Está en la página 1de 167

PQ7297

M36 C5 Mancisidor, José, 1894-1956 La ciudad roja: novela proletaria /


José Mancisidor; pról., Sixto
Rodriguez Hernández - Xalapa, Ver.: Universidad Veracruzana,
1995.
163 p. : 23 cm.-- (Colec. Rescate; 38)
ISBN: 968-834-297-1
1. México - Historia - 1910-1946- Novela. 2. Veracruz (Ciudad) - Historia
- Revolución, 1910-1917 Novela. I. Rodríguez Hernández, Sixto. II.
Universidad Veracruzana. III. t.

DBUV95/03 C.D.D.: M863.42


José Mancisidor

LA CIUDAD ROJA Novela Proletaria


Prólogo Sixto Rodríguez Hernández

Prologo
Sixto Rodriguez Hernandez

COLECCIÓN uv. RESCATE


UNIVERSIDAD VERACRUZANA
Primera edición, 1995

COORDINADORA DE LA COLECCIÓN RESCATE


Esther Hernández Palacios

CONSEJO EDITORIAL

Carmen Blázquez Domínguez Miguel Galindo


José Luis Martínez Morales
María Madrazo Miranda Georgina Trigos Domínguez
Azucena del Alba Vásquez Velasco

Portada: La ciudad roja, primera edición de 1932.

Grabado de la Colección: Pepe Maya

DR © Universidad Veracruzana
Instituto de Investigaciones
Literarias y Semiolingüísticas
Apartado Postal 369
91 000 Xalapa, Veracruz, México

ISBN 968-834-207-1

Impreso y hecho en México


Printed and made in México
PRÓLOGO

Leer El capital no va a servirnos de nada,


si además, no sabemos leer los signos de
la calle

Marshall Berman

1. LA NOVELA DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA


El 20 de noviembre de 1910 estalló la Revolución Mexicana, un fuerte
movimiento armado que logró derrocar en 1911 al presidente Porfirio
Díaz, quien había llegado al poder en 1876 y ejercido por más de
treinta años, un gobierno dictatorial.¹
Al iniciarse la Revolución, dominaban la escena literaria los más
importantes novelistas del porfiriato: José López Portillo y Rojas
(1850-1923), Rafael Delgado (1853-1914), Federico Gamboa (1864-
1939), etc.; y empezaban a figurar los jóvenes escritores
___________________________
1 Al respecto afirmó el historiador Carlos Pereyra:
Todo el estado económico del país [...], deslumbrador como era visto
desde lejos, daba un aplazamiento indefinido a los programas de
organización, entre los que debía figurar el de la integración política
sobre bases institucionales (Pereyra, III: 333).
Complementa Carlos González Peña:
Así, erigido con apariencias de democracia un gobierno personal,
México vivió durante treinta años en pleno estancamiento político. Y,
en cuanto al bienestar social, fuera de los grupos privilegiados, la
situación de las clases medias y baja ora precaria, cuando no
miserable (1981: 251).

7
que muy pronto lograrían imprimirle a la novela mexicana variadas
direcciones. Al respecto señala Carlos González Peña: en este periodo, el
género novelesco ocupó "no escasa parte ni la menos brillante, de
producción literaria" (1981: 260).2
En aquellos tiempos turbulentos, la novela mexicana se nacionaliza más y
más y penetra "honda- mente en el alma y las cosas de México" (ibid.); es
por ello que un acontecimiento tan importante como la Revolución Mexicana
no pudo pasar desapercibido para los escritores de la nueva gene- ración.
De esta manera, pocos años después de iniciado el proceso revolucionario,
cuando aún resonaba el fragor de las batallas, aparecieron varios tex- tos
narrativos inspirados en las acciones militares y políticas, así como en los
cambios que trajeron consigo los diversos movimientos (pacíficos y vio-
lentos) de la Revolución. Varios de estos relatos fueron confeccionados con
los recuerdos de algunos protagonistas como Francisco L. Urquizo (militar),
Rafael F. Muñoz (periodista), Mariano Azuela (médico), José Vasconcelos
(político) o Nelly Campobello, espectadora de esa turbulencia en sus años
infantiles. Todos ellos escribieron la "memoria" de la Revolución. Andando el
tiempo, a tales obras se les conocería como "Novela de la Revolución
Mexicana" (Cfr. Castro Leal, 1974: 17), y serían, sin lugar a dudas, una
fuente inapreciable

_____________
2 Un inventario de la novela mexicana de aquellos tiempos arroja los si-
guientes datos: La novela de costumbres, que prolonga la tradición
decimonónica y tuvo como representantes a dos novelistas olvidados:
Esteban Maqueo Castellanos y Eduardo Correa; la novela de tesis social,
digna heredera de la novelística del naturalismo, destacó en esta corriente el
escritor José Manuel Puig Casauranc (1888-1939); la novela del México
colonial o virreinal, cultiva da por los escritores de mayor renombre en
aquellos momentos: Ermilo Abreu Gómez (1894-1972), Francisco Monterde
(1894-1985), Julio Jiménez Rueda (1896-1960) y Artemio de Valle Arizpe
(1888-1961); y, finalmente, la novela de la Revolución Mexicana (Cfr.
González Peña, 1981: 261 y ss.).

8
para el conocimiento de la intrahistoria del movimineto sociopolítico de
mayor trascendencia en el México moderno.
Múltiples acontecimientos desfilan en la Novela de la Revolución
Mexicana; desde los sucesos de la etapa armada hasta los cambios
políticos y sociales de la Revolución Institucionalizada; de este modo
se constituyen en tema novelesco la lucha para derrocar a Porfirio
Díaz, el maderismo, la rebelión orozquista, la guerra entre la
Convención y el carrancismo, el movimiento zapatista, la lucha contra
el usurpador Victoriano Huerta, la intervención norteamericana de
1914, la guerra cristera, el callismo, la rebelión escobarista, el
cardenismo, etc. En este sentido, puede decirse que la Novela de la
Revolución no dejó asunto sin tratar, observándose que en sus
escenarios tanto actúan como personajes las grandes figuras
históricas -Pancho Villa, Obregón, Calles y otros, como los seres de
ficción.
El ciclo de la Revolución Mexicana inicia con la novela Los de Abajo
(1915) de Mariano Azuela, obra que permaneció prácticamente
ignorada hasta el año de 1924, en que una polémica sobre si existía
una novela de la Revolución, propició el redes- cubrimiento del texto,
el cual, pese a los intentos de sus detractores para descalificar su
valor literario, logró consagrarse en las letras mexicanas (Cfr. Dessau,
1973: 168-206). Sin embargo, pareciera que en esos años (1916-
1923), la narrativa nacional no se interesaba por los hechos bélicos;
pero no era así, porque al recrudecerse los conflictos sociales,
empezaron a surgir obras de tema revolucionario -aunque no
necesariamente del género novelesco, como las Memorias de Pancho
Villa (1923) de Rafael F. Muñoz, o Pancho Villa, una vida de

9
romance y tragedia (1924) de Teodoro Torres-, y se generó un desarrollo
cualitativo de la novela corta con tema revolucionario, fomentado por los
periódicos El Universal Ilustrado y El Nacional, especial mente por este
último, que convocó a los escritores a publicar sus trabajos sobre la
Revolución. En 1928 aparecieron en El Universal las memorias de Martín
Luis Guzmán que después, en forma de libro, se publicarían con el título de
El águila y la serpiente (ibid.: 269).

Durante el régimen del presidente Calles fueron asesinados el general


Francisco R. Serrano y varios de sus seguidores en Huitzilac, en
octubre de 1927 -su compañero en la conspiración, el general Arnulfo
R. Gómez fue fusilado en Teocelo, Veracruz-, con el propósito de
atajar un fuerte movimiento disidente dentro de las filas del grupo
gobernante, motivado por los afanes reeleccionistas del expresidente
Álvaro Obregón. Estos sucesos merecieron una fuerte condena en el
país e influyeron en el desarrollo de la incipiente Novela de la
Revolución Mexicana. A la sazón Mariano Azuela escribe El camarada
Pantoja y más tarde, en 1929, aparece en Madrid la novela más
violenta en contra del callismo: La sombra del Caudillo de Martín Luis
Guzmán (Cfr. ibid.: 274).
A partir de ese momento, empieza el desarrollo sostenido de la Novela
de la Revolución Mexicana hasta llegar a las llamadas novelas de
tendencias proletarias revolucionarias en la década de los treinta,
entre las que se pueden mencionar, como las más importantes,
Chimeneas (1937, aunque el manuscrito data de 1930), de Gustavo
Ortiz Hernán, La ciudad roja (1932), de José Mancisidor (1933), de
Francisco Sarquís (ibid.: 298). y Mezclilla

10
Durante los años previos al cardenismo, y en los inmediatamente
posteriores, se publicaron las novelas de Gregorio López y Fuentes, Xavier
Icaza, Mauricio Magdaleno, Jorge Ferretis, Rafael F. Muñoz, Nelly
Campobello y otros, hasta llegar a Frontera junto al mar y El alba de las
simas (1953), de José Mancisidor, las más tardías de este ciclo.
2. NOVELA DE LA REVOLUCIÓN Y NOVELA REVOLUCIONARIA

En 1932, el escritor veracruzano Lorenzo Turrent Rozas (1902-1941),


publicó una antología de cuentos de diversos escritores, con prólogo
suyo, titula- da Hacia una literatura proletaria. En este texto el autor se
planteó la siguiente interrogante: ¿La Revolución Mexicana ha
producido una literatura revolucionaria, es decir, proletaria? Su
respuesta fue contundente: "Sólo en casos excepcionales" (Turrent,
1973: 204).*
Para Turrent Rozas, la literatura que se estaba produciendo en esos
momentos era, esencialmente, una literatura burguesa, caracterizada
por su falta de ideología y su inmensa desorientación (ibid.: 205). Por
eso afirmaba: "la tendencia proletaria

_____________
3 Lorenzo Turrent Rozas. (Catemaco, Ver., 17 de octubre de 1902-
misma ciudad, 22 de agosto de 1941). Lic. en Derecho por la
Universidad Veracruzana (cuando se denominaba Departamento
Universitario), fue funcionario del Poder Judicial, profesor universitario
y director de una escuela secundaria para hijos de trabajadores (1939-
1941). Fundó y dirigió la revista Noviembre, publicó la revista Ruta,
formó la editorial "Integrales". (Cfr. Bustos Cerecedo, 1973).
* Preguntarse en el México de los años 30 sobre la existencia de una
literatura proletaria-cuyos antecedentes se ubican en la Rusia anterior
a 1917- pone de manifieste la fuerte influencia que la Revolución de
Octubre y naciente Literatura Soviética ejercieron en América Latina,
especialmente en este país, donde se vivía una auténtica situación
revolucionaria. Por lo tanto, no puede ignorarse que desde sus inicios
la Revolución Rusa contó en estas tierras con numerosos
simpatizantes que intentaron radicalizar la Revolución Mexicana, la luz
de los vertiginosos cambios que se estaban produciendo en el joven
estado socialista (Cfr. Zemskov, 1987: 11-15).

11
pudo haberse manifestado brillantemente en la novela de la
Revolución Mexicana" (loc. cit.); sin embargo, "nuestra novela
revolucionaria es tan burguesa como la misma producción
vanguardista" (loc. cit.).
Además de burguesa -decía en aquellos años Turrent Rozas-, la
Novela de la Revolución Mexicana es una novela evasiva, porque "ha
huido de la realidad para refugiarse en el anecdotismo de la lucha
revolucionaria" (loc. cit.); es decir, presenta excesos naturales de un
pueblo que se sacude el yugo de una dictadura (loc. cit.), como el
triste espectáculo de los ahorcados o a "Pancho Villa exhibido ante el
regocijo reaccionario... Todo lo que halaga el histerismo de la
burguesía nacional y mundial" (ibid.: 205-206).
Sin embargo, según Turrent, como producto de la experiencia
generada por la Revolución Mexicana, se estaba operando en el
proletariado mexicano una toma de conciencia que le permitiría trazar
su trayectoria hacia su liberación definitiva (ibid.: 204). Esta nueva
modalidad de la vida revolucionaria no podría reflejarse en la que
Turrent llamaba la literatura universalista, como tampoco en la
nacionalista, porque la actitud de ambas era esencialmente
contemplativa (ibid.: 200).
Si se interpreta correctamente el pensamiento de Turrent, lo que este
autor le pedía a la novela del momento no era sólo la contemplación
pasiva del fenómeno de la Revolución Mexicana, sino el aporte de
elementos para explicar ese mundo caótico, violento e inédito, así
como para transformarlo.

_________
5 Precisar en qué medida Turrent Rozas es justo en sus apreciaciones
acerca del grado de concientización de la clase obrera mexicana de
esa época. requiere un análisis que desborda los límites de este
trabajo.
12
En consecuencia, si la literatura producida por la Revolución Mexicana
no respondía a las exigencias del momento, se hacía necesario el
surgimiento de una literatura esencialmente revolucionaria que
recogiera y "reflejara" las aspiraciones del pueblo y sus luchas por la
emancipación. Tal movimiento no podría ser otro que el de la llamada
"literatura proletaria"."
Con los planteamientos anteriores, Turrent Rozas estaba convocando
a los escritores progresistas del momento para que se sumasen a un
proyecto artístico cuyo objetivo sería, fundamentalmente, el de
organizar el espíritu y la conciencia de la clase obrera y de las
grandes masas de trabajadores (ibid.: 202). De acuerdo con este
autor, la finalidad enunciada había empezado a cumplirse con los
poemas de Carlos Gutiérrez Cruz, "que tienen toda la inquietud
revolucionaria de los humildes" (sic); también en gran parte de la obra
de Germán List Arzubide y se concretaba resuelta- mente en la novela
de José Mancisidor, La
___________
6 Se escogió deliberadamente el término "reflejo" en su acepción de
"espejo de la sociedad" para precisar la fuerte influencia del realismo
socialista en las concepciones de Turrent Rozas (cfr. 1973: 200-204).
Para lo relativo a "reflejo" véase Bignami (cfr. 1973: 78-79). Hoy se
sabe que ha habido una "deformación" del concepto leninista del
"reflejo" cuando de él se pretende deducir que el reflejo artístico es
tanto más válido cuanto más precisa es la imagen del mundo que
presenta (loc. cit.).
7 El gran interés que había suscitado entre algunos escritores del
momento el concepto de literatura proletaria puede apreciarse en la
siguiente nota de Adalbert Dessau (1973: 298): "En 1930, el periódico
El Nacional [propiedad del Estado] organizó un concurso de novelas
revolucionarias de tendencias proletarias, al que fueron enviados más
de sesenta manuscritos".
8 Carlos Gutiérrez Cruz (Guadalajara, Jalisco, 1897-Cuernavaca,
Morelos, 1930). Fue uno de los fundadores de la LEAR (Liga de
Escritores y Artistas Revolucionarios). Poeta revolucionario, militó en
el Partido Comunista Mexicano. Colaboró en Crisol. Autor, entre otros
textos, de Versos libertarios, con Prólogo de Pedro Henriquez Ureña e
ilustraciones de Diego Rivera y Xavier Guerrero (1924) y Versos
revolucionarios (obra póstuma). En 1980 apareció Obra poética
revolucionaria (Nota preliminar de Porfirio Martínez Peñaloza).

13
asonada, poseedora de una ideología revolucionaria indiscutible (ibid.:
206).
Esta nueva tendencia estética -apuntaba Turrent siguiendo muy de
cerca a Lenin-, debería concretarse en un arte que perteneciera al
pueblo, un arte comprendido y querido por las masas, capaz de
elevarlas y unir sus sentimientos, sus ideas y su voluntad. En fin, una
literatura que fuera "parte integrante de la causa proletaria común"
(ibid.: 201).
Este "arte nuevo" debería permitir el surgimiento de un intelectual
capaz de utilizar el libro como arma, y para quien la palabra escrita
tendría el mismo valor que el esfuerzo desarrollado en el taller y en el
campo por los trabajadores, o la arenga pronunciada por el líder; en
suma, sería un trabajador como todos los de la colectividad, un obrero
creador de una belleza sutil y sencilla, palpitante de
humanidad (ibid.: 202-203). Sin embargo, según Bustos Cerecedo
(1973: 12), la propuesta de Turrent para conformar una "lite-

____________
9 Las ideas de Turrent Rozas adquieren su pleno sentido si se
recuerda que, hasta cierto punto, se vivía en un contexto cargado de
fermento revolucionario radical, en el que surgieron diversas
organizaciones de intelectuales y artistas militantes que mantuvieron
similares puntos de vista a los expresados por este autor. Tales
organizaciones fueron: la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios
(LEAR), la Federación de Escritores y Artistas Proletarios (FEAP) y la
Asociación de Trabajadores de Arte (ATE). La LEAR en la cual
participaron intelectuales y artistas de izquierda como Leopoldo
Méndez (grabador), Juan de la Cabada (escritor), Luis Arenal (pintor y
escultor), Carlos Mérida (pintor), : fundó en 1933. Esta organización
mantuvo en su momento una oposición radical con los regímenes
emanados de la Revolución Mexicana: "Ni con Calles ni con
Cárdenas" era su lema de batalla. Luchó por la repatriación de los
presos políticos encarcelados en las Islas Marías, la legalización del
Partido Comunista Mexicano y la reanudación de las relaciones
diplomáticas con la URSS. A esta agrupación se sumaron otras más
radicales, la FEAP y la ATE, a la cual se había adherido un nutrido
grupo de escritores veracruzanos izquierdistas: José Mancisidor.
Germán List Arzubide (de Puebla), Miguel Bustos Cerecedo, Lorenzo
Turrent Rozas, Mario Pavón, etc. Además de las organizaciones
anteriores, debe consignarse la presencia en las artes de México de
un grupo vanguardista, los estridentistas, quienes también reclamaron
para sí una posición revolucionaria. Turrent Rozas tuvo con este grupo
serias divergencias ideológicas (Cfr. Turrent Rozas, 1973: 205).

14
ratura proletaria" cayó en el vacío al no responder aquellos a quienes
iba dirigida. No obstante lo anterior, aunque no hubo una respuesta
específica a la convocatoria del escritor veracruzano, sí había en el
país un interés más o menos importante por la literatura proletaria
(Cfr. nota 7).
3. JOSÉ MANCISIDOR: NOVELA Y REVOLUCIÓN

José Mancisidor,10 político y escritor de ideas progresistas, fue un


intelectual de izquierda cuya experiencia revolucionaria quedó
plasmada en la mayoría de sus textos literarios, en los que se hace
evidente la convicción de este hombre de letras acerca del papel
social de la literatura como vehículo de orientación ideológica.
La formación izquierdista de Mancisidor se remonta a las primeras
experiencias de la juventud, entre las que se cuentan su cercanía con
las clases trabajadoras del puerto de Veracruz; su participación en la
defensa de la ciudad el 21 de abril de 1914, invadida por la infantería
de marina de los Estados Unidos; su estancia en las filas de la
Revolución Mexicana en el destacamento del general Cándido Aguilar
que operaba en el estado de Tamaulipas, etc. A esta rica experiencia
debe agregarse el maduro oficio de periodista y profesor de historia de
México.
Viajero incansable, en los años treinta visitó España y la entonces
URSS, países en los que

___________
10 José Mancisidor nació en la ciudad de Veracruz, Veracruz, el 20 de
abril de 1894 (o 1895) y falleció en Monterrey, Nuevo León, el 21 de
agosto de 1956. Estudió en la Escuela Cantonal y posteriormente
ingresó a trabajar en la Compañía Terminal de Veracruz. En 1911 se
inscribió en la Escuela Militar de Maestranza. El 21 de abril de 1914
participó en la defensa del puerto de Veracruz. Posteriormente se
incorporó a las fuerzas revolucionarias de Cándido Aguilar,
Permaneció en el Ejército hasta 1923. Fue diputado federal, periodista
y profesor.

15
adquirió un profundo conocimiento de otras realidades políticas y
culturales en las que se estaban produciendo procesos sociales de
inequívoca orientación revolucionaria. Esa realidad aprehendida la
expresó en obras como Me lo dijo Maria Kaim lovay De una madre
española. Su estancia en los Estados Unidos de América lo proveyó
de materiales para la composición del libro Nueva York revolucionario
Desde muy joven, José Mancisidor manifestó uns fuerte inclinación
por la literatura. Sus preferencias se orientaron hacia escritores como
Tolstoi -quien dejara honda huella en su quehacer artistico, Máximo
Gorki, Balzac, Zolá, etc., y en general, por aquellos textos en los
cuales encontraba respuesta a sus tempranas inquietudes sociales.
Las preocupaciones de Mancisidor por la problemática sociopolitica
del país determinaron el sentido de su producción literaria y
subordinaron su proyecto estético a la ideología, es decir, a un
"sistema de opiniones basadas a su vez en un sistema de valores
admitidos..." (Bignami, 1973: 66). Por ello, es bastante evidente que el
escritor veracruzano ajusté a sus conceptos marxistas la mayoria de
sus obras, por ejemplo, La asonada (1931), en la cual interpretó la
Revolución desde el punto de vista del marxismo, o Frontera junto al
mar y El alba en las simas, en las que sus denuncias responden
fielmente a propósitos de propaganda política.
Indiscutiblemente, la mayor parte de la producción narrativa de José
Mancisidor tiene como preocupación central algún acontecimiento de
la gesta revolucionaria. Por ello, muchos años después. reconoció su
pertenencia al grupo de novelistas de la Revolución y expresó su
deuda con Aauela TJ Nosotros, los novelistas llamados de la
Revolución, podemos decir que todos procedemos

16
de Los de abajo [...], aunque algunos como yo, hayamos procurado
apartarnos de la línea' que el novelista jalisciense empleó [...]"
(Mancisidor, 1957: 3).
Su radicalismo, más teórico que práctico, lo indujo a definirse como un
escritor "revolucionario", es decir, un creador para quien la literatura
era el instrumento con el cual sería posible promover el apoyo a la
revolución.
Desde su más temprana producción narrativa, Mancisidor ya había
establecido sin vacilación cuál sería el objetivo de su obra literaria, y
que le permitiría insertarse en esa "nueva conciencia literaria [...] que
palpita en los corazones proletarios" (Mancisidor, 1933: 6), surgida a
raíz de las desviaciones que sufría el proceso revolucionario y la
soberbia de la pequeña burguesía -usufructuaria en gran parte de la
Revolución Mexicana (Cfr. loc. cit.).
En los años treinta, tiempo de fuertes enfrentamientos ideológicos,
como muchos escritores de su generación -Mario Pavón, Lorenzo
Turrent, Miguel Bustos Cerecedo, etc.-, José Mancisidor creía que la
literatura debería contribuir a la creación de una conciencia
revolucionaria, con el fin de vincular a las clases populares con los
objetivos de la Revolución Mexicana y, de esta manera, cimentar una
literatura proletaria: "Aceptando sin regatear que la literatura es el Arte
de las Artes', confesaremos que ella será revolucionaria y progresiva
en la medida en que contribuya a agrupar a los obreros en la lucha por
la Revolución" (Mancisidor, 1933: 8). Este pensamiento se enlaza con
el de su contemporáneo Álvaro Córdova, quien por esos años
afirmaba que no se trataba "de conciliar situaciones sociales, sino de
conmover y encauzar a la clase tra-

17
bajadora hacia el triunfo de la Revolución proletaria" (Córdova, 1935:
11).
La obra de Mancisidor, como la de Mauricio Magdaleno y Gregorio
López y Fuentes, se ubica dentro de la corriente literaria del realismo
documental, que algunos equiparan con el realismo socialista: sin
embargo, vivían estos escritores "una situación diferente, en la cual
creían que una actitud critica respecto a los puntos débiles de la re-
volución podría traducirse en cambios" (Franco, 1975: 254).
En el caso de Mancisidor, su identificación con ciertos postulados del
realismo socialista tiene sus raíces en el conocimiento profundo que
este autor tenía de la literatura rusa del realismo y la incipiente
literatura soviética -las cuales ejercieron influencia sobre su escritura-;
la admiración que le profesaba al proceso revolucionario que se
desarro- llaba en la URSS y como señaló Ermilo Abreu Gómez, su
procedencia social. En efecto, José Mancisidor no era...

el tipo de literato burgués (tan común en estos tiempos de crisis),


deca- dente, afectado, que elabora su sensibilidad sobre la gracia de
los libros [] Se lo impide no sólo su gusto sino también el origen de su
persona. Desde niño tuvo que enfrentarse con la vida [...] Ésta lo
sacudió, apretándole la conciencia y el corazón. Vio así de cerca la
miseria del pueblo, la injusticia de los hombres y la incorregible trampa
de los políticos de oficio (1956: 3)

Los factores señalados por Abreu Gómez y otros más que se han
mencionado, guiaron la composición de las obras de juventud de
Mancisidor, La asonada y La ciudad roja, en las que se advierte cierta
influencia del realismo socialista; desafortunadamente, esta obra
temprana se acerca bastante a esa versión desprestigiada de la cual
terminaron desolidarizándose muchos escritores, aunque es

18
importante señalar que el concepto de realismo socialista en sí es
inobjetable y produjo resultados artísticos de alto nivel como la obra
de Brecht, Gorki, Sholojov, etc. (Cfr. Bignami, 1973: 82-83),
Por supuesto, Mancisidor no mantuvo siempre la misma posición
estético-ideológica; su obra posterior presenta caracteristicas que de
alguna manera lo emancipan de la corriente literaria de referencia y lo
ubican más cerca de un concepto más genérico del arte realista, que
muy acertadamente ha definido Adolfo Sánchez Vázquez:

[El arte realista es un artel que partiendo de la existencia de una


realidad objetiva, construye con ella una nueva realidad que nos
entrega verdades sobre la realidad del hombre concreto que vive en
una sociedad dada, en unas relaciones humanas condicionadas
histórica y socialmente, y que en el marco de ellas trabaja, lucha,
sufre, goza o sueña (Cfr. ibid: 81).

