Chichería de José de la Cuadra

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José de la Cuadra

Chichería

Edición Horno


Chichería José de la Cuadra Edición: Horno Diagramación y diseño: Diana Torres Impresión: Producción Gráfica Quito - Ecuador Tiraje: 1000 ejemplares Junio, 2017


Índice prólogo

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Capítulo i “el ventarrón“

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capítulo ii “La ña mariana“

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Glosario

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Bibliografía josé de la cuadra

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Prólogo

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osé de la Cuadra formó parte del Grupo de Guayaquil y su literatura se convirtió en otro de los ejes cruciales que han determinado la tradición narrativa ecuatoriana a lo largo de todo el siglo XX. Este autor no solamente enmarca sus obras en el realismo social, sino que profundiza e indaga la existencia misma de las personas del campo ecuatoriano y de Guayaquil, ciudad que él consideraba como la “capital montuvia”. Cabe señalar que el crecimiento de la urbe guayaquileña, que se destacó por su pujanza comercial y crecimiento económico, le dio un sesgo de cosmopolitismo que fue muy bien aprovechado por José de la Cuadra, según se puede observar en sus relatos modernos de: Horno (1932) donde se despliega el cuento Chichería. El autor en el cuento chichería trata de relatar las circunstancias sociales que caracterizaban al pueblo en esa época y la convivencia que se da en una chichería cuando un trabajador se enamora de la dueña de la tienda y todos los hechos que surgen alrededor del lugar donde se vende propiamente la chicha.

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Capítulo I “El Ventarrón”

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Durante el día casi no había movimiento. La tienda dormía en su penumbra. Los barriles alineados, reposando sobre sus cajones de palo duro, que se asentaba en el suelo de piedra, daban una impresión extraña.

Redondos, ventripotentes, abía dos barricas grandes: tamaños, recordaban a esas “La Envidia” y “El Pescozón”. momias de obispos, ataviados Habrá, además, una serie de de pontificar, que se ven en barrilitos en varios portes las catacumbas de algunas pequeños, hasta algunos que catedrales serranas. parecían de juguetes o de muestrario, como, por ejemplo, Sólo la rueda a circunferencias “Lindy”. Todos estaban repletos negras sobre fondo claro, de buena chicha cogedora, plomizo, del tiro al blanco en diversos estados de para escopeta de mota, fermentación, según el día de rebrillava en la oscuridad de la llenada y la edad y madera de una esquina, como una pupila curiosa. A veces, algún rayo los envases. de sol cosquillante, juguetón, Se servía conforme a los gustos. metiéndose por los soportales hacía reir la dentadura apolillada Decía ña Mariana, la dueña: — Vea, Camacho a los del de “Maruja”, la pianola de marca reservado me les pone de “El Playatone”. Pescozón”. Esa gente quiere fuerte, como pa quemarse el Únicamente Camacho atendía en las horas diurnas. Na Mariana guargüero. dormitaba tras el mostrador, O, en otros casos: — Me les vacea de “La Envidia”. cuidando del negocio más con la Esa chicha no está muy templada presencia que con la vigilancia de los ojos entrecerrados. que digamo...

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Acudían, a la media tarde, muchachos que salían de las escuelas vecinas. Iban en rondas bulliciosas, peleándose y bromeando. Preferían la chicha suave y dulzona de “Lindy”. Alguno, mayorcito, que ya bordeaba la pubertad y fumaba su “Progreso”, mal liado, solicitaba chicha de “El Pescozón”, o de “La Envidia”. Camacho no hacía reparo; pero si se apercibía ña Mariana, lo impedía. — No; no quiero que se chumen y yerme en vainas. No es por nada pero la policía va a andar fregando si pasa algo. Na Mariana se consideraba una buena mujer, aunque su moral fuera un tanto latigueada. — Si quieren de “Lindy”, sí... Y era intransigente. En cambio, permitía que los chicos dispararan al blanco, apostándose sus centavitos, y les cobraba el “derecho de casa”.

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A las seis de la tarde se encendían los focos eléctricos. Por toda la tienda se diluía, en el aire, una claridad azulenca, lechosa, agradable a la vista, que era el reflejo de las luces en la pintura de los barriles.

