EL ÚLTIMO ALBARDONERO DE VILLANUEVA DE LA CONCEPCIÓN

Repasando mi archivo fotográfico encontré unas fotos de cuando en Málaga se hacían aquellas exposiciones del Día de los Pueblos, organizadas por la Excma. Diputación Provincial, donde cada pueblo llevaba lo mejor de su artesanía, cultura, turismo, gastronomía, etc. Creo que debió ser a mediados de los años 80 del pasado siglo.              Aperos

En esas fotos aparecen muchos aperos de labranza y enseres que utilizaban las bestias de carga (caballos, burros y mulos). Estos últimos eran los más utilizados para las duras labores del campo y necesitaban tras ellos un ejército de profesionales como herradores, veterinarios, carpinteros, herreros, esquiladores, albardoneros…

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Es precisamente de estos maestros albardoneros de lo que va a versar este escrito.

Un poco de historia

En los antiguos censos de población que he manejado (1882-1885 y 1898), además de zapateros, herreros, comerciantes, herradores y otras profesiones, aparece un albardonero: Antonio Morales Alvar, que en 1885 se estableció en la Carretera, llevaba 6 meses como residente (colono) y procedía de Málaga. En la época de la 2ª República había al menos dos de estos artesanos en el pueblo.

En años posteriores, hablamos de los 50 y 60, yo conocí a Manuel Ronda y a Juan Flores, que tenían sus talleres en la Calle de la Iglesia (San Antonio 19) y en la Carretera (hoy Avda. de la Libertad 6) respectivamente. De Manuel recuerdo que tenía un pajarillo, como si estuviera suelto, sobre una tablilla con un palo. Mi amigo Antonio Gonzalo me ha contado que era muy aficionado a la cacería de pajarillos y que este se llamaba cimbel, que estaba embragado al palo, siendo utilizado  como reclamo y que  Manuel aprendió el oficio de su padre, al que acompañaba a los cortijos para reparar los aparejos.

Con Flores trabajaban sus hijos Pepín e Higinio, y del que aprendieron el oficio Antonio Ruiz Calderón, Eduardo Calderón “el de la Pica”, Paco Jiménez “el Muti”, Paco Torreblanca “ Juaneo”, Pepe Rodríguez “Villena” y Francisco García Moreno «el de la Herrera».

En esta época había otro al que llamaban “el Zopo” aunque su nombre era José Martín y tenía su albardonería en la Plaza del Chinchán, donde hoy está la pescadería de Juan Sarrias. Este hombre fue protagonista involuntario de la tormenta de 1961.

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La albardonería de José Martín “el Zopo” fue adquirida por Francisco Sarrias, que la mantuvo hasta principios de los años 90 y en la que además de él trabajaron Eduardo Calderón “el de la Pica”, Francisco García «el de la Herrera» y Paco Torreblanca “ Juaneo”.

Todos ellos fueron maestros de otros muchos a los que enseñaron el oficio y de los que, posteriormente, algunos montaron sus propias albardonerías, llegando a tener incluso varios empleados.

Otro profesional de este oficio fue Juan Porras Ruiz, que según mi información aprendió el oficio de Manuel Ronda, y que años después tuvo su propia albardonería con varios empleados de los anteriormente mencionados. El primero que tuvo fue Pepe Rodríguez «Villena»,con un sueldo de 10 pesetas al día.

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Paco Torreblanca “Juaneo” fue otro artesano que tuvo su propio taller en la Avda. de la Libertad. Además, fue contratado por La Junta de Andalucía para impartir un curso de talabartería en Antequera.

El último albardonero de Villanueva

El último que ha tenido su taller abierto hasta hace 7 u 8 años ha sido Antonio Ruiz Calderón “Antonio el Albardonero”. Comenzó su aprendizaje con 11 años, para lo que venía cada día desde el Cerro a la albardonería de Flores. Allí estuvo 3 años y después pasó a la de Porras, que tuvo varias sedes: primero en la calle Real, en la casa de Mariquita Martín,  (donde posteriormente se estableció Antonio), después en la calle Nueva y por último donde actualmente está Unicaja.

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Antonio en su taller

Durante casi 40 años, Antonio ha ejercido su profesión, siendo conocido en toda la comarca y casi toda la provincia, desde donde recibía encargos, además de los trabajos para la zona. Realizaba y reparaba aparejos para las bestias, así como otras prendas destinadas a los trabajos más duros.

Los aparejos para las bestias estaban compuestos de diversos elementos: sudadera (no se solía usar por aquí), ropón, albardón, mandil, jalma o enjalma (jarma, en nuestra zona), sobrejalma y, para sujetar estos elementos al cuerpo del animal, estaban la cincha, el ataharre y el petral (pleital, aquí).

Todos estos elementos eran realizados artesanalmente con materiales de primera calidad para que duraran y resistieran el duro trabajo que realizaban las bestias.

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Imagen obtenida de Internet

Me contaba Antonio que los albardones y las jalmas van rellenos de tamo y de paja respectivamente, para lo que utilizaba unos hierros, terminados en forma de horquilla, llamados baquetillas, con el objeto de que quedaran prietos y parejos y no le hicieran daño al animal.

Con esos utensilios, que los había de varios tamaños, también se llenaban las colleras, pero estas con pelo de los mismos animales cuando los esquilaban.

Tanto los albardones como las colleras llevan un armazón de centeno en forma de tubos fuertemente cosidos y cada pieza con su forma correspondiente.

Pero no solo hacían aparejos para el trabajo, sino que también los hacían de lujo, que llevaban las caronas, sobrejalmas y los atajarres ricamente decorados, con hilos de varios colores y formas geométricas, como se ve en las fotos.

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Para la realización de estas prendas, normalmente contaban con plantillas que, colocadas sobre el tejido, eran cortadas, utilizando varias capas para algunas de ellas, cosidas con hilo fuerte realizado por ellos mismos (cabo) uniendo varios hilos de cáñamo impregnado de cera virgen de abeja y con tramilla. Para ello también usaban herramientas como leznas de varios tipos, cuchillas, agujas y para empujar estas, que a veces tenían que atravesar varias telas usaban el palmete.

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También tenían que tomar medidas al animal, en los casos en que las plantillas no se correspondían con los patrones normales; podemos decir que su trabajo era similar al de los sastres, pero con animales.

Este y otros artesanos como él complementaban su labor con la talabartería y guarnicionería: jáquimas, anteojeras –antoeras-, bozales, cabezones, serretas, así como elementos para arar y trillar como barzones o tiros, y otros como cananas y fundas para escopetas.

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Cuando hace años el trabajo del campo empezó a mecanizarse, también empezó a decaer este oficio, por el menor uso de los animales, por lo que nuestro protagonista Antonio amplió su oferta con la elaboración de toldos para camiones, tapicería, o la venta de cencerras y de productos relacionados con la equitación y la caza; aunque hasta el cierre de su taller no dejaba de recibir encargos para realizar prendas relacionadas con su oficio.

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Hoy Antonio Ruiz disfruta de una merecida jubilación después de tantos años de trabajo, si bien actualmente está enseñando a un hombre de Vélez Málaga a hacer colleras.

                                       

               Andrés Muñoz Cabello, noviembre de 2018.

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