Compárense las novelas Frontera junto al mar y En la rosa de los


vientos, textos en los que en cierta medida logra superar la visión
maniquea del realismo socialista y consigue entregarle al lector esa
realidad humana -y ese contexto en el que los personajes luchan,
gozan y sueñan- que, aunque imperfecta como recreación estética,
contiene va- lores propios muy apreciables.

3. UNA CIUDAD, UNA NOVELA¹¹

Ajustándose fielmente a su concepción sobre el papel de la literatura


en la sociedad, José Mancisidor noveló en La ciudad roja el
Movimiento Inquilinario de Veracruz (marzo a julio de 1922).

___________
11 El autor de este prólogo expresa su agradecimiento a María Rosa
Landa Ortega por haberle proporcionado abundante información sobre
la historia del puerto de Veracruz y valiosas observaciones acerca del
periodo a que se refiere La ciudad roja de José Mancisidor.

19
Históricamente, los pormenores de esta huelga de inquilinos son los
siguientes:
"1922 se inicia bajo el signo del desempleo generalizado y la ofensiva
capitalista contra los trabajadores" (Taibo 11, 1986: 155). En efecto,
fue un año particularmente dificil para la población del puerto por los
efectos de dos crisis: una, derivada de la posguerra que afectaba a la
ciudad, porque estaba ligada estrechamente al movimiento de
mercancías, y la otra, el despido de empleados de aduanas y oficinas
del gobierno federal para sortear la escasez de recursos económicos
(Landa, 1989: 68).
Las circunstancias referidas motivaron a los habitantes de los barrios
populares del puerto a buscar y encontrar formas colectivas para
defender sus reducidos ingresos. La respuesta de la gente pobre dio
sustento al Movimiento Inquilinario que sorprendió por la capacidad de
movilización de los participantes y la fuerte solidaridad recibida.
Para enfrentar a la burguesía acaparadora de viviendas, los porteños
rompieron el esquema gremial; es decir, desempleados, obreros,
empleados, prostitutas y toda gama de desheredados hicieron sentir a
los casatenientes que estaban dispuestos a responderles
colectivamente. Por ello se ve, como nunca en la ciudad, la
participación masiva de los miembros del Sindicato Revolucionario de
Inquilinos (ibid.: 69).
Durante los meses de marzo a julio, Veracruz presencia innumerables
manifestaciones y mítines. Una fuerte agitación callejera sacude el
puerto (ibid.: 70); los inquilinos toman la casa de la que ha sido
lanzado alguien, en señal de apoyo y protesta por el injusto proceder
de los casatenientes. "Los patios veracruzanos son escenarios donde
las

20
masas radicalizadas se prometían una sociedad 'sin amos y sin
gobierno" (loc. cit.)."
El movimiento se desborda; los dirigentes pierden el control; los
casatenientes presionan fuerte mente, apoyados por diplomáticos
ingleses, norteamericanos y españoles; el periódico El Dictamen
asume una postura contraria al movimiento y al Gobierno del Estado.
Finalmente, la ruptura entre los comunistas y el líder de los inquilinos,
Herón Proal," propicia que intervenga el ejército y se produzca una
matanza cuando las fuerzas federales arremeten contra una mani-
festación, en buena medida, integrada por mujeres (loc. cit.).
La trama de la novela de José Mancisidor sobre el Movimiento
Inquilinario se ajusta fielmente a los acontecimientos históricos, y le
permitió al autor expresar sus preocupaciones por el viraje de la
Revolución Mexicana, así como hacer explícitas sus concepciones
sobre la justicia, el poder, el papel de la nueva burguesía emanada de
la Revolución, la función del Estado posrevolucionario -guardián de los
intereses de los poderosos-, la lucha popular para la liberación de las
clases trabajadoras, etc. En fin La ciudad roja es un texto con un
fuerte contenido doctrinario acerca de cuáles serían las formas de
lucha política más acordes con la

______________
12 El carácter "utópico del Movimiento Inquilinario ha sido tratado
recientemente por David Martin del Campo en su novela Alas de
Angel (México: Diana, 1990).
13 Herón Proal (1881-1950). Nació en Tulancingo, Hidalgo, fue sastre
y marino. En 1916 se estableció en Veracruz. Baje la influencia del
anarquismo, comenzó a destacarse como dirigente de los inquilinos y
los obreros. En 1922 asistió como delegado al primer congreso del
Partido Comunista Mexicano: ese mismo año dirigió el Movimiento
Inquilinario de Veracruz Estuvo preso en las cárceles de Belén
(México, DF) y Veracruz Murió en Veracruz. (Véase. Taibo Il y Octavio
García Mundo para lo relativo al Movimiento Inquilinario).

21
situación del momento y cuáles las tareas por cumplir (Cfr.
Dessau, 1973: 303).
El asunto de la novela está constituido por los siguientes núcleos
temáticos: la agresión de la burguesía acaparadora de las viviendas
de los inquilinos del puerto; la respuesta del pueblo ante la injusticia;
los alcances y limitaciones del Movimiento Inquilinario, que por su
debilidad interna sucumbe ante los embates del enemigo de clase; la
elevación y caída del héroe del relato, que corre paralela con la
elevación y caída de la insurgencia popular; el fracaso de un dirigente
que no fue capaz de leer los "signos de la calle"," es decir, que al
guiarse sólo por las imágenes ideales acerca de la gente y la
revolución, pierde contacto con la realidad y no puede ser capaz de
valorar, en su justa dimensión, cuáles son las reales motivaciones de
las masas, su escaso nivel de conciencia política, su desorientación,
etcétera.
En el plano del discurso literario, el conflicto se plantea en los
siguientes términos:
Después de un largo periodo de desórdenes, la Revolución ha dejado
atrás "el inútil y engañoso periodo destructivo" (Mancisidor, 1932: 13-
14); ahora está transitando por los "ricos senderos de la reedificación"
(loc. cit.). Es sabido que en la realidad histórica se ha operado un gran
viraje con la muerte de Carranza en 1920 y la asunción al poder

_____________
14 Esta expresión fue acuñada por Marshall Berman para significar la
importancia que entraña para los dirigentes políticos e intelectuales de
izquierda entrar en contacto con la gente real y concreta, y no con
meras abstracciones de ella:
A menos que sepamos cómo reconocer a la gente, según ven y
sienten y experimentan el mundo, nunca seremos capaces de
ayudarlos a reconocerse a sí mismos ni a cambiar el mundo. Leer El
capital no va a servirnos de nada si, además, no sabemos leer los
signos de la calle (Berman, 1991: 39).

22
del grupo sonorense, muy cercano a los intereses de la nueva
burguesía emanada de la Revolución. Se vive una nueva etapa de
reconstrucción en la que el Capital ha de jugar un papel decisivo, y no
importa si para conseguir sus fines se atropella a las clases populares.
El protagonista de la historia es un trabajador de los muelles llamado
Juan Manuel,15 quien ha logra- do colocarse como uno de los
principales líderes de ese confuso e incipiente alzamiento popular.
Desde su primera participación en un mitin después de los
lanzamientos de inquilinos, su oratoria logró penetrar, conmover y
convencer a esa muchedumbre que excitada y ansiosa esperaba oír
las palabras que deseaba escuchar:

Y Juan Manuel habló... Su voz, vibrante y pastosa, fue como un


mágico conjuro en que engarzó sus emotividades el despertar de las
conciencias... Su palabra fuerte, fácil, sencilla incursionó liviana por
los cerebros de aquellas gentes, a quienes se les figuraba -
coincidencia definitiva- que eso que él expresara era exactamente lo
que ellas sintieran y pensaran (ibid., 1932: 32-33 y 1994: 49).

A partir de este momento, Juan Manuel establece con su audiencia


una vía de comunicación por la que se filtrará su palabra radical, pero
convincente. Con ella ganará enorme ascendencia en las masas y le
abrirá la puerta para desempeñar un papel determinante en el
Sindicato Revolucionario de Inquilinos, el organismo de resistencia de
las clases populares, con el que tenían la esperanza de enfrentar a la
burguesía agresora.
______________
15 Sin pretender establecer una relación mecánica entre texto y
realidad, puede plantearse que determinados personajes de la obra
tienen su "referente" en la realidad histórica, aunque conservando su
carácter de ficciones, lo cual permite mantener la racionalidad en las
conflictivas relaciones entre literatura y sociedad y mantener vigente la
concepción de que "el arte se mue ve en el campo de lo verosímil o
posible, mientras que la historia se mueve en el campo de lo
realmente sucedido (Bignami, 1973: 67).

23
El papel de Juan Manuel como guía del definir Su movimiento
constituye para él una valiosa oportunidad para encontrarse a sí
mismo, para razón de existir. La revelación de su nueva circunstancia
se va produciendo a medida en que el personaje se va insertando en
la dinámica de los acontecimientos. Este proceso de anagnórisis tiene
su punto inicial en aquel momento en que se observa con otros ojos-
con una nueva y escrutadora mirada- a sus compañeros de faena en
los muelles. Es, precisamente, en ese instante, cuando se produce en
el personaje una súbita toma de conciencia acerca de la miserable y
desesperanzada condición de los trabajadores portuarios.
La toma de conciencia constituye el inicio del drama del personaje,
cuyo escenario es la ciudad roja, ámbito en que se producirá la
elevación y caída del hombre, con lo cual se pone de relieve la
dimensión trágica de su existencia. La caída del 16 héroe, -su fracaso,
la frustración individual y colectiva-, fue determinada por la
incomprensión de aquellos a quienes pretendió conducir, y que fueron
incapaces de apreciar su idea acerca de las vías para alcanzar la
manumisión de las masas populares. De esta manera, entre Juan
Manuel y su base, se va abriendo paulatinamente un abismo sobre el
cual no pudo tender puentes.
Las masas, impredecibles en su actuar, grosera- mente pragmáticas
(o simplemente realistas). movidas por pequeñas e inmediatas
reivindica- ciones, están muy lejos de la visión utópica que el
personaje se ha forjado de ellas, de modo que esa

___________
Hasta cierto punto resulta una paradoja que Mancosidor manejando
una concepción materialista de la Revolución, introduzca la imagen
mesiánica de Juan Manuel

24
entidad generosa, dispuesta a entregar todo por la Revolución, sólo
existe en la imagen romántica que Juan Manuel ha ido fraguando en
su 'alma alucinada",
La dinámica del Movimiento Inquilinario, la escasa visión de las
masas, la estrechez de sus miras, el oportunismo, el "temor por la
responsabi lidad" (bid.: 154), el adentrarse en "el estercolero en que
las masas chapoteaban sin encontrar el norte de su liberación, como
el viajero perdido en las arenas implacables del desierto"(loc. cit.), en
suma, la nausea, le imponen a Juan Manuel un dilema: conducir el
movimiento por la via del reformismo, ajustando las acciones a la
legalidad burgun y seudorevolucionaria, o radicalizarlo. Para el lider la
opción es meridiana, con esa claridad que sólo él, en el delirio utópico
es capaz de concebir: ¿Cómo transitar por la via del legalismo si la
vida nacional era una mascarada de revolución? Para Juan Manuel,
esta Revolución, tan traida y llevada no se había realizado jamás. En
consecuencia, el único camino posible era la radicalización del
movimiento inquilinario, que deberia culminar con la toma del poder
por el pueblo, porque...

La Revolución ¿Existia la Revolución ¿Polia llamarse Revolución a


ese movimiento sentimental, realizado por intuición, en que en
deshacia por ahora la ansiedad de las masas como se deshace en las
aguas un grano de sal? (hid, 1932: 156 y 1994 128)

Para Juan Manuel la respuesta es clara: "la Revolución existía, sí,


pero solamente en la inquietud de las masas, Alli vivía. Alli se
levantaba como un imperativo enjuiciador" (loc. cit.); por lo tanto, urgia
"señalar nuevos senderos, deslindar otras rutas, fijar modernos
derroteros en los que ellas llegaran a realizar sus ansias justicieras"
(loc. cit.).
25
Sin embargo, radicalizar el movimiento no era fácil porque en el
interior del Sindicato de Inquilinos se habían infiltrado las posiciones
opor tunistas de aquellos que estaban dispuestos a pactar con la
burguesía; además, flotaba en el a ambiente una sensación de
fracaso, de derrota, que ni siquiera la vehemencia oratoria del
protagonista a puede disipar. En realidad, lo que se trataba de
encubrir con el velo del derrotismo era el engaño las masas,
haciéndolas creer en la posibilidad de una liberación que estaba muy
lejos de concretarse.
Ante la inmoralidad de los que inyectan el germen del desaliento para
frenar la radicalización de la base popular, Juan Manuel se yergue y
asume su papel de conciencia crítica, insobornable y vertical:

-Engañar a la masa; [...] fortalecer sus locas ilusiones; impulsar sus


pobres anhelos; desencadenar sus sueños reivindicativos dentro de la
falsedad de este organismo político-social: ¡ése es el fracaso, ése es
el delito, ése es el crimen...! (ibid., 1932: 164-165 y 1994: 133).

A pesar de los esfuerzos de Juan Manuel, el Movimiento Inquilinario


llegó a una situación crítica por causa del divisionismo existente -que
rompió el frente único y la inconsciencia de la base: "La masa
adormilada, como enferma de sueño, se debatía en su propia miseria,
como los cerdos en el lodazal" (ibid.: 192). La insurgencia popular
entró en su fase final revelando el desconcierto atroz, muy
conveniente para quienes estaban esperando la oportunidad de
asestarle el golpe mortal, con el cual la burguesía porteña,
fuertemente apoyada por ciertas facciones del Estado, lograría
finiquitar este molesto problema que significaba la huelga de los
inquilinos.
Los momentos finales de esta novela están carga- dos de efectos
melodramáticos (operísticos). Al
26
frente de la manifestación, y entonando las estrofas de "La
internacional", Juan Manuel cae abatido por las balas de los soldados:

Juan Manuel permanecia con los ojos vitriados fijo en los cielos como
si les reprochara os criminales mentiras. En sus manos crispadas por
la desesperación de la agonia, un trapo rojo amaba es tristes. En la
ciudad levantisce rodaba una ola sangrienta como si el mar se hubiera
hecho sangre en un minuto (ibid. 1932 219 y 1904 164)

El escenario parece montado ad hoc para configurar el carácter


patético de la situación:

Las amplias avenidas manchadas de sangre, los banderines rojos y


los gallardetes desafiantes regados caprichosamente, daban a la
población el aspecto exótico de una roja ciudad cuyos tintes
sangrientos se afirmaban por instantes (ibid., 1932: 220 y 1994: 164)
.
En el plano expresivo, esta novela se significa por el abuso de la
"retórica revolucionaria". Las intervenciones del protagonista son, en
su mayoría, frente a una audiencia amplia, heterogénea y anónima, y
ocupan un porcentaje muy alto en el texto, con lo cual la acción se
reduce al mínimo.
Este retoricismo al servicio de una ideología cercana al marxismo-
leninismo, constituye una falla de la composición ya que,
evidentemente, la obra artística "se relaciona con la ideología, pero no
es un simple vehículo de la ideología" (Bignami, 1973: 79). En efecto,
las parrafadas sobre la revolución y la lucha de clases no resultan muy
efectivas como representación literaria; por ello, afirma Dessau, La
ciudad roja deja la impresión de ser un tratado, antes que una
descripción conmovedora o entusiasta (op. cit.: 304).
La ciudad roja como novela es defectuosa, porque la obra no debe ser
ni un reflejo fiel de la realidad, ni un sustituto de ella, sino una nueva
realidad fundada sobre la existente; es decir, una

27
recreación artística que, aunque condicionada, inscribe en la sociedad
como una estructura de relativa autonomía, no traducible ni reductible
otras (Cfr. Bignami, 1973: 78-80). a
En efecto, estilísticamente la novela de Mancisidor presenta fallas en
la composición, pero responde a las inquietudes del autor: indagar el
porqué del fracaso de un movimiento que contó con amplio respaldo
popular.
La novela del escritor veracruzano es un texto que casi no sale del
dominio de las ideas (Dessau, 1973: 304). Los personajes están
escasamente delineados y corresponden más a entidades abstractas
que a convincentes figuras humanas; Juan Manuel, el protagonista, es
más una función en el relato que un carácter, y se le presenta en la
obra en tres momentos básicos de su actividad: adquiriendo una
experiencia en la lucha política, reflexionando profundamente sobre
los problemas y haciendo labor de agitación (loc. cit.).
Lo anterior remite forzosa y necesariamente a una condición esencial
que ningún creador de personajes debería olvidar y que Marx,
seguramente conocido por Mancisidor, expresó cuando contraponía a
Shakespeare con Schiller: "el primero pone en escena no meramente
ideas abstractas que encarnan los personajes, sino las pasiones e
intereses de éstos, lo cual permite que a través de ellos se exprese la
historia y la realidad concreta" (Bignami, 1973: 71).
En síntesis, el texto de Mancisidor se alejó de algo que es esencial en
el arte y que atinadamente señalara Althuser: "Creo que lo propio del
arte es hacernos ver', 'hacer percibir', 'hacer sentir', 'algo que alude a
la realidad" (ibid.: 79-80). En La ciu

28
dad roja sólo se puede ver, percibir, sentir, esa ansiedad por la
Revolución, pero en un nivel totalmente abstracto; en cambio, poco se
puede ver, percibir y sentir de la vida real, porque aun la muerte de
Juan Manuel, con todo lo dramática que pudiera parecer, resulta poco
convincente y escasa- mente conmovedora, ya que semeja más la
imagen de un cartel revolucionario.
Sin embargo, y a pesar de las objeciones formuladas, no puede
desconocerse que José Mancisidor fue un escritor que mostró esa
facultad creadora. que se ha denominado voluntad de estilo, la cual se
hace presente en la diversidad -no muy abundante de recursos del
lenguaje poético existentes en el texto, y que contribuyen a establecer
cierto contrapeso con las extensas y retóricas referencias a la
Revolución:

La ciudad, desperezándose, sacudía su modorra. De la serena


inmensidad del mar, encajada en el espacio interminable, emergía,
como abanico de encendidos reflejos, un imponente sol que
incendiaba el vacío [...]
De las profundidades del viejo castillo brotó, imperioso y taladrante,
un silbar perentorio que llamaba a la faena poniendo en los aires
extrañas vibraciones.
Los tranvías iniciaron su correr de resistencia. Frenéticos, sus tim-
brazos nerviosos ponían su pincelada de vida en el ajetreo de la ciu-
dad.... [-] En las fábricas, en los talleres, en la bahía tendida
graciosamente bajo la fuerza del sol, los silbidos estridentes surgian
trémulos, temblorosos, como gritos destemplados de mujeres
histéricas. La ciudad se hacía febril... (Mancisidor, 1932: 50 y
1994:59).

La cita anterior logra comunicar, convincente- mente, la imagen de


una ciudad ruidosa, estridente, vital,,moderna -o quizá posmoderna-
que inicia ritualmente un ciclo más de su cotidianidad. Este registro de
habla contrasta fuertemente con el discurso ideologizado que no es,
de ninguna manera, apodictico. Por su fuerte ideologización, La
ciudad roja revela a un escritor cuyo actuar en el te-

29
rreno de las letras constituye, hasta cierto punto, una paradoja, porque
al asumirse como la conciencia culturalista del pueblo, -esto es, que
se arroga la facultad de dogmatizar, señalar lo aceptable inaceptable,
etc.-, cae en flagrante contradicción se acerca más a la
caracterización de intelectual burgués, que por supuesto, Mancisidor
siempre rehuyó (Cfr. Ballón Aguirre, 1977:8). y
Después de muchos años de publicada la novela de Mancisidor, y
teniendo en cuenta su posterior producción novelistica, en la que de
alguna manera ha superado las deficiencias anotadas para La ciudad
roja, es válido preguntarse por el valor de un texto como éste.
Responder a esta cuestión no es difícil; ya que no obstante, sus
deficiencias insoslayables, La ciudad roja constituye un valioso
documento -no testimonio, el discurso de Mancisidor no es
testimonial-¹7 sobre el Movimiento Inquilinario, por su reconstrucción
fiel de los acontecimientos y del ambiente que se vivía en la ciudad en
aquel memorable año de 1922. El documentar -con textos de la
prensa- la información que sirve de base para construir la trama de la
novela constituye una contribución sustancial al conocimiento de la
historia del puerto de Veracruz, importancia que se comprueba con las
frecuentes citas que de esta obra han hecho los historiadores, a la
cual toman como fuente confiable por su fidelidad a los
acontecimientos."
Finalmente, La ciudad roja es un ejemplo de esta tendencia de la
Novela de la Revolución Mexicana a la cual Turrent Rozas designó
como

__________
17 Para lo relativo al discurso testimonio, véase Prada, 1990: 29-44.
18 Cfr. Romana Falcón y Soledad García Morales, La semilla en el
surco Paco Ignacio Taibo 11, Bolshevikis y Octavio Garda Mundo, El
movimiento inquilinario de Veracruz, 1922 (apud. Landa, 1989, p. 70).

30
Literatura proletaria que, a pesar de todas las objeciones ideológicas y
estilísticas que pudieran señalársele, forma parte de la historia de la
literatura regional de Veracruz-y por ende de la literatura mexicana-
que debe ser conocida y estudiada. Las razones anteriores motivaron
y la reedición de esta obra cuyo rescate fue determinado por
considera- ciones fundamentalmente históricas.

Sixto Rodríguez Hernández

BIBLIOGRAFÍA CITADA

Abreu Gómez, Ermilo.


1956 "Retrato de Mancisidor", en México en la Cultura (Suplemento de
Novedades), núm. 389, México, 9 de febrero. Anderson Imbert,
Enrique. 1980 Historia de la literatura hispanoamericana. 6a. ed.,
México: PCE
(Breviarios, 156).
Ballón Aguirre, Enrique.
1977 "César Vallejo en Rusia", en Hispamérica. Año VI, núm. 18,
diciembre, nota 17, p. 8.
Berman, Marshall.
1991 "Los signos de la calle. Una respuesta a Perry Anderson", en
Plural. 2a.
época, vol. XX-VIII, núm. 236, mayo.
Bignami, Ariel.
1973 Arte, ideología y sociedad. Buenos Aires: Ediciones Silaba
Brushwood, J. S.
1973 México en su novela. México: PCE (Breviarios, 230).
Bustos Cerecedo, Miguel.
1973 Imagen de Lorenzo Turrent Rozas", en Obra completa de...,
Xalapa: Universidad Veracruzana, pp. 9-22.
Castro Leal, Antonio. 1974 "Introducción" a La Novela de la
Revolución Mexicana, 2 vols., selección, introducción, cronología
histórica, censo de personajes, Indice de lugares, vocabulario y
bibliografia de... 10a. ed. México: Aguilar [la. ed. 1960].
Córdoba, Álvaro.
1935 "Una vieja discusión", en Ruta, 2. apud Adalbert Dessau, La
novela
de la Revolución Mexicana.

