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Presentación

Mi nombre es María Alicia Aguilar Aguilar, soy encargada de la biblioteca


“Puerto Libros” del Liceo Melinka desde el año 2002. Durante mis años de trabajo
me he preocupado que predomine el fomento del gusto y hábito de la lectura
a través de “Regalo Lector”, una actividad de 45 minutos que consiste en
preparar y leer un cuento, realizada durante la semana para los cursos desde
pre kínder hasta sexto año básico. Por otro lado, hace un tiempo, junto a un
grupo de niños se crea una iniciativa cuyo fin se basó en la recopilación de
historias inéditas sobre Melinka, por medio de entrevistas y conversatorios con
adultos mayores. Más tarde, se realizaron concursos literarios sobre leyendas y
relatos de la comuna, de los cuales, los mejores fueron enviados al concurso
regional “Cuentos de Inviernos”; y también, al concurso nacional “Historias de
nuestra tierra”.

Actualmente, trabajamos la escritura creativa mediante talleres de teatro,


siempre enfocada en un contexto de años atrás en nuestra isla, con el objetivo
de rescatar nuestras costumbres y tradiciones, y promover su transición a lo largo
de las generaciones.

Desde el inicio de mi trabajo en biblioteca, comencé a compartir el gusto por


la literatura, y así, a lo largo del tiempo, se me dio la oportunidad de participar

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en cursos de capacitación, seminarios literarios, encuentros, etc.

Todo lo que he aprendido se lo debo a ello y al trabajo con los niños, a través
de las distintas actividades que realizamos, siendo a raíz de esto, que ha ido
creciendo en mí un amor enorme por rescatar la historia mediante la lectura,
despertando en los demás las ganas de explorar las aristas que componen este
inmenso mundo de las letras.

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Dedicatoria

Los cimientos de la memoria y los pilares de la historia están vivos en los


recuerdos de nuestros adultos mayores, sin ellos y el legado histórico no
hubiese sido posible este libro.

A la Capitanía de Puerto de Melinka mi más grande gratitud por comandar


el proyecto que acopió los relatos y por fomentar el amor al patrimonio y a la
escritura, 

Muchas Gracias.

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Mi Abuelo Mantiene el Oficio de Tejuelero en
Melinka
Autor: Maura Alejandra Carimoney Alvarado

R ecuerdo que estaba en el segundo piso de mi casa mirando a través de


la ventana, el día estaba gris, el mar estaba embravecido, fijo la mirada en un
árbol que está en la esquina de mi casa, no tiene ni una sola hoja, solo muchas
ramas, a pesar de eso, se ve un árbol bonito, tal vez los pajaritos que están
aposentados le da esa belleza que nos concede la naturaleza, bonita imagen
aprecian mis ojos a pesar del día tan oscuro y frío; de pronto, veo a mi abuelo
Ramón, deja caer un paquete de tejuelas, que traía en su cansado hombro,
bajé corriendo la escalera y lo esperé en la puerta, mientras sacaba sus botas
llenas de barro, y al mismo tiempo dice:

- ¡Está pica la cosa! -, haciendo referencia al temporal y la fuerte marejada.


Entra a la casa, siente de inmediato el calor de hogar, sonríe y dice: - ahora me
voy a tomar unos güenos mates amargos, hijita, pon a calentar agua y arregla
el mate -, nos sentamos atrás de la cocina, miramos al mismo tiempo la plancha
de la cocina, que estaba rojeando por el fuego que ardía con mucha fuerza

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gracias a la leña de tepú, la más ardedura de todos los árboles que tenemos
en Melinka; en ese momento, me surgió una pregunta: – abuelo, ¿el tepú es
mejor que el ciprés? -.

- No hijita, el tepú solo sirve de leña para el fuego, en cambio, el ciprés es el


árbol que nos dio el subsistir a varias generaciones, te voy a contar mi historia,
escucha:

En el año 1958 ya trabajaba la tejuela, hacía 400 tejuelas diarias y todos los
días bajaba del monte un paquete de 100 tejuelas, también labraba basas
de ciprés de cinco metro de alto, que servían de vigas de casa también para
puentes, ¿sabes dónde iba a parar el trabajo hecho con estas manos grandes,
viejas y arrugadas?... al Perú; usados más tarde para durmientes y postaciones
telegráficas, ya que esta madera es una de las más durables. En algunas
temporadas cortaba estacones, estos lo llevaban a Puerto Montt.

Recibe el mate po’ hijita.

- Abuelo, no me des más mate, está muy amargo; pero cuéntame, ¿cómo
haces la tejuela, dónde encuentras los árboles que puedes cortar?

- Hijita, échale leña al juego primero, mírelo, vee… tantas preguntas juntas,
vamos por orden, ¿te parece?; a veces nos vamos en bote y cuando el tiempo
está malo para navegar, nos vamos a pie por el camino de Repollal hasta
llegar al bosque, tenemos que recorrer bastante porque ya no está abundante

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como años anteriores, recorro el bosque en busca del árbol de ciprés muerto,
al encontrarlo lo corto con una motosierra, derribo el árbol, luego lo corto con
una hacha, en troncos de cuarenta centímetros aproximadamente, después
uso un machete que sirve para sacar longas, semejante a una tabla delgada,
nuevamente, con un hacha le doy forma a la tejuela, y así sucesivamente, hasta
que reúno cien tejuelas, las junto, lo amarro con un cabo y hago un paquete,
lo cargo en el hombro y lo bajo del cerro; reúno la cantidad que me piden y
la vendo, después de unos meses apreciamos la casa construida de tejuela,
y todo gracias a mí y la hermosa naturaleza que nos da la abundancia de
árboles: “El ciprés de las Guaitecas”.

Y así fue como mi abuelo Ramón Carimoney, fue reconocido como tesoro
humano vivo de la Comuna de las Guaitecas en el año 2015, su nombre se
recordará generaciones tras generaciones, gracias a su mantención del oficio
de tejuelero.

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Historia Real de las Hermanas Llancalahuen
Escrita por: Rocío Cayún Maripillán

Contada por: María Llancalahuen

E sto empieza un 18 de septiembre, hace más o menos 70 años atrás.


Contaba la abuela Chabela, que su mamá Antonia Quedimán y su papá Juan
Llancalahuen, vivían en la isla de manzano, ubicada en las islas del archipiélago
de las Guaitecas; vinieron a Melinka con su hijo Leonardo de 20 años, quién era
músico y lo contrataban para tocar guitarra en las fiestas.

Un día, Leonardo fue invitado a tocar a una de esas fiestas tradicionales


que se celebran para el 18 de septiembre, sus padres muy entusiasmados lo
acompañaron y se fueron los tres en un bote a remo, dejando a su hijo Nol de 15
de casero, junto a sus hermanas María y Julia (las mayores), y Chabela, la más
pequeña de su familia, que solo tenía 4 años de edad. Ellas contaban que su
hermano las llevó a la playa del estero a jugar en la arena, él las dejó jugando
y fue a buscar a sus ovejas, llevó con él a su perro y una escopeta, después de
un rato, las hermanas escucharon el sonido de un disparo, no se preocuparon

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realmente, porque a su hermano le encantaba cazar quetros.

Esperaron a su hermano por mucho tiempo, pero él no volvió. Julia (la mayor)
fue a buscarlo, pero solo encontró a un quetro que estaba muerto y la escopeta
tirada en la piedra. Ya se había hecho tarde, pero él aún no volvía y solo llegó
el perro que lo acompañaba. Cuando Julia vio al perro que iba llegando
solo, cargó a su hermana Chabela y tomó de la mano a su hermana María, le
ordenó que llevara al quetro y la escopeta; lloraron durante todo el trayecto, su
hermano no aparecía.

Se hizo de noche, y los padres volvieron como a las tres de la mañana. Fue tan
grande la sorpresa de encontrar a sus hijas solas y llorando, que preguntaron
enseguida dónde estaba Nol, ellas contaron lo que había sucedido. El padre,
desesperado, comenzó a buscar de inmediato a su hijo, fue a pedir ayuda
donde su cuñado Manuel, que vivía en el sector de la conchilla. Lo buscaron
toda la noche, llamándolo en el monte, entre los árboles, en la playa, y no
había rastros de su cuerpo; cuando, de repente, se les ocurrió ir a buscarlo en
la punta de la collera, nombre del lugar que ellos mismos bautizaron.

Desesperado y muy cansado, sin tener resultados en su búsqueda, miraba el mar


y se preguntaba dónde estaba su hijo; de pronto, llegó un pajarito y se pegó en
el pecho de don Juan, después voló hacia el monte, y él, por instinto, lo siguió.
De repente, el pajarito se posó en una rama, él lo miro y no entendía realmente,
pero intuía algo, miró debajo de la rama y ahí estaba su hijo; después de haber

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pasado tantas veces por el mismo lugar y no lo vio, estaba completamente
desnudo, atado de pies y manos, amarrado al árbol con la misma faja que él
usaba, estaba muerto. Vinieron hasta Melinka para dar aviso de lo sucedido,
pero nunca se supo lo que había pasado y quién lo había hecho; no se investigó
nada, porque en esos tiempos no había autoridades como ahora.

La mamá no se conformó de haber perdido a su querido Nol, no saber lo que


sucedió ese día. Viajó a Chiloé con una prenda de vestir de Nol, únicamente
para sacarle la suerte, y en eso salió que su hijo de 15 años había hecho un
motivo muy grande, y que por eso le llegó la muerte a tan temprana edad,
-¡solo tenía 15 años!, -decían los abuelos-, se lo llevaron los cesarianos, porque
ese lugar era ocupado por los brujos y, que con el paso del tiempo, no quedaría
nada. Así pasó, ya no queda nada.

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Carpintero y Dentista
Escrita: Constanza Panichine Chiguay
Contada por: Gavi Chiguay Aguilar

Q uiero contar a través de estas palabras, que mi abuelo Teófilo Chiguay


nació en la isla de Tranque, frente a Queilén en 1919, y fue compañero de
escuela del hermano de Don René Accardí, (primer Director de la Escuela
F-1016 de Melinka), don Lulo, hijo de la primera maestra de esta escuela, Sra.
Matilde Macías. Mi abuelo, junto a su padre Adolfo Chiguay, fueron los primeros
carpinteros de ribera de este pueblo.

Quiero dedicar esta historia con mucho cariño a mi abuelito Teo, que no lo
conocí, y a todos los trabajadores chilotes que con esfuerzo y sacrificio hicieron
presencia y dieron nacimiento a este hermoso pueblo Melinka, dejando su
huella imborrable en la tala del ciprés, en faena de cholga y pescado seco,
loberos, lucheros, tejueleros.

Mi tías conversan, y mi mami también, que mi abuelo era dentista o sacador de

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muela, como lo llamaban. Mi tía Nelly me contó que tenía mucho miedo cuando
algún vecino venía a la casa a sacarse una muela. En la cocina comedor se
habilitaba una silla con un lavatorio con agua, y siempre al paciente se le ponía
un paño blanco alrededor de su cara, seguramente para que no manchara
con sangre la ropa. Mi abuela Ana preparaba una salmuera, es decir, un jarrón
enlozado con agua muy caliente con sal para que el paciente enjuague su
boca cuidadosamente; mi abuelo pasaba una cuchillita fina en forma de
atornillador alrededor de la muela hasta falsearlo, posteriormente, extraía la
pieza dental, mientras mi abuelita ayudaba a tener la cabeza del paciente con
ambas manos.

Mi mami cuenta, que ella se sentaba alrededor de la cocina a leña para observar
semejante operativo solidario, porque mi abuelito no cobraba el servicio, pero
cada vecino atendido regalaba en forma de pago y agradecimiento una
cantidad de marisco fresco, de pescado fresco y ahumado, verduras, gallinas
y huevos; un detalle que no puedo dejar de contar. Cuando llegaba algún
paciente muy adolorido o con la cara hinchada, se hervía hierba de mate y
solo esa agua muy calentita se trataba de mantener lo que más se podía en
la boca, después se sacaba la muela y así el afectado no sentía tanto dolor.
¿Quién sabe cuál sería el secreto?

La implementación o herramienta como gatillo dental se la había regalado


un dentista en Puerto Aysén, donde mi abuela Ana viajaba a menudo como

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comerciante, pues entregaba cientos de paquetes de cholga ahumado,
pescado seco y luche; a la cocina del hospital, colegio, internados católicos, y
también al regimiento en los años 1949 – 1960 hasta 1970. Ya que en esos tiempos
no existían los productos congelados, todo lo que se producía en las Guaitecas,
como cholga y pescado, era muy solicitado en el sur de nuestro país.

He contado con mucho cariño esta historia, de un abuelo carpintero y dentista;


me imagino sus manos rudas de tanto labrar madera para dar forma a una
embarcación tan importante para los habitantes de Melinka, que solo vivían
del trabajo del mar, y convertir sus manos en una delicada faena rudimentaria
de extraer una pieza dental a un ser humano, un vecino, un compadre o un
familiar.

Una historia que me contó mi mami, y como nieta lo guardaré con mucho cariño
para siempre en mi corazón.

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El Estero Cochivilo
Autor: Andrés Stange Aguilar

Contada por: Fredy Stange Yagode

E n medio del mar enorme y azul había una pequeña isla. En la isla crecían
árboles altos con muchas hojas. - ¡A estos árboles le llaman ciprés, siempre se
distinguen por su espigada presencia de entre los matorrales!-, decía mi abuelo,
cuando navegamos en una tarde fría en el bote de mi tío preferido.

-¡Vamos llegando!-, me dice mi abuelo. - Este es el estero Cochivilo, aquí


pasaremos la noche, vamos a tirar el ancla y nos bajamos del bote para hacer
el rancho-, rápidamente mi abuelo cortó unos barones de tepú, los enterró en
la tierra, estiró unos nailon y ramas sobre los palos, y nuestro hogar estuvo listo en
menos de una hora; estaba tan sorprendido de la habilidad de mi abuelo. De
pronto me di cuenta de que ya estaba oscureciendo.

- ¡Entra al rancho nieto, el fogón ya está listo! ¡Ahora, nos vamos a tomar unos
ricos mate amargo! ¡Te parece!

En realidad, no me parecía mucho, porque ciertamente, sentía mucha hambre,

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pero tampoco quería decirle a mi abuelo porque había escuchado una vez
que el buen marino, no siente frío, ni hambre y yo quiero ser el mejor marino de
mi isla.

- ¡Mateeee Pedritooo! – dijo mi abuelo.


- ¡Abuelo, cuéntame cómo atraparon al pirata Ñancúpel!
- ¡Pedrito, tu bis abuelo me contaba que a tu tocayo Ñancúpel lo detuvieron
en Melinka, a través del engaño de un compadre que lo invitó a cenar!
- ¡Para que más con ese compadre!, ¡Ja!, ¡Ja!, ¡Ja!
- ¡Abuelo, el agua de tu mate se está derramando donde te estás riendo!
- ¡Bueno, continuemos con la historia Pedrito. Este famoso compadre estaba
comunicado con los marinos del buque de la armada, que tal día y tal fecha
ellos podían detener al malandro de Ñancúpel! Efectivamente las fuerzas
mayores lo detuvieron y lo embarcaron en el buque y lo llevaron encadenado
a la ciudad de Castro, donde lo ejecutaron.
- ¡AAYYYY! ¡Dios!, QUE FUE ESE RUIDO ABUELOOOOOO ¡Ha estremecido la isla!
- ¡Es el PEBRE Pedrito!, es el pebre.
- ¿Qué es eso? abuelo
- ¡El pebre, es un animal producido por el mismo vegetal del bosque, es un
animal muy extraño, que no se deja ver y solamente se escuchan sus aullidos,
él aparece cuando olfatea el humo, vive en una laguna!
- ¡ME TRAJISTE A ESTE FAMOSO ESTERO, sabiendo que hay un monstruo!

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- ¡No, no!, no sé si es un monstruo, solo sé que son creencias antiguas, que tu
bis abuelo me contó, cuando tenía tu edad.
- ¡Y qué hiciste en ese entonces!
- ¡No le creí!, ¡no le creí!, ¡porque no escuché nada!
Entonces mi abuelo y yo corrimos, nos metimos al agua, subimos al bote y
tomamos rumbo hacia nuestra isla llamada Melinka.

- ¡Allá la vida es más tranquila y segura, cierto abuelito!


- ¡Cierto Pedrito!

Finalmente pensé: ¡Algún día le contaré a mis nietos esta historia, y por supuesto
los llevaré al Estero Cochivilo!

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El Piuchén
Autor: Andrés Stange Aguilar

Contada por: Zulema Panichine Maripillan

M i abuelita Zulema Panichine, me contó una historia que le sucedió a ella


en el año 1950. En ese entonces, tenía 12 años de edad. Después de haberme
invitado una agüita de tepú, me dice: - Andrés, allégate cerca de la cocina y
te contaré la historia del Piuchén…

En una noche alumbrada de luna llena, iba con mi padre navegando en un


bote a remo cerca de Repollal, creo que a la altura de la escuela los conchales.
Mientras yo, azotaba la chumacera con una enorme energía, mi padre advirtió
que algo nos seguía, observamos el mar detenidamente, en eso escuchamos un
ruido muy extraño, pero mi padre muy travieso, forma de ser que lo caracterizaba,
comenzó a repetir el sonido que aquel ser emitía. Unos segundos después, junto
al bote apareció algo parecido a un perro lobo, color negro, de patas muy
largas, orejas caídas y largas, una trompa semejante a la de un perro pastor y
una cola extensa que terminaba en punta como una amapola; aquel supuesto
perro lobo se impulsó hacia la superficie, dando la impresión de que en algún

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momento sería un tripulante más de la embarcación por la cercanía en que
se mostraba. Luego se dejaba caer al agua y se sumergía por debajo del bote
dejando en la superficie una ardientilla.

Yo estaba consumida por el terror, no solté en ningún momento mis remos y


seguía impulsando el bote; miro a mi padre, él se veía muy tranquilo y me dijo:
Tranquila Zulema, mira, a eso le llamamos “PIUCHÉN”, tranquila niña, buena señal
es, significa larga vida, hija, vamos a vivir por muchos años-, escuchando esto
pensé: “conoceré hasta mi bisnieto y así no más es po’ nieto”. Me tranquilicé
un poco, aún sostenía con fuerza mis remos, recuerdo muy bien eso porque pa’
que te cuento el dolor de brazo que tuve después.

Cerca de la una de la mañana llegamos a Estero Conchal, lugar donde vivíamos


antes, donde las mujeres vivían de sus siembras y crianza de animales y los
hombres trabajaban incansablemente. Llegamos a la rancha, descansamos.
Pronto amaneció, así que me preparé para ir a la escuela, ya estaba en mi
último año. Cuando llegué a la sala les conté a mis compañeros lo que había
sucedido, grande fue mi sorpresa cuando ellos me confiaron que sus padres
también conocían al Piuchén; en ese momento llegó el profesor, que en ese
entonces era Don Antonio González, quien pide silencio y anuncia su típica
frase: “La lámpara sin aceite no brilla, y el niño que no estudia para nada vale
en la vida”

Qué tiempos aquellos, querido nieta-.

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El Animita del Canal Puquitín
Contada por: Zulema Panichine Maripillán.

Autor: Andrés Stange Aguilar.

S e cuenta que, en tiempos pasados, las personas de Chiloé cruzaban el


golfo corcovado en chalupa a vela.

Cierto día, una familia de Chiloé se dirigía a las Guaitecas en busca de madera
y mariscos en chalupa a vela, cruzando el golfo Corcovado. Aquel día soplaba
muy fuerte el viento, y el mar poco a poco empezó a embravecer. En el cruce del
golfo fue peor el temporal, el viento cambió a noreste y la marea era vaciante,
pronto empezaron los lamentos y los arrepentimientos de haber viajado ese
día. Luego se escuchó el llanto de terror de un niño de 10 años, el regalón de la
familia, gritaba con desesperación: -¡quiero volver a Castro!, ¡no quiero morir!-,
en ese momento una ola gigante golpeó la chalupa y la dio vuelta, no hubo ni
un alma que lo pudiese rescatar. En aquel entonces no había la comunicación,
ni el paso de embarcaciones que existe hoy.

Días después, pasaron unos pescadores que vivían en Repollal, en un lugar


llamado Conchal, a arranchar por el canal Puquitín a la espera del cambio de

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marea para poder pescar. Al salir a tierra avistan en la costa un cuerpo que
flotaba y se golpeaba en las piedras, fueron a ver, era el cuerpo de un niño; con
la fuerza del viento y la marea, las olas llevaron el cuerpo hasta ese lugar. Los
pescadores, hombres de fe, rudos y acostumbrados a los golpes que les daba
la naturaleza, se persignaron, conversaron y en mutuo acuerdo le dieron al niño
una digna sepultura.Al pasar los años, cuando ya todo esto era un recuerdo
en la memoria, llega una embarcación a Repollal, específicamente a un lugar
llamado Conchal, lugar donde vivía mi abuela Zulema Panichine. Los tripulantes
de esta embarcación pasaron a comprar cholga seca y pescado ahumado
que mi bis abuelo tenía en el secador. Pronto mi bis abuela los invita a sentarse
alrededor del fogón y les sirve unos ricos mates amargos, era la atención que se
le hacía a las visitas en ese tiempo; y, en medio de la conversación, el tripulante
cuenta la historia de esta familia desaparecida en el golfo a la que jamás volvió
a ver. Mi bis abuelo le pregunta: -¿cómo se llamaba el niño?-, (el niño que los
pescadores de Conchal habían encontrado), él le respondió con un nudo en la
garganta: -mi sobrino se llamaba Agustín Mañao-. Entonces mi abuelo le contó
que los pescadores de Conchal lo habían encontrado y lo habían sepultado, y
es por ello que la isla se llama la Animita del Canal de Puquitín.

El tripulante, sorprendido de todo lo acontecido, dio las gracias por la digna


sepultura que le dieron a su sobrino; embarcaron su mercadería y se fueron del
lugar.

Desde ese entonces, pescadores y hombres de mar pasan día tras día a Puquitín
a dejar sus ofrendas, teniéndolo al niño como una animita muy milagrosa.

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Mi Accidente fue de Cueca
Autor: Andrés Stange Aguilar

Contada por: María Bernarda Aguilar Aguilar

E staba en un arenal, encima de este bailaba cueca, la música a todo


dar, pero fuerte, fuerte, fuerte, y como le zapateaba, saltaba arena pa’ arriba
y después bajaba pa’ abajo, al final terminaba riendo; contaba mi abuela
mientras tomábamos mate con sopaipillas. Me decía: - raro mi sueño, mire, ve
que bailando cueca…-, pero después lo entendí, la miré a los ojos y tragué
fuertemente el sorbo de mate. -Cuénteme abuelita, ¿qué paso ese día?- dije
atento a lo que me fuera a contar; dejó el mate a un lado, se sentó junto a mí,
y comenzó a relatar…

Estábamos con mi viejo en el monte, andábamos a la leña, en la isla que se


llama Casa Piedra, fuimos esa vez por un mes, nos estaba yendo bien fíjate,
ya teníamos las buenas lucas. Estábamos en la rancha tomando mate, yo le
preguntaba: – viejo, ¿tú tuviste muchas pololas de joven? – y él me dijo: – si
po’ vieja, a ver, mira…- empezó a nombrar po’ chica, a la Rosa, la Angélica, la
María, la no sé qué más, yo me reí no más. – Maare viejo, que guenazo fuiste –;

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en eso le estaba diciendo y él me preguntó a mí también po’, me dijo: - vieja, ¿y
tú? –, yo me reí no más, después lo miré y le respondí: – viejo, yo te voy a decir
que tuve hartos no más, porque si me pongo a contar amanecemos despiertos
–. Los dos nos pusimos a reír y quedamos de acuerdo que al otro día íbamos a
Melinka, a entregar un poco más de leña, y nos íbamos a quedar allá pa’ que
al otro día yo vaya a dejar plata al avión, y se la mande a tu mamá y a tu tío
Álvaro a Coihaique, ‘onde estaban estudiando, ellos estaban internados en el
Hogar Augusto Grosse.

Así fue, al otro día, temprano ya, cargamos nuestro bote de leña y nos fuimos
a entregar a Melinka; uno, dos, tres, cuatro viaje,; ya estábamos cansados y se
hacía tarde, todavía nos quedaba un buen resto de leña por llevar. - Ya viejo,
mañana vamos a buscar la leña que queda por entregar, es muy tarde ya - le
dije a ese viejo leso, cuando él me respondió: – no, no, no lesees po’ Bernarda,
vamos no más a buscar leña, mañana estamos en la casa no más -. - Bueno
-, le dije yo, haciéndole caso a su porfiao’, así que igual nos fuimos, con tu tío
Mauricio que se ofreció, partimos a buscar lo que quedaba.

Llegamos donde estaba la leña, habían más de tres metro. - Viejo, si hacemos
este viaje va a ser en vano, fíjate que hay más de tres metros y el bote hace
justo tres, y vamos a tener que hacer otro viaje, quedémonos amaneciendo no
más, y mañana volvemos, hacemos tranquilamente los dos o tres viajes que nos
quedan –, le dije a ese guatón porfiao’, ¿vas a creer que no me hizo caso el
viejo e’ mierda?, que no, que no. -Llenemos no más el bote, te haces problemas

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por leseras- me dijo. Al final le dije que sí, pero el tiempo no estaba muy bueno,
había oleaje, nos fuimos igual, tu tío Mauri se sentó arriba de la ruma de leña y
nosotros veníamos en los costados remando hacia Melinka.

El bote se venía llenando de agua, las olas estaban fuertes, yo hacía lo posible
por bombear esa embarcación, íbamos por la puntilla e’ Lope, hijita por ahí por
donde está Aqua-Chile, y el bote se empezó a hundir. Mauricio, tu tío, gritaba de
susto porque no sabía nadar, y yo en las mismas pero más calmada, tu tata era el
único que sabía nadar, yo le gritaba a tu tío: - ¡hijo, agárrate de la arboladura del
bote! -; la lesera po’, el bote se estaba hundiendo y yo diciéndole que se agarre
de él, se iba a ir a pique más rápido, pero con el susto ¡QUÉ!, mientras sucedía
eso, tu tata le gritaba a Mauricio: – ¡mueve tus pies y tus manos, hueón! -, mi
hijo decía: - no puedo - y se hundía. Yo, por mi parte, escuchaba lo que decía
Esteban y me mantuve en la superficie, chapaleaba con pies y manos; tu tata
nadó a la playa para recuperar fuerzas, llegó allá, y luego de unos segundos se
metió nuevamente al agua y sacó a tu tío ya inconsciente, mientras, yo llegué
a la playa por mis propios medios. Después tu tata caminó para buscar ayuda,
el bote, la leña y la plata que estaba en la chaqueta de cuero de tu tata se
fueron a pique, lo importante era que estábamos con vida.

Tu abuelo gritaba: - ¡AUXILIO, AUXILIO! -, estuvo un buen rato así, la gente


después me decía que creían que eran borrachos gritando, porque la noche
anterior andaban a si po’. La cosa es que una abuelita llamada Nolfa, alias la
patas cortas, vecina de nosotro’, se dio cuenta que era Esteban que gritaba.

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¿Y les ayudó abuelita? -, pregunté entusiasmada. –Sí, hijita – continuó ella; nos
fueron a buscar, antes de eso caminamos del muellecito, allá en puntilla Lope’,
hasta la cruz, y después hasta ahí donde está AquaChile, ¡a pata pelá’ hijita!,
con tu tío íbamos. Más tarde llegó la ayuda, nos fueron a rescatar, nos pasaron
ropa para el frío y más tarde llegamos a la casa.

Cuando llegamos estaba la Nina con don Lalo, finaíto ya el hombre,


esperándonos estaban, buenos amigos eran. La cosa es que con el shock y
todo, cuando llegué a mi casa, no me di cuenta y empecé a sacarme la ropa
en mi cocina para ponerme algo seco, quedé en paños menores en frente de
la visita; qué iba a saber uno po’, menos mal eran mis amigos, mientras tanto,
dejé siete mil pesos que se salvaron y que estaban en mi pantalón, los únicos
pesitos que teníamos, los dejé en un mueblecito y fui a mi pieza a buscar ropa.
En eso comenzó a llegar gente, a ver a los accidentados po’, se llenó mi casa
en un rato, ¡cuánta gente fue hijito! Ya po’, conversábamos poco igual por el
susto, luego se fueron todos. Estábamos solos en la casa, después de un rato nos
fuimos a acostar, ninguno de los tres comentó sobre lo que había pasado en
ese momento.

Al otro día llegó el avión, quedamos mirando con tu tata y las siete lucas
desaparecieron del mueble al rato que las deje ahí, no las encontré más.

Entonces mi hijito, ahí entendí que la bailaora de cueca y el zapateo era cuando
chapaleaba en el mar con pies y manos, cómo es la cosa, ¡uno qué va a saber!

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Después, cuando llegó tu mamá y tu tía Oli, se lo contamos todo. Se mataban
de la risa esas muchachas, decían: - ya me imagino mi mami, no sabía nadar
–. “Supieran criaturas”, decía yo en mi mente, tu tío Álvaro no po’, ese es más
razonable. - Hijito, ese fue el mayor susto de mi vida, por eso le tengo tanto
miedo a esa barcaza.-

Mi abuela sonrió, se puso de pie y volvió a tomar su mate en sus manos arrugadas,
me miró y dijo: - ¿otro? –, le respondí: – ¡con gusto le recibo otro! –, y continuamos
mateando un buen rato; cambiamos el tema, quedando la historia nuevamente
en el pasado.

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Faena en la Isla Téllez
Escrita por: Andrés Stange Aguilar

Contada por: Luis Santana

R ecuerdo que una vez fuimos a faena de erizo a isla Téllez. Un día se
nos ocurrió ir al frente a trabajar, anduvimos con mucha suerte esa mañana,
además de erizo encontramos también unos 300 pescao’, finao’ Panchula y
finao’ Manzanero estaban felices. En la tarde estábamos cargados, nos dimos
cuenta que empezaba a malearse el tiempo, así que pronto le dimos guaraca
al motor y partimos a nuestro destino, pero el temporal se desató de un rato
para otro, no pudimos cruzar porque íbamos demasiado cargados y estaban
entrando las olas a la embarcación, en tanto, tomamos la decisión de volver
a playa blanca; cortamos varas, goque para amarar, y sacamos el nylon del
bote, hicimos un rancho para guarecernos de la lluvia y esperar un rato para
volver nuevamente a la mar y llegar a isla Téllez, donde estaban los demás
compañeros de faena.

Bueno, estábamos en silencio dentro del rancho que construimos, cuando de


pronto, escuchamos unos gritos desesperados, salimos todos al mismo tiempo,

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miramos pa’ allá, por acá, nada, volvimos a arrancharnos. Cada vez el temporal
más fuerte y más fuerte, se desató con toda su furia, miramos hacia afuera,
nuestra embarcación se estaba hundiendo, los remos, la botavara se los llevó
una ola; de repente, llegó la lobería y empezó a comer todo nuestro pescao’,
los erizos, y el motor de nuestra embarcación estaba en las profundidades.
Perdimos todo. Cuando ya estaba oscureciendo, los compañeros de faena de
isla Téllez se preocuparon y nos fueron a buscar.

Contamos nuestro percance y nos dijeron los más antiguos que cuando se
aproxima un temporal, como el que tuvimos hoy día, las ánimas de navegantes
naufragados emiten lastimeros gritos de auxilios y sollozos, que retumban en la
soledad de los canales.

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Mi Abuela Luisa
Escrita por: Nadia Cayún Maripillán

Contada por: Luisa Maripillán

Había una vez una niña que siempre iba a visitar a su abuela y la abuela
siempre estaba haciendo algo rico para comer. La niña le decía que cada vez
que ella la va a visitar, siempre está ocupada y lo que le gustaría es que se siente,
sirva unos mates dulces y le cuente cómo fue su niñez, y a qué se dedicaban sus
padres en esos tiempos.

La abuela se ríe a carcajadas y dice: - Bueno, mi amayorada, siéntese en el


banco detrás de la cocina a leña y le serviré unos ricos dulces-.

Luego empieza a relatar sus vivencias con nostalgia.

- Recuerdo que a la edad de 7 años, cuando vivía en la isla de manzano, mis


primeros trabajos eran ayudar a sembrar papas, las que eran abonadas con
lamilla y guano de pájaro (lile). El guano lo íbamos a buscar a la isla de fusil.
También se sembraba centeno, trigo, arvejas, habas, ajo y todo lo que era

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verdura, y algunas frutas como frutilla, parra, grosellas, frambuesas, parrones,
y eso con respecto a la siembra.

Había también árboles de manzana, actualmente quedan algunos. También


se criaban ovejas, vacunos, chanchos, pavos, gansos, gallinas, patos, que
traíamos a vender a Melinka (porque nosotros antes vivimos en Repollal)
además de pescados y mariscos, que se cambiaban por mercaderías; así
nos manteníamos para poder sobrevivir.

En el verano nos íbamos a la cholga seca, por un mes o más tiempo, en bote a
vela y a remo. Nos íbamos con viento norte y llegábamos al puerto de Chully,
cuando el viento era a favor. Demorábamos un día a vela o bordeando, y
cuando ya estábamos en el puerto, el primer día se descansaba y al otro día
se empezaba a cortar la madera para hacer la rancha.

Se buscaba Goqui, canutillo y ramas, se armaba la rancha, parecida a una


casa. Cuando la armazón estaba lista, se comenzaba a amarrar todo con
goqui muy bien apretado, lo mismo con el canutillo, con el cual se cubría lo
que era el techo, y la tingle se tapaba con ramas, bien apretadas.

Estando la rancha lista con pilcan y buenas mareas, empezábamos a sacar


cholga a puro palde, guadaña y gancho. Se trabajaba por 6 días más o
menos… La cholga se apozaba en el mismo puerto, y cuando ya no había
mareas, se comenzaba a acarrear la cholga con angarillas tejidas con varas
y goques, también con canastos tejidos de la misma forma.

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Se reunían muchas piedras y leña, se hacía un solo curanto, se cocían las
cholgas de una sola vez, se desconchaba por días. Las cholgas se secaban
en el fogón con un secador tejido con varitas bien delgaditas.

Cuando las cholgas estaban frías y secas, se ensartaban con tiras hechas de
junquillos secos, las agujas eran de cobre y de madera. Una vez que estaba
todo ensartado, se colgaban al humo, ya oreadas, se dejaban en yeguas,
que se hacían al fondo de la rancha.

Cuando completábamos la carga, volvíamos a nuestro querido manzano, a


ver a nuestra familia; que allí nos esperaban. Al otro día, veníamos a Melinka
a entregar las cholgas al patrón, que nos habilitaba. Era muy poco el dinero
que recibíamos y era más mercadería lo que nos pagaban.

- Abuela Luisa, qué linda fue tu niñez, cerca de la naturaleza, libre como un
pájaro, claro que bastante sacrificada -.

La abuela miraba con ternura a Nadia y le decía: - Nosotros no tuvimos


niñez, cuando nuestros padres se daban cuenta que podíamos hacer algo,
empezaban a ordenarnos a trabajar. En aquel tiempo no existían los ananais,
ni los abrazos, ni los besitos, ni que los hijos manden más que los padres, esos
desarreglos se ven ahora no más -.

- Abuela, para qué te voy a engañar, pero ni siquiera me puedo imaginar

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que su infancia fue así. Te admiro tanto, abuelita, te quiero, eres el personaje
que más admiro en todo el mundo-.

Nadia se acerca y la abraza demostrándole un gran cariño a su abuelita.

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Las Huellas del Rey Ciprés
Escrita por: Constanza Panichine Chiguay
Contado por: Gavy Chiguay Aguilar

E n Melinka, comuna de las Guaitecas, existe un lugar hermoso que


llamamos Estero Álvarez, acoge, como buen puerto, a muchas embarcaciones
que se distinguen por las diferentes actividades económicas de la isla: las
chalupas, botes a remo, lanchas a motor de los pescadores artesanales, como
también cómodas y rápidas lanchas de fibras de vidrio, que nos señalan el
progreso que ha generado la industria salmonera en la zona.

Sin embargo, hoy quiero contar por qué se llama Estero Álvarez. Su nombre es
en memoria al legendario empresario que explotaba el ciprés de las Guaitecas
al comienzo de los años 1900, era oriundo de la ciudad de Chonchi, donde
nació el 24 de abril de 1873; tras recorrer los canales hasta Puerto Chacabuco
se instaló a vivir con su familia en Melinka, donde administraba sus prósperos
negocios de madera. Muchos inmigrantes chilotes llegaron a esta isla como
trabajadores de don Ciriaco Álvarez, quienes todavía viven en Repollal bajo
y Repollal alto, este es un lugar rico en vegetación apto para la agricultura y
la ganadería. Don Ciriaco Álvarez lo convirtió en un fundo, donde realizó los

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primeros cultivos de papas, siembras de hortalizas y plantaciones de árboles
frutales, además de la crianza de animales domésticos, como pollo, pavos,
patos, gansos y ovejas. A poco andar hizo construir galpones y casas para
sus trabajadores chilotes, con sus respectivas familias, también existió, en esa
época, una pequeña escuelita llamada “Los Conchales”, algunos ancianos
vecinos aún recuerdan a su maestra, doña Filomena Bórquez, esposa de don
Augusto Álvarez, administrador del fundo y pariente de don Ciriaco.

Muchas anécdotas aún se pueden recordar del Rey del Ciprés. Los hijos de
los trabajadores que viven en Melinka recuerdan que siempre recomendaba
beber agua con harina tostada para pasar el hambre, como también convertir
los palos de alguna playa en cuchara o tenedor para alimentarse, diciendo:
-¡Ven cabro, los ricos también comen con palos!-. Quienes lo recuerdan dan
testimonio de un hombre sencillo, humanitario y buen patrón; su vestimenta
era sencilla y rudimentaria: ojotas, pantalones de telares, poncho de lana de
oveja. Era un gran navegante y conocedor de nuestros canales, tenía fama de
hombre fabuloso; se cuenta que una vez establecida la sociedad industrial de
Aysén (S.I.A) don Ciriaco solía decir: -¡Yo soy el Rey del Ciprés!, esta compañía
es solo la “Reina de las ovejas”-.

En esos años, a orilla del Estero Álvarez, don Ciriaco construyó enormes galpones,
donde acopiaba la madera, además de un almacén abastecedor de víveres
para sus trabajadores; en la bahía se apreciaba cantidades de bolsas con

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maderas de ciprés, que se embarcaban en barcos a vapor como el Alondra, el
Villarrica, el Taitao; luego, la madera se trasladaba a Perú, donde se construían
rieles entre las ciudades de Lima y el Callao, y también al norte de nuestro país,
para el abastecimiento de viñedos chilenos.

Con este sencillo relato, escribo lo que mi madre me enseña a través de


conversaciones sobre los personajes que forman parte de la historia de mi
querida isla Melinka.

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Tienen que Pagarme la Crianza!- Decía :- ¡El Papá!
Escrita por: Andrés Stange Aguilar

Contada por: María Bernarda Aguilar Aguilar

Los niños salían de 6° año básico y tenían que salir a trabajar al mar, en
cuanto a las mujeres, ellas se casaban muy jovencitas para que el marido las
mantenga.

Así era la vida en Melinka, vivíamos en un rancho techado con paja, me acuerdo
de que en el centro había un fogón y en este se usaba una cadena, donde
se mantenía la tetera y la olla, a esa cadena le hacían un gancho para que
sostuviera el utensilio. Nuestro hogar era un solo espacio, me refiero a que no
habían dormitorios, ni baño, nada de eso; la cocina, el comedor, el dormitorio,
todo estaba instalado en un solo espacio, ni siquiera se separaban con cortinas;
el piso era de tierra, sin embargo, igual lo barrían con ramas, pocas personas
hacían escoba de quilineja; se hacían catreras con tablas rústicas y las camas
eran de pasto, lo cortaban y lo secaban, buscaban bolsa papera, que era de
arpilleras, se ponía la paja adentro y se confeccionaba la buena cama para
descansar; la harina venía en bolsa, y a estas bolsas de género le estampaban

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muchas letras, entonces, para borrarlas las hervían con harto jabón Popeye,
después se colgaban en el cordel del patio, se dejaban al sereno, con esto
desaparecían totalmente las letras, y este género les servía para hacer sábanas,
o también, para confeccionar su vestuario; con decirles que en el año 1978
todavía habían personas que usaban enaguas, calzones slip, pantalones,
delantales, con este género; lo digo porque cuando era chica me causaba
mucha gracia ver en los cordeles esta ropa tan particular; además de tamaño
tan grande, sobre todo los calzones y los slip, cuando preguntaba me decían:
-ah, es ropa de lonilla-.

Los pantalones blancos que confeccionaban se teñían con barba de palo o


simplemente con un sombrero viejo. De calzado usaban zapatos de plástico
o simplemente andaban descalzo. Cuando los hombres salían a trabajar les
remendaban los pantalones viejos con este género blanco, también en las
partes de las piernas y trasero de estas prendas, para que no se quemaran
tanto cuando cocían las cholgas; usaban ojotas de cuero de lobo con medias
de lana, gorro y jersey de lana, esa era la ropa de trabajo del pescador.

Cuando los niños iban a la escuela, no usaban mochilas como ahora, las madres
les hacían bolsas de lonilla, y si no, usaban bolsa de nailon, siempre se elegían
las más bonitas para llevar los cuadernos. Los profesores les revisaban las orejas,
el pelo, las uñas, las manos, también les revisaban la ropa interior, los pies, y si
estaban sucios, los mandaban a la playa a lavarse los pies con arena.

Así no ma´ era la vida antes, éramos felices y no nos quejábamos.

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Noche de Nostalgia
Escrita por: Matías Ramírez Quintero

Contada por: Palmenia Saldivia

M iré por mi ventana, nevaba, todo afuera cubierto de un manto blanco,


que parecía una alfombra; me vino a la mente el recuerdo de mi padre, aquella
persona que me decía: - ¡Hijo, la vida es dura!-. Siempre me decía así. Su juego
favorito era el “Truco”, con sus dichos y coplas que a mí me llamaban la atención.

Tengo 11 años y lo recuerdo como si fuera ayer, sus consejos y palabra que me
ayudan a crecer.

Sigue nevando, es agosto muy frío, pero el recuerdo de él me da abrigo;


mi viejo, mi padre. Al otro día, salí a la calle, caminé sobre la nieve, el árbol
daba la impresión que estaba con adornos de navidad; iba de la mano con
mamá, ella guarda silencio al recuerdo de mi padre, cuando le pregunto por
él, me dice: - ¡tranquilo, hijo!, ya nos juntaremos con él, en el cielo-, la pena me
invade el corazón, la nieve cubre todo lo que está afuera, juego con mis amigos
en la plaza, construimos un mono de nieve, divertido todo esto, parece que lo

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escucho cerca de mí: -¡el truco!-; cuando sea grande aprenderé y jugaré con
los demás al truco, el juego de mi padre. Su “baraja” está guardada esperando
que yo crezca para jugar y llevarla conmigo, por esos caminos que he de andar,
cuando sea grande. Así se va apagando el pensamiento para un hombre, ¡mi
padre!, una persona de bien, viejo truquero del sur, y con este relato cortito,
rindo homenaje a todos los que juegan al truco en toda la región de Aysén,
¡Truco y Real envido!

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El Poeta y el Curanto
Escrito por: Constanza Panichine Chiguay

Contado por: Gavy Chiguay Aguilar

U n hermoso día de primavera, las palabras vuelan por el aire suave, como
el viento.

Es un día especial, llega a nuestro pueblo el Premio Nacional de Literatura,


don Francisco Coloaneinvitado especial a la inauguración del almacén
ECCA, ubicado al lado del retén de carabineros. Es el año 1972, el pueblo era
pequeño, los caminos eran huellas angostas, donde se apreciaban los cercos
de madera nativa y las casas construidas de tejuelas de ciprés, tenía aspecto
de una pequeña aldea de pescadores. Todo el diario vivir giraba en torno al
mar, hasta nuestros juegos infantiles. Recuerdo que esperábamos las bajas de
marea para jugar al tejo, al luche, a las casitas, correr para jugar a la chola o
simplemente mariscar.

En este día especial, está todo el pueblo invitado a degustar el típico curanto al
hoyo, para brindar una buena atención a tan ilustre visita. Yo era pequeña, jamás
imaginé que todo este acontecimiento se convertiría en páginas del libro “Los
pasos del hombre”. Recuerdo al escritor como un hombre grande, bonachón,

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usaba un chaquetón de paño de esa época, con lentes, boina negra, su voz
pausada y fuerte como un poeta; no puedo relatar con exactitud los versos que
recitó antes de servirnos el curanto, que con tanto cariño prepararon mis padres:
doña Ana y don Teo, con la colaboración de algunos vecinos; don Francisco se
quedó varios días en la casa de mis padres, gustaba de la buena conversación,
acompañada de chicha de manzana calentita, alrededor de la cocina a leña;
como la luz eléctrica era hasta las 23:00 horas, un farolito artesanal era suficiente
para dar luz y escribir en un cuaderno pequeño todas las vivencias del día,
incluía la navegación a vela que tanto disfrutaba, también conoció las cuevas
del pirata Ñancupel, cerca de Repollal, historia que le interesaba muchísimo.

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Las Animas de los Ahogados
Por: Dafner Acuña Pérez

Esta historia me la contó un compañero de curso, fue una experiencia de


su madre, la señora Anacleta Mariman.

Anacleta, cuando tenía 13 años de edad, había ido a un sector que le llamamos
Playa Raya, un lugar que queda ubicado en Estero Álvarez, es el lugar preferido
por los niños y jóvenes de Melinka; porque es una playa de arena, plana,
húmeda y grande, además se pueden bañar en forma segura.
Bueno, como le iba contando, Anacleta con su amiga, algo más grande que
ella, se adentraron en una cueva que queda a un extremo de la playa; en
esta cueva había esqueletos esparcidos, ellas los ordenaron como pudieron,
los dejaron así y se fueron. Al día siguiente, volvieron y visitaron nuevamente la
cueva, pero se encontraron otra vez con los esqueletos esparcidos y de nuevo
los ordenaron como el día anterior, sin embargo, esta vez, cuando los estaban
ordenando, Anacleta sintió que le tiraron el pelo, al darse cuenta que no fue
su amiga, porque estaba al frente de ella y al darse vuelta no vio a nadie, se
asustaron demasiado, se fueron corriendo a su hogar y le contaron a sus padres;
ellos fueron a ver la cueva y no había ningún esqueleto, como les habían dicho

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las niñas, en realidad, Anacleta no estaba segura si los papás le creyeron su
historia, así que fue donde su bisabuela y le contó lo sucedido,

Entonces, le dijo:

- Mi niña, no le cuentes a nadie lo que te sucedió, porque hace muchos años


atrás hubo un ajuste de cuenta entre brujos, uno de ellos era muy amigo de
mi vecina Anastasia, y siempre se jugaban entre ellos, diciéndose palabras
ofensivas, así que un día, a Anastasia no le gustó lo que le dijo su amigo, ella lo
amenazó diciéndole que quedaría pelao’ en la calle, él se rió a carcajadas,
pero esa noche le fueron a sacar pelo de la raíz y le quedó un lado de cabeza
sin cabello, él durmió esa noche sin sentir nada.

Cuando se levantó y se miró en el espejo se dio cuenta; en ese mismo momento


su esposa despierta y empieza hacer arcadas para vomitar, él le lleva corriendo
un lavatorio de aluminio; su señora vomita, se da cuenta de que lo que votó por
la boca su esposa era su pelo, que en la noche le había arrancado de raíz. Este
señor se enfadó tanto que fue a la casa de ésta, y le dijeron que había ido a
playa raya a mariscar. Sucedió que nunca más se supo de Anastasia, solamente
encontraron su canasta y su palde mariscador arriba de una piedra grande.

En aquellos años no habían fuerzas especiales, refiriéndose a los carabineros,


así que nadie investigó la desaparición de Anastasia, y hasta el día de hoy que
lo estamos conversando. Tal vez la mataron y dejaron que las olas la lleven y
nunca más se sepa de ellos, es por eso que existen las ánimas de los ahogados.

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Melinka y sus Legendarios Hombres
Escrito por: Andrés Stange Aguilar

Información extraída de diferentes libros.

M elinka es la capital de la comuna de las Guaitecas, enclavada en la


isla Ascensión, perteneciente al límite norte de la Xl región del General Carlos
Ibáñez del Campo, su ubicación geográfica exacta corresponde a 43° y 54’
latitud sur y a 73° y 45´ de longitud, y aproximadamente, a 45 millas al sur este
del Puerto de Quellón.

En estas islas del archipiélago de las Guaitecas, vivieron los indios chonos, tribus
de aborígenes que recorrieron golfos y canales en frágiles canoas junto a su
grupo familiar, en busca de pesca, mariscos, animales marinos y pájaros, que les
proporcionaban alimentos y vestimentas para protegerse de las inclemencias
del tiempo, fueron verdaderos nómades del mar, eran excelentes marinos y
pescadores, cualidades que mantienen los habitantes de estas australes islas.

El ciudadano alemán Arnoldo Felipe Westhoff Rodding, dueño de un aserradero


en estas islas, en el año 1860 hizo un pueblo en la caleta de los balleneros,
llamada Puerto Arena, a este pueblo dio el nombre de su hermana Melinka,

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cuya traducción al castellano significa “Querida”. Westhoff era un hombre culto,
estudiante universitario en su patria y en Rusia, por lo cual se le atribuía esta
última nacionalidad. Sus antecedentes y su trabajo hicieron que las autoridades
lo designaran subdelegado, como tal, escribió su informe de 1867 que, por su
pieza de primer orden, fue publicado en los “Anales de la Universidad”.

De estos primeros tiempos, hay antecedentes de que don Enrique Simpson,


comandante del “Chacabuco”, informaba que nada quedaba de los
habitantes primitivos, ya que los misioneros Jesuitas de Chiloé los recogieron
para educarlos. Los que prefirieron la libertad, huyeron a los canales de más al
sur. En el golfo Trinidad Fitz Roy, en 1885, encontró unos 300; en ese entonces era
acompañado por Carlos Roberto Darwin, naturalista inglés.

Westhoff, llegó al archipiélago de las Guaitecas en busca de maderas durables,


aquí encontró ciprés y coigües en abundancia, usados más tarde para
durmientes y postaciones telegráficas, ya que esta madera es una de las más
durables.

Otro personaje interesante en la historia de Melinka es el comerciante, oriundo


de Chile, don Ciriaco Álvarez, a quién apodan el Rey del Ciprés, por sus fabulosas
ganancias obtenidas en la explotación del ciprés en gran escala. Para transportar
estos miles de piezas de madera, los barcos permanecían por varios días en
faenas de carga en la bahía; este personaje se caracterizaba por su rústica
indumentaria al estilo chilote y usaba un lenguaje campechano. Destacamos

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esta personalidad, pues fue un hombre que en todo momento se preocupó
por el bienestar de la familia Melinkana. Otro personaje más reconocido por sus
“siniestros crímenes y fechorías” es el Pirata Pedro Ñancupel Norambuena y su
banda de forajidos, sin dios ni ley, secundado por su lugarteniente Nahuelhuen,
quiénes tuvieron como escenarios estos australes territorios, entre los años 1905 a
1912, contabilizando en su carrera delictual cerca de un centenar de homicidios,
asaltando a cuadrillas de pescadores para robarles sus mercaderías (cholgas
secas, pieles, peces ahumados, etc.), también asaltaban a buques veleros que
pasaban a recalar a Melinka en espera de buen viento para navegar, esto lo
aprovechaba Ñancupel y su banda, para ir a los buques a vender pieles y otros
productos, invitándoles posteriormente a salir a tierra para visitar su rancho. Una
vez en tierra, los asesinaban con sus escopetas y puñales, que se encontraban
en las naves, matándolos y sacando todas las cosas de valor del buque, luego
procedían a romperles el casco, que generalmente era de madera, con
barrenos o hachas, hasta hundirlos.

Finalmente, gracias a una estrategia del capitán de Puerto de aquella


época, don Belisario Bahamondes, y contando con complicidad de don José
del Carmen Cárdenas, a quién Ñancupel consideraba su “compadre”, se
trasladaron a Repollal, donde residía Pedro Ñancupel con un grupo de marinos
de la capitanía de Puerto Melinka.

Armados y disfrazados de pescadores, llamándolos y diciéndoles que en Melinka


había llegado un buque extranjero y que necesitaba un práctico en canales

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para que los remolcara a mar abierto, y como él era un excelente marino
conocedor de todos los recovecos de los canales, era la persona indicada;
ante esta invitación, cayó en la trampa, embarcándose en la chalupa, una
vez dentro, fue reducido y amarrado, junto a su compañero de fechorías
Nahuelhuen, siendo conducido en una goleta a la ciudad de Castro, donde
Ñancupel fue ajusticiado, pagando con su vida sus innumerables crímenes
cometidos; su lugarteniente Nahuelhuen fue fusilado en Ancud, al decir de
algunos antiguos pobladores, en el año 1912.

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Contenido
PRESENTACIÓN..............................................................................................................1
DEDICATORIA................................................................................................................3
MI ABUELO MANTIENE EL OFICIO DE TEJUELERO EN MELINKA................................5
HISTORIA REAL DE LAS HERMANAS LLANCALAHUEN................................................9
CARPINTERO Y DENTISTA............................................................................................13
EL ESTERO COCHIVILO...............................................................................................17
EL PIUCHÉN..................................................................................................................21
EL ANIMITA DEL CANAL PUQUITÍN.............................................................................23
MI ACCIDENTE FUE DE CUECA..................................................................................25
FAENA EN LA ISLA TÉLLEZ............................................................................................31
MI ABUELA LUISA.........................................................................................................33
LAS HUELLAS DEL REY CIPRÉS.....................................................................................37
TIENEN QUE PAGARME LA CRIANZA, DECÍA EL PAPÁ.............................................41
NOCHE DE NOSTALGIA..............................................................................................43
EL POETA Y EL CURANTO............................................................................................45
LAS ÁNIMAS DE LOS AHOGADOS.............................................................................47
MELINKA Y SUS LEGENDARIOS HOMBRES.................................................................49

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