A esa hora llegaba el sirviente que estuviera de turno, de los dos más que había: Cervantes y Rosado. Con algún retraso llegaba la pianolista. Esta decía llamarse Rosa Spencer y ser hija de ingleses y nacida en Valparaíso: era una prostituta pasada de moda, que Cuando les faltaba dinero, arrastraba su carne envejecida y les recibía a empeño incluso pintarreajada por los más bajos los libros de estudio; y, de no fondos del puerto. sacarlos a tiempo, los mandaba a vender en los caramancheles Por lo regular los clientes no de la orilla. aparecían hasta las siete.

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Casi todos los jornaleros de esa zona del Malecón, los fleteros, los embarcadores de frutas, los estibadores de carga en los buques extranjeros acudían. En ocasiones saltaba marinería de las naves surtas en la ría: era ésta una clientela selecta y preferida, que hinchaba de relucientes monedas y de grasientos billetes el cajón del mostrador. Había, además, con estos clientes, la ganancia del cambio. Los sábados por la noche el negocio era más productivo pero en el resto de la semana no eran despreciables las entradas. A cosa de las diez comenzaban a presentarse las mujeres. Na Mariana no las pagaba para que bailaran; pero ellas iban, sin embargo, acicaladas, propicias a la pesca de algún hombre que les diera de beber y les convidara la cena. En esta oportunidad de su venida se repartían las guitarras.

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Casi siempre concurrían los trovadores famosos del barrio, y se armaban concursos y contrapuntos. Cada cantor tenía sus partidarios, sus admiradores incondicionales, en oposición a los de otro. Estas rivalidades eran causa de peloteras, escándalos y aun combates cruentos, en los que los jarros hacían de proyectiles. Se murmuraban que más de una ocasión resultaron muertos en tales luchas. Hablábase de un pozo negro, no cegado, que dizque había en el traspatio de la chichería, y el cual era, según la afirmación musitada de los vecinos, una suerte de osario común. Lo único cierto que podía saberse es que no han sido pocos los barcos que hubieron de suprimir nombres en su rol al zarpar de Guayaquil, donde sus tripulaciones saltaron y fueron vistas, última vez, en la chichería de “El Ventarrón”.


Cuando aquellas algazaras se promovían, ña Mariana abandonaba su aspecto pacífico y su reposado continente, e intervenía con aires matoniles, esgrimiendo una porra de chonta. Vociferaba mientras repartía garrotazos a diestra y siniestra.

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Las risas de los circundantes advertíanla del juego de palabras en que había incurrido involuntariamente. - ¡Majaderos!.

Cuando decrecía el alboroto, ña Mariana ordenaba a las parejas que salieran al medo del baile y a los cantores que reanudaran — ¡Largo de aquí! ¿Me quieren sus cantos. dañar el negocio? Vayan a amolar a la perra que les parió! Sonaban los acordes breves de No se acordaban ante nadie por las guitarras; y, a poco, un voz fama de guapo que tuviera el aguardentosa gritaba a grito bullanguero. pelado el pasillo de moda. — Yo me les hey plantado a Cachasmaco y a Manyoma; ¿qué Soñé ser tuyo y en mi afán miedo les voy a tener a ustedes, tenerte desgraciaos? Presa en mis brazos, para siempre mía; Cachasmaco y Manyoma fueron Pero nunca soñé que, de unos terribles matones que, no perderte, ha muchos años, hicieron de A otro mortal la dicha sonreiría. las suyas en la Quinta Pareja. Cacahueros fornidos, sin técnica alguna boxeril siguieron la escuela de la pelea criolla que exaltara a su máximo apogeo el legendario Marcos Soriano. — Y a la policía también me la hey echado encima...

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Capítulo II “La Ña Mariana”

“Yo a vos, Camachito, te quiero mucho”.

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amacho estaba enamorado de la Mariana. Como él vivía en la misma tienda y se adjudicaba, a la mesa de la patrona, las sobras que dejaba ésta, tenía más oportunidades de verla que Cervantes y Rosado. De tanto verla se enamoró.

Con el entusiasmo agresivo de sus dieciocho años llenos, libidinosos de suyo y puros a la fuerza, describía las anchas gracias de la Mariana, sus grasosos encantos de multípara. Después se volvió más cauteloso y casi ni quería hablar de la patrona.

— ¡Déjense de joder! De repente alguien le va con el cuento y nos larga a los tres. Pero era un mal signo. Sucedía que ya Camacho no estaba enamorado, sino obsedido, Soñaba con Al principio le hacía confidencias enloquecido. la hembrota basta: la veía a los otros fámulos. embellecida, — Anoche la vide a la gorda, mejorada, desnudota. ¡Barajo que hay ofrecérsele sumisa, pasiva, alimento! ¡Es mujer como pa obediente. No era ya su patrona sino su esclava. Su cosa. pobre! La poseía; la poseía hasta Cervantes asentí a: — Si así vestida no ma’se le ve... quedar exhausto, agotado, Bien sacadah las’agua! Y popa’e precisamente como un barril de lancha, caray! ¡Pa un cuartel chicha vacío, vaciado. alcanza! Lo malo es que esto sólo Rosado inquiría detalles íntimos: acontecía en sueños, y Camacho — ¿Y es veyuda? ¿Y de qué comenzó a sufrir de poluciones gordo tiene las piernas acá, nocturnas y a enflaquecer espantosamente. fijate!, acá arriba? Camacho revelaba cuanto había Mientras tanto, el afán le aumentaba insaciable. visto.

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O también: — El camino que lleva con “eso” es más corto que el de la Lengua pa’irse al cementerio. Camacho se desentendía de las chanzas. No le importunaban ya. Se había ausentado de sí mismo. Su espíritu estaba nada más que Na Mariana acaso no se en sus miradas, y sus miradas se daría cuenta o acaso no le las llevaba la Mariana prendidas concedería importancia al en las curvas rotundas de las asunto. Los clientes sí notaban caderas pomposas, y en los el apasionamiento de Camacho, troncos gruesos de los muslos y le prestaban a su actitud y en las moles altaneras de los un interés burlón y, a veces, senos. compasivo. No había pasado en años. Pasó — ¡Lo que es este hombre se va en un día. Salió verdadero el decir popular. a fregar! Fue un viernes por la noche. A las — ¡Seco se’stá quedando! — Lo que más consume es la doce había poca gente. Cuatro personas apenas; marineros mujer. Creían que era conviviente de de un buque anclado frente al ña Mariana. Otros, un poco Conchero. con un dejo mejor enterados, negaban eso Hablaban y le atribuían a Camacho vicios achilenado; pero afirmaban ser mexicanos, de Yucatán. A solitarios. lo mejor eran ecuatorianos Le decían: — ¡Póngase candao en la manabitas de esos que se embarcan para Nueva York bragueta, amigo! junto con la tagua y el caucho o O también: —Amárrese las manos cuando se metían a servir en los caleteros. se acueste a dormir!

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Cuando la chicha les hizo sus efectos, empezaron a decir que eran cubanos unos, y otros de Puerto Rico. Trataban se entre ellos de contrabandistas, piratas y ladrones, y se referían a tierras y mares de nombres estrafalarios.

— Usté m’ha cáido en gracia, flor, y le vo’a tender la cama. Dele a l’ hembra este polvito. Solita lo jala p’al catre. - No tomará. — Espere. Se acercó el hombre a fla Mariana con su jarro de chicha. — ¿Me aceuta una confianza? Rosado no estaba de turno, Solía negarse la patrona. Esa vez y Cervantes y Camacho los accedió. atendían, mientras la patrona, De una empinada trasegó somnolienta, daba cabezadas íntegro el líquido compuesto. sobre el mostrador. Sentiría desagradable el sabor Roncaba la victrola, a falta de la chicha porque hizo al fin un de cantores. Rosa Spencer, la gesto de asco. Nada más. pianolista, habíase marchado ya con una conquista. El marinero le dijo luego a Los marineros preferían a Camacho: Camacho como mozo, y así lo — A la media hora hace efecto. manifestaron. Nosotros nos vamos. Aproveche usted primero. Después regreso Cervantes, un poco mohino, se yo solo, par que me dé mi parte, retiró a una banca del portal. socio.. .Me deja la puerta unta... Ya borrachos, los marineros Marcháronse los marineros. obligaron a Camacho a beber Transcurrió un cuarto de hora. con ellos. Uno, el más viejo, lo No acudió ningún cliente más. llamó aparte tan pronto como lo La Mariana ordenó: advirtió un poco embriagado. — ¡ ¡Váyase, Cervantes! ¡Cierre — ¿Usté se acuesta con la las puertas, Camacho! patrona? Explicó: — No. — Me voy a acostar temprano. Pero le tiene ganas... Creo que m’enfermado. Se me Camacho confesó: da vuelta la cabeza. — Sí... Camacho apretó los labios y se