31
Dessau, Adalbert.
1973 La novela de la Revolución Mexicana. Tr. de Juan José Utrilla
México: FCE, (Col. Popular, 117).
Franco, Jean.
1975 Historia de la literatura hispanoamericana. Tr. de Carlos Pujs
Garcia Mundo, Octavio. 1976 El movimiento inquilinario de Veracruz,
1922. México: SEP
Barcelona: Ariel.
(SepSetentas, 269). 1981 Historia de la literatura mexicana. 14 ed.
con un apéndice elaborado por el Centro de Estudios Literarios de la
UNAM. México: Porris
González Peña, Carlos.
(Sepan Cuántos...", 44), [1a. ed. México, 1928].
Landa Ortega, María Rosa. 1989 Los primeros años de la
organización y luchas de los electricistas, tranviarios en Veracruz
(1915-1928). [Tesis para optar por el grad de Lic. en Sociología,
Xalapa).
Mancisidor, José. 1932 La ciudad roja (Novela proletaria). Xalapa:
Ediciones integrales.
1933 "Literatura y Revolución", en Ruta, 6.
1957 "Mi deuda con Azuela", en El Nacional, 25 de agosto. Pereyra,
Carlos. sff. Historia de la América española. III. Apud, González Peña.
1981, pp. 251 y 333.
Prada, Renato. 1990 "Constitución y configuración del sujeto en el
discurso-testimonio", en
Casa de las Américas, 180, mayo-junio.
Taibo II, Paco Ignacio.
1986 Bolshevikis. Historia narrativa de los orígenes del comunismo en
México (1919-1925]. México: Joaquín Mortiz (Apud, Landa, 1989).
Turrent Rozas, Lorenzo. 1973 Obra completa. Compilación, imagen y
ficha bibliográfica de Miguel
Bustos Cerecedo. Xalapa: Universidad Veracruzana (Biblioteca
Veracruzana, 1).
Zemskov, Valerie V. 1987 La Revolución de Octubre y la literatura de
América Latina, en Casa de las Américas, 164, septiembre-octubre,
pp. 11-15 (tr. del ruso de Raúl Fidel Capote).

32
PREFACIO A LA EDICIÓN ORIGINAL

"INTEGRALES, ediciones revolucionarias" cree necesario hacer una


afirmación en cada uno de sus libros que sea, al mismo tiempo, una
confirmación de su programa de lucha; ya que, más que una editorial
en el sentido de empresa publicadora de libros, intenta ser una guía
del pensamiento nuevo en México.
Ahora da al público, con el segundo libro de José Mancisidor,
asegurado en el estilo y depurado en la ideología, una obra de
convicción revolucionaria, es decir: una obra conseguida a fuerza de
interrogar los acontecimientos hasta obligarlos a una declaración de
fines, ellos que en México no han tenido principios.
Acaso por esto, a muchos lectores, la nueva obra de Mancisidor,
erizada de puños como la ilustra la carátula de Leopoldo Méndez, va a
parecer un grito en la noche, cuando es, en realidad, el rumor del paso
pesado de las multitudes efervescentes que van hacia los días ya en
prenda y que "INTEGRALES" recoge y entrega a la llamada universal
de unir las filas bajo el sol de una sola bandera.
"LA CIUDAD ROJA" de Mancisidor, encendida en su propia alborada,
hace arder para México el litoral por donde nos asomamos a un mar
vagabun do, sonámbulo en la llamada de sus faros que

33
azotan la distancia. De allá nos va a llegar la palabra de orden que
esperamos heridos de impaciencia José Mancisidor nos lo asegura
con una clara visión del porvenir.
"INTEGRALES" sigue su ruta pendiente en todo instante al
pensamiento revolucionario de México, que día a día se solidariza con
las nuevas ansias de la humanidad.
Este libro, como "LA ASONADA" del propio Autor, habrá de marcar a
su paso una profunda huella.
Editorial "INTEGRALES"

34
EL LANZAMIENTO
-¡Ja!, ija!, ja!, -rió burlonamente el representante de la ley, paseando
sus ojillos apagados por el corro de curiosos. La risa, destemplada,
marcó millares de rayitas
en su rostro, en el que los pelillos como cerdas se
erizaron con prontitud.
-Así -continuó, parpadeando nerviosamente- es como las gentes de
orden lograrán reintegrar su autoridad.
Su boca, al despedir la frase ampulosa, fatua como niña "bien",
pareció mordisquear en el vacío. En seguida afirmó: -La revolución ¡no
hay que dudarlo! ha dejado
atrás, en el desarrollo de su proceso sabio y atina-
do, el inútil y engañoso periodo destructivo, para
entrar gallardamente en los ricos senderos de la
reedificación.
La voz, resbalando sobre las paredes lisas de las casas, se
fragmentaba en otras muchas voces que iban y tornaban, subían y se
arrastraban hasta convertirse en débiles susurros que concluían por
extraviarse en los ángulos apartados de las calles...
Sus ojillos mortecinos, inexpresivos, acostumbrados a los grandes
disimulos, se posaron triunfadores sobre las enmarañadas cabezas de
sus oyentes que, atemorizados, se comenzaron a desbandar. Las
mujeres silenciosas, pesarosamente silenciosas, recogidas en sus
hondos pensamientos. Apretando a sus rapaces contra las piernas
flacas y huesudas. Con azoro retratado en los

37
semblantes; la cabeza hundida entre los hombros
levantados, como si algún peligro las amenazara
Los hombres indecisos, perplejos. Con la protesta temerosa
aporreada por los labios apretados. A ratos, la injuria se escurría
incontenible, des bordante. Después... la huida continuaba tacitur.
repentinamente.
na, silenciosa.
De una pocilga destartalada, que exhibía su vergonzante desnudez al
hilo de la calle, salió un grupo de soldados llevando en las manos
renegridas y sudorosas algunos trapos miserables que arrojaron con
desprecio en medio del arroyo. Varios muebles, rotos y desvencijados,
yacían sobre el empedrado bruscamente hacinados.
-Esto es lo que restaba, señor, por los rincones de la habitación.
El que habló, descargó el bulto que llevaba entre los que en el suelo
había. Luego trajinó los bolsillos de su pantalón, de donde extrajo un
cigarrillo que encendió displicente.
Las espirales azulosas ascendieron lentas hasta diluirse en las alturas
cargadas también de azul.
El representante de la ley, sofocado todavía por el esfuerzo
hábilmente desenvuelto en la exposición de sus teorías referentes al
orden y la revolución, agradece el parte recibido con movimientos
afirmativos de cabeza y, con andar lento y campanudo, se dirige hacia
las puertas de la casuca desvencijada, en cuyo interior, lóbrego y
sombrío, sólo permanece el "gachupín" que la administra.
A la débil claridad de un sol vergonzante y destenido que cuela su
timidez por las rendijas de

38
la zahurda infecta, los hombres se miden mañosa- mente, se estudian,
acechan sus impresiones, establecen una rápida corriente de simpatía
que los identifica y, sin hablarse, se comprenden. Un mismo impulso
los acerca, los empuja y los estrecha en una solidaridad tan efusiva
que parece adentrarse en las inaccesibles profundidades de la más
remota amistad. Los ojillos apagados de uno cobran vida
momentáneamente, en tanto que las miradas vivaces del otro se
apagan y adormecen. Las manos se tienden afectivas, fraternales, y
cuando pretenden unirse en expresión de simpatía, inicia un
movimiento de cariñosa violencia que sube por los hombros hasta
apretarlos en un abrazo entusiasta, que es como el sello indisoluble
de un pacto amistoso, de entendimiento y recíproca fidelidad.
Así permanecen por largo rato, sentimentales y emocionados bajo el
encanto del metálico cantar de las chicharras rezongonas, hasta que
el representante de la ley, desprendiéndose paulatino de los brazos
que lo aprisionan, explica complaciente:
-Acabó el desorden, ¡señor mío...! La gastada frase de aquel
desvergonzado que afirmara sus rapiñas con el concepto brutal y
arbitrario de "la Revolución es la Revolución", ha desaparecido para
siempre del teatro de nuestras luchas como tiende a desaparecer todo
lo inútil y lo superfluo...
Su mirada, pretendiendo soslayar la de su inter- locutor que se
ausculta con fijeza, fingió timideces de doncella. Las chicharras
barrenaban incansables el espacio silente.
1 N. del E. El Autor se refiere a Don Luis Cabrera, Encargado del
Despacho de Hacienda, en el Gobierno de la Revolución de 1913.

39
Pérfido, insinuante, acab
-El momento es otro: ¡creador, edificante, optimista! Hay que inspirar
confianza al capital p que la Patria prospere y engrandezca... para
El silencio dilató sus maravillas, por las que sola mente retozó un
incipiente croar de ranas, refugiadas en las charcas vecinas.
El "gachupín" ha dejado de mover la cabeza, luciente y monda como
queso de bola, que antes oscilara en un ritmo uniforme, como péndulo
de reloj -Eso es lo que se necesita ¡hombre...! ¡Orden, worden...! Por
lo demás, usted sabe... que no
orden
y
nos daremos por bien servidos...
Su mano recia, de gañán, rubricó fuertemente sus palabras en
semicírculos espaciosos dibujados en el vacío.
El representante de la ley, que comenzara a afinar las rendijas de sus
ojos en un parpadeo voluptuoso de satisfecha vanidad, los agranda de
repente y deniega brusco, con ademán repulsivo, como si tratara de
alejar con violencia la dádiva ofrecida. Las cuerdas de su cuello se
hacen tensas hasta querer reventar. Su rostro se empurpura,
empalidece, se torna serio, agresivo en esbozo de dignidad ofendida,
y, a fin de cuentas, ríe, ríe bobaliconamente con una risa estúpida y
brutal en la que brilla la avaricia, la ambición y la maldad, en el espejo
sin azogue de unos dientes puntiagudos y voraces.
Por un minuto sus ojos se acarician prometedores, las manos se
estrechan nuevamente en señal de des- pedida y la amistad se
establece firme y para siempre en una sola intención y en un único
anhelo...
Afuera, el acerado refunfuñar de las chicharras sollozantes prende su
monotonía al croar incesante

40
de las ranas, mientras el sol, paliducho y enfermizo, resbala impasible
hacia la muerte.
Cuando el representante de la ley apareció otra vez en la calle, un
hombre se ocupaba en clavar las tablas de los trastos que arrojados
violentamente sobre la dureza de las piedras, han terminado por
desarmarse. A su lado, una mujer, con un chiquillo en los brazos, llora
calladamente. Sus ojazos, negros y brillantes por el rocío del llanto, se
fijan desorbitados en la serenidad del cielo silencioso por el que ha
claudicado el sol. La tarde refresca las vaporizaciones de la arena
caldeada del verano sofocante y la ciudad comienza a cobrar
movimien- to indescriptible. El paso alegre y entusiasta de hombres
trajeados de mezclilla azul, que retornan al calor de la familia después
de las labores en los muelles, ensarta sus cordialidades en el
ambiente
fatigado. En sus rostros renegridos por el hollín se refleja contento.
Caminan satisfechos, veloces, tarareando alguna canción.
Estibadores, lancheros, mecánicos, marineros, grueros, jornaleros en
general. Artesanos. Gentes de trabajo...
Algunos se detienen e interrogan. El que ha dado fin a la tarea de
remendar sus muebles, apenas si responde. La rabia y la impotencia
lo sofocan y siente, dolorosamente, cómo en su alma, antes tranquila
y diáfana, se va enderezando el anhelo irresistible de odiar, que pone
manchas negras en sus ojos.
La mujer ha dejado de llorar y acuna cariñosa al pequeñuelo que
indiferente a la escena de que es

41
actor, se adhiere ansiosamente al pezón sonrosad de la madre que,
olvidada ya de cuanto la inicia una tonadilla enervante, sentimental.
rodea
Una pareja de tordos teje su romance de amor en el espacio emotivo y
sensual, bajo la magia del romántico atardecer, mientras las ranas
fastidiosas vomitan con escándalo a la sombra de la tarde...
El representante de la ley se detiene momentáneamente junto al
hombre, apurado ahora en recoger los trapos enlodados y, después
de encogerse de hombros, indiferente y brutal, reanuda su camino
hasta perderse por las callejas cercanas. La mujer no ha puesto
atención, pero el hombre ha suspendido su labor, para escupir una
blasfemia que se diluye impotente en el trajín de la tarde... Luego
vuelve a encorvar sus robustas espaldas sobre los trastos
deteriorados y comienza a cargárselos para llevarlos quién sabe
dónde.
Sobre la ciudad, cuyas torres y cúpulas radiantes se recortan en el
claro azul del cielo, se precisa el inquieto parpadear de las estrellas
desveladas, cuando el mar, sereno y majestuoso, ha desatado el llorar
de la resaca.

42
EL MITIN
Cuando Juan Manuel, abandonando la amplia avenida llena de luz
enfrentó a la glorieta del Parque, la multitud se arremolinaba febril en
el centro del paseo. De las céntricas avenidas, que como pistas recién
aseadas deslizaban su belleza en medio de la curiosidad de los
tejados deslavados, las gentes arribaban en tropel. Los tranvías,
repartiendo sus luminarias de vivos colores -verde, rojo, azul-, por las
rutas emprendidas, descargaban los racimos humanos que se
apresuraban a incorporarse a los grupos ya estacionados en el blanco
embanquetado del paseo, por el que las notas tristonas y
destempladas de las pianolas vecinas res- balaban su gárrula
cursilería. La sonoridad de sus timbres alarmistas ponía en el espacio
tundido, vio- lentas vibraciones.
Asomando sus blancos luceríos por encima de las rojas pizarras de
los tejados, los cines trepidaban con la gritería de las "jazz" sumando
sus estridencias descoyuntadas a la alharaca de la multitud. Los
autos, pasando raudos, sin detenerse, prendían el bullicio de sus
claxons al ruido y a la animación difusos de la hora y del lugar. Sus
fanales, ofus- cantes, macheteaban en los aires con tajos iracundos...
Por las calles rumorosas, atestadas de curiosos, los "sport" de la
burguesía cortaban los recios cordones humanos, huyendo
presurosos hacia la playa solitaria... A pocos metros, la maciza silueta
de "Santiago" con sus negras troneras, como bocas

45
claudicantes de viejas desdentadas, simulaba cajearse jubilosa en el
loco tumulto de la noche... En el azul despejado, tupido de ricos car
expuestos a la avaricia de los hombres en el proletaria... escaparate
vanidoso de los cielos, la luna acerada hoz-se hacía un arma joyeles -
como
Las gentes seguían llegando en procesión hasta formar una enorme
masa que se desbordaba incontenible por las calles adyacentes al
paseo. El movimiento multitudinario era como azotar de olas de un
mar agitado, como chocar de corrientes encontradas.
De pronto, las gentes se apretujan y se empinan sobre las puntas de
los pies, en medio de un silencio expectante e inesperado que se
ensancha con presteza. Alguien, con voz aguda, destemplada, explica
los motivos que los congregan.
-Ante la vergonzosa situación de las masas pro- letariasdice- es un
deber agruparse aprestándose para la lucha...
Sólo la unión -repite- podrá salvar a los oprimidos de México en esta
hora de miserables claudicaciones, en la que los hombres de la
Revolución han comenzado a sucumbir a los dorados ensayos de la
apostasía...
El roncar de un claxon imprudente levantó un clamor de protestas
como huracán de gritos rubricados por puños en mazorca.
A lo lejos, la figura del orador -cuyas palabras sucumbían aporreadas
por los gritos de las gentes- destacándose precisa, golpeaba con sus
manos vigorosas enemigos invisibles. Sus brazos, cubiertos de azul,
eran como recios martinetes remachando en los cerebros vastos y
descuidados, la frase lapidaria. Después, se calmaron, se hicieron
lentos,

46
suplicantes, hasta detenerse en un gesto de implo- ración, levantados
al infinito, como si permanecieran en espera de una ofrenda
milagrosa.
El aplauso se inicia pobre, encogido, entre puños que se desfloran a
distancia con timidez... Pero a poco, por ser tan fuerte y a compás,
acusa retumbos de mareta.
La muchedumbre exitada, grita, aturde, gesticula como una
congregación de posesos. Alza los puños airados hasta el cielo
constelado, como gladiadores que arrojan su pregón de desafio hasta
la comba azul y milenaria.
Los gritos se hacen broncos, atronantes y el reflujo arrebatado de las
masas, grávido de vehemencias, es como el encrespamiento de las
ondas marinas al brusco soplo del vendaval.
De repente, la multitud oscila con mayor violencia, para quedarse fija
en un instante, como si hubiera sido aprisionada por dos brazos
poderosos.
Y Juan Manuel habló... su voz, vibrante y pastosa, fue como mágico
conjuro en que engarzó sus emotividades el despertar de las
conciencias... Su palabra fuerte, fácil, sencilla, incursionó liviana por
los cerebros de aquellas gentes, a quienes se les figuraba -
coincidencia definitiva- que eso que él expresara era exactamente lo
que ellas sintieran y pensaran.
En sus cerebros zafios, toscos, ignorantes, la luz de la expresión
diáfana y tangible fue alumbrando de tal manera persuasiva, que
venía a despertar dormidas inquietudes de viejas ansias
incomprendidas, de añejas quimeras imprecisadas... La voz, antes
clara, acariciante, tornóse ruda,
autoritaria, categórica:

47
-No es la hora, camaradas, culpable de claudicaciones... La hora es
un concepto vacío y abstract que, se renueva constantemente. Y con
ser una cosa tan nueva, es al mismo tiempo un término tan viejo, que
la humanidad ha acabado por ignorarlo...
Las cabezas crecieron sobre los cuellos alarga. dos... Los mentones
agudizaron el ángulo de la quijada sobre la que fulguraban las luces
encendidas de los ojos agrandados... Del conjunto abigarrado y
tranquilo, como ovejas en rebaño, se esparcían hedores penetrantes.
-¿Qué has querido decir, tú, camarada -y su dedo parecía hundirse en
la cabeza del señalado- cuando has gritado hasta enronquecer, que
esta hora es aquella de las grandes claudicaciones...?
-¡Grito destemplado...! ¿Has querido significar, acaso, que los
hombres de la Revolución se venden o alquilan a los enemigos del
proletariado...? ¡Probablemente...! En la generalidad de los casos, sin
discusión... Pero yo, sin defender a esos hombres que son el
resultado inevitable de nuestro podrido organismo social; sin pretender
esbozar un plan de exculpación para quienes cabalgando sobre los
hombros doloridos de la masa, medran a la sombra de la masa
misma, he de expresar a ustedes en este minuto de prueba, el porqué
de estos actos aparentemente inexplicables, en los que el proletariado
mexicano sigue siendo un triste paria que no ha logrado reintegrar aún
las excelencias de una patria de libertades...
-Los conceptos se escurren... ¿Qué es la libertad...? Su mano desató
el botón aprisionado de su cuello... En seguida la extendió hasta la
multitud como si dejara caer la semilla fecundante sobre los campos
de labor... Inmóviles, las sombras de las

48
gentes retratadas en la claridad de las banquetas, parecía reflejar
millares de estafermos.
El tendero que ahoga al pueblo con su avaricia insatisfecha; el cura
que lo envenena con su religión mentirosa; el hacendado que trafica
con la sangre y los sudores del indio; el maestro de escuela que
durante el día niega la existencia de Dios y por la noche se persigna;
la meretriz que propaga las reacciones positivas; el político que
asciende entre discursos y banderines embusteros; un mundo, en fin,
que vive de palabras huecas y acrobáticas... ¡habla también de
libertades...! Relatividad de la expresión que se asfixia en el cuadro
aterrador de nuestra pobre economía... Bestias en explotación, mal
remuneradas, somos como entes viles que desconocemos el
alimento, el vestido, el cultivo espiritual, a quienes en esta hora se nos
niega hasta una cueva miserable en que esconder nuestro
dolor...
Su vista se dilató por encima de las cabezas que se apretaban como
racimos abundantes. -¡Fíjenlo en sus mentes...! La independencia
económica: jésa es la libertad...!
Las palabras saltaban duras, rotundas, inflexibles. -El problema no es
de claudicaciones, sino de no
realización... Y por ser tan hondo y complejo, provoca tanto
desaliento, que a veces se duda en enunciar- lo... Pero siendo
también un problema de realidades intensas, nos aprestaremos a
resolverlo dentro de las necesidades siniestras que nos mutilan...
Ahora fue la multitud un torrente que se desborda y arrasa con cuanto
encuentra. Las gentes, incansables de escuchar, prorrumpieron en
vítores estentóreos que acabaron en un instante con la música llorona
de las pianolas destempladas.

49
Con el bullicio de la concurcines; con el chirriar de rispideces
desprendidas p de los s por mil el correr de los tranvías sobre los rails
desgastados con el jadear incesante de los autos y con otros r ruidos
que se diluían en el clamor multitudinario, el nombre de Juan Manuel
fue divisa de redención, grito de protesta, alarido de combate en el
que se expandía y multiplicaba un anhelo muchos años contenido.
Juan Manuel urgió la organización de las masas
de explotados en un sindicato de resistencia, del
que él, por aclamación fue nombrado Secretario General. La elección,
festejada con delirio, terminó en un prolongado aplauso que fue
muriendo poco a poco, hasta sepultarse en el augusto silencio de la
noche.
Luego, la chusma se desbandó por las cercanas avenidas, por las que
desfiló un ejército de hombres de chamarra azul, en cuyos rostros
resplandecía la suavidad de la esperanza.
En la ciudad se fueron deshaciendo todos los excesos y entre voces
destempladas de perdidos noctívagos y el rasguear de las guitarras de
cadencias tropicales, un grito, de lucha y resolución, vibró por el
espacio: "viva Juan Manuel García..."
Los ecos, lejanos, siguieron abriendo la boca y en el cielo próximo, las
gasas transparentes se hacían jirones en el filo cortante de la luna.
Juan Manuel se encontró por fin a solas en la puerta de su casa, sin
haber logrado dominar aún su desazón. La certeza del compromiso
contraído lo desquiciaba por completo hasta llevarlo a perder su
natural reposo.

50
Sobre su conciencia, despierta como nunca a las exigencias de la
realidad, descansaba ahora el aliento y la confianza de muchas
gentes.
Suponía ser, en ese instante de entusiasmo y capricho colectivo, un
hermano mayor, a cuya experiencia se abandonaba el empuje volitivo
de la masa, individualidades agrupadas bajo la esperanza de un
deseo manifiesto, fáciles de ser empujadas, la ausencia de oriente, en
una falsa dirección.
Por eso, sus pasos se hicieron tardos e imprecisos, marchando a
cortos intervalos hacia la playa abandonada que lo atraía, sin saber
por qué, con el arrullo sugestivo de sus olas.
Frente al mar, Juan Manuel cobró confianza... Él sabía que como
aquel retozar imponente de las ondas, algunos de ellos sucumbirían al
pie de sus quimeras con la misma mansedumbre con que la espuma
blanquecina de la mar, se diluía en la arena movediza; pero otros -
como otras ondas también- surgirían fuertes y arrolladores de la
entraña con- vulsiva de esta lucha con tanto entusiasmo emprendida,
hasta lograr aplastar la resistencia de un mundo viejo y carcomido.
Sus ojos navegaron sobre la superficie de las olas inquietantes que se
estrellaban en los islotes lejanos, para extraviarse después en los
oscuros horizontes.

En su imaginación se desfloró el vivo recuerdo de otros días... La


tierna verdura del mar, encima de la que se proyectaban las flores
azulosas de los cielos, rizándose serena, le recordaba la vastedad de
la campiña, verde e inmensa también como ese mismo mar...

