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Pedro Fermn Cevallos

Selecciones de Resumen de la Historia de Ecuador

ndice

Prlogo
Tomo I
Aspecto fsico y general
Captulo II
Reinado de Huaina-Cpac.- Sublevacin de los Caranques.Casamiento del Inca con la reina Paccha.- Viaja el Inca para el
Cuzco.- Primera noticia del asomo de los espaoles. Coln y
Balboa.- Francisco Pizarro.- Sus expediciones.- Muerte de
Huaina-Cpac y coronacin de Atahualpa.- Guerra civil.- Batalla de
Tomebamba.- Combate naval.- Batalla de Huamachucu.- Batalla de
Quipaipan.- Prisin de Huscar
Captulo IV
Arribo de los espaoles a Tumbes.- Exploraciones de Pizarro y su
regreso a Panam.- Parte Pizarro para Espaa, celebra un contrato
con la Reina, y se vuelve a Panam. Sale de esta ciudad, somete a
Pun y conquista a Tumbes.- Se interna en Cajamarca. Prisin de
Atahualpa y horrible matanza de indios. Celbrase un contrato para
rescatar la libertad del Inca.- Repartimiento del caudal.Levntase un proceso contra Atahualpa, se le condena a muerte y se

ejecuta la sentencia.
Tomo II
Captulo IV
Expatriacin de los padres jesuitas.- Breve digresin acerca de su
origen, instituto y progreso.- Sus principios y las imputaciones
que les han hecho.- Sus persecuciones y desgracias.- Su extincin
y resurreccin.
Captulo VIII
Estado social, poltico y literario, durante la presidencia, en
los siglos XVII y XVIII
Tomo III
Captulo I
Primera idea de emancipacin.- El doctor Espejo y el marqus de
Selva Alegre.- Estado poltico de Espaa en 1808. Agitacin de los
pueblos de la presidencia.- Arribo del presidente conde Ruiz de
Castilla.- Conjuracin de Agosto.- El nuevo gobierno.
Restablecimiento del antiguo.- El presidente Montfar.- Arresto de
los patriotas.- Su proceso y resultados.- El Comisionado regio.Desconfianzas recprocas del gobierno y de los pueblos.
Captulo II
Conspiracin del 2 de agosto.- Asalto a los cuarteles.- Asesinato
de los presos.- Combates y transacciones.- Llegada del comisionado
regio y sus procedimientos.- Instalacin de una nueva junta.Reconocimiento de la suprema autoridad de la regencia.Proclamacin de la independencia.- Retiro de Ruiz de Castilla.Asesinato de Fuertes y Vergara.- Los comisionados Villalba y
Bejarano.- Campaa contra Cuenca.- Campaa contra Pasto y
ocupacin de esta ciudad.- Desacuerdos de la junta.- Instalacin
del Congreso Constituyente.- Segunda campaa contra Cuenca.Combate de Verdeloma.- Defecciones militares.- Asesinato de Ruiz
de Castilla.
Captulo IX
Campaa de los treinta das.- Batalla de Tarqui
Captulo X
Comisin del congreso para el general Pez.- Conferencias con los
comisionados de Venezuela.- Constitucin de 1830.- Eleccin de
presidentes y vicepresidentes de la repblica.- Acta de separacin
del Ecuador.- Se convoca el congreso constituyente del Ecuador.Insurrecciones militares en el centro.- Sucesos de Venezuela.Urdaneta a la cabeza del gobierno de Colombia.- Bolvar en
Cartagena.- Asesinato de Sucre.- Muerte de Bolvar.
Tomo IV
Captulo I
Congreso constituyente.- La constitucin del Estado.- Revolucin
de Urdaneta.- Su campaa y resultados.- Diferencias entre los
gobiernos del sur y el centro.- Legislatura de 1831.- Insurreccin
del batalln Vargas.- Trabajos legislativos.
Captulo II
Insurreccin del General Lpez.- Negociaciones diplomticas.Campaa de Pasto.- Comisin del Gobierno del centro.- Sublevacin

del batalln Flores.- Traicin de Senz.- Armisticio de


Tquerres.- Tratados de paz.- Causas de la oposicin al Gobierno.Trabajos legislativos del Congreso de 1832.
Tomo VI
Costumbres pblicas
De Ecuatorianos ilustres
Juan de Velasco
Juan Bautista Aguirre
Antonio de Alcedo
Pedro Vicente Maldonado

Prlogo
Cevallos es el historiador de la Independencia y de los primeros aos de
la Repblica.
Durante el tiempo de la administracin colonial, en los territorios del
Reino de Quito, se escribieron varias Relaciones, Descripciones e
Informes, anotaciones interesantes que ponan de relieve la actividad de
un gobernante o que dejaban constancia de algn acontecimiento considerado
como importante. Alguna vez, la Relacin era escrita por el Presidente de
la Audiencia, como la memoria de sus labores ejercitadas en la extensin
de un territorio. El americanista espaol, Jimnez de la Espada, ha
recogido esos documentos y los ha dado a la luz pblica, como la ms
valiosa contribucin para los historiadores de Amrica.
Varias de esas piezas documentales se refieren al Ecuador y aun fueron
escritas dentro del territorio de la Audiencia. Faltaba el historiador que
utilizara el material desperdigado en archivos y colecciones, para pasar
de la crnica a la historia. Ya lo haba intentado Velasco, con la
desventaja de que le toc -16- componer su obra en el destierro y con
las mayores desventajas para la consulta de libros y papeles. La obra de
Velasco servira para las dems como de traza que exigiera rectificaciones
y ampliaciones.
Velasco fue nuestro primer historiador. La patria de sus recuerdos no
poda comprenderse bien sino a travs de las tradiciones recogidas en sus
viajes misionales por la extensin de esas Provincias. No tuvo Quito el
cronista historiador que guiara los primeros pasos. Lo que fue el Reino,
antes de la invasin incaica y aun despus de la llegada de los espaoles,
haba que ser restablecido con los recuerdos conservados en el pueblo.
Pudieron no ajustarse a la verdad histrica; pudieron referirse a sucesos
ocurridos en diferentes tiempos. Velasco, al trazar una obra que fuera
homognea y completa, se vio precisado a recurrir a esos recuerdos,
confundidos en las diversas pocas a las que se referan. Pero all se
encontraba la raz de una nacin, y animado de un vivo amor a la patria

