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Sábado 24 de enero de 2015

LECTURAS RACIONES DE LETRAS POR JOSÉ RAFAEL LANTIGUA

D

e los fundadores de naciones cuyas biografías conozco, no he encontrado uno que haya sido más empequeñecido y maltratado que Juan Pablo Duarte. Ha sido el suyo un destino apesarado. Una obstinada actitud de desmedrar su obra en la construcción del ideal que dio nacimiento a la República. Una tarea que se ha sostenido sobre rieles alevosos desde los momentos iniciadores del proceso conspirativo en procura de la separación del estado haitiano, hasta nuestros nublados días cuando intentar elevar los valores de la nacionalidad parece un juego de filorios apestados, y cuando nombrar a Duarte parece en no pocos círculos de influencia, una actitud políticamente incorrecta. Tiempos no lejanos hubo, y tal vez subyacen aún, en que se intentó, desde cenáculos historicistas, darle un lugar menos relevante en la ilustre lista de los fundadores y restauradores de la patria. (Patria, por cierto, otro vocablo innombrable, que se asume a veces como un simple evento de la retórica). Y fue así como Duarte fue casi desterrado, para dar paso a otras figuras sobresalientes de nuestra historia. Era como si buscásemos guerreros y no idealistas, machos probados en los campos de batalla a fuego y sangre, y no hombres forjados en altos ideales y en principios que han sido sustanciales -¿o tal vez no?- en la forja de la nación y su destino. Me sacude mis fibras de dominicano que sigue creyendo en la fe que impulsó el padre fundador y que germinó hace ciento setenta y un años, escuchar a mi vera que Duarte y la nacionalidad es un tema a postergar para un mejor momento, y que estemos propagando desde distintos escenarios públicos y privados, que la defensa o contradefensa de esa nacionalidad habrá de ser tema de campaña electoral, como si estuviésemos aún en los tiempos clandestinos de los trinitarios, cuando aprovechando las festividades marianas de la Virgen del Carmen juraron promover el ideal separatista y fundar la República en la casa de Chepita Pérez.

DUARTE:

¿POLÍTICAMENTE INCORRECTO? RAMÓN L. SANDOVAL

No debiéramos haber llegado tan lejos. El legado duartiano ha debido ser intocable. A menos que la prédica contra el destino nacional y el ideario del padre fundador haya logrado traspasar la barrera del tiempo y hacerse escuchar a través de mucho más de una centuria. Humillado, apocado durante tanto tiempo, hemos seguido la línea trazada por quienes le adversaron desde temprano y le colocaron grilletes a su voluntad patriótica y a su ideario reformador. En Duarte se cumple un destino insano y malévolo, a pesar de que ante los flechazos de heridas profundas e incurables, pudo este mártir del ninguneo histórico, del destierro no solo humano sino político, sobreponer un pecho de acero que aunque no pudo, o no supo, o no quiso, detener el morbo del dardo punzante, del agravio constante, sí logró retener junto al dolor de las lesiones injuriantes una humanidad inexpugnable que siempre fue puesta al servicio del hombre y de la patria. Decía el olvidado Julio Genaro Campillo Pérez que Duarte fue “uno de los libertadores más inmaculados y menos ambiciosos” y tal vez este sello no ha sido visto con beneplácito por representativos sociales de distintas procedencias que nunca han tenido a Duarte en su altar. Digámoslo ya sin ambages: Duarte nunca ha sido santo de la devoción de algunos de nuestros compatriotas, entre los cuales hay de prosapias y trayectorias sin dudas relevantes. Desde siempre, el patricio tuvo enconados detractores, virulentos opositores, sañudos adversarios que les proporcionaron muchos momentos desagradables, hasta verlo morir desilusionado, pobre y alejado de la patria que fundara. Algunos de sus enemigos jugaron roles descollantes en el sostenimiento de la independencia, aunque en casos destacados buscando el patrocinio extranjero, indecisos como estaban de que aquí pudiese fundarse y sostenerse una república independiente, criterio que a veces (Pasa a la página siguiente)


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