51
Desanduvo los años caminados... Su vida, hasta entonces, sólo había sido
una lucha prodigiosa Desde que sus padres, rancheros sin malicia, l enviaran
a la ciudad... Allá, en el claror de los campos, su existencia fu
simplista, sin complicaciones. Suave como el sopla
de la brisa mañanera; serena como las noches
fumadas del estío. En la paz campirana de la vieja ranchería, ignoro la
miseria de las gentes. Solamente comprendió vida en la maravillosa armonía
de la naturaleza..
El árbol frondoso bajo el que reposara de las faenas del día; la tierra
prodigiosa que crujiera al golpe roturante de la azada; la nitidez de las aguas
resbalando mansamente cantarinas; el gorjear de las avecillas vocingleras en
el nacer rumoroso del nuevo día; los flecos rojizos del viejo sol calentando la
campiña; las noches silenciosas y llenas de misterio en que el disco plateado
de la luna rielara por la bóveda estrellada... La paz infinita, la serenidad
maravillosa de las horas...
Los recuerdos aflojaron la rigidez de la cara y en su boca floreció la
vaguedad de una sonrisa.
Y el viejo rocín, y la vaca pródiga, y el famélico falderillo, y los buenos viejos
que dejara allá, tristes y llorosos en el bucólico paisaje... Los pensamientos
se hacían gratos en su alma del ranchero...
Pero después, la ciudad, con su recibimiento hostil, lo arañó en el corazón...
Se transformó como los demás quisieron y fue, como todos ellos, bestia
capaz de defenderse.
Sus ideas surgieron dolorosas... Todavía recordaba sus primeros años en la
escuela... Su porte campesino ¡cómo le fuera reprochado...! Su nom

52
bre, sin relieve liso como la terrosa ladera por la que tantas veces
correteara, ¿qué podía haber significado junto a los nombres brillantes
de otros muchos muchachos, cuyos padres fueran encumbrados
personajes del mundo en que vivía?
Y no que la igualdad fuera un mito... que para eso el anciano profesor
de civismo explicaba a diario el espíritu justiciero de los Códigos,
pero... era el caso, que los Códigos-decían algunos-sola- mente se
empleaban en beneficio de los fuertes. Después... ¡qué bien lo había
comprendido!
Su ranchera timidez lo obligó a pasar por las aulas, con el concepto de
la ignorancia esculpido sobre la frente... Los que por su desahogada
posición social se manifestaron atrevidos, fueron hasta el final los
muchachos despiertos, inteligentes, merecedores de atención, que
entusiasmaron a sus maestros.
-Aprenda usted a Macías Joachín, Juan Manuel... ¡Oiga su lógica
disertación! -escuchaba a todas horas.
Macías Joachín, era un muchacho magro, tonto, con tipo de
tuberculoso, hijo de uno de los valores culturales de más prestigio en
sus días mozos, que incapacitado para toda acción meritoria,
usufructuaba el doble apellido del padre. La sonoridad del nombre,
como golpe de platillos, era el estandarte que empuñara triunfador
para transitar por la escuela, frente al servilismo oficial, auroleado de
dorados y relumbrantes prestigios...
Ahora toda aquella mascarada le provocaba risa... Y reía... Reía
serenamente frente a la vida, que era como ese mar cuyas ondas
fosforescentes se quebraban en mil reflejos, en irisaciones fabulosas,
queriendo retratar en un minuto, el devenir de su existencia.

53
Allá quedaban sus años tiernos, descansando para siempre en la
placidez indolente de los campos, junto al espigar amarillento del
risueño laborío, frente al poema esplendoroso de la tierra
fecundada....
Una ola más atrevida que las otras mató sus distraídos pensamientos
volviéndolo a la realidad. Sus ojos buscaron algo en la grandeza de
los cielos... Después dobló su cuerpo hacia adelante y hundió su
cabeza calenturienta en las aguas salobres de los mares...
El pasado se hizo borroso, difumado, como un punto lejano que se
desvanecía en la distancia al raudo correr del tren... Ahora sentía
vigoroso el impulso de su conciencia antes tan pasiva, que lo
empujaba a erigirse enjuiciador en la reciedumbre de la existencia,
bajo el embeleso de ese cantar de las olas -grave profundo a ratos,
matices maravillosos en otros- en los que la canción era como himno
de aliento en el que Juan Manuel encontraba el norte de la ruta por
emprenderse, mientras los barcos luminosos, como casas flotantes de
un país ignorado, se mecían somnolientos y enigmáticos en el
titiribaco incansable de un mar apacible y rumoroso.

54
LA SESIÓN
La ciudad, desperezándose, sacudía su modorra. De la serena
inmensidad del mar, encajada en el espacio interminable, emergía,
como abanico de encendidos reflejos, un imponente sol que
incendiaba el vacío. A lo lejos y por encima de la tersura prodigiosa de
las aguas, los veloces veleros deslizaban su blancura, como bandada
de gaviotas fugaces.
De las profundidades del viejo castillo brotó, imperioso y taladrante, un
silbar perentorio que llamaba a la faena poniendo en los aires
extrañas vibraciones.
En las afueras de la población sacudida por nacientes rumores que
crecían con afán, el quiquiriquí alharaquiento de los gallos se prendía
en la rosa de los vientos...
Los tranvías iniciaron su correr de resistencia. Frenéticos, sus
timbrazos nerviosos ponían su pincelada de vida en el ajetreo de la
ciudad... Los ruidos se encontraban, unían sus esfuerzos y hacían de
todos uno solo, grande, impetuoso, que rodaba por el espacio como
balón gigante empujado por manos invisibles.
En las fábricas, en los talleres, en la bahía, tendida graciosamente
bajo la fuerza del sol, los silbidos estridentes surgian trémulos,
temblorosos, como gritos destemplados de mujeres histéricas.
La ciudad se hacía febril... En los muelles los hombres correteaban
agitados.
Los barcos abrían sus escotillas; las grúas se

57
hacían erectas como si desearan violar el infinito... La faena se
iniciaba viva, desquiciante.

En aquel navío extranjero en descarga, Juan Manuel manejaba el


"winch" olvidado por entero de sus grandes preocupaciones de la
noche pasada. Su pensamiento, fijo en el trabajo, ascendía lento,
como niño perezoso, del fondo de la escotilla de los almacenes de la
aduana, en donde la carga se iba amontonando poco a poco, como
castillos de naipes en figuras caprichosas... Las carretillas, como
vehículos flemáticos en el trajín del lugar, rodaban calmosamente por
el piso enlosado obedientes a la enérgica dirección de los brazos
musculosos... La grúa, brazo púgil del moderno maquinismo, hundía
su mano engarfiada en las negras profundidades del portalón, para
enderezarla después triunfadora en el espacio.
Juan Manuel seguía con ojos encendidos la trayectoria de la carga.
Desde que salía de la bodega encomendada a su cuidado, hasta que
la abandonaba en los amplios almacenes que cerca blasonaban su
grandeza. Su mirada absorta, contemplativa, se extasiaba en aquel
espacioso viajar. A ratos le parecía encontrar cierta semejanza entre
ese movimiento paulatino del brazo prepotente que se escurría
majestuoso hasta la entraña del barco para arrebatarle la carga
preciosa y su vida, que desde ese momento, tendría que hundirse
también, en la entraña de la multitud, para extraerle lo noble que en
ella encontrara.
La comparación lo distrae como los cuentos de hadas a las
imaginaciones infantiles... Descubre nuevos encantos en las
actividades de una vida

58
para él desconocida... Panoramas ignorados que se precipitan en su
mente como golpes de cascada.
Tiende su mirada cariñosa a lo largo de los
muelles que bullen como poblados en feria y ve, a través de su
sencillo pensamiento, rostros congestionados, brazos que se agitan
sin cesar como pre- tendiendo mantener el equilibrio de los cuerpos;
bocas contraídas en gesto de coraje; piernas temblorosas, como de
viejos claudicantes, que acompasan un caminar cansino; espaldas
encorvadas bajo el peso doloroso de la carga...
Piensa en el destino cruel de sus hermanos de miseria... ¡Así han
pasado eternamente por la vida: llevando sobre sus espaldas el peso
agobiante de una existencia sin promesas... Tristes, temblorosos,
curvados para siempre...!
Juan Manuel siente consolidarse en su alma alucinada un anhelo
definido que se funde en la masa. Él podrá levantarla, incorporarla a la
vida en una urgente reivindicación que dará al traste con el sórdido
vivir de tantos días...
Él sabrá señalar valientemente el sendero por el que habrán de
marchar con la firme certeza de una pronta liberación. Su cerebro, en
esfuerzo por el ideal, ha tropezado su cauce... Afirma su alegría; jél
será el conductor...! Sobre si acarreará el amor de los suyos y el odio
de los otros... Bella la sensación, mata sus pensamientos... Ahora ya
no duda... La senda se ensancha y se ilumina.
Llamará a la conciencia de las gentes como ha llamado a su propia
conciencia. Arriba de cada una de las cruces de los templos, sobre las
lucientes agujas de los edificios vanidosos, ondeará, en no lejano día,
un rojo gallardete como símbolo de manumisión... Igual brilló, seguro
está de ello, hace ya

59
muchos años en el cielo de la
cura de una estrella con la esperanza de otras ilu.
siones.
Juan Manuel sonríe satisfecho y clava sus ojos en el conmovedor azul
del cielo, por el que

un vil zopilote resbala,


tendida e inmóvil el ala..."

La gente no cabe en el recinto. Los espesos pare- dones que lo


estrechan amenazan derrumbarse ante la violencia de la
muchedumbre que pugna que por entrar como por las puertas de un
circo. Los que lo han logrado ofrecen resistencia a los empujan desde
afuera. El local se estrecha y se oprime, insuficiente, como un corazón
asustado.
El aspecto abigarrado de la sala es imponente. Los vetustos
paredones se estremecen al rebote de las voces como el agua al
contacto de una piedra. Ellos que sólo supieron de la visita silenciosa
de los lectores sumisos, saben esta noche, rumorosa y combativa, del
gesto brutal de la multitud. La biblioteca popular recoge, en el bostezo
de sus rin-
cones, la rebeldía de la masa... Ha quedado abierta la sesión. La
directiva del Sindicato preside el acto.
El presidente de debates hace sonar el timbre repetidas veces hasta
lograr el silencio en que se empequeñece la asamblea. Luego, explica
grave: -¡Camaradas...!
nuestra actitud con motivo del problema inquilinario, ha quedado
deslindada por el momento de los demás problemas sociales que nos
afectan

___________
1 N. del E. Salvador Díaz Mirón.

60
directamente a los trabajadores veracruzanos, desde el mitin
celebrado en noches pasadas en la vía pública.
-A la gran amenaza que se cierne sobre nuestras desamparadas
familias, de ser echadas al arroyo misericordia alguna, es un deber de
nuestra parte prepararnos para la lucha. La ciudad, histórica ciudad en
cuyos muros han prendido la belleza los conceptos avanzados ha
visto admirada cómo, después del enorme sacrificio de nuestro pueblo
en favor de esta irresoluta Revolución, nuestros enemigos, los
enemigos del proletariado, han seguido adueñados mañosamente de
la cosa pública, desde cuyo refugio han conseguido burlar cualquier
tentativa de redención.
-Este enojoso estado de las cosas ha acarreado el vergonzoso
resultado que palpamos, en el miserable espectáculo de una
administración de justicia alquilada, sin género de dudas, a aquellos
que por su situación económica se encuentran capacitados de
pagarla.
Un silencio profundo reinaba en el salón, por el que la palabra
monótona y abrumadora continuaba con mayor energía.
-¡La Revolución, camaradas, nos ha traicionado...!
-¡No...! -interrumpió una voz la Revolución no
se ha realizado...
El orador refutó:
-La Revolución, camaradas, es una cosa verificada que se ha venido
vendiendo a nuestros propios ene- migos...
-¡Mentira...!
-¡Sí...! ¡No...! -gritó la multitud. La injuria asomaba su desvergüenza a
flor de labio...

61
-¡Escuchen camaradas...! -Juan Manuel extendió su mano hacia la
multitud enfurecida.
Su rápido prestigio sobre la masa le permiti desarrollar sus ideas sin
interrupción, como si todos quisieran recoger sus palabras... Su
dicción era clara, su ademán preciso.
-Escuchen camaradas: jhay que olvidar nuestras querellas...!
-¡Soy uno de los vuestros...! He salido de la masa, pero también,
cuando he aceptado el cargo que se me ha confiado, he resuelto
trabajar con toda la voluntad de que dispongo para que nuestros
esfuerzos no sean estériles.
-Oigan pues, este pequeño cuento... Interpreten este pasaje histórico
que para nosotros -masa niña que comienza a vivir- puede ser una
magnífica enseñanza.
-Él arranca de las épocas aciagas en que la burguesía francesa, unida
a las clases proletarias arrebató el poder a la nobleza, al mismo
tiempo que arrojaba a los pies de las testas coronadas de un mundo
viejo, las cabezas polvosas y sangrantes de María Antonieta y Luis
XVI... y
-La Revolución atravesaba entonces una crisis manifiesta... Las
monarquías europeas se coaligaban para asesinar el movimiento
liberatorio de la Francia, que saliendo de sus fronteras, pretendía
invadir el mundo. Frente a las bondades de su obra se enderezaban,
terribles como nunca, la perfidia de Inglaterra, el odio de Prusia, el
rencor de los contrarrevolucionarios blancos...
-Ante el grave peligro que se suspendía sobre la Revolución, los tres
hombres más fuertes de ella en esa hora, intentaron ponerse de
acuerdo para combatirlo... El propósito no era malo... Pero a la hora

62
de discutir, el concepto del peligro era distinto en cada uno de ellos.
-Alguien, con la corpulencia fisica que en él era como la fortaleza de
su palabra, afirmaba que el peligro residía en el exterior de la nación y
su pensamiento, malicioso, volaba ligero hacia Berlin.
-Otro, taimado y fatuo, lo situaba en el interior del país y su
imaginación, despierta, se posaba en la de Vendée... La discusión se
agria, toma carac teres alarmantes. Las palabras se vuelven hoscas,
agresivas, mientras el tercero, silencioso, observa. De repente, su voz
destemplada, chillona, estridente, deja oír su verdad. Sus frases,
sabias y transparentes, fueron la inesperada revelación del problema
que nosotros mismos tendremos que resolver... Escuchémoslas... y no
las olvidemos para salud de nuestra causa:
-Os equivocáis los dos -gritó. El enemigo no está en Berlín, ni
tampoco en la Vendée... El enemigo ¡tenedlo presente! está entre
nosotros mismos... El enemigo está en la falta de unidad, en el
derecho que todos creemos tener para caminar por caminos distintos;
en la anarquía de las inteligencias, en el desmoronamiento de las
voluntades...
La sala trepidó en las efusiones del más cálido aplauso... La palabra
fácil y simplista de Juan Manuel, ayuna de rebuscamientos, se
apoderó en un instante de la multitud que se agitaba hasta querer
tomarlo entre sus brazos, para levantarlo en
peso en un rapto de entusiasmo. Juan Manuel la calma... Es en un
segundo el líder que ha logrado encaramarse en el escaparate chillón
de la popularidad. La multitud se serena, se dulcifica, se hace niña...
-Sigue, camarada, queremos escucharte.

63
-Dejen entonces ampliar mi pensamiento. -Nuestra situación no es la
única en la vieja y enfadosa historia del proletariado, pero es
necesario saber a dónde vamos...
-Nuestro movimiento, frente a los apolillados códigos de la burguesía,
inspirados en la rancia mentalidad capitalista, tendrá que ser de franca
rebelión. Al gastado concepto burgués ansioso como nunca por
acabar con la esperanza proletaria, solamente una cosa podremos
oponerle: la compacta violencia de la masa... Será pues el nuestro, un
movimiento de rebelión, iluminado en una clara conciencia revoluciona
ria... Urge entonces, deslindar los campos:
-No seremos rebeldes únicamente, porque el concepto de rebelión es
tan pobre, que se ahoga en la miseria de una protesta romántica y
sentimental... ¡No! -afirmó resuelto- seremos, eso sí, revolucionarios
convencidos; intérpretes fieles de una idea, con- ciencias vigilantes en
el combate por librar...
-¡Ser rebeldes es sencillo; ser revolucionarios, dificil! -El revolucionario
es rebelde permanente; el rebelde es un tonto que combate...
El alboroto volvió a romper los diques del silencio haciéndose
delirante. La muchedumbre adivinaba, sin comprender, cómo las
palabras de Juan Manuel eran el eco, extraviado a veces, de sus
mismas ilusiones. Queriendo gritar, callaba luego, deseosa de
escuchar aquella voz que tan exactamente interpretaba las
complejidades de sus sentimientos.
-Sabrán ahora, por boca de una mujer, la historia ya cansada de todos
nosotros.
-¡Camarada Leonor... cuenta tu caso...! La aludida se paró en el acto.
Sus codos renegridos se encajaron con violencia en los costados de
los que la rodeaban apretujándola sin piedad.

64
-Paso-gritó- necesito hablar.
Los codos siguieron moviéndose con desesperación, con movimiento
de barrena. El círculo se amplió... Por fin, logró rebasar el límite que la
detenía instalándose junto a los que presidían la sesión.
Su mano rugosa, agrietada, tamborileó sobre la mesa. Por el rostro
sudoroso y congestionado por el esfuerzo, un recio mechón de pelos
retozaba rebelde, obstinado. El pecho se movía jadeante como
escape de motor.
De pronto su diestra se enderezó temblorosa como enferma del mal
de San Vito, al mismo tiempo que su voz, chillona, correteaba por la
sala. Soy una mujer desvalida... Mi caso es el caso
triste, doloroso, de todos los desvalidos de la tierra. Se interrumpió en
un lamento prolongado como aullido de perro. Su voz, quejumbre de
repente, se quebró en hipidos y soponcios. La concurrencia onduló
febril. Adivinaba los per-
files inquietantes de una tragedia intensa.
En el silencio angustioso de la sala, un grito
acusó desasosiego.
-Habla, mujer, ¡trágate las lágrimas...! La mujer se agitó con violencia,
como si una corriente eléctrica la sacudiera de improviso.
Después volvió a hablar. Su acento se hizo triste, conmovedor; como
si la voz tormentosa de la amar- gura se fragmentara sobre las
conciencias... Al final fue solamente un sonido grave, rítmico,
monótono, inarticulado.
-Mi falta es mi pobreza...
-Mujer abandonada, con obligaciones inaplazables para los hijos aún
pequeñuelos, me había bastado hasta hace poco resolver las
necesidades

65
imperiosas de mi hogar... Pero esto nada decir en los corazones de
algunas gentes. -Una mujer sola, sin macho que la cubra, es el quiere
festín de los amos. Su lecho el perdón de s pobreza. Negarse a
satisfacer la lujuria de los dueños, es encontrarse como yo me vi,
despedida el arroyo... No hace falta la juventud ni la belleza en para
alborotar el instinto de la bestia. Basta ser vergonzante deudor para
obligarse a pagar... Hoy en una forma, mañana en otra...
Su mano continuaba tecleando sobre la mesa como repique de
tambor.
-Cuando el dinero escasea en el hogar de una mujer, el sexo paga el
compromiso. Encima de nuestros vientres avejentados y marchitos se
regodea la lujuria del animal.
-He tenido valor para resistir... Si he parido hijos por amor, no quiero
concebirlos por la fuerza. La voz perdió monotonía volviéndose
agresiva y a
la vez sentimental. El silencio se hizo hondo, intensamente profundo.
El mechón de cabellos afirmó su rebeldía sobre el rostro desolado,
escapándose de los dedos que lo refrenaran, como caballo
desbocado. El marco polvoso, sobre el que destacara la
negrura de su barba la ingenuidad de Madero, se
-Obsesa, la mujer repitió:
estremecía intranquilo al calor de las palabras. -No quise pagar con mi
carne fláccida y ajada el monto de mi adeudo... Lo demás era de
esperarse.
-La justicia me arrojó de mi hogar con mis hijos a la calle. Por ella he
vagado muchos días, hambrienta y miserable como castigo a mi
pobreza.
La voz se hizo un leve suspiro que sopló los corazones.

66
La protesta brotó apasionante. La ira desencadenó sus fuerzas
amenazadoras. Los gritos, saltan- do por la bóveda que los cubría,
retornaban hasta el suelo por el que retozaban aumentando de volu-
men. En las miradas encendidas y fogosas, el odio se transformó en
millonadas de relámpagos.
Juan Manuel logró imponer su autoridad. -Han escuchado ya la
historia ofrecida. Sobra la algarabía y el desorden para exponer
nuestro cora- je. Cuando la conciencia ordena el desenvolvimiento de
la acción, los gritos -inútil refugio de los indo- lentes- deben terminar.
Abandonemos las palabras, innecesarias en el momento y comencé-
monos a organizar. Un murmullo fue tomando cuerpo con lentitud
hasta convertirse en una nueva gritería que al
expirar fue solamente una ronca exclamación. -¡A organizarse...! ¡A
organizarse...! El grito se volvió un canto de combate; el canto una
promesa; la promesa una riente realidad.
-Propongo...
que se nombren comisiones para empadronar.
-Que se fije una cuota...
-Que el Comité establezca una dictadura y nos fije a cada uno la
misión a resolver.
Los aplausos retumbaron como truenos cercanos. La proposición fue
aprobada con delirio.
La medida se avenía al deseo de ser dirigida alentado por aquella
muchedumbre que se entregaba ciega y confiada a la rectitud de sus
directores. La primera orden fue repetida entre el alboroto
desbordante: -Camaradas Flores, García, Hernández, González, Ortiz,
Orduña, Martínez, Beltrán, -la voz siguió

67
recitando nombres-, quedan designados para visitar la ciudad para el
registro de adeptos. -Habrá que fijar en los lugares visitados el pabe
llón del S. R. I. y comunicar los resultados obtenidos...
-Se levanta la sesión.
La multitud se atropelló por salir...
La avalancha se arrojó sobre las puertas en las que se aplastaba
ansiosamente como si las paredes amenazaran derrumbarse... En las
aceras alargadas formó la procesión, para deshacerse luego poco a
poco.
Juan Manuel salió el último... se detuvo un instante en medio de la
calle; aspiró con fruición el aire saludable de la noche y vio cómo al
volver de las aceras desaparecía de su vista alucinada aquel ejército
de luchadores.
A ras del blanco pavimento de las rectas avenidas una neblina barría
su semblante, en tanto que en la altura nebulosa el penetrante
destello del faro, como ojo despierto al afán viajero, anunciaba a otros
ojos, despiertos también en las profundidades del océano, la certeza
de la ruta.
Juan Manuel en todo creía encontrar un símbolo. El haz atrevido del
faro esparciendo sus luminarias en el espacio confuso, lo era; el viejo
reloj de catedral sacudiendo con su tos asmática la melancolía de la
hora también lo parecía... Y la paz, la infinita paz que llegaba de la
altura, era como síntoma de noble augurio que cantaba la gloria del
porvenir. Aparecía sin duda como las grandes calmas que preceden a
los grandes combates.
Encantado por estas coincidencias siguió su marcha y se extravió por
fin en la simpleza de la noche. en la simpleza de la noche.

68
EL MANIFIESTO
Asustadiza, como niño enfermo, la curiosidad cita- dina se deshacía
en protestas dolorosas. Los sectores de la burguesía chillaban
ruidosamente, como perros castigados.
Comerciantes; propietarios; administradores de casas-habitaciones;
industriales; banqueros, mi- litares; empleados de gobierno con
jugosas canon- jías, se revolvían furiosos en contra de la masa, como
gatos encerrados en un cuarto sin salida.
La ciudad se conmovía como niña sensiblera en presencia de la
muerte. De su seno brotaban rumores apasionantes que se
apoderaban pronta- mente del ánimo de las gentes. Un afán de lucha,
violento, inusitado, se diluía en el ambiente destemplado.
Las paredes embarradas de verdín, como lienzos salpicados de
verdes brochazos, amanecieron tapizadas de grandes carteles en los
que los rojos caracteres asaltaban a su paso la mediocridad de los
transeuntes.
Los lectores, admirados, devoraban los panfletos... La mayoría
tomaban partido. Otros... permanecían indiferentes.
Algunos, apasionados, defendían con calor los conceptos vertidos... El
resto los atacaba. "Atrevimiento el de los pelados, que reclama
habitaciones sin costearlas..." -Aviados habíamos de estar-gritaba
alguno- si se nos obligara a despojarnos de aquello con tanto trabajo
edificado.