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estremeció. Cuando se fue Cervantes él cerró las puertas. — ¿Apago, señora? —No; espérese. Camacho se bamboleó. Se sentía más ebrio ahora. La Mariana sonrió: — ¿Está jumo? — Si; esos tipos... — ¡Ah...! Seguía sonriendo la patrona. Era una sonrisa extraña, impresa ajustada. — ¿Qué le parece, Camacho, que nos tomáramo un jarro de “El Pescozón”. M’ aprobocao. Era la primera vez que acaecía esto. La primera vez. Bebieron un jarro, dos..., un galón, dos. Mano a mano, frente al mostrador. De improviso ña Mariana se tumbó sobre el sirviente. Estaba pálido hasta lo inconcebible. Sonreía. Lo abrazó — Yo a vos, Camachito, te quiero mucho. Cayeron juntos al suelo revueltos, estrujándose. Reaccionó el hombre.. ¡Estaba ahí la hembra, la hembra de las ansias angustiadas, rendida, apta...!

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Ah...Pero, ¿qué era eso? ¡Por Dios! ¿Qué era? — ¡Señora! ¿Qué le pasa, señora? ¿Qué le pasa? ¿Sera la muerte? ¿Sería...? La Mariana había cobrado un aspecto horroroso. Tenía el rostro amoratado, violáceo. La mandíbula inferior se había desquijarado. El cuerpo recto, recto, recto..., se iba poniendo rígido... Salían de la boca epumarajos... No se abrían ya, en el afán del aire, las aletillas de la nariz.. .Apenas si el pecho se convulsionaba. — ¡Señora! No se muera, señora! ¡Por Dios, no se muera! Ah.. ¡y morirse ahora! Camacho vacilaba, vacilaba... Se le ocurrió fugar... Pero la chicha estaba ahí. La chicha podía más.

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La chicha llamaba y había que atenderla. Desde el fondo de las barricadas de enormes vientres grávidos, la chicha llamaba. Camacho llenó hasta los bordes una garrafa galonera y alcanzó un jarrito. Escogió, por cierto, de la chicha picante de “El Pesconzón”. Se sentó al lado de ña Mariana, que ahora estaba ahí, tendida en el suelo, propicia a todo, dispuesta a todo, quieta, quieta... Bebía el hombre. Después colmaba el jarro y lo vaciaba de un golpe en la boca de ña Mariana, donde el líquido hacía un gluc-gluc raro... Y transcurrió un gran espacio de tiempo... De pronto sonaron golpes en la puerta, y una voz dijo: — ¡Amigo! ¡Soy yo, su socio! ¡Abra! Camacho hizo una mueca, siguió bebiendo y derramando chicha en la boca de ña Mariana, y no contestó... Los golpes arreciaron, arreciaron; espaciaron se luego; y cesaron, por fin... Oyó Camacho unos pasos,

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alejándose, y la voz decía, furiosa: — ¡Ahí’juna...! iSolito se da el banquete... ¡Ahí’juna...! Yse come la parte’l socio!

Fin


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Glosario

Barrica: barril Guargüero: garganta Caramanchel: cantina donde se sirven comidas y bebidas Acicalada: arreglada Cacahuero: propietario de huertas de cacao Fámulo: criado doméstico Chanza: burla

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José de la Cuadra Nace en 1903 y fallece en 1941. Escritor ecuatoriano cuyos cuentos figuran entre los más importantes de la narrativa del país. Formó parte del Grupo de Guayaquil o Grupo de los Cinco, el más significativo movimiento del siglo XX para la evolución de la prosa en Ecuador. En la narración breve se encuentran sus mejores logros; uno de ellos es Banda del pueblo, incluido en su colección Horno (1932). Otros libros suyos de cuentos son Repisas (1931), El amor que dormía (1930) y Guásinton: historia de un lagarto montuvio (1938). En la recopilación El amor que dormía reunió cuentos publicados ya anteriormente: el que da título al libro (1926), Madrecita falsa (1923), La vuelta de la locura (1926), Incomprensión (1926) y El maestro de escuela (1929).

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