Al genial combatiente por los derechos civiles de la población afroamericana Malcom X se le atribuye la cita: «Cúidate de los medios de comunicación. Tienen la facultad de hacerte amar al opresor y odiar al oprimido». Con esta aseveración se resume lo que pretendo exponer en este artículo.
«Cúidate de los medios de comunicación. Tienen la facultad de hacerte amar al opresor y odiar al oprimido».
La crisis del 2007 desencadenó fuerzas sociales hasta entonces desconocidas en la sociedad del siglo XXI. Éstas fueron capitalizadas por el Movimiento 15 M, en España, y a continuación se reivindicaron como movimiento político con la aparición de Podemos, que en un primer momento se ganó las simpatías de una población empobrecida y hastiada de la corrupción y de los recortes.
Nadie puede albergar duda alguna de que Podemos hubiera ganado las elecciones de haber contado con la simpatía de las oligarquías y de sus serviles pregoneros: los medios de comunicación de masas. Sin embargo, las ideas con las que nació el partido no comulgaban con los intereses de los gigantes económicos, y es por ello que desde un primer momento se dedicaron a boicotear al partido a base de mentiras y medias verdades ocultas bajo una oscura sombra de inculpación.
«Nadie puede albergar duda alguna de que Podemos hubiera ganado las elecciones de haber contado con la simpatía de las oligarquías y de sus serviles pregoneros: los medios de comunicación de masas»
Aun así, el apoyo social era tan grande y se estaba arraigando de tal forma que no les quedó otra alternativa que crear un partido adicto a las elites llamado Ciudadanos, que ya existía, y que solo tuvieron que publicitar por su enorme similitud a un PP que andaba a la deriva preso de años y años de corrupción política y económica.
Tampoco con Ciudadanos terminaron sus preocupaciones, y con un electorado sumiso en el miedo y la desazón, no les quedó otra alternativa que la ya conocida, de activar un golpe de estado dentro del PSOE, un partido que les debía demasiados favores, y comandado en la sombra por viejos actores, como Felipe González y Alfonso Guerra, absolutamente decadentes y carcomidos por la corrupción.
Con todo ello las oligarquías españolas lograron su objetivo de perpetuar un gobierno sometido a sus intereses; una dictadura encubierta que permite que al pobre le graven el 15% de su riqueza, mientras que a las empresas del IBEX 35 se les cobra solo el 5%.
Contra los intereses de los poderosos no hay nada que hacer. Es lógico que defiendan sus privilegios igual que lo hicieron siempre sus antepasados, algunos de los cuales fueron nobles y cortaron cabezas de campesinos o artesanos que combatieron por erradicar la injusticia. Ahí tenéis el caso de Joanot Colom en la Germanía Mallorquina, o de Padilla, Bravo y Maldonado en las Comunidades Castellanas.
Ahora bien, a quiénes no podemos observar con la misma mirada comprensiva, que no asertiva, es a los periodistas, que se han convertido en los emisarios a sueldo de los Amancio Ortega, Francisco González, Ana Botín o Juan Roig.
En la escuela aprendí que Montesquieu propugnó la división de poderes para deshacer el absolutismo, y que a la par surgió un cuarto poder para defender a las masas: la prensa. Por desgracia, a día de hoy, salvo contadas excepciones, eso ya no es así. Para nuestra desdicha, los “grandes” actores del periodismo de nuestro país son quienes propugnan con mayor vehemencia los mantras de las oligarquías económicas. Periodistas a quienes respetaba, como Carles Alsina, Carles Francino, Julia Otero, Ana Pastor, Juan Ramón Lucas, y tantos otros, no hacen más que repetir hasta la saciedad los mismos argumentos hipócritas y maquiavélicos que han devuelto misteriosamente la mayoría parlamentaria al archicorruputo Rajoy (el que enviaba mensajes de ánimo a un presidiario) frente al cambio político, que finalmente no ha existido, ni en un sentido (el recambio: Ciudadanos), ni en otro. Y ya no digo nada de los Federico Jiménez Losantos, Paco Marhuenda, Eduardo Inda y demás individuos que hace ya mucho tiempo que operan en beneficio de ciertos sectores conservadores que los mantienen y arropan.
«En la escuela aprendí que Montesquieu propugnó la división de poderes para deshacer el absolutismo, y que a la par surgió un cuarto poder para defender a las masas: la prensa»
En otra línea, y a salvo de tal mediocridad, quedan los Ignacio Escolar o Jesús Cintora, ambos defenestrados por su periodismo sincero de los medios de comunicación adictos al gran magnate Juan Luís Cebrián.
Y es que al final, si uno se entretiene en desenredar el tejido que se enfila desde el simple articulista de opinión hasta el dueño de la empresa de comunicación acaba por advertir que los caciques de la prensa son unos pocos, y que éstos a su vez se entienden a la perfección con los demás oligarcas que han conseguido imponer a fuerza de opresión sus monopolios (Telefónica, Endesa, Gas Natural, etc.) sobre el pueblo llano, que por desgracia los acepta y tolera, como los esclavos que ven sombras en la caverna de Platón.
«Y es que al final, si uno se entretiene en desenredar el tejido que se enfila desde el simple articulista de opinión hasta el dueño de la empresa de comunicación acaba por advertir que los caciques de la prensa son unos pocos»
Y de ello tiene tanta culpa la prensa vendida al peculio, como el ciudadano esclavo de su propia ignorancia, acrítico y manso, sobre el que recaen todos los males del capitalismo.
Los medios de comunicación de masas, los que dependen de las donaciones de sus patronos, han logrado, pues, convertir al opresor (PP) en víctima, y al oprimido (Podemos), en opresor, gracias a una estratégica y meditada campaña de difamación y de reiteración de falacias que a la postre, aunque en la mente de los ciudadanos, se han convertido en temores que ni el poder judicial, que siempre ha dado la razón a Podemos, ha sido capaz de revertir.
Tanto es así que el presidente de la corrupción, aquel en cuyas fotos antiguas pueden tacharse los rostros de los corruptos, revalida hoy el cargo, en una deriva nacional que ya no vislumbra horizonte.
Nada cambiará, pues, en una población inculta y crédula, mientras las primeras espadas del periodismo prefieran ser burgueses con sueldos de 4 millones de euros anuales (Ana Rosa Quintana, Pablo Motos), antes que humildes investigadores amigos de la veracidad y del rigor, insumisos a las líneas editoriales partidistas.