71
Sintomático, el silencio de sus oyentes lo obligó a evadirse con
prontitud. La ciudad, alarmada, parecía despertar de
viejo letargo.
"Proletarios:
Rompamos nuestra indiferencia. A la bofetada de nuestros opresores,
respondamos debidamente, Somos los que con nuestro esfuerzo
contribuimos para el rico festín de los nunca satisfechos. Eternos
explotados, formamos la interminable
legión de los tristes de la tierra.
Desfilamos por la vida sin ilusiones ni esperan- zas, hambrientos de
pan y sedientos de justicia.
Nuestro estado es angustioso. A la insaciable voracidad de nuestros
conculcadores sólo hemos respondido hasta ahora con el gesto
cansino y despreocupado de los vencidos.
Ha sonado la hora de que esto termine!
Reclamamos un rincón en qué reposar. La habitación que se nos
niega debe ser arrebatada a los explotadores por el proletariado
mismo.
La Revolución será una vil mentira en tanto no haya enderezado el
objetivo de sus miras hacia una completa renovación social. ¡Esto es
lo único que la justificaría!
En esta Revolución pequeño-burguesa-proletaria hecha solamente
con sangre proletaria, los primeros han satisfecho sus anhelos
oportunistas. mientras que los últimos, masa desorientada aún.
continúan viviendo en igual miseria que otros días. Detenerlos en la
ascensión, cuando la sangre caliente aún de nuestros hermanos no se
ha secado en la vastedad de nuestras campiñas, es cobarde y
criminal.
72
En medio de tantos temores disfrazados, la recta es la línea por
seguir. Marchemos, pues, rectamente a la conquista de
nuestra liberación.
Proletarios veracruzanos: ¡No paguen rentas!
Incorpórense al S. R. I., para el éxito inmediato de nuestra
manumisión".
Los editoriales de los diarios burgueses se hincharon de
desvergüenza. La prensa mercantilista cumplió a maravilla su
complicidad de explotación. El viejo derecho de propiedad; el respeto
al dere-
cho ajeno -grito angustioso de un indio-; la necesidad del capital para
el logro de la existencia de los mismos trabajadores; las legendarias
tradiciones olvidadas en un momento de pasión; el dulce recuerdo de
otras horas; los lazos indisolubles de unión de la familia veracruzana y
su decantada cordialidad de tiempos pretéritos; el gesto gentil y
hospitalario de nuestros mayores; las ejemplares virtudes extraviadas
en la brutalidad de la lucha y otros muchos, eran motivo obligado en la
glosa romántica y sentimental de conceptos plañideros con los que se
pretendía sorprender la ingenuidad de la masa.
El llamado a la conciencia revolucionaria transmutado en gobierno,
era apremiante de quienes veían en peligro las granjerías de un
capital acu- mulado en las tenebrosidades de la avaricia...
Arma de combate poderosa, el ejército se solidarizaba con la
burguesía. Los jefes se vendían; los oficiales se alquilaban, la tropa,
masa inerte de ciego sacrificio, era únicamente un penoso desfilar de
sombras numeradas, sin valor y sin conciencia.

73
En ella fincaba sus alientos la sordidez explota dora, como "la última
razón" de otra época.
Los líderes del movimiento corrían, se centuplicaban... Diligentes,
entusiastas defensores de esfuerzo colectivo, hundían su esperanza
en la esperanza propulsora de la masa. un
Esta replicaba, se revolvía con coraje y se organizaba con audacia
manifiesta... El número, cada vez mayor, se acrecentaba sin
descansar. A la suma del día anterior había que adicionar la cifra del
presente. La ciudad respondía al reclamo de sus directores y echaba
a los vientos sus rojos gallardetes... La hoz, el martillo, la estrella de
cinco puntas, las canciones proletarias preñaban el ambiente de cálido
optimismo... La multitud se agitaba... La ciudad era toda una ciudad
roja que ardía en un fuego de redención.

74
LA JUSTICIA
Las frases untuosas del Juez afluyeron convincentes, persuasivas: -
Lea, secretario, lea.
Fatigado, el empleado verificó un registro carraspeante y limpió
después, el cristal de los anteojos, un poco velados por el vaho de la
mirada, que volvieron a cabalgar intrépidos y juguetones sobre la
borbónica nariz. Después gangueó con insufrible monotonia:
-Visto el presente juicio sumario por rescisión de contrato de
arrendamiento, desocupación de casas y pago de rentas seguido por
el apoderado del señor Espiridión de la Garza y Colmenares, en
contra de la señora Jacinta Vicuña...
Monótona, árida, cansina, la voz siguió enumerando artículos,
invocando códigos, aduciendo razonamientos y amontonando pruebas
de orden moral y material como desesperante letanía de vieja
rezandera, por los que la inquilina, humilde mujer de pueblo, acusada
y sin defensa veía despeñarse sobre su débil cabeza la espada
flamigera y rutilante de la ley.
Condenada a pagar en corto plazo, sólo el arroyo le brindaba un
rápido refugio.
Sofocadas, vacilantes, sus frases ofrecieron atención y preferencia
para solventar su adeudo... El acreedor denegó una vez más... La
justicia. fiel a su misión, se hizo áspera, tirante, inflexible.
Los considerandos eran magníficos, el fallo preciso... Apegado a la
exigente jurisprudencia de los códigos.

77
El juez sonreía satisfecho pavoneando su maestría... Su obra era un
agudo ejemplar de honradez y sapiencia... Sapiencia de viejo sofista,
empolvada en los ruinosos cánones de arcaicos prejuicios...
Por eso los templos de la justicia no eran fáciles de ser controlados
por los jóvenes de la Revolución En ellos urgian hombres preparados,
comprensivos de una idea cerrada para quienes la imagen de la ley
tanteando a ciegas los dorados platillos de la balanza legendaria
simbolizaba un ejemplo edificante.
La espesa venda con que la ebúrnea prostituta aparecía en la mítica
leyenda, era como el ordenamiento legal que le impulsaba a cerrar los
ojos y a cubrirse los oídos para la impartición de justicia.
Por lo mismo sus ojos no veían; ni sus oídos escuchaban los clamores
angustiosos e irritados a la vez de las multitudes rugientes, que
intentaban destruir en un instante el orden estatuido por las leyes
heredadas de sus grandes antepasados.
Aquí el pensamiento se saturaba de romántico sentimentalismo...
Cuando pensaba en sus mayores sus ideas afligidas evocaban el
recuerdo imperecedero del respetable magistrado de rostro sereno,
para quien el horizonte de su vida había desaparecido en las
realidades del presupuesto... Y se sentía orgulloso, satisfecho de su
rancia estirpe y de poder obrar en aquella hora de combate y
egoísmo, apegado a sus añejas tradiciones de orden, respeto y
moralidad, en contra del desbarajuste y la anarquía reinantes.
Así, había querido recordar los mandamientos escritos de la ley en su
resolución, que anatematizaba en contra del desorden:
1' El actor probó su acción.

78
2 El demandado no expuso excepción; en consecuencia.
3' Se condena a la acusada a la desocupación y entrega de la casa
número tres, de la segunda calle de La Libertad, concediéndole un
término de veinticuatro horas, contados a partir de que esta demanda
cause ejecutoria.
4' Asimismo se condena a la acusada a pagar al actor del presente
juicio las rentas insolutas de la casa materia de la misma. 5
Notifiquese en forma común...
¡Con qué placer escuchaba la voz nasal de su insustituible
secretario...!
¡Qué bien interpretaba la fortaleza de sus ideas...! Como si los dos
formaran un mismo pensamiento, una sola ideología, un único
sentimiento.
Su firma resaltaba inconfundible, vigorosa, en contraste con los rasgos
uniformes y meticulosos del que leía... La letra del secretario,
esmerada, de tonos suaves y precisos, se remontaba a los tiempos
olvidados de la inútil caligrafía.
La de él no tenía escuela... Era la del hombre imperioso acostumbrado
a ser prontamente obedecido.
El acusador rasgaba los papeles con el pico acerado de la pluma...
Conquistador de la justicia por medios legales, emborronaba los
acuerdos con un simple manchón.
La acusada, temblorosa, confesó no saber firmar. Alguien lo hizo por
ella y el apolillado engranaje judicial, sereno y orgulloso, ciego y
sordo, tradicional y contemplativo continuó velando amorosa- mente
por el reinado de la paz sobre la tierra.
En las calles, las multitudes bullian y se agitaban ansiosas de entablar
batalla, mientras los relojes de la ciudad deshacían sus espirales en la
marcha indiferente de las horas.

79
LA ORGANIZACIÓN
Los acontecimientos se despeñaban con celeridad abrumadora como
una piedra arrojada de la altura. El último lanzamiento verificado
después de la declaración del combate pregonada ruidosamente por
las masas, era la bofetada sonora y audas con
que la burguesía contestaba a la multitud que, daba
renda suelta a su furor, desbordada, amenazante. El movimiento se
ramificaba con imponente rapidez como movido por hilos invisibles.
La secretaría del Sindicato llenaba el registro de adeptos con enojosa
escrupulosidad. Las máquinas de escribir tableteaban sin cesar
obedientes a las voces entusiastas.
Fojas y más fojas ennegrecían a la presión de los tipos que caían
como moscas apresadas en un papel engomado...
Los correos, diligentes, entraban y salían con órdenes apremiantes
como si estuvieran en campos de batalla.
Las voces continuaban vibrantes, deslizando nombres, números,
direcciones. La nomenclatura de la ciudad roja y prometedora se
deshacía rápida- mente en boca de los lectores.
-Patio "El Justo Juez..."
La muchedumbre osciló entre bromas y rechiflas El nombre saltaba de
boca en boca como ironía sangrienta, despiadada... Pero la masa se
hacía niña y reia... y silbaba.
La faena prosiguió ...catorce cuartos; tres accesorias

83
-Patio La Carabela": tres cuartos; dos accesorias -Patio La Isabel: seis
cuartos; cuatro accesorias
-Patio La Ubre..." Ahora fueron exclamaciones ruidosas llenaron el
espacio de gritos desbocados. que
-Toma tu ubre...! -rugió alguien haciendo signo procaz... Una burlona
carcajada coreó ademán. El título parecía un simbolo de la voracidad
humana... La masa reía escandalosa y despreos
pada de sus mismas miserias y dolores. Alguno reclamó orden. La voz
se impuso con energia. Se hacia preciso trabajar en firme. La primera
manifestación de protesta organizada par los directores del Sindicato
tendría lugar al si- guiente dia.
La algarabía cesó en un instante como si hubiera sido cortada por el
filo de la razón. La multitud comenzó a desbandarse. Las voces
continuaron rutinarias:
-Patio Tanitos" cincuenta y seis cuartos; dier
accesorias...
En la población, los rojos gallardetes tremolaban los vientos,
cubriendo de reflejos encendidos el vacío.
Asomándose atrevida en los balcones desleidos del S. R. I., una
enorme bandera roja desplegaba su gallardía frente a los ojos
asustadizos de los navios extranjeros surcados en la bahía, que
iniciaban su cabrilleo entre las sombras de la noche toda llena de
rumores misteriosos.
La ciudad -entre un florecer de banderines y gallardetes que
acariciaban las paredes con mimos fraternales- era, al reflejo
quebradizo de las luces centelleantes, una interesante ciudad de
ensoñación toda teñida de rojo.

84
rojos los destellos de sus copulas, roja la esbeltes de sus torres
elevadas rojos los reflejos optimistas de sus pasos: rojo el flamear de
los lienzos en a distancia rojo el brillar del sol que incendiaba el ocaso
rojo el ambiente saturado de esperanzas...
En el local de la organización bullente como hervadero de hormigas,
las voces seguían desmadejando su cansancio al teclear de los
mecanografos improvisados y torpones.
"Los aires tibios y serenos deshaciéndose en la armonia del ambiente
comenzaron a acarrear paulatinos y entusiastas la belleza de algunos
cantos.
Quedas, las palmeras susurraban con la gloria de aux abanicos
verdecientes, mientras las primeras canciones de combate transitaban
victoriosas entre el azoro de las multitudes.
En la serenidad de la noche que se desenvolvia con mansedumbre, el
mar, tranquilo y obstinado, continuaba manteniendo el llorar de la
resaca

85
LA MANIFESTACIÓN
Entre las suavidades del cielo despejado, la redondez del sol
incendiaba el firmamento. Manchas rojizas moteaban el vacio que se
iba iluminando poco a poco.
Las horas transcurrieron perezosas, como viajeros embobados en
atisbos infantiles... En los muelles abrillantados pomposamente bajo el
lujurioso chaparrón del sol, las multitudes renovaban sus promesas en
el día de prueba.
A las ocho- rezaba la consigna. Y los corazones se expandian
satisfechos como ansiosos de recoger la palabra empeñada.
En las vecindades la alegría volaba indescriptible como si hubiera
tomado alas de repente... Mujeres, niños, enfermos, impedidos de uno
y otro sexo, todos en general se ocupaban nerviosamente en la
preparación de carteles con leyendas alusivas; de banderines rojos,
de cantos de combate, de palabras de orden y de todo cuanto podía
coronar gallarda mente el éxito de la protesta.
Por la tarde las últimas recomendaciones se encadenaron de boca en
boca como viejas consejas relatadas en secreto, en tanto los minutos
continuaron su marcha indiferente que se desbarató al fin en las
sombras de la noche.
A la hora anunciada la muchedumbre bullía en derredor del
monumento levantado en la glorieta

89
central del Parque. Las gentes permanecían silenciosas como
sobrecogidas por su mismo atrevimiento. Grandes camiones
pletóricos de soldados baban amenazantes como inquietos abejorros.
zum-
Los jefes miraban torvamente hacia la multitud que permanecía
enojosamente tranquila... Los oficiales sonreían al paso de las
pequeñas burguesas mientras los soldados, indecisos, sentían las tias
y las miserias de los de abajo. No obstante, en sus cerebros martillaba
la rigidez de la consigna "reprimir cualquier intento de desorden...";
"sofocar los gritos subversivos..." angus
Desorden era el ansia justiciera que estallaba en un mundo de
explotados; los gritos subversivos, el reclamo perentorio de pan y de
justicia...
De pronto atronó un cohete en las alturas. Tras él, centenares de
cohetes iluminaron el espacio en una confusión maravillosa de
estallidos que derramaron sobre la ciudad sus aparatosas luminarias.
La multitud se enardeció sacudida por violentos espasmos... Un grito
de combate enderezó su bizarría frente a la marcialidad de las tropas
tendidas por los blancos embanquetados como los tensos cordones
de un nivel.
-¡Viva el Sindicato Revolucionario de
Inquilinos...!
-¡Viva...! -respondieron millares de voces que se
unieron en un solo impulso.
El oleaje humano osciló en un ondular uniforme y ordenado.
La columna quedó lista, integrada. A la cabeza las mujeres, a
continuación los hombres... La caravana se hizo rugiente, como los
vientos desatados cuando azotan el ramaje de las selvas

90
Los comisionados de orden volaron de lugar en Jugar como inquietas
mariposas. Su actividad corría parejas con su entusiasmo
desbordante. En seguida se inició la marcha...
Rojos cartelones, audaces y atrevidos, hicieron trizas la serenidad del
espacio. "Protestamos en contra de la inicua explotación de que nos
hacen
victimas los propietarios de habitaciones". Declaramos el no pago de
rentas". "Sólo la Revolución Social nos llevará a la victoria".
"Proletarios: ¡viva la Revolución Social!" El paso de los lienzos
entintados de negro por las principales avenidas de la población,
como vivos pajarracos moviéndose en un fondo sangriento, provocaba
tempestades de aplausos.
Los balcones de la burguesía se cerraban precipitadamente como
temerosos de la realidad... Otros se entreabrían con timidez como
sensitivas ruborosas, para dar paso a cabezas femeniles que
desataban su despecho sobre la masa rumorosa de explotados.
Las aceras se llenaban de curiosos que aplaudian
sin desmayar encantados del espectáculo... Las azoteas hervían
insuficientes, de mirones asustados. En las alturas, enrarecidas por el
detonar de las descargas, las luminosidades pirotécnicas señalaban
atronantes el avance de la procesión.
Luego, los gritos se ahogaron en las bellezas de un silencio emotivo,
conmovedor... Y del fondo desierto del silencio, hermoso como nunca
en la noche trascendental, un canto elocuente, valeroso, recogió la
mística exaltación del instante:
Compañeros venid presurosos, empuñad nuestro rojo pendón,
que en la lucha saldréis victoriosos
combatiendo al burgués y al patrón...

91
Vigorosas y fuertes, enmudecieron las voces varoniles, en tanto las
mujeres, en cuyos ojos resplandecía el estado emocional de sus
almas, con- testaban cristalinas:

Guerra!! ¡Guerra!!
al burgués, al patrón y al clero
que pretenden hacer del obrero
un ilota, un paria infeliz.
desatemos las férreas cadenas
que arrastramos ¡¡venid compañeros!!
que nosotros los recios obreros
no doblamos jamás la cerviz...

La muchedumbre ululó borracha de placer. El reto brotaba vibrante,


enconado, de las gargantas proletarias.
La multitud desfilaba arrogante, desafiadora, triunfal... Enamorada de
una idea, la elevaba en sus voces de combate como en una nave que
ascendiera victoriosa.
A retaguardia, el canto cambiaba de ritmo y se volvía comunicativo,
alentador:

A la revuelta proletarios
ya brilla el día de la redención,
que el sublime ideal libertario
sea el norte de la rebelión.
Dignifiquemos del hombre la vida
en un nuevo organismo social,
destruyendo las causas del mal,
de esta vil sociedad, sociedad maldecida...

Súbitamente, la canción se tornó heroica, excitante, marcial:


Obreros a luchar,
a la Revolución con decisión a conquistar nuestra emancipación...

92
El desfile continuaba intenso, interminable. Entre gallardetes rojos
flotando por los aires; entre puños recios levantados hacia el cielo y
entre la multitud agresiva y audaz que henchida de esperanzas lo
llenaba todo con sus gritos y movimientos excitantes.
Las tropas, graves e impasibles, cerraban la columna con sus rostros
enigmáticos. En sus cerebros seguía barrenando la agudez de la
consigna:
"Reprimir cualquier intento de desorden..." "Sofocar los gritos
subversivos..."
Por eso hincaban sus dedos febriles sobre los cerrojos
resplandecientes y acerados, con la vista clavada en sus jefes y
oficiales, como si a una señal esperada hubieran de acabar con el
espectáculo desconocido.
Trabajosamente siguió la marcha de las multitudes bajo un cielo
impregnado de grandeza. La noche se encendía de resplandores
llamativos... El ambiente ardía en un fuego de lucha, preñado de
amenazas...
Al final la multitud se disolvió tranquilamente, mientras en la ciudad,
exaltada y roja al reflejo vivaz de sus estandartes vaporosos, las
canciones jugueteaban al frontón sobre las tristes paredes de sus
deslavados edificios:

Rojo pendón, no más sufrir


la explotación ha de sucumbir...

93
LA PRENSA
El pais se conmovió con las actividades de la masa... La burguesía,
amedrentada, tembló como aterida ante el gesto atrevido de la
organización... De los centros directores, voces chillonas, como de
viejas asustadizas en reclamo de socorro, urgían a la defensa.
Las grandes rotativas vomitaron millonadas de denuestos, injurias y
desahogos que se esparcieron en el ambiente como mortíferos
microbios... La ver- dad se deformó en un énfasis mezquino. Plumas
venales se alquilaron para emborronar las columnas insustanciales de
los diarios mercantilistas.
Escritores a soldada hallaron un nuevo filón que explotar. Los
adjetivos se hicieron profusos como en expendio de barata... La
República se estremeció acobardada a la amenaza brutal del peligro
rojo que se extendía con celeridad, como una mancha de aceite sobre
el agua.
Una ola de desorden reina en el puerto jarocho, en donde el
bolchevismo
ha prendido sus doctrinas anarquizantes... Se impone mano de hierro
para hacer comprender a los predicadores del actual desquiciamiento
de la sociedad, que vivimos dentro de un régimen que obedece
lineamientos de gloriosos estatutos...
Si el Gobierno no reprime este desbarajuste social, los capitales irán
desapareciendo paso a paso, hasta dejarnos en una situación de
hambre y de miseria...
La prensa cumplía su misión. Aliada fiel del sistema de opresión
capitalista, desorientaba a las masas románticas e ingenuas. Los
conceptos mar- tillaban con dureza.

97
Un movimiento bolchevique frente a la Revolución Mexicana
traicionaba la obra de la misma Revolución... Y la Revolución -gritaban
los grandes caracteres-era el resultado feliz de los grandiosos
esfuerzos del pueblo...
La intención se deslizaba cautelosa como si quisiera sorprender las
voluntades. En el resto del país el sentimiento popular se rebelaba o
se hacía sordo al llamado de los trabajadores veracruzanos, "porque
las doctrinas bolcheviques, anárquicas, destructoras, encerraban la
estéril negación de su obra".
Hábilmente dirigida, la labor periodística llameaba como el fuego de
ráfaga de una artillería pesada. La propaganda se revolvía furiosa
sobre la organización proletaria como bestia herida a mansalva.
En los círculos oficiales los pavorreales de la política nacional,
esponjados y pomposos lucían los ricos y lucientes plumajes de su
elevada posición oficial...Sin conciencia de clase, divorciados por
entero y ajenos por completo a las necesidades proletarias definían
los esfuerzos de la masa como intentos desordenados al final de los
cuales estaba a punto de naufragar el encumbramiento político
logrado.
Entonces la lucha se hundió en el estercolero de la intriga como si
hubiera comenzado a pisar sobre tierras movedizas.
Indiferentes y tranquilos, los dientes carniceros del Estado
maniobraron a sus anchas... Las can- cillerías extranjeras tomaron
partido en la contienda... El capitalismo utilizó la etapa perfecta de su
organización y el imperialismo trabajó con rara habilidad.
A través de la algarabía reinante, las notas diplomáticas fueron una
advertencia... o una ame-

98
A veces lamían, acariciaban como prostitutas baratas; a ratos
abofeteaban como machos dominantes.
Entretanto, las masas sucumbían acobardadas al empuje desorbitado
de la prensa reaccionaria... El sentimiento clasista se ahogaba entre
las grandes mentiras de un vil sistema de explotación, como una
tierna criatura entre las llamas de un incendio.
Únicamente la ciudad roja, roja como siempre, mantenía despierto su
espíritu agresivo... Y abandonada, sin esperanzas de auxilio y
comprensión, mantuvo su gallardía frente a la fiera amenaza que se
cernía sobre sus anhelos.
Y en las agujas aceradas de sus flamantes edificios y en las cruces
sicofantes de sus templos desleídos, los bravíos estandartes rojos
continuaron cantando a voz en cuello sus alientos redentores, como
una sublime promesa, como una rugiente amenaza.

99
JUSTICIA PROLETARIA
cálidos y suaves del día, en los que se deshacen paulatinas... Rumores
apagados como música en sordina... Gentes que pasan presurosas
devorando las distancias... Murmullos ahogados como si hablaran en
secreto.
Los aires se llenan de estallidos como puntos que se esponjan en el cielo...
Cohetes... Centenares de cohetes reclamando escandalosos a la multitud.
En el espacio infinito flota una interrogación
espaciosa, dilatada... Los murmullos se aclaran, se
hacen precisos, se definen colmando en un instante el vacío impresionante
del silencio. La muchedumbre pasa... La tierra se conmueve bajo el furor de
sus pisadas como si fuera sacudida impetuosamente por el impulso de
gigantes
ignorados..
Debajo de un cielo blanco que parece descender hasta la tierra, centenares
de nubecillas blancas señalan el lugar de la llamada.
Apremiantes, los estallidos continúan centellean- do en el espacio... Las
nubecillas blancas se dila- tan, se inflan, se mecen indolentes, cobran figuras
caprichosas. Primero es un punto gris que se des- flora, luego una silueta
cualquiera -hombre, perro, árbol-, después una mancha blanquecina que se
extiende y se suma a otras muchas manchas hasta integrar una sola masa
condensada, voluptuosa, que se despereza, juguetea y navega con parsimo-
nia bajo la nítida blancura del cielo cercano.

103
Minuto de combate... La multitud se enardece... No hay sin embargo, un solo
grito. Obra callada. mente, en silencio, reconcentrada en el esfuerzo d la
acción. de
¡Lanzamiento paralizado...!
Exactitud en la profecía que se realiza como axioma matemático. "Violencia
compacta de la masa..." La muchedumbre sigue pasando apresurada
silenciosa como si su hermetismo fuera presagio de
sucesos funestos.
Abrumado, vencido por la muchedumbre, el representante de la ley abate su
mirada entristecida para levantarla en intervalos con la misma manse-
dumbre que una res en la proximidad del matadero. Sus agentes, impedidos
para ayudarlo como desearan, sucumben también bajo la brutali dad de las
manos que los aprisionan.
Escondidos, temblorosos como perros apaleados por su dueño, imploran
compasión.
Las blancas nubecillas continúan trasponiendo en el espacio como suaves
humaredas que huyeran hacia lo incógnito. El ambiente, enrarecido, sofo-
cante, escalda las pupilas. Un vaho caliente. vaporoso, se eleva de la tierra
calcinada.
Los hombres forman apretados cordones con sus cuerpos en medio de los
cuales retornan al hogar los acosados. Los muebles se reinstalan... El
alboroto nace, esplende. Contagioso el entusiasmo, cunde y se desborda
como la alegría en los juegos de los niños.
La multitud ha puesto en marcha el carro triunfal de su justicia.

104
El cielo se desgarra, se hace millonadas de jirones, que se esfuman
poco a poco como soplados bocas invisibles... La ciudad se baña en
una calma enervante entre las sombras de la noche por que todo lo
invaden.
Brillan los reflejos quebradizos de los arcos voltaicos, atravesando el
halo que los circunda y por el cielo azul, transparente, inmaculado,
fulgura una luna naciente como ardorosa fogata.
En la noche tropical, de pesado verano, quieta, inmóvil, rencorosa, el
chirriar de los grillos desacordes se desliza clamoroso como un canto
de estridencias enojosas.
En la zahurda enclavada en el corazón del arrabal, la muchedumbre
vigila, cuida y atiende a sus moradores... Un gran lienzo rojo ondula
desafiante.
Rápidamente las fachadas de las casas vecinas se van cubriendo
también de rojas banderolas que convierten el barrio paupérrimo,
miserable, en un maravilloso jardín sangrante en el que las flores rojas
de los estandartes arden bajo el reflejo luminoso de la ciudad.
La muchedumbre se disgrega, se desparrama, se deshace como
pompa de jabón. Se retira tranquila, satisfecha. En la calle desolada
monta su guardia la falange revolucionaria... En el silencio de la
noche, una vocecilla infantil, tierna, rumorosa como el soplo de la
brisa, desgrana la sencillez de su pregunta:
¡Madre...! ¿No nos mudamos ya...? Nadie responde... Del interior de
una vivienda, una voz argentina, juvenil, entona conmovida:
¡Levántate, pueblo leal. al grito de Revolución Social...!

105
Por el cielo inaccesible y radiante, asciende la luna perezosa rociando la
tierra de plateados destellos Un viejo cilindro, hundido en un cruzar de
callejas escondidas satura la escena de cosas antiguas y olvidadas, en tanto
los grillos obstinados siguen barrenando monorritmicamente, en el silencio
despreocupado de la noche.

106
LA PRISION
Débiles, mortecinos entre las sombras de la noche, los golpes se reproducen
misteriosos, enigmáticos.
¡Tap, tap, tap...! ¡Tap, tap, tap...!
La puerta se cimbra con brusquedad. Una voz interroga. Otra responde:
-Yo, camarada... jabre pronto... vengo herido...! Lastimosas, dolientes como
un quejido, las palabras agonizan entre lamentos sofocados.
La puerta se abre... En la habitación irrumpe un
pelotón de soldados como movidos por un resorte. Las bayonetas, rayas
blancas en la oscuridad de la hora, apuntan resueltas al pecho de Juan
Manuel que retrocede sorprendido.
La escena ha sido rápida, violenta, ayuna de pa-
labras, envuelta toda ella en el silencio expectante
de la víctima.
Luego, alguien ordena:
-¡Rindase hijo de...! La mano del oficial, azotan- do el rostro del prisionero
cierra la frase con rencor. Las culatas de los fusiles golpean el cuerpo de-
rribado como cuando se sacude la lana.
-¡Bolchevique...! ¡Hijo de perra...! -Ya te daremos tu casita pa'que vivas de
gorra...
¡Ladrón...!
Las voces suenan roncas, aguardentosas, erizadas de amenazas.
Juan Manuel permanece callado, sereno, inalterable en la dureza del trance.
Las bayonetas le ras- gan la carne, poniendo en sus desnudeces rojas flo-
recillas de su sangre.

109
-¡Metedlo en filas...! A empujones levantan al caído que se endereza con
movimientos vacilantes, Después, imperativa, la voz se impone:
¡Adelante!
El paso rítmico de la tropa repercute siniestra. mente encima de la muda
admiración de la calle que resuena con oquedades de caverna.
Brusco el ataque no le permitió pensar con prontitud. Todo fue un embrollo
en su cabeza. Sus ideas se hicieron una pelota elástica que rebotó capri
chosa por las paredes de su cerebro.
Ahora, en el reposo frío de la prisión, sus pensamientos se disciplinaron
tomando su acomodo, Desfilaron por su mente quietos, ordenados, sin
estorbarse, como si hubieran adquirido en un momento las disciplinas de la
obediencia.
Un gallo madrugador hizo penetrar en sus oídos avisados su aguda
clarinada. Voz de combate, le trajo el empeño de la vida. Aliento de lucha;
sabor de sangre.
La aguda clarinada lo lleva lejos en sus recuerdos que se desperezan con
tardos movimientos, como gato amodorrado... Fue allá en el rancho... Las
ideas son vagas, nebulosas, imprecisas a través de la distancia, como si una
tela sutil las velara. ¡Tanto tiempo hacía de ello...! Apenas si lo recuerda.
Las fiestas pueblerinas congregaban a lo mejor de la región con promesas
de goces satisfechos: carreras de caballos; peleas de gallos; alegría de
fandango.
Los brutos, de pelo luciente, paseaban su esbeltez en la barrida prolongación
de los carriles, como las mujeres lucen su esplendor en los caminos

110
hambrientos de las miradas hombrunas... La mora... El potro rodado...
En la plaza, redondel zumbante como enjambre yegua
alborotado, el plumaje centelleante de los gallos iluminaba la fiesta de
luz y de color. La retina se llenaba de preciosos coloridos... En todas
partes, las mujeres colmaban la vida con sus ojos negros,
provocadores como cartel de desafío. ¡Fuerza, valor, amor...!
Sus pensamientos se hacían fáciles, transparentes. La evocación se
tornaba clara; la escena revivía, se perfilaba con fijeza.
La plaza, insuficiente, reventaba... La concurrencia superaba a lo
previsto. En medio del polvoso redondel los soltadores con sus gallos
embrazados como tiernos parvulillos, jugaban a las cuclillas... Gritos
de desafio, pregones turbulentos, tintinear de la plata, disputas
acaloradas. De repente los gallos que saltan gallardos, magníficos,
jugando contra el sol sus plumajes de hermosos colores que toman
brillos esplendentes. El ulular se hace delirante.
Combate tenaz, sangriento, brutal... Su corazón de pequeño se
encogía, se arrugaba asustadizo, se transformaba en una nimiedad.
Timorato temblaba ante la fanfarronería de los gritos destemplados
que saltaban con más ligereza que los mismos animales.
-¡Más al giro...!
-¡Doy tronchado...!
El dinero pasaba de mano en mano con rumores argentinos como
cascadas turbulentas en esguince fascinante.
En la arena, salpicada de rojo como campo tupido è amapolas, el
tornasol plumaje de uno de los gallos trazaba surcos curvados. El otro,
triunfador, prolongaba el pescuezo adornado por empolvada

111
gorguera; levantaba la cabeza desafiante y canta. ba, cantaba con su
clarinada penetrante la realización de su proeza.
Los gritos saludaban al vencedor que escuchaba orgulloso, como
macho satisfecho... Sólo él, empobrecido, acurrucado en un rincón,
sufría la tragedia del caído que pugnaba por enderezarse. Sus ojos,
agrandados, desesperantes, se fijaban ávidos aquellos otros que
buscaban al enemigo infatuado Súbito ve cómo, en un esfuerzo
supremo, abre sus alas, sacude su plumaje alborotado y cae con rabia
sobre aquel que rueda convertido en un harapo.
De su pecho combativo brota una roja floración... En la plaza ruidosa
como batahola infernal, un agudo cantar pregona a los puntos cardi-
nales el triunfo del valor, de la tenacidad.
Juan Manuel suspira a pleno pulmón. La vida es eso: valor, tenacidad,
anhelo de no ser vencido... Caer y levantarse... Ignorar la derrota...
Ser como el gallo de su imagen, el último que canta.
Lejos eran muchos los gallos que sonaban el clarín de sus victorias.
Los quiquiriquís alharaquientos viajaban penetrantes sembrando en el
espacio sus gritos de combate como señales de camino.
Ruidos opacos de la ciudad que despertaba penetraron en su encierro
como temerosos de importunarlo. Cerca, a las puertas de su prisión,
los golpes de las armas chocando contra el piso enlosado lo volvieron
a la realidad.
Por las grietas de su encierro, un sol indeciso deslizaba las rayitas
amarillentas de su amor. Juan Manuel desnuda su cuerpo lastimado.
Rasgaduras de la piel que cura con saliva, como viejo recurso de
terapéutica campesina.

112
to Afuera, los ruidos se acentúan, el desenvolvimiende la vida se hace
febril, como si fuera empujada con violencia.
Examina todos los rumores que, vertiginosos, se deshacen en la
rapidez de la hora. Rodar de autos... chirriar de tranvías... corretear de
pe- sados camiones que sacuden la tierra a su paso.
vacilantes. Audaces y tímidos como eternos con- trastes de la vida. En
la bahía un barco silbaba desesperado, afanoso, emocionante.
Las rayitas amarillas se han vuelto tan audaces, que arrastran su
brillar por las paredes, por el piso, por los aires, como serpientes
amaestradas. Un polvo de oro se desprende de su cauce.
El barco, punto lejano en la inmensidad del mar, continúa silbando
ahora más distante como uno más que se despide henchido de
esperanzas. -La esperanza -murmura Juan Manuel- ¿quién
no abriga en esta vida una esperanza...?
Sus palabras le asustan, porque se reproducen
retumbantes por los cuatro rincones de su encierro.
Las armas golpean con más fuerza sobre el piso. Un grupo de
soldados corre, formando precipitada- mente, sin una voz, como si
hubiera enmudecido de repente. Después, un grito solivianta sus
nervios:
-¡Guardia...! ¡El Jefe de las Operaciones Mili- tares...!
Las manos golpean el correaje de las armas acompasadamente, con
movimientos mecánicos. Al final las conteras de los rifles azotan en el
suelo a

113
un mismo tiempo. Perdida en el trajín de la calle, una voz pasa
cantando:
Rojo pendón, no más sufrir la explotación ha de sucumbir...
Juan Manuel sacude su cuerpo con coraje y optimista, responde:
Levántate, pueblo leal....
Un golpe de fusil estremece la puerta de su prisión y una voz ronca,
atufada de alcohol, le ordena callar.
Todavía terco termina: ...al grito de Revolución Social...
Más lejos aún, el barco lanza su postrera despedida. El sol, dorado,
tentador, sigue haciendo surcos amarillos en la estancia. Por encima
de su cabeza levantada, pasos enérgicos siembran de ruidos extraños
el lugar, en el que sus pisadas varoniles se afirman más y más.

114
LA ENTREVISTA
En el centro de la sala, grande y encerada como salón de baile, se
detiene, La voz autoritaria de sus custodios vuela un instante por la
pieza y acaba por fugarse hacia los balcones, de donde se arroja
hasta el barullo de la calle,
Es un ¡alto! brutal, sembrado de asperezas, infla de amenazas... En él
adivina un doble objeto, una escondida intención, un disfrazado
pensamiento Rotundo, sirve a veces para asustar a quien se dirige,
amedrentándolo para acciones subsecuentes; en otras sólo para
halagar la vanidad de un superior. En ese grito descomedido y
altanero, pretende el jefe transmitir su grosera petulancia.
Tranquilo, como si en nada lo afectara lo sucedido, Juan Manuel
recorre con sus ojos despiertos los blancos lienzos de las paredes
recién pintadas, como el desocupado visitante de una exposición. La
literatura de cuartel se le figura divertida, chocarrera, banal.
Si deseas la paz prepárate para la guerra.
El apotegma, hinchado de cursilería, manoseado hasta el cansancio
como prostituta barata, aparecía cargado de tinta negra, brillante,
como si de esa manera hubiera de causar mayor admiración. Al pie, la
firma del Jefe de las Operaciones Militares
se retorcía sinuosa, soberbia, avasallante.
Juan Manuel experimentó inaguantables deseos de reir, como si
alguno le pasara las manos jugué-

117
tonas por la sensibilidad de sus costillas... La tos seca y cavernosa de un
soldado, con aspecto de tuberculoso, cortó su hilaridad. Siguió leyendo
Ahora un rótulo higienista:
No dé usted la mano al saludar.
Luego una serie de recomendaciones que nadie pensaba cumplir, como si se
hubieran puesto expresamemente allí para ser burladas.
Se prohíbe fumar. No escupa usted en el suelo.
Los escupitajos, como plateadas rodelas espumeaban en el piso abrillantado
bajo el negro rosetón de repugnante mosquerío.
Por último, en el lienzo central de la pared un gran cuadro al óleo en el que el
Jefe de las Operaciones Militares en traje de gala rigurosa, se destacaba
arrogante. Su mirada, esquiva, al soslayo, parecía retozar con todos los
presentes como una mosca que aleteara sobre sus cabezas.
Juan Manuel amplió su panorama y escrutó por le hueco de los balcones en
un pedazo de cielo azul que resbalaba indiferente. Parvadas de zopilotes
ponían en la comba lejana puntos negros y movedizos. Las cruces aceradas
de los templos cabrilleaban en el espacio con fulgores de diamantes.
Una voz ampulosa, sonora, plena de extrañas vibraciones, como una cinta
metálica, lo volvió a encerrar en el cuadro de las blanquizcas paredes de la
sala.
-¡Retírese, Capitán...!
La voz tuvo raras inflexiones. La escolta desfiló indiferente y en el salón sólo
quedó por un minuto,

118
el rumor de las pisadas que se alejaban acompasadamente como el
ritmo de un reloj.
Juan Manuel buscó curioso a quien le hablaba. Detrás de la cortina
levantada de un escritorio impregnado de barniz, como pan en
mielado, el rostro arrebolado del Jefe asomaba las guías insolentes de
su enhiesto bigote. Sus ojos, entrecerrados, oblicuos, miraban
obstinadamente el rocio dorado del sol que animoso llegaba de la
calle.
Obedeció reposado. Las manchas rojizas de su ropa, bajo la fuerza
del sol que se le enroscaba por el cuerpo, tomaban tintes negruzcos.
La suavidad de su voz destrozó la rigidez del momento. -Usted dirá...
El General lo midió detenidamente como si hubiera querido asustarlo
con su mirada. Al fin dijo: -Lo he mandado traer para hacerle una
adver-
tencia...
No pudo reprimir su sonrisa ante lo divertido del eufemismo... ¡Una
advertencia! La frase le pareció de una idiotez desesperante.
...esta situación que usted ha creado debe ter-
minar cuanto antes.
-La sociedad no puede ser juguete de esta constante desvergüenza
de usted, que empuja a la chusma por caminos peligrosos.
Una pausa pequeña en la que mide el efecto de sus palabras, como
los oradores populacheros cuan- do hablan a las multitudes
embobadas.
-El gobierno no puede ver con indiferencia esta actitud de anarquía y
tiene que usar de mano de hierro para aplastarla.
119

Al General, enamorado rendido de las frases efectistas, se le figuró


que esta última causaba log resultados esperados.
Su voz se hizo melosa, atrayente. -Mira, muchacho... Yo también fui
como tú un soñador. También yo anhelé la redención de la plebe. Por
eso fui a la Revolución... pero por hoy no es posible hacer nada más
de lo que hemos hecho.
En la mano del General, bajo el oro luciente de los laureles de la
bocamanga del dormán, un brillante azul, acerado, trazaba puntos
luminosos en la sala como incansable luciérnaga.
-Te voy a dejar marchar, porque eres un equivocado, pero serás tú
mismo quien te encargues de deshacer todo ese alboroto que has
formado. La sociedad vive alarmada, inquieta, temerosa... Y nosotros,
los encargados de velar por el orden, estamos decididos a imponerlo
sobre ti, sobre todos tus amigos y sobre todos aquellos que se
opongan a nuestra intención.
Los bigotes del General se erizaron vigorosos como la cola de un
alacrán, sus ojos se hicieron fosforescentes, su quijada precisó el
ángulo de su rostro indignado, y en su mano, amenazadora y cruel,
los visos refulgentes de su anillo lograron un apretado haz de
acerados destellos.
-Haremos que reine la paz... ¡cueste lo que cueste!
La frase final lo dejó satisfecho como a un niño cuando se le da la
esperada golosina. Se arrellano en el sillón, tosió repetidas veces y
reclamó a su ayudante que a distancia se cuadró atento respetuoso,
servil. -¡Capitán! -ordenó- ponga usted en libertad a
este muchacho.
120

Ya en la puerta, Juan Manuel escuchó que le gritaba todavía:


-No se te olviden mis instrucciones. En otra forma ¡te acordarás de mí!
Juan Manuel no contestó una palabra. Creyó inútil entablar una
disputa. Silencioso, ensimisma- do, bajó hasta la calle bulliciosa en la
que el polvo de oro del sol seguía pasando interminable. En ella
quedó un momento perplejo, para hundirse decidido, después, en el
ajetreo de la hora. Muy alto, el sol continuaba descargando hacia la
tierra sus rayos luminosos.

121
ORIENTACION
Primero fue una ligera inquiietud, como la que se experimenta al
rasgar la cobierta de os mes En seguida, una penosa pesadumbre
que hizo añicos su reposo
Sus pensamientos se hicieron hoscos, circunspectos, saturados de
reservas. La verdad surgio, entre las sombras que lo rodeaban como
niebla invernales, desnuda, pujante, arrolladora, como de repente
hubiera sido levantada ante vista la urdimbre que la envolvia. Destello
de luz, efimero en sus comienzos, fue fijando su esplendor al paso de
los acontecimientos desbocados como el fulgor de un fanal que se
acercara presuroso
Clarividente de una idea, ahondó la podredumbre en que se
encontraba, experimentando temor, asco, repulsión.
Temor por la responsabilidad contraída, as y repulsión por la mentira
en que vagaba... Ahora penetraba bien el estercolero en que las
masas chapoteaban sin encontrar el norte de su liberación, como el
viajero perdido en las arenas implacables del desierto.
¡Qué claro lo veía ya...! No era esa lucha parcial lo que satisfaría el
anhelo de las masas. El motivo era otro, hondo, profundo, inasequible,
coronado de espinas, abundante de abrojos como las tierras estériles
del mal país.
Oponerse románticamente a la clase dominadora con recursos
legalistas dentro de la vida nacional falsamente revolucionaria, inflada
como globo a

125
fuerza de conceptos huecos, era conducir a la masa tantas veces engañada
hacia el sacrificio inútil, Exponerla a muerte segura; empujarla hasta un
callejón sin salida; llevarla al matadero, sin asomo de alivio en su miserable
condición de esclavitud.
¡Por un momento lo había olvidado, como se llegan a olvidar las cosas
intrascendentes!
Las primeras discusiones entabladas en la organización se hicieron
presentes a la evocación de sus recuerdos, como los consejos maternales se
reviven en las horas de peligro. Refrescaba en su memoria la veracidad de
sus palabras: "la revolución no se ha consumado..."
Romanticismo y desorientación los suyos que llegó a descuidarlas. Cierto
que la sangre de las masas había abonado la simiente revolucionaria como
el rocío de la mañana abona los campos fecundantes, pero ésta aún estaba
por fructificar entre la furia de la lucha.
Hilvanó sus ideas, antes dispersas en la cavidad de su cerebro, como puntos
de azogue que escaparan de su encierro. Ya recogidas le fue fácil discernir.
¡La Revolución! ¿Existía la Revolución...? ¿Podía llamarse Revolución a ese
movimiento sentimental, realizado por intuición, en que se deshacía por
ahora la ansiedad de las masas como se deshace en las aguas un grano de
sal?
¡No! En su conciencia avisada, el grito se hacía rotundo, atronante como
disparo de cañón. La Revolución existía, sí, pero solamente en la inquietud
de las masas. Allí vivía. Allí se levantaba como un imperativo enjuiciador.
Urgía, pues, señalar nuevos senderos, deslindar otras rutas, fijar modernos
derroteros en los que éstas llegaran a realizar sus ansias justicieras.

126
La idea se le hizo obsesionante, fija, como si millares de manos la
sujetaran en su cerebro, como si le hubiera sido remachada a golpes
de martillo. Entonces la razón abrió un ancho surco en su conciencia
que apuntó el índice de sus convicciones hacia la cima del Poder
Poder! Escalar el Poder, adueñarse de él, arrebatarlo a la pequeña
burguesía, empuñarlo vigorosamente para lograr la completa
redención de las clases oprimidas. Convertirlo en un medio para
conseguir la transformación que las masas reclamaban...
Su frente se hizo tersa, sin arrugas. Sus ojos brillaron con mayor
intensidad como si hubieran enfebrecido en un instante. De su boca
varonil afloró la apacibilidad de una sonrisa y en su frente se alargaron
las paralelas de algunos surcos que se hicieron profundos con
prontitud
El camino! ¿Cómo sería el camino? Por ahí apuntaba la tragedia.
Largo, obscuro, erizado de obstáculos... La misma masa, ayuna de
comprensón, con una venda espesa todavía sobre los ojos, engañada,
corrompida por sus mismos directores.
Su conciencia fue un campo de combate. La dialéctica agotó sus
reservas. Pro y contra. Ventajas y desventajas. Utilidad o negación del
sacrificio. Todo pasó en un momento por su imaginación atenazada,
como maravillosa visión kaleidoscópica. En el fondo de la escena la
sangre de la masa corria a raudales. Sobre ella se levantaba al final,
grandioso y resplandeciente, magnífico y ejemplar, el edificio
generoso del futuro.
La contienda fue ruda, tenaz. De un lado la muchedumbre puesta a su
cuidado; del otro, otra muchedumbre más numerosa aún. Aquella de

127
adultos, de hombres vencidos por la vida mism
ésta de niños, de seres que llegaban gloriosos
optimismo. La una que tendía a desaparecer frente
a la que acababa de arribar. El presente y el por
venir; la muerte y la vida en el estadio de la
humanidad. Escuchaba palpitar su corazón al paso de la imagen como lo
hubiera sentido palpitar al paso de amor. La imagen lo llenaba de contento.
Su frente volvió a esplender lisa, sin arrugas. Sus ojos hicieron luminosos
bajo la sombra de sus pestañas como el canto de las aves se hace bello bajo
la som bra de las frondas. Y su conciencia dispuesta al sacrificio sólo
escuchó el llamar de las voces infantiles que gritaban de dolor y lloraban de
hambre
Entonces su alma se hizo tranquila como las aguas de un remanso, la
inquietud tornó a su cauce y su espíritu se sintió arrastrado a la intensa
voragine de la lucha. Y sobre los cadáveres sangrantes de las multitudes en
marcha le pareció distinguir en el horizonte los contornos ardorosos de un
nuevo sol, que surgía vivificante, como anuncio de manumisión. En su rostro
irradió una sonrisa y su corazón se hinchó levantando su pecho omnipotente.
En torno de la mesa, como poseídos por el encanto de las palabras, los
directivos de la organización escuchan atentos. Las caras se alargan
haciendo tensas las quijadas como cables restirados. Los ojos esquivan las
miradas como si temieran que por alli escaparan los escondidos
pensamientos. La sesión de la noche sería tumultuaria, trascendental En los
ámbitos vagaba una promesa de amenazas. Los

128
mentores se hacen triangulares en el hermetismo de la hora. Juan
Manuel hablaba explicando con valentía los nuevos conceptos de la
lucha. Su ideología ante el derrotero de los acontecimientos saltaba
valiente, atrevida, en medio de sus compañeros responsabilidad
sativos. Todos callan. En las miradas arde la interrogante de una
inquietud. Algunos tiemblan y rebaten sus tendencias.

Había sí, que mantenerse con energía, pero solamente para obtener
las mayores ventajas posibles. Otra cosa sería hundirse en el fracaso

-¡El fracaso! -interrumpió Juan Manuel.


-¿Qué es el fracaso?
Nadie respondió. Su voz sonó extraña, apartada, como si viniera de
remotas soledades. Algunas cabezas se movieron violentas para
facilitar en las gargantas el paso de la saliva espesada.
-He dicho a ustedes, compañeros, la verdad del
momento que atravesamos.
Su voz se hizo más próxima, ondulante, con mo-
dulaciones metálicas. Alguno tosió desesperada- mente, como si se le
hubiera atorado una espina en la garganta. Después esbozó con
timidez: -¡La verdad...! Dirá usted, compañero, su verdad...
Juan Manuel se revolvió en su asiento, como si hubiera sido picado
por una víbora, fijó su vista ensombrecida en su interruptor y explicó
todavía complaciente:
-La verdad, compañero es única... Su mano, enérgica, rubricó en el
vacío sus palabras, como deseoso de hacerlas más rotundas. ...no se
trata de juegos de frases mañosamente pensadas. La verdad es una
sola, fija, brutal,
inmutable. A ese criminal entretenimiento en que

129
ustedes pretenden convertir la lucha, para obtener
una piltrafa en el reparto de granjerías que la bur
guesia practica al arrimo de las masas proletarias,
jamás me prestaré,
-Mi protesta brotará vibrante de mis labios, si la organización se convierte en
motivo de oportunismo político para sus directores, torciendo el objeto de su
creación.
Sus miradas se hicieron hirientes, agresivas, como la punta de un puñal.
-La verdad única, recia, arrolladora, es aquella que señala a las masas la
conquista del Poder, no como un término de sus anhelos, sino como un
medio de verificarlos y hacerlos accesibles.
Un murmullo vergonzante de protestas plañideras pasó por la estancia, como
si anduviera de puntillas. Su voz cortó los rumores ahogados, con decisión.
-Ya sé que esto encierra una amenaza. Que la labor será improba y sobrada
de dificultades... Su mano limpió el sudor que por el rostro le
escurría como las gotas de vapor en las paredes de
una caldera.
...pero porque lo sé, es precisamente por lo que afirmo que a las masas hay
que enseñarles la ver- dad. Verdad triste y dolorosa que es necesario que las
multitudes penetren.
-Por eso, camaradas, cuando alguno ha hablado de fracaso, he creído
descubrir el soplo lastimoso de la voz de la derrota como el doliente lamento
de un moribundo en sus horas de agonía. Porque el fracaso es esta situación
de engaños en que se quiere mantener a los opresos, haciéndoles creer en
las vaguedades de una ficticia liberación.

130
la voz se hizo ahora dura, autoritaria, convincente, como si por ella
gritara la conciencia de las multitudes.
-Engañar a la masa: Be revelarle la verdad alentar sus inútiles
esperanzas, fortalecer ilusiones impulsar sus pobres anhelos
desencadenar sus sueños reivindicativos dentro de la falsedad de este
organismo politico social fracaso, ese es el delito, ése es el crimen
Señalarle valientemente el camino de liberación, manifestarle lo que
en él le espera, gritarle y repetirle que urge de disciplina y de estudio
alumbrarle la ruta; empujarla al camino, ese es el exito innegable de la
Revolución...
Esa es la verdad única y grande, irremplazable y magnificente que
vendría a justificar las apariencias de nuestra derrota inmediata!
El esfuerzo agotó a Juan Manuel y la reserva en que naufragaron sus
palabras se hizo espesa, agobiante, como la obscuridad de los
campos en las noches tempestuosas,
Una sombra se extendió poco a poco por todos los rostros,
haciéndolos impenetrables como cubiertos por antifaz, Los ojos
continuaron rehuyéndose esquivos y por el silencio expectante y
enfadoso del momento, como promesa dolorosa, se escuchó el
aletear de la traición.
Juan Manuel no dijo más. Resbaló la suavidad de sus miradas encima
de las cabezas de sus oyentes y.levantándose con lentitud, se alejó
de ellos.

131
LA TRAICION
Hervidero multitudinario que se desbandaba hacia los paseos de los
elegantes malecones, cuyas franjas blanquecinas y alargadas
parecían navegar indolentemente sobre las aguas reverberantes y
luminosas de la bahía, en las que los barquichuelos abandonados
deshacían sus somnolencias.
La muchedumbre se hacía densa, se apelotonaba sin descansar como
rebaño asustado, por los cauces desbordados de las anchas avenidas
que resultaban impotentes para contener el pasar de la avalancha.
Reservado, hostil, cargado de dolientes presagios, el ambiente se
mantenía rodeado de asperezas. Un airecillo suave, acariciador,
ricamente saturado de sabores marinos, rozaba los semblantes como
mimos de mujer. A lo lejos, sobre el azul tembloroso de la mar
gelatinosa que besaba las gasas transparentes de un cielo azul
también, una nubecilla vaporosa. apenas naciente, llenaba sus
elasticidades insatisfechas para volcarlas después sobre la tierra.
Los cohetes, mensajeros luminosos de la hora, desgarraban la calma
sorprendente de las alturas con su reclamo bullicioso, apremiando la
marcha febril de las multitudes soliviantadas.
La caravana, en los barrios apartados, se espesaba por momentos
como un día caliginoso, haciéndose compacta, mugiente como
ganado. La carrera se volvía loca, desenfrenada al atronante reclamo,
como un oleaje agitado de fantasmas en sueño, como el flujo y el
reflujo de la alta marea que se diluía en la efervescencia de las
pasiones vivas de

135
presentimientos, rebosantes de desconfianzas. Desfile de sombras
vaporosas sepultadas entre rojos oriflamas; correr de banderas vengadoras
al lugar de la llamada; volar de gallardetes simbolistas de combate...
Paseando su belleza femenil frente al S. R. L., la amplia avenida vestida de
blanco, como una novia en el altar, hervía bulliciosa como panal aporreado
Racimos de cabezas humanas se movían inquietantes a la luz enojosa de los
hachones de ricos colores, sofocadas por el aire enrarecido y asfixiante Alto,
inmensamente alto, el cielo aparecía cristalino, sutil como las aguas de un
lago encantado. Las transparencias azules, descorriendo su esplendor por la
comba infinita y elevada, parecían ofrecer a los ojos ignorantes y embobados
de los hombres el secreto insondable que encerraban. Lamparitas
encendidas en la incertidumbre de la noche, las estrellas languidecían
afligidas como un corazón sin amores.
Acercándose enfermiza, la nubecilla vaporosa exhibía su vientre hidrópico
como avanzado embarazo.
Los alaridos de la multitud ululante señalaron la hora temida.
Manifestaciones aisladas primero como notas ruborosas, fueron al fin
expresiones vio lentas, conminatorias.
La muchedumbre exigió desordenada, tenaz. -Que comience esto.....
-Ya estamos todos,
Alguno, escondido en un tumulto vecino, inició una protesta en medio de
ridículos visajes que se extraviaron entre la hilaridad de sus oyentes

136
Pronto se vio abandonado por la curiosidad de la masa que se
arremolinó afanosa bajo los desleidos balcones del S. RI
La griteria fue ahogándose poco a poco en murmullos agonizantes,
como si de pronto alzara el vuelo a ras de tierra una bandada
rumorosa de avecillas juguetonas.
Encima de la mar zigzagueó una candelita azulosa que se esfumó en
las vaguedades incoloras de un retumbo lejano. -¡Camaradas...!
La voz fingió prolongar las vibraciones distantes. Quien hablaba mecía
el tronco vigoroso de su cuerpo fuera de la balaustrada desteñida del
balcón. La muchedumbre se hizo pequeños remolinos. Los cuerpos,
dominando su dolor, se aplastaron unos a otros como cogidos entre
las planchas de una prensa.
-Oigan la situación a que hemos llegado en nuestra marcha. Escuchen
el encauzamiento de nuestras actividades y vean cómo nuestro
camino acaba por bifurcar sus rutas en variadas direcciones. Unas
nos conducirán a la ruina; otras, nos llevarán a la victoria.
La masa osciló brutal, desasosegada como péndulo desgobernado,
queriendo profundizar la intención del orador. -El camarada Juan
Manuel planteará a ustedes
el problema que como vieja fantasía alza sus nebulosidades en el
momento presente. Voces desordenadas lo interrumpieron sin piedad.
Irrefragable, la algarabía dispersó sus exi-
gencias como papelillos arrojados a los aires. -¡Déjate de canciones...!
-Al grano...
-Queremos la verdad...

137
Los gritos murieron entre las agudas estridencias de una rechifla fatigante.
Flotando en las aguas de la mar, una mancha negra corría su angustiosa
tristeza como aceite derramado, apagando las maravillas fugaces de los
brillantes reflejos. Insaciables, nunca satisfechas, las nubecillas sedientas
continuaban bebiendo en la prodigalidad de los mares cuyas aguas conden
sadas ascendían perezosas hacia la inmensidad de los cielos. En el fondo
obscuro de las aguas revueltas y luctuosas seguían sepultándose las
culebrillas eléctricas que arribaban de la altura.
Juan Manuel apareció en el balcón cuyas maderas fofas, podridas, crujieron
como huesos triturados por la recia presión de sus manos. Sus palabras,
sobradas de calor, descendieron hasta la multitud, claras, perceptibles.
Dijo cómo las masas habían respondido valiente- mente a la voz de sus
directores. Cómo la organización proletaria había fortalecido sus filas cons-
tantemente, con savia juvenil, hasta lograr resaltar la fuerza incontrastable de
un movimiento colectivo poderoso, resistente, brutal.
Esta misma fuerza había apresurado a la burguesía, soliviantada por sus
temores, a organizar sus propios elementos. La prensa mercantilista había
concurrido en auxilio de los intereses capitalistas. El ataque había sido
penoso, sañudo, criminal. El resultado un éxito innegable.
En las frágiles esferas oficiales el sentimiento de conservación de los nuevos
ricos se expandía... Pequeños burgueses en alza veían el movimiento de
protesta como su enjuiciamiento prematuro.
-Los que sólo arribaron a la Revolución para acaparar riquezas con su
oportunismo criminal; aque

138
Ilos que únicamente olieron la pólvora en las reyertas de burdel o en las
festividades de la "patria"; los atinados pescadores en el revuelto río de nues-
tras luchas, esos -terminó con rudeza- son quienes, encaramados en los
retablos del poder como idolos seculares, hacen añicos la rectitud de
nuestros anhelos.
La tempestad cercana, como ejército de ataque en marcha arreció sus
retumbos arriba de la ciudad atemorizada.
La decisión ha de ser terminante, categórica. Lucha radical que señale una
firme orientación a las masas, o contemporización con los actuales sistemas
opresores que nos enervarán con paliativos momentáneos. Aquélla será el
sacrificio aparente y edificante; ésta, la actitud sospechosa y explotada sobre
cuya miseria se levanta el dorado porvenir de los traidores a la masa. La una
nos empujará hacia el futuro; la otra nos encadenará al presente.
La multitud permaneció anonadada como si su cabeza hubiera sido hendida
a golpes de maza. En su seno, los enemigos de Juan Manuel deslizaban su
ponzoña: "con nosotros camaradas; el sacrificio sería inútil..." Las palabras
se arrastraban, reptaban sinuosas como dañinas alimañas, infiltrando su
veneno en las conciencias tornadizas de los hombres. La perfidia tendía sus
tentáculos como molusco resbaloso en derredor de Juan Manuel.
Poco a poco su personalidad se fue desmoronando al soplar de la traición,
como los arenales vecinos se deshacían en los días tumultuosos en que los
vientos furiosos azotaban la ciudad.
Su corazón se encogió, se hizo pequeño ante la Incomprensión de la masa.
Su alma se vio invadida de penosa sensación, somo si su vida entera se

139
riosa y opulenta que desataba sus primores en las turbulencias de la noche
memorable.
Los primeros goterones se precipitaron victoriosos sobre la indefensa
ciudad... el cielo era una pelota negra, en la que se estrellaba y deshacía el
perfume mareante de la noche... Juan Manuel levantó el rostro sombrío;
sorbió con fruición las gotas que en su rostro resbalaban, descubrió su
cabeza bravía, la sacudió con violencia y esperó que las aguas compasivas
azotaran su semblante.
Todavía vagó por muchas horas confundido entre las brumas de la noche. La
tormenta se hacía impetuosa, desgarrante, feroz. El aire abofeteaba los
rostros... El aluvión calaba hasta los huesos... El intenso azulear de los
relámpagos, alucinante, cegador, dejaba en la retina desolada una amarga
huella de abandono, de desamparo... La tierra se mecía imperturbable,
empujada con violencia por el chocar de las descargas... El mar, furioso,
devastador, golpeaba ciegamente en la blancura impoluta de los muros, por
los que Juan Manuel discurria ajeno a la saña de la naturaleza irritada.
Sus ideas se embrollaron convertidas en una espesa maraña que se
enredaba en su cerebro como las lianas asfixiantes de una trepadora.
Todo se hizo turbio en sus recuerdos. Su niñez; su adolescencia; su
virilidad... Los campos y las ciudades... El pasado y el presente... El amor y
el dolor. Sus pensamientos se desenvolvían bullentes, encontrados,
opuestos como cruzados intereses. Sus oídos zumbaban como si alrededor
de su cabeza bordonearan millares de abejorros. Su voluntad se hizo
oscilante como la aguja de una brúju-

141
la que hubiera perdido su imán. La imaginación extravió entre las
callejas agitadas del bien y del mal, de la maldad y la bondad en el
causado devenir de la existencia.
La espuma blanquecina de las olas salpicaba los airosos malecones
de menudas purulencias que brincaban infatigables, para ser lavadas
luego por la asepsia cuidadosa de la lluvia. Manchitas burbujeantes
por segundos, desaparecían al empuje de los duros goterones. En los
baches, el fugaz alumbrar de los relámpagos cortaba el agua
espejeante con sus luces azulosas como a golpes rutilantes de
cercén,
Juan Manuel hizo alto. Detuvo su curiosidad en el juego infantil de las
aguas. Sus ideas se asocia- ron tornándolo ingenuo, sencillo. Su
mirada insomne atisbó en los tenebrosos horizontes de la noche como
si en ellos quisiera encontrar la calma necesaria.
Su pensamiento desvelado bullentes tornóse penetrante, sagaz. Sus
labios se plegaron en la quietud de una sonrisa que alumbró entre la
noche fragorosa y reanudó su marcha con paso seguro.
Luego se detuvo nuevamente a espiar la impetuosidad de la lluvia que
continuaba barriendo inexorable las pequeñas purulencias
blanquecinas de la mar, y afirmó en su conciencia, tranquila para
siempre, la convicción del pronto arribo del dia esperado, en que el
huracán de las masas libe- radas barrería implacable sus propias
purulencias

142
LA LUCHA
Por primera vez en muchos años, la máquina se movía bajo el extraño
impulso de otros brazos. La lentitud abrumadora de la marcha, cada
vez más enojosa por pausada, acarreaba una viva impresión de
desgano, de laxitud.
Acostumbrada a servir con docilidad como esclava sin conciencia,
negaba ahora su cooperación en las asperezas de la faena como un
recluta forzado. Sensible, doliente a la mudanza, se enderezaba cal-
mosa como bestia fatigada, proyectando su rigidez en el espacio
soleado de los muelles. Masa muerta se rebelaba comprensiva.
Huraña, vacilante como los pasos de un borracho, pavoneaba su
pereza indiferente, ayuna de aspavientos.
Juan Manuel abandonaba su trabajo. Se hundía en la lucha con la
desesperación con que un náufrago se ase a una tabla salvadora.
Creía urgente combatir, revolverse con coraje. Azotar las espaldas de
los prevaricadores, desnudar su impudicia, exponer su maldad.
Levantar entre ellos y la masa una barrera infranqueable. Empuñar en
sus manos recias y callosas las armas invencibles de la verdad como
un trofeo de victoria. Ser entusiasmo, rectitud, sacrificio.
Traspasar como destello de luz, las obscuridades reinantes; hender
sus negras vestimentas; azotar- las sin compasión. Desgarrar la
densidad de las cobardías como se desgarra el velo de la inutilidad.
Abatir todos los obstáculos. Salvar los valladares.

145
Ser torrente desbordado... Arrasar... Barr Atacar... Destruir.
Luchar. Abrirse paso. Escalar la cima. Tropezar esterbos y aplastarlos.
Encontrar dificultades y vencerlas. Reventar bajo su paso fiero al enemigo
como se
revienta la repugnancia del reptil Hacer la lucha sin cuartel, ajena a la piedad,
para obtener el triunfo de la obra.
¡Enseñanza edificante! Encajar una idea como se encaja una cuña en un
madero; señalar un camino impulsar un pensamiento hasta sentirlo arraigar
profundamente. Saber que rotura los cerebros y abre los corazones como a
golpes de azada y fructifica al fin, aunque el fruto dilate el tiempo en
madurar...
Dilatar el tiempo, hacerlo grande, espacioso.
¿Qué es el tiempo?
Juan Manuel arruga el ceño. Hace serio su semblante. Sacude los hombros
nerviosamente como si lo impulsara un calosfrío y acaba complaciente:
-El tiempo es eterno. Perennemente joven. Navegante discreto que ha
encontrado la sabiduria de la renovación, vivirá perpetuamente mozo
Sus ojos brillaron en inquietos reflejos. Pequeñas lucecillas ardían en su
mirada por las que las rayas luminosas del sol se deslizaban amarillentas
como menudas barritas de oro,
-Qué importa que la cosecha no se avecine pronto: "Somos solamente
sembradores en los campos fecundos del futuro...!"
La voz se hizo quebradiza repercutiendo misteriosamente. El silencio se
ahondó armonioso al conjuro de las palabras que afluyeron en las
conciencias como un
esperanza.

146
El cielo era de cendales. Gasas azules cortadas por los rojos picos del
sol. Azul infinito, interminable, abombado al hechicero soplo de los
céfiros. Esplendor de un cielo de mediodía, por el que los negros
zopilotes planeaban su gallardo aterrizaje.
La lucha se entablaba con rudeza. La burguesía gozaba esponjando
su plumaje. El proletariado se revolvía en contra del proletariado
mismo. La prensa mercantilista, como bestia ponzoñosa, seguía
inyectando a la masa los maleficios de su veneno:

La ignorancia de algunos de los directores del S. R. 1, provocada por


la congestión de ideas exóticas ajenas a nuestro medio, ha dado lugar
a un rompimiento en el seno del mismo Sindicato
Algunos líderes de la mencionada agrupación han creido pertinente
transplantar las destructoras teorias bolcheviques, a nuestro país,
olvidando, cuando más falta hacia recordarlo, que no son nuestras
necesidades las mismas de aquellos pueblos. Esto ha traido como con
secuencia el resultado previsto. La mayoría de la organización los ha
abandonado, convencida de que todo lo que consiga en beneficio de
sus intereses ha de estar sujeto a la bondad de nuestras leyes, que
son humano corolario de nuestras luchas populares.

La masa, adormilada, como enferma de sueño, se debatía en su


propia miseria, como los cerdos en el lodazal. En los campos de lucha
proletaria, los hombres se entretenían en jugar a la gallina ciega.
La organización se fragmentaba como un cristal cuando se quiebra.
Se deshacía en facciones turbias, oscilantes, que sin rumbo y sin
dirección, rec-

147
tificaban en las vaguedades de un día, lo verificado en el anterior.
Dividida, dispersa, ayuna de cohesión, rota la unidad, huérfana de oriente,
como navío al garete entre la tempestad del mar, navegaba sin timón en las
aguas alborotadas de su propia desorientación.
Por las calles rumorosas como colmenar bullicioso, bandas de trabajadores
cruzaban sus denuestos frenéticas, enardecidas. En los rostros iracundos y
arrebolados, la hinchazón de las venas ponía gruesos cordones violáceos.
En el brillar de las miradas parecían esconderse siniestros pensamientos.
Un hálito de tristeza invadía la ciudad como síntoma de muerte. La voluntad
se quebraba en porciones errantes, como viajeros hundidos en las inmensas
soledades del desierto.
Victoriosa, la burguesía festejaba la realización de su triunfo. Fuerte más que
nunca, segura del éxito final, ponía en juego sus inagotables recursos como
el jugador echa mano de sus reservas en el instante necesario.
Gozosa hinchaba las blancas velas de sus naves atrevidas y resuelta,
arrojada como nunca, surcaba los mares revueltos de la lucha, para vencer y
oprimir. Clase dominante, afirmaba una vez más su autoridad remachando
los dorados eslabones de sus cadenas opresoras.
En el cielo azul de la ciudad, cuya bóveda serena parecía reflejar la pena de
los hombres, el sol desvelado decoloraba su redondez, haciéndose bilioso, a
través de las nubes esponjadas que mataban su rigor. Bandadas de
pajarracos negros desli-

148
zaban la mansedumbre de sus vuelos por los ámbitos melancólicos en
escuadrones de combate. Los tonos deslavados del sol, dibujaban
sobre sus ropajes luctuosos manchas cobrizas, que jugaban sobre las
pizarras de sus alas, caprichosamente.
Pinturas cubistas señalaban sobre los negros plumajes de las aves,
las agudas aristas trazadas vigorosamente por el dorado pincel del
sol.
Calma engañosa en el ambiente. En las aguas tranquilas, ricas de
placidez, millonadas de escamas doradas flotaban como vivas
florecillas de una inmensa llanura de oro... Naturaleza embustera que
ocultaba el huracán rugiente en las almas de los hombres, como el
secreto de un bosque impenetrable.
Oculta en los rincones del arrabal, la zahurda recibía en la superficie
ondulante de sus láminas acanaladas, los quebradizos rayos del sol
que se deshacían en millonadas de reflejos. En el interior los hombres
se limpiaban los semblantes arrebola- dos con los rojos paliacates que
en las sombras del encierro ondeaban como banderolas de vivos
colores. Un moscardón inquieto bordoneaba ruidosa- mente como
zumbante aeroplano. Relámpagos fugaces de un verde tornasolado,
brotaban de sus ojos, distrayendo la atención de los presentes. En el
centro de la pieza, una mesa blanca sirve de escritorio. La plática,
juiciosa, se turba a ratos por el runrunear del moscardón.
Juan Manuel calma ahora la fogosidad de sus oyentes. Explica,
razona, pugna por hacerse comprender como un maestro de escuela.
No lamenta la defección de los traidores. Los organismos necesitan
purificarse al embate de los acontecimientos
149
como las aguas al trasminarse entre los poros de un filtro. Pasar por el crisol
de los sacrificios, para surgir grande, inmensamente grande, de las pro-
fundidades de sus dolores.
Todos escuchan reservados, como sugestionados por la misma fe con que
surgen los conceptos. En el hermetismo de sus oyentes, las frases de Juan
Manuel van cayendo poco a poco, como bálsamo en una herida, como la
simiente bondadosa en el barbecheo reciente de los campos.
La organización precisaba enderezar sus pasos tambaleantes hacia los
caminos alumbrados de su liberación. La ternura de la masa, espigando en
los campos rebosantes de verdad, urgía orientarse hacia las rutas nuevas,
cuyas flechas aceradas apuntaban valientemente hasta las cimas doradas
del Poder. Encontrado el sendero, era una grosera cobardía volver a
extraviar el destino de las masas...
Alguien interrumpió:
-La responsabilidad es grande, camarada... -Más lo es aquella que nos
enjuiciará en la hora inexorable del reajuste...
La frase vibró cortante, como acero afilado en las ondas del espacio. El
silencio tomó tintes de dramaticidad. El moscardón, cansado de zumbar,
escapó por las rendijas de las maderas, para esfumarse en la luz incolora de
la distancia. Juan Manuel redondeó su pensamiento:
-No creo, camaradas, en la realidad de un triunfo inmediato, si por triunfo se
ha de entender la completa coronación de nuestros anhelos. Pero nuestro
ejemplo, como faro luminoso, habrá de señalar un camino seguro para el
proletariado...
150
Su puño azotaba en el vacío, como si con el ademán -... esconder a
ustedes la grandeza de un proba-
ble sacrificio, sería tanto como jugar con la inexperiencia colectiva.
Empero, tras del aparente sacrificio del instante, asoma su sonrisa
bondadosa la grandeza incuestionable del futuro. Sus palabras
pasaron tranquilas, reposadas,
henchidas de augurios optimistas, de promesas halagadoras, como
himnos armoniosos y triunfales. Sus compañeros permanecieron sin
hablar, sub- yugados por la suavidad de la voz que los acariciaba con
fervor.
Paulatinamente se sintieron aprisionados por la misma fe, por igual
convicción. Entonces delineó su plan de batalla:
Ramificación de la organización en todos los sectores proletarios.
Presentación del frente único de combate. Propaganda en el ejército.
Conseguido este enunciado, practicar constante- mente, como lo
aconsejaba Liebknecht, la gimnasia revolucionaria: "paros, huelgas,
agitación en las masas, preparándolas para la insurrección".
Desplazar a las clases dirigentes de los puestos de responsabilidad,
hasta poner el Poder en manos de la masa...
Su palabra atrevida caía en los cerebros de sus acompañantes, como
un rocío de optimismo sano y refrescante. Un suspiro hinchó su pecho
que rasgo la podredumbre de la blusa y sus ojos serenos volaron
también con la inquietud del moscardón, por las grietas de las tablas,
por las que navegaba despejado el cielo impasible de la tarde.

151
-No hay que olvidar, sin embargo, los consejos del Maestro: "Con destruir la
vieja máquina del Estado, todavía no está hecho todo. Con aplastar al
capitalismo no basta para estar saciado. Hay que tomar toda la cultura que el
capitalismo nos ha dejado, y, con ella, organizar el socialismo. Hay que
tomar toda la ciencia, la técnica, los conocimientos, el arte, sin lo cual no
podremos organizar la vida de la sociedad nueva..."
Su voz fue languideciendo hasta hacerse susurrante como un suspiro. Sus
miradas continuaron prendidas en los retazos del cielo azul que seguía
desfilando quieto, sosegado. Sus compañeros estrecharon su mano y
salieron decididos hacia la grandeza de la hora.
El sol poniente descendía con indolencia hacia los conos truncados de los
médanos cercanos, cuyas arenas movedizas se teñían de tintes moribundos.
Los vientos, cambiando de objetivo, azotaron en suradas imprevistas. En las
aguas armoniosas de la bahía, los reflejos de las luminarias de los barcos
comenzaron a parpadear incesantemente, como un escarabajo luminoso que
arrastrara las maravillas de sus doradas claridades.
Juan Manuel a solas tornó a sepultarse en sus hondos pensamientos, que
desordenados se precipitaron por los espléndidos ventanales de la
imaginación.
El Frente Único surgió vibrante, agresivo, valiente, como el gladiador en la
arena del circo. En sus columnas apretadas como granos de mazorca, la
línea trazada por la convicción de sus directores volaba
1 N. del E. Lenin.

152
presurosa hacia la izquierda. Espigando entre los nerviosos caracteres
que sin interlinear parecían encimarse unos a otros ante los ojos
embriagados en tinta del lector, el camino se ampliaba firme, seguro,
excitante, como grito de entusiasmo.
Los conceptos vertidos parecían tener modernas resonancias. Los
papeleros improvisados fusilaban el silencio de la ciudad con las
descargas de sus pregones desafiantes:
Nuevas orientaciones para la lucha proletaria...
El grito brotaba obsesionante simulando encerrar una amenaza. Las
gentes saciaban su curiosidad devorando las cuartillas luminosas que
como destellos fugaces pasaban por sus cerebros alum- brando sus
ideas: "Proletarios:
Nuestra lucha se hizo pequeña. Olvidados pasajeramente del camino
por seguir, iniciamos nuestra contienda bajo un aspecto parcial que
nos orillaba hacia el fracaso.
La verdad trascendió dolorosa entre las encrucijadas de la
mistificación. En poder de ella, señalaremos con valor la ascensión
hasta la cumbre.
La pequeña burguesía, explotando la inexperiencia de la masa, había
comenzado a medrar a la sombra de nuestras miserias. En estas
circunstancias, justo es deslindar la recta de nuestra ruta: nos
sentimos desligados de cualquier intento que tienda a distraer los
aspectos clasistas de nuestras reivindicaciones.
Sin conexiones ni compromisos con los falsos redentores, lucharemos
por el Poder para los obreros, campesinos y soldados".

153
La audacia de las frases causaba sorpresa, sensación. Era como la voz
lejana de un desfalleciente lamento que iniciaba su vuelo atrevido para trans-
formarse en seguida en una rotunda afirmación...
En una de las páginas del frente, prisionero dentro del cuadro juicioso de
unas plecas enlutadas, el aviso se destacaba bravío:
"Mañana, seis de julio, a las ocho en punto de la noche, todos los
trabajadores se presentarán frente a la glorieta del Parque, para verificar la
primera
manifestación de fuerza de nuestra organización. Todos los proletarios a la
calle a defender sus reivindicaciones..."
LA MASACRE
Desfloró el dia sobre la ciudad. Por el oriente, el sol del amanecer incendiaba
las aguas arrullantes, de cuyas ondas murmuradoras emergía abrasador,
para subir paulatinamente por la comba azulosa manchada a trechos de
tintes bermejos.
Los tejados se llenaron de vivos colores para fijarse por momentos en la gris
monotonía de la ciudad, que se recostaba todavía adormecida sobre las
frágiles faldas de los monticulos arenosos, por los que comenzaron a
extenderse fugaces policromías.
Las aguas de los mares se hicieron fosforescentes. Gloriosamente luminosas
bajo la cascada del sol que brillaba como mítico Pactolo. La mañana estival
resbalaba serena entre las bellezas sorprendentes de la naturaleza juvenil.
La ciudad soltaba sus rumores como corceles sin rienda.
Ruidos de máquinas; trepidar de motores como disparos de cañón; silbar de
talleres; runrunear de hélices como aves monstruosas; conmoción de la vida
agitada del puerto vocinglero que se deshacía en el espacio preñado de sol,
por el que los pájaros negros azotaban los aires con sus alas resistentes.
Por las calles ardorosas como tierras calcinadas, las multitudes se
atropellaban bullangueras. Raudos camiones, pletóricos de pasajeros como
piñas en racimos, rodaban veloces esparciendo en la quietud de los ámbitos
gritos destemplados y turbios hedores. Encima de los rails, encajados en el
asfalto reblandecido como cuñas apretadas, las

157
ruedas enmohecidas de los pesados tranvías levantaban, como grillos
alborotados, chirridos escalofriantes.
En los blancos lienzos de los largos malecones manchados a trechos
de alquitrán, el trajín se hacía tumultuoso, delirante. Bajo el sin fin del
cielo y sobre la inmensidad del mar se deslizaban los blancos veleros
confundidos con los perezosos alca- traces mientras el sol, sofocante,
seguía navegando hacia la altura.
Fijados en las claridades de las blancas paredes como anuncios
novedosos, los rótulos color de sangre emplazaban a los trabajadores
al cumplimiento de sus compromisos.
Todos los proletarios a la calle a defender sus reivindicaciones.
Los volantes, de mano en mano como en juego de prendas,
circulaban profusamente azorando la ciudad con inquietudes y
sobresaltos. En los centros de trabajo los traidores de la organización
reptaban mañosamente sembrando divisiones y desconfianzas.
Suspendida en el ambiente, como presagios de
desgracia, se adivinaba una amenaza silenciosa.
Ajenos al cansancio, como si su entusiasmo convocara todas sus
reservas, los directores de la organización centuplicaban sus
esfuerzos. Parecía que en sus almas despertaban dormidas energías.
Claudicó el sol en el poniente y en el cielo de la noche comenzaron a
alumbrar las estrellas con destellos acerados. La realidad superó a la
espe-

158
ranza. Los alrededores del Parque bulleron como hormiguero asustado.
Mujeres, niños, hombres... La ciudad toda con- movida... Los lienzos se
desplegaron triunfadores... En el espacio sereno como perfume de mayo,
comenzaron a estallar millares de cohetes que descolgaban sus luces
impresionistas arriba de la curiosidad de las gentes. Las músicas excitantes
como la pesadez de la pólvora estallaron en los aires y la columna
monstruosa se puso en marcha.
Al flamear de la luz de los humosos hachones los rostros resplandecían de
entusiasmo. De repente las músicas callaron, liquidaron sus estallidos los
cohetes, hicieron el silencio las multitudes como un paréntesis de reposo y
un canto fuerte, hondo, vibrante como las ondas eléctricas en el espacio,
sacudió los cuerpos como al contacto de una descarga:
Arriba los pobres del mundo,
de pie los esclavos sin pan,
y gritemos todos unidos
viva la Internacional...

El clamor multitudinario contestó impetuosa- mente a la canción sugerente


como si los elementos hubieran desatado sus furias. La alegría se hizo
frenética, delirante, como si los himnos emotivos volcaran sus ánforas
optimistas en todos los corazones.
La caravana continuó su marcha arrastrando todo a su paso. El canto salía
reflexivo de las gargantas socarradas llenando el ambiente de con-
vencimiento y decisión:

Para ir al campo dichosos.


do reside del proletario nuestro bien,
tenemos que ser los obreros,
los que guiemos el tren...

159
Súbito se interrumpió entre voces desfallecientes como un rezo que
termina, para enhebrarse nueva- mente más firme, más audaz.
En el crucero de calles cercano apareció una escolta de soldados
dispuestos a impedir el paso. En actitud amenazadora, los rifles se
acostaban despidiendo extraños fulgores a la caricia de las luces
parpadeantes. En la impavidez de los rostros la seriedad se tornaba
agresiva, insultante.
Juan Manuel, a la cabeza de la manifestación, resaltando entre el
abigarramiento de las gentes con su traje de mahón azul, ordenó
hacer alto. Su voz se impuso sobre el tumulto. Enseguida avanzó
unos pasos.
-Soldados: ¡escuchen! Somos hermanos en la lucha. Nuestros brazos
los esperan...
Su voz tenía inflexiones de mando, de fraternidad, de persuasión a un
mismo tiempo. Los fusiles se bajaron poco a poco, penosamente,
como si las voluntades se hubieran aflojado de un golpe... Presto, el
oficial desenvainó la espada que rutiló fugaz a la luz humeante de las
antorchas. Juan Manuel avanzó otra vez en el silencio expectante de
la escena. Sus pasos sonaron vigorosos entre el aliento en suspenso,
como si la vida se hubiera detenido alarmada. En sus manos enérgi-
cas un gallardete rojo mecía su valentía como símbolo de fuerza.
-Camaradas-tornó a decir...
Su brazo se levantó sobre las cabezas, encima de las cuales su mano
empuñada parecía encarnar una amenaza.
Una voz breve, seca, la interrumpió: -Soldados: ¡viva el Supremo
Gobierno!

160
El silencio en el que naufragaron las palabras se hizo trágico. Luego la voz
tornó cortante, mordaz. Apunten... ¡fuego...!
La descarga tronó simultánea, uniforme, sin discrepancias, como en práctica
de tiro. La columna onduló asustada. En las calles vecinas la multitud se
atropelló desordenada. Luego inició la fuga. Los soldados siguieron su labor
de exterminio ciegos, indiferentes, sordos a los ayes lastimeros de las víc-
timas. En las azoteas cercanas asomaron sus bocas obscuras centenares de
rifles que fusilaban sin piedad. Las voces fugaces de los jefes saltaban
azuzantes como los gritos a una jauría. Los lamentos de los heridos se
hicieron quejumbrosos, murientes como una flama que se apaga. En el
centro de la insensible avenida, sólo Juan Manuel con los líderes de la
organización se mantenía en pie. Su mano poderosa pretendía inspirar
confianza, reunir a la masa. En su boca contraída por el esfuerzo el canto se
reanudó sublime, sobrehumano:
Agrupémonos todos
en la lucha final, y se alcen los pueblos, por la Internacional...
Maravillosa, doliente la voz como enferma de sacrificio, brincaba desafiante
entre los tiros de las tropas que asesinaban sin rubor.
De pronto, de las manos de Juan Manuel se escurrió el rojo gallardete que
azotó sobre el pavimento sangrante.
Después se apretaron nerviosas sobre su pecho como si tratara de
aprisionarlo... Por su rostro varonil corrían hilillos de sangre caliente, como si
todas las venas de la cara se le hubieran abierto de golpe. Sus piernas
temblorosas se doblaron traba-

161
josamente, como si todavía se resistieran a ser vencidas. En un
póstumo esfuerzo excitó aún a los que próximos permanecían:

Agrupé, agrupémonos todos,


en la lu, en la lucha final,
y se alcen los pueblos,
por la Inter...

Nueva descarga despedazó los aires y el grupo bravío se extravió por


los rincones adyacentes.
Los disparos permanecieron correteando aislados como si sintieran
vergüenza de su destino. De la calle dolorosa, plena de bultos que se
arrastraban trabajosamente, se levantaron enojosos lamentos.
Juan Manuel permanecía con los ojos vidriados fijos en los cielos
como si les reprochara sus criminales mentiras. En sus manos
crispadas por la desesperación de la agonía, un trapo rojo asomaba
su tristeza. En la ciudad levantisca rodaba una ola sangrienta como si
el mar se hubiera hecho sangre en un minuto.
El cielo se alejaba de la tierra entre negruras insondables, y en la
distancia se escuchaba el tronar de los disparos como los tiros
apagados de una cacería lejana.
Las amplias avenidas manchadas de sangre, los banderines rojos y
los gallardetes desafiantes regados caprichosamente, daban a la
población el aspecto exótico de una roja ciudad cuyos tintes
sangrientos se afirmaba por instantes.
Por la altura llegaba, con los vientos cambiantes de la noche, la
canción optimista de los dispersos:

Agrupémonos todos,
en la lucha final...

162
Repentino, el canto se interrumpía desesperado, à retornar después
con más vigor. para
y se aleen los pueblos por la Internacional.
Lentamente fue acallando sus rumores la ciudad como se apaga el
estertor del moribundo con la llegada de la muerte. En el espacio
infinito flotó maciza, atenazante, la imponente pesadumbre de la
noche... Los rondines marciales violentaron la persecución. Sus botas
claveteadas resonaban con tanta fuerza que parecían aplastar las
conciencias de los hombres.
En una de las esquinas de la ciudad, una escolta detuvo el compás de
su marcha... Recostadas a la elevada pared de un viejo edificio como
cansadas caminantes, las varillas negruzcas de un lienzo rojo lo
mantenían en pie. Con letras blancas, resaltantes sobre el color de
sangre del lienzo, el pensamiento penetrante de Juan Manuel era
como la sonrisa juvenil de una promesa... Sobre la miseria de la hora
su verdad abatió los rostros de las tropas avergonzadas:
Somos solamente sembradores en los campos fecundos del futura
Los soldados renovaron la marcha cabizbajos como si sus conciencias
despertaran presurosas y, en el cielo embustero y tenebroso,
comenzó a cabrillear el reflejo de un lucero, que se extravió por fin
entre las nubes tumultuosas.

163
ÍNDICE
PRÓLOGO……………………………………………………………………….....7
PREFACIO A LA EDICIÓN ORIGINAL………………………………………....33
El Lanzamiento…………………………………………………………………….37
El Mitin............................................................................................................45
La Sesión…………………………………………………………………………...57
El Manifiesto...................................................................................................71
La Justicia………………………………………………………………………….77
La Organización……………………………………………………………………83
La Manifestación…………………………………………………………………..89
La Prensa.......................................................................................................97
Justicia Proletaria………………………………………………………………..103
La Prisión…………………………………………………………………………109
La Entrevista……………………………………………………………………..117
Orientación……………………………………………………………………….125
La Traición……………………………………………………………………......135
La Lucha…………………………………………………………………………..145
La Masacre…………………………………………………………………….....157
COLECCIÓN RESCATE
1. Manuel Payno: Un viaje a Veracruz en el invierno de 1843. Prólogo
de Esther Hernández Palacios.
2. José María Roa Bárcena: Noche al raso. Prólogo de
Jorge Ruffinelli.
3. Juan Díaz Covarrubias: El diablo en México-La clase media.
Introducción de Sixto Rodríguez Hernández.
4. Josefa Murillo: Obra poética. Prólogo de Georgina
Trigos.
5. Esther Hernández-Ángel José Fernández: La Poesía ve-
racruzana. (Antología).
6. Miguel Lerdo de Tejada: México en 1856-El comercio exterior de
México desde la conquista. Prólogo de Carmen Blázquez Domínguez.
7. Joaquín Arcadio Pagaza: Poesía. Prólogo de Ana María Mora de
Sol. 8. Cayetano Rodríguez Beltrán: La cabra tira al monte.
Prólogo de José Luis Martínez Morales.
9. Sara García Iglesias: El jagüey de las ruinas. (Premio Lanz Duret
1944). Prólogo de Jorge Ruffinelli.
10. Juan Vicente Melo: El agua cae en otra fuente. Prólogo de Jorge
Ruffinelli.
11. Imágenes de Xalapa a principios del siglo XX. Prólogo de
Adriana Naveda.
12. María Enriqueta: Llegará mañana... Selección y prólogo de Esther
Hernández Palacios.
13. Carlos Díaz Dufoo: Cuentos nerviosos-Padre Mercader. Prólogo
de Jorge Ruffinelli.
14. Francisco Javier Clavijero: Historia Antigua de México 1. Prólogo
de Miguel León-Portilla.
15. Francisco Javier Clavijero: Historia Antigua de México 11.
16. José María Roa Bárcena: Recuerdos de la invasión
norteamericana 1846-1848. Prólogo de Gastón García
Cantú.
17. Xavier Icaza: Panchito Chapopote. Prólogo de John Brushwood.
18. Sara García Iglesias: Isabel Moctezuma. Prólogo de Georgina
Trigos.
19. Gregorio López y Fuentes: Milpa, potrero y monte
Prólogo de Carlos Castellanos Ronzón.
20. Roberto Argüelles Bringas: Lira ruda. Prólogo, recopi-
lación y bibliografía de Serge Zaïtzeff.
21. Charles Debouchet-Hyppolite Maison: La colonización francesa en
Coatzacoalcos. (Traducción de Alicia Sáiz Pasquel). Prólogo de
Carmen Blázquez Domínguez.
22. Rafael Delgado: Historia vulgar. Prólogo de Luis Arturo Ramos.
23. Manuel Carpio: Poesía. Prólogo, presentación y apéndice
de Fernando Tola de Habich.
24. María Enriqueta: Del tapiz de mi vida. Prólogo de Esther
Hernández Palacios.
25. Carlos Méndez Alcalde: La escuela racional. Prólogo de Ragueb
Chain Revuelta.
26. Joaquin Ramírez Cabañas: Ensayos históricos. Prólogo,
recopilación y bibliografia de Manuel Sol.
27. Humberto Aguirre Tinoco: Tenoya. (Crónica de la Revolución en
Tlacotalpan).
28. María Enriqueta: Rumores de mi huerto. Antología poética.
Selección y prólogo de Esther Hernández Palacios.
29. Rafael de Zelis S. J.: Viajes en su destierro. Prólogo de Efrén Ortiz
Domínguez. 30. Benito Fentanes Lavalle: Vidas Rústicas. (Antología
de cuentos y artículos de costumbres). Selección y prólogo
de José Luis Martínez Morales.
31. Juan Antonio Lerdo de Tejada: Cartas a un comerciante español
1811-1817. Prólogo y notas de Carmen Blázquez Domínguez.
32. Manuel Eduardo de Gorostiza: Don Bonifacio-La Chimenea.
Prólogo de Joaquina Rodríguez Plaza.
33. Xavier Icaza: Gente mexicana. Prólogo de Abel Juárez.
34. Georgina Trigos: El corrido veracruzano. (Antología).
35. Porfirio Pérez Olivares: Memorias. Un dirigente agrario de Soledad
de Doblado. Prólogo de Olivia Domínguez Pérez.
36. Ildefonso Estrada y Zenea: La Heroica Ciudad de
Veracruz. Prólogo de Hipólito Rodríguez. 37. Totonacapan: Mitos y
Leyendas. Recopilación y selección de María Gabriela Márquez
Rodríguez y Raúl García Flores. Prólogo de María del Carmen
Ceballos Rincón.
38. José Mancisidor: La ciudad roja. Novela proletaria. Prólogo de
Sixto Rodríguez Hernández.
ESTADO DE VERACRUZ
Patricio Chirinos Calero, Gobernador Constitucional
Miguel Angel Yunes Linares, Secretario General de Gobierno
Juan Maldonado Pereda, Subsecretario de Gobierno
UNIVERSIDAD VERACRUZANA
Emilio Gidi Villarreal, Reclor
Jorge Ramírez Juárez,
Secretario Académico
Timoteo Aldana Carrión,
Secretario de Administración y Finanzas
Benjamin Sigüenza Salcedo, Coordinador General de Difusión Cultural
y Extensión Universitaria
Carmen Blázquez Domínguez, Directora General de Investigaciones
José Luis Martinez Morales,
Director del Instituto de Investigaciones Literarias y Semiolingüísticas
José Luis Rivas Vélez, Director Editorial y de Publicaciones
Siendo Rector de la Universidad Veracruzana el licenciado Emilio Gidi
Villarreal, se terminó de imprimir La ciudad roja. Novela Proletaria en
abril de 1995, en Editora Graphos, Río Nautla N° 16 Xalapa, Ver. Tel:
18-39-92 Fondo para el Fomento de las Actividades de la Universidad
Veracruzana, A.C. La edición consta de 1000 ejemplares y en su
composición se usaron tipos Century Schoolbook de 8:9, 8:10, 12:14 y
14 pts. Captura: Beatriz Vargas Hernández; Formación: Jesús
Ezequiel Rodríguez Moreno; Forros: Aram. La edición fue cuidada por
Azucena del Alba Vásquez Velasco, Georgina Trigos Domínguez y
Angélica María Guerra Dauzón.
Crear una conciencia político-literaria para vincular a las clases populares
con los objetivos de la Revolución Mexicana, y cimentar una "literatura
proletaria", fueron las motivaciones artístico-ideológicas de algunos jóvenes
escritores allá por los años 30. Entre ellos destacó por méritos propios, el
narrador, político y periodista veracruzano José Mancisidor (1894 6 1895-
1956), un hombre cuyo genuino interés por la problemática social lo condujo,
desde sus primeros pasos como escritor, al cultivo de un arte fuertemente
emparentado con la estética del realismo social. Fueron aquéllos, tiempos de
tanteo y búsqueda de una expresión propia, pero, a la vez, lúcidamente
comprometida con su momento histórico. De estos esfuerzos iniciales ha
quedado como testimonio su obra titulada La ciudad roja (Novela proletaria),
en la cual el autor se reveló como un vigoroso narrador de conflictos
sociales. Por medio de este ejercicio de escritura, Mancisidor relató el
ascenso y la caída del Movimiento Inquilinario de Veracruz en el año 1922.
Desde su aparición, esta breve novela ha sido una fuente de consulta
inapreciable para todos aquellos interesados en ese momento significativo de
las luchas populares en el Estado de Veracruz.

También podría gustarte