964). Inevitablemente, el análisis del cambio requiere, como paso analítico, cuantificar la interacción entre la producción y el consumo, materializada en las relaciones forma-función. Para este análisis, consideramos como necesario el procedimiento metodológico destinado a analizar los instrumentos de producción articulados en función del proceso productivo en el que han participado. Empleando la caracterización del proceso de trabajo identificado como variable independiente, podemos analizar y cuantificar la variabilidad y tendencias tecno-morfológicas que presenta cada subconjunto (Briz 2004, 2010; Álvarez et al. 2010; Pal 2013, 2015). En este caso, el contexto de uso de los instrumentos líticos es el eje para establecer asociaciones significativas entre las variables de diseño y, de esta manera, explicar las estrategias socio-económicas que subyacen a los procesos de gestión y consumo de recursos (Briz 2004). Por último, la articulación de estos análisis con el registro arqueológico a diferentes escalas constituye el elemento integrador en el


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estudio del cambio de las prácticas tecnológicas y su posible correlación con causas externas y/o internas. Prácticas tecnológicas y cambio: elementos de incidencia La Nueva Arqueología, originada en la década de los sesenta, y de notable influencia hasta la actualidad, resaltó los factores ecológicos como agentes modeladores del comportamiento humano. La definición de cultura como medio extrasomático de adaptación al medio situó al ambiente como la causa última de los cambios culturales. En este esquema interpretativo la tecnología era, y es, concebida como un subsistema cuyo propósito era la satisfacción de necesidades biológicas. El resultado de esta perspectiva fue una visión de las sociedades humanas como meros sujetos pasivos de un medio ambiente agente de toda dinámica. El caso más evidente de esta perspectiva, desde la arqueología de grupos cazadores-recolectores, es el de la interpretación estereotipada de este modo de producción como una estrategia exclusivamente de explotación o extracción, no transformativa en tanto que basada en la producción efectiva; en la cual no se deja margen a las disconformidades o desajustes entre el ambiente y la dinámica social (Ingold 1988, Gnecco 2003, Briz et al. 2009). También, desde la teoría evolutiva neo-darwinista, se criticó este excesivo énfasis en la adaptación, así como su concepción lamarckiana de la evolución en la que el ambiente aparece como generador y selector del cambio (Dunnell 1989). De este modo, la Nueva Arqueología fue mucho más eficiente en describir el cambio que en explicarlo en términos de factores causales (Trigger 1992). Otro ejemplo es el de la ecología evolutiva, desarrollada a partir 1980. Esta propuesta focalizó su interpretación en el crecimiento demográfico como variable independiente del sistema. Su mecanismo relacional con el medio ambiente se articula en base a ese crecimiento poblacional: provoca cambios en la disponibilidad de recursos y en las opciones de subsistencia que incidirían, a su vez, en la tecnología de los grupos humanos del pasado (Bettinger 1980, 2001, Cortegoso 2005). En esta propuesta las decisiones tecnológicas son evaluadas en términos de la relación costo-beneficio, y los instrumentos líticos se interpretan como formas de optimizar el gasto de tiempo y energía y, de este modo, minimizar el riesgo (Torrence 1989, Bousman 1993, Bettinger 2001, entre otros trabajos). Si bien estos análisis brindan elementos interesantes y valiosos a la problemática de la inversión de tiempo/trabajo en las actividades productivas, nuevamente nos encontramos con que se considera, única y exclusivamente, el tiempo invertido en las actividades de subsistencia, o bien las armas destinadas a la captura de presas como elementos relevantes del análisis. Estudios imprescindibles de la producción y el consumo quedaron fuera de


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este análisis: por ejemplo, el tiempo invertido en la misma manufactura de utensilios, la obtención de materias auxiliares (sensu Marx, 1992), o todas aquellas actividades que se desarrollan fuera de la esfera de obtención de productos de consumo biológico directo. Desde nuestra perspectiva, el ambiente constituye una arista importante en el estudio de la tecnología en tanto que provee el contexto de recursos materiales que los seres humanos necesitan para su desarrollo (Figura 1). No obstante, la configuración social de este contexto es específica de cada espacio socio-histórico:, dado que la simple existencia de un recurso dentro de un espacio y momento dados no implica, mecánicamente, su inclusión dentro de las dinámicas de apropiación, explotación y gestión por parte de un grupo humano. De esta manera, el medio ambiente no actúa como determinante mecánico de la tecnología, ya que cada sociedad percibe y se apropia de los recursos de un ambiente de acuerdo a sus dinámicas económicas, conformadas tanto por sus necesidades sociales, como por sus alternativas técnicas, es decir, crea su ambiente a través de la acción o selección (Van der Leeuw 1994), conformando el Medio Histórico. Además, tanto necesidades sociales como alternativas técnicas deben ser entendidas como elementos cuyo rasgo definitorio es una existencia dinámica y en constante transformación (Briz et al. 2014). Por lo tanto, considerar a la tecnología como respuesta inevitable a constreñimientos inmutables niega la dinámica inherente a los fenómenos ambientales, así como el rol de los organismos en su modificación.

Figura 1.

Esquema que sintetiza la relación dialéctica entre sociedad, tecnología y ambiente.


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El medio ambiente, por el contrario, es el escenario de múltiples potencialidades; y resulta necesario evaluar su incidencia en la existencia o aceleración del cambio, en la desestructuración social, en la metamorfosis de las relaciones sociales, en el estancamiento de líneas innovadoras, o bien en la aparición y características de las innovaciones en las sociedades humanas. Sin dejar de lado la importancia del cambio ambiental en los mecanismos de conformación de las sociedades humanas del pasado, debemos reconocer que otros factores son generadores de transformaciones sociales y, obviamente, tecnológicas, tales como: la dinámica demográfica, la implementación de nuevas vías de producción de la subsistencia (y no necesariamente la obtención de alimento, Ruiz y Briz 1998), los contactos con otras poblaciones, o bien las demandas y tensiones sociales internas pueden generar diversas respuestas y/o innovaciones tecnológicas. Es verdaderamente factible que, en el pasado, algunos o varios de estos factores hayan actuado de manera articulada y dinámica para la emergencia de estrategias tecnológicas. Es, precisamente, la acción práctica en constante confrontación con condiciones materiales externas, demandas internas, procesos de ensayo-error y factores creativos, junto a hábitos conservadores, la que proporciona el motor para la innovación. Un caso de estudio Con el objeto de aplicar la perspectiva presentada en este trabajo, se tomará como ejemplo el de las sociedades de cazadores/recolectores que ocuparon el área Interserrana Bonaerense y zonas aledañas (Provincia de Buenos Aires, Argentina, Figura 2). Dentro de este marco espacial, se analizaron las estrategias de producción y uso de los conjuntos líticos implementadas por los grupos pretéritos en contextos arqueológicos ubicados en el Holoceno medio y tardío (véase Tabla 1), con el propósito de identificar cambios o continuidades en las práctica tecnológicas. Se han formulado diversos modelos de trayectorias históricas de estas sociedades que plantean cambios en los patrones de asentamiento, movilidad, estrategias tecnológicas y subsistencia en el transcurso del Holoceno. En este sentido, durante el Holoceno medio se ha identificado una economía basada en la caza del guanaco y, de forma secundaria, en la explotación del venado de las pampas y complementada con recursos menores (Mazzanti y Quintana 2001, Martínez 1999, 2006, Martínez et al. 2001). En cuanto a la tecnológica lítica la materia prima predominante fueron las rocas cuarcíticas de buena calidad (Landini et al. 2000, Zárate y Flegenheimer 1991) y las puntas de proyectil triangulares medianas se registran en este momento en los sitios Arroyo Seco 2, y Fortín Necochea (Politis y Madrid 2001). Las ocupaciones registradas son efímeras y se corresponden a sitios de actividades específicas.


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Figura 2.

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Ubicación de los sitios en la cuenca superior del Arroyo Tapalqué y zonas adyacentes. Referencias: AT1 (Arroyo Tapalqué 1), CA (Calera), EQ1 (Empalme Querandíes 1), EP (El Puente), LLB (Laguna La Barrancosa, en ella se localizaron los sitios Laguna La Barrancosa 1 y Laguna La Barrancosa 2), FN (Fortín Necochea), TR1 (Tres Reyes 1), AS2 (Arroyo Seco 2), LB1 (Las Brusquillas 1), CO (Cortaderas), PO3 (Paso Otero 3).

Durante el Holoceno tardío, en la subsistencia se observa un incremento en la diversidad de las especies explotadas, el procesamiento más intensivo de los mamíferos de mayor tamaño, un aumento de las especies de pequeño tamaño representadas y la incorporación de las especies vegetales para su consumo (Martínez 1999, Martínez y Gutiérrez 2004, Salemme y Madrid 2007). Con relación a las materias primas líticas se reconoce el empleo de distintas estrategias tecnológicas tanto en el abastecimiento, en la explotación como en el uso que se hizo de las mismas. Aparecen otras rocas de importancia areal, tales como la ftanita (Bayón et al. 2006, Messineo 2013). Para este momento, se plantean cambios importantes en las poblaciones pasadas, que incluyen innovaciones tecnológicas (cerámica, arco y flecha), la intensificación de los artefactos de molienda, manifestaciones simbólicas (representaciones rupestres), áreas entierros formales, intercambio extrarregional y aumento de la densidad poblacional que llevan a la intensificación y complejización social en sociedades cazadoras-recolectoras (Politis y Madrid 2001, Berón 2004, Bonomo 2005, González de Bonaveri 2005, Mazzanti 2007). Una característica del Holoceno tardío es la multiplicación de ocupaciones producto probablemente del incremento demográfico, una redundancia ocupacional y una reducción de la movilidad vinculada a comportamien-


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tos más territoriales. Las ocupaciones más frecuentes en este momento son los campamentos de actividades múltiples (Berón y Politis 1997; Martínez 1999, 2006), con una mayor variabilidad inter e intrasitios.

Tabla 1 Características de los sitios del Área Interserrana Sitio

Área

Cronología

Tipo de sitio

Bibliografía

El Puente

Interserrana

2900 + 51

Campamento de actividades múltiples

Messineo et al. 2014 Pal 2015

Calera

Interserrana

1748 ± 42 2075 ± 44 2232 ± 55 3005 ± 66 3008 ± 46 3390 ± 170

Actividades múltiples

Messineo 2011 Pal 2015

Laguna La Barrancosa 1

Interserrana

1676 ± 46

Actividades específicas

Interserrana

3000-500 A.P

Campamento de actividades múltiples

Arroyo Tapalqué 1

Interserrana

3000-500 A.P

Campamento de actividades múltiples

Empalme Querandíes 1

Interserrana

3100 ± 2050

Cortaderas

Interserrana

2270 ± 190

Las Brusquillas

Interserrana

3334 AP

Laguna La Barrancosa 2

7805 ± 85 a 7580 ± 50 AP 7043 ± 82 a 6300 ± 70 AP 4793 ± 69 a 4487 ± 45 AP 1845 ± 50 2280 ± 60 2235 ± 50 2470 ± 60

Campamento residencial Campamento residencial

Messineo, 2011. Messineo 2011 Pal 2015 Messineo 2011 Pal 2015 Colantonio et al. 2015 Massigoge y Pal 2011 Massigoge y Pal 2011

Campamento de actividades múltiples

Leipus 2006 Politis y Steele 2014

Campamento base

Madrid et al. 1991 Leipus 2006

Arroyo Seco 2

Interserrana

Laguna Tres Reyes

Interserrana

Paso Otero 3

Interserrana.

4777 ± 77

Actividades específicas

Fortín Necochea

Interserrana

6010 ± 400 3630± 60

Campamento base

Landini et al. 2000 Castro de Aguilar 1987-1988

En referencia al paleoambiente, los diferentes proxies utilizados permiten formular un cambio durante el Holoceno medio que consistió en una tendencia en el aumento de la temperatura y en algunos casos también de la hu-


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medad, denominado Hypsitermal. Las condiciones subhúmedas y áridas retornan cerca de los 5.000 años AP (Prieto 1996, Prado y Alberdi 1999, Tonni et al. 1999). En el Holoceno tardío, se identifican fases áridas que se alternaron con eventos de mayor humedad y temperatura (3500-1000 A.P). A partir de los 1.000 años A.P. se evidencia un momento transicional entre condiciones húmedas y áridas (Tonni 1992). Durante los siglos XVI a XIX se registra “la pequeña Edad del Hielo”, ejemplo de la sucesión de condiciones climáticas húmedas con fases áridas, situación que ocurrió hasta el establecieron los ecosistemas modernos (Politis 1984, Rabassa et al. 1989; Tonni 1992, Tonni et al. 1999). Prácticas tecnológicas: aprovisionamiento, producción y uso Con referencia a la gestión de los recursos líticos, nos abocaremos a las rocas cuarcíticas, dado que si bien otras materias primas como la ftanita han sido explotadas, los resultados obtenidos del análisis funcional no nos permiten identificar tendencias en las prácticas de uso, fundamental para el estudio de la tecnología lítica. No obstante, se mencionarán los datos presentes en algunos de los sitios estudiados, en los cuales la buena preservación de los instrumentos manufacturados sobre esta materia prima posibilitó identificar las actividades productivas desarrolladas por los mismos. Como ya explicitamos, en los sitios de área Interserrana la materia prima principalmente explotada fue la ortocuarcita del Grupo Sierras Bayas de carácter no local. Flegenheimer et al. (1996) sugieren que el aprovisionamiento de las rocas cuarcíticas por parte de las sociedades cazadorasrecolectoras se habría realizado mediante viajes específicos, cuyo objetivo principal fue el abastecimiento de esta materia prima. Con respecto a las estrategias de producción, durante el Holoceno medio y tardío se observa principalmente la manufactura de ciertos diseños sobre esta materia prima (e.g., filos largos retocados), que involucra la búsqueda de un soporte determinado (obtención de lascas grandes, con módulos alargados/laminares y con un espesor específico), a partir de las cuales se formatizaron filos largos, rectos o convexos (Leipus y Mansur 2007). Estas elecciones sobre las rocas cuarcíticas quizás se vinculen a su disponibilidad, calidad para la talla y/o requerimientos funcionales (Flegenheimer et al. 1996, Leipus y Mansur 2007). En las estrategias de manufactura se identifican diferencias en las series técnicas implementadas para obtener las formas bases. Por ejemplo, en los sitios de campamentos de actividades múltiples, mejor representados en el Holoceno tardío, se identifica la utilización de series técnicas más invasivas en la pieza (talla extendida, retoques extendido y parcialmente extendidos), que involucra una mayor inversión de energía. Estas discrepancias, se relacionarían la organización espacial de las actividades técnicas y productivas, y con el contexto de uso de los instrumentos líticos.


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Con relación las prácticas de uso, el estudio de los artefactos manufacturados sobre rocas cuarcíticas nos permitió inferir las siguientes tendencias: 1) Con respecto a los filos utilizados para una actividad en particular (e.g.; aserrar, cortar, raspar, perforar), las categorías que presentan mayor variabilidad en cuanto a la cinemática son los filos largos retocados,1 representada principalmente por el movimiento transversal seguido por longitudinal. En tanto, los filos cortos retocados2 fueron usados exclusivamente para trabajos transversales (Landini et al. 2000; Leipus 2006; Leipus y Mansur 2007, Massigoge y Pal 2011, Pal 2013) y 2) En cuanto a los diseños y los materiales procesados se identifica que para el trabajo de piel y materiales blandos se utilizaron filos cortos retocados. En cambio, los filos largos retocados se han usado para el procesamiento de materiales de diferentes orígenes, tales como: piel, madera, materiales duros no determinables, hueso, entre otros (Castro de Aguilar 1987-1988; Landini et al. 2000, Leipus 2006, Pal 2013, Colantonio et al. 2016). De esta forma, el análisis de las actividades desarrolladas por los diferentes diseños posibilita afirmar que los filos largos retocados constituyen instrumentos versátiles, empleados en el procesamiento de distintos recursos y con diferentes cinemáticas. En contraposición, los filos cortos retocados presentan una integridad funcional dado que principalmente se vinculan al trabajo de pieles (Landini et al. 2000, Leipus 2006, Massigoge y Pal 2011, Pal 2013, Colantonio et al. 2016). En relación a las rocas de grano fino, como la ftanita, podemos mencionar la selección de estas rocas para la elaboración de filos cortos, con un predominio de actividades de raspado sobre materiales blandos en diferentes sitios del área Interserrana durante el Holoceno (Leipus y Mansur 2007, Massigoge y Pal 2011, Pal 2013, Colantonio et al. 2016). Es interesante resaltar que las prácticas de consumo descritas anteriormente no sufrieron cambios durante el Holoceno medio y tardío. Se identifican las mismas tendencias con respecto a los recursos, cinemáticas y procesos productivos. Ahora bien, se han identificado diferencias en las frecuencias de las tareas desarrolladas en cada uno de los contextos, que se podrían explicar en parte por el desenvolvimiento de las actividades de producción de distintas manufacturas que respondería a la organización espaciotemporal de los procesos técnicos en estas sociedades. Debido a que no es esperable que la producción de bienes sea homogénea en tiempo y espacio, dado que cada uno de ellos tiene distinta vida útil, la disponibilidad de algunos materiales (vegetales o animales) puede ser estacional y la demanda puede experimentar fluctuaciones de acuerdo a los requerimientos sociales del grupo. 1

2

Filo largo retocado (FLR): pieza que presenta solo un filo por retoques dispuestos sobre uno de los bordes de mayor longitud. Filo corto retocado (FCR): pieza que presenta solo un filo formado por retoques dispuestos sobre uno de los bordes de menor longitud.


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Para finalizar, y tal y como se ha plasmado en las líneas anteriores, se han identificado cambios durante el Holoceno en los patrones de asentamiento, movilidad y subsistencia en el área Interserrana. Asimismo, se ha podido reconocer innovaciones tecnológicas como la introducción del arco y la flecha, y la cerámica; así como la intensificación del uso de materiales de molienda. Dentro de la esfera tecnológica se evidencian trasformaciones en las estrategias de abastecimiento y explotación de las materias primas (Bayón et al. 2006, Messineo 2011), quizás relacionado a comportamiento más territoriales durante el Holoceno tardío. No obstante, en las prácticas de producción (qué soporte buscamos) y consumo (qué trabajamos y con qué utensilios) de los instrumentos manufacturados sobre rocas cuarcíticas y ftanitas, no se identificaron innovaciones. Es decir, no se manifestaron cambios en la forma de los soportes buscados, pero sí en la forma de aprovisionarse de las materias primas y las técnicas para obtenerlos. Por lo tanto, podríamos remarcar que las innovaciones identificadas corresponden sólo a una parte de la esfera de la tecnología lítica, y no se correlacionaría a cambios climáticos marcados durante el Holoceno. Consideraciones generales El análisis del cambio ha sido, y es, una temática fundamental en la investigación arqueológica. Entre los factores que inciden en su desarrollo, los cambios climáticos proveen nuevos escenarios para el despliegue de innovaciones, de transformaciones o para el reajuste de dinámicas organizativas que exhiben trayectorias históricas amplias. La tecnología ha sido una forma de resolver problemas y, entre ellos, la interacción con el ambiente ha desempeñado un rol sumamente importante, pero no el único; ni tampoco implica el desarrollo de respuestas mecánicas. Por el contrario, su análisis permite comprender cómo las sociedades, en forma creativa, enfrentaron una nueva situación a partir del conocimiento social acumulado. El caso que brevemente presentamos en estas páginas muestra que, muchas veces, no hay correlaciones simples y directas entre los cambios ambientales y las transformaciones tecnológicas. En el caso del área Interserrana Bonaerense los proxies climáticos registrados hasta el presente no permiten observar relaciones claras entre ambas dinámicas. Aun cuando la información es fragmentaria, otras causas como el incremento en la densidad poblacional, la intensidad de ocupación del espacio, el incremento de la territorialidad o la intensificación de los vínculos intergrupales en la llanura pampeana son elementos que pueden plantearse como causas más plausibles de una reorganización de las prácticas tecnológicas (Berón y Politis 1997, Martínez 2006, Messineo 2011). Más allá de cuáles hayan sido las variables clave, es indudable que las transformaciones que hemos explorado en las armas de captura, las estrategias de abastecimiento, las técnicas de talla y la variabilidad inter e intra sitio (en términos de las actividades técni-


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cas en ellos desarrollados) brindan indicios significativos para inferir la existencia de procesos de innovación. Tal y como vimos, dichos procesos sólo pueden rastrearse si se considera en escala amplia la interacción de cada una de las variables que definen a esas prácticas y su interrelación y co-variación a lo largo del tiempo. En suma, enfatizar exclusivamente en la forma, o en aspectos cualitativos, de la tecnología brinda, como discutimos al principio, una imagen estática de esas prácticas y las aísla de las relaciones sociales en las cuales se encuentra inserta. Bibliografía Álvarez, Myrian R. 2003 Organización tecnológica en el Canal Beagle. El caso de Túnel I (Tierra del Fuego, Argentina), tesis doctoral no publicada, Buenos Aires, MS. Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires. Álvarez, Myrian R., Ivan Briz Godino, Nélida M. Pal y Lorena Salvatelli 2010 “Contextos de uso y diseños: una propuesta metodológica para el análisis de la variabilidad de los conjuntos líticos”, Arqueología Argentina en el Bicentenario de la revolución de Mayo. XVII Congreso Nacional de Arqueología Argentina; Bárcena, Roberto y Horacio Chiavazza, Vol. I, Facultad de Filosofía y Letras UN Cuyo, Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales-CONICET, pp. 67-72, Mendoza, Argentina. Bayón, C.; N. Flegenheimer y A. Pupio 2006 “Planes sociales en el abastecimiento y traslado de roca en la Pampa Bonaerense en el Holoceno temprano y tardío”, Relaciones de la Sociedad Argentina de Antropología XXXI, pp. 19-45. Berkes, F. and D. Jolly 2001 “Adapting to climate change: Social-ecological resilience in a Canadian western Arctic community”, Conservation Ecology, vol. 5, no. 2, pp. 18, <http://www.consecol.org/vol5/iss2/art18>. Berón, M. y G. Politis 1997 “Arqueología Pampeana en la década de los ’90. Estado de las investigaciones y perspectivas”, Arqueología Pampeana en la Década de los ‘90, editado por M. Berón y G. Politis, pp. 137-146, Museo de Historia Natural de San Rafael, Investigaciones Arqueológicas y Paleontológicas del Cuaternario (INCUAPA), Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires, Mendoza. Berón, M. 2004 Dinámica poblacional y estrategias desubsistencia de poblaciones prehispánicas de la cuenca Atuel-Salado-Chadileuvú-Curacó, Provinciade La Pampa, tesis doctoral inédita, Facultad de Filosofía y Letras, UBA, Buenos Aires.


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TECNOLOGIA, ORGANIZAÇÃO SOCIAL E MEIO AMBIENTE Maria Cristina MINEIRO SCATAMACCHIA* Recibido el 17 de septiembre de 2015; aceptado el 22 de febrero de 2016

Resumo O objetivo do artigo é mostrar a relação da cultura material, da tecnologia envolvida na produção de artefatos, da sua interferência na paisagem, com o tipo de organização social do grupo e com o equilíbrio do ambiente ocupado. A cultura material é o registro das necessidades do grupo e indicador da tecnologia disponível e consequentemente o reflexo da sua complexidade social. As necessidades de um grupo estão relacionadas tanto ao meio ambiente como à manutenção do seu de modo de vida, que engloba subsistência, relações sociais e práticas ideológicas. As mudanças ocorridas no suporte tecnológico estão relacionadas com as mudanças ambientais ou da organização social. No caso de ambientes estáveis e de organizações sociais também estáveis, como a tribal, podemos observar a permanência da tecnologia por períodos longos. Estamos aqui usando como exemplo as sociedades tribais de filiação linguística tupi-guarani que ocuparam o leste da América do Sul por aproximadamente 1.000 anos. Resumen Tecnología, organización social y medio ambiente El propósito del artículo es mostrar la relación de la cultura material, de la tecnología involucrada en la producción de artefactos, su interferencia en el paisaje, con el tipo de organización social del grupo y con el equilibrio del medio ambiente ocupado. Cultura material es el registro de las necesidades del grupo y el indicador de la tecnología disponible y en consecuencia refleja *

Museu de Arqueologia e Etnologia da Universidade de São Paulo, Brasil.


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la complejidad social. Las necesidades de un grupo están relacionadas con el medio ambiente y el mantenimiento de su forma de vida, que abarca los medios de subsistencia, las relaciones sociales y prácticas ideológicas. Los cambios en el soporte tecnológico están relacionados con cambios ambientales o de organización social. En el caso de ambientes estables y de organizaciones sociales también estables, como las tribales, podemos observar la permanencia de la tecnología durante largos períodos. Aquí estamos usando como ejemplo las sociedades tribales de afiliación lingüística tupíguaraní, que ocuparon la Suramérica del este por cerca de 1000 años. Abstract Technology, Social Organization and Environment This article shows the relationship of material culture, the technology involved in the production of artifacts, their interaction with landscape, with the type of group social organization and with the rest of the environment. Material culture is the record of a group's needs, an indicator of the technology available and consequently reflects social complexity. The needs of a group are related to both the environment and the maintenance of their way of life, which encompasses livelihoods, social relationships and ideological practices. Changes in technological support are related to environmental changes or social organization. In the case of stable environments and social organizations, such as with tribal levels of organization, we see the permanence of technology over long periods. Here we use as an example the tribal societies of Tupi-Guarani linguistic affiliation who occupied eastern South America for about 1,000 years. Résumé Technologie, organisation sociale et environnement Dans le présent article nous examinons la relation entre la culture matérielle, la technologie impliquée dans la fabrication d’artefacts, leur interaction avec le paysage, avec le type d’organisation sociale et l’environnement. La culture matérielle est le registre des besoins d’un groupe, une indication de la technologie qui leur est disponible et donc le reflet de la complexité sociale. Les besoins d’un groupe sont reliés à la fois à l’environnement et au maintien de leur mode de vie qui inclus le mode de subsistance, les relations sociales et les pratiques idéologiques. Les changements technologiques sont reliés aux changements environnementaux ou d’organisation sociale. Lorsque l’environnement et l’organisation sociale sont stables, comme chez les groupes ayants une organisation tribale, nous voyons que la technologie perdure pour des périodes prolongées. Ici nous utilisons l’exemple des sociétés tribales du groupe linguistique Tupi-Guarani qui ont occupé l’est de l’Amérique du Sud pendant un millénaire.


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A tecnologia e a produção de artefatos Nas regiões tropicais o registro arqueológico se apresenta limitado aos materiais não perecíveis, basicamente artefatos de cerâmica e pedra.. Possuímos, portanto um registro parcial dos artefatos produzidos e utilizados pelo grupo, assim como da tecnologia envolvida. Estruturas de pedra e diferenciação de cor no solo são outras evidências que também permanecem e indicam os antigos locais de ocupação, assim como as técnicas construtivas empregadas. A análise da tecnologia com a qual foram produzidos os mais diversos artefatos é um dado importante para o arqueólogo inferir as condições do grupo produtor, como o tipo de organização social, suas mudanças e a sua relação com o meio ambiente. Identifica também o grau de conhecimento e especialização do trabalho existente no grupo. A tecnologia pode ser definida de maneira genérica como o domínio do conhecimento e das ferramentas para a construção de artefatos que tem como objetivo atender as necessidades das diferentes sociedades. Estamos considerando como artefato todo objeto construído pelo homem, que engloba desde uma ponta de flecha até objetos mais complexos, como uma casa e um automóvel. Os artefatos por sua vez estão relacionados a vários níveis, desde aqueles necessários para o domínio e estabelecimento territorial, para o transporte, apoio de atividades quotidianas e para o suporte ideológico. Quanto mais complexa a sociedade, mais complexos serão os artefatos e mais diversificada será a cultura material produzida e deixada no registro arqueológico. O aspecto tecnológico está relacionado com a evolução intelectual do homem e da relação do cérebro com as mãos, que vai se desenvolver atendendo a necessidade e a complexidade social. Por sua vez, a complexidade social está relacionada com a especialização do trabalho e divisão de classe, que vão resultar em uma grande diversidade na cultura material. Um dos principais indicadores de mudança social é a substituição de utensílios naturais por instrumentos criados artificialmente. Os artefatos são diferentes de determinados instrumentos que são usados eventualmente, como seixos, galhos de arvores, ossos, entre outros. Os artefatos têm regras de fabricação e transmissão feitas por aprendizagem e por regras sociais de uso, descarte, troca e comércio. Analisando de maneira global as relações do homem com seus instrumentos e o desenvolvimento da tecnologia é interessante a distinção feita por Leroi-Gourhan (1971). Este autor faz a distinção de um duplo aspecto da atividade humana, um que ele chama de tendências e outro de feitos. O primeiro está relacionado à evolução em si, e o segundo ao meio e necessidades de grupos específicos. Na realidade, a tendência e o feito são duas fases, uma abstrata e outra concreta, do mesmo fenômeno do determinismo


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evolutivo.1 O artefato seria, portanto a exteriorização de um gesto eficiente cujo processo pode ser reconhecido através da sua cadeia operatória. É importante considerar que todo artefato representa uma experiência aprovada pelo grupo e seu processo de fabricação é conservado e transmitido de geração para geração, e a sua manutenção ao longo do tempo constitui uma tradição. A manutenção de uma tradição está diretamente relacionada com a dinâmica da sociedade. No caso das sociedades tribais que são estáticas e possuem mecanismos de manutenção da sua estrutura social, o modo de produção se mantem por muitas gerações. A sociedade tribal é muito conservadora e resistente às mudanças, mantendo o modo de produção herdado por muitas gerações e por este motivo encontramos a ela associadas tradições que são mantidas por muito tempo. Este mecanismo de manutenção da estrutura tribal fez com que Clastres (1978) denomine a sociedade tribal de filiação linguística tupi-guarani do século XVI como “a sociedade contra o Estado”. Estas sociedades evitam o excedente e restringem a atividade produtiva à satisfação das necessidades, e quando existe o excesso, este é consumido em festas e ritos. Não podemos esquecer que as sociedades humanas são baseadas em regras para definir sua atuação e garantir sua estrutura, assim como o sentimento de identidade cultural. Estas mesmas regras são extensivas ao modo de produção e são identificadas na cultura material através dos processos descritivos e classificatórios desenvolvidos pelos arqueólogos que levam à identificação de padrões tecnológicos. Algumas considerações sobre artefato e organização social A partir da análise de um artefato podemos pensar em dois aspectos no que se relaciona à técnica: aqueles que são visíveis e aqueles que são inferidos. Para ter uma ideia destes aspectos é necessário fazer a reconstrução da cadeia operatória que gerou a sua criação, que engloba a sequencia de gestos e instrumentos que transformaram a matéria prima na construção de um artefato. Todo processo de construção de um artefato está baseado em ações que estão relacionadas com o ambiente, a disponibilidade de matéria prima, o conhecimento e necessidade do grupo. A construção de um artefato tem inicio como a elaboração de um projeto mental para atender a uma necessidade especifica, seguido da escolha da matéria prima mais adequada, da técnica de fabricação finalizando com a técnica de acabamento ou decoração. Se o artefato produzido atende de maneira eficiente este projeto mental vai ser conservado. Neste caso, todo 1

Esta condição faz com que sejam observados paralelismos de resultados em varias partes do mundo, pois a evolução marca o homem físico e os produtos do cérebro e das mãos.


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artefato que permanece no registro arqueológico teve a aprovação do grupo. No esquema que envolve o processo de fabricação de um artefato, cada uma das etapas gerais possuem uma série de variáveis relacionadas ao modo de produção e de trabalho do grupo. O modelo mental ou o projeto de construção de um artefato é uma combinação de atributos que foram selecionados por razões tradicionais, funcionais, tecnológicas, onde está envolvido um grande numero de variáveis de fabricação e uso dos artefatos até sua deposição ou abandono no registro arqueológico. Do ponto de vista arqueológico o esquema na Figura 1 apresenta as principais etapas que devem ser consideradas na analise do artefato, como documento. Para cada uma destas etapas algumas variáveis devem ser consideradas. Com relação à necessidade devem ser considerados o aspecto social e o meio ambiente, sendo que o projeto mental pode ser inovador ou já aprovado. A seleção da matéria prima por sua vez também está vinculada ao ambiente e a capacidade de obtenção e de preparação da mesma para a fabricação do projeto. A técnica de fabricação depende do domínio tecnológico do grupo, do modo de produção e dos instrumentos manipulados. A forma a ser obtida, que está relacionada ao projeto inicial, vai ser definida pela função a ser atendida, cuja complexidade vai depender da organização social do grupo em questão, assim como a forma de acabamento e decoração. Esta ultima em muitas sociedades correspondem a uma maneira de comunicação e serve como diagnóstico para a identificação cultural. Esta forma final atendendo adequadamente à necessidade que levou a formulação ao projeto mental inicial, vai ser aprovada e repetida pelo grupo, consagrando um modo de produção e estabelecendo uma tradição. A sociedade tribal aqui enfocada está baseada em uma economia de produção de alimentos, embora a coleta ainda tenha um papel importante na dieta. Esta estrutura envolve a criação de instrumentos relacionados à produção, coleta, processamento, consumo, distribuição e conservação de alimentos. No caso das sociedades de filiação linguística tupi-guarani a economia de subsistência era baseada na agricultura de raízes, também denominada de horticultura. O seu modo de vida foi denominado de aldeano igualitário. Vargas (1987) menciona as considerações de vários autores sobre este tipo de igualdade, uma vez que a sociedade é sempre desigual pois a organização social implica em conflitos e contradições, que são particulares e específicos. Esta autora caracteriza este tipo de organização “como aquél em donde los grupos sociales poseen uma certa centralizacion em la organización del trabajo; uma produción excedentaria suficiente como para requerir sistemas de almacenamiento; ciertas formas de especilización de trabajo, sobretodo em las artesanias... (op. cit.:24). Isto significa que as sociedades podem ser identificadas culturalmente pela sua tecnologia de produção. As sociedades tribais de filiação linguística tupi-guarani são conhecidas arqueologicamente como sendo portadoras da tradição ceramista denominada tupiguarani. Estes grupos eram estruturados tendo como base a família


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extensiva, estabelecida em aldeias ou grupos locais, que reconheciam uma mesma origem e um chefe comum. As tribos se apresentam como aldeias segmentadas, independentes, mas que tem uma relação de parentesco entre elas permitindo a união em momentos de guerra ou de defesa do território. Aldeias do mesmo tamanho e com as mesmas características formais indicam a ausência de diversificação funcional entre elas. Diversificação que não é mencionada nos dados etno-históricos ou identificada no registro arqueológico. Como sociedade igualitária o trabalho está relacionado à vida em grupo e o modo de produção tem uma divisão de gênero, o que significa de um modo geral que o domínio da tecnologia é comunal e a especialização é relativa às aptidões pessoais no que se refere à produção artesanal. O objetivo da produção material está relacionado ao atendimento das necessidades básicas de subsistência e da organização social tribal, que é uma estrutura social estática e de longa duração. Portanto, o objetivo da produção nas sociedades tribais é atender as necessidades de subsistência e de manutenção da sua organização social. Como estas necessidades permaneceram sem mudanças estruturais durante longo período de tempo, o desenvolvimento tecnológico e os produtos necessários também permaneceram semelhantes, constituindo longas tradições.

Figure 1.

Esquema das etapas básicas de construção de um artefato.


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Os artefatos como expressão tangível de uma ideia, de um projeto mental não falam por si. Para que ele seja um documento é necessário que sejam feitas as perguntas adequadas para inferir a tecnologia empregada. Para alguns autores os artefatos são ideias fossilizadas, pois em cada cultura existem convenções que determinam a sua forma e a maneira da sua fabricação e acabamento ou decoração. Todos os membros de uma cultura tem um projeto mental sobre como devem fazer cada objeto, da maneira certa, aquela que foi aprovada, aceita e transmitida pelo grupo. O registro da tecnologia dos grupos portadores da tradição Tupiguarani2 Como já mencionamos anteriormente, o conhecimento da cultura material das sociedades tribais em áreas tropicais acaba sendo limitado aqueles elementos que resistiram às condições climáticas, isto significa que todos artefatos fabricados com matéria prima orgânica, como madeira e palha não permanecem no registro arqueológico, ou permanecem de maneira sutil. Por exemplo, temos inferências sobre as formas das casas através das marcas no solo e diferenciação de cor e presença de matéria orgânica, fato que permite estabelecer os modelos de estabelecimento. Entretanto, o registro mais consistente e numeroso se refere aos artefatos fabricados em pedra e cerâmica, sendo a cerâmica o indicador tecnológico de identificação da tradição. Com relação à tecnologia de construção das casas podemos inferir a material prima como sendo de origem orgânica, fato confirmado no contexto textual das crônicas do século XVI, que descrevem estas habitações quando em contato com os habitantes do litoral brasileiro. No registro arqueológico elas podem ser identificadas pela cor do solo e pela presença de material cultural. Estas sociedades tribais tinham como base de subsistência a produção na agricultura extensiva, que para sua manutenção precisa da mobilidade da terra e de estabelecimentos semi-sedentários. Portanto, a construção de casas com materiais leves e perecíveis, que tinham a duração aproximada do tempo de permanência foi uma escolha perfeita para este modo de vida. De acordo com as descrições etno-históricas, as casas eram feitas 2

Escrito em uma só palavra de acordo com sua definição original feita em 1969 pelo PRONAPA (Programa Nacional de Pesquisa Arqueológica): Após considerações de possíveis alternativas, não obstante suas conotações lingüísticas, foi decidido rotular como tupiguarani (escrito numa só palavra) esta tradição ceramista tardia amplamente difundida, considerando já ter sido o termo consagrado pela bibliografia e também a informação etnohistórica estabelecer correlações entre as evidências arqueológicas e sos falantes de língua Tupi e Guarani, ao longo de quase todo território brasileiro” (PRONAPA 1969:10). Não estaremos discutindo aqui o resultados de pesquisas posteriores que fizeram considerações a esta definição (Brochado 1984, Scatamacchia 1990).


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de madeira e coberta com folhas de palmeiras, e sua permanência no local estava relacionado à duração das folhas. No litoral as marcas das cabanas são mais sutis pela dificuldade em diferenciar as cores produto da decomposição do material orgânico no solo arenoso No interior como as cabanas foram construídas sobre o lato solo vermelho e as manchas escuras provenientes da decomposição orgânica são mais evidentes. O formato das aldeias que tem sido identificado no registro arqueológico coincide com as descrições feitas pelos cronistas do século XVI, confirmado nos desenhos realizados no relato de viagem de Hans Staden. Existem várias descrições sobre a técnica construtiva das casas, selecionamos por exemplo, aquela feita por Gabriel Soares de Sousa: Quando este principal assenta sua casa, busca sempre um sitio alto e desafogado dos ventos, para que lave as casas, e que tenha água muito perto, e que a terra tenha disposição para de redor da aldeia fazerem suas roças e granjeiros; e como escolhe o sitio a contentamento dos mais antigos, faz o principal sua casa muito comprida, coberta de palma, a que os índios chamam de pindoba e as outras da aldeia se fazem também muito compridas e arrumadas de maneira que lhes fica no meio um terreiro quadrado, onde fazem bailes e seus ajuntamentos; e em cada aldeia há uma cabeça que há de ser índio antigo aparentado, para que os outros que vivem nestas casas terem respeito: e não vivem mais nestas aldeias, que enquanto lhes não apodrece a palma das casas, que lhes dura três, quatro anos (Sousa, 1587, 1971, p. 303).

Figure 2.

Artefato como documento e as variáveis envolvidas.


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Figure 3.

Registro arqueológico das antigas cabanas no litoral.

Figure 4.

Desenho das antigas cabanas no litoral feito com a orientação de Hans Staden, século XVI.


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Os artefatos que permaneceram no registro arqueológico são na sua maioria fabricados em pedra e cerâmica, mas existem informações na documentação textual de artefatos feitos de materiais orgânicos perecíveis que foram utilizados para as mais diversas atividades. Os artefatos que caracterizam esta sociedade estão relacionados principalmente às atividades de cultivo, processamento de alimentos, armazenamento e consumo. Neste sentido, podemos identificar as lâminas de pedra polida, mãos de pilão e vasilhas cerâmicas. Os principais artefatos de pedra estão relacionados ao cultivo e processamento de alimentos, como as micro lascas que eram grudadas em um suporte de madeira e serviam para ralar a mandioca, técnica ainda utilizada nas sociedades indígenas atuais que tem a mandioca como base da alimentação. As lâminas de machado de pedra polida constituem um artefato presente na cultura material dos grupos, sendo que nos sítios arqueológicos mais recentes podemos observar a diminuição deste material que foi substituído pelas peças de metal como resultado do contato com os europeus que chegaram na costa brasileira no principio do século XVI. Alguns artefatos podem ser identificados como pertencentes ao aspecto ritual e ideológico, como os adornos labiais, cachimbos e os vasos utilizados para o sepultamento. Os adornos labiais, denominados tembetás são artefatos relacionados aos rituais de passagem dos homens. Trata-se de um artefato diagnóstico do grupo. Existem várias descrições sobre a sua utilização e podemos mencionar aquela feita por Hans Staden: No lábio inferior têm um orifício e isso desde a infância. Fazem, nos menino com um pedaço aguçado de chifre de veado, um pequeno furo através dos lábios. Aí metem uma pedrinha ou pedacinho de madeira e untam-no com seus.O pequeno buraco permanece então aberto. Quando os meninos crescem e se tornam capazes de trazer armas, fazem-lhes maior esse buraco. Enfia-se então no mesmo uma grande pedra verde.

Figure 5.

Lâminas de machado de pedra polida.


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Figure 6.

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Exemplos de tipo de tembetás.

Más, os artefatos mais numerosos e que definiram a tradição são aqueles construídos de argila, sendo a cerâmica o elemento diagnóstico deste grupo. A técnica de fabricação é feita pelo processo de acordelado, onde a forma das peças é dada pela sobreposição de roletes que são alisados posteriormente. No registro arqueológico esta técnica pode ser observada nos fragmentos cerâmicos porque muitas vezes a fragmentação acontece na união dos roletes. As formas cerâmicas identificadas na tradição tupi-guarani estão relacionadas com o processamento de alimentos, principalmente da mandioca e à fabricação de bebidas. Os grandes vasos fabricados para a produção de bebidas foram re-utilizados para o sepultamento, primário ou secundário.


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Figure 7.

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Processo de fabricação de cerâmica (fotos: C.M.C. Demartini).

Esta técnica de fabricação é a que foi utilizada pela maior parte dos grupos que habitaram a América do Sul, com exceção daqueles grupos da área andina, que já tendo uma divisão de classe e especialização de trabalho desenvolveram a técnica do torno.


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Figure 8.

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Exemplo de algumas formas cerâmicas da tradição Tupiguarani.

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Com a análise da cerâmica é possível inferir a relação entre artefato, necessidade do grupo e tecnologia disponível. As formas simples e sem diversificação de função indicam uma fabricação sem especialização de trabalho para atender a atividades cotidianas relacionadas à subsistência. Este tipo de cerâmica foi classificada dentro da denominação de cerâmica plástica e ou pintada controlada por Willey (1986:241): Esta cerámica fue considerada dentro de la denominación de Cerâmica plástica e/ou pintada controlada de acuerdo con la clasificación de): As implicações do termo controlado são as que de que ,neste nível de desenvolvimento da cerâmica, o oleiro já dominou a técnica de faze-la e ornamenta-la sem torno e sem verniz.

A fabricação da cerâmica e de pintura nas vasilhas é feitas pelas mulheres de acordo com dados contidos na documentação etno-histórica: As mulheres a que cabe todo o trabalho doméstico, fabricam muitos potes e vasilhas de barro para guardar cauim, fazem ainda panelas redondas, ovais, frigideiras e pratos de diversos tamanhos e ainda certa espécie de vaso de barro que não é muito liso por fora mas tão completamente polido por dentro e tão bem vidrado que não fazem melhor os nossos oleiros. Para esse serviço, usam um certo licor branco que logo endurece. Preparam também tintas pardacentas com as quais pintam com pincel enfeites, como ramagens, lavores eróticos, principalmente nas vasilhas de barro em que se guarda a farinha; são assim os mantimentos servidos com muito asseio e mais decentemente do que se faz entre nós com vasilhas de madeira. Infelizmente, como seguem as fantasias do momento, nunca se encontra duas pinturas iguais pois os pintores não usam modelo e apenas utilizam a sua imaginação. Para preparar essa farinha usam as mulheres brasileiras grandes e amplas frigideiras de barro, com capacidade de mais de um alqueire e que elas mesmas fabricam com muito jeito… (Lery 1980:124).3

Manutenção do sistema tribal e da tecnologia A tradição ceramista Tupiguarani é um exemplo da manutenção através do tempo de um mesmo modo de produção e da tecnologia de fabricação. No caso a tradição além se se manter ao longo do tempo também se espalhou ao longo de quase todo leste da América do Sul. Os portadores desta tradição ao longo do seu processo migratório mantiveram as características téc3

Calvinista francês que esteve por muitos meses na região do Rio de Janeiro como parte da tentativa francesa de implantar na região “A Francia Antártica”, tendo convivido com os indígenas, os quais descreve com detalhes.


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nicas e decorativas que possibilitam a sua identificação cultural por todo território que foi por eles ocupado. A manutenção da estrutura tribal pode ser identificada tanto pelos registros arqueológicos deixados como ela documentação textual das crônicas do século XVI. No período de contato começa a aparecer na documentação a indicação de diferenciação social em locais onde existiu uma população numerosa, como foi o caso da região do Guaíra e da baía da Guanabara. Processo este interrompido pela presença europeia. Resumindo, a manutenção da estrutura tribal por grupos de filiação linguística Tupi-guarani que ocuparam o leste da América do Sul e a aceitação das técnicas de fabricação cerâmica fez com que estas fossem transmitidas através das gerações. Essa situação resultou na tradição ceramista Tupiguarani por mais de 1.000 anos em virtude da ausência de mudança na organização social do grupo e de mudanças climáticas significativas dos ambientes de ocupação. Bibliografía Clastres, Pierre 1978 A sociedade contra o Estado, Francisco Alves Editora, Rio de Janeiro. Leroi-Gourhan 1971 Evolução e técnicas, 1-O homem e a matéria, Edições 70, Lisboa. Léry, Jean de 1980 Viagem à terra do Brasil, Coleção Reconquista do Brasil, no. 5, vol.10, ed. Itatiaia, Belo Horizonte, EDUSP, São Paulo. Metraux, A. 1928 La civilización matérielle des tribus Tupi-guarani, Paris. Mithen, Steven 1996 The prehistory of the mind, Thames and Hudson. Scatamacchia, M. Cristina Mineiro e Moscoso, Francisco 1987-1988-1989 “Análise do padrão de estabelecimento Tupi-guarani: fontes etno-históricas e arqueológicas“, Revista de Arqueologia, vol. 30-3132, São Paulo, pp. 37-53. Sousa, Gabriel Soares 1971 Tratado descritivo do Brasil em 1587, Ed. Nacional, São Paulo. Staden, Hans 1979 Duas Viagens ao Brasil, EDUSP, São Paulo/ed. Itatiaia, Belo Horizonte. Vargas, Iraida 1987 “La formación económico social tribal”, Boletín de Antropología Americana, núm. 15, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, México, pp. 14-26.


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Willey, G. 1986 “Cerâmica”, Ribeiro, B.G. Suma Etnológica Brasileira, vol. 2, Vozes, FINEP, Petrópolis, pp. 231-282. Wisseman, S.U. and Williams, W.S. 1993 Ancient Technologies and archaeological materials, Gordon and Breach Publ.


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ADAPTACIÓN TECNOLÓGICA A LOS CAMBIOS CLIMÁTICOS EN LA REGIÓN DEL RÍO CANDELARIA, CAMPECHE, MÉXICO

Ernesto VARGAS PACHECO* Recibido el 21 de octubre de 2015; aceptado el 22 de febrero de 2016

Resumen En el área maya se dieron cambios climáticos a lo largo de la historia, obligando a la población a adaptarse o migrar a otras regiones, sin embargo aquellas poblaciones que no migraron tuvieron que quedarse en el lugar y modificar el medio ambiente para adaptarse. Como arqueólogos nos quedan los restos de materiales de dichos pueblos que son la evidencia de las inclemencias del clima que sufrieron y a partir de su análisis se puede ver cómo la tecnología ayudó a adaptarse a esos cambios climáticos a las poblaciones. Los habitantes de El Tigre, Campeche, México, desde el 250 a.C. hasta la actualidad han sufrido cambios climáticos, que los afectó con grandes inundaciones, o con grandes sequías, lo que los obligó a implementar sistemas de agricultura intensiva, a realizar canales, sacbés, diques para contener agua y otras obras hidráulicas para asegurar la producción alimentaria. En este trabajo se utilizará la arqueología, las fuentes históricas y la ecología para entender a las poblaciones del México Prehispánico y su adaptación a un medio ambiente cambiante, como es el caso de los habitantes la Provincia de Acalan, que se desarrollaron a orillas de un gran río, El Candelaria.

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Instituto de Investigaciones Antropológicas, UNAM, México


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Abstract Technological Adaptation to Climate Change in the Area of the Candelaria River, Campeche, Mexico In the Maya area, climate change occurred throughout history, forcing the population to adapt or to migrate to other regions. Those populations that did not migrate had to modify the environment to adapt. Archaeological remains of these populations provide evidence of the climatic challenges which they suffered through and from the analysis of these remains, we can see how technology helped those people to adapt to climate change. The inhabitants of El Tigre in Campeche, Mexico, occupied from the 250 B.C. to the present time, lived through climate changes such as great floods, but also great droughts, which forced them to implement systems of intensive agriculture, to construct canals,sacbés (raised roads), dykes to contain water and other hydraulic works to ensure food production. Archaeological, historical and ecological sources are presented in order to understand the populations of pre-Hispanic Mexico and their adaptation to changing environments, as was the case for the inhabitants of the province of Acalan who learned to live on the edge of a great river, the Candelaria.

Résumé Adaptation technologique au changement climatique dans la région de la rivière Candelaria, Campeche, Mexique La région maya a connu des changements climatiques tout au long de son histoire, forçant les populations à s’adapter ou à se déplacer vers d’autres régions. Les populations qui restèrent sur place devaient modifier leur environnement pour s’adapter. Les témoins archéologiques laissés par ces populations nous présentent avec des preuves tangibles des défis climatiques auxquels les populations devaient se confronter. L’analyse de ces données nous permet de voir comment la technologie les aida à s’adapter aux changements climatiques. Les habitants d’El Tigre au Campeche, Mexique, site occupé depuis 250 av. J.-C. jusqu’à nos jours, ont connu des changements climatiques tels des grandes inondations, mais aussi des grandes sécheresses qui les obligèrent à développer des systèmes agricoles intensifs, à construire des canaux, des sacbés (chemin surélevé), des digues pour contenir l’eau et d’autres constructions hydrologiques pour assurer la production de la nourriture. Des sources archéologiques, historiques et écologiques sont présentées afin de comprendre les populations préhispaniques du Mexique et leur adaptation aux environnements changeants, comme ce fut le cas avec les habitants de la province d’Acalan qui apprirent comment vivre sur les abords de la grande rivière, la Candelaria.


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Resumo Adaptação tecnológica às mudanças climáticas na região do rio Candelaria Na área maya aconteceram mudanças climáticas ao longo da sua história, obrigando a população a adaptar-se ou migrar para outras regiões, entretanto as populações que não migraram tiveram que ficar no lugar e modificar o meio ambiente para se adaptar. Para os arqueólogos ficaram os restos arqueológicos destes povos que são a evidência das inclemências do clima que sofreram. A partir da sua análise pode-se ver como a tecnologia ajudou a estas populações se adaptarem às mudanças climáticas. Os habitantes de El Tigre, Campeche, México, desde 250 a.C. até a atualidade tem sofrido mudanças climáticas, que os afetou com grandes inundações, como também com grandes secas, o que os obrigou a implantar sistemas de agricultura intensiva, a realizar canais, sacbés, diques para conter água e outras obras hidráulicas para assegurar a produção alimentícia. Neste trabalho foi usada a arqueologia, as fontes históricas e a ecologia para entender as populações do México pré-hispânico e sua adaptação a um meio ambiente oscilante, como é o caso dos habitantes da Província de Acalan, que se desenvolveram nas margens de um grande rio, o Candelária.


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Introducción En el área maya se dieron cambios climáticos a lo largo de la historia, obligando a la población a adaptarse o migrar a otras regiones, sin embargo aquellas poblaciones que no migraron tuvieron que quedarse en el lugar y modificar el medio ambiente para habituarse. Años después otros grupos llegaron a ese medio ambiente desconocido para ellos y tuvieron que adaptarse. En 1968 se dio a conocer que las tierras inundables a lo largo del río Candelaria Superior y sus tributarios, estaban tramados con los restos de un sistema agrícola anterior a la conquista. Estos vestigios le han dado a esa región un lugar muy especial en la investigación de la subsistencia en las tierras bajas tropicales. Un reciente análisis del paisaje y el extenso reconocimiento en tierra por Puleston y Siemens (1968) nos muestran algo de la estructura y configuración de los asentamientos prehispánicos, de la red de transportes y los sistemas agrícolas de la región, contrastando agudamente con lo que puede verse hoy en día, pero en otros aspectos existen coincidencias. En 1557 los habitantes de Acalan (Figura 1) fueron trasladados a Tixchel, 400 años después, el programa de colonización revierte el abandono de la región con el traslado de poblaciones de Durango y Coahuila y así comienzan a aproximarse otra vez a la agricultura y a los sistemas de subsistencia antiguos a lo largo del Candelaria. Los colonos de Durango y Coahuila se enfrentaron a una realidad totalmente diferente a la que habían vivido y ante los problemas prácticos, sus soluciones fueron más o menos espontáneas, se asentaron de preferencia en colindancia con las riberas del río, adoptaron o más bien retomaron la práctica de roza y quema, volvieron a darle vida a los primitivos escenarios agrícolas en tierra firme, anteriores a la intensificación, y al abrir canales a través de las tierras inundables pusieron de nuevo en práctica antiguos medios de transporte como un antiguo camino maya y, al parecer sin saberlo, trazaron de nuevo las rutas prehispánicas. Alfred Siemens (1989:62) nos dice que impresiona la gran cantidad de actividades que los antiguos pobladores desarrollaron para poder vivir, incluyendo el uso del suelo, lo mismo en el pantano que en la tierra firme, dentro de un esquema complementario de cosechas apegado a las estaciones, agregando a lo anterior la pesca y la caza. Durante la época prehispánica la población de la provincia de Acalan fue numerosa, mayor que la actual, el panorama que vemos en las colonias es desalentador, pues su economía poco ha tomado en cuenta el uso tradicional de esta boscosa tierra baja del trópico. Más aún, se ha centrado principalmente en la tierra firme, dejando a un lado el drenaje de las tierras inundables, el regadío y los recursos faunísticos y de pesca.


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Los mayas no se levantaron en su sorprendente desarrollo superando sus limitaciones de subsistencia agrícola, sino que reconocieron su posición geográfica, única entre las civilizaciones, como un cuerpo peninsular rodeado de riquezas no agrícolas que compensaron grandemente las otras deficiencias de su territorio (Lange 1971). Por lo tanto existen otras alternativas que debemos buscarlas para entender el gran desarrollo de la cultura maya, como es el polícultivo, los recursos marinos y fluviales, los campos levantados, los camellones, los canales de riego, fueron esfuerzos que utilizaron para resolver sus necesidades de subsistencia. Como arqueólogos nos quedan los restos arqueológicos de dichos pueblos que son la evidencia material de la aplicación de técnicas para resolver problemas que surgen por las inclemencias del clima y a partir de su análisis se verá como la tecnología ayudó a adaptarse a esos cambios climáticos a las poblaciones. Los habitantes de El Tigre, Campeche, México, desde el 250 a.C. hasta la actualidad han sufrido cambios climáticos, que los afectó con grandes inundaciones, como también con grandes sequías, lo que los obligó a implementar sistemas de agricultura intensiva, a realizar canales, sacbés, diques para contener agua y otras obras hidráulicas para asegurar la producción alimentaria. Cuando se dieron grandes inundaciones tuvieron que hacer grandes transformaciones en sus ciudades para asegurarla contra las inundaciones, transformando sus edificios y las plazas de los principales centros, lo que demuestra que la tecnología desarrollada fue de gran utilidad para esos pueblos, lo mismo que ofrendar vasijas, para congraciarse con sus dioses. En este trabajo se utilizará la arqueología, las fuentes históricas y la ecología para entender a las poblaciones del México Prehispánico y su adaptación a un medio ambiente cambiante, como es el caso de los habitantes la Provincia de Acalan, que se desarrollaron a orillas de un gran río, El Candelaria. Localización y medio ambiente La provincia de Acalan por ser una región de ríos, lagunas y pantanos, estuvo sometida a momentos críticos y problemáticos por las sequías, y la abundancia de agua a consecuencia de los huracanes. Potonchán, Xicalango y Acalan fueron las tres unidades que formaron una esfera política que se interrelacionaban, dominaron por varios siglos el comercio de los mayas a través de los ríos y la costa hasta Nito y Naco, en Honduras. Su dominio marítimo se extendía por toda la costa, cubrió toda la ruta fluvial, ya que esos ríos sirvieron no solamente como vías de comunicación, sino que a través de ellos se llevaron artículos suntuarios e ideas.


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Figura 1.

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Provincia de Acalan-Tixchel.

Acceder a esas grandes capitales chontales al parecer no fue tan fácil, ya que todo el trayecto tenía que hacerse por río, esteros, lagunas y bajos, (Figura 2) se necesitaba un sistema de controles y no todos podían llegar al centro; seguramente también había un sistema de comercialización muy bien organizado, como queda insinuado en el registro de sitios en los mapas, en donde se localizan algunos de diferentes categorías que debieron tener diversas funciones y que en los periodos de sequía o sobreabundancia de agua sufrieron los efectos de manera catastrófica. Al hacer una simple correlación de las estimaciones de la descarga de aguas en el río Candelaria, se aprecia claramente que hacia el 535 d.C. se dan las mayores descargas del río, lo que indica que los niveles debieron estar por lo menos a 9 metros sobre el nivel actual (Figura 3), motivo por el cual el abandono de sus habitantes en ese periodo es notable; reiniciándose hacia el 700-950 d.C. periodo en su mayor parte tibio, acompañado de precipitación moderada. Alrededor del 800 d.C. las ciudades de las tierras bajas del sur y áreas adyacentes empezaron a declinar y seguramente mucha de la población buscó condiciones climáticas más seguras y por tal motivo la región de ríos y lagunas de Tabasco-Campeche se ve ampliamente favorecida. Los niveles más bajos de humedad se dan alrededor de 1400 d.C. y tales condiciones prevalecieron hasta casi la conquista; por ello no es difícil pensar que en 1525 cuando pasó Cortés por Itzamkanac, el río Candelaria estuviera en sus niveles más bajos y la construcción de un puente no sería tan problemática como hacerlo en tiempos en que sus niveles fueron muy altos.


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Figura 2.

Región de ríos y lagunas.

Figura 3.

Región de El Tigre, simulación de inundación de 9 metros (A. Delgado 2006).


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Este modelo (Gunn, Folan y Robichaux 1994; Gunn et al. 1995; Gunn y Folan 2000) lógicamente tendrá que ser mejor estudiado y deberá refinarse, sin embargo, la propuesta hecha por ellos y la arqueológica presentada por varios investigadores que han trabajado el área, coinciden de manera general, ya que se sabe que en la Provincia de Acalan existe una ocupación importante durante el Preclásico superior, una disminución de población hacia el Clásico tardío, una mayor ocupación en el Clásico terminal, desocupación parcial hacia el Posclásico temprano y una reocupación durante el Posclásico tardío. Las explicaciones que se han dado simplemente se refieren al hecho de que supuestamente ha habido reorientaciones sobre el interés de la región, es decir, que en momentos determinados los intereses comerciales se dirigían hacia el Petén, y en otros hacia Yucatán. Ahora estamos en la posibilidad de pensar que obedece a otros factores como los climáticos.

Cambios climáticos Los acalanes dependían del agua, tanto la escasez como la abundancia fueron maléficas, pero sin lugar a dudas lograron adaptarse, aunque en ocasiones sufrieron los estragos del agua. Problemas de deforestación, erosión, (Figura 4) incremento en la población, inundaciones catastróficas, lluvias torrenciales y sequías, son problemas que afectaron a las sociedades prehispánicas en el pasado. El estudio del cambio global (Bradley 1989) es importante sobre todo durante los últimos 15,000 años, cuando los grupos humanos afrontaron transformaciones profundas en sus modos de vida. Los mayas fueron hidrólogos altamente capacitados; sin embargo, cualquier cambio significativo en el patrón de lluvias a lo largo de varios años podría tener un efecto contundente sobre determinados lugares. No obstante, si estos cambios se prolongan y se generalizan sobre la mayor parte del área maya, podrían causar el derrumbe de los Estados y las regiones. Por esto se sugiere la hipótesis de que los Estados anteriores, regionales como Calakmul, sufrieron serios reveses durante el siglo IX, por ejemplo, debido a las lluvias inadecuadas que disminuyeron los nacimientos y forzaron a la mayor parte de la población a movilizarse hacia otras áreas que tenían los beneficios de las grandes lagunas, ríos y otra clase de aguas superficiales permanentes que no se encontraban en el Petén del norte (Folan 1994:66).

Este tipo de grandes concentraciones demográficas en puntos determinados de una región se debió a multitud de causas, algunas relacionadas con zonas de recursos estratégicos, otras con características propias de las redes de intercambio, y otras de carácter defensivo. En el caso particular de la región del río Candelaria, seguramente se debió a la facilidad de acceso al río y por ser un puerto importante en el intercambio a larga distancia entre la


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costa, Calakmul y Tikal. Estos asentamientos son sistemas complejos y dinámicos y, en ciertos momentos de su existencia, fueron particularmente vulnerables frente a los cambios climáticos.

Figura 4.

El área ha sido intensamente desforestada.

Se ha hablado mucho sobre los cambios climáticos y los colapsos de las civilizaciones antiguas: en el área maya, la arqueología ha permitido abordar cambios a través de los milenios en los cuales las sociedades humanas se vieron afectadas por las variaciones climáticas, o en los que intervinieron como agentes motores para modificar fuertemente su entorno. Messenger (1996:332) nos dice que su preocupación es agregar otra dimensión a las investigaciones de los palinólogos y paleoclimatólogos; en particular se refiere a la posible “invisibilidad” de oscilaciones climáticas de duración corta. Se pregunta, ¿se puede detectar una sequía corta, por ejemplo, de cinco años? Este tipo de trabajos son muy importantes porque tienen que ver más con nuestros problemas que a veces se refieren a los últimos 2,000 años. Messenger (1996:332) dice que con datos de muchas estaciones meteorológicas localizadas en diversos lugares, verificaron la existencia de la di-


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versidad meteorológica para las regiones geográficas de la zona maya, por lo que concluye que existen variados escenarios climáticos dentro de los cuales vivieron los pueblos antiguos de la zona maya; y cree que pueden haber cambios cronológicamente comparados y cambios interrumpidos en el clima y la cultura. La mejor correlación que tiene es precisamente para el colapso del clásico maya, cuando las tierras bajas centrales pudieron tener temporadas crecientes secas; y la entonces seca serranía Puuc empezaba a recibir creciente lluvia y a experimentar su propia cultura “floreciente” (Grant 1981, Messenger 1990). El decremento en la precipitación pluvial y la sobreabundancia de agua pudo haber causado perturbaciones considerables en las bases económicas y políticas de los centros regionales mayas, que hicieron tambalearse a las esferas de poder, provocando cambios importantes en el panorama del área maya. Durante el Preclásico tardío se dio un ascenso espectacular de los centros grandes que dominaron una región política y económica, como se manifiesta por el tamaño y cantidad de estructuras; hacia el final del Preclásico (150 a.C.-250 d.C.) todos estos centros se colapsaron y sus repercusiones se dejaron sentir en toda el área maya; seguramente este hecho fue el cimiento o antecedente para el florecimiento de los grandes centros del Clásico. En la estimación de las variaciones climáticas en el río Candelaria también se pueden detectar una variación clara hacia los 50 y 150 d.C. en donde después de tener un clima con cierta estabilidad empieza a disminuir considerablemente los niveles del río, esto sucede hacia el final del Preclásico tardío, afectando a los habitantes que vivían a orillas de las lagunas y del río Candelaria. Los campos elevados serían construidos por la necesidad de asegurar la producción de alimentos en un periodo de secas; se sabe que ese periodo corresponde a una de las menores descargas del río Candelaria y por lo tanto los niveles del río estarían muy por debajo de los niveles actuales y seguramente desde entonces ya se hacían ofrendas en el río. Entre el 430 y el 640 d.C. los niveles de agua en el río Candelaria crecen de manera anómala, llegando a tener durante ese periodo la mayor cantidad de agua y seguramente se dan grandes inundaciones en la región. Es cuando se produce un hiato en la ocupación de la región. Al hacer una simple correlación de las estimaciones de la descarga de aguas en el río Candelaria, se aprecia claramente que hacia el 535 d.C. se dan las mayores descargas del río, lo que indica que los niveles debieron estar por lo menos a nueve metros sobre el nivel actual, motivo por el cual el abandono de sus habitantes en ese periodo es notable. Reiniciándose hacia el 700 d.C. 900 d.C. periodo en su mayor parte tibio, acompañado de precipitaciones moderadas. Este momento es de singular relevancia en el proceso de desarrollo cultural de la región ya que durante éste y el siguiente periodo se alcanzó la máxima densidad de población, surgió toda una serie de construcciones y modificaciones en el sitio. Por la


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cerámica se puede inferir que los constructores fueron portadores de una vigorosa tradición alfarera de anaranjado fino y gris fino, que se fue introduciendo gradualmente desde Jonuta. Sin embargo entre el 700 y 950 d.C. el clima es favorable aunque existe una cierta inestabilidad que permite estar en niveles aceptables, hacia el 850 d.C. vuelve a disminuir considerablemente el caudal del río y creemos que esta fecha es cuando los habitantes de El Tigre ofrecen ollas como actos rituales para asegurar de alguna manera el flujo del preciado líquido. Los niveles más bajos de humedad se dan alrededor de 1400 d. C. y tales condiciones prevalecieron hasta casi la conquista; por ello no es difícil pensar que en 1525 cuando pasó Cortés por Itzamkanac, el río Candelaria estuviera en sus niveles más bajos y la construcción de un puente no sería tan problemático como hacerlo en sus niveles más altos. Adaptación tecnológica a los cambios climáticos El desarrollo de los medios de subsistencia de los antiguos mayas implicó tres procesos complementarios: la expansión, la intensificación y la adaptación tecnológica a los cambios climáticos (Figura 5); el primero se refiere a un aumento de superficie para obtener el suministro de alimentos que se necesitaban a medida que crecían la población. La intensificación eleva los rendimientos de las cosechas sin aumento de la superficie terrestre. Y el tercer proceso no menos importante fue el enfrentar catástrofes a causa de cambios climáticos que los obligaron a hacer adaptaciones tecnológicas para resolver problemas de subsistencia alimentaria y remodelaciones arquitectónicas para la sobrevivencia a dichos cambios. Desde el Preclásico se sabe que se agregaron a la caza y recolección técnicas agrícolas, que al crecer las poblaciones tuvieron que expandirse para abrir nuevos territorios a la explotación agrícola. Posteriormente construyeron campos elevados en varios valles de ríos, en los márgenes de las tierras bajas mayas y del centro. La necesidad de una intensificación de la agricultura condujo al parecer a periodos de barbecho cada vez más cortos dentro de un sistema de roza y quema, al desarrollo de huertos familiares y, en última instancia, al cultivo continuo de los campos, a la arboricultura y a la expansión de los campos elevados a nuevos entornos, como los bajos. Al mismo tiempo, una intensificación de la caza y la recolección dio paso a nuevas posibilidades en la producción animal, como la cría o el cercado de animales salvajes y la cría de especies acuáticas. En la literatura maya las sequías, las tempestades y las plagas ocupan un lugar importante, los relatos son escalofriantes, las consecuencias eran a menudo fatales; pensamos por lo tanto que es muy difícil que se basara el abastecimiento alimenticio de los mayas en solo el cultivo del maíz y en una sola estrategia agrícola. En los diccionarios se encuentran datos importantes


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Figura 5.

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Canales y campos elevados a orillas del río Candelaria.

sobre plagas, hongos, insectos y todas aquellas causas que perjudican a los sembrados. Pasemos a especificar los tipos de sistemas de cultivo que probablemente usaban los mayas antiguos; algunos de ellos son resultado de la inferencia ecológica, ya que la evidencia arqueológica es escasa y se apoya en la información histórica y etnográfica. Los tipos de sistemas utilizados dependerán de las variables ambientales operativas en la región particular y en otros casos son respuesta a la presión de la producción. Sistema de expansión agrícola En los sistemas de barbecho los campos se cultivan durante algún tiempo y luego se dejan cierto lapso en “descanso”, antes de volver a cultivarse. Este sistema implica la ardua tarea de limpiar los campos con aperos de piedra (Figura 6), y dejar secar la vegetación cortada, después de lo cual ésta se quemaba y aquellos se sembraban de maíz, frijol, calabaza, mandioca y otras plantas.


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Figura 6.

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Instrumentos de piedra de El Tigre.

Esta sería entre las formas de cultivo la más antigua del territorio maya y muchos creen que esa fue la forma a través de la cual se colonizó las zonas boscosas por los agricultores. Su rendimiento es relativamente exiguo y necesita grandes extensiones de tierra, por lo cual resulta más adecuado para poblaciones reducidas y dispersas. El maíz ya se cultivaba desde el Preclásico medio y de antes como lo atestiguan los análisis de polen. En cuanto al sistema de desmonte-quema-chaparral ha sido muy favorecido y ampliamente tratado por diferentes investigadores ya que se supone que es uno de los sistemas más utilizados por los mayas actuales; pero como lo hemos dicho existe una aparente imposibilidad de sostener una densa población en base a la agricultura tradicional. Por eso todavía hoy en día con frecuencia se sostiene el punto de vista tradicional de que el maíz como monocultivo, fue la piedra angular de la civilización maya, sembrado por el sistema de desmonte y chaparral. Bronson (1966:255) fue uno de los primeros que dijo que una sociedad que subsistiera solo del maíz, podría ser muy vulnerable y por lo tanto, deberían buscarse otras posibilidades. El barbecho en los trópicos debió haber sido el medio más eficiente para controlar las poblaciones de las plagas. El barbecho juega un papel muy importante porque tiende a separar a la plaga de los sitios donde se concentra su alimento principal. De allí la importancia de dejar en barbecho las tierras que se cultivaron y del espaciamiento de los campos. El uso de un ciclo de barbecho largo representa una estrategia estable a largo plazo que podría mantener indefinidamente a una población pequeña. Pero al reducirse el


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ciclo de barbecho, el campo estaría sujeto a una pérdida gradual de suelo y a la depredación por plagas. El maya lo sabía, tenía conocimiento del ambiente, de allí que es necesario plantearse otro tipo de sistema de cultivo que podría combatir con efectividad estas amenazas. Generalmente pensamos en las tierras de barbecho, como tierras desperdiciadas; pero como vimos anteriormente, es una estrategia agrícola a largo plazo. Poco se ha estudiado el potencial de las tierras de barbecho como lugar de caza y recolección de plantas benéficas. Las malas yerbas se extienden rápidamente sin necesidad de que se les plante o prepare la tierra, el conocedor de la selva tropical deja que esto suceda con las yerbas buenas, utiliza a su favor el potencial de la selva, permitiendo que las fuerzas de la naturaleza trabajen para él. Así, de esa manera aumenta el número de plantas útiles por medio de la destrucción selectiva de las inútiles. Por lo tanto, aunque la estructura de la selva se modifica, el cambio principal consiste en un reaprovisionamiento biótico (L. Gordon 1969:76). En la actualidad se les acusa a muchos grupos indígenas de la deforestación de amplias áreas y se sostiene que tienen una lucha, una guerra constante contra el bosque. Ellos no destruían el bosque anteriormente, ellos lo cultivaban. El sistema que practican de manera intensiva lo hacen a partir del descubrimiento y conquista, en donde se rompe el sistema tradicional de la propiedad de la tierra y se les obliga a tributar en mantas, algodón y maíz; gradualmente se adaptan a las pretensiones que demandan sus nuevos amos; por lo tanto algunas prácticas agrícolas de hoy, no se pueden considerar como una supervivencia cultural nociva de épocas anteriores. Sistemas intensivos En este sistema se supone que los antiguos mayas utilizaron el cultivo continuo de los campos, los huertos familiares, la arboricultura y las modificaciones hidráulicas. Los mayas seguramente practicaron el cultivo continuo por lo menos en zonas de suelos fértiles, bien drenados y de abundante precipitación pluvial. Los huertos familiares se cultivaban en espacios abiertos contiguos a las moradas de la familia o entre éstas. Tenían una gran variedad de plantas alimenticias: tubérculos anuales, maíz, frijol y otras especies agrícolas, a más de arbustos perennes, plantas trepadoras y árboles. Los huertos familiares suministran altos rendimientos de producción, el cuidado es mínimo, el agotamiento del suelo es reducido. Otros de los sistemas utilizados por los mayas fue la arboricultura, que es el cultivo de árboles entre los que podemos citar: al ramón, el cacao, el chicozapote y el aguacate. El ramón es un alimento que se puede procesar y usar como el maíz, para hacer tortillas y tamales, este tipo de plantación necesita menos cuidados por parte del agricultor; pudieron hacerse plantaciones de monocultivo creando un bosque falso al cortar las especies indeseables. Este tipo de información solo lo te-


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nemos ocasional en las fuentes históricas y en pocas ocasiones en restos arqueológicos. Arquitectura agrícola Los mayas hicieron modificaciones permanentes en el paisaje en forma de terrazas agrícolas, bardas de piedra, campos elevados, diques y otras obras hidráulicas con fines de acuacultura. En cuanto a las terrazas en la Provincia de Acalan no se han trabajado hasta ahora, sin embargo las terrazas agrícolas han sido conocidas desde hace mucho en varias regiones de las tierras bajas mayas, cientos de miles de ellas existen en las regiones de Río Bec y Chenes, del sur de Campeche y Quintana Roo. En el Petén oriental y Belice occidental y central se conservan un gran número de terrazas que posiblemente supere a las del sur de Campeche y Quintana Roo, allí se hizo agricultura intensiva. Los Canales desde el aire forman una red de cientos de líneas angostas más o menos rectas, pueden medir de 1 a 2 kilómetros de longitud y están dispuestas en paquetes y extendidos entre la corriente y los terrenos arbolados (Figura 7). Parecen ser las marcas de antiguos canales de acceso entre el río y los asentamientos o las milpas, otros posiblemente sirvieron para reducir la distancia de un recorrido en una cuarta o tercera parte. Siemens (1989:40) nos dice que también pudieron ser de gran utilidad como desvíos ocultos, para servicio de los defensores durante las guerras ribereñas. Y Eric Thompson (1974) adelantó una hipótesis intrigante acerca de la finalidad de los canales alrededor del Candelaria y que bien puede ser de gran importancia para los encaños, pues Thompson consideró esos lugares como lugar de refugios de peces, se basó en la evidencia histórica y nos dice que Acalan tenía excelente pesca y que esto probablemente lo debía no tanto a los cuerpos naturales de agua como a los largos y delgados lagos artificiales, refiriéndose a los canales. No todos los canales son prehispánicos, pues se sabe que algunos de ellos fueron construidos el siglo antepasado para sacar el palo de tinte o palo de Campeche; otros que todavía están en uso fueron construidos desde la época prehispánica pues llegan a sitios arqueológicos y para acceder a ello solo se podría hacer a través de un canal. Campos elevados estos están confinados a terreno bajo y pantanoso (Figura 8), se han observado en el terreno sólo a lo largo de los llanos inundados activos, bajos y medios, en la zona de ríos kársticos (Siemens y Puleston 1972, Siemens 1978 a y b). Siemens (1989:72) nos dice que el contexto típico de los campos elevados es la margen exterior de la llanura inundable contigua a la corriente principal o a uno de los tributarios estacionales, son esas zonas que se inundan cada año, aunque no muy profundamente y generalmente hay aguas estancadas todo el año en los vestigios de los canales más hondos. Los canales más


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largos brindaban acceso desde las corrientes a la tierra firme; el más largo, que corría paralelo a las corrientes, vinculaba las comunidades y los complejos de campos elevados. Toda la red debe de haber tenido tremendas ventajas estratégicas y algunos de ellos pueden haber sido de pesquerías. Es posible que para construir los campos, simplemente haya bastado la canalización y la gradual acumulación de desperdicios y/o la introducción de materiales desde afuera, lo que permitió una variedad de cultivos. El tejido de canales intersticiales facilitaba no solo el drenaje, sino también el regadío. Por medio de una prueba con carbono 14, se puede inferir que la construcción de los campos levantados de El Tigre data de alguna época del periodo que va desde 50 años a.C. hasta el año 250 d.C. que coincide plenamente con lo planteado por Gunn, Folan y Robichaux (1994:174-196); los campos levantados serían construidos por la necesidad de asegurar la producción de alimentos en un periodo de sequía; se sabe que ese periodo corresponde a una de las menores descargas del río Candelaria y por lo tanto los niveles del río estarían muy por abajo de los niveles actuales. Por lo tanto en la época de grandes inundaciones, dichos campos elevados estaría inundados y lógicamente no podrían ser utilizados para realizar cultivos.

Figura 7.

Canales a orillas del río Candelaria (Google).


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Figura 8.

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Campos elevados a orillas del río (Siemens 1978).

Diques. En el río Candelaria se han encontrado ocho diques (Figura 9) que bien pudieran ser construidos en tiempos prehispánicos para hacer represas y así mantener el agua, en algunos lugares se puede apreciar que fueron construidos con troncos y rellenos de piedras que con el transcurso de tiempo fueron cubiertos por restos calcáreos contenidos en el agua del río. Además se han encontrado vasijas asociados a dichos diques, que bien pudieran indicar que fueron puestas allí como ofrendas para solicitar y pedir a los dioses agua. Como indicador importante también hemos de decir que estos diques están asociados a sitios arqueológicos que se encuentran a las orillas del río y por tal motivo creemos que fueron construidos durante la época prehispánica para contener el agua del río ya que en tiempos de sequía prolongada el nivel del río descendió hasta nueve metros sobre el nivel actual, y esta fue una buena solución para resolver el problema del abastecimiento de agua.

Figura 9.

Dique construido en el río Candelaria (A. Soler).


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Por ahora no podemos descartar que dichos diques sean naturales, pues bien pudieron formarse de manera casual al quedar atrapados algunos troncos de madera que con el tiempo fueron cubiertos con material calcáreo arrastrado por el río. Todos estos diques se localizan entre la población actual de Candelaria y Salto Grande, en la actualidad tiene varios boquetes para que las lanchas puedan pasar de manera expedita. En ese tramo del río fue Ángel Soler, persona interesada en la arqueología y magnífico conocedor del mismo él hizo notar la existencia de dichos diques. Allí localizó lo que llama las compuertas: se trata como hemos dicho de auténticos diques, muros de piedra que atraviesan el río; en algunos de ellos se puede fácilmente caminar por la parte superior y así atravesar el río. En total son ocho compuertas o diques, la primera muy cerca del poblado de Candelaria; la segunda se localiza en Salto Ahogado, en la orilla izquierda, y junto a su inicio, hay vasijas en el fondo del río; la tercera, cuarta y quinta compuerta se encuentran antes de llegar al afluente llamado Pacaitún y cerca de sitios arqueológicos, lo que indicaría la posibilidad de una construcción prehispánica. Poco antes de ensancharse el río y junto al sitio arqueológico de Paso Real se halla la sexta compuerta, al estrecharse nuevamente el río está la séptima y poco después la octava compuerta.

Figura 10.

Caminos o diques en la Laguna de Panlao.


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Figura 11.

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Sacbé construido en los bajos de El Tigre.

Lógicamente, habría que comprobar si verdaderamente estas compuertas no son naturales e indagar si fueron construidas por los mayas. En la actualidad, se piensa que las grandes inundaciones que se dan año con año se deben en parte a estas compuertas y a los saltos que no permiten que el agua circule libremente; algunos ingenieros de Recursos Hidráulicos han propuesto que se dinamiten para dejar pasar libremente el agua y de esa manera remediar las inundaciones. Si esto fuera verdad, sería interesante registrarlo y estudiarlo pues nos demostraría el gran control que del río tuvieron los acalanes de Itzamkanac. En la laguna de Panlao también se han encontrado estos diques o caminos mayas como los llaman los pobladores y pescadores de la región, la modalidad que tienen estos caminos o diques (Figura 10) es que son construidos de concha de ostión, que bien pudieron formarse por el arrastre de corrientes o por el hombre, hasta ahora no sabes a ciencia cierta se fueron construidos por los mayas pero es interesante señalar que en donde se inicia y terminan existen sitios arqueológicos, además están en un lugar estratégico para proteger la entrada y salida de los ríos Candelaria y Mamantel. Sacbés. Una característica de los sacbés de El Tigre es que fueron construidos en los bajos, sirvieron fundamentalmente para pasar de un lugar a otro, dos de ellos están muy destruidos y solo quedan restos de los mismos. Otro en cambio está en bastante buen estado de conservación (Figura 11) y sirvió fundamentalmente para comunicar al sitio arqueológico de El Tigre con un conjunto que se encuentra al oeste. El sacbé tiene de ancho 30 metros


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por unos 150 metros de largo, está construido de piedra y seguramente tuvieron que rellenar el bajo para poderlo construir, al centro del mismo tiene una especie de canal que permitía el paso libre de agua, pero también fue una barrera artificial que sirvió para controlar el agua que fluía hacia el río o del mismo río cuando se daban las grandes inundaciones. Junto al sacbé y del lado de sitio arqueológico se han encontrado campos elevados que sirvieron para la agricultura intensiva. Todavía en la actualidad el sacbé comunica ambas partes del sitio y sigue utilizándose por los habitantes del lugar. Los Camellones ocurren frecuentemente en las orillas superiores y más secas de las tierras bajas, fuera de la zona principal inundable, varían en cuanto a la fineza de su trazado y a la orientación de cada una de las parcelas. Se caracterizan por seguir un modelo más o menos consistentemente rectilíneo, con algunos ajustes curvados para ceñirse a la forma del terreno elevado. Algunos de estos sistemas pudieron haber sido construidos desde el periodo Preclásico tardío y pudieron funcionar hasta el Posclásico; no se sabe lo que se producía en estos terrenos, pero se puede pensar que pudo cultivarse tubérculos, maíz que aunque normalmente se cultiva en terrenos altos pudo haber sido cultivado en los camellones y campos elevados. Falta por examinar la posibilidad de que los campos elevados y los camellones hayan sido usados para una horticultura diversificada. Las Remodelaciones. Los pueblos mesoamericanos construyeron nuevos edificios sobre los templos existentes, lo cual ha sido interpretado como una muestra de la continuidad existencial de los lugares santificados que responden a una hierofanía original, no elegida por el hombre, sino revelada por diferentes medios, como por algo sobrenatural o por una orientación cosmológica. Los ritos de edificación entre los mayas fueron diversos, pero uno de los más importantes para la consagración del espacio o para tomar posesión del lugar y expulsar las fuerzas negativas, fue el sacrificio y las ofrendas que como arqueólogos encontramos en las subestructuras de los edificios, a dichas ofrendas se les ha llamado ofrendas de terminación y/o ofrendas de inicio. En la mayoría de los sitios encontramos grandes nivelaciones o remodelaciones para conformar espacios abiertos y construir grandes edificios que se distribuyen alrededor de plazas. Las construcciones en ocasiones fueron realizadas en gran escala dejando un claro testimonio del nivel sociopolítico que alcanzaron dichos grupos y a su vez queda plasmada la ideología religiosa en los sacrificios, ofrendas, mascarones y esculturas desarrolladas en algunas fachadas de los edificios. En El Tigre hemos encontrado toda una serie de elementos que nos confirman el hecho de que en el sitio se dieron grandes remodelaciones y nivelaciones, seguramente debida a factores no solo rituales y de necesidad arquitectónica, sino también a algunos cambios climáticos, pues, como he-


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mos sostenido en otros trabajos, los niveles del río aumentaron considerablemente en algunos momentos lo que obligó a sus gobernantes a realizar grandes remodelaciones en el lugar, en donde se cubrieron edificios del Preclásico con otros del Clásico tardío y Posclásico, o como puede apreciarse en un pozo estratigráficos que se hizo al centro del Juego de Pelota en donde se detectaron varios pisos y rellenos de piedra de más de dos metros (Figura 12).

Figura 12.

Pozo estratigráfico con diferentes pisos y remodelaciones.


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Una de las finalidades de este enunciado es plantear las funciones diversas de los escondrijos, cuyos significados y diferencias son notorios, ya que pueden referirse a rituales de dedicación, sacrificio, ascenso al trono, terminación ritual de un edificio, o remodelaciones hechas a consecuencia de grandes inundaciones acaecidas en la región. Además debe señalarse que dependiendo de la temporalidad del hallazgo, también pueden cambiar su significado y su sentido. Ofrendas a los dioses como respuesta a los cambios catastróficos Las inundaciones y destrucciones a que estuvo sometida toda la región de la chontalpa llevaron a los chontales a tener una visión cosmogónica muy particular relacionada con el agua, como un bien fundamental pero también como un factor de destrucción. Las ofrendas encontradas en el río fechadas alrededor del 950 d.C. son dadas a éste, ya que en ese momento las descargas de agua eran menores y necesariamente tenían que ofrecerle ofrendas-ollas como actos rituales para asegurar de alguna manera el flujo del preciado líquido. La construcción de los diques que podría fecharse alrededor del 900 d.C. sin lugar a dudas obedece a una forma práctica de resolver el problema del nivel del río en tiempos de sequía.

Figura 13.

Vasijas ofrendas en el río, Preclásicas.


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Los cántaros y vasijas encontrados por los pescadores en el río Candelaria, pueden ser interpretados de varias maneras, algunos han querido ver accidentes fluviales, que no los descartamos. Las ofrendas encontradas en el río creemos que obedece a momentos en que las descargas de agua eran menores y necesariamente tenían que ofrecerle vasijas y ollas como actos rituales para asegurar de alguna manera el flujo del preciado líquido. En este trabajo trataremos de darle una interpretación, sustentada en la cosmovisión y en las formas religiosas mayas que se han estudiado en las últimas décadas.

Figura 14.

Vasijas ofrendas del Clásico terminal.

En nuestro análisis partimos de la cronología de la cerámica del sitio arqueológico de El Tigre y de más de 100 vasijas, encontradas en el fondo del río Candelaria a lo largo de su trayecto, están ubicadas en varios puntos clave del río y en tres momentos cronológicos: el primer grupo se fecha para el Preclásico tardío (Figura 13); el segundo para el Clásico terminal (Figura 14) y el tercero para el Posclásico tardío, posiblemente muy cercano al contacto con los españoles. Estos momentos en el tiempo, coinciden con cambios drásticos en el nivel fluvial del río Candelaria, observados en un estudio hecho por Gunn, Folan y Robichaux (1994), en él se muestran indicadores


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de variaciones extremas en el nivel fluvial del río. Esto nos lleva a pensar que la reacción de la población, al sufrir catástrofes provocados por dichos cambios, motivaron a realizar ofrendas, siendo las vasijas las evidencias de ello, inferimos que ellas fueron utilizadas como contenedores de ofrendas para los dioses, con la finalidad de solicitar el restablecimiento del orden perdido durante las transformaciones de su medio geográfico, que llevaron a los pobladores a expresarlo de una manera religiosa. Al saber que esos acontecimientos tan destructivos son cíclicos, enfocan sus ruegos y sus plegarias a las potencias ordenadoras del cosmos, a los dioses que se encargan de mantener la estabilidad y el orden en el universo. Nuestro trabajo se enfoca al contenido simbólico que quedó plasmado en los cántaros que se encuentran a lo largo del río que une a los dos sitios principales de la provincia de Acalán: Itzamkanc y Tixchel, dos importantes ciudades de los putunes acalanes que rendían devoción a los dioses principales de la religión maya Itzamná e Ixchel, ya que los nombres de los sitios se refieren posiblemente a dichos dioses (Vargas, 2002:324). Aunque las ofrendas son dedicadas a los dioses, de acuerdo a las necesidades que se tengan; gracias a los registros arqueológicos encontramos que en tiempos de caos y cambios se le dedicaron ofrendas a los dioses en diferentes siglos, coincidiendo con sobreabundancia de agua y sequías, no sabemos que contenían las vasijas, pero inferimos que fueron ofrendadas ritualmente durante esos tiempos difíciles.

Conclusiones En el tiempo en que la población se ve afectado por los cambios climáticos antes abordados es cuando se ve en la necesidad de recurrir a las fuerzas sagradas. Incorporaron el calendario y los conocimientos celestes a su pensamiento y creencias y todo ello queda reflejado en sus rituales y mitos; la cultura no es solo el resultado de las herramientas y objetos hechos por el hombre, sino también de la forma en que percibe su universo que tiene un orden sagrado que hay que preservar, y la manera de preservarlo, cuando se ha roto, es a través del ritual que seguramente debió hacerse durante el primer día (Imix) del calendario sagrado de los mayas de 260 días el Tzolkin. Imix es principio vital, seno materno, principio de todo lo creado, matriz, aguas primordiales, madre primordial, semilla madre, raíz de donde procede todo lo que existe, sustento. Los rituales debieron hacerse en diferentes épocas, como lo atestigua el material cerámico, que proviene del Preclásico tardío, Clásico terminal y Posclásico, que es cuando el ambiente de la región empieza a deteriorarse, y al parecer gracias a las ofrendas no llega a límites extremos, vinculándose entonces las fuerzas sagradas con las naturales y por medio del rito se logró asegurar la supervivencia de la naturaleza y del hombre.


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En 1557 los habitantes de Acalan fueron trasladados a Tixchel, 400 años después, el programa de colonización revierte el abandono de la región con el traslado de poblaciones de Durango y Coahuila y así comienzan a aproximarse otra vez a la agricultura y a los sistemas de subsistencia antiguos a lo largo del Candelaria. La Secretaría de Asuntos agrarios y colonización, encargada de planear los nuevos asentamientos de población en las tierras bajas tropicales de México, durante la primera parte de la década de los años sesenta, escogió a esta zona para asentar nuevos colonos que pusieron en ella sus esperanzas y esfuerzos, por estar escasamente poblada durante mucho tiempo y tener tierras inundables, pero también tenía tierra firme muy prometedora para la agricultura y la ganadería, y una porción de ella era todavía de propiedad nacional. El río era la principal arteria de transporte en la región lo que significaba un tránsito extremadamente lento, situación que cambió con la construcción de un camino desde Candelaria, a través de toda la cadena de colonias. Todo el experimento resultó muy costoso para el fisco federal, si alguien hiciera un completo análisis de costos y beneficios, vería que estos son negativos. Los colonos se enfrentaron a una realidad totalmente diferente a la que habían vivido y ante los problemas prácticos, sus soluciones fueron más o menos espontáneas, se asentaron de preferencia en colindancia con las riberas del río, adoptaron o más bien retomaron la práctica de roza y quema, volvieron a darle vida a los primitivos escenarios agrícolas en tierra firme, anteriores a la intensificación, y al abrir canales a través de las tierras inundables pusieron de nuevo en práctica antiguos medios de transporte como un antiguo camino maya y, al parecer sin saberlo, trazaron de nuevo las rutas prehispánicas. Alfred Siemens (1989:62) nos dice que impresiona la gran cantidad de actividades que los antiguos pobladores del alto Candelaria desarrollaron para poder vivir (Figura 15), incluyendo el uso del suelo, lo mismo en el pantano que en la tierra firme, dentro de un esquema complementario de cosechas apegado a las estaciones, agregando a lo anterior la pesca y la caza. Durante la época prehispánica la población de la provincia de Acalan fue numerosa, mayor que la actual, el panorama que vemos en las colonias es desalentador, pues su economía poco ha tomado en cuenta el uso tradicional de esta boscosa tierra baja del trópico. Más aún, se ha centrado principalmente en la tierra firme, dejando a un lado el drenaje de las tierras inundables, el regadío y los recursos faunísticos y de pesca. Los mayas no se levantaron en su sorprendente desarrollo superando sus limitaciones de subsistencia agrícola, sino que reconocieron su posición geográfica, única entre las civilizaciones, como un cuerpo peninsular rodeado de riquezas no agrícolas que compensaron grandemente las otras deficiencias de su territorio (Lange 1971). Por lo tanto existen otras alternativas que debemos buscarlas para entender el gran desarrollo de la cultura maya,


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el polícultivo, los recursos marinos, los campos levantados, los camellones, los canales de riego, fueron esfuerzos que utilizaron para resolver sus necesidades de subsistencia.

Figura 15.

Alto Candelaria, campos levantados, canales, sacbés.

Al hacer una simple correlación de las estimaciones de la descarga de aguas en el río Candelaria, se aprecia claramente que hacia el 535 d.C. se dan las mayores descargas del río, lo que indica que los niveles debieron estar por lo menos a nueve metros sobre el nivel actual, motivo por el cual el abandono de sus habitantes en ese periodo es notable; reiniciándose hacia el 700 d.C. 950 d.C. periodo en su mayor parte tibio, acompañado de precipitación moderada. Alrededor del 800 d.C. las ciudades de las tierras bajas del sur y áreas adyacentes empezaron a declinar y seguramente mucha de la población buscó condiciones climáticas más seguras y por tal motivo la región de ríos y lagunas de Tabasco-Campeche se ve ampliamente favorecida. Los niveles más bajos de humedad se dan alrededor de 1400 d.C. y tales condiciones prevalecieron hasta casi la conquista; por ello no es difícil pensar que en 1525 cuando pasó Cortés por Itzamkanac, el río Candelaria estuviera en sus niveles más bajos y la construcción de un puente no sería tan problemático como hacerlo en sus niveles más altos. Este modelo (Gunn, Folan y Robichaux 1994) lógicamente tendrá que ser mejor estudiado y deberá refinarse, sin embargo, la propuesta hecha por


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ellos y la arqueológica presentada por varios investigadores que han trabajado el área, coinciden de manera general, ya que se sabe existe una ocupación importante durante el Preclásico tardío, una disminución de población hacia el Clásico tardío, una mayor ocupación en el Clásico terminal, desocupación parcial hacia el Posclásico temprano y una reocupación durante el Posclásico tardío. Las explicaciones que se han dado simplemente se refieren al hecho de que supuestamente ha habido reorientaciones sobre el interés de la región, es decir, que en momentos determinados se dirigían los intereses comerciales hacia el Petén, y en otros hacia Yucatán. Ahora estamos en la posibilidad de pensar que obedece a otros factores como los climáticos, que lógicamente tienen que ser explicados de alguna manera, en donde los prehispánicos hicieron adaptaciones tecnológicas para poder adaptarse a los cambios climáticos que se dieron con las sequías y grandes inundaciones. Bibliografía Barrera, A, A. Gómez Pompa y C. Vázquez Yanes 1977 “El manejo de las selvas por los mayas: sus implicaciones silvícolas y agrícolas”, Biótica, vol. 2, no. 2, pp. 7-61. Bradley, Raymond S. (ed.) 1989 Global Changes of the Past (Papers arising from the 1989 OIES Global Change Institute), Boulder, UCAR. Darhlin, B.H. 1984 “Climate and prehistory on the Yucatan Peninsula”, Climatic Change, vol. 5, núm. 3, pp. 245-263. 1985 “La geografía histórica de la antigua agricultura maya”, Historia de la agricultura: época prehispánica siglo XVI. Rojas y Sanders eds. tomo II, Colección biblioteca del INAH, pp. 125-196, México. Delgado Salgado, Angélica 2006 Entre ríos, pantanos y lagunas. Reconstruyendo el pasado, tesis de maestría en Estudios Mesoamericanos, FFy-IIF, UNAM, México. Gunn, Joel D. William J. Folan y Hubert R. Robichaux 1994 “Un análisis informativo sobre la descarga del sistema del río Candelaria en Campeche, México: reflexiones acerca de los paleoclimas que afectaron a los antiguos sistemas mayas en los sitios de Calakmul y El Mirador”, Campeche Maya Colonial, pp. 174-196, Coordinador W. Folan H., Colección: Arqueología, Universidad Autónoma de Campeche, Campeche. Harrison, P. y B.L. Turner II 1978 Pre-hispanic Maya Agriculture. Albuquerque, University of New México Press.


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ADAPTACIÓN TECNOLÓGICA A LOS CAMBIOS CLIMÁTICOS EN LOS ANDES PERUANOS Miguel Antonio CORNEJO GUERRERO Recibido el 30 de novembre de 2015; aceptado el 22 de febrero de 2016

Resumen La población andina necesitó de una constante y progresiva adaptación tecnológica, frente a los cambios climáticos acaecidos, a lo largo de su evolución cultural. La constante creatividad tecnológica provocó el mejoramiento en su calidad de vida. La variada geomorfología y su consecuente variedad climática, definen una diversidad de “zonas de vida” en los Andes, que al ser impactadas por cambios climáticos críticos, exigen una constante innovación tecnológica. Los cambios climáticos, en algunos casos interpretados como designios divinos, ocasionaron cambios sociales y políticos, dando lugar al nacimiento de nuevas tecnologías que mejorarían la economía. La sociedad andina fue capaz de crear nuevas oportunidades en momentos de crisis, valiéndose de la tecnología, con la cual, pese a los drásticos cambios climáticos, pudo “domesticar” su medio ambiente, a un nivel superestructural. Las adaptaciones o innovaciones tecnológicas ocurridas en los Andes, son principalmente de carácter hidráulico, agrario, ganadero y de conservación de alimentos. Abstract Technological adaptation to climate change in the Peruvian Andes The Andean population needed a constant and progressive technological adaptation to climate changes occurring, along cultural evolution. The con-

 Australian National University, Sección Nacional del IPGH en Perú.


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stant technological creativity caused the improvement in their quality of life. The varied landforms and its consequent climatic variety, define a variety of “life zones” in the Andes, which being critical impacted by climate change, require constant technological innovation. Climate change, in some cases interpreted as divine plans, caused social and political changes, giving rise to new technologies that would improve the economy. Andean society was able to create new opportunities in times of crisis, using technology, with which, despite the drastic climatic changes, could “tame” their environment at a superstructural level. Adaptations or technological innovations occurred in the Andes, they are mainly hydraulic, agricultural, livestock character and food preservation. Résumé Adaptation technologique au changement climatique dans les Andes péruviennes La population andine avait besoin d’une adaptation technologique constante et progressive aux changements climatiques qui se produisent, ainsi que l’évolution culturelle. La créativité technologique constante due à l’amélioration de leur qualité de vie. Les reliefs variés et sa variété climatique conséquente, définissent une variété de «zones de vie» dans les Andes, que d’être critique touchés par le changement climatique, exige l’innovation technologique constante. Le changement climatique, dans certains cas, interprétées comme des plans divins, provoqué des changements sociaux et politiques, en donnant naissance à de nouvelles technologies qui permettraient d’améliorer l’économie. La société andine a été en mesure de créer de nouvelles opportunités en temps de crise, l’aide de la technologie, qui, malgré les changements climatiques drastiques, pourrait «apprivoiser» leur environnement à un niveau de superstructure. Adaptations ou innovations technologiques survenus dans les Andes, ils sont principalement hydraulique, agricole, de l’élevage et de caractère conservation des aliments. Resumo Adaptação tecnológica às mudanças climáticas nos Andes peruanos A população andina necessitou de uma constante e progressiva adaptação tecnológica frente às mudanças climáticas ocorridas ao longo da sua evolução cultural. A constante criatividade tecnológica causou a melhoria da sua qualidade de vida. A variada geomorfologia e sua consequente variedade climática definem uma diversidade de “zonas de vida” nos Andes, que ao serem impactadas por mudanças climáticas exigiu uma constante inovação


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tecnológica. As mudanças climáticas, em alguns casos interpretados como designíos divinos, ocasionaram mudanças sociais e políticas, dando origem a novas tecnologias que melhoraram a economia. A sociedade andina foi capaz de criar novas oportunidades em tempos de crise, valendo-se da tecnologia com o qual, apesar das mudanças climáticas drásticas, pode “domesticar” o seu ambiente em um nível superestrutural. As adaptações ou inovações tecnológicas que ocorreram nos Andes são principalmente de caráter hidráulico, agrário, pecuário e de conservação de alimentos.


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Figura 1.

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Mapa del Tawantinsuyu que muestra los principales asentamientos Inkas en los Andes Sudamericanos. Tomado de Los Incas, arte y símbolos, 1999, XXXII.


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Introducción El presente trabajo es el resultado de una revisión comparativa de los diferentes casos existentes en los Andes Centrales. Se expone la importancia del Paleo ambiente en relación con el desarrollo tecnológico de distintos grupos regionales, dentro de sus respectivos marcos culturales. Se trata de la interrelación de estos grupos regionales andinos, con diferenciación social compleja, variedad económica y autonomía política. Todos ellos se desarrollan en diferentes espacios geográficos de los Andes, dando como resultado complejos desarrollos culturales. Son los Inkas, quienes finalmente absorben toda la experiencia tecnológica de los anteriores grupos regionales, centralizándolo en el Horizonte tardío. La cordillera de los Andes, dentro del territorio peruano o Andes Centrales, posee una variada geomorfología y climas en cada “zona de vida”,1 con su respectiva fauna y flora; todo ello reconocido mediante la observación y experiencia de las poblaciones emergentes, entre las cuales, el objetivo de obtención de recursos era una consecuencia parcial de la necesidad primaria de conseguir alimentos. Esta situación llevó a que una población ejerciera diferentes economías de subsistencia utilizando diferentes combinaciones, no podemos hablar de sociedades netamente marítimas o agrícolas. Es así que el clima, fue y ha sido un factor importante, más no determinante, en cuanto a la posibilidad de existir, sobrevivir y/o desarrollarse como sociedad, dado que marco provisionalmente los límites humanos. El agente más sorprendente de este proceso, es el hombre andino, quien desarrolló su conocimiento inicialmente de manera empírica, creando sus propias tecnologías, así como el progresivo mejoramiento de éstas, sobreviviendo y mejorando su calidad de vida en la multiplicidad de espacios andinos, resaltando como un elemento vital al agua, de gran importancia en todas las civilizaciones del mundo. La complejidad de la sociedad andina, su origen y significado; se ve siempre relacionada con sus recursos hidrológicos (marítimo, fluvial, lacustre, etc.), dada la estrecha relación con la alimentación de los pueblos. El crecimiento poblacional ocasiona una mayor demanda de recursos, entre ellos los alimentos, por tanto la búsqueda y ampliación de los terrenos de cultivos, afectando de forma directa una nueva tecnología hidráulica capaz de satisfacer dichas necesidades. La diversidad paleo ambiental andina, genera una variedad de propuestas para entender una división paleo ambiental. En este trabajo usaremos con fines generales y prácticos la división geográfica de Costa, Sierra y Selva, que de manera drástica segmenta el territorio peruano, pero es de comprensión masificada. El desarrollo tecnológico se manifiesta según el tipo de 1

Término utilizado por Tosi (1960).


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áreas geográficas, no es raro que la importancia del desarrollo agrícola fuera vital y necesaria, así como la organización y administración se fuera complejizando. Los primeros grupos humanos fueron nómadas y su actividad de subsistencia fue la caza, la pesca y la recolección, siendo primordial el conocer la variabilidad de ecosistemas, como las lomas; además del desarrollo de la tecnología lítica, la cestería y demás. Según Flores (2014), algunos grupos cazadores-recolectores iniciaron un viaje que los llevó a un cambio en la forma de pensar, entender su medio y en el modo de relacionarse y organizarse ecológica y socialmente. Aunque esto no fue un plan consciente y muchos de estos intentos fracasaron, algunos pocos alcanzaron diversos modos de vidas. Con el aumento de población, paralelamente se inició la agricultura y fue inminente la creación de la tecnología hidráulica, pues ayudó a distribuir y complementar el riego en los espacios agrícolas, aumentando la capacidad de producción de los campos de cultivo. Una de las primeras creaciones y formas sencillas de tecnología de riego fueron los canales, tanto en la zona costera y como complemento de otros sistemas en la zona serrana, diferenciándose en las áreas del norte, centro y sur, especialmente por la presencia o no de pendiente. En cuanto a otros desarrollos, se encuentran los intentos de domesticación de animales como camélidos, canes, zorros, aves, etc., todas ellas con diferentes resultados. En la costa peruana, la presencia de irrigación artificial posee una mayor importancia a comparación de la zona andina, pues la presencia parcial de lluvias, con excepción del norte de Piura, toda esta zona allegada al pacífico sería un gran desierto; lo que ha hecho posible la vida es la presencia de los ríos que bajan de la sierra y el desarrollo temprano de la tecnología hidráulica que se alimentaba inicialmente de las escasas aguas que bajan de las cordilleras durante siete o nueve meses al año, gracias a ello el hombre pudo convertir desiertos en fértiles campos de cultivos, complementándose con otras técnicas que se fueron desarrollando consecuencia de su conocimiento hidrológico. Existieron diferentes eventos como sequías, que hicieron que el hombre se fuera desplazando a espacios más altos para poder estar más cerca de los nacimientos del agua, que le permitieron un control más directo de este recurso así como la comprensión del “comportamiento”, que lo aprovechó sin duda para su beneficio. El uso de canales se documenta en ambas áreas de desarrollo (costeña y serrana), entre los logros más importantes, tenemos en Canal ChicamaMoche que trasladó agua de los ríos, de uno a otro valle. El canal de Cumbemayo, conduce aguas de la vertiente del Pacífico al Atlántico; y en la zona sur serrana, se observa como el uso de canales es parte de una compleja red hidráulica, en la que intervienen también sistemas de qochas. Para la zona Serrana, dado los cambios de temperaturas y el abrupto relieve en el


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cual se asientan algunas poblaciones, ante ello, la agricultura presentó otros retos, nuevamente superados. Entre ellos tenemos las qochas, los camellones y los andenes, tecnologías desarrolladas en espacios cercanos a grandes fuentes de agua. El ejemplo más conocido es del Lago Titicaca. La aparición de la sociedad compleja trajo consigo la arquitectura monumental, que cohesionó los poderes políticos-administrativos y religiosos, usando a su servicio una poderosa fuerza de trabajo de la población andina. El desarrollo económico tuvo que enfrentarse a distintos fenómenos ambientales como el fenómeno de El Niño, entre otros. Producto de estos enfrentamientos con la naturaleza, algunas sociedades desaparecieron, otras se fusionaron, creando nuevos centros de poder. Seltzer y Hastorf (1990) ya manifestaban que la importancia de los cambios climáticos radica en su potencial para agudizar los conflictos sociales preexistentes, precipitando quizás decisiones políticas como el abandono de un asentamiento o el establecimiento de otro en un nuevo lugar. La evidencia arqueológica muestra algunos cambios en la forma de construcción de la arquitectura monumental. Aparecen nuevas formas de visualización material del poder político, mediante el uso de elementos suntuarios como adornos y artefactos de metal (oro, plata y cobre), vestimenta fina confeccionada de lana de alpaca y vicuña, iban de la mano con elementos sacros, de alto contenido religioso, como la coca, el mullu, y símbolos de poder como el rombo escalonado (Cornejo 2006) o chacana. El hombre andino aprovechó los fenómenos naturales, ocasionados por los cambios climáticos, en algunos casos interpretados como designios divinos, aplicados por los sacerdotes sobre los dioses vencidos de los pueblos damnificados por la naturaleza. Estos pueblos fueron vencidos y despojados de sus territorios, obligados a pasar a otra condición. En momentos de crisis, el hombre andino se vio obligado a crear nuevas oportunidades, valiéndose de su experiencia milenaria, en donde la tecnología fue siempre una gran herramienta decisiva. Con la tecnología “domesticaron” los Andes, no solo a nivel de material sino a un nivel superestructural, a manera de un colectivo inconsciente de su dominio superior. Paleoclima y el desarrollo social Varios investigadores (Kendall y Rodríguez 2009, León 2007, Ortloff, Moseley y Feldman 1982, Ortloff y Kolata 1993, Tello 1943, 1970; Thompson 1995) ya han tratado el tema ofreciendo importantes aportes. Revisaremos sus investigaciones para exponer el actual estado de la información relevante, que comprende desde 14,000 a.C. hasta el periodo Colonial temprano. El paleo clima en los Andes ha sido estudiado considerando las diferencias geográficas entre la sierra y la costa, tomando como referencia variados


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aspectos. Como los análisis del nivel de lagos andinos como el Titicaca o los registros estratigráficos de las capas de hielo de los glaciares como el Quelccaya (Thompson 1995). Kendall y Rodríguez (2009) consideran que el Holoceno en la zona alta andina presenta una relativa estabilidad, manifestando que hace 7000 años al presente “las variaciones climáticas no han tenido mayor amplitud”. En la zona costera, en la parte baja, se manifiestan cambios como producto del fenómeno El Niño, vinculado al Océano Pacifico. Los estudios paleo climáticos han llamado poderosamente la atención de la Arqueología, el motivo principal es que podrían aclarar importantes dudas sobre eventos cruciales, como movimientos poblacionales, crisis sociales, cambios políticos, religiosos y culturales en general. Los estudios paleo climáticos podrían explicar potencialmente, el sentido del largo registro de crisis evidentes en la prehistoria andina y busca ilustrar como este registro puede servir a las ciencias físicas en la medición de proceso y tiempo (Ortloff, Moseley y Feldman 1982). Las fuentes escritas españolas, podrían contrastarse con la data paleo climática, para periodos tardíos, inclusive el periodo Colonial temprano. De esta manera podrían aclarase varios aspectos culturales, a partir de la contrastación con la data paleo climática de los distintos eventos ocurridos en la zona costera y serrana. El desierto costeño del Pacífico Andino es el más seco del mundo y se tropicaliza por lluvias excepcionales a consecuencia de las perturbaciones que produce el Fenómeno de El Niño (FEN), que se repite cada 6 o 7 años. La arqueología puede registrar la presencia de estos fenómenos generalmente, por la presencia de capas estratigráficas sucesivas de lodo compacto y sedimentos aluviales, que indican momentos de intensa humedad que provocaron huaycos o deslizamientos de tierra, que cubrieron asentamientos de vivienda, que a su vez, provocaron el abandono del área por algún tiempo hasta un cambio más favorable. Tello (1943) fue uno de los pioneros con su propuesta para el Valle de Casma, respecto al efecto causado en el movimiento de Cerro Sechín, donde como consecuencia de las lluvias de 1925 se formaron arroyos de agua que volvieron a exponer diferentes contextos arqueológicos, cuya secuencia cronológica Tello reconstruyó. Comprobando el efecto de inundaciones, depósitos aluviales y precipitaciones torrenciales antiguas para los últimos 3,000 años al presente (Meggers 1979). El intervalo de tiempo estudiado por León (2007) entre los 14,000 a.C (Pleistoceno terminal) hasta los 4000 a.C., en diferentes áreas que abarcan los territorios actuales de Chile, Colombia, Ecuador, etc.; hacen visible la respuesta del hombre frente al medio ambiente, dándose cambios en su dieta, el desarrollo tecnológico, patrón de asentamiento y los cambios sociales. Un aporte que resalta, son los hallazgos de los trabajos de Dillehay y Herb Elling (2005), en las inmediaciones de Nanchoc (Valle medio del Río Zaña), entre los límites de Lambayeque y Cajamarca, donde se halla evidencia del inicio en el uso de canales de irrigación alrededor de los 7000 a.C.,


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que seguirían desarrollándose hacia los 5000 a.C., para ello hace notar el aprovechamiento de la pendiente y la planificación de su diseño. Además de mencionar que las especies que se estarían cultivando con el riego artificial sería una especie de quinua y calabaza, alrededor de los 4000 a.C., todo ello en el lapso conocido como el Optimum Climaticum. Hacia los 4000-3000 a.C. (Periodo Pre cerámico) se hace notar una pequeña estabilidad en el paleo ambiente, resultado de la homogenización del clima húmedo, aumenta el calor en los trópicos; si bien se nota aun la presencia de glaciares (en 7 de las 8 regiones del Perú, hasta los 4500-5000 m.s.n.m.) estos se encontraban ya en retroceso dando más espacio para el habitad del hombre andino, se inician los cultivos domesticados y el sedentarismo, aun en complemento con la pesca, la caza y la recolección. Kendall y Rodríguez (2009) menciona un aumento de la población, pero con cierta especialidad en los tejidos anudados y habilidades escultoras. Es en este periodo desde 3000 a 1500 a.C. se desarrolla Caral y sus 18 centros en el valle de Supe, además Shady (1999 y 2001) aseguran la existencia de estratificación social. Hacia 2200-1900 a.C., se data una gran sequía (Kendall et al., 2009) que fue de la mano con el descenso de temperaturas e inicio de la desertificación de la costa, trayendo como resultado, el colapso de muchas sociedades, y cambios culturales, que a su vez ocasionaron el abandono de muchos espacios. Sin embargo, el hombre enfrenta estas adversidades y las supera. Aproximadamente hacia 1800 a.C. (Periodo Inicial), tanto en el norte y centro del área costera tenemos el incremento de lluvias y el aumento de la temperatura. Las poblaciones existentes expanden la frontera agrícola junto con la irrigación, junto con ello se observa la presencia y supervivencia de varios centros. Sin embargo en el área sur aún no se incrementan las lluvias hasta 1660 a.C., mejorando las regiones cercanas al lago Titicaca y demás del altiplano. Se mejora el agro pastoreo. La sequía ocurrida de 900 a 800 a.C. (Kendall et al. 2009) y la temperatura baja; afectan directamente a la costa, generando la reducción de los centros costeños y su posterior abandono provocando el fin del Periodo inicial. Para los 500 a.C., se reporta el FEN, la humedad varía y descienden las temperaturas, afectando directamente a la franja costera a diferencias de las regiones serranas que se fortalecen, existiendo evidencia de grandes contactos. Se inicia el Horizonte temprano con la cultura chavín, Entre los 400 a 200 a.C. (Kendall et al. 2009) se reporta otra sequía severa y prolongada, así como el descenso de las temperaturas nuevamente. En la zona costera se registran avances de la desertificación, en diferentes lugares de la Costa Norte y Costa Central. Como respuesta a todo ello Chavín se convierte en un centro de gran culto.


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Hacia los 200 a.C. al 200 d.C. se incrementan las lluvias, con mayor precipitación así como un aumento de temperatura, influyendo directamente en cambios económicos y demográficos que se extienden rápidamente (Kendall et al, 2009). Todo ello conlleva al inicio de nuevas sociedades y cultos religiosos como Moche y Nazca. A partir del año 1 d.C., se data una sequía nuevamente y el descenso de la temperatura, afectando la agricultura en la costa norte severamente, más en la zona serrana tenemos el aumento de los ejes comerciales. Según Hocquenghem (1998) las sequías tienen una larga historia e incluso, están asociadas a grandes desastres, como el colapso de la cultura Moche. Otro ejemplo que se observa en la costa central, es datada por Morales (1994), quien señala la presencia de un posible FEN, cambios que son sustentados por los estudios de Broggi (1941), que estudia las terrazas geológicas de Chosica (Costa Central- Cuenca de Santa Eulalia), que las identifica como de origen aluvial y no morrénicas, es decir, producidas por una serie de lluvias esporádicas. Entre 200 al 600 d.C. se observa una mejora de condiciones, un aumento de humedad así como de las temperaturas, dando un auge en la agricultura, evidencia de ello son los andenes irrigados y su expansión. Todo ello dio inicio a nuevos cambios políticos y económicos, encontrándose al frente de ellos Tiwanaku. Sin embargo, en la costa, entre los 500 al 580 d.C. se presentan terremotos y una nueva presencia del FEN y la presencia de climas extremos (aumento de lluvias en espacios variables), dando como resultado el cambio de las poblaciones a las laderas. (Kendall et al. 2009). Excavaciones de 1998 en sitios cercanos a Rio Muerto (valle medio de Moquegua) son señaladas por Magilligan y Goldstein (2001) como indicios de la expansión Tiwanaku, como consecuencia de intentos de cultivar zonas dado los aumentos de inundaciones y la mayor disponibilidad de agua en espacios desérticos y/o eventos de sequías en tierras altas, es decir, que un posible FEN estuviera involucrado en la migración y colonización de esta población. Una nueva severa sequía se presentó entre 594 al 600 d.C., provocando una reducción del 25-30% de lluvias, un aumento de temperatura, y siguió la desertificación en la zona costera. Sin embargo es en este momento que se da el aumento de andenes y la expansión Wari. Thompson e Izumi (1991) señala esta sequía en el intervalo de 563 a 594 d.C. (tres décadas) según los registros del Quelccaya. Kendall y Rodríguez (2009) hacen referencia a la concatenación de Huarpa-Wari, además se refiere a las fechas 600, 610, 612, 650, 681, etc., d.C., como presencia de un FEN, junto con el incremento de humedad, la presencia de climas extremos, con una alta intensidad de lluvias, que dieron como resultado diluvios erosivos en la zona costera, esto trajo como consecuencia, cambios sociales de esta zona. Se inicia el Horizonte Medio con Wari como la ciudad capital.


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Figura 2.

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Fuente de agua en Ollantaytampu, Cusco, tallada con el diseño de la mitad del rombo escalonado. Conocido también como la piscina de la Princesa. Tomado de Los Incas, arte y símbolos, 1999.

De 1000 a 1100 d.C. se evidencia una sequía severa y prolongada, con lluvias esporádicas tanto en la zona costera como en el altiplano, siendo el segundo más afectado, asimismo la temperatura desciende hasta 6° C, una degradación en la zona del altiplano donde el nivel del lago baja en 12m y con 50,000 hectáreas de camellones abandonados, dado que Ortloff y Kolata (1993) señalan que después de casi 700 años de crecimiento y expansión colonial, el estado Tiwanaku colapsó entre los años 1000 y 1100 d.C. debido a una severa alteración climática. Huertas (2001), señala que los camellones no pudieron soportar la extrema sequía, así como presenta datos cronológicos registrados en los estratos de hielo del Quellcaya señalan que entre 1097 y 1109 d.C. ocurrió un FEN de gran magnitud. De esta manera finaliza el Horizonte medio. En la costa central, en el Sitio de Pachacamac, en el sector “Las Palmas”, se hace un registro de cinco eventos estratigráficos, fechando el último hacia 1000 d.C., se descubre asociado a la rotura de los últimos eventos subyacentes en el terreno, al momento de construirse tanto las murallas como los canales y caminos, y que se pueden fechar en forma relativa. Este quinto evento, presenta una marcada tendencia a la acumulación eólica de rumbo SO-NE conformada por arena mediana de color amarillento que recubre la superficie del Tablazo; el mismo que presenta capas de raicillas secas en


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forma de lomas periódicas estratificadas después del abandono del uso del camino y canales de la fase asociada al camino epimural en tapial y en un caso la capa de lomas fue enterrada por la construcción de un piso en superficie de las estructuras asociadas al camino epimural en tapial hacia los siglos 1100-1200 d.C. (Paredes et al. 1992). Dicha evidencia manifiesta que hacia 1100 d.C., Paredes y Ramos (1992) y Grodzicki (1990), la presencia de un ENSO, dado las copiosas lluvias que formaron capas de lodo sedimentado en los pisos (Valdez et al, 2012) que fue tomado en la Costa Central como una señal de grupo Yauyos para repoblar zonas yungas (valle medio de Lurín y Rímac), este fenómeno repercutió en los cultivos, sectores de vivienda generando una crisis económica y política. Felipe Guamán Poma de Ayala menciona la lluvia de fuego que destruyó el pueblo de Cacha y que dejó la región de Arequipa desolada. También refiere la sequía ocurrida en tiempo que gobernaba Pachacútec, que dejó infértil la tierra durante diez años. Lumbreras (1969 y 1977) planteó que la destrucción de la sociedad Wari se debió a severos cambios climáticos, aunque no explica cuales o presenta algún estudio paleo climático. Desde 1250 al 1500 d.C., las precipitaciones se incrementan, al igual que las temperaturas esto deviene en la mejora de los recursos naturales, el aumento de la población y la expansión de las terrazas irrigadas. La presencia de andenes en las laderas orientales de los Andes, es consecuencia de estas mejoras, así como el cultivo de la coca. Como señala Kendall y Rodríguez (2009) para 1440 d.C. recién se puede tener en cuenta el Tawantinsuyu o consolidación del grupo de poder cusqueño, y la necesidad de obtener los derechos de agua y canales, mediante arreglos matrimoniales. Hacia los 1300 d.C., en base a evidencia paleo ecológica, obtenida del lago rellenado de Marcacocha, se utilizó el Aliso (Alnus acuminata) como parte de la estrategia de agricultura, dado la facultad de proveer a los suelos nutrientes necesarios, como respuesta a los eventos de 1100 d.C. que habría dejado al suelo extenuado. Se maximizó el uso de andenes y sistemas de irrigación del Cusco, con aguas almacenadas en lagunas y otras estructuras (reservorios) para estabilizar el suelo ya erosionado, dichas estructuras siguieron vigentes durante el Horizonte tardío. Kendall y Rodríguez (2009), fecha en 1490-1700 d.C. el evento conocido como la “Pequeña edad de hielo” con el incremento de lluvia en un 50% en la zona costera y un 25% en la zona sierra, las temperaturas descienden nuevamente, pero se da el mejoramiento de pasto. Coincide con esta afirmación de este singular evento, León (comunicación personal 2014). Se ha presentado un resumen interpretativo de las evidencias que actualmente forman parte de la reconstrucción del paleo ambiente en los Andes, de su dinamismo y constante cambio. Las sociedades han sido receptoras de estos cambios y se han ido adaptando, mediante la creación de nuevas técnicas y obtención de recursos económicas en sus respectivos espacios de vida. Hemos visto como el como el paleo ambiente, si bien no deter-


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mina, produce cambios sustanciales en la realidad prehispánica andina, asimismo se reportan distintos FEN, grandes sequías y momentos de inundaciones que son aprovechadas por el hombre andino de muchas formas. La diferencia entre la franja costera y la zona alto andina, es notoria, y se observa como algunos fenómenos favorecieron algunos espacios, más no a otros, y como las sociedades favorecidas, especialmente las serranas, divisaron rápidamente estas diferencias para tener el acceso a mayores recursos, mediante el intercambio. Tipos de espacios naturales Los Andes sudamericanos, presentan una diversidad ecológica, donde cada plano altitudinal posee características distintas, como relieve, clima, suelo, vegetación, entre otros factores, que a su vez actúan desde los 0 a 6,768 msnm. Estas diferencias han sido estudiados por varios investigadores, desde perspectivas distintas, considerando factores únicos como: el clima (Koepcke 1961 y Schroeder 1969); los suelos (Zamora y Bao 1972). Por ello, se entienden sus limitaciones. Los enfoques más integrales, como la propuesta de Pulgar Vidal (1941, 1946, 1967) con sus ocho regiones naturales, cuyo límite representa el mar en el oeste, ofrece una mirada transversal del espacio territorial, sin embargo no incluye al mar en su propuesta, a pesar que forma parte de la realidad ecológica del país (Brack 1986), la propuesta de Holdridge (1947) con sus Zonas de Vida y finalmente Tosi (1960) cuyo trabajo en conjunto con la Oficina Nacional de Evaluación de Recursos Naturales (ONERN 1976) publicó el Mapa Ecológico del Perú, que presenta 84 zonas de vida y 17 de carácter transicional (Brack 1986). Además es necesario recalcar la importancia de las corrientes marinas de la Costa Peruana, entre las cuales resalta: la Corriente Peruana o Corriente de Humboldt y la Corriente de El Niño / Oscilación Austral (ENOA). Lo común de las propuestas es la variedad geo climática del territorio peruano, así como las características de fauna y flora que se manifiestan en cada área territorial. La población andina entendió su espacio geográfico y diseñó sus propias estrategias, para la obtención y manejo de recursos (la tierra, el agua, alimentos, vestido, etc.). El inicio fue empírico, con las tecnologías desarrolladas, convirtieron estas aparentes limitaciones geográficas y medio ambientales, en oportunidades. Es en los periodos más tardíos, donde todo este conocimiento tecnológico, necesario no solo para explotar los potenciales recursos, sino para poder diseñar las respectivas estrategias de control para las naciones costeras, puesto que la expansión Inka se dio de arriba hacia abajo. En gran parte de los Andes, las iniciativas agrícolas han transformado un paisaje predominantemente boscoso (Tosi 1960) en un paisaje cultural caracterizado por parcelas de labranza, terrazas de cultivo, canales de riego y caseríos dispersos.


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Figura 3.

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Sistemas de andenes adaptados a la pendiente del sitio de Wiñay Wayna, Cusco. Centro de control agrícola con arquitectura de prestigio. Tomado de Los Incas, Arte y Símbolos, 1999, XXXII.

El rol del agua en las sociedades andinas jugó un papel importante obteniéndose de diferentes espacios como el mar, los ríos y los lagos. El mar peruano ha sido fuente de recursos principalmente de la zona costera, desde las primeras poblaciones asentadas de pescadores y marisqueros, ubicadas a lo largo de todo el litoral hasta los periodos tardíos (Quilcaycunas en la Costa Central). Los ríos por otro lado, presentan una configuración diferente, pues se agrupan en tres grandes cuencas: del Pacífico, del Atlántico y del Titicaca; además de cortar transversalmente los desiertos costeros y convirtiendo sus márgenes en potenciales áreas de cultivo. El agua tan necesaria en la vida de los hombres andinos, plantas y animales; fue “domesticada” mediante el uso de diversas técnicas, que fueron evolucionando a la par con las sociedades, así como con las características propias de cada “Zona de Vida”. Las técnicas utilizadas han sido la captación, la transmisión, la reserva y distribución del agua para la alimentación


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del ser humano y ganado; y para el riego de la tierra: pozos, presas, cisternas y grandes depósitos para el riego y redes de canales dispuestos cuidadosamente a lo largo de las áreas de cultivo. El lugar que ocupa en las tradiciones populares, las representaciones simbólicas, los mitos del agua y de las fuentes así como los ritos y ceremonias asociados a su uso dan testimonio de su importancia. La existencia de regiones ecológicas diferenciadas, nos indican una variedad de espacios con variados recursos y los diferentes desarrollos de técnicas para la obtención de dichos recursos. Con ello se procede a caracterizar algunos espacios naturales, en los cuales se asentaron y fueron “domesticados” por el hombre andino. En cuanto a la franja costera, tenemos un medio ambiente compuesto de tierra, aire y agua, siendo este último el recurso decisivo en la vida y economía de las colectividades humanas. Ravines (1978) hace énfasis en la importancia del relieve y la topografía de los Andes Centrales, identifica tres tipos de espacios y los caracteriza según su tipo de suelo, sin con ello dejar de entender que los demás recursos ya mencionados formaban parte del conjunto que hacia posible la vida en ellos, los tipifica atendiendo a que el suelo de los valles costeños, son los formados a través de conos deyectivos de los 52 ríos que conforman el sistema hidrográfico de la vertiente occidental o Pacífico, fueron utilizados por las poblaciones andinas desde el inicio del desarrollo de la agricultura, dado sus condiciones fértiles y la respectiva irrigación obtenidas de la precipitación aluvial. Dichas precipitaciones se concentran el 75% en los primero cuatro meses del año y el 25% restante en los meses de mayo y diciembre, en la actualidad, sin embargo dado el seguimiento de algunos datos etnohistóricos del siglo XVI, pareciera indicar que en la época prehispánica estas concentraciones fueron mayores. Salvo siete de los valles de los 52 señalados, poseyeron una agricultura temporal con plantaciones necesariamente de corto periodo de crecimiento, eligiendo los cultivos alimenticios y frutales, antes que los de carácter tipo industrial (algodón, etc.). Identifica además a los suelos desérticos en laderas bajas, que están conformados por una variedad de rocas volcánicas y sedimentarias, sin embargo ubica en estos espacios una importante fuente de recursos: las áreas de lomas; que si bien no poseen potencial agrícola, actualmente se utilizan como áreas de pastoreo al igual que en tiempos pasados. Se han utilizado desde sus inicios como dadoras de recursos que complementaban las actividades de caza y recolección. Finalmente, la presencia de los suelos desérticos de los tablazos, con relieve plano o ligeramente ondulado, que se formaron con los sedimentos marinos que se depositaron continuamente en épocas geológicas anteriores. Son comunes en la costa, siendo en algunos lugares muy extensos, con precipitaciones anuales oscilan entre 25 y 50mm. Provenientes de neblinas y llovizna, como consecuencia su vegetación es sólo de pequeños arbustos, a pesar de ser espacios con suelo árido y alca-


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lino, aparentemente inutilizables, hacia 400 d.C. (Ravines 1978), se desarrolla un sistema de aridicultura, destinada a aprovechar en grado máximo la humedad del subsuelo, es decir, las hoyas o chacras hundidas son una respuesta a este tipo de espacios. La presencia de los Andes juega un papel importante en los suelos de la sierra. La variedad topográfica junto con la variedad de rocas volcánicas y sedimentadas origina numerosos tipos de suelos. Los cultivos se realizan mediante el secano, debido a su accidente relieve y a sus regímenes de agua. Identifica seis tipos de suelos utilizados por los pobladores andinos, pero no todos presentan óptimos espacios para el cultivo. Los suelos de altas pendientes en los Andes, se ubican entre 2000m y 4,000m, con una serie de pendientes. Los suelos son superficiales y pedregosos, la vegetación xerofítica o escasa. La precipitación pluvial varía de 200 a 300mm por año, en general la tierra sirve para pastoreo de cabras, ovejas y llamas, siendo el potencial agrícola muy bajo. Sin embargo esta zona en época prehispánica fue aprovechada mediante el uso de bancales y canales de riego. El segundo tipo son los suelos de valles interandinos, de áreas limitadas, pero de uso intensivo por las poblaciones. Su altitud varía de 200 a 3,500 metros. Los valles son profundos y angostos, llegando a poseer 2km de ancho como máximo. La precipitación pluvial ocurre de octubre a abril, y varía de 400 a 800mm al año, dado las largas temporadas secas, los cultivos se riegan con regadío complementario. En las zonas intermedias del valle, entre 2,800 y 3,500m predominan los cultivos de maíz, papa, cebada y trigo y en algunos lugares son importantes los cultivos de haba y quinua. Son suelos que necesitan anualmente ser añadidos de algún tipo de fertilizante nitrogenado para poder dar cultivos anuales. Los suelos de mesetas y altiplanos, en la zona media, sobre los valles interandinos y debajo de los nevados se encuentran una zona de pastoreo de suelos ondulados rodeados de montañas. La elevación de estos altiplanos varía entre 3,800 y 4,400m. El clima es frio y subhúmedo, con un promedio anual de temperatura que varía entre 5° y 10° C, pueden darse heladas entre mayo y agosto. En esta zona se hacen presentes una gran variedad de suelos, ya sean los pedregosos superficiales, suelos franco y franco limosos, y profundos bien drenados. Cabe resaltar que los suelos de la zona andina son de color más oscuro que los costeños, indicando una fuerte concentración orgánica. Si bien poseen esta alta concentración orgánica, el ritmo de descomposición es lento. Pertenece a este espacio la domesticación de la papa, y en la que los cultivos del tarhui (Lupinis mutabilis), quinua (Chenopodium quinoa), y cañihua (Chenopodium pallidicaule) adquirieron su cabal dimensión en la cultura andina. Finalmente tenemos a los suelos de altas montañas, ubicados entre los 4,000 y 5,000m de altura, que representa el 30% del área total del Perú, por


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lo general son suelos superficiales y pedregosos, pero con la presencia de extensas áreas de suelos húmedos. Debido al clima demasiado frio para las plantas cultivadas, salvo en lugares aislados que se encuentran protegidos, es zona de pastoreo. Los suelo de zonas frígidas, comprendidos entre 5,000 y 6,000m, suelos superficiales y pedregosos en los que predominan las pendientes accidentadas. Se hallan cubiertos de nieve y no tiene posibilidades de explotación. Los suelos hidromórficos, son extensas áreas de suelos húmedos que durante el año están cubiertos con agua temporal y permanente, se hallan dispersos en las zonas montañosas de los andes. Muchas de las tierras húmedas se utilizan en el pastoreo, otras son drenadas para los cultivos. Desarrollo de la tecnología Costa Norte y Central Los canales de Riego Es el método más utilizado en todos los lugares donde el hombre ejerció la agricultura ya sea como elemento principal o complementario de los sistemas hidráulicos. Es un método que deriva la cantidad de agua necesaria de un cauce principal y los conduce por medio de un canal a la región donde se debe distribuir para regar las tierras. Ravines (1978), identifica dos tipos de casos: un canal madre o principal y las acequias o canales secundarios. En ambos se presentan diversas obras de arte: la toma principal o bocatoma; combinada con otros tipos de sistemas como barrajes (elevar las aguas), los acueductos, los puentes, así como las tomas secundarias (los partidores). En las terminologías quechua, los canales se denominan uitcuu, las acequias subterráneas poseen el nombre de pincha o hurica; acequia descubierta es laccai o rarccae y reservorio como cocha. Los grandes canales prehispánicos se caracterizan básicamente por ser la derivación de un río que baja la cordillera. Tienen generalmente varios kilómetros de extensión, de los canales los primeros 500 u 800m son el talud y el resto canal descubierto, que atraviesa en su trayecto distintas clases de material, especialmente faldas de cerros. Con el fin de conservar su nivel a la altura conveniente de trecho en trecho se han construido vertederos y aliviadores (Ravines 1978). Dependiendo del terreno en el cual se ubica el canal se ha visto revestido mediante diferentes técnicas como capa de tierra o arcilla, así como paredes de piedras secas.


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El almacenamiento o métodos de pantanos El represamiento y aprovechamiento de las escorrentías glaciares y lagunas alto-andinas tampoco estuvo ausente de la preocupación hidráulica del antiguo peruano. Horkheimer (1973), describe el aprovechamiento de las lagunas de los glaciares, unidos al uso de los canales ubicados estratégicamente para evitar el desborde de las aguas represadas y se daba con ellas el regado de los valles. El uso de esta técnica fue reforzada con el uso de represas. Algunos ejemplos que se citan en los trabajos de los investigadores son en la sierra de Lima como Huarichirí por Ravines (1978), específicamente la laguna de Tambillo de donde partía un largo canal de 12km que alcanzaba las tierras de Jicamarca. Los huachaques o pozos de captación y filtraciones Es una técnica netamente costeña, fue posible solo en los sitios donde la napa freática se encuentra próxima a la superficie. En este caso se removieron porciones considerable de médanos de uno a diez metros, hasta encontrar la tierra húmeda del subsuelo, logrando que la humedad llegue a las semillas sin necesidad de la creación de canales. En el proceso cultural de los Andes, esta técnica aparece bastante tardíamente, su antigüedad no sobrepasa el siglo VI d.C. Es una técnica documentada ampliamente en la Costa Norte y en el sur, obtiene el nombre de huachaques o pukyos. Willey (1953) en la prospección que hace del valle de Virú señala indicios de este tipo de técnicas empleados en algunas áreas que estudio en la desembocadura del río, así como Tello (1942) lo hace en la desembocadura del río Moche, cerca de la antigua capital de Chan Chan. Son descritas por cronistas como Bernabé Cobo, en zonas cercanas al mar, y para Chilca lo describe Cieza León. Costa Sur Los Pukyos Cabe destacar el aprovechamiento de las aguas del subsuelo, en periodos más tempranos (Intermedio Temprano), siendo el mayor representante Nazca con sus 15 especímenes en total, ubicándose seis en Kopará, uno en Taruga y los restantes en Nazca mismo. Lo más interesante de esto, es que la técnica actual de construcción ha permitido en conjunto con los cambios pertinentes de materiales de la población actual, mantenerlos sirviendo actualmente.


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Canal de Cumbemayo, Cajamarca. Tomado de Arquitectura Andina, 2010:118.


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Se hace una diferenciación básica cualitativa, entre los construidos a cielo abierto que captan pequeños manantiales y puquios, y los subterráneos que se consideran galerías filtrantes, ubicados cerca de los ríos a una distancia máxima de 400 metros. Zegarra (1978), describe la sección subterránea de lo conocido como “caja” por los agricultores, y tomado así como denominación por el autor. Inicia con el desnivel de tres metros generado entre el terreno y el fondo del acueducto. Existen dos tipos: las rectangulares, en las cuales las paredes poseen mampostería de piedra seca, unidas de manera estrecha y sin mortero, usando como techo lajas de piedras, sobre las que se coloca el material obtenido de la excavación a un intervalo de cinco y 50m existen buzones de limpieza; y las de sección trapezoidal, en este caso con 1.20m de ancho en la base y paredes sin revestimiento, ligeramente inclinadas y con tapa de madera de huarango, imputrescible. Asimismo existen espacios donde se puede recoger el agua, denominados “ojos de agua”. Las amunas Cabe resaltar que el uso de ésta técnica está aún vigente, y es de uso en las zonas de lomas. Las amunas constituyen un medio intencional donde se manipula la “trilogía andina: las aguas, el suelo-subsuelo y la plantas”, es decir, el manejo integral del territorio. Se inicia con la captura de las precipitaciones en las temporadas lluviosas en la parte alta de la cuenca mediante bocatomas de piedras y “champas” en los cauces de las quebradas, para luego continuar con la recarga de los acuíferos a través de una red de acequias y/o canales construidos y mantenidos organizadamente por la población cuando se desencadenan las lluvias. Luego prosigue la infiltración de las aguas sobre las superficies pedregosas y rocosas tanto dentro de los canales y laderas de forma gradual pero ininterrumpida, los que van alimentando los dispersos y numerosos manantiales existentes aguas abajo de la zona (Apaza 2006). Altiplano Los camellones o sistemas de campos elevados Son denominados como waru waru, sucaccollos o suka kollus. Básicamente son superficies cultivables, cuya altura se aumentó artificialmente. Al igual que el desarrollo de otras tecnologías en el altiplano se lo utiliza con el fin de lograr una mejor condición climática y micro-ambiental con el objetivo de mejorar el suelo, el drenaje del agua, el control de la humedad y el aumento


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de volumen de producción y hacerlo más estable. Denevan (1970) señala su uso tanto en zonas bajas como en zonas altas de América, obteniendo un mayor uso en zonas de inundación temporal severa como en Llanos de Mojos (Bolivia) y la zona altiplánica (Perú y Bolivia). Fueron sin duda son los Tiahuanaco, discutido imperio, hacia 400 d.C. quienes utilizaron este sistema junto con el desarrollo a la par de las qochas. Los campos de cultivo poseen una altura que oscila entre 20cm hasta 75cm sobre la superficie, sus diámetros varían entre 5 a 10m y se ha llegado a observar algunos de 50m de largo y más. Entre los campos de cultivo se encuentran las depresiones, que reciben agua de lluvia, de ríos o lagos y que son conocidos como “canales”. Los campos son diversos tanto en extensiones como en forma variando entre 4 y 10m de ancho y 10 y 100m de largo y 1 y 5m de profundidad. En su mayoría se encuentran entre 3,800 y 3,900m de altitud y las temperaturas en las noches más frías oscilan entre -5cm y 0° C. Kendall y Rodríguez (2009) describen de manera detallada la construcción de estos campos de cultivo. En primer lugar, se cortan los tepes (champas), los cuales son colocados sobre los suelos pobres en nutrientes, después de las cosechas continuas, Erickson (1986a) menciona el hecho de haber descubierto que la tierra de los canales poseía gran fertilidad. Otras de las cualidades que es mencionada por la investigadora, son los canales y el mantenimiento de la humedad de los camellones, el drenaje y la disminución del riesgo de las heladas que se consigue al almacenar la energía solar durante el día, que es liberada progresivamente por el agua, en los momentos del cambio brusco de temperatura, creando un microclima capaz de proteger el cultivo de las partes elevadas. Las diferencias de temperaturas del día y la noche, traen problemas perjudiciales a los cultivos pero son más benignas cerca al lago por el calor que conserva el agua. En tiempos prehispánicos, antes de la gran sequía 1050/1100 (Kendall et al. 2009) fueron cultivados con quiñua y cañihua. Kendall y Rodríguez (2009) lo describen con una distribución en más de 82,000ha de terrenos bajos en los alrededores del lago, llegando a Sicuani, Erickson (2000) desde 1000 d.C. hasta 1600 d.C. lo refiere en tierras bajas de la Amazonia oriental de Bolivia, en Llanos de Moxos y en alrededores de Santa Ana de Yacuma, en el departamento del Beni. Uno de los primeros en describirlos fue Uhle (1954). Sin embargo su origen aún es incierto, dado que los cronistas de la época no hacen énfasis ni describen estos tipos de campos, se infiere su desuso como causa de la invasión europea. Además fueron estudiados intensamente por Smith, Denevan y Hamilton (1981), Erickson (1982, 1986a y 1986b) y Kolata (1996), de manera directa y mediante el uso de fotografías aéreas.


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Figura 5.

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Partes de una Cocha, tomado de Desarrollo y perspectivas de los sistemas de andenería en los Andes Centrales del Perú, Ann Kendall y Abelardo Rodríguez, 2009.

Las Cochas, qochas o Q’ochas La primera aclaración que debe hacerse es la ambigüedad del término, puesto que también se denomina a espacios naturales de filiación e importancia ceremonial y son naturales sin trabajo, como se trata en otro punto. Este tipo de sistema es aun visible en la cuenca norte del área altiplánica, ubicándose a más de 3,850msnm; utilizan las aguas que provienen de las precipitaciones pluviales; forman parte de un sistema en pleno funcionamiento y producción; siendo utilizados por la población contemporánea que cultiva en forma intensiva para su alimentación. Kendall y Rodríguez (2009) los describen como estanques de agua que fueron transformados en reservorios, mediante el revestimiento de piedras o de arcilla, y con áreas irrigadas definidas para cultivos en camas. Se aprovechaban los estanques y las depresiones naturales, que fueron ampliadas


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cavando estructuras cóncavas en una variedad de formas y tamaños, utilizados para el uso común bebible humano o en algunos casos bebederos para ganado; sin embargo Flores y Paz (1983b) manifiestan que las qochas son artificiales, excavadas ex profesamente, calificándolas como un movimiento de tierra monumental, por el trabajo invertido así como el número de trabajadores comprometidos. Es sin duda tecnología utilizada para afrontar la variedad climática, elevar la producción y obtener cosechas de volumen constante (Valdivia et al. 1999). Existen casos contemporáneos estudiados donde las temperaturas fluctúan entre -2° C a 12° C en sitio como LlallahuaPajchapata, provincia de Azángaro en Puno. En el área altiplánica se reconocen tres zonas de producción: la pampa, ladera y el cerro. De los mencionados este tipo de tecnología se concentra en la primera mencionada, asimismo se manifiesta que las diferencias productivas son dadas con los tipos de suelos, altitud, pendiente y condiciones microclimáticas. Esta técnica junto al sistema de riego posee una lógica distinta a la de las sociedades occidentales. Entre los investigadores destacados, son Flores y Paz (1983a, 1983b, 1986), los que hacen un estudio más detallado, y exponen las características fundamentales de las qochas). Si bien existen tres formas básicas de qochas: I. II. III.

Muyu qocha, de forma circular, en runasimi muyu significa redondo. Puede poseer de 90 a 150 metros de diámetro; Suy´tu qocha, de cuerpo rectangular con extremos de forma redondeada en runasimi Suy´tu significa alargado. Chunta qocha, de cuerpo rectangular con extremos irregulares.

Dado que las primeras son las más comunes, mencionadas por Flores y Paz (1983a), sus partes serán descritas a continuación: i. ii. iii.

iv. v.

La pampaqocha que es la base plana de la depresión. El yani es un surco abierto al centro de la pampaqocha, cortándola por el diámetro. Sirve para desaguar o introducir agua. La royra (quechualización de la rueda) es el surco que se traza por la circunferencia de la base, justo donde comienza la pendiente del borde. Es más ancho que los demás surcos y muestra continuidad, también forma parte de un canal colecto de agua que desciendes de los surcos. Los hawa washu (surcos del exterior), son arados de los bordes dirigidos a la royra y la base. La pollera, nombre análogo a la falda de las mujeres, y es el área de tierra sobre la royra, abarca el perímetro de la pampaqocha, que posee por proyección forma de un gran círculo.


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Se puede entender su funcionamiento dado el uso contemporáneo de este sistema, está conformado por un conjunto de pequeñas lagunas artificiales, alimentadas por las aguas de lluvia, unidas entre sí por canales que permiten manejar el agua entre ellas. Donde el agua es manejada dentro de cada qocha y es evacuada por los canales de unión (yani) de qocha a qocha, hasta eventualmente desembocar a un río o perderse en la pampa. Rozas (1986) hace mención al uso de canales madres o mama yani (nombre que le dan los locales), cuya función es colector, canal también identificado. La importancia del yani es fundamental, pues sirve para entrelazar las qochas, registrándose en casos contemporáneos de 10 a 12 canales los que unen las qochas, la técnica de construcción para que se pueda poseer un canal horizontal, es resultado de una cuidadosa planificación en conjunto de técnicas de construcción, que nivelo la pendiente existente. Flores y Paz (1983b y 1984) manifiestan que al ser arada una qocha y llover, el agua es retenida por los surcos por obra de las kunkaña, el cual es un dique pequeño que tiene por finalidad mejorar el manejo del agua ya sea almacenándola o dejándola circular. Sin embargo el empacamiento no debe durar más de 24 horas porque las papas se malogran y pudren, por ello se abren la kunkaña para que el agua corra a las royra, surco que se traza la circunferencia de la base, justo donde comienza la pendiente del borde. La royra también funciona como canal colector de las aguas que descienden de los surcos, que se abren tangencialmente en ellas en los bordes. De ahí el agua desfoga por los yani, y luego fuera de la qocha, evitándose que se detenía e inunde lo surcos. En los años secos, son frecuentes en el altiplano pudiendo permanecer cerrados las kunkaña por más de un día pero no más de tres, dado que las plantas se pierden. En agosto de 1978, Percy Paz, arqueólogo del Proyecto Puesta en valor del centro arqueológico de Pukará, recolecta información etnográfica recibiendo apoyo den la década de los años ochenta por el Instituto de Cooperación para la Agricultura, de la Universidad de Tokyo y del Proyecto de Tecnología Agrícola Andina, coordinado por Mario Tapia y con el auspicio del Instituto Indigenista Interamericano con el fin de obtener conocimiento sobre la antigüedad de dichos sistema; sin embargo, no existen muchas investigaciones ni datos sobre su antigüedad, pero se le atribuye posiblemente su creación a los Pukará, una sociedad temprana que se desarrolló también en la cuenca norte del Titicaca hacia 250 a.C. al 380 d.C., dado su cercanía al centro ceremonial principal de esta sociedad, así como el desarrollo urbano. Algunos productos que se pueden obtener son la papa, la oca, olluco e isaño, la cañiwa, quinua y la avena, limitándose al área superior de cultivo de la alta puna. El suelo de esta zona posee gran fertilidad, por lo tanto se puede hacer gran provecho de las plantas, pues además de captar y preservar la humedad del suelo, capta el limo rico en nutrientes producto de la erosión de las lluvias, el cual queda al momento de secarse las lluvias.


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Flores y Paz (1983a) hacen énfasis en que el principal cultivo es la papa, en sus diversas variedades, tanto para consumo como para elaborar chuño, moraya o tunta. También se aplica la rotación de cultivo, siendo el primer año la papa, el segundo la qañiwa y kinua, el tercero es la avena y/o cebada, y el cuarto o quinto comienza el descanso con duración variada. Rozas (1986) plantea la existencia de cultivos dentro de las qochas y distintos tipos de qocha. Las diferencias entre la zona de la “pollera” (sobre el royra), es donde se reserva para obtener semillas y cultivos más delicados como la papa dulce, ya que es el sector menos afectado; mientras que la pampa qocha (base plana o fondo) es utilizada para el cultivo de la papa amarga que es resistente a la helada, así como para la siembra de cebada y avena forrajera. La qochas disminuyen los riesgos de las heladas, puesto que el agua almacenada en las depresiones protege los cultivos de las heladas. Por principio físico, toda masa de agua absorbe calor y luego, por la noche, lo irradia. Los bordes inclinados de las qochas hacen circular el aire, especialmente cuando se desprende una corriente desde el espejo de agua, atenuando las heladas. Sin dudar uno de los usos más destacados son para la reserva del agua. En otras palabras el sistema es un conjunto, que permite un adecuado manejo del agua con las consiguientes ventajas en la producción de alimentos, en una zona con alta restricción climática. Los andenes o “patapata” Este término es comúnmente usado para designar a las estructuras ubicadas en las laderas de los cerros, y son básicamente plataformas horizontales y alargas que están delimitadas por muros de contención. Son consideradas como “patrimonio vivo”, puesto que en muchos pueblos aún se organizan para el mantenimiento y uso óptimo del sistema, demostrando la vigencia del trabajo comunitario arraigado en su espacio social. Kendall y Rodríguez (2009) diferencian los andenes de las terrazas, en cuanto al término mismo, dado la ambigüedad del término que también puede hacer referencia a una terraza geológica o de río y demás significados; sin embargo, vale recalcar que aun así es integrado un tipo de terrazas en su uso como espacio de cultivo. Asimismo también se debe diferenciar propiamente lo que es una terraza agrícola de lo que es un andén, una de las principales diferencias es que la terraza agrícola no necesariamente posee irrigación. Un interesante punto que debería tenerse en cuenta es el hecho de estar ubicado en una zona sísmica, dándole el plus a estos tipos de estructuras de ser una solución para disminuir la erosión del suelo en áreas con mucha pendiente (Kendall et al. 2009).


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El inicio de los andenes, es difuso, Mujica y Holle (2002) le adjudican 300 d.C. con los Huarpa, en cambio Kendall y Rodríguez (2009) hace hincapié en que a partir de 600 d.C. se iniciaría la expansión Wari su expansión, cuya colonización y unificación se apoyó en la política agraria y administrativa. Como se recalcó ya desde el Periodo Intermedio Temprano se observa su potencial no solo para construcción de cimientos, sino también como espacios de cultivo junto a su respectivo sistema de riego. A los Huarpa, se les atribuye su intento de desarrollar andenes con y sin obras de irrigación (conocimiento a través de ensayo error), para ello se recurrió al trabajo reciproco y/o comunal, tanto para la agricultura de secano como de riego (Kendall et al 2009), según la misma investigadora se hallan en estas áreas los intentos de canales a distintas profundidades y dispositivos para el control del agua. Moseley (2001) expone la presencia de cisternas y reservorios de agua asociados a los sistemas de andenes. La mayor concentración de andenes se encuentra en la zona Sur del Perú. A diferencia de otras formas de agricultura, está en especial ha devenido en diferentes investigaciones, donde se resalta a Kendall y Rodríguez (2009), en especial la primera, ha investigado en diferentes sitios como Andamarca (Ayacucho) y Cusichaca (Cuzco), entre otros, dado el bagaje su propuesta de tipología posee una interesante amplitud en los casos, la cual se nombrara y caracterizara en términos generales. La tipología consta de tres tipos de andenes y un tipo de terraza, en total cuatro formas; cada una utilizada según las regiones ecológicas:  El Anden “Tipo 1”, posee un perfil de la plataforma horizontal, un muro de contención inclinado y un sistema de riego, se encuentra con relleno estratigráfico de piedras y suelos; se ubican a 2,100 y 3,400m en el piso ecológico quechua y poseen irrigación. En la cabeza del muro posee una piedra labrada, con una caída en la forma de un receso abierto y vertical, para conducir el exceso de agua de riego había abajo. Es Inka o de características cusqueñas.  El Anden “Tipo 2”, posee un perfil de la plataforma horizontal, un muro de contención vertical y puede poseer como no, un sistema de riego, se encuentra relleno con algunas piedras detrás de la cimentación o base, es similar al anterior tipo de Anden descrito. Se encuentra entre 2,400 y 3,600msnm se le asocia generalmente con Wari, además de que los andenes ubicados en Tiahuanaco entre los 3,800 y 4,000msnm en la zona altiplánica son de este tipo, sobre los 4,000 pocos pudieron recibir riego, puede ser su canal de tipo subterráneo. A este tipo corresponde el tan apreciado cultivo del maíz, tan valorado por el Inka.


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Figura 6.

Anden “Tipo 1”, tomado de Ann Kendall y Abelardo Rodríguez, 2009.

Figura 7.

Anden “Tipo 2”. Tomado de Ann Kendall y Abelardo Rodríguez, 2009:91, Figura 3.6.

Figura 8.

Anden “Tipo 3”. Tomado de Ann Kendall y Abelardo Rodríguez, 2009.


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 El Anden “Tipo 3”, posee un perfil de la plataforma inclinada, un muro de contención rústico y generalmente no posee un sistema de riego, se encuentra con relleno con pocas piedras detrás del muro de contención, se ubican generalmente en el piso ecológico Suni (3,500-4,000msnm), son adecuados para el cultivo de tubérculos como la papa, generalmente en secano. Dado su morfología , posee un perfil triangular, con un muro de soporte rústico para contener el amento de espesor de la tierra agrícola, se reduce la pendiente de esta capa y la erosión; no es tan útil como los mencionados anteriormente; 2 para contrarrestar la erosión y contribuir a retener la humedad del suelo por su perfil inclinado. Habría necesitado de un paso intermedio de la terraza de labranza de tierra a la invención del andén de plataforma horizontal, que ofrecía suficiente control sobre la pendiente para asegurar el riego.  Finalmente la Terraza de labranza “Tipo 4”, es un terreno inclinado sin plataforma, sin muro y sin irrigación, son descritos como campos de alto declive. Se utilizan en las pendientes fuertes de la zona Suni y en la zona superior de la puna baja. El talud de suelo natural expuesto en el cual la tora y otros arbustos lo sostienen al suelo, no posee plataforma, ni muro de contención, y solo es de cultivo de ladera.

Figura 9.

Anden “Tipo 4”. Tomado de Ann Kendall y Abelardo Rodríguez, 2009.


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Cabe resaltar que así como el uso de los andenes se vio haciendo más necesario para masificar la producción de bienes de consumo, es directamente proporcional al avance de la tecnología hidráulica que tuvo que perfeccionar, mejorando las sequías, dado que los andenes poseen la capacidad de retener la humedad. Estas acequias se nutrían de bocatomas que se iniciaban en las zonas altas.

Desarrollo del imaginario colectivo del hombre En el mundo andino, el agua era considerada una pacarina. Una pacarina o paqarina, es el término que identifica un lugar de origen y podían ser identificados diferentes elementos naturales o artificiales. Algunos ejemplos refieren las fuentes de agua, piedras, palacios o templos, arboles, caminos, cuevas, quebradas, tumbas, etc. Es así que las creencias según las cuales el género humano ha nacido de las aguas se denominan como hidrogonías (Eliade 1981), lo interesante es que también se relacionan algunos cuerpos de agua (mar y lagunas) con el origen de ciertos animales, de especial connotación, entre ellos tenemos los camélidos. Urcococha, se consideraba la fuente de donde salieron los primeros auquénidos (Albornoz 1967), así tenemos otro como Chinchaycocha o el Lago Junín. Muchos de estos lugares sagrados fueron posteriormente integrados dentro del sistema de ceque (Bauer 1998, Zuidema 1964). Como datan Zuidema (1964), a partir de la información de Bernabé Cobo y Cristóbal de Molina, se reconoció la existencia en el Cuzco de 328 huacas o lugares sagrados, distribuidos a lo largo de 41 líneas imaginarias o ceques que partían aparentemente del Korikancha (Hernández 2012). Bauer agrupa los datos de Cobo, identificando unas 96 corrientes de agua o fuentes. En el desarrollo de las sociedades, el conocer la naturaleza de los elementos resulto muy importante, buscando desde momentos muy tempranos obtener su control. Pareciera que en todos los elementos de la naturaleza se trató de encontrar su relación con el clima futuro (Antúnez de Mayolo 1981). Hay evidencia reportada mediante el uso de espejos de agua donde se podía observar al astro solar, así como pequeños orificios en grandes piedras que al ser llenados con agua se pensaba podía reflejar las estrellas y servían para predicciones. De esta manera, los diferentes grupos a lo largo de su historia, dieron un significado especial al agua, ya fuera obtenida de lluvia, de manantiales, ríos, lagos o del mar, y le atribuyeron un carácter divino pues se le consideró como fuente de fertilidad y, según algunos mitos, su existencia se debió a las deidades (Limón 2006).


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Una de los conocimientos que sin duda sirvió al sistema inka, fue el conocimiento astronómico, pues se llegó a reconocer a las Pléyades (constelación de Taurus) que fueron conocidas en quechua como qollka, para reconocer que el año agrícola (agosto-mayo) sería de lluvias o sequías y si las siembras deberían comenzar o retrasarse. Carrión (1955) estudia el culto al agua, y es así centra su estudio en un instrumento ritual, denominado la paccha. El cuál es un instrumento de distinto soporte, pero principalmente de cerámica o de piedra, en forma de vasija esculpida ornamentada de manera meticulosa, por donde figuran varios canales o conductos, que permitían el discurrir ceremonial del agua, la chicha de maíz o demás líquidos de importancia ceremonial. La representación de las fuentes simbólicas talladas en la roca, han sido reproducidas parcialmente en objetos ceremoniales de cerámica y piedra, que Carrión afirma poseían un valor individual, formando parte importante de un “complejo sagrado”, que en el momento de la ceremonia podían llegar a representar un todo. Generalmente estas representaciones poseían fauna propia de los lugares que eran considerado por los locales como seres protectores del agua o símbolo de la lluvia (peces de agua dulce, ranas, aves lacustres, camarones, gusanitos, monos, etc., ya sean de manera individual o en conjunto. Sherbondy, Gose y Limón, coinciden en que el mar es esencial, puesto que en la cosmovisión andina, es quien rodea el mundo y además yace debajo de él, siendo como consecuencia los lagos de la zona andina derivados del mar; de esta manera se manifiesta la relación directa entre los cuerpos de agua. En la creación de los cuerpos celestes (sol, luna y estrellas) en el lago Titicaca por el dios Ticsi Wiracocha, éste al terminar su trabajo y para descansar se dirige al mar. Todo este discurso mitológico solo resalta la importancia de ambos cuerpos acuáticos en la cosmovisión tanto de la Costa como de los andes, puesto que los expone y los integra. Posiblemente dado los intercambios comerciales existentes entre Tiawanaco y Pachacamac, se halla creado y subsistido la dualidad entre el Titicaca y el Pacífico como las máximas paqarinas acuáticas del universo andino (Gose 1993). [Traducción propia], sobreviviendo hasta momentos tardíos y siendo absorbido en la formación de la cosmovisión Inka. El uso del Spondylus ó mullu como ofrenda sagrada asociada al mar, ya que eran consideradas como “hijas del mar” (Polo de Ondengardo 1916 [1554]), se utilizó en todo el territorio y en diferentes sociedades, según Gorriti (2000) desde el Áspero hacia los 3200 a.C. hasta el Tawantinsuyu, existían redes importantes de comercio para obtener el mullu, conchas del mar, para ofrendas (Marcos y Norton 1984, Murra 1971; Rostworowski 1975 y Sherbondy 1982).


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Conclusiones El estudio del paleo clima, es una necesidad constante para el entendimiento del desarrollo social andino. Los factores identificados como medio geográfico, cambio climático, entre otros, intervienen en la diversidad geográfica. La diversidad geográfica andina propicia a su vez, una diversidad poblacional, multicultural y multitecnológica; que con características propias y desarrollos autónomos complejos, logran relacionarse exitosamente en varios momentos de su prehistoria. El desarrollo tecnológico es consecuencia del hombre que ha encontrado diferentes formas para la satisfacción de las diferentes necesidades, una primordial: su alimentación. Cada periodo ha tenido diferentes estrategias para complementar la dieta y la supervivencia. Se registran poblaciones especializadas en la obtención de alimentos, como el pescado, los mariscos, la caza, en periodos tempranos; técnicas agrarias y ganaderas en periodos tardíos. La religiosidad andina explicó el sentido y la importancia de cada elemento dador de vida como la tierra, el agua, la bóveda celeste, la luna y por supuesto, el sol. Explicó su protagonismo, su proceso y su conducta. Asegurando sus conocimientos tecnológicos, los que perduraron y se mejoraron hasta los periodos tardíos; integrándose al final, al sistema político Inka. El hombre andino ha dejado huellas indelebles en el paisaje, con el desarrollo de la agricultura, tenemos una serie de nuevas incorporaciones para la mejora y producción de especies, desde su domesticación de zonas altas a bajas, dada la variabilidad de temperaturas, suelos, ciclos de crecimiento, creando sistemas que solo funcionaron en una determinada área como los camellones y las qochas (altiplano) estudiados por Flores y Paz (1983) los puquios en zonas con napa freática (costa sur y norte), etc.; muchos de estos sistemas se fueron dando como soluciones a la variabilidad climática generada por los FEN, seguías, falta de espacio para área de cultivo; una importante característica del clima de las zonas altas o serranas es el cambio sustancial de temperaturas de la mañana y la noche, generando pérdida de cultivos de no ser tratados. Asimismo como existen sistemas específicos, tenemos el uso de ciertos sistemas como los canales, que sirven básicamente como llevadores de recursos hídricos a zonas áridas o con poca agua.


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SECCIÓN II

OTRAS CONTRIBUCIONES



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2015:155-177

DETERMINACIÓN DE PISOS ARQUEOLÓGICOS EN UNA VIVIENDA DOMÉSTICA DEL PRIMER MILENIO D. C. (TUCUMÁN, ARGENTINA) Mario A. CARIA* Nurit OLISZEWSKI** Recibido el 8 de junio de 2015; aceptado el 22 de febrero de 2016

Resumen El objetivo del presente trabajo es determinar, a partir de distintas líneas de evidencias, la presencia de pisos arqueológicos en un núcleo habitacional compuesto (NHC1), los cuales permitieron definir la ocupación inicial y final de dicha vivienda. La unidad residencial se encuentra en el sitio arqueológico Puesto Viejo 2 (PV2) ubicado en La Quebrada de Los Corrales, sobre el Abra de El Infiernillo (Tafí del Valle, Tucumán, Argentina). Para cumplir con el objetivo central se realizaron mediciones de Peso Específico Real (PER) y Peso Específico Aparente (PEA), porosidad y los porcentajes diferenciales de Materia Orgánica (MO) correspondientes al recinto central (RC) y un recinto adosado (R4) del NHC1 en PV2. Se correlacionaron dichas mediciones con la distribución de los materiales arqueológicos recuperados en excavación y los fechados radiocarbónicos efectuados sobre algunos de estos últimos. El conjunto de todos estos datos permitió definir dos momentos de ocupación efectiva en el NHC1. Además se propone, a nivel de hipótesis, que el conjunto de recintos adosados que componen la unidad residencial analizada, del tipo “patrón margarita”, fue construido contemporáneamente, es decir todas las estructuras adosadas al recinto central (patio) fueron construidas al mismo tiempo durante el inicio de la ocupación. *

Instituto de Geociencias y Medio Ambiente (INGEMA)-CONICET, Universidad Nacional de Tucumán, Argentina. ** Instituto Superior de Estudios Sociales (ISES)-CONICET, Universidad Nacional de Tucumán, Argentina.


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Determinación de pisos arqueológicos en una vivienda…

Abstract Determination of archaeological floor in a domestic housing 1° millennium B.P. (Tucumán, Argentina) The aim of this study is to determine, from different lines of evidence, the presence of archaeological residential homes in a compound nucleus (NHC1), which allowed defining the start and end occupation of the dwelling. The residential unit is located in the archaeological site Since Viejo 2 (PV2) located in the Quebrada de Los Corrales, on the Abra de El Infiernillo (Tafi del Valle, Tucuman, Argentina). To meet the central objective measurements Density Real (PER) and Apparent Specific Weight (PEA), porosity and differential rates of organic matter (OM) for the central chamber (RC) and an attached enclosure (R4) shall be made NHC1 in PV2. These measurements with the distribution of archaeological materials recovered from excavation and radiocarbon dating carried out on some of the latter were correlated. The set of all these data allowed defining two moments of actual occupation in the NHC1. In addition it is proposed level hypothesis that all houses enclosures that make up the residential unit analyzed, such as “daisy pattern”, was built simultaneously, i.e. all structures attached to the central area were built at the same time during the beginning of the occupation. Résumé Détermination d’étages archéologiques dans un habitat domestique 1er millénaire d.C. (Tucumán, Argentine) Le but de cette étude est de déterminer, à partir de différentes sources de données, la présence de résidences archéologiques dans un noyau composé (NHC1), qui a permis de définir l’occupation de début et de fin de l’habitation. L’unité résidentielle est situé dans le site archéologique Depuis Viejo 2 (PV2) situé dans la Quebrada de Los Corrales, sur le Abra de El Infiernillo (Tafi del Valle, Tucuman, Argentine). Pour répondre à la mesure objective centrale Densité réel (PER) et densité apparente (PEA), porosité et correspondant taux différentiels de matière organique (MO) à la chambre centrale (RC) et une enceinte raccordée (R4) seront effectués NHC1 dans PV2. Ces mesures avec la distribution de matériaux archéologiques provenant d’excavation et la datation au radiocarbone effectuées sur certains de ces derniers ont été corrélés. L’ensemble de toutes ces données a permis de définir deux moments de l’occupation réelle dans le NHC1. En outre, il est proposé hypothèse de niveau que toutes les maisons enceintes qui composent l’unité résidentielle analysé, comme “motif marguerite”, a été construit en même temps, ce est à dire toutes les structures rattachées à la zone centrale (patio) ont été construits en même temps pendant le début de l’occupation.


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Resumo Determinação dos pisos arqueológicos em uma habitação doméstica do primeiro milênio D.C. (Tucumán, Argentina) O objetivo deste estudo é determinar, a partir de diferentes linhas de evidência, a presença de casas residenciais arqueológicas em um núcleo composto (NHC1), o que permitiu definir o início e o fim da ocupação da habitação. A unidade residencial está localizada no sítio arqueológico Puesto Viejo 2 (PV2), localizado na Quebrada de Los Corrales, sobre Abra de El Infiernillo (Tafi del Valle-Tucuman-Argentina). Para atender com o objetivo principal foram realizadas medições de Peso Específico Real (PER) e Peso Especifico Aparente (PEA), porosidade e porcentagens diferenciadas de Matéria Orgânica (MO) correspondente ao recinto central (RC) e um recinto anexo (R4) NHC1 em PV2. Foram correlacionadas estas medidas com a distribuição dos materiais arqueológicos escavados e as datações radio carbônicas obtidas destes vestígios. O conjunto de todos estes dados permitiu definir dois momentos de ocupação efetiva no sítio NHC1. Além disso, se propõe no nível de hipótese, que o conjunto de recintos em anexo que compõe a unidade residencial, do tipo “ padrão margarida “ foi construído simultaneamente , o que quer dizer que todas as estruturas anexadas ao recinto central (pátio) foram construídas ao mesmo tempo desde o inicio da ocupação.


158  Mario A. Caria y Nurit Oliszewski

Determinación de pisos arqueológicos en una vivienda…

Introducción El objetivo del presente trabajo es determinar, a partir de distintas líneas de evidencias, la presencia de pisos arqueológicos en un núcleo habitacional compuesto (NHC1), los cuales permitieron definir la ocupación inicial y final de dicha vivienda. La unidad residencial se encuentra en el sitio arqueológico Puesto Viejo 2 (PV2) ubicado en la Quebrada de Los Corrales, sobre el Abra de El Infiernillo (Tafí del Valle, Tucumán, Argentina). Para cumplir con el objetivo central se realizaron mediciones de Peso Específico Real (PER) y Peso Específico Aparente (PEA), porosidad y los porcentajes diferenciales de Materia Orgánica (MO) correspondientes al recinto central (RC) y un recinto adosado (R4) del NHC1 en PV2. Se correlacionaron dichas mediciones con la distribución de los materiales arqueológicos recuperados en excavación y los fechados radiocarbónicos efectuados sobre algunos de estos últimos. El conjunto de todos estos datos permitió definir dos momentos de ocupación efectiva en el NHC1. Además se propone, a nivel de hipótesis, que el conjunto de recintos adosados que componen la unidad residencial analizada, del tipo “patrón margarita”, fue construido contemporáneamente, es decir todas las estructuras adosadas al recinto central (patio) fueron construidas al mismo tiempo durante el inicio de la ocupación. Este estudio se enmarca en las investigaciones que se vienen realizando sistemáticamente desde el año 2005 a la actualidad y que dan cuenta de la presencia de sociedades humanas desde momentos tempranos (anteriores a ca. 2500 años AP) y hasta momentos tardíos (ca. 600 años AP) para el área de la Quebrada de Los Corrales (El Infiernillo, departamento Tafí). El énfasis de estas ocupaciones habría ocurrido durante el Primer milenio D.C. caracterizado por la asociación de áreas residenciales/domésticas y áreas productivas consistentes en centenares de hectáreas cubiertas por estructuras agrícolas y pastoriles (Caria et al. 2006, 2009, 2010; Oliszewski et al. 2008, 2010, 2011, entre otros). La Quebrada de Los Corrales está situada sobre el abra de El Infiernillo (Tucumán), con una cota altimétrica promedio de 3,000msnm y un área total aproximada de 28km2. Esta quebrada es una zona de hundimiento dentro del sector norte del sistema del Aconquija. Morfológicamente conforma el límite norte del valle de Tafí (Figura 1). Hasta el momento se han identificado y analizado dos cuevas con ocupaciones prehispánicas (CC1 y CC2) y numerosas estructuras agrícolas, pastoriles y residenciales (Oliszewski et al. 2008). En este trabajo nos interesa analizar uno de los núcleos habitacionales compuestos (NHC1) el que se encuentra junto a otros concentrados en el área meridional de la Quebrada, en ambas márgenes del curso superior del río de Los Corrales. Los núcleos habitacionales (N= 84) se presentan como estructuras de piedra circulares y subcirculares compuestas —Patrón Tafí sensu Berberián y Nielsen (1988)— ubicadas a 3,100 msnm (Di Lullo 2009, 2010). Para su estudio esta área ha sido divida en dos sectores: Puesto Viejo 1 (PV1) al este y Puesto Viejo 2 (PV2) al oeste del río homónimo.


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Figura 1.

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Área de ubicación del sitio PV1.

Metodología Los criterios de delimitación de las áreas de excavación del NHC1 se basaron en un cuadriculado alfanumérico de la totalidad del espacio del recinto central (RC) debido a sus grandes dimensiones (15m de diámetro). La unidad de excavación es la cuadrícula (1m x 1m), adjudicándose a cada una de ellas una letra y un número. El control de los niveles de excavación de cada cuadrícula se realizó mediante nivel óptico y mira. Se establecieron niveles artificiales de 10 cm de profundidad, a excepción del nivel 0 cuya extensión es variable y el nivel 1 que es de 20cm. Las evidencias recuperadas fueron registradas en gráficos de planta por cada nivel. Se describieron los sedimentos de todos los niveles excavados a partir de observaciones en campo teniendo en cuenta: características texturales, color, presencia de compactaciones de posible origen antrópico, concentraciones de carbón/ceniza y otros ítems destacables. Además se describieron dos perfiles sedimentológicos: un perfil tipo, fuera


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Determinación de pisos arqueológicos en una vivienda…

del ámbito de las unidades domésticas y otro correspondiente al interior del recinto central del NHC1. La descripción en campo consistió en la determinación de límites, textura, estructura y color. En laboratorio las determinaciones físicas consistieron en: peso específico real (PER) (método volumétrico) y peso específico aparente (PEA) (método del terrón parafinado) y materia orgánica (MO) mediante el método de Walkley–Black (1934). Estas determinaciones se efectuaron para establecer el grado de compactación de los sedimentos que se suponían a priori podían ser pisos antrópicos. En este sentido es importante destacar que el suelo, como todo cuerpo poroso, tiene dos densidades. La densidad real (PER) (densidad media de sus partículas sólidas) y la densidad aparente (PEA) (teniendo en cuenta el volumen de poros). El peso específico o densidad real del suelo es la relación entre la unidad de peso y la unidad de volumen de la fase sólida del suelo, siendo más o menos constante, ya que está determinado por la composición química y mineralógica de la fase sólida. La densidad aparente se define como el peso de una unidad de volumen de suelo que incluye su espacio poroso. La densidad aparente refleja el contenido total de porosidad en un suelo y es importante para el manejo de los suelos (refleja la compactación y facilidad de circulación de agua y aire). Los valores de porosidad fueron volcados en un diagrama de distribución de porosidad para cada una de las muestras analizadas. Este tipo de indicador es utilizado frecuentemente en aquellos sitios donde la visualización de pisos es difícil de establecer mediante los métodos de excavación tradicionales y observación directa. La clasificación de porosidad se define entre muy escasa, escasa, regular, alta y muy alta, siendo la primera de éstas la indicadora de mayor compactación. Estos se utilizaron para determinar la porosidad de los sedimentos de los diferentes niveles escavados de los RC y R4 para determinar los pisos de ocupación arqueológicos. También se realizaron diagramas de distribución de materiales arqueológicos según la estratigrafía y se correlacionó con los resultados de PER, PEA y porosidad junto con las dataciones radiocarbónicos. Escala temporal Las investigaciones realizadas hasta el momento para el área de estudio permitieron establecer tres bloques temporales cuyos límites han sido arbitrariamente establecidos (Olizsewski 2011): 1) bloque temporal temprano: anterior al Primer milenio D.C.; 2) bloque temporal intermedio: Primer milenio D.C. y 3) bloque temporal tardío: Segundo milenio D.C. Para este trabajo tendremos en cuenta el bloque 2 ya que es el que encaja dentro de nuestro análisis del NHC1. En este sentido la datación más temprana para este bloque temporal en la Quebrada de Los Corrales se encuentra en el límite del 1º milenio D.C.: 2100 ± 200 años AP (UGA 01616) y corresponde a la ocu-


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2015  161

pación más antigua de una cueva (CC1). Esta datación está asociada a actividades de consumo y descarte de recursos alimenticios animales como ungulados grandes (probablemente camélidos) (Srur 2009) y vegetales silvestres como algarrobo o chañar y domésticos como maíz (Arreguez et al. 2010; Oliszewski 2009). Luego se produce un hiato de aproximadamente 400 años ya que, los fechados siguientes corresponden a cuatro dataciones procedentes de las capas estratigráficas del NHC1 que se analiza en este trabajo y que se encuentra acotada al intervalo ca. 1700-1550 años AP. Cuatro dataciones han sido realizadas en el NHC1: tres en el RC y una en el R4 (Tabla 1). La ocupación inicial habría ocurrido hacia 1700 años AP: 1767 ± 35 (AA 94581), 1710 ± 30 (UGA 05795) y 1690 ± 30 (UGA 06598) y la ocupación final se habría dado hacia 1600 años AP: 1600 ± 25 (UGA 06597). Las evidencias indican que la vivienda habría estado habitada de forma continua a lo largo de un siglo ya que no se registra ningún tipo de diferencias que permitan pensar en dos eventos temporales aislados. Para Puesto Viejo 1 se cuenta con una única datación realizada sobre material óseo humano procedente de un entierro directo de un individuo masculino adulto (Muntaner 2009; Oliszewski et al. 2010b) la cual arrojó un fechado de 1560 ± 25 años AP (UGA 04251). Por el momento podemos afirmar que la ocupación más intensa en la Quebrada de Los Corrales tuvo lugar a mediados del Primer milenio D.C. en Puesto Viejo y se dio a lo largo de aproximadamente 150 años entre ca. 1700 y 1550 años AP con probabilidades de haber continuado hasta ca. 1400 años AP. Tabla 1 Dataciones radiocarbónicas del NHC1 de PV2 (modificado de Oliszewski 2011) Años calibrados 1 sigma 68,3 %

Años calibrados 2 sigmas 95,4 %

1600 ± 25

484- 532

412- 537

Carbón vegetal

1690 ± 30

334- 403

316- 419

Carbón vegetal

1710 ± 30

323- 386

253- 404

Endocarpo chañar

1767 ± 35

273-334

205-353

Lab. / Código

Identificación de la muestra

Descripción de la muestra

UGA 06597

QdLC / Puesto Viejo 2, NHC1, cuadrícula I7, nivel 8 QdLC / Puesto Viejo 2, NHC1, cuadrícula H8, nivel 13 QdLC / Puesto Viejo 2, NHC1, cuadrícula H8, nivel 18 QdLC / Puesto Viejo 2, NHC1, recinto 4, nivel 5, micro-sector SO

Endocarpo chañar

Años AP

(D.C.)

UGA 06598 UGA 05795 AA 94581

(D.C.)


162  Mario A. Caria y Nurit Oliszewski

Determinación de pisos arqueológicos en una vivienda…

Puesto Viejo 1 y 2 La mayoría de los núcleos habitacionales tanto en PV1 como en PV2 (Figura 2), tienen la particularidad de encontrarse ubicados sobre niveles aterrazados. Estos niveles aumentan de altura en sentido Norte-Sur. Aunque en la mayoría de los casos la elevación entre un “escalón” y otro supera los 2m, el paso de uno a otro no es abrupto pues cada terraza está inclinada y aumenta paulatinamente de altura. Sin embargo, la diferencia de altitudes hace que estando en un núcleo bajo, actualmente cueste visualizar las estructuras que se encuentran más arriba. Por el contrario, la visualización de estructuras bajas es muy buena estando en los lugares más altos, sobre todo en PV1. Por otro lado, la distancia que separa un núcleo de otro varía entre 5 y 20m, por lo que en conjunto, los núcleos tienen el aspecto de una aldea. Muy probablemente, esta cercanía entre un núcleo y otro, haya generado una vinculación (corporal, visual, olfativa y auditiva) entre vecinos mayor a la que se esperaría en sitios con un patrón de núcleos habitacionales dispersos entre campos de cultivos. De acuerdo al número de habitaciones adosadas Di Lullo (2010) clasificó los núcleos habitacionales en 1) Simples: un solo recinto; 2) Compuestos: recinto central con uno o más recintos menores adosados a su alrededor; 3) Compuestos múltiples: un recinto central con más de un recinto menor adosado a él, uno de las cuales es en forma de 8; 4) Complejo: estructuras compuestas que presentan más de un recinto central; 5) Complejo Múltiple: estructuras compuestas que presentan más de un recinto central y uno de cuyos recintos laterales es en forma de 8 y 6) Indefinido: tipo de recinto que no puede ser distinguido ni como central ni como adosado, por la erosión sufrida.

Descripción del Núcleo Habitacional Compuesto (NHC1) El NHC1 se encuentra ubicado en Puesto Viejo 2 (PV2) y está conformado por un recinto central (RC) de 15m de diámetro y cuatro recintos laterales adosados de menor tamaño (3 a 5m de diámetro) (Figura 3). En el año 2008 se realizaron excavaciones estratigráficas: una en el RC y otra en uno de los recintos laterales (R4). En base al análisis de los materiales recuperados en el RC apoyan su función doméstica.


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Figura 2.

Mapeo de PV1 y PV2 (tomado de Di Lullo 2010).

2015  163


164  Mario A. Caria y Nurit Oliszewski

Determinación de pisos arqueológicos en una vivienda…

R4

Figura 3.

Núcleo habitacional compuesto 1-RC y R4 de PV2.

El recinto central (RC) Respecto a este recinto la estratigrafía se presenta compleja denotando: 1) entre 200 y 90cm de profundidad (cuadrícula H8) una estructura monticular conformada por rocas de variados tamaños cuya función no se ha podido definir hasta el momento (se ha descartado que se trate de una estructura funeraria). Dentro de esta estructura, a 180-190cm de profundidad, se registra un probable piso asociado en el cual se hallaron concentraciones de carbones, fragmentos de marlo de maíz y restos óseos de camélido. Por debajo de 200cm de profundidad el sedimento se presenta estéril. Una datación radiocarbónica realizada sobre carbón vegetal sitúa la ocupación inicial de esta unidad en 1710 + 30 años AP (Oliszewski et al. 2010). 2) Entre 170 y 130cm de profundidad (perfil oeste de la cuadrícula H8) se registra una estructura de combustión cerrada, conformada por un sedimento arcilloso, que podría haber funcionado como horno de cocción. Asociadas a esta estructura se registraron distintas evidencias que se interpretan como producto de la limpieza de un fogón: restos óseos de camélido y cérvido, lascas y artefactos en cuarzo y andesita, fragmentos cerámicos y semillas de algarrobo y chañar


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2015  165

termo-alterados y carbones. Además se registran terrones de arcilla de color anaranjado, que apoyarían la hipótesis de un área de actividad destinada a la cocción de artefactos cerámicos probablemente. 3) Entre 100 y 80cm de profundidad (cuadrículas I6, I7 e I8) un probable piso consolidado en el cual se registraron en posición horizontal fragmentos cerámicos, material lítico, restos óseos de camélido y concentraciones de ceniza y espículas de carbón con semillas carbonizadas (granos de maíz, endocarpos de chañar y semillas de algarrobo). Por debajo de 130cm de profundidad el sedimento es estéril. El recinto 4 (R4) En el recinto 4 se registró entre 80 y 60 cm de profundidad un posible piso de ocupación evidenciado por la presencia de sedimento consolidado en asociación con una lente de ceniza, cuentas, fragmentos cerámicos, lascas de cuarzo y restos orgánicos alimenticios termo-alterados (fragmentos óseos de camélido, chañar, algarrobo y maíz). A modo de hipótesis se propone que podría tratarse del área periférica de un fogón destinado a tareas de cocina. Una datación realizada sobre una semilla recuperada del nivel 5 dio como resultado una fecha de 1767 ± 35 años AP. Esto estaría indicando que este evento ocupacional ocurrió al mismo tiempo que el primero de los eventos de ocupación propuestos para el recinto central, siendo así contemporáneo, seguramente, con el piso que se interpreta como ocupación inicial. Resultados Determinaciones de PEA, PER, CO y MO y sedimentológicas del NHC1-RC y R4 Las características texturales de los sedimentos a lo largo de los perfiles pueden ser definidas dentro del rango de Franco Arcillo Arenoso, mientras que en los sectores donde la compactación de los sedimentos se hace más visible éstos tienden a ser más arcillosos (su presencia puede estar dada por un incremento de las fracciones más finas por acción intencional o bien por los procesos lógicos de compactación debido al pisoteo prolongado que provoca un reordenamiento de los granos finos). Estas variaciones texturales son visibles en campo y permiten delimitar micro-sectores que alternan con el resto de los sedimentos menos compactados. Esta variación en la distribución espacial de estos atributos puede deberse a procesos diferenciales en la conservación de los sedimentos compactados, quedando por definir a futuro los procesos actuantes que permitieron la conservación o no de los mismo a lo largo del tiempo.


166  Mario A. Caria y Nurit Oliszewski

Determinación de pisos arqueológicos en una vivienda…

Respecto a la descripción de los perfiles sedimentológicos, la textura sedimentaria del perfil tipo (95cm) no presenta variaciones significativas, así mismo, los límites entre las capas estratigráficas son claros y suaves, indicando que los procesos de formación actuaron de manera continua y natural. Se determinaron cuatro capas naturales con variaciones en su espesor. Sin embargo no se observan grandes discrepancias a lo largo del mismo: Capa I: 0-10cm (10cm). Textura: franco arcillo-arenoso. Estructura: bloques redondeados, débiles. Raíces xx. Color: 10YR 5/3. Capa II: 10-55cm (45cm). Textura: franco arcillo-arenoso. Estructura: bloques sueltos, migajosa, débiles. Raíces xx. Color: 10YR 5/4. Capa III: 55-65cm (10cm). Textura: franco arenoso. Estructura: bloques sueltos, débiles. Raíces xx. Color: 10YR 5/4. Capa IV: 65-95cm (30cm). Textura: franco arenoso. Estructura: bloques sueltos, débiles. Sin raicillas. Color: 10YR 5/4. En cuanto al perfil del NHC1 (RC) tiene una potencia de +2m. Se determinaron cinco capas cuyos límites son claros: Capa I: 0-60cm (60cm). Textura: franco arcillo-arenoso. Estructura: bloques redondeados, débiles. Raíces xx. Color: 10YR 5/3. Capa II (correspondencia con el nivel ocupacional 3): 60-95cm (35cm). Textura: franco arcilloso. Estructura: bloques sueltos, migajosa, débiles. Raíces xx. Color: 10YR 5/4. Capa III: 95-105cm (25cm). Textura: franco arcilloso. Estructura: bloques redondeados, débiles. Sin raicillas. Color: 10YR 6/4. Capa IV: 105-115cm (10cm). Textura: franco arcilloso. Estructura: bloques redondeados, débiles. Sin raicillas. Color: 10YR 5/3. Capa V (correspondencia con los niveles ocupacionales 1 y 2): 115-+200cm (+85cm). Textura: franco arcillo-arenoso. Estructura: bloques sueltos, migajosa, débiles. Sin raicillas. Color: 10YR 5/4. La descripción de campo del perfil tipo y el del NHC1 (RC) permitió establecer diferencias en cuanto a textura y color. Los resultados de dicha descripción son congruentes con los datos contextuales de la excavación del NHC1. Principalmente se observó que la textura correspondiente a los niveles ocupacionales y la caracterización mediante porosidad, se relaciona con sedimentos cuyos componentes granulométricos son más finos (capas II, III y IV) afines a probables procesos antropogénicos, es decir, a una selección de sedimentos más arcillosos los cuales son más propicios para generar una compactación y su posible preparado para “piso”. Esto se evidencia aún más si comparamos el perfil tipo, cuyos sedimentos tienden a granos más gruesos, dentro de la fracción arena en casi toda su secuencia. En cuanto al color el perfil tipo guarda mayor coherencia a lo largo del perfil mientras que en el del NHC1 se presenta una mayor alternancia variando entre capa y capa. En síntesis, el perfil estratigráfico del NHC1 (RC) presenta una coherencia contextual con los datos asociados a la presencia de eventos antropogénicos, los cuales sumados a los análisis de porosidad nos permiten inferir un grado de selectividad en los sedimentos analizados. Resulta importante resaltar un nivel de cenizas (en proceso de análisis) que abarca areal-


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2015  167

mente todo el contexto de la excavación en la capa III (correspondiente a los niveles estratigráficos 10 a 12). Los contenidos en carbono y materia orgánica a lo largo del perfil del RC son valores muy bajos (contenido de MO y C pobre) (Tabla 2), aunque los valores más altos dentro de este rango se corresponden con los niveles asociados con los de porosidad muy escasa. En cuanto al peso específico real (PER), en el RC sus valores son bastante parejos, aunque se destaca el nivel 14 por poseer el menor valor, si es de destacar el comportamiento del peso específico aparente (PEA), que es variable en los niveles analizados, destacando su mayor valor también en el nivel 14 y 18, siendo el más bajo en el nivel 8 (Tabla 3). A consecuencia de las características del PER y PEA, la porosidad del suelo es variable a lo largo del perfil del RC, en el nivel 14 la porosidad es muy escasa lo que denota la presencia de un piso, coincidente a su vez con una de las mayores concentraciones de materiales arqueológicos y con la presencia de concreciones y cenizas distribuidas regularmente, por lo menos para la cuadrícula H8. Estas características están acentuadas en lo que sería la primera ocupación de la estructura analizada. Los resultados permiten visualizar que en lo que sería la segunda ocupación (nivel 8) el sedimento presenta una porosidad mayor (regular) en concordancia con una menor presencia de concreciones y cenizas, aunque con un número de materiales arqueológicos mayores que en los niveles 9 a 12. Esto puede ser interpretado como que la última ocupación fue menos intensa que la primera o bien que el sector del recinto analizado tuvo una menor actividad antrópica (Figura 4). Tabla 2 Concentración de CO y MO del NHC1-RC y R4

Niveles

Carbono Orgánico (%)

Materia Orgánica (%)

Calificación (Método de Walkley-Black)

I8 Nivel 8

0,68

1,17

Pobre

I7 Nivel 10

0,40

0,68

Pobre

H8 Nivel 14

0,45

0,80

Pobre

H8 Nivel 18

0,50

0,86

Pobre

H8 Nivel 20

0,48

0,82

Pobre

R4 Nivel 5

0,50

0,86

Pobre


168  Mario A. Caria y Nurit Oliszewski

Determinación de pisos arqueológicos en una vivienda…

Tabla 3 Determinación de porosidad a partir de los valores de PER (Peso Específico Real) y PEA (Peso Específico Aparente) del NHC1-RC y R4 Nivel

Per

Pea

(%)

Porosidad Calificación

I8 Nivel 8

2,60

1,51

41,9

Regular

I7 Nivel 10

2,52

1,59

36,9

Escasa

H8 Nivel 14

2,45

1,81

26,1

Muy Escasa

H8 Nivel 18

2,50

1,62

35,2

Escasa

H8 Nivel 20

2,51

1,60

36,2

Escasa

R4 Nivel 5

2,43

1,80

25,9

Muy Escasa

Figura 4.

Diagrama de distribución de porosidad para la determinación de pisos arqueológicos del NHC1-RC.

En cuanto a los porcentajes de C y MO el nivel 5 del R4 tiene iguales valores que el nivel 18 del RC —que corresponde con el inicio de la ocupación del RC—. La porosidad es muy escasa en el nivel 5 de R4, lo que indica una mayor compactación del sedimento y que puede ser interpretado como piso. El R4 cuyo piso se encuentra entre los 60-80cm de profundidad es coincidente con el nivel 8 de la segunda ocupación del RC. Esto puede interpretarse como que el R4 se dejó de usar (los derrumbes y disposición de las rocas como sellando la ocupación) hacia fines de la primera ocupación (coincidente con la primera ocupación del RC y los fechados de ambos) quedando así el R4 inutilizado.


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Caracterización de los pisos arqueológicos de los RC y R4 del NHC1 Los datos obtenidos en excavación junto con los croquis de planta de los niveles considerados para este análisis permiten observar la distribución de las concreciones (restos de pisos) y cenizas, datos que ayudan a visualizar la conformación de los micro-espacios de uso doméstico, tanto en el RC como en el R4 (Figuras 5, 6, 7, 8 y 9). Además los resultados de porosidad permitieron determinar que las concreciones corresponden a sedimentos compactados por acción antrópica, lo que permite identificarlos como pisos arqueológicos.

Figura 5.

Nivel 8/9 Sector I. 2° ocupación.

Figura 6.

Nivel 13/14 Sector H8. 1° ocupación.


170  Mario A. Caria y Nurit Oliszewski

Determinación de pisos arqueológicos en una vivienda…

Figura 7.

Nivel 9/10 Sector H8. Estructura de piedras por debajo de la 2° ocupación.

Figura 8.

Nivel 5 del recinto 4 (R4) del NHC1.


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Figura 9.

2015  171

Nivel 6 del recinto 4 (R4) del NHC1.

Distribución y variabilidad de los materiales arqueológicos de los RC y R4 del NHC1 En cuanto a la distribución de los materiales arqueológicos en el RC (Tabla 4 13) podemos mencionar que el registro arqueobotánico pone de manifiesto la presencia de espículas y fragmentos de carbón a lo largo de toda la secuencia estratigráfica, los mismos corresponden a arbustos leñosos silvestres. Con respecto a los macrorestos vegetales, todos los especímenes identificados (n= 11) corresponden a plantas alimenticias tanto silvestres (algarrobo y chañar) como domésticas (maíz). En todos los casos la presencia de restos termoalterados de maíz, algarrobo y chañar, que además se hallan asociados a fragmentos óseos de camélido, se interpreta como desechos de consumo. No es posible hasta el momento determinar actividades de procesamiento de alimentos vegetales como molienda o preparación de comidas. Respecto a las plantas de recolección —algarrobo y chañar— han sido también registradas en CC1 desde ca. 2100 años AP, evidenciando traslados hacia o desde el norte para su obtención ya que los mismos se encuentran a ca. 30km de distancia en el valle de Amaicha. En cuanto al maíz, cabe destacar que además de estar asociado al fechado de ca. 1700 años AP en el NHC1, también ha sido registrado en CC1 desde ca. 2100 años AP. Asimismo se han identificado fitolitos afines a Zea mays en varias estructuras agrícolas a 30cm de profundidad (Gómez Augier et al. 2008) lo cual no es determinante de su cultivo in situ pero sí abre la posibilidad a que el maíz haya sido sembrado en el área, por encima de los 3,100msnm, en los primeros siglos del Primer milenio d. C. Cabe destacar que los vegetales alimenticios han sido registrados únicamente en las capas asociadas a “pisos” y no en


172  Mario A. Caria y Nurit Oliszewski

Determinación de pisos arqueológicos en una vivienda…

las capas intermedias, constituyéndose en buenos indicadores de eventos ocupacionales (Figura 10). Tabla 4 Número de materiales arqueológicos recuperados del NHC1-RC Niveles

Cerámica

Lítico

Hueso

Vegetales (semillas/frutos/otros)

Total

1

57

92

-

-

149

2

34

58

-

-

92

3

16

33

-

-

49

4

12

20

-

-

32

5

5

26

-

-

31

6

21

39

2

-

62

7

11

25

2

-

38

8

17

28

6

2

53

9

8

42

4

3

57

10

4

20

1

-

25

11

15

15

2

-

32

12

6

39

7

1

53

13

24

59

14

1

98

14

12

29

25

3

69

15

8

13

1

-

22

16

7

18

4

-

29

17

1

7

7

-

15

18

-

5

9

1

15

19

-

3

-

-

3

20

-

-

-

-

20

En lo que respecta al material lítico se manifiesta una alta predominancia en la utilización de materias primas de origen local: cuarzos (62.5%) y andesitas (37%) sobre aquellas foráneas: cuarcita y obsidiana (0.5%). La muestra consta de un total de 571 piezas: desechos de talla (n= 542), núcleos (n= 3) y artefactos formalizados (n= 26). Según se desprende de los desechos, parecen haberse realizado tareas de manufactura final y mantenimiento de instrumentos, siendo escasas las evidencias de reducción primaria y extracción de posibles formas bases. Los diferentes artefactos hallados —puntas burilantes, cortantes denticulados, denticulados de bisel abrupto y cuchillos de filo natural con dorso formatizado— habrían estado relacionados a actividades domésticas y cotidianas como procesa-


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2015  173

miento de alimentos y/o madera desarrolladas en el interior de la vivienda. No evidencian alguna especialización particular como producción de puntas de proyectil u otros artefactos formatizados. No se registraron evidencias de reciclaje de artefactos y su descarte se produciría in situ por fractura o embotamiento de filos. La mayor cantidad de piezas líticas (54%) fueron registradas entre 150 y 130cm de profundidad asociadas a la estructura de combustión (ocupación intermedia). Sin embargo y, a diferencia de lo que ocurre con los especímenes arqueobotánicos, no se registra ningún tipo de particularidad, sea en cuanto a cantidad o a tipo de piezas, que apoyen las ocupaciones inicial y final.

Figura 10.

Diagrama de distribución de materiales arqueológicos registrados en planta del NHC1-RC.

En cuanto al material cerámico se recuperaron un total de 258 fragmentos entre los cuales pueden distinguirse tipos alisados, pulidos, grabados y engobados asignables todos al Primer milenio d.C. Se destacan dos fragmentos de forma circular/subcircular (posiblemente preformas de torteros) y dos fragmentos de asas con representaciones ornitomorfas. Del total de la muestra cerámica, el 46.12% (n= 119) se encuentra en los primeros 4 niveles excavados (material de relleno). El resto de los fragmentos recuperados (n= 139) se distribuye casi uniformemente variando entre 0 a 5 fragmentos por nivel, a excepción de la capa asociada a la estructura de combustión (ocupación intermedia) con 16 fragmentos. Es decir que, al igual que el material lítico y a diferencia del material vegetal, el material cerámico se encuentra en consonancia con la hipótesis de un evento ocupacional intermedio pero, no sirve de apoyo a las ocupaciones inicial y final. Respecto al R4 la distribución de los materiales (Tabla 5) evidencia una concentración mayor (33%) en el nivel 5 el cual es coincidente con lo que se


174  Mario A. Caria y Nurit Oliszewski

Determinación de pisos arqueológicos en una vivienda…

ha definido previamente, según la porosidad, como un piso antrópico. Los restos identificados se corresponden con la presencia de un grano de maíz, un fragmento de chañar y espículas de carbón. Tabla 5 Número de materiales arqueológicos recuperados del NHC1-R4. Niveles

Cerámica

Lítico

Óseo

1 2 3 4 5 6 7 8

17 60 32 35 53 59 12 4

22 93 46 89 196 65 8 1

4 162 84 133 315 211 4 1

Vegetales (semillas/frutos/otros) — — — 2 — — — —

Total 43 315 162 259 564 335 24 6

Discusión El abordaje de múltiples análisis permitió la posibilidad de establecer concretamente aquellos rasgos esenciales en la definición de pisos arqueológicos. El uso de la porosidad junto con los otros indicadores utilizados demostraron ser eficientes al momento de aplicarlos en sitios con núcleos habitacionales como la estudiada por nosotros (sedimentos franco arcillo arenosos que dificultan la visualización en campo de los rasgos propios de un piso). Por ello, los indicadores utilizados y el conjunto de restos arqueológicos recuperados de excavación, permitieron generar un contexto en el cual poder definir las diferentes ocupaciones en algunos de los sectores de la vivienda analizada. En base al contexto referido pudimos establecer que hacia ca. 1750 años AP se habrían construido el RC y el R4 en simultáneo lo cual permite pensar que los otros recintos laterales (R1, R2 y R3) también hayan sido edificados desde el inicio de las ocupaciones del NHC1. Esta inferencia se apoya también, en las observaciones realizadas al excavar ambos lados del muro que conecta el RC con el R4. Se pudo constatar que la base del muro en ambos sectores se encuentra al mismo nivel —1m de profundidad— y que la construcción del mismo se habría efectuado en un solo momento, según la disposición regular de las piedras que lo componen, las cuales conforman un paño plano en ambas caras sin que se observe el agregado o salientes asociadas a otras piedras de manera posterior a su construcción. Por otra parte, a lo


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largo del muro en su posición vertical se observa una articulación entre las piedras que lo conforman, presentando en algunos sectores un único bloque cuyas caras contrapuestas miran hacia uno y otro lado de ambos recintos, sugiriendo un solo momento constructivo. Si bien ambos recintos fueron ocupados en simultáneo, existieron diferencias en cuanto a diseños constructivos ya que el RC presentaba desniveles a distintas profundidades, es decir que tuvo un diseño semisubterráneo, mientras que el R4 tuvo un diseño de un sólo nivel de piso superficial. El bajo grado de porosidad apoya la hipótesis de una ocupación inicial intensa donde se habrían llevado a cabo actividades diferenciales en los recintos. Aún cuando los materiales registrados (lítico, cerámico, óseo y vegetal) presentan una alta homogeneidad a lo largo de la secuencia, lo cual obstaculiza la discriminación entre actividades diversas, los rasgos asociados a estos pisos (limpieza de fogón, estructura monticular, posible horno de cocción) indican la realización de tareas diferentes. En el recinto central se habrían llevado a cabo, por una parte, actividades de consumo y descarte de alimentos y, por otra parte, tareas específicas de cocción de artefactos cerámicos. En el R4 habría funcionado posiblemente un área de cocina, quedando por establecer los factores post-depositacionales que influyeron en la baja concentración de MO, lo cual resulta en parte incoherente con el contexto encontrado en excavación. Respecto a la ocupación final (ca. 1600 años AP) habría sido mucho menos intensa reduciéndose las actividades definidas para este momento al consumo y descarte de alimentos de origen animal y vegetal. La aplicación de múltiples líneas de evidencia —descripción de sedimentos, análisis físico-químicos, hallazgos y estructuras asociadas y dataciones— permitió interpretar dos niveles de ocupación en directa asociación con pisos antrópicos, determinando una ocupación inicial intensa, mientras que el último nivel se correspondería con la ocupación final de la estructura ya de menor importancia. Toda la evidencia sugiere una ocupación continua a lo largo de aproximadamente 200 años.

Agradecimientos Deseamos reconocer a todos los que trabajaron tanto en las excavaciones en campo como en el análisis de materiales en laboratorio: G. Arreguez, E. Di Lullo, J. Gómez Augier, N. Gónzález Díaz, M. Gramajo Bühler, E. Mauri, C. Mecuri, A. Muntaner, M. Pantorrilla Rivas y G. Srur gratitud especial a Jorge G. Martínez, quien leyó una versión preliminar del trabajo. Todo lo expresado en el mismo es de nuestra entera responsabilidad. Esta investigación se financió con subsidios del CIUNT y CONICET.


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Determinación de pisos arqueológicos en una vivienda…

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DATACIÓN DE CERÁMICA DE EL TIGRE, CAMPECHE, POR EL MÉTODO DE TERMOLUMINISCENCIA

Pedro R. GONZÁLEZ MARTÍNEZ* Ernesto VARGAS PACHECO** M. Rigel DE LA PORTILLA QUIROGA*** Demetrio MENDOZA ANAYA* Ángel RAMÍREZ LUNA**** Peter SCHAAF**** Recibido el 9 de junio de 2015; aceptado el 22 de febrero de 2016

Resumen En este trabajo se presentan los resultados de la datación por termoluminiscencia (TL) de muestras de cerámica, halladas en el Proyecto TigreCampeche, en el Estado de Campeche. Se estudiaron ocho muestras del sitio El Tigre y doce muestras del sitio Santa Clara. Sin embargo, solamente la muestra del Tigre clasificada como TA2, fue apropiada para su fechamiento, en el caso de las muestras de Santa Clara solamente las muestras clasificadas como SC6, SC31 y SC36, fueron buenas candidatas a fechar. El intervalo de dosis artificial de radiación *

Instituto Nacional de Investigaciones Nucleares (ININ), 52750 La Marquesa, Ocoyoacac, México. ** Instituto de Investigaciones Antropológicas, UNAM, Circuito Interior, C.U., 04510 Ciudad de México. *** Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), Periférico Sur y Zapote s/n, 14030 Ciudad de México. **** Instituto de Geofísica, UNAM, Circuito Interior, C.U., 04510 Ciudad de México.


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beta de 90Sr fue entre 2.5 y 12 Gy. La señal TL se obtuvo calentando las muestras a 20 °C/s en el equipo lector de TL Daybreak. Para conocer la tasa de dosis anual, se determinó la concentración de potasio (K) mediante la técnica de espectroscopia de dispersión de energía de rayos X (EDS) en el microscopio electrónico de barrido, mientras que el contenido de uranio (U) y torio (Th) se determinó mediante la técnica de Análisis por Activación Neutrónica, usando el reactor TRIGA MARK III. La contribución de la radiación gamma del suelo donde quedaron sepultadas las muestras, así como la contribución de la radiación cósmica, se midió con dosímetros TL de LiF:Mg,Cu,P+PTFE desarrollados en el Instituto Nacional de Investigaciones Nucleares (ININ). Una vez conocida la paleodosis, así como la tasa de dosis anual de cada muestra, se estimó su edad. La edad obtenida para las muestras estudiadas fue: TA2, 2645 ± 106 años; SC6, 1962 ± 76 años; SC31, 1327 ± 62 años y SC36, 1899 ± 47 años. Edades que concuerdan con la tipología de las muestras, así como con la estratigrafía del sitio arqueológico, que muestra una ocupación desde el Preclásico medio, pasando por dos momentos importantes, uno en el Preclásico tardío y otro en el Clásico terminal, que es cuando tiene la mayor ocupación. Abstract Thermoluminescence Dating of Ceramic from El Tigre-Campeche This article presents the results of the thermoluminescence (TL) dating of ceramic samples recovered during the El Tigre-Campeche Project in the State of Campeche. It involved eight samples from the El Tigre site and 12 from the Santa Clara site. However, only the El Tigre sample classified as TA2 was appropriate for dating. From Santa Clara, only those samples classified as SC6, SC31 and SC36 were good candidates to date. Strontium-90 radiation levels of between 2.5 and 12 Gy were used. The TL signals were obtained by warming the samples to 20 C/s using a Daybreak TL reader. In order to determine the annual dose rate, the potassium (K) concentration was determined by means of energy-dispersive X ray spectroscopy (EDS) in a scanning electron microscope, whereas the thorium (Th) and uranium (U) content was determined by means of neutron activation analysis (NAA), using a TRIGA MARK III reactor. The contribution of the gamma radiation from the soil in which the samples were buried, as well as the contribution of cosmic radiation, was measured with TL dosimeters of LiF:Mg, Cu, P+PTFE developed by the Instituto Nacional de Investigaciones Nucleares (ININ). Once the paleodose is known, as well as the annual dose rate of each sample, its age is estimated. The ages obtained for the studied samples were: TA2, 2645 ± 106 years; SC6, 1962 ± 76 years; SC31, 1327 ± 62 years and SC36, 1899 ± 47 years. These ages agree with the typology of the samples,


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as well as with the archaeological stratigraphy, and attest to an occupation from Middle Preclassic times, through two important moments, one in Late Preclassic times and another in Terminal Classic times, which is when the greatest occupation took place. Résumé Datation par thermoluminescence de céramiques provenant d’El TigreCampeche Cet article présente les résultats de datation par thermoluminescence (TL) d’échantillons de céramique recueillis lors du Projet El Tigre-Campeche dans l’état de Campeche. L’étude est basée sur huit échantillons du site El Tigre et douze du site Santa Clara. Cependant, seulement l’échantillon TA2 du site El Tigre a été jugé approprié pour la datation. Du site Santa Clara, seulement les échantillons SC6, SC31 et SC36 étaient de bons candidats pour la datation. Des niveaux de radiation du Strontium-90 entre 2.5 et 12 Gy ont été utilisés. Les signaux TL ont été obtenus en chauffant les échantillons à 20 C/s utilisant un lecteur TL Daybreak. Afin de déterminer la dose annuelle, la concentration de potassium (K) a été déterminée par le moyen de la spectroscopie de rayons X à dispersion d'énergie (EDX) dans un microscope électronique à balayage (MEB), tandis que le contenu en thorium (Th) et en uranium (U) a été déterminé par l’Analyse par Activation Neutronique (AAN) en utilisant un réacteur TRIGA MARK III. La radiation gamma du sol contenant les échantillons, de même que la contribution de la radiation cosmique, ont été mesurées avec des dosimètres TL de LiF:Mg, Cu, P+PTFE développés par l’Instituto Nacional de Investigaciones Nucleares (ININ). Une fois la paléodose connue, de même que le taux annuel de chaque échantillon, les âges ont été estimés. Les âges ainsi obtenus sont : TA2, 2645 ± 106 années; SC6, 1962 ± 76 années; SC31, 1327 ± 62 années and SC36, 1899 ± 47 années. Ces estimations concordent avec les typologies des échantillons ainsi qu’avec les stratigraphies archéologiques et témoignent d’une occupation de l’époque moyenne du pré-Classique en passant par deux moments importants, soit le pré-Classique tardif et le Classique tardif, époque de la plus importante occupation. Resumo Datação de cerâmica de El Tigre, Campeche por el método de Termoluminescência Neste trabalho são apresentados os resultados das datações por termoluminescência ( TL) de amostras de cerâmica do Projeto Tigre-Campeche, no


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Estado de Campeche. Foram estudadas oito amostras do sítio El Tigre e doze amostras do síti Santa Clara. Entretanto, somente a amostra do El Tigre classificada como TA2 foi apropriada para ser datada, e no caso das amostras do Santa Clara somente as amostras classificadas como SC6, SC31 e SC 36 foram boas para serem datadas. O intervalo de doses artificiais de radiações beta de 90 Sr foi entre 2,5 1 12 Gy.O sinal de TL foi obtido aquecendo as amostras a 20º c/s em equipamento de TL Daybreak. Para conhecer a taxa de dose anual foi determinada a concentração de potássio (K) mediante a técnica de espectroscopia de dispersão de energia de raios X (EDS) no microscópio eletrônico de varredura. Enquanto que o conteúdo de uranio (U) e tório (Th) foi determinado pela técnica de Análise por Ativação Neutronica usando o reator TRIGA MARK III.A contribuição da radiação gama do solo onde ficaram sepultadas as amostras, assim como a contribuição da radiação cósmica foram medidas com dosimetros TL de LiF,Mg,CuP+PTFE desenvolvidos no Instituto Nacional de Investigações Nucleares (ININ). Uma vez conhecida a paleo-dose, assim como a taxa da dose anual de cada amostra foi estimada a sua idade. A idade obtida para as amostras estudadas foram : TA2, 2645 ±106 anos; SC6, 1962 ±76 anos; SC 31, 1327 ±62 anose SC36, 1899 ±47 anos. As idades estão de acordo com a tipologia das amostras, assim como com a estratigrafia do sítio arqueológico, que mostra uma ocupação desde o pré-clássico médio, passando por momentos importantes, um no Pré-clássico e outro no Clássico Terminal, que teve a amior ocupação.


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Introducción El estudio de la cerámica revela el tipo de arcilla usada, el grado de avance en las técnicas de cocción y por lo tanto el avance cultural de cada comunidad, y lo más importante, la edad de la pieza arqueológica, esto es, el tiempo transcurrido desde que fue sometida la pieza al calor para darle forma y dureza. La termoluminiscencia (TL) natural de las muestras arqueológicas, se debe a la acción prolongada de un flujo de radiación nuclear, tanto ambiental como emitida por las impurezas radiactivas contenidas en la misma muestra, o de los alrededores donde quedó sepultada. Los elementos radiactivos presentes son generalmente 40K, 87Rb, 232Th y 238U. Estos se encuentran en concentraciones de pocas partes por millón (ppm) y tienen una vida media muy larga (entre 109 y 1011 años) por lo que el flujo de radiación es constante. De esta forma, la intensidad TL producida por una vasija, por ejemplo, es proporcional al tiempo que ha transcurrido desde la cocción de la muestra hasta el momento de tomar su lectura TL. La elevada temperatura que se alcanza en el proceso de cocción, permite borrar completamente la TL adquirida por los minerales durante tiempos geológicos; por lo que, a partir del cocido de la vasija, se considera el cronómetro en tiempo cero (Aitken 1985). La importancia del método de TL radica en el hecho de que la intensidad TL natural de la muestra, es proporcional a la dosis que ha recibido a través del tiempo. El sitio arqueológico El Tigre, “se localiza al suroeste del Estado de Campeche, en el municipio de Candelaria, a 18° 8’ de Latitud norte y 90° 50’ Longitud Oeste” (Vargas y Teramoto 1996) (Mapa 1). El área que ocupa el sito es de aproximadamente 600 Ha (Vargas 2006). El Tigre es el sitio más grande de toda la cuenca del río Candelaria. Arqueológicamente, se ha identificado como Itzamkanac, la capital o cabecera de la provincia maya chontal Acalan (Piña Chan y Abreu 1959, Ochoa y Vargas 1985). Hernán Cortés menciona Acalan y su ciudad capital, Itzamkanac, en su Quinta Carta de Relación, como una de las visitas que realizó durante el viaje hacia las Higueras en Honduras (Cortés 1983). Santa Clara, Se ubica en la margen izquierda del río Caribe, uno de los afluentes del río Candelaria, sus coordenadas geográficas son 18° 08’ 47” de latitud norte y 90° 45’ 15” de longitud oeste (Pincemin 1989). Desarrollo experimental La fuente utilizada para la irradiación de las muestras fue un emisor de radiación  de 90Sr, Amersham, cuya actividad es de 3.7GBq (100 mCi), con


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una rapidez de dosis de 184.7 Gy/h. Para el uso de esta fuente debe tomarse en cuenta que el espesor de las muestras no afecte en forma apreciable la trayectoria de la radiación, ya que al pasar a través de la materia, las partículas beta sufren una gran variedad de interacciones; pueden cambiar de trayectoria, pueden perder energía por la producción de electrones energéticos secundarios o por la producción de rayos X. En minerales para fechamiento por TL el grado de atenuación es similar al del aluminio. Para una muestra de grano fino, cuyo tamaño de grano es entre 4 y 11µm, la atenuación es despreciable (Aitken 1985).

Mapa 1.

Localización de El Tigre y Santa Clara.

Para la lectura tanto de las muestras no irradiadas, como irradiadas, se utilizó el equipo analizador TL 1100 AUTOMATED TL SYSTEM fabricado por Daybreak Nuclear and Medical System, Guilford, CT (Estados Unidos). Tanto el emisor de radiación  como este equipo, se encuentran en el Instituto de Geofísica, en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Este equipo cuenta con un portamuestras tipo carrusel, con capacidad para 20 discos. Mientras que la lectura de los dosímetros TL que se usaron para la medición de la radiación ambiental, en el sitio arqueológico se realizó en el TLD System Mod. 4000, de Harshaw. La toma de muestras se realizó durante los trabajos de campo, donde el doctor Ernesto Vargas del IIA-UNAM, fue el responsable. Las muestras colectadas se colocaron en bolsas de plástico negro, se envolvieron perfectamente en papel aluminio y se trasladaron al IIA-UNAM. Después de hacer una


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selección de las muestras de interés para fechamiento, se enviaron al ININ para su estudio. Para conocer la tasa de dosis anual a la que permanecieron las muestras, se determinó el contenido de K, U y Th. Mediante el análisis radioquímico (Choppin y Rydbert 1980), se determinó la actividad específica de acuerdo con las leyes de decaimiento radiactivo, posteriormente se determinó la tasa de dosis anual en función de la energía depositada en los diferentes minerales de cada muestra (Adamiec y Aitken 1998). La determinación de K y de los diferentes elementos presentes en las muestras estudiadas, se llevó a cabo en el microscopio electrónico de barrido de la marca Phillips, modelo XL30 propiedad del ININ. Este microscopio cuenta con un filamento de tungsteno como fuente de electrones y está acoplado a una microsonda para el análisis químico elemental por el método de espectroscopía de dispersión de energía de rayos X (EDS). En teoría este sistema puede medir todos los elementos que se encuentran en concentraciones por arriba de las 100 partes por millón (ppm). Otra parte de cada muestra se molió y se tamizó con tamaño de grano entre 60 y 80 µm, con la cual se determinó el contenido de U y Th. El método utilizado en este caso fue el de análisis por activación neutrónica (Travesi 1975, Hutton y Prescot 1992), usando el reactor TRIGA MARK III del ININ. Por otro lado, para medir la contribución de radiación gamma, emitida por el suelo donde quedaron sepultadas las muestras, así como la contribución de la radiación cósmica, se colocaron dosímetros termoluminiscentes de LiF:Mg,Cu,P+PTFE desarrollados en el ININ. Los dosímetros permanecieron en exposición durante tres meses, al término del periodo se recogieron y se trasladaron al laboratorio para su lectura y evaluación. Una vez que las muestras de cerámica fueron descortezadas, molidas y tamizadas, se pesaron 100 g de cada muestra de 125 µm y se colocaron en un vaso de teflón, agregándoles H2O2 al 10% hasta cubrir por completo cada muestra. Posteriormente se dejaron en reposo, aisladas completamente de la luz. Las muestras permanecieron en estas condiciones entre cinco y diez días. Después de este periodo de tiempo se les agregó H2O2 al 30%, y se lavaron varias veces con agua deionizada, dejando decantar durante dos horas en cada lavado. Este proceso de lavado se repitió tres veces para cada muestra. Finalmente cada una de las muestras se sometió a un baño ultrasónico con agua deionizada durante diez minutos. La neutralización normal de carbonatos en las muestras tratadas mediante el proceso anterior, consiste en cubrirlas totalmente con HCl 6 N, se agitan por tres minutos en un baño ultrasónico, se sacan y se dejan reaccionar por diez minutos más. Al término de este tiempo de reacción, se verifica si el pH ya no sufre cambios, si es así, se decanta el ácido y se procede a lavar por tres veces con agua deionizada, finalmente se lavan las muestras en el baño ultrasónico. Las muestras ya limpias se secan en un horno eléctrico a una


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temperatura por debajo de los 50° C durante toda la noche. Cuando la concentración de calcitas es elevado, el tiempo de reacción con el ácido puede ser hasta de horas, considerándose como proceso especial. Obtención de grano fino, esta técnica consiste en separar granos con tamaño entre 4 y 11 µm. Este proceso se llevó a cabo mediante el uso de una columna de separación, utilizando acetona como solvente (González 1999). De esta forma se obtuvo la muestra útil con la cual se preparó una suspensión para depositar la cantidad deseada de muestra sobre los discos de aluminio usados como planchetas para calentar la muestra en cuestión. Con la muestra útil se preparó una suspensión con acetona de 2 mg/ml. Posteriormente con una micropipeta especialmente calibrada, se agregó un mililitro de la suspensión a cada tubo que contenía el disco de aluminio. Finalmente la gradilla que contenía todos los tubos con muestra, se aisló completamente de la luz, donde permaneció hasta que el resto de acetona se evaporó completamente. De esta forma, la muestra arqueológica quedó homogéneamente adherida en toda la superficie de los discos de aluminio. Se prepararon por lo menos 60 discos útiles de cada muestra para el análisis de la señal TL. Para el análisis de la señal TL, se tomaron entre 16 y 20 lecturas de las muestras sin irradiar para conocer la intensidad TL natural (TLN). Se tomó una segunda lectura para restarla de la primera y así obtener la TL neta. Estos discos con muestra, se guardaron perfectamente ya que con ellos se llevó a cabo la prueba de regeneración de la señal TL, para determinar el factor de corrección por supralinealidad (I). Para realizar la prueba de la meseta, se realiza la comparación de la forma de la curva TL natural (la curva TL observada de una muestra que no ha recibido ninguna irradiación artificial en el laboratorio), con la curva TL artificial, observada como resultado de la irradiación de la muestra a una dosis conocida. La región continua indica claramente que las trampas son lo suficientemente profundas como para permanecer inalteradas a lo largo del tiempo. De tal manera que, la razón constante entre la curva TL natural y la artificial, da una indicación de que en este intervalo de la meseta, ha habido una liberación despreciable de electrones desde el momento en que quedó sepultada la muestra hasta el momento de tomar las lecturas TL. En la irradiación de las muestras se usó el método de incremento de la dosis; para lo cual se tomaron 16 discos con la muestra sin leer y se hicieron grupos de cuatro, para ser irradiados a diferentes dosis de radiación beta (1, 2, 3, etc.) y obtener la curva de calibración a partir de la cual se determinó la dosis equivalente (Q). Método de regeneración de la señal TL; se tomaron 16 discos de los que se les había tomado la TLN y se irradian a las mismas dosis de la prueba anterior, para regenerar su señal TL. Al graficar dosis contra la intensidad TL, se obtuvo la curva de calibración donde se determinó el factor de corrección por supralinealidad (I).


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En cada estudio se irradiaron por lo menos cuatro discos con muestra para cada dosis, el intervalo de irradiación fue entre 2 y 30 Gy de radiación beta de 90Sr. Una vez realizados los estudios anteriores, se determinó la paleodosis (P), que es la suma de la dosis equivalente (Q) más el factor de corrección por supralinealidad (I). Conociendo la tasa de dosis anual y la paleodosis se determinó la edad de cada muestra de acuerdo con la ecuación (1). Edad 

Paleodosis (Q  I ) (Gy ) Rapidez de Dosis Anual (Gy / y )

(1)

Considerando todas las fuentes de error, en las diferentes mediciones, se determinó la incertidumbre total en la edad estimada. También se consideró la influencia de la humedad en la determinación de la tasa de dosis anual (González, Azorín, Schaaf y Ramírez 1999). Resultados Se estudiaron ocho muestras del sitio El Tigre y doce muestras del sitio Santa Clara. Sin embargo, solamente la muestra del Tigre clasificada como TA2, fue apropiada para su fechamiento, en el caso de las muestras de Santa Clara solamente las muestras clasificadas como SC6, SC31 y SC36, fueron buenas candidatas a fechar. El resto de las muestras no se pudieron fechar, debido principalmente a la baja concentración de cuarzos, que son los minerales con propiedades óptimas para la captura de electrones liberados por la radiación en las muestras. Por otro lado, dichas muestras presentaron una elevada concentración de calcita, que resulta ser un mal transmisor de la luz. La Figura 1, muestra el espectro de emisión obtenidos mediante la técnica microscópica de barrido, para la muestra de El Tigre etiquetada como TB2B, donde se indica la energía característica de la banda K de cada elemento (abscisas), así como su intensidad (ordenadas). En las Tablas 1 y 2, se resumen las concentraciones en peso y su desviación porcentual de los elementos identificados en suelo y muestras de cerámica de El Tigre y Santa Clara, respectivamente, donde el elemento de interés es el K. En la Figura 1, se puede apreciar una baja concentración de cuarzos (línea en 26.5) y una elevada concentración de calcita (línea en 29.5), por lo tanto esta muestra no es apropiada para fechar. La Figura 2, corresponde a la muestra de El Tigre, etiquetada como TA2, se puede apreciar una elevada concentración de calcita (línea en 29.5), la concentración de cuarzos es buena (línea en 26.5), con un tratamiento apropiado para neutralizar a la calcita, es posible medir la intensidad TL emitida por los cuarzos y por lo tanto es factible su fechamiento.


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Datación de cerámica de El Tigre, Campeche…

Tabla 1 Concentración de elementos identificados mediante la técnica microscópica de barrido (% en peso), en El Tigre Elemento

Suelo-ElTigre

TA2

TB2b

C

13.82 ± 1.49

20.47 ± 0.62

15.28 ± 1.02

O

47.66 ± 0.65

48.52 ± 0.40

46.75 ± 0.28

Mg

0.75 ± 0.10

0.11 ± 0.07

0.13 ± 0.02

Al

2.05 ± 0.26

9.08 ± 0.40

5.86 ± 0.44

Si

5.64 ± 0.65

13.07 ± 0.15

9.67 ± 0.70

Cl

0.09 ± 0.01

0.06 ± 0.02

K

0.25 ± 0.02

0.11 ± 0.02

4.06 ± 1.03

19.89 ± 1.53

0.43 ± 0.17

0.45 ± 0.03

3.82 ± 0.04

2.27 ± 0.23

Ca

29.06 ± 1.41

Ti Fe

0.98 ± 0.16

Tabla 2 Concentración de elementos identificados mediante la técnica microscópica de barrido (% en peso), en Santa Clara Elemento

Suelo-S. Clara

SC6

SC31

SC36

C

11.45 ± 1.23

11.07 ± 0.34

25.29 ± 2.18

13.55 ± 1.11

O

37.98 ± 0.78

44.49 ± 0.24

41.45 ± 2.43

46.51 ± 0.59

Na Mg

0.15 ± 0.04 0.40 ± 0.07

0.09 ± 0.03

2.11 ± 0.38

0.07 ± 0.01

Al

4.88 ± 0.78

Si

11.05 ± 1.34

12.44 ± 0.26

6.32 ± 0.69

10.82 ± 0.39

21.58 ± 0.42

11.84 ± 1.61

16.19 ± 0.83

0.09 ± 0.03

0.62 ± 0.24

0.08 ± 0.03

Cl

0.11 ± 0.04

K Ca

29.67 ± 1.69

3.89 ± 0.44

6.04 ± 4.06

8.31 ± 0.44

Ti

0.35 ± 0.04

0.79 ± 0.09

0.44 ± 0.11

0.83 ± 0.03

Fe

4.22 ± 0.88

6.35 ± 0.27

5.86 ± 1.59

4.40 ± 0.17

La Figura 3, corresponde a la muestra de Santa Clara, etiquetada como SC6, en este caso la concentración de cuarzos es mayor (línea en 26.5) que la concentración de calcita (línea en 29.5), por lo tanto con un buen tratamiento para la neutralización de la calcita, también es factible su fechamiento.


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2015  189

Figura 1.

Elementos identificados en la muestra TB2B (TIG7), mediante microscopia de barrido. La línea verde en 25.5 indica la baja concentración de cuarzos, la línea azul en 29.4 indica la elevada concentración de calcita.

Figura 2.

Elementos identificados en la muestra TA2, mediante la técnica microscópica de barrido.


190  Pedro R. González Martínez et al.

Datación de cerámica de El Tigre, Campeche…

Figura 3.

Elementos identificados en la muestra SC6, mediante la técnica microscópica de barrido.

Figura 4.

Elementos identificados en la muestra SC31, mediante la técnica microscópica de barrido.


Revista de Arqueología Americana No. 33

2015  191

La Figura 4, corresponde a la muestra de Santa Clara, etiquetada como SC31, en este caso solamente hay cuarzos (línea en 26.5), por lo tanto es apropiada para fechamiento. La Figura 5, corresponde a la muestra de Santa Clara, etiquetada como SC36, en este caso la concentración de cuarzos (línea en 26.5) y la concentración de calcita (línea en 29.5), son similares, pero con un buen tratamiento para la neutralización de la calcita, también es factible su fechamiento.

Figura 5.

Elementos identificados en la muestra SC36, mediante la técnica microscópica de barrido.

En la Tabla 1, se dan los valores de cada elemento identificado mediante la técnica microscópica de barrido, donde el elemento de interés es el potasio (40K). En la Tabla 3, se resumen los resultados obtenidos de la determinación de los diferentes radioisótopos que contribuyen en la tasa de dosis anual de cada muestra, así como la dosis anual ya corregida por el efecto de humedad. La dosis natural promedio, proveniente del suelo y de la contribución de la radiación cósmica que se midió en el sitio El Tigre y Santa Clara, con dosímetros termoluminiscentes fue 0.37 ± 0.01 y 0.20 ± 0.005 mGy/a, respectivamente.


192  Pedro R. González Martínez et al.

Datación de cerámica de El Tigre, Campeche…

Tabla 3 Contenido de elementos radiactivos, humedad y tasa de dosis anual Muestra

K (%)

U (ppm)

Th (ppm)

% humedad

DA (mGy/a)

TA20

0.25 ± 0.02

2.30 ± 0.30

20.70 ± 0.71

14.07

2.88 ± 0.12

SC60

0.09 ± 0.03

2.35 ± 0.20

22.53 ± 0.70

31.51

2.67 ± 0.09

SC31

0.94 ± 0.11

2.68 ± 0.10

12.43 ± 0.25

34.27

2.50 ± 0.09

SC36

0.08 ± 0.03

2.40 ± 0.17

22.36 ± 0.34

13.58

3.16 ± 0.07

En la Figura 6, se presenta gráficamente la intensidad TL natural (TLN) de la muestra TA2, donde se aprecia claramente el pico principal a 330° C. Mientras que en la Figura 7, se muestra gráficamente la meseta obtenida al comparar la TLN con la intensidad TL natural más la generada por una dosis de radiación artificial (TLA). En dicha figura, se observa que el factor se incrementa desde 260° C y forma la meseta entre 360 y 400° C, en dicho intervalo de temperatura se podrán hacer los cálculos correspondientes para la estimación de la paleodosis y posteriormente la edad de la muestra en cuestión. En la figura 8, se presenta gráficamente la intensidad TL de esta muestra en función de la dosis de radiación beta de 90Sr, donde 1β= 3 Gy, 2β= 6 Gy, 3β= 9 Gy, 4β= 12 Gy. Mientras que en la Figura 9, se presenta la curva de calibración correspondiente, en la cual se grafica dosis-vs-intensidad TL donde por extrapolación se determina la dosis equivalente, Q (Gy). En la Figura 10, se presenta la intensidad TL regenerada en las muestras leídas previamente e irradiada a las mismas dosis de la prueba anterior, mientras que en la Figura 11, se presenta la curva de calibración correspondiente, como en el caso anterior, se grafica dosis-vs-intensidad TL, en esta curva de calibración se estimó el factor de corrección por supralinealidad, I (Gy). En la Figura 12, se presenta gráficamente la intensidad TL natural (TLN) de la muestra SC6, donde se aprecia claramente el pico principal a 325° C. Mientras que en la Figura 13, se muestra gráficamente la meseta obtenida al comparar la TLN con la intensidad TL natural más la generada por una dosis de radiación artificial (TLA). En dicha figura, se observa que el factor se incrementa desde 225° C y forma la meseta entre 290 y 310° C, en dicho intervalo de temperatura se podrán hacer los cálculos correspondientes para la estimación de la paleodosis y posteriormente la edad de la muestra en cuestión. En la Figura 14, se presenta gráficamente la intensidad TL de esta muestra en función de la dosis de radiación beta de 90Sr, donde 1β= 3 Gy, 2β= 6 Gy, 3β= 9 Gy, 4β= 12 Gy. Mientras que en la Figura 15 se presenta la curva de calibración correspondiente, en la cual se grafica dosis vs intensidad TL donde por extrapolación se determina la dosis equivalente, Q (Gy). En la Figura 16, se presenta la intensidad TL regenerada en las mues-


Revista de Arqueología Americana No. 33

2015  193

tras leídas previamente, mientras que en la Figura 17, se presenta la curva de calibración correspondiente, como en el caso anterior, se grafica dosis vs. intensidad TL, en dicha curva se estimó el factor de corrección por supralinealidad, I (Gy).

Figura 6.

Intensidad TL natural (TLN) de la muestra TA2.

Figura 7.

Meseta de la muestra TA2.


194  Pedro R. González Martínez et al.

Datación de cerámica de El Tigre, Campeche…

Figura 8.

Intensidad TL de TA2 en función de la dosis de radiación beta de 90Sr.

Figura 9.

Curva de calibración de TA2 para determinar la dosis equivalente (Q).


Revista de Arqueología Americana No. 33

2015  195

Figura 10.

Regeneración de la señal TL de la muestra TA2.

Figura 11.

Curva de calibración obtenida al regenerar la señal TL en la muestra TA2.


196  Pedro R. González Martínez et al.

Datación de cerámica de El Tigre, Campeche…

Figura 12.

Intensidad TL natural (TLN) de la muestra SC6.

Figura 13.

Meseta de la muestra SC6


Revista de Arqueología Americana No. 33

2015  197

Figura 14.

Intensidad TL de SC6 en función de la dosis de radiación beta de 90Sr

Figura 15.

Curva de calibración de SC6 para determinar la dosis equivalente (Q)


198  Pedro R. González Martínez et al.

Datación de cerámica de El Tigre, Campeche…

Figura 16.

Regeneración de la señal TL de la muestra SC6.

Figura 17.

Curva de calibración obtenida al regenerar la señal TL en la muestra SC6.


Revista de Arqueología Americana No. 33

2015  199

En la Figura 18, se presenta gráficamente la intensidad TL natural (TLN) de la muestra SC31, donde se aprecian dos picos, el primero en 275° C y el segundo en 400° C. En casos como este, la prueba de la meseta nos define con que pico conviene hacer los cálculos de la edad. En la Figura 19, se muestra gráficamente la meseta obtenida al comparar la TLN con la intensidad TL natural más la generada por una dosis de radiación artificial (TLA). En dicha figura, se observa que el factor se incrementa desde 200° C y forma la meseta entre 275 y 325° C, en dicho intervalo de temperatura se podrán hacer los cálculos correspondientes para la estimación de la paleodosis y posteriormente la edad de la muestra en cuestión, por lo tanto el pico de interés para el fechamiento es el pico que se presenta a 275° C. En la Figura 20, se presenta gráficamente la intensidad TL de esta muestra en función de la dosis de radiación beta de 90Sr, donde 1β= 2.5 Gy, 2β= 5.0 Gy, 3β= 7.5 Gy, 4β= 10.0 Gy. Mientras que en la Figura 21 se presenta la curva de calibración correspondiente, en la cual se grafica dosis vs. intensidad TL donde por extrapolación se determina la dosis equivalente, Q (Gy). En la Figura 22, se presenta la intensidad TL regenerada en las muestras leídas previamente e irradiada a las mismas dosis de la prueba anterior, mientras que en la Figura 23, se presenta la curva de calibración correspondiente, como en el caso anterior, se grafica dosis vs. intensidad TL, en dicha curva se estimó el factor de corrección por supralinealidad, I (Gy).

Figura 18.

Intensidad TL natural (TLN) de la muestra SC31.


200  Pedro R. González Martínez et al.

Figura 19.

Figura 20.

Datación de cerámica de El Tigre, Campeche…

Meseta de la muestra SC31.

Intensidad TL de SC31 en función de la dosis de radiación beta de 90Sr.


Revista de Arqueología Americana No. 33

2015  201

Figura 21.

Curva de calibración de SC31 para determinar la dosis equivalente (Q).

Figura 22.

Regeneración de la señal TL de la muestra SC31.


202  Pedro R. González Martínez et al.

Figura 23.

Datación de cerámica de El Tigre, Campeche…

Curva de calibración obtenida al regenerar la señal TL en la muestra SC31.

En la Figura 24, se presenta gráficamente la intensidad TL natural (TLN) de la muestra SC36, donde se aprecia claramente el pico principal a 330° C. Mientras que en la Figura 25, se muestra gráficamente la comparación entre la TLN con la intensidad TL natural más la generada por una dosis de radiación artificial (TLA). En dicha figura se observa que el factor se incrementa desde 200° C, C y forma la meseta entre 300 y 330° C, en dicho intervalo de temperatura se podrán hacer los cálculos correspondientes para la estimación de la paleodosis y posteriormente la edad de la muestra en cuestión. En la Figura 26, se presenta gráficamente la intensidad TL de esta muestra en función de la dosis de radiación beta de 90Sr, donde 1β= 3 Gy, 2β= 6 Gy, 3β= 9 Gy, 4β= 12 Gy. Mientras que en la Figura 27 se presenta la curva de calibración correspondiente, como en el caso anterior, se grafica dosis vs. intensidad TL, en dicha curva se determinó la dosis equivalente, Q(Gy). En la Figura 28, se presenta la intensidad TL regenerada en las muestras leídas previamente e irradiada a las mismas dosis de la prueba anterior, mientras que en la Figura 29 se presenta la curva de calibración correspondiente, como en el caso anterior se grafica dosis vs. intensidad TL, en la que se estimó el factor de corrección por supralinealidad I (Gy).


Revista de ArqueologĂ­a Americana No. 33

Figura 24.

Intensidad TL natural (TLN) de la muestra SC36.

Figura 25.

Meseta de la muestra SC36.

2015 ď ł 203


204  Pedro R. González Martínez et al.

Datación de cerámica de El Tigre, Campeche…

Figura 26.

Intensidad TL de SC36 en función de la dosis de radiación beta de 90Sr.

Figura 27.

Curva de calibración de SC36 para determinar la dosis equivalente (Q).


Revista de Arqueología Americana No. 33

2015  205

Figura 28.

Regeneración de la señal TL de la muestra SC36.

Figura 29.

Curva de calibración obtenida al regenerar la señal TL en la muestra SC36.


206  Pedro R. González Martínez et al.

Datación de cerámica de El Tigre, Campeche…

En la Tabla 4, se resumen los valores promedio y su desviación estándar de la dosis equivalente, Q, el factor de corrección por supralinealidad, I, la paleodosis, P, y la edad de cada muestra estudiada. Tabla 4 Valores promedio de Q, I, P (Gy) y la edad resultante en años Muestra

Q (Gy)

I (Gy)

P (Gy)

Edad (a)

TA2

2.46 ± 0.33

2.23 ± 1.05

4.70 ± 0.48

1621 ± 178

SC6

4.30 ± 0.02

0.93 ± 0.09

5.24 ± 0.10

1962 ± 76

SC31

2.65 ± 0.03

0.68 ± 0.07

3.32 ± 0.10

1327 ± 62

SC36

5.85 ± 0.13

1.11 ± 0.08

6.00 ± 0.07

1899 ± 47

Análisis de los resultados Mediante la técnica microscópica de barrido, se apreció que los elementos más abundantes fueron O, y C, en las muestras de cerámica estudiadas, lo que indica la alta concentración de calcita. Mientras que la baja concentración de Si, indica la baja presencia de cuarzos. Por otro lado, la baja concentración de K, confirma la baja intensidad TL de las muestras etiquetadas como SC6 y SC36, ya que dicho elemento es el que contribuye en mayor proporción en la tasa de dosis anual. La muestra que tuvo mayor concentración de K, fue la etiquetada como SC31, por lo tanto fue la que presentó mayor intensidad TL, como se muestra en la Figura 20, facilitándose todos los estudios para su fechamiento. Se comprobó también que el suelo de El Tigre y Santa Clara, no contiene K, deduciendo entonces que la cerámica encontrada en dichos lugares no fue fabricada con material del lugar. Por otro lado, mediante la técnica de análisis por activación neutrónica, se apreció que la muestra con menor contenido de U fue la TA2, la de mayor contenido de este elemento fue la SC31. Mientras que la muestra con mayor contenido de Th fue la SC6 y la de menor contenido de este elemento fue la SC31. Cabe señalar que la importancia en la determinación de los elementos antes mencionados, se debe a que estos son los elementos que contribuyen principalmente en la tasa de dosis anual, que reciben las muestras durante los años de entierro. La contribución de la radiación cósmica que recibieron las muestras estudiadas se midió eficientemente con dosímetros TL desarrollados por nuestro grupo. Del análisis de la señal TL, las cuatro muestras estudiadas mostraron una curva TL parecida, variando únicamente en su intensidad. Mostraron dos picos, el primero a 225° C y el segundo a 325° C.


Revista de Arqueología Americana No. 33

2015  207

Se pudo realizar la datación de las muestras etiquetadas como TA2, SC6, SC31 y SC36. Con las edades absolutas mostradas en la Tabla 4, se determinaron los periodos a los que corresponden y se encontró que estos concuerdan con los reportados en la literatura (Vargas y Delgado 2010), tal como se resumen en la Tabla 5. Tabla 5 Periodos estimados por TL Muestra TA2 SC6 SC31 SC36

Periodo estimado por TL 209-565 dC 30 aC-122 dC 619-743 dC 62-156 dC

Periodo de referencia 300 aC- 300 dC 300 aC-300 dC 600 - 1050 d.C 600 - 1050 d.C

La muestra TA2 proviene de El Tigre de la Plataforma 4 H de un pozo que se hizo en el interior y es de la capa VII, fue fechada para el Preclásico tardío y es del tipo Sierra rojo-Sierra. Las siguientes tres muestras provienen del sitio de San Clara; la SC6 es del pozo 1 capa V, es del Preclásico tardío y es del tipo Muxanal rojo sobre crema-Muxanal. La muestra SC31 proviene del pozo 8 capa III está fechado tentativamente para el Clásico terminal y es del tipo Altar-Altar. Por último tenemos la muestra SC36 que proviene del pozo 9 de la capa II y también fue fechada para el Clásico terminal y es del tipo Ticul Pizarra delgado. Conclusiones El método de fechamiento por termoluminiscencia es una opción importante en la arqueología para el fechamiento de cerámicas. Sin embargo, para que el método sea confiable, las muestras deben ser tratadas siguiendo la metodología descrita en este trabajo. Cuando el muestreo y la preparación de las muestras ha sido el adecuado, la información respecto del tiempo transcurrido desde que la muestra quedó sepultada se vuelve confiable, como se ha demostrado en este trabajo y en otros ya publicados (González, Azorín, Schaaf, Ramírez 1999; González, Chung, Azorín, Sachaaf y Ramírez 1998; González, Ramírez et al. 2004). La eficiencia sobre el método de fechamiento por termoluminiscencia ha generado tal confianza que incluso ha sido propuesto como un método de validación de piezas antiguas de cerámica. En el caso de El Tigre podemos ver claramente que la muestra había sido fechada para el Preclásico tardío y la fecha estimada por TL concuerda. Lo mismo sucede con las fechas estimadas para los tres ejemplos de Santa Clara, la primera es para el Preclásico tardío y concuerda plenamente, lo


208  Pedro R. González Martínez et al.

Datación de cerámica de El Tigre, Campeche…

mismo que la siguiente muestra que es del Clásico terminal, habiendo solamente una diferencia con la última muestra, que por el fechamiento estimado por TL es bastante más temprano que el estimado. Es interesante señalar esta diferencia, por lo que será necesario hacer una revisión del comportamiento de los tipos pizarra en la estratigrafía del sitio. El objetivo central de la TL aplicado en arqueología es el fechamiento de la cerámica, sin embargo es importante señalar que además aporta la caracterización mineral y elemental de las muestras y de los suelos de los sitios en donde fueron recolectados. Nos dan elementos para definir si las muestras son de producción local o foránea. En el caso de los tipos Sierra rojo, variedad Sierra (Figura 30), Muxanal rojo sobre crema, variedad Muxanal, Altar, variedad Altar y Ticul pizarra delgado son tipos de producción foránea a los sitios estudiados, lo cual nos permite hacer inferencias de rutas de comunicación y/o comercio.

Figura 30.

Sierra Rojo, variedad Sierra (El Tigre).

Agradecimientos Agradecemos al Fis. A. Aguilar, de la Comisión Nacional de Seguridad Nuclear y Salvaguardias (CNSNS), por la irradiación de los dosímetros TL para la


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2015  209

elaboración de las curvas de calibración. A los laboratorios de Microcopía y Análisis por Activación Neutrónica del ININ. Al Instituto de Investigaciones Antropológicas, UNAM, por su apoyo con reactivos químicos para el tratamiento de muestras. Bibliografía Adamiec G., Aitken M. 1998 Ancient TL 16(2):37-50. Aitken, M.J. 1985. Dating, London Academic Press. Cortés, Hernán 1983. Cartas de relación, Porrúa, Sepan Cuantos 7, México. Choppin, R. and Rydberg J. 1980. Nuclear Chemistry. Theory and Applications. Pergamon Press. González Martínez, Pedro Ramón 1999. Fechamiento geológico y arqueológico por termoluminiscencia, tesis doctoral, Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, México. González, P., Azorín J., Schaaf P., Ramírez A. 1999 Assessing the Potential of Thermoluminescence Dating of PreConquest Ceramics From Calixtlahuaca, Mexico. Rad. Prot. Dosim. 84(1-4):483-487. González, P.; Chung H., Azorín J., Schaaf P. and Ramírez A. 1998 Thermoluminescence Dating of A Pottery Sample from EdznáCampeche, Mexico, Nucl. Sci. J., 35(4):280-284. González, Pedro; A. Ramírez; P. Schaaf, D. Mendoza C. López M.A. Mondragón and P. Aguirre. 2004 Thermoluminescence Dating of Ceramics from Teotenango-Mexico, J. Amer. Arch., 21:215-225. Hutton, J.L. and Prescot J.R. 1992 “Field and Laboratory Measurement of Low-Level Thorium, Uranium and Potassium”, Nucl. Tracks Radiat, Meas, 20(2):367-370. Ochoa, Lorenzo y Ernesto Vargas 1985. “Informe de reconocimiento arqueológico en la cuenca del Río Candelaria, Campeche”, Estudios de Cultura Maya, vol. XVI, Centro de Estudios Mayas–UNAM, pp. 325-377, México. Pincemin, Sophia 1989. San Enrique y El Tigre. Dos sitios del valle del Candelaria, Campeche, tesis de doctorado en Investigación Antropológica, IIA-UNAM, México. Piña Chan, Román y R. Pavón Abreu 1959. “¿Fueron las ruinas de El Tigre Itzamkanac?”, El México Antiguo, tomo IX, pp. 473-491, México.


210  Pedro R. González Martínez et al.

Datación de cerámica de El Tigre, Campeche…

Rigel de la Portilla Quiroga, María de los Ángeles 2008 Termoluminiscencia para la autentificación de fechamientos arqueológicos. El caso de la cerámica del Proyecto Arqueológico El Tigre, Campeche, tesis de licenciatura de Arqueología, ENAH, México. Travesi A. 1975. Análisis por Activación Neutrónica. Publicaciones Científicas de la Junta de Energía Nuclear, Madrid, España. Vargas Pacheco, Ernesto 2006 “Cabecera, unidad y espera política: dinámica de la Provincia de Acalan”, Nuevas perspectivas sobre la geografía política de los mayas, Tsubasa Okoshi, Lorraine Williams y Ana Luisa Izquierdo (edit.), pp. 127-157 Universidad Autónoma de Campeche, Foundation for the Advancemento of Mesoamerican Studies, INC, México. Vargas Pacheco, Ernesto y Angélica Delgado Salgado 2010 “Cronología, estratigrafía y fechamientos absolutos en El Tigre, Campeche”, La Península de Yucatán: investigaciones recientes y cronologías alternativas, en A. Benavides y Ernesto Vargas P. (coords.), Universidad Autónoma de Campeche, Campeche. Vargas Pacheco, Ernesto y Kimiyo Teramoto 1996. “Las ruinas arqueológicas de El Tigre, Campeche. ¿Itzamkanac?”, Mayab, Núm. 10, pp. 33-45, Sociedad Española de Estudios Mayas, España.


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2015:211-229

LUZES DA RIBALTA: ARQUEOLOGIA DE UM FAROL NO SUDESTE DO BRASIL Leandro D. DURAN Recibido el 8 de junio de 2015; aceptado el 22 de febrero de 2016

Resumo O presente artigo discute um tema pouco abordado no âmbito dos estudos de cultural material, qual seja: as estruturas faroleiras de sinalização náutica. Com base nas propostas teóricas da arqueologia marítima e da arqueologia industrial, é apresentado um estudo pioneiro no âmbito de uma arqueologia faroleira no Brasil, através da análise das diferentes configurações tecnológicas e arquitetônicas assumidas pelo Farol do Bom Abrigo, no litoral sul do estado de São Paulo, entre os séculos XIX e XX. Resumen Arqueología de un farol no sudeste del Brazil En este artículo se discute un tema que es muy poco abordado en los estudios de cultura material: las estructuras de los faroles de señalización náutica. Basados en las propuestas teóricas de la arqueología marítima y de la arqueología industrial presentamos un estudio pionero respecto a la arqueología de faroles en Brasil: el análisis de las diferentes configuraciones tecnológicas y arquitectónicas del Farol do Bom Abrigo (Farol del Buen Abrigo) en el litoral sur del estado de São Paulo, entre los siglos XIX e XX.

Departamento de Arqueologia, Universidade Federal de Sergipe, Brasil.


212  Leandro D. Duran

Luzes da Ribalta: arqueologia de um farol no sudeste do Brasil

Abstract Spotlights: The Archaeology of a Lighthouse in Southeast Brazil This article focuses on a rarely approached issue in material culture: lighthouses. Based on theoretical concepts from marine and industrial archaeology, we present a pioneering study on lighthouse archaeology in Brazil centered on the analysis of the different technological and architectural configurations of Farol do Bom Abrigo (The Good Shelter Lighthouse), in the south coast of São Paulo State during 19th and 20th centuries. Résumé L’archéologie d’un phare de la côte sud-est du Brésil Le présent articule porte sur un sujet peu traité dans les études de culture matériel: les phares. Nous nous basons sur des concepts théoriques de l’archéologie marine et de l’archéologie industrielle pour présenter une étude pionnière dans la sphère de l’archéologie des phares au Brésil. Elle se penche sur l’analyse des différentes configurations technologiques et architecturales pendant les 19e et 20e siècles au phare Farol do Bom Abrigo (Phare du Bon Refuge) dans la côte sud de l’état de São Paulo.


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2015  213

Faróis náuticos: arqueologia e patrimonialização Cravados em rochas, cabos, pontas ou ilha isoladas, os faróis náuticos a muito servem de guias aos nautas e instigam a imaginação humana. Muito mais do que máquinas, esses equipamentos de sinalização assumiram significados que extrapolam seu reconhecimento enquanto estruturas ordenadoras do trânsito marítimo e de resguardo da vida humana no mar, e adentram ao universo simbólico e romântico de diferentes sociedades. Tal associação possibilitou o desenvolvimento de laços de afetividade que vêm se materializando em iniciativas pontuais de estudo e preservação, seja no âmbito estatal, seja através de organizações do chamado terceiro setor, principalmente em países como os Estados Unidos, Inglaterra e Austrália. No Brasil, uma perspectiva patrimonial dos faróis náuticos só vem se desenvolvendo mais recentemente e mesmo assim a passos muito lentos. A despeito do tombamento do Farol da Barra, construído no século XVIII para orientar as embarcações em demanda do porto de Salvador, novas estruturas desse tipo não foram ainda consideradas dignas da atenção patrimonial do Governo Federal. Além dele, a estrutura metálica do Farol do Cabeço foi cadastrada pelo Instituto do Patrimônio Histórico e Artístico Nacional (IPHAN) como sítio arqueológico submerso por encontrar-se, atualmente, em meio à foz do Rio São Francisco. Outras esferas de governo também já perceberam a importância cultural regional de algumas estruturas faroleiras, como é o caso do Farol de Sergipe, localizado no bairro da Farolândia, em Aracaju, tombado pelo governo estadual. Entretanto, tais ações ainda são tão ou mais raras que as do governo federal. No que se refere às iniciativas do terceiro setor, elas têm se caracterizado enquanto ações pontuais de registro imagético e divulgação através de fóruns digitais de discussão e/ou da publicação de livros de arte, como o de autoria de Ricardo Siqueira, Luzes do Novo Mundo (2008). Essa mesma perspectiva patrimonial também foi a grande responsável pelo desenvolvimento historiográfico sobre a temática da sinalização náutica, que tem como principais referências obras memorialistas de pesquisadores relacionados à Marinha do Brasil. São fundamentais aqui, o trabalho de Almiro Reis, Histórico de Pharoes Existentes no Brazil e Organização das Respectivas Repartições, de 1913; e a produção de Ney Dantas, História da sinalização náutica brasileira, de 2000. Apesar dos faróis náuticos terem como principal justificativa para seu enquadramento enquanto patrimônio cultural a sua própria monumentalidade e especificidade tecnológica e arquitetônica, os arqueólogos tem dedicado pouca atenção a esse tipo de evidência, tanto no âmbito nacional quanto internacional. Dentre os trabalhos referenciais que podemos citar estão: o primeiro estudo do sítio submerso do Farol de Alexandria, publicada por


214  Leandro D. Duran

Luzes da Ribalta: arqueologia de um farol no sudeste do Brasil

Frost em 1975, no International Journal of of Nautical Archaeology; o livro de Hauge e Cristie, Lighthouses: Their Architecture, History and Archaeology, de 1975; o artigo de Komesaroff, The Industrial Archaeology of Lighthouses, de 1980; e, mais recentemente, o trabalho, The Electric Lighthouse in the Nineteenth Century: Aid to Navigation and Political Technology (2005), de Michael Schiffer. Além deles novas pesquisas têm surgido sobre essa temática, principalmente no âmbito da chamada arqueologia da restauração, motivadas pelas políticas patrimoniais comentadas anteriormente, e na perspectiva de uma arqueologia social, voltada para a discussão acerca de aspectos da vida quotidiana dos faroleiros e suas famílias (e.g. Cumming et al. 1995; Jordan 2000; Holthof 2008). A despeito do alto potencial para esse tipo de pesquisa no Brasil, tendo em vista a enorme extensão de suas vias aquáticas, marítimas e fluviais, e a presença de várias estruturas faroleiras, até o presente momento pudemos identificar apenas três estudos: um parecer técnico do IPHAN produzido pelos arqueólogos Ademir Ribeiro Júnior, Gilson Rambelli e Luis Dantas, sobre o Farol do Cabeço (Brasil, IPHAN 2011); o artigo, À beira das atalaias: Arqueologia de Ambientes Aquáticos nos Faróis de Aracaju (Nascimento et al. 2014), fruto de uma abordagem regional desenvolvida no Departamento de Arqueologia da Universidade Federal de Sergipe; e parte de minha pesquisa de doutorado sobre a Ilha do Bom Abrigo, de 2008, cujo conteúdo serve de suporte ao presente artigo (Duran 2008). Nosso foco de análise recairá sobre uma unidade faroleira em particular, notadamente o Farol do Bom Abrigo, localizado no litoral sul do estado de São Paulo. O trabalho tem como bases teóricas referenciais as propostas da arqueologia marítima, aqui entendida enquanto o estudo da cultura material especializada vinculada à faina marítima (Fontenoy 1998, Adams 2002, Duran 2008, 2012); da arqueologia social e crítica, em seu compromisso com uma reflexão sobre as relações de poder e de exploração econômica características das sociedades capitalistas (McGuire 1992, Orser; Fagan 1995, Bate 1998, Leone 1998); e da arqueologia industrial, entendida enquanto o estudo dos bens e das relações de produção (Komesaroff 1980, Palmer, Neverson 1998; Cossons 2000). Uma luz para um Bom Abrigo Ponto de referência náutica desde o princípio do processo de Conquista do território sul-americano pelos agentes europeus, a Ilha do Bom Abrigo, localizada no litoral sul do atual estado de São Paulo, recebeu, em 1886, uma estrutura faroleira que foi ali instalada pelo então governo imperial. Longe de se caracterizar como uma ação isolada, o soerguimento desse equipamento de sinalização náutica esteve atrelado a um processo mais amplo de gran-


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des investimentos em equipamentos infraestruturais de transporte que modificaram profundamente as paisagens flúvio-marítimas do país, entre meados e o fim do século XIX. No que se refere a esse trecho do litoral paulista, os fatores motivadores desse processo estão relacionados tanto à intervenção ativa dos agentes dinâmicos locais, quanto a uma nova postura das políticas públicas adotada pelo então governo imperial. Com relação à primeira situação, durante os oitocentos, essa porção do litoral paulista viveu um importante momento de crescimento e dinamização econômica provocada pela instalação de grandes engenhos voltados para a monocultura do arroz que passaram a ocupar vastas áreas da região do Baixo Vale do Ribeira, cujas exportações transformaram o porto de Iguape em um dos mais movimentados da Província (Valentim, 2006). Ao mesmo tempo, em consonância com esses interesses, pôs-se em marcha um grande movimento nacional que visou a modernização das estruturas produtivas no intuito de superar antigas limitações coloniais. A construção do novo regime político, caracterizado pela proposta de uma forte centralização, transformou o Estado no principal agente de fomento e dinamização econômica. O novo status político do Brasil e as transformações implementadas pelos países europeus, que determinaram novos “modelos” a serem seguidos e atingidos, geraram a necessidade de adoção de novas políticas desenvolvimentistas, que se manifestaram, principalmente, através de expressões materiais de natureza infraestrutral. Apesar dos enfoques históricos recorrentemente privilegiarem a infraestrutura ferroviária como o principal símbolo tecnológico do período, foi no “Mar” e nas vias aquáticas a ele associadas que surgiram as primeiras expressões desse processo, já que esses ainda eram os principais vetores de comunicação e deslocamento disponível. Como muito bem resume o geógrafo David Harvey, baseando-se em Karl Marx: No contexto da acumulação em geral o aperfeiçoamento do transporte e da comunicação é visto como inevitável e necessário. ‘A revolução nos meios de produção da indústria e da agricultura tornaram necessária a revolução [...] nos meios de produção da indústria mecânica, pela criação de um sistema de barcos fluviais a vapor, estradas de ferro, navios oceânicos a vapor e telégrafos’ (Marx 1967, vol. 1:384). O imperativo da acumulação implica consequentemente no imperativo da superação das barreiras espaciais: ‘Quanto mais a produção vier a se basear no valor da troca (portanto, na troca), mais importante se tornam as condições físicas da troca —os meios de comunicação e transporte— para os custos de circulação. Por sua natureza, o capital se impulsiona além de todas as barreiras espaciais. Assim, a criação das condições físicas da troca [...] torna-se uma necessidade extraordinária para isso’ (Marx, 1973:524). O modo capitalista de produção fomenta a produção de formas baratas de comunicação e transporte [...] (2006:50).


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Novos sistemas de propulsão naval, novos navios, novos equipamentos portuários, novas estruturas de controle, todos esses elementos materiais, estatais e/ou privados, fizeram parte do que Harvey bem qualifica de “[...] a criação obrigatória da paisagem geográfica para facilitar a acumulação através da produção e da circulação” (2006:73). Na região de interesse deste estudo, no que se refere aos equipamentos flutuantes, por exemplo, nesse período assistiu-se ao processo de transição entre as embarcações à vela, de cunho mais tradicional, para aquelas movidas à propulsão mista ou vapor, fruto das novas tecnologias desenvolvidas pela Revolução Industrial, como foi o caso do Conde D’Áquila, navio naufragado junto ao porto de Cananéia em 1858 (Rambelli 2003). Além disso, novas instalações portuárias foram edificadas nos dois centros urbanos do Baixo Vale do Ribeira. Durante esse período, Iguape sofreu uma completa reformulação de seu sistema portuário que incluiu não só a construção do “Porto Grande”, um cais de pedra junto ao Mar Pequeno, mas também a abertura do famoso “Valo Grande”, canal de ligação entre o rio Ribeira de Iguape e o referido Mar Pequeno. Da mesma forma, em Cananéia, além da construção do farol junto a barra de Itacoatiara, durante a década de 1880 o cais do mercado era edificado (Scatamacchia et al. 1994, Scatamacchia 2003, 2005; Prestes 2004, Bava-de-Camargo, 2009).

Figura 1.

Vapor atracado no Cais do Mercado de Canenáia nos anos 1920. Fonte: Bava de Camargo 2009.


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É exatamente nesse contexto que devemos inserir o já referido farol do Bom Abrigo. Peça integrante de uma ampla rede infraestrutural de sinalização, de caráter macrorregional e mesmo internacional, essa estrutura faroleira foi agente ativo na implantação e operacionalização de uma nova ordem marítima e capitalista na região. É certo que o uso de sinais luminosos para a orientação de navegantes remonta às próprias origens da navegação (Dantas, 2000) e não podem ser, portanto, caracterizados enquanto uma novidade oitocentista no mundo náutico. Mais ainda, estruturas de sinalizações esporádicas e independentes existiram no território brasileiro muito antes desse período, como foi o caso do Farol da Barra, de Salvador (Dantas 2000, Baez, 2010). Entretanto, tais ações eram pontuais e de alcance limitado, não podendo ser comparado às políticas públicas sistemáticas dos Estados Nacionais do século XIX, e aos efeitos delas provindos. O modelo surgido no século XIX foi fruto da vontade de um poder central organizado e cada vez mais presente como força reguladora e definidora das bases de produção econômica e dos parâmetros de comportamento social, e o espaço construído foi um dos instrumentos mais utilizados para moldar uma nova realidade social e produtiva. Nesse sentido, mais do que contribuir para a segurança da navegação em geral, os faróis marítimos representaram, também, a formação de um sistema de gestão dos espaços marítimos e da faina náutica. Nesse sentido, as redes de faróis, ao definirem novos referenciais de orientação, significaram a definição de rotas de navegação específicas e a homogeneização dos procedimentos de circulação, o que possibilitou um maior controle do trânsito de nautas e embarcações e, consequentemente, a fiscalização e o controle de cargas, pessoas e mesmo ideias. Assim sendo, o sistema de circulação marítima, materializado através dos faróis, representa o avanço das relações de produção capitalista “industrial” sobre o universo náutico. Enquanto instrumento de orientação com amplo alcance espacial, os faróis náuticos punham em xeque os antigos usos e costumes do mar, e, com isso impunham um novo “saber náutico” e uma nova temporalidade de operação, baseada em ritmos menos “naturais” e mais “artificiais”. Tempo é dinheiro e correntes e ventos são empecilhos ao bom andamento das necessidades produtivas e comerciais, sendo substituídos pela máquina que moldava a natureza em favor dos desígnios humanos. Não mais apenas o saber prático e tradicional operacionalizado através das estrelas ou da conformação morfológica da paisagem litorânea serviam, então, de guias para as rotas marítimas (sobre isso veja Duran, 2008), tendo sido substituído pelo longo alcance das luzes de sinalização faroleiras, acessíveis mesmo às tripulações menos experientes e/ou não familiares com as condições marítimas locais. A intenção era a de superar todas as barreiras à circulação de mercadorias e pessoas e ao bom andamento de uma nova dinâmica socioe-


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conômica cada vez mais dependente da interação entre diferentes setores da cadeia de produção e consumo que marca o sistema capitalista. O Farol do Bom Abrigo faz parte desse esforço no âmbito do território brasileiro, como podemos perceber através das informações prestadas por Almiro Reis (1913), que dão conta da construção de nada menos que setenta e sete unidades faroleiras ao longo da costa brasileira durante o século XIX. O caráter estatal desses equipamentos de sinalização teve seu reflexo na própria complexidade tecnológica dessas unidades. No que se refere à arquitetura, diferentemente das estruturas temporárias e improvisadas dos séculos XVII e XVIII, geralmente caracterizadas por uma ampla, porém simples estrutura de combustão erguida ao ar livre em pontos elevados da costa (Reis 1913, Dantas 2000), esses novos equipamentos da cultura naval passaram a apresentar um alto grau de especialização, com a realização de vultosos investimentos de capital fixo, empregados na construção de edifícios e torres especificamente destinados a essa atividade, onde operavam equipamentos importados sofisticados. O farol do Bom Abrigo não foi diferente e envolveu importantes obras de engenharia que provocaram significativas transformações na paisagem insular do Bom Abrigo, com a instalação de estruturas de alvenaria e a construção de vias de circulação para atender às novas demandas funcionais desse posto de sinalização.

Farol do Bom Abrigo: uma abordagem arqueológica Instalado sobre o topo do morro ocidental da Ilha do Bom Abrigo, a estrutura do farol foi planejada para tirar proveito da cota altimétrica daquela unidade insular, com cerca de 130 metros de altura, o que possibilitava a potencialização dos efeitos de visualização para aquelas embarcações transitando em águas mais profundas e distantes. Apesar de sabermos que sua construção original data de 1886, o parque arquitetônico atualmente ali edificado é de um período bem mais recente, tendo sido erguido entre 1954-1956, como consta de um documento original consultado na pasta-arquivo referente a esse “próprio nacional”, na Capitania dos Portos de Santos. Infelizmente, as prospecções de superfície e subsuperfície ali realizadas não permitiram a identificação de quaisquer elementos estruturais mais antigos associados às primeiras conformações arquitetônicas daquela unidade faroleira. A despeito disso, dados textuais e iconográficos a cerca das estruturas originais nos permitem tecer considerações sobre essa materialidade pretérita. Nesse sentido e tomando como base as propostas de uma arqueologia histórica baseada na correlação equitativa de diferentes fontes de informação (Orser 1996, Andrén 1998, Moreland 2001), construímos uma proposta de interpretação arqueológica acerca dos aspectos funcionais e simbólicos dessa unidade faroleira em particular, tanto do ponto de vista sincrônico quanto dia-


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crônico. Assim, ao mesmo tempo em que as diferentes bases de dados nos permitiram considerar contextos cronológicos específicos do farol, também nos possibilitaram realizar uma análise comparativa entre os diferentes momentos construtivos do mesmo. Nossa primeira fonte de informação é a breve descrição que Almiro Reis inclui em sua obra. Oficial da Marinha do Brasil, Reis teve acesso aos arquivos oitocentistas militares relacionados aos diferentes equipamentos de sinalização náutica existentes no litoral brasileiro, e produziu um importante resumo sobre suas trajetórias históricas e suas características materiais e técnicas. Segundo suas informações, o farol do Bom Abrigo teria: Torre de pedra e cal bem como as casas dos pharoleiros sufficientemente espaçosa, construída na parte culminante da ilha [...] Foi preparado um caminho apropriado até o pharol, através da densa mata que foi derrubada em grande extensão para desimpedir a luz do pharol em todo o horisonte [...] A torre é de alvenaria e tem a forma quadrangular; está comprehendida na casa dos pharoleiros, é pintada de branco, bem como a mencionada casa (Reis, 1913:64).

Esses dados são corroborados por Paulino de Almeida (1938) em seu estudo histórico sobre a ilha do Bom Abrigo, onde podemos divisar, também, duas importantes imagens dessa estrutura, que nos possibilitam travar um contato com as características físicas e arquitetônicas do edifício original, além de um rápido vislumbre do cotidiano a ele associado. Como se percebe claramente nas fotos, a configuração do farol se coaduna perfeitamente com a descrição feita por Almiro Reis, mantendo a composição da torre retangular associada à própria casa do faroleiro. Na primeira fotografia, o edifício parece recém pintado, mantendo uma aparência de novo, o que sugere que tenha sido tirada logo após uma das reformas realizadas, provavelmente a de 1903. Esse tipo de configuração com base em um partido arquitetônico unificado parece ser típico do século XIX e mesmo das primeiras décadas do XX, com a ocorrência de exemplos similares construídos na mesma época na Europa e Estados Unidos. Em geral essa tipologia está presente em faróis marítimos alocados em áreas que apresentam poucos espaços planos para a construção de várias edificações, como penínsulas, promontórios, bancos de areia e pontas rochosas, mas não é a tônica para aquelas unidades alocada em terra ou ilhas de maiores dimensões (Hauge 1994). A despeito do terreno acidentado da Ilha do Bom Abrigo, essa não parece ter sido a razão para a adoção desse tipo de partido arquitetônico, uma vez que alterações de meados do século XX implicaram na construção de múltiplas edificações. O que parece estar em questão, aqui, é a necessidade de um maior racionalismo econômico onde o partido arquitetônico integrado multifuncional, demonstra uma clara preocupação com a redução de custos de investimento


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em capital fixo. Isso se adequava perfeitamente às necessidades de um projeto de nível nacional, que exigia a criação não apenas de uma única unidade, mas de vários exemplares ao longo da costa. O estilo decorativo do edifício, com seus frontões triangulares de inspiração neoclássica adornando as envasaduras, também indica a tentativa do regime brasileiro em equiparar-se aos modelos europeus e às pretensas virtudes berço civilizador grecoromano, tão significativo para um regime monárquico e imperial.

Figura 2.

Farol do Bom Abrigo em sua primeira conformação arquitetônica. Fonte: Almeida 1938.


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Outro aspecto importante de ser observado diz respeito ao aparelho de iluminação instalado no farol da Ilha do Bom Abrigo. Quando inaugurado em 1886, esse posto de sinalização náutica operava com um sistema de iluminação ainda baseado nos modelos de candeeiros alimentados por uma fonte energética a base de óleo. Esse equipamento havia sido instalado primeiramente no farol da Ilha Rasa, na entrada da Baía da Guanabara, Rio de Janeiro, em 1829, sendo substituído, ali, por um novo aparato com base na luz elétrica, em 1883 (Reis 1913, p. 22, 64). Schiffer (2005) já abordou a questão das diferenças entre essas duas tecnologias de iluminação faroleira a partir de matrizes comparativas de desempenho, chegando à conclusão que a relação custo X benefício parece não ter justificado a adoção da eletricidade, pelo menos no que se refere ao século XIX. Segundo ele, apesar de garantir uma melhor qualidade para o sinal luminoso, as demandas por investimentos significativos em manutenção, arquitetura e mão-de-obra não permitiram sua adoção em larga escala, o que fez com que pouco menos de trinta unidades faroleiras em todo o mundo apresentassem esse tipo de tecnologia em 1895. Ainda segundo sua interpretação, a adoção da eletricidade nessas unidades pontuais precisa ser entendida não a partir de seu poder enquanto fonte energética, mas a partir do valor simbólico agregado a esses equipamentos náuticos, representantes, como o eram, do poder estatal que os mantinha. A trajetória do equipamento de iluminação do farol do Bom Abrigo parece corroborar essa interpretação; sua substituição por um sistema elétrico quando ainda integrava a estrutura do farol da Ilha Rasa, referência do principal porto brasileiro e capital do Império (o Rio de Janeiro), demonstra essa mesma preocupação em associar o governo imperial às mais recentes inovações tecnológicas e apresentar uma imagem poderosa do regime. Da mesma forma, o reaproveitamento desse velho equipamento em uma nova estrutura faroleira que então se constituía, parece refletir a mesma postura oitocentista de manutenção da antiga tecnologia como padrão para a maioria desses instrumentos de sinalização marítima. É certo, entretanto, que o fato de que esse aparato já contava com 54 anos de serviço quando transferido para o Bom Abrigo indica algo a mais do que a simples opção por uma tecnologia estabelecida, indica aquela já mencionada necessidade de um maior racionalismo econômico por parte de um Estado agrário e de recursos limitados, bem diferente do Brasil pujante e moderno que se buscava apresentar. Essa comparação entre os sistemas de iluminação que compuseram, de um lado, o farol da Ilha Rasa, e de outro, o farol da Ilha do Bom Abrigo, nos permite tecer outra consideração, dessa vez sobre uma hierarquização desses espaços litorâneos. Nesse sentido, o sistema tradicional e desgastado da Ilha do Bom Abrigo demonstra a importância secundária que aquela porção do litoral sul e o trânsito marítimo a ela associado assumia para o gover-


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no imperial, em contraste com a tecnologia de ponta do sistema elétrico instalado no litoral central do Rio de Janeiro, capital do Império. Sendo assim, mais do que um instrumento de navegação, o farol refletia, também, uma diferenciação social onde a corte, o centro do poder, era sempre servida pelas melhores tecnologias, ficando as demais regiões do país, dependentes das oportunidades que se apresentassem. O breve Memorial Histórico que integrou o processo de registro da ilha como “próprio nacional”, também presente nos arquivos da Capitania dos Portos de Santos, faz menção à realização de apenas duas reformas, uma no ano de 1903 e outra em 1939, sem referir-se a qualquer alteração de local ou configuração arquitetônica. Além disso, essa unidade sofreria ainda uma grande reestruturação em 1939, e uma total reconstrução entre 19541956. Tais investimentos só se explicam justamente porque o Bom Abrigo continuou a ser um ponto importante para a navegação em geral. Os resultados da intervenção de 1939 podem ser vistos na segunda foto apresentada por Paulino de Almeida, onde podemos observar a significativa alteração na torre, que foi ampliada dos 12 metros originais para uma altura de 16 metros, e que, em sua parte superior, deixava seu padrão quadrangular e tornava-se circular. A alteração parece estar vinculada à adequação das estruturas a um novo aparelho de iluminação que, por ser mais potente, poderia ampliar o raio de ação dessa unidade de sinalização, o que justificaria o aumento na altura do edifício. Esse novo equipamento certamente seria com base na tecnologia da luz elétrica, como atestam os postes de madeira que levam a fiação em direção à casa e ao farol. Por sua vez, as intervenções realizadas entre 1954 e 1956 trouxeram a essa unidade faroleira, uma completa reorganização. Mais do que a simples atualização tecnológica, o que percebemos é a criação de uma configuração completamente nova dos espaços, fruto de uma reorganização do sistema de trabalho. São desse período os restos edificados bem preservados que atualmente ainda persistem na Ilha e que nos garantem uma ótima idéia desse último estágio em que o farol ainda não havia sido totalmente automatizado. Esse segundo momento do farol implicou na adoção de um novo partido arquitetônico, dessa vez composto por um conjunto de cinco estruturas complementares. Em primeiro lugar, a torre faroleira, de formato octogonal, passou a ocupar uma posição isolada em relação aos demais edifícios; em seguida, duas novas estruturas residenciais com planta padrão de três quartos, uma cozinha e um banheiro, substituindo a antiga casa; intermediando as duas residências, um escritório/sala de rádio, complementado por uma casa de força, onde estava instalado o gerador; na praia de desembarque da ilha, e bem distante das demais estruturas, encontrava-se ainda, um depósito para peças de reposição.


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Figura 3.

Farol do Bom Abrigo após a ampliação de sua torre. Fonte: Almeida 1963.

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Em comparação com a antiga edificação, o novo partido arquitetônico faroleiro representava um esforço claro no sentido de uma especialização ainda maior do espaço de trabalho. A alteração mais evidente e de maior impacto, acreditamos, está na busca por uma completa separação entre as áreas de trabalho e as áreas de vivência. Desse modo, a multifuncionalidade arquitetônica da torre associada à residência dos faroleiros foi substituída pela criação de um complexo, onde casas e farol ocupavam prédios e áreas distintas. Essa separação parece indicar uma mudança no próprio padrão de compreensão da sociedade sobre o papel das atividades profissionais na vida social. Não mais considerada uma prática associada à família e ao espaço doméstico, o “trabalho” passava a ser encarado como um elemento externo, que requeria um ambiente próprio e adequado, distante das distrações e das intervenções da vida familiar. Essa característica contrasta claramente com o contexto apresentado pela segunda foto apresentada por Paulino de Almeida. Diferentemente da proposta arquitetônica dos anos cinquenta (século XX), esse registro fotográfico apresenta um vislumbre da vida quotidiana dos faroleiros e suas famílias, onde fica evidente a associação quase que completa entre a esfera profissional e a esfera familiar. Ainda que exista uma diferenciação vertical com a torre definindo o principal espaço de trabalho e o térreo o espaço familiar, a extrema proximidade e a quase inexistência de barreiras físicas entre eles demonstra que os limites entre eles não eram tão importantes. Tudo isso mudou com a instalação da torre em um local específico e com a criação dos demais espaços especializados, o escritório, para as atividades administrativas, e os depósitos e a usina de energia, que deveriam ser utilizados apenas por aqueles indivíduos envolvidos na faina faroleira. Acreditamos que essa diferenciação reflita, também, a mudança que se operou nessa unidade, com a substituição do trabalho civil pela mão-de-obra militar. Não conseguimos obter informações específicas de quando essa mudança teria ocorrido no Bom Abrigo, mas sabemos que até a reforma de 1939, quando a torre foi aumentada, os faroleiros ainda eram recrutados junto à população civil, como atesta a foto de Paulino de Almeida. Nesse sentido, a passagem da operação para uma corporação militar teria sido um dos motivos para a total transformação do espaço faroleiro, dessa vez, refletindo os princípios de ordem e especialização associados às práticas militares de operação e administração. Talvez isso explique ainda a segmentação do próprio espaço de trabalho em unidades menores.


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Figura 4.

Atual torre do farol do Bom Abrigo.

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Conclusão A partir de tudo que foi exposto acima, o que se percebe é que o Farol do Bom Abrigo representou a busca pela construção de uma ordem mercantil/capitalista “fabril” no mar, nem sempre em sintonia com as tradições marítimas do período moderno. Sem dúvida, o farol é aquela estrutura que melhor representa o controle estatal do mar ao intrometer-se na vastidão oceânica e levar em seu feixe de luz os ditames da ordem terrestre, indiferente às tempestades e ventos, ao ritmo da faina marítima tradicional, e atrelada a demandas cada vez mais exigentes em termos de urgência na circulação de bens e pessoas. Década após década, ele foi readaptado para funcionar dentro das sucessivas tecnologias e das novas relações de produção organizadas pelo sistema capitalista. Mas este trabalho não se conclui como uma ode a um tempo perdido ou a um tempo passado. O farol do Bom Abrigo é antes de tudo uma estrutura marítima com 129 anos de existência e que continua ainda hoje a mostrar sua importância e sua força, mantendo-se em pleno uso. Se o farol, hoje, não abriga mais um contingente permanente que dê vida ao complexo funcional como um todo e que justifique o uso das estruturas outrora ocupadas, sua torre octogonal e automatizada, continua a funcionar e a guiar as embarcações ao longo do litoral, em demanda do porto de Paranaguá e de seu abrigo. Da mesma maneira, a proteção de seu principal ancoradouro, a Enseada da Prainha, não perdeu sua utilidade e continua a abrigar uma vasta e diversificada frota de embarcações. Agradecimentos Agradeço à Profª Maria Cristina Mineiro Scatamacchia e aos colegas Gilson Rambelli, Flávio Calipo, Paulo Bava e Ricardo Guimarães, pelas discussões e cooperação nos trabalhos desenvolvidos, à Fundação de Amparo à Pesquisa do Estado de São Paulo (FAPESP) pelo suporte financeiro à minha pesquisa de doutoramento que embasou este artigo, e à Marinha do Brasil, por sua disposição em colaborar com as pesquisas de arqueologia faroleira. Bibliografía Adams, J. 2002 “Maritime Archaeology”, in Charles E. Orser, Jr. (ed.), Encyclopedia of Historical Archaeology, London, Routledge, pp. 328-330. Almeida, A.P. de 1938 “Bom Abrigo”, Revista do Instituto Histórico e Geográfico de São Paulo, vol. 34, pp. 39-108.


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Definición de la Revista de Arqueología Americana La Revista de Arqueología Americana fue creada por el Comité de Arqueología, de la Comisión de Historia del IPGH y publicó su primera edición en 1990. El objetivo de la Revista es ofrecer temas relacionados con la investigación arqueológica de las distintas regiones americanas. Además, los contenidos están presentados en dos volúmenes: uno sobre América del Norte y Central, otro desarrollando el tema para América del Sur y Caribe. La Revista es temática, siendo publicados artículos en las cuatro lenguas americanas (español, inglés, francés y portugués), cada uno de ellos presenta un resumen en estos idiomas. Los temas elegidos son aquellos objetos de debate en los círculos académicos y pretenden mostrar la situación en el panorama americano. Los artículos del cuerpo principal de la Revista se realizan a través de invitación a los expertos en los temas en cuestión. Los primeros 12 volúmenes trataron del desarrollo cultural de todo el continente. Después, fueron discutidos algunos temas más específicos incluyendo diferentes aspectos de la tecnología precolombiana. El último tema discute la relación de cambios climáticos y la tecnología antigua. Sistema de Arbitraje El Consejo Editorial está compuesto por profesionales de diversas regiones americanas, que ayudan en la identificación de los expertos y de los artículos recibidos. Instructivo para autores Los lineamientos generales para presentar trabajos a ser publicados, son los siguientes: • • • • • • • •

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Revista de Arqueología Americana No. 30

Los artículos deben ser colocados en la plantilla correspondiente, cada una de las revistas cuentan con una específica la cual puede ser solicitada al editor responsable o al Departamento de Publicaciones en la Secretaría General. Se debe utilizar el sistema de citado que inserta dentro del texto la referencia entre paréntesis (apellido del autor, año y número de páginas). Asimismo van en una sección aparte (Bibliografía) al final del artículo, se elaborará a la manera anglosajona, ordenada alfabéticamente con base en el apellido paterno de los autores, en caso de ser dos o más autores, a partir del segundo se anotarán dando inicio por el nombre(s) de cada uno seguido del apellido, separándolos por coma. En la siguiente línea con sangrado de párrafo francés se colocará el año, cuando se trata de un artículo va entre comillas, incluir en cursivas el título de la obra, en rectas se anotan la editorial, ciudad y número de páginas. Cuando haya más de una obra escrita por el mismo autor, éstas deberán ordenarse cronológicamente de acuerdo con la fecha de publicación de las mismas. Si hay más de una obra escrita por el mismo autor en el mismo año éstas deberán diferenciarse con una letra minúscula (1999a, 1999b, 1999c) ejemplo: Constandse-Westermann, T.S. y R.R. Newell 1991 “Social and Biological Aspects of the Western European Mesolithic Population Structure: A Comparison with the Demography of North American Indians”, The Mesolithic in Europe, Ed. Clive Bonsall, Edinburgh University Press, Edinburgh, pp. 106-115. Todos los autores deberán atenerse a estos lineamientos. Los artículos deben enviarse a la Editora de la Revista de Arqueología Americana, quien los someterá a dictamen anónimo de dos especialistas e informará el resultado a los autores en un plazo no mayor de un año. Dra. Maria Cristina Mineiro Scatamacchia Museu de Arqueología e Etnología da Universidade de São Paulo Av. Profesor Almeida Prado 1466 - Cidade Universitaria 055506-900 São Paulo, SP, Brasil Teléfono: 55 11 3091-4977 / Correo electrónico: scatamac@usp.br

No se devolverá el material enviado. Función editorial del Instituto Panamericano de Geografía e Historia

Además de la Revista de Arqueología Americana, el IPGH publica cinco revistas, impresas y distribuidas desde México. Estas son: Revista Cartográfica, Revista Geográfica, Revista de Historia de América, Antropología Americana y Revista Geofísica. La Secretaría General invita a todos los estudiosos y profesionales de las áreas de interés del IPGH: cartografía, geografía, historia, geofísica y ciencias afines, a que presenten trabajos de investigación para publicarlos en nuestras revistas periódicas. Si requiere mayor información, favor de comunicarse con: Mtra. Julieta García Castelo Departamento de Publicaciones de la Secretaría General del IPGH Ex-Arzobispado 29 / Colonia Observatorio / 11860 Ciudad de México Tels.: (+52-55) 5277-5888 / 5277-5791 / 5515-1910 Correo electrónico: publicaciones@ipgh.org


Edición del Instituto Panamericano de Geografía e Historia realizada en su Centro de Reproducción Impreso en CARGRAPHICS RED DE IMPRESION DIGITAL

Calle Aztecas núm. 27 Col. Santa Cruz Acatlán Naucalpan, C.P. 53150 Edo. de México Tels: 5363-0090 5373-5529 2016


AUTORIDADES DEL INSTITUTO PANAMERICANO DE GEOGRAFÍA E HISTORIA 2013-2017 PRESIDENTE VICEPRESIDENTE

Ing. Rigoberto Magaña Chavarría Dr. Roberto Aguiar Falconi

El Salvador Ecuador

SECRETARIO GENERAL Dr. Rodrigo Barriga-Vargas Chile

E S TAD O S

MIEMBROS DEL INSTITUTO PANAMERICANO DE GEOGRAFÍA E HISTORIA

Argentina Belice Bolivia

EL IPGH, SUS FUNCIONES Y SU ORGANIZACIÓN El Instituto Panamericano de Geografía e Historia (IPGH) fue fundado el 7 de febrero de 1928 por resolución aprobada en la Sexta Conferencia Internacional Americana que se llevó a efecto en La Habana, Cuba. En 1930, el Gobierno de los Estados Unidos Mexicanos construyó para el uso del

COMISIÓN DE CARTOGRAFÍA (Uruguay) Presidente: Dr. Carlos López Vázquez

COMISIÓN DE GEOGRAFÍA (Estados Unidos de América) Presidenta: Geóg. Jean W. Parcher

IPGH,

el edificio de la calle Ex Arzobispado 29,

Brasil

Tacubaya, en la ciudad de México.

Chile

En 1949, se firmó un convenio entre el Instituto y el Consejo de la Organización de los EstadosAmericanos y se constituyó en el primer organismo especializado de ella.

Colombia

Vicepresidente: Mg. Yuri Sebastián Resnichenko Nocetti

Vicepresidenta: Dra. Patricia Solís

COMISIÓN DE HISTORIA (México) Presidenta: Dra. Patricia Galeana Herrera

COMISIÓN DE GEOFÍSICA (Costa Rica) Presidente: Dr. Walter Fernández Rojas

Vicepresidente: Dr. Adalberto Santana Hernández

Vicepresidente: M. Sc. Walter Montero Pohly

COMITÉ DE ANTROPOLOGÍA Y ARQUEOLOGÍA Dr. Ernesto Vargas Pacheco MIEMBROS ACTIVOS* Y CORRESPONDIENTES Argentina Belice Bolivia Brasil Chile Colombia Costa Rica Ecuador El Salvador Estados Unidos Guatemala Haití Honduras México Nicaragua Panamá Paraguay Perú Rep. Dominicana Uruguay Venezuela

El Estatuto del IPGH cita en su artículo 1o. sus fines:

Costa Rica 1) Fomentar, coordinar y difundir los estudios cartográficos, geofísicos, geográficos e

Ecuador El Salvador Estados Unidos de América Guatemala Haití

históricos, y los relativos a las ciencias afines de interés paraAmérica. 2) Promover y realizar estudios, trabajos y capacitaciones en esas disciplinas. 3) Promover la cooperación entre los Institutos de sus disciplinas en América y con las organizaciones internacionales afines. Solamente los Estados Americanos pueden ser miembros del IPGH. Existen también las categorías de Observador Permanente y Socio Cooperador del

IPGH.

Actualmente son

Observadores Permanentes: España, Francia, Israel y Jamaica.

Honduras El IPGH se compone de los siguientes órganos panamericanos:

* Dr. Rodolfo Adelio Raffino México

* Lic. David Pereira * Dra. Ma. Cristina Mineiro S. * Dra. Eliana Durán Serrano

* Dr. Eduardo Almeida * Lic. Gregorio Bello Suazo * Dr. William Fowler

Nicaragua

Dr. Carlos Aldunate del Solar

Dr. José Echeverría Arq. María Isaura Arauz Dr. Daniel Rogers

Panamá Paraguay

Uruguay

* Prof. Luis Almanza

Prof. Richard Cooke

* Dr. Javier Ávila Molero * Sr. José G. Guerrero * Dra. Susana Monreal * Lic. Rodrigo Navarrete

Arqueólogo Pedro Espinoza Pajuelo

Lic. Alejandro López

Cartografía Geografía Historia Geofísica

(Uruguay) (EUA) (México) (Costa Rica)

Perú República Dominicana

* Ing. Tomás Rojas * Dr. Ernesto Vargas Pacheco

1) Asamblea General 2) Consejo Directivo 3) Comisión de:

Venezuela

4) Reunión deAutoridades 5) Secretaría General (México, D.F., México) Además, en cada Estado Miembro funciona una Sección Nacional cuyos componentes son nombrados por cada gobierno. Cuentan con su Presidente, Vicepresidente, Miembros Nacionales de Cartografía, Geografía, Historia y Geofísica.


2015 Insights into Human Adaptation to Climate Change: Annual Climate Fluctuations and Technological Responses in the Hudson Bay Lowlands of Ontario, Canada Jean-Luc Pilon • Aportes al estudio del cambio tecnológico en sociedades cazadoras-recolectoras: un enfoque integrador Nélida Marcela Pal, Myrian Rosa Álvarez, Ivan Briz i Godino y Adriana Edith Lasa • Tecnologia, organização social e meio ambiente Maria Cristina Mineiro Scatamacchia • Adaptación tecnológica a los cambios climáticos en la región del Río Candelaria, Campeche, México Ernesto Vargas Pacheco • Adaptación tecnológica a los cambios climáticos en los Andes Peruanos Miguel Antonio Cornejo Guerrero • Determinación de pisos arqueológicos en una vivienda doméstica del Primer Milenio D.C. (Tucumán, Argentina) Mario A. Caria y Nurit Oliszewski • Datación de Cerámica del Tigre-Campeche por el Método de Termoluminiscencia Pedro R. González Martínez, Ernesto Vargas Pacheco, M. Rigel de la Portilla Quiroga, Demetrio Mendoza Anaya, Ángel Ramírez Luna y Peter Schaaf • Luzes da Ribalta: Arqueologia de um Farol no Sudeste do Brasil Leandro D. Duran

ISSN 0188-3631

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2015

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Instituto Panamericano de Geografía e Historia


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