lejana, a falta del documento, utiliz la tradicin que fue, adems,


defensa entusiasta de la realidad americana, contra las aserciones de
filsofos prevenidos contra Espaa, que condenaban el sistema de
colonizacin ejercitado en el Nuevo Mundo, y que estimaban que estos
pases no tenan porvenir en su barbarie.
La publicacin de la obra de Velasco tuvo, para los ecuatorianos, el
significado de una revelacin deslumbrante: poseamos una historia de la
que debamos estar orgullosos. Nuestro pasado no era desteido ni oscuro,
porque estaba formado de una sucesin de cuadros en que resaltaban la
heroicidad y el esplendor. De las pginas escritas en el destierro, por el
estudioso fraile, se sirvieron los ecuatorianos para componer la exaltada
alegora que servira para incitar -17- el patriotismo y encaminar a
las generaciones futuras. No se par mientes en que la historia no es
solamente tradicin y que esta clase de estudios exigan graves y mayores
comprobaciones de los hechos.
Resultado magnfico de este clima de glorificacin del pasado, es la obra
compuesta por Pedro Fermn Cevallos, un ambateo que dara comienzo a la
estupenda floracin de ingenios que tendra esa ciudad ecuatoriana, en la
que se encontrarn nombres como los de Juan Montalvo y Juan Len Mera,
entre otros muchos. Cevallos sera el segundo historiador ecuatoriano, y
su obra ha de consultarse, con provecho, en cada vez en que se tengan que
precisar hechos histricos estudiados por l.
Lo interesante es saber que Cevallos opt por los estudios de la historia,
incitado por su actuacin de personaje poltico que trataba de llegar a la
comprensin de los problemas del pas, para resolverlos de acuerdo con el
espritu de la Repblica y la tradicin de sus habitantes. Removi
papeles; desempolv archivos; compuso cuadros estadsticos; discuti sobre
cuestiones que comprendan sus escritos, y como consecuencia de todo, se
encontr con documentacin tan copiosa que la redaccin de la Historia
sigui como resultado de esta preparacin, poco metodizada, pero extensa y
casi completa.
El primer trabajo de consideracin, que antecedi al Resumen, fue el
Cuadro Sinptico, que presentaba en esquema los acontecimientos
principales de la nacin, antecedente sobre el que los gobernantes de la
Repblica deban proceder, en la solucin de cuestiones que se debatan en
momentos en que, Cevallos, ocupaba un puesto de responsabilidad
administrativa, en una de las tantas transformaciones y revoluciones
ocurridas en nuestro pas.
-18Modestamente compuso, para aprovechar del material recogido, el Resumen de
la Historia del Ecuador, advirtiendo que la obra no se propona trazar el
estudio completo de los acontecimientos del territorio ecuatoriano, sino
presentarlos resumidos, en espera de quien los desenvolviera con la
amplitud debida. Sin embargo, no ha de tomarse como sntesis abreviada,
porque tuvo que detenerse por la consiguiente amplitud del tema. En
verdad, Cevallos es el continuador de Velasco, y en su trabajo, se sirvi
del antecedente, amplindolo y rectificando sucesos de la vida colonial,
presentados incompletamente por el jesuita historiador.
De esta manera, es explicable que la prehistoria pasara ntegramente y sin
salvedad alguna a la obra de Cevallos. La historia de los reyes indios se

traslada fielmente. No haba tiempo, ni era su propsito entrar en tales


investigaciones, para las que le hubiera sido difcil documentarse en el
tiempo en que compona su obra. El viejo historiador se haba referido a
las tradiciones que recogi en sus recorridos de misionero por los
territorios de la Audiencia de Quito, y a los manuscritos y relaciones
que, por desgracia, no han pasado hasta nosotros. Cevallos se limit a
trasladar a Velasco, para componer el primer captulo de su libro.
En la concisa Advertencia que se antepone al Resumen, se cita, y se apoya
en la autoridad del Padre Velasco y en los Cronistas de Indias, conocidos
en ese tiempo; y cuando pasa al perodo administrativo colonial, se cita a
Prescott, en una escasa bibliografa que, sin embargo, pudo ser aumentada
considerablemente, porque, cuando escriba Cevallos su obra, ya la
documentacin haba crecido.
Quedaba un perodo de mucha importancia para la nacin ecuatoriana, como
el relacionado con la Revolucin -19- de Quito, en 1809. Captulo ha
sido este, incompletamente tratado hasta ahora, y hay que deplorarlo no lo
hiciera Cevallos que estaba capacitado como el que ms para dar una
relacin que habra podido considerarse, de primera mano. No podemos
olvidar que el historiador naci en Ambato, el 7 de julio de 1812, y vivi
hasta las postrimeras del siglo. Durante su juventud debieron encontrarse
frescos y recientes los recuerdos de lo acontecido en Quito, tres aos
antes de su nacimiento. Hombres de su familia tomaran parte en la
Revolucin y en muchos hogares se hablara con pasin de aquellos
acontecimientos, para que no le interesaran entonces, y le sirvieran
despus para documentarse con mayor amplitud.
La Revolucin de Quito es uno de los sucesos de mayor notoriedad en el
empeo emancipador de nuestra Amrica. As la consideraron los
contemporneos, que llegaron a calificar el movimiento como el grito que
sirvi para despertar a Amrica y encaminarla al cumplimiento de su deber
patritico. Fue la primera revolucin organizada, que formaba gobierno
para atender a los negocios del Estado. No tena el carcter de
sublevacin contra las autoridades espaolas, como acaso fueron otros
movimientos de nuestra Amrica, que llegaron a disputar la honra de esta
primaca. La Revolucin, en su primera etapa, dur pocos meses, y los
personajes principales de ella pagaron con su vida la audacia. Pero la
Revolucin continu en el ao siguiente, y continu con tanta decisin,
que acab por dictar la Constitucin del nuevo Estado. Fue vencido tambin
este segundo movimiento, y las provincias regresaron a la obediencia de
las autoridades del Rey.
Desde 1810, esto es, despus de iniciada la Revolucin de Quito,
Hispanoamrica se encontr conmovida y revolucionada. Ms de veinte aos
tardaran -20- los ejrcitos de la libertad en llegar a Quito. Entre
tanto los anhelos de las provincias y de sus prceres, quedaron apocados
con la gloria refulgente de los libertadores. Los escritores que narran
los hechos de esa gesta, en la que Bolvar ocup el puesto de Libertador,
dieron poco espacio a la Revolucin de Quito, para detenerse en las
campaas memorables, ilustradas con muchos episodios gloriosos. Y los
historiadores de ms all de las fronteras colombianas, situaron el
comienzo del afn emancipador en sus propios acontecimientos y en sus
propios hombres, hasta que la historia de la poca, se concentr en los

tres o cuatro nombres gloriosos y cada nacin tuvo su propio libertador.


Quito qued en la oscuridad hasta la llegada de Cevallos, a quien
corresponda la reivindicacin.
A Cevallos le corresponda trazar este captulo de nuestra historia, que
se puede decir que perteneca a su tiempo, si se toma en cuenta que
Cevallos naci en el ao memorable para las Provincias del Antiguo Reino,
que vieron surgir el nuevo Estado y volver, otra vez, a la condicin
colonial de la que pretendi salir. El 15 de febrero de 1812, el pueblo
soberano del Estado de Quito, representado por los Diputados de las
Provincias libres que lo formaban, dict el Pacto Solemne o sea la
Constitucin con la cual haba de regirse. Y el mismo ao, en diciembre,
eran fusilados en Ibarra los ltimos combatientes de esa gloriosa
Revolucin.
Los ecos de suceso tan extraordinario duraron algn tiempo en estas
Provincias, y el mismo historiador referir que en 1813, el presidente
Ramrez confin a Guayaquil, a don Francisco Cevallos y a don Vicente
Flor, culpados de un nuevo complot revolucionario que concluy en el
apresamiento de los nombrados -21- y el destierro del Marqus de Selva
Alegre, de don Manuel Matheu y don Guillermo Valdivieso, en tanto don
Antonio Ante era conducido a las prisiones de Ceuta.
Es decir, que durante la niez del historiador se habl de la revolucin
fracasada, de los intentos fallidos, de los vecinos comprometidos en
ellos, de las familias que vivan en permanente alarma, con lo que poda
fraguarse en cada ciudad o por las repercusiones que tenan los combates y
las batallas que se daban en toda la Amrica meridional.
Y en efecto, captulos sobre los que han de volver los historiadores que
escriban despus, han de ser lo que Cevallos componga sobre estos
acontecimientos, no sea sino por el valor, en cierto modo testimonial, ya
que, con los documentos que pudo obtener en los archivos, debi utilizar
tambin las informaciones de los sobrevivientes o de las familias que
conservaban vivo el recuerdo de esos penosos das.
El testigo sufre de la falta de perspectiva obligadamente; los pormenores
se agrandan, mientras el asunto total pierde en la visin de conjunto. Hay
muchos detalles que daan la composicin del cuadro; pero la relacin
conserva el valor excepcional de lo vivido. El 10 de agosto de 1809,
encuentra en la consideracin detenida y tal vez minuciosa del
historiador, la importancia que ha de servir para restablecer con mayor
cuidado y anlisis el valor que, para la formacin del futuro estado
ecuatoriano, tuvo este glorioso antecedente.
La Revolucin de 1809 fue pronto sojuzgada y ahogada en sangre; pero de
toda herida quedan las cicatrices, que han de servir para que el futuro
historiador avale en su justo precio ese movimiento, llamado a producir
conmocin en Amrica. La iniciacin -22- del movimiento libertador
corresponde legtimamente a Quito, sin necesidad de pasar por alto las
sublevaciones que ocurrieron en el mismo ao, en el Alto Per. Los hombres
de Quito se produjeron despus de una larga gestacin, que se origin en
los das de Espejo.
La revolucin de Sudamrica -escribi Jos Manuel Groot, en su Historia,
eclesistica y civil de la Nueva Granada- empez en Quito. Los quiteos
proyectaron erigir una Junta de Gobierno por el estilo de las de Espaa,

