Acompañar a quien la está pasando mal

 
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Hola …. ¿Qué tal?

Esta semana te invito a explorar diferentes maneras de aliviar a aquellos que están sufriendo evitando imponer nuestra mirada y respetando su camino

Puedes oír el podcast con este reproductor, o si prefieres la lectura tienes debajo una versión escrita. ¡Que lo disfrutes!

 
 

Somos una cultura obsesionada con las palabras así que muchas veces cuando acompañamos a alguien que la está pasando mal, nos apresuramos a “arreglarlo/a”, como si se tratara de algo roto, nuestra cabeza se pone en modo resolución de problemas y le lanzamos “nuestras” soluciones una tras otra. Otras veces, con la mejor buena voluntad y para minimizarles el dolor, soltamos frases como “ya está, podría ser peor”, “no es para tanto”. En consecuencia, la persona que está atravesando un momento de dolor, nos terminará resintiendo o sentirá vergüenza o simplemente tendrá la legítima sensación de que su dolor es invalidado. 

Nos desconcierta la vulnerabilidad ajena porque nos duele e incomoda la propia

Reconocer nuestra propia fragilidad es el primer paso para acompañar a quien la está pasando mal. Cuando aceptamos que nuestro dolor forma parte del todo que nos conforma, podemos estar junto a otros desde un lugar de verdadero respeto y compasión por su aflicción. En muchas situaciones, la pena del prójimo nos resulta disparadora de contrariedades no resueltas en nuestra experiencia, y eso nos apabulla y agobia. Esto es más fácil observarlo en los demás. Levante la mano si alguien escucho decir: “ay ni me cuentes, no quiero saber, me hace mal”.

Debajo 3 acciones que estamos invitados a evitar y alternativas para estar presentes sanamente junto a quien la está pasando mal:

1. Evitar apabullarla/o con nuestras ideas de cómo se solucionaría todo desde nuestro punto de vista.

La otra persona tiene un universo emocional y unas ideas del mundo que nunca serán idénticas a las mías, por más que coincidamos en mucho. Lo que yo pienso que la va a ayudar, no necesariamente le va a resonar a ella porque es un ser diferente a mí. Que me haya confiado un malestar íntimo, no significa que esté necesitando que le diga qué hacer y cómo hacerlo, simplemente me ha abierto una puerta a un espacio emocional muy sagrado y ajeno a mí. Lo que sí puedo hacer es acompañar con mi presencia, con mi empatía, con mi interés en su bienestar, con una mirada, con un gesto que alivie, escuchando atentamente, respetando los momentos de silencio, preguntando con mucho cuidado y auténtica complicidad. 

2. Evitar minimizar su dolor, enojo, ansiedad, o miedo. 

¿Quién no ha querido ayudar a la otra persona disminuyendo la intensidad de la realidad que lo atraviesa? Todos lo hemos hecho y hacemos porque detrás de este gesto, hay una intención muy positiva. El problema es que cuando mi amigo llora porque aún no ha superado su duelo, por ejemplo, y yo en mi intención de aliviarlo le digo “bueno, la vida es así, tampoco puedes seguir llorando para siempre” lo único que voy a lograr es hacerle sentir que algo anda mal en él, que no es normal que se sienta así. En vez de mitigar lo que siente, lo voy a acrecentar. Una alternativa es escuchar, suavizar con un abrazo, invitándolo a salir de casa, a andar juntos, calmando ese dolor diciéndole con nuestros gestos y algunas palabras que nos importa lo que le pasa y que no está solo, que cuenta con nosotros.  

3. Evitar ponerse en el rol de salvar a quien sufre para terminar sintiéndonos así nosotros.

El súper héroe / la súper heroína no acompaña, sostiene: “Deja, yo me encargo”, “Olvídate, lo hago yo”. El problema con querer salvar al otro es que por más bien intencionados que seamos corremos el riesgo de cansarnos en el proceso porque no somos Superman o Superwoman, es más, sin querer, podemos crear la ilusión en los demás de que pueden relegarnos todos sus problemas porque siempre estamos disponibles. ¿Nunca sintieron secretamente que el otro se aprovechaba de su bondad? O al revés, porque siempre es más fácil verlo en el otro, nunca te pasó que alguien te diga “¿Con todo lo que te di y ahora me pagas así?”. El problema es que los que nos extralimitamos fuimos nosotros sin que nadie nos lo pidiera. Y si sí lo pidieron, es porque nosotros los malcriamos tanto que encontraron que era nuestro rol darlo todo. Acompañar sanamente, es justamente eso, estar presentes preservando nuestra salud y sin ponerla en riesgo. Acepto mis limitaciones y con eso en el corazón, doy lo mejor que puedo de la manera más respetuosa posible.

Donde hay amor, uno no quiere que haya el mínimo atisbo de dolor, por eso uno puede caer en la trampa de querer arrancárselo al otro. El acto más compasivo, sin embargo, va a ser honrar los lazos que nos unen e interconectan, acompañando para que quien acude a nosotros sienta de todo corazón que no está atravesando su experiencia en soledad, arropándolo/a con cada gesto, reconfortándolo/a en ese sagrado espacio que se crea cuando estamos juntos.

Un fuerte abrazo ❤