en nombre de Fernando VII, bajo pretexto de conservar al Rey aquellos


dominios que decan tenerse vendidos a los franceses por las autoridades
existentes. Para arreglar sus planes se reunieron por primera vez el 25 de
diciembre, presididos por don Juan Po Montfar, Marqus de Selva Alegre.
No bastaron las precauciones tomadas para ocultar la trama. Ella fue
descubierta, y en el mes de marzo de 1809 fueron reducidos a prisin y
procesados el Marqus, el doctor don Juan de Dios Morales, don Juan
Salinas, Capitn de la guardia de Quito, don Nicols Pea, Capitn de las
Milicias, y don Manuel Quiroga, abogado de la Real Audiencia. Fecha es la
que se da en la transcripcin, que importa sealar porque afirma para
Quito la primaca merecida.
La Revolucin de Agosto se encuentra incompletamente registrada en los
archivos de la poca, tal vez porque los mismos revolucionarios cuidaron
de que desaparecieran los testimonios en que podan fundarse las repuestas
autoridades espaolas, para el juzgamiento y sancin, y tambin porque los
documentos que se salvaron, se remitieron posteriormente al historiador
Restrepo de la Nueva Granada para su estudio y consulta. Por otra parte,
el archivo fue la dependencia administrativa menos cuidada: se hacinaban
-23- papeles, no solamente sin clasificacin sino con absoluto
desconocimiento de su importancia.
Slo en los ltimos aos se ha recurrido a los archivos de Bogot para
obtener fotocopias de los documentos considerados como de mayor inters.
Hubo tambin el investigador paciente que pudo encontrar en algn oscuro
desvn, informaciones fundamentales para la historia. Celiano Monge
public solamente en 1912, la Constitucin agostina, que la intitul
acertadamente: Documento de Oro. El historiador Cevallos coleccion, al
parecer, buena cantidad de estos preciosos papeles, que no lleg a
publicar sino en pequea parte, porque un editor extravi la coleccin.
Por los motivos apuntados, el Captulo de Cevallos acerca de sucesos tan
trascendentales, se ha convertido en la obligada consulta que sirva para
ampliarlo con los documentos que se han publicado durante todo este tiempo
y con los dems que alguna vez se los ha de buscar en los archivos
espaoles, para reponerlos a los nuestros.
Mayor atencin ha de darse a lo que escribi en su historia sobre los
sucesos posteriores, en los que Cevallos fue testigo o participante, ya
que, buena parte de su vida dedic al servicio de la Repblica, como
personaje de nuestra poltica y tambin como magistrado de los Tribunales
de Justicia. Vida de actividad creadora, durante el perodo de su
juventud; ciudadano que goz del respeto y la consideracin de sus
conciudadanos, fue en los ltimos aos de su vida.
Cevallos, en la Advertencia colocada en la primera pgina del Resumen de
la Historia del Ecuador, se refiere, ante todo, al historiador jesuita
Juan de Velasco, cuya obra slo haba aparecido publicada en los aos de
1841 al 44. La Historia de Cevallos se converta en una continuacin,
extendida hasta 1845 -24- en que se produce en la Repblica uno de
esos cambios polticos considerados como fundamentales. En efecto, la
Repblica se cre como consecuencia de la disgregacin de la Gran
Colombia. Desapareca Bolvar del escenario de estas naciones, y el
General Flores, quien se encontraba a la cabeza de los Estados del Sur,
influy en la separacin, para tomarlos en herencia. Fue el primer

Presidente, y su preponderancia dur hasta el da en que Guayaquil se


levant en contra de la dominacin de Flores y de los soldados venezolanos
y granadinos que quedaron en este suelo. Flores, militar valiente y
poltico sagaz, cuando ya no pudo sostenerse en el mando, trat con sus
enemigos, para salir del pas, mediante ventajas que se le ofrecieron.
La revolucin de 1845 cumpla una etapa desde la cual la Repblica
seguira con sus propios medios, que no fueron muy felices, desde luego.
Falt el puo frreo del General venezolano; ocuparon los puestos
militares los jefes nacionales; se desencadenaron ambiciones; se empeor
en la organizacin poltica, y la Repblica se puso al borde del abismo,
en que poda desaparecer. Y a esta poca, correspondi la actuacin
pblica de Cevallos; y aunque su Historia se public mucho despus de
estos acontecimientos, actitud prudente era la de no extender el relato ni
el estudio a los aos en que fue actor y testigo del desenvolvimiento de
las instituciones de la patria ecuatoriana. Compuso su Historia y la
termin en 1845, como el ao indicado para constituir un perodo, que no
lo fue sino en la consideracin de los contemporneos de aquellos hechos.
El Resumen comenz con la historia de los aborgenes; con la prehistoria.
Puede afirmarse que no se haba iniciado hasta entonces el mtodo
histrico ni en la busca de documentos, ni el apoyo de las ciencias -25auxiliares. Con poca o ninguna precaucin crtica, se tenda a la
compilacin antes que a la investigacin que sometiera a la labor de
revisin, por sistema, para confirmar antecedentes o rectificarlos.
Velasco haba utilizado la tradicin, y era precisa que esos datos de
tanto valor e importancia cientfica, pasaran por el tamiz de una
comprobacin nueva, para proponerlos en la historia. No se observ ninguna
de estas exigencias, y la prehistoria de Velasco, pas a la obra de
Cevallos ntegramente.
Para el perodo colonial Cevallos ya utiliz de los conocimientos
adquiridos en la consulta de los archivos, que le permiti rectificar
aseveraciones contenidas en la Historia de Velasco. La Revolucin de las
Alcabalas obtuvo una mejor documentacin y los posteriores sucesos se
relataron mejor. Solamente con Gonzlez Surez, la Colonia sera
ampliamente estudiada; pero para ello, el sacerdote historiador, se
traslad a consultar los archivos que se guardaban en Espaa y Amrica.
Fue ste trabajo de mayor extensin y emprendido tambin con nuevo
criterio.
Despus de vencida la Revolucin de agosto de 1809, la Amrica meridional
se declar en conmocin, desde Mxico hasta la Patagonia. Al cabo de aos
de lucha tenaz y gloriosa, las antiguas colonias fueron declarndose
independientes. La divisin territorial sigui de acuerdo con la
implantada para administrar la Colonia. No pudo pensarse en los Estados
Unidos Hispanoamericanos porque la geografa, de acuerdo con la
prehistoria y la historia, haba puesto marcas, divisiones, que se
siguieron despus de que cada nacin se emancip.
Solamente el Libertador Bolvar quiso prescindir de esos elementos, para
servirse de otros, organizados durante la administracin espaola; si,
pues, el -26- Virreinato, de la Nueva Granada comprenda a tres
naciones: Nueva Granada, Venezuela y el antiguo Reino de Quito, los tres
formaran una sola gran repblica que por su extensin, por el nmero de

sus habitantes, por el prestigio de su organizacin se convirtiera en una


potencia que se impusiera al respeto de las dems, para vivir en paz y
dedicarse al trabajo, libre de toda amenaza y peligro. Concepcin
grandiosa, sobre la que el pensamiento poltico americano volver en
muchas ocasiones.
Se unieron las tres naciones para formar la Gran Colombia. En Quito
comenz la revolucin de la independencia; pero el movimiento se acall
con el sacrificio y la derrota, mientras en Venezuela se encenda la
guerra, y en Cartagena y Cundinamarca se batallaba tambin. La campaa se
termin con la audaz maniobra del ejrcito, conducido por Bolvar, que
trasmontaba los Andes y venca en terreno granadino de Boyac. Operacin
audaz y decisiva.
En tanto, las provincias de Quito seguan en poder de las autoridades
espaolas. Y era territorio que, en la mente de Bolvar, estaba destinado,
desde Jamaica y Angostura, a completar el poderoso Estado, por esta mente
superior proyectado. Morillo haba vuelto a Espaa; se haba reunido el
Congreso de Ccuta; pero Quito segua en poder de los espaoles que se
mantenan firmes en el Per, que sera la cabeza de puente para la
recuperacin de lo perdido.
Estas provincias confinaban con las del Per, mientras la naturaleza haba
puesto la valla de Juanamb y el Guytara para impedir que las tropas
colombianas pasaran a nuestro suelo. Se hizo indispensable que Guayaquil,
el puerto mayor del Pacfico, se declarara por la independencia, para que
tropas colombianas llegaran a esa ciudad a cooperar en la empresa -27de los patriotas guayaquileos. Tambin el Per hubiera querido hacerlo,
porque muy importante ha sido Guayaquil en todos los tiempos para que no
pretendieran su agregacin. La historia ha sealado el caso con todas las
complejidades y complicaciones de la poca, salvadas y resueltas por el
Libertador.
El triunfo de Pichincha hizo posible que Bolvar salvara las breas de
Juanamb. Capitul Pasto, y las tropas colombianas avanzaron a nuestro
territorio. La unin de Venezuela y Cundinamarca fue objeto de decisiones
que se tomaron, considerados los derechos de cada una de ellas. No ocurri
lo mismo con nosotros: cegados por la gloria de Bolvar, los cabildantes
de Quito se declararon por la Repblica de Colombia, sin ms condiciones.
En buenas cuentas pasamos a ser una dependencia, por entusiasmo, ms que
por convencimiento. De ello dimanaron cuestiones que tenan que conducir a
la separacin, cuando abandon Bolvar el mando; Venezuela se declar por
Pez, y Quito, sirvi la ambicin de Flores.
Este perodo de gran importancia para nosotros, Cevallos lo estudi
solamente como el captulo que corresponda a la historia de la Gran
Repblica. No analiz los fundamentos jurdicos que existan para la
incorporacin, porque, atenindose a los antecedentes propugnados y
seguidos por el Libertador, desde la Carta de Jamaica, Quito pas a formar
parte de la Gran Colombia como consecuencia resuelta con anticipacin.
Sin embargo, no pudo menos de observar la injusticia que se hizo con las
provincias de Quito al entregarlas a la administracin de autoridades
civiles y militares que llegaban con las fuerzas libertadoras. La
personalidad de la antigua Audiencia se desconoca, al sumar los nuevos
territorios como botn de los -28- vencedores; se levantaron quejas y

reclamos, que fueron rechazados airadamente por el Libertador, en lugar de


investigarse las razones que asistan a los reclamantes. La relacin de
Cevallos acerca de este aspecto importante, conduce a la conclusin
irremediable de la necesidad de la separacin.
Por irona de la suerte, esa separacin se hara bajo el signo colombiano
de los jefes que estaban a la cabeza de los Estados del Sur. El General
Juan Jos Flores, nacido en Puerto Cabello, hizo valer su matrimonio con
una quitea distinguida, para ponerse a la cabeza del nuevo Estado. La
tropa que garantizaba la nueva situacin, estaba compuesta de batallones
de Venezuela y de Nueva Granada. Los altos jefes formaron en la comitiva
del nuevo mandatario. Hubo vez que el Gabinete estaba formado de generales
extranjeros y personajes extraos al pas, casi en su totalidad.
Una tal situacin no poda durar mucho tiempo y la resistencia se
convirti en guerra civil, que fue el primer paso para el Estado libre.
Flores gobern al pas desde el ao 30 al 45, a pesar del parntesis lleno
de esperanzas que represent la presidencia de Vicente Rocafuerte,
vigilado muy de cerca por el general fundador de la Repblica. Rocafuerte,
al fin de su perodo, o poco tiempo despus, se convirti en el enemigo
ms acerbo de Flores. Mientras tanto ya se haba derramado sangre en
Miarica, y prolongacin natural de esta batalla fue la Revolucin de
marzo de 1845, como consecuencia de la cual Flores abandon el pas,
estimndose cerrado un perodo de la joven Repblica, que quedaba con el
peso terrible del militarismo, nacional ahora, que mantendra la zozobra
del enemigo ms difcil, porque era el enemigo nacido en las propias
entraas.
-29Cevallos llev el relato de su historia hasta esta revolucin de 1845;
pero los quince aos que se emplearon en organizar las Repblicas, sin
experiencia administrativa en los que mandaban, con el prejuicio del
triunfador, que consideraba el mando como un derecho, con las escasas
rentas con que se alimentaba el nuevo Estado, fueron, acaso, los ms duros
y los que mas comprometan a un historiador que quisiera proceder
libremente y con el anlisis detenido de todas esas circunstancias.
Cevallos relat los hechos polticos, sin penetrar muy hondo, en las
causas que haban conducido a resultados polticos, econmicos y sociales,
tan deplorables. El relato se refiere, principalmente, al acontecimiento
poltico que se expresaba en la inquietud de los jvenes, en la ambicin
de los polticos ecuatorianos, en el aparecimiento de rganos de prensa y
de opinin. Narr con integridad, acompandose de los documentos reunidos
para el caso, y el Resumen sent las bases para una futura historia.
La relacin de los hechos contemporneos lleva el peligro de la
parcialidad en el juicio, sobre todo cuando hay que referirse
obligadamente a los caudillos, como en el caso del general Flores, cuya
influencia se ejercita y perdura a travs de los aos y a pesar del cambio
de circunstancias. El floreanismo fue un fenmeno poltico que persisti
hasta despus de vencido el jefe de ese partido o ese grupo.
Cevallos sali bien de la prueba y su nombre ha de tenerse con respeto
entre todos cuantos buscaron la verdad para respaldar sus opiniones. Si la
historia ha de ser un tema laico, al que hay que acercarse con espritu
cientfico, como quera un publicista francs, y si el estudio haba que

emprenderlo no solamente de acuerdo con la poca, sino amoldndose a la


realidad revolucionaria con que asomaba el siglo XIX, -30- el
formalismo clsico cedera el paso a la ideologa liberal, que alargaba la
visin para buscar nuevas interpretaciones a los hechos; Cevallos
perteneci a su poca, y consider el liberalismo como la necesaria
revisin de los tiempos. Y no solamente mantuvo la actitud en sus
escritos, sino tambin en la vida. Perteneci al perodo poltico de la
Repblica en que se hizo efectiva la manumisin de los esclavos y en que
se pens que el jesuitismo era una mala doctrina para el comienzo de una
administracin en que haba de imperar la libertad, en todos sus aspectos,
en alguno de los cuales -como el de la conciencia- tanto necesita la
nacin todava. En todo caso fue hombre de su tiempo, como historiador y
como poltico.
En la breve Advertencia que se coloca en la primera pgina del Resumen de
la Historia del Ecuador, Cevallos se refiere al Padre Velasco, a Prescott
y a los Cronistas de Indias, lo que nos pone en la pista del material con
el que levantara su obra, aunque no descubre el mtodo que sigui para el
aprovechamiento de estas fuentes. Trabaj sobre la obra de Velasco e hizo
en ella las rectificaciones a que le indujeron la consulta de los
Cronistas. Pero no se puede olvidar que el propsito principal del Resumen
se fundaba en la necesidad de completar el conocimiento histrico, para
beneficio de los lectores ecuatorianos.
El trabajo de rectificacin formal comenzara en las pocas siguientes de
la administracin colonial y en la Gran Colombia, vista esta desde el
propio ngulo de las Provincias incorporadas a esa Repblica. De -31primera mano tena que ser lo que segua, perteneciente al antiguo Reino
de Quito, en su empresa revolucionaria y en la ordenacin del Estado
ecuatoriano al desligarse de la Gran Colombia. Con todas las deficiencias
que puedan suponerse a la obra, Cevallos ser el segundo historiador
importante que ha tenido nuestra nacin, y su nombre ha de ocupar puesto
principal en el desenvolvimiento ideolgico que ha seguido la nacin hasta
nuestros das. Cevallos merece un puesto de honor y preferente.
Muchos aos debi llevarle la redaccin de la obra, despus de acopiada la
documentacin respectiva. El Ecuador, en sus primeros aos de Repblica
dio preferencia al acontecimiento poltico que da poco respiro a la obra
del espritu, entre la que hay que contar la concepcin literaria o el
escrito cientfico. Los hombres de Quito, vueltos de la atona producida
con la separacin y entrega de la Repblica al jefe extranjero y a sus
conmilitones, pugnaba por deshacerse de esta dominacin, que consideraban
depresiva.
Pero las armas son fuerza imponderable en toda oportunidad. Es verdad que
los batallones de veteranos que permanecieron en el territorio, comenzaban
a inquietarse, porque se les restringi en los abusos o porque alguno de
ellos pensaba que la fortuna bien poda pertenecerle. Se tomaron medidas
para aquietar estas ambiciones: se repartieron tierras para entregarlas a
los veteranos; pero otros grupos se insubordinaron, atravesaron Provincias
y pretendieron salir de la Repblica. Se les dio caza inmisericorde y en
Informe Ministerial se dejaba la constancia de que ninguno de esos
sublevados, qued sin castigo. El feroz Otamendi los persigui hasta
acabar con ellos.

Los jvenes que no podan apelar a las armas, formaron sociedades


francamente subversivas, en que -32- se hablaba de libertad y de
expulsar a los extranjeros. El ingls Hall, quien, despus de escribir en
peridicos venezolanos, pas a residir en el Ecuador, se convirti en
conductor autorizado de los jvenes universitarios que propugnaban la
reposicin de las leyes, para vivir en libertad. Y fundaron El Quiteo
Libre, con rgano de publicidad del mismo nombre. Fue la primera expresin
intelectual en ese ambiente denso. Los jvenes fueron perseguidos; Hall
pag con su vida, y ces de publicarse el peridico, dejando solamente una
huella gloriosa.
Pero a ms no se llegara en materia de publicaciones hasta muy avanzada
la Repblica. Cevallos haba escrito su obra, compuesta de varios
volmenes, sin encontrar posibilidades de publicarla. Lo saban los amigos
y la gente que se interesaba por esta clase de trabajos. En la Asamblea de
1861, se dict un Acuerdo pidiendo que el Gobierno ordenara la publicacin
del Resumen; pero las editoras oficiales tenan demasiado trabajo o
contaban con tan poco material, que editar el peridico oficial, las
ocupaba por entero. Cevallos lo saba y gestion la publicacin fuera de
la patria. En el Per se contaba con empresas editoras de consideracin, y
en Lima resida un ecuatoriano amante de las letras que poda entenderse
en la publicacin. En efecto, en Lima se editaron los cinco primeros
volmenes. El I apareci en 1870. El VI tomo contendra los documentos que
el historiador reuni para justificar sus opiniones. Este volumen
desgraciadamente no lleg a publicarse, por el infausto fallecimiento del
ecuatoriano que se entenda en la edicin, que se llev a cabo en
Guayaquil, en 1886. Esta segunda edicin consta de 6 volmenes. Los
documentos salvados o vueltos a obtener, se repartieron como Apndices de
cada tomo, y adems se public un 6. volumen que contiene la Geografa
Poltica, -33- ya de la Repblica, con todas sus Provincias y
territorios.
Diez y seis aos haban transcurrido desde la primera edicin, y durante
ese tiempo casi haban desaparecido los libros que, por su importancia,
eran buscados con empeo por el lector, que se puede decir fue quien
oblig para que se repusieran al mercado en nueva edicin. No tuvo el
autor el propsito de revisar y modificar. Apenas si se encuentran cambios
de palabras o mejoramientos de redaccin. El peligro que haba de que el
autor modificara sus juicios sobre cuestiones que afectaban a
personalidades que an vivan en su tiempo, lo llev a no introducir
cambios que se consideraran como concesiones, en la apreciacin de los
hombres o de los acontecimientos.
Habr que preparar una nueva edicin, comparada y crtica, ya que, hasta
hoy, es la de Cevallos la historia ms completa de la Repblica, en su
perodo inicial, y cualquiera otra que al respecto se llegara a publicar,
utilizara obligadamente el Resumen, que ha de considerarse como el
valioso antecedente para referirse a los hechos, con cualquiera
interpretacin que se les quiera dar. Los aos llenaron a Cevallos de
edad, pero tambin le rodearon del respeto de sus conciudadanos, que vean
en l al hombre probo, autor de una obra que contribuy al enriquecimiento
intelectual del pas.
Padre de nuestra historia poltica, llam a Cevallos ese otro ecuatoriano

ilustre, Antonio Borrego. La denominacin dada por Borrero define el valor


fundamental del Resumen y explica la acogida que recibi de los lectores.
Las dos ediciones se han agotado, principalmente, porque no fueron
numerosas, mientras el crculo de estudiosos se ha ensanchado
considerablemente, como la mejor prueba del desenvolvimiento -34- de
la cultura en nuestro pas. La reedicin es obligada, porque contribuir a
formar la conciencia nacional, que slo ergese con el previo conocimiento
del valor de los pueblos y la revisin de los juicios establecidos por los
censores de los tiempos, quienes a su vez han de ser enjuiciados por la
posteridad.
El gnero histrico con su objetividad, apenas refleja aspectos de la vida
de los autores. Ms bien los coloca en ambiente especial, en el mundo de
las ideas. La historiografa seala este suceso intelectual, a travs de
los historiadores; y el historicismo, en cambio, que ha de ser la
conquista del individuo y de la comunidad humana, tiene que manifestarse
en el historiador convertido en representante de las ideas de su tiempo. Y
Cevallos perteneci al siglo XIX, en que el hombre adquiri relieve, y las
ideas generosas y liberales marcaban el paso adelantado que dieron los
pueblos. Tal vez en Amrica pareci una imitacin, si no resultara
obligada la acomodacin de las edades, para que los hombres sigan
adelante. Todo detenimiento es perjudicial para los hombres y para los
pueblos. Esta situacin ideolgica es la que se traduce en el criterio
sustentado por el historiador a travs de su Resumen.
Sin embargo, puestas de lado estas facetas valiosas, el dato biogrfico ha
de servir, por lo menos, para aclarar el medio en que se produjo la obra y
la evolucin cultural del autor. El escritor ecuatoriano Juan Len Mera,
ha dedicado interesantes pginas a consignar informaciones acerca de la
juventud de Cevallos. -35- Mera es uno de nuestros grandes escritores
y fue conterrneo y compaero del historiador; circunstancias que abonan
la veracidad de los datos. Cevallos estudi en la Universidad de Quito.
Llegaba de la Provincia con el calificativo de joven divertido y alegre,
poco dedicado al estudio. En la Universidad no se distingui como buen
estudiante. Asista a clases, pero anhelaba llegaran los das de
vacaciones en los que pudiera dar salida al placer de vagar por los
campos, y de sentirse dueo y seor de su persona. Es un fenmeno
observado en muchas vidas notables, este deshacimiento del libro, para
buscar en la naturaleza la leccin que no ha de olvidarse nunca. Di en
andar de cotarro en cotarro, escriba, acordndose ms tarde de estos
das luminosos de su juventud, y agregaba que de volver a la mocedad,
fandanguero sera.
Episodio de su alegre juventud fue el percance que tuvo al encontrarse con
uno de esos terribles soldados de la independencia que no tena otra
responsabilidad que el valer de su fuerza. Durante la guerra de la
independencia, hombres humildes subieron a los ms altos grados de la
milicia. Con Flores quedaron en el Ecuador varios de ellos, que eran sus
agentes y su respaldo. Un hombre de color, bravo en los combates, leal con
su jefe, Otamendi, desempeaba un puesto militar en la altiva Riobamba, al
tiempo en que se celebraba una rumbosa fiesta de sociedad a la que no fue
invitado Otamendi, quien como autoridad militar consider que se haba
cometido una ofensa al no contar con l.

Se haba reunido, en uno de los salones lujosos de la familia ms


encumbrada, la flor y nata de la noble ciudad de Riobamba y de las
ciudades adyacentes. Tambin Cevallos concurri a ella. Cuando la fiesta
comenzaba, Otamendi llevando de brazo a su mujer, -36- de color
tambin, atraves el saln. Ambos elegantemente vestidos. Los concurrentes
se miraron despavoridos e instintivamente se alejaron del saln haciendo
el vaco a la pareja intrusa. Otamendi sinti el desprecio y la ofensa y
se retir con su mujer; pero a poco, un piquete de lanceros dispersaba la
reunin, y los concurrentes se pusieron en salvo para evitar el atropello.
Cevallos sali mal herido de esa aventura. Tena entonces 23 aos de edad.
Era tiempo de sentar la cabeza, y la sent. Obtuvo el ttulo de doctor en
Jurisprudencia y la licencia de Abogado. Para ejercer la abogaca se
traslad a Guayaquil, centro poltico de gran consideracin en todo
tiempo, en que los problemas nacionales se debatan con calor. La
Repblica poco haba hecho para cumplir con la misin democrtica que se
haba propuesto. Los negros que haban salido entusiastas a combatir por
la independencia, organizada la Repblica, seguan de esclavos. Los indios
no haban cambiado su situacin. Las clases sociales en muy poco se haban
modificado con la democracia, y los mtodos polticos continuaban
entregados a la casta militar o a la clase aristocrtica. Triste remedo de
repblica era la nuestra y la juventud pugnaba por cambiar de rumbos.
A pasar de estos generosos impulsos, Cevallos se encontr comprometido con
el primer caudillo que se proclamaba liberal. El liberalismo era una nueva
actitud no slo poltica, sino de la vida misma. Haba que terminar con la
vieja escuela intolerante que haca nugatorios todos los principios
proclamados como conquista de los tiempos. Y Cevallos se sum a una de las
tantas revoluciones o ms bien dicho, sublevaciones de la clase militar en
contra del rgimen legal. El general Jos Mara Urbina llegaba con un
programa de libertades que entusiasm a la juventud. Cevallos -37sigui al caudillo, y aunque en esta poca los esclavos fueron
manumitidos, tambin puso su firma en el decreto de expulsin a los
jesuitas, acto poltico de exacerbado radicalismo que, sobre todo, se
produca por influencia de lo que pasaba en la vecina Repblica del norte.
De Ministro del Jefe Supremo pas Cevallos a la Secretara de la Asamblea,
continuacin y corolario de toda revuelta que quiere legalizar su
situacin afirmando en el poder al caudillo, con el nombre de Presidente a
quien dotbasele de una nueva Constitucin. Hemos tenido muchas Cartas
Polticas en nuestra Repblica. Urbina ascendi, en efecto, a la
Presidencia, mientras Cevallos regresaba a Guayaquil a desempear la
Fiscala de la Corte Superior de ese Distrito, cargo en el cual permaneci
hasta 1853, en que pas a Quito con nombramiento similar. Desde este
momento, se puede decir que se oper en el hombre la profunda
transformacin espiritual que haba de llevarle a la vida de estudio, como
resultado de la que public el Cuadro Sinptico que sera el origen de su
Historia.
A esta poca corresponde su trabajo sobre el idioma. El Breve catlogo de
errores en orden a la lengua y al lenguaje, se propuso corregir,
principalmente, el habla popular descuidada que serva en la relacin de

la gente de toda clase social, que slo pona empeo en expresarse


correctamente, cuando escriba. En poblaciones formadas por medio del
mestizaje, los idiomas se contagian de voces que llegan desde otras
lenguas, y sobre todo, la prosodia y la ortografa se desprenden
difcilmente del fonetismo de la masa, herencia de los dialectos
aborgenes. El Catlogo comenz a publicarse en 1861, en la revista El
Iris, y tanta fue la acogida que se dio a este trabajo, y el gran bien que
produjo, que las ediciones se sucedieron. Acaso ha sido el libro
ecuatoriano que mayor -38- nmero de veces se ha reeditado.
Naturalmente, este trato con las reglas gramaticales influy en el estilo
del escritor, lo que indujo, aos despus, al Arzobispo de Quito, seor
Plit, a decir que el escritor Cevallos era un imitador de los clsicos y
su estilo bastante almidonado y tieso.
A este mismo ao de 1861 corresponde la galera de Ecuatorianos Ilustres;
pequeas biografas de aquellos personajes de nuestra historia que deban
ser conocidos por todos, como la afirmacin necesaria para el trabajo
posterior. La primera biografa est dedicada al Padre Velasco; se refiere
a los manuscritos del clebre ecuatoriano y a las peripecias que tuvieron
hasta que fueron publicados incompletamente en su patria. Las
apreciaciones que acerca de la obra del Padre Velasco hace su futuro
continuador, Cevallos, son de mucho inters y demuestran que la obra del
jesuita fue estudiada por l, atentamente.
Muchos aos desempe Cevallos la magistratura judicial, como se ha dicho,
y fruto de este ejercicio fue el libro que public en 1867, con el ttulo
de Instituciones del Derecho prctico ecuatoriano.
Vida original, interesante y fecunda, la de este ecuatoriano de quien ha
de considerarse el Resumen de la Historia como obra valiosa en las letras
ecuatorianas. Cevallos muri en Quito, lleno de aos y del respeto de sus
conciudadanos, el 21 de mayo de 1893.
-39No poda faltar Cevallos en la Biblioteca Mnima, ocupando el puesto que
le corresponde. Se transcriben captulos de cada uno de los tomos en que
est dividida la obra, de modo de dar una cierta continuidad al relato
histrico, que permita al lector darse perfecta cuenta del contenido total
del Resumen. Los captulos transcritos pertenecen a la segunda edicin de
Guayaquil, que debi tener la posible revisin del mismo autor, lo que no
evit que apareciera defectuosa tipogrficamente y con la Fe de Erratas
numerosa.
Se ha aadido la Galera de Ecuatorianos Ilustres que puede considerarse
como el complemento indispensable y til de la historia.
Junio de 1959.

Tomo I

Aspecto fsico y general


La Repblica del Ecuador est asentada a 1 38' Lat. N. y 6 26' Lat. S.,

8 6' Long. oriental del meridiano de Quito, y 2 45' Long. occidental.


Tiene, de norte a sur, en su mayor anchura, cosa de 160 leguas, y de
oriente a occidente, en su mayor extensin, algo ms de doscientas.
Parte la tierra por el norte, con la repblica de Colombia por una lnea
que, principiando en la Boca de Ancn, sigue la banda meridional del ro
Mira con direccin O. S. E. hasta ponerse a la altura de 45' Lat. N. y 0
30' Long. Oriental, de donde contina hacia el S. E. para pasar entre los
montes Cumbal y Chilis, y proseguir con el curso del riachuelo Carchi. De
aqu sigue para el norte hasta la altura de 47' Lat. Bar. y 1 Long.
Oriental, luego vuelve a subir al N. E. hasta ponerse casi al nivel de
Pasto, con esta ciudad al occidente; y despus, formando una pequea curva
pasa por el territorio comprendido entre las aguas del Putumayo y del
Guames. Siguiendo al este 34 de Long. Oriental y 0 -46- 50' de Lat.
N., desciende hasta la altura de 0 24' de la misma Lat. y a 3 13', de
donde torna a subir a la confluencia de los citados Guames y Putumayo, y
contina por la orilla meridional de este ro hasta dar con la lnea
verticalmente tirada del desembocadero del Yavar en el Solimoes, de sur a
norte, la cual llega a tocar con el Apa-poris, tributario del Yapura;
lnea que es linde fijado en 1777 por el tratado de San Ildefonso que
celebraron las Cortes de Espaa y Portugal.
De la desembocadura del Yavar, por el lado del Per, toma la dicha lnea
la margen setentrional de este ro hasta los 5 8' Lat. S., y de aqu,
formando una curva que atraviesa el Ucayale en su confluencia con el
Remolinos, sigue de Este a Oeste hasta 6 12' de la misma latitud, para
continuar describiendo otra curva hacia el N. O. por el Uctubamba,
tributario del Maran por la banda del sur, algo ms abajo de la entrada
del Chinchipe, procedente de Loja. Luego va para el sur hasta una altura
de 6 26' Lat. Mer., y toma de all direccin hacia el N. N. O., y viene
como persiguiendo o en busca del origen del ro Espndola, cuya corriente
contina sealando los lmites divisorios hasta la confluencia del Macar
con el Catamayo. De este punto sigue la lnea con el curso del Zapotillo;
va luego a confundirse con el ro Alamor y, dejando este al oriente
contina cuasi con rectitud a cruzar el Tumbes, frente a Zarumilla, el
linde que, por la costa, separa al Ecuador del Per2.
As pues, el Ecuador demarca sus fronteras con la Federacin Colombiana
por el N. y E. N. E., con el imperio del Brasil por el E., con la
repblica del Per por el S. y O. S. O. y con el Grande Ocano por el O.
Pero los lmites fijados con arreglo a los que conservaba la Presidencia
de Quito en 1810, no son los que en la actualidad separan nuestro
territorio del de las naciones vecinas. No se han hecho todava las
demarcaciones correspondientes, y hsele reducido al Ecuador por casi
-47- todos sus lados a confines ms estrechos; de modo que por el
oriente slo posee la lnea del ro Napo, y an esta con exclusin de su
tributario, el Ahuarico; la del San Francisco, uno de los confluentes
orientales con el Chinchipe y la del Namballe, engrosador del mismo
Chinchipe, por la banda occidental. No sabemos, pues, hasta ahora cuales
de los salvajes que moran por el oriente sean de cierto nuestros
conterrneos.
Las costas del Ecuador, incluyendo las sinuosidades, tienen a vuelta de
380 leguas de extensin, contadas desde la Boca de Ancn hasta Zarumilla.

Las bahas o ensenadas principales, comenzando por el norte, son las de


Ancn, San Lorenzo, San Mateo, Mompiche, Caraques, Charapot, Manta, Santa
Elena, el golfo de Guayaquil y la boca de Jambel.
Los cabos y promontorios ms notables son los de San Francisco, Pasado,
San Lorenzo y Punta de Santa Elena. En segunda lnea se cuentan las puntas
Verde, Galera, Pedernal Palmar, Ballena, Borrachos, Bellaco y Carnero; y
en la isla Pun las de Mandinga, Espaola, Arena, Salinas y Trinchera.
Las islas que posee son el grupo de las Galpagos, compuesto de once,
fuera de varios islotes; siendo las principales Albermale (veinticinco
leguas de largo y cinco de ancho), James, Chatan y Floreana, residencia,
un tiempo no muy lejano de una Gobernacin y destinada hasta ahora poco
para el castigo de los criminales condenados a obras pblicas y presidio:
algunas veces ha servido tambin para satisfacer el encono de algunos
gobernantes que, abusando del poder, han confinado a varios individuos por
opiniones polticas. Arrimadas a las costas se hallan las islas Tola,
Plata, Salango, Pun, Santa Clara (Muerto o Amortajado), las Escalantes,
Santay, Mondragn y las Payanas. Las dems slo son farallones sin
provecho, o deltas formados en la desembocadura de los grandes ros.
Los ros que nacen en la Repblica o baan su territorio, enumerando
apenas los muy principales, son el -48- Putumayo, el Napo con sus
grandes tributarios Ahuarico, Coca y Curaray, el Tigre, el Morona, el
Pastaza, el Santiago formado de los hermosos Paute y Zamora, y el
Chinchipe; los cuales, naciendo de las faldas orientales de la cadena,
tambin oriental, de los Andes, o del alto callejn murado por ambas
cordilleras van a engrosar el venaje del Amazonas y desaparecer en el
Atlntico. Descienden al Pacfico el Mira, el Santiago, engrosado con el
Bogot, Cachab y Cayapas; el Esmeraldas, compuesto del Guaillabamba,
Blanco, Tocachi y Quinind; el Chone, el Daule, de aspecto asitico, que
recibe el Peripa; el Palenque, el Babahoyo, robustecido principalmente por
el Caracol; el Yaguachi, el Taura, el Naranjal, el Jubones y Tumbes. Con
los ros Daule, Palenque, Babahoyo y Yaguachi, ya reunidos, se ostenta
majestuoso el suave y pintoresco Guayas.
Todos estos grandes ros que cruzan el territorio de la repblica casi en
todas direcciones, y aun muchos otros tributarios no mencionados, son
navegables; ms apenas se halla alguno que lo sea en el suelo interandino,
y a lo ms para canoas chicas.
El Ecuador no tiene lago ninguno de consideracin, si exceptuamos el
Rimachuma (ocho leguas de norte a sur) en la provincia de Oriente, que da
sus aguas al Pastaza; pero se encuentran salpicadas por aqu y por all
muchsimas lagunas en la misma comarca, cuya enumeracin, que no entra en
el plan de la obra, sera muy larga. En el alto callejn formado por las
dos grandes cordilleras, hacia su centro, faldas o alturas, se cuentan las
de Yahuarcocha, Cuicocha, San Pablo, Mojanda, Papallacta, Quirotoa,
Yanacocha, Pisallamba, Colaicocha, Colta o Coltacocha, Rocn, Mapahuia,
Cubilln, Pishahuia y Jacarn, que son las principales. Hay, cierto, mil
otras ms, pero de ninguna importancia, y es de notarse que hasta hoy no
se conoce ninguna en la provincia de Loja. En las provincias martimas se
forman ocasionalmente algunas en las temporadas de aguas, que llaman
tembladeras (tremedales).
-49-

La cordillera de los Andes, que abraza juntamente las dos Amricas,


sosteniendo un paralelismo casi regular con las costas del Pacfico, y
dividindose o encadenndose a su antojo, toma, as como empieza a cruzar
por las tierras del Ecuador, una forma particular que no se altera desde
la provincia de Imbabura, la ms setentrional, hasta la de Loja, la ms
meridional. Desprendindose del laberinto que forma en el territorio de
los Pastos (Nueva Granada), se divide, al entrar en el Ecuador, en dos
grandes ramales que corren poco menos que paralelos de N. N. E. a S. S.
E., estrechndose o explayndose, pero conservando hasta cierto trmino
una equidistancia de sorprendente regularidad. De trecho en trecho se unen
por medio de los que llamamos nudos que, atravesando de oriente a
poniente, llegan a tomar los Andes ecuatorianos, la forma de una estupenda
escalera con sus dos gruesos listones algo torcidos. Cuntanse de esas
como gradas, ocho principales y son, principiando por el norte: Huaca,
Cajas, Tiopullo, Pomachaca, Azuay, Portete, Saraguro y Sabanilla, las
cuales encierran en s las altas mesetas interandinas, donde moran la
mayor parte de los habitantes de la Repblica.
De los dos grandes ramales, oriental y occidental se desprenden otros
menores, pero siempre imponentes, que se dirigen unos al E. S. E.
declinando sus cimas a medida que avanzan, hasta abatirse y desaparecer en
las llanuras de la regin del Amazonas, y otras al ocaso, con menos
regularidad en su direccin, hasta nivelarse con las playas del Pacfico.
Dirase que estos muros de segundo orden se han arrimado para sostener las
dos formidables barreras, al modo que se levantan estribos elevados para
conservar con mayor seguridad las paredes de los grandes templos. Aun de
estos estribos se desprenden otras y otras murallas que se engrandecen, se
achican, se apartan, se estrechan o se arremolinan, produciendo una
completa revolucin en el sistema orogrfico.
De la cima de tan gigantescos muros, y muy especialmente de los dos
primeros, se elevan algunos montes cubiertos de eterna nieve, y volcanes
provistos de materias -50- combustibles, tambin eternas, y otros que
slo se cubren o slo se encienden de cuando en cuando. Los ros que nacen
de las mesetas interandinas, contenidos por las murallas que los circuyen,
han tenido que buscar una salida y romperlas aqu y all para descolgarse
y precipitarse en cascadas o torrentes, embelesndonos con toda suerte de
bellezas, o espantndonos con la aspereza de los barrancos y peascales
que dejan descubiertos esas gargantas. Aun hay montes, como el Tungurahua,
cuya base es una sima profunda, y que, sin embargo, alcanzan a encumbrar
sus cpulas sobre las ms altas crestas de los Andes.
He aqu los montes del Ecuador eternamente vestidos de nieve3.
En la cadena orientalEn la cadena occidental
MetrosMetros
Cotopaxi 5994Chimborazo6530
Cayambe5833Iliniza5305
Antisana5756Cotacachi4966
Altar (Cpac-urcu)5404Pichincha4787
Sangay o Macas5328Carihuairazo4595
Zara-urcu5215
Tungurahua5087

Entran en el segundo orden de los que slo se cubren de nieve


ocasionalmente, los que siguen: Sincholahua, Quilindaa, Azuay, Llanganate
o Hermoso, Corazn, Yana-urco, Atacatzo, Rumiahui, Pasuchoa, Casahuala,
Pambamarca, Puca-urcu, Puca-huaico, Mulmul, Quinoaloma, Imbabura, Miln,
Huaman, Mojanda, Zupai-urcu, Tolntac, Puyal y otros de menor
importancia.
-51Los volcanes son el Cotacachi, Antisana, Pichincha, Zara-urcu, Cotopaxi,
Tungurahua y Sangay, de los cuales slo el segundo se considera apagado4.
Fuera de estos, ha habido otros varios que la diuturnidad del tiempo los
ha extinguido, bien que demostrndonos con sus huellas que, entre
nosotros, el globo est apenas vestido de una delgada capa de tierra que
traidoramente encubre sus entraas de fuego.
En medio de tantos objetos imponentes al par que embelesadores por su
originalidad, objetos que constituyen el pasto de gelogo, del poeta y del
viajero, y aunque habitando nosotros en el centro de cordilleras que
vomitan fuego y amenazan constantemente nuestra vida con las erupciones de
agua y ceniza, o con los desplomes enormes que detienen las impetuosas
corrientes de los ros; Dios que en su sabidura ha repartido el bien con
tan cabal rectitud entre sus criaturas, nos ha concedido en cambio un sol
vivificador y rutilante, un clima suave y sano, y las producciones ms
variadas y estimables de la naturaleza.
Majestuosa y galana como es la naturaleza de la Amrica en general, parece
que en el Ecuador, donde ms se eleva la tierra y donde el sol arroja sus
rayos a plomo, ha querido ostentar toda su fuerza y poder, aun aparentando
quebrantar sus propias leyes. Vense al lado de las ms elevadas cumbres
las concavidades ms profundas, al lado del perpetuo hielo el perpetuo
fuego, al lado de los valles ms risueos por su verdor y frescura, los
calveros ingratos; el invierno confundido con el verano, la paja de los
pramos confundida con la caamiel, la siembra con la siega; la vegetacin
ofreciendo, en un mismo mes y en una corta extensin de terreno, todos sus
colores y desarrollos, desde el verdn oscuro, y de este al ms subido
anaranjado, cuando los frutos estn ya por cosecharse; confundidos, en fin
todos los climas y estaciones.
-52Ni en la costa se respira aquel aire abrasador que rodea a los moradores
de otros pueblos, ni en el punto ms culminante de la sierra se prueba esa
intensidad de fro de que se quejan los habitantes de otras zonas. Las
tierras de frica y el mar ndico que ocupan la misma latitud que las
nuestras, apenas son habitadas por la extenuante aridez de sus desiertos;
y las del Ecuador, sin embargo, gozan de una perpetua primavera. La
igualdad de los das y las noches en todo el transcurso de los siglos,
unida a la multitud de nevados y de bosques vestidos de vegetacin viva y
perenne, hace que refresque por doce horas el suelo calentado por el sol
por otras doce horas; de modo que esta constante alternacin de calores
producidos por un sol que nunca falta, o que apenas falta rara vez en
algunos puntos, y de hielos producidos por los nevados, atempera
igualmente ambos excesos. Libre el Ecuador de esas sensibles transiciones
que, desde los trpicos a los polos sobrevienen a cada cambio de
gestacin, desconoce, principalmente en las serranas, las pestes que tan

temprano engendran las enfermedades y la muerte. Slo en las provincias


martimas, y no en todos sus lugares, se ven a veces los resultados de la
variacin de las temporadas de agua y de sequa.
En cuanto a producciones, el suelo de la Repblica ofrece el conjunto de
las ms variadas y heterogneas, pues, careciendo de estaciones
demarcadas, le son como naturales las de las otras zonas; fuera, s, de
ser ms tempranales y esmeradas las que son propias de la trrida. La
localidad ms o menos elevada del suelo, y no su posicin astronmica, es
la nica que directamente influye en la vegetacin. La temperatura misma
de un lugar, slo es la consecuencia lgica de su localidad, segn sea
alta o baja; pues todos los lugares fros, templados o ardientes,
conservan los mismos grados de fro, temple o calor en el ao entero, sin
otras modificaciones que las procedentes de los vientos, del agua de las
lluvias o de las nevadas.
Tierras que, dejando a orillas del mar llanuras de doce a quince leguas de
ancho, van de grado en grado -53- subiendo hasta la altura de 6.530
metros, para luego declinar e ir de nuevo, pasadas otras alturas,
abatindose hasta nivelarse con las playas amaznicas; tierras que
prescinden de todo en todo de su localidad y del lugar que el sol ocupa en
la eclptica, ofrecindonos da y noche, por los siglos de los siglos,
unos mismos grados de calor, templanza o fro; que reciben todas las
presiones atmosfricas desde diez y seis hasta veintiocho pulgadas del
barmetro, y donde el termmetro de Reamur seala desde cuatro sobre el
hielo hasta veintiocho; que al andar de un da podemos conceptuarnos
transportados de sobresalto del ecuador a los polos; tierras tales no
pueden menos que ser propias para producir cuanto el globo abarca en sus
cinco zonas, y cuanto la mano e industria del hombre pueden cultivar y
aclimatar. Vense, en efecto, en las playas de las costas y declives de la
cordillera occidental, y en las amaznicas y declives de la oriental,
donde el calor y la humedad aumentan el adelantamiento con que se
desarrollan los animales y las plantas; criar y producir hasta la altura
de mil seiscientos metros, ms o menos, el potro, el toro, el asno, la
tortuga, el caracol, el zahino, monos de mil clases y tamaos, papagayos y
loros habladores, lucirnagas de vivsimos y variados colores, peces
dorados, el tigre, el caimn, el oso, serpientes venenosas, nubes de
mosquitos, cangrejos, camarones y otros crustceos; y luego el cacao, el
algodn, arroz, caa-dulce, tamarindos, tabaco, canelo, izpingo, caf,
nuez-moscada, rboles gigantescos que se elevan hasta la altura de sesenta
metros; palmeras, a cual ms altas y hermosas, maderas aromticas,
blsamos y resinas saludables o de provecho para la vida, y frutas
provocativas y sabrosas. Desde mil seiscientos metros hasta cerca de dos
mil novecientos se ven el insecto de la cochinilla, la danta, el venado,
el llama, el carnero, las cabras, el conejo, el cndor, el quinde; y luego
la qunua, el caucho, el trigo, el maz, la cebada, la papa, los ms bien
sazonados y abundantes granos, races exquisitas, hortalizas saludables y
las delicadas frutas tropicales. En los contrminos de estas dos regiones,
vense mezcladas con cortas variaciones muchos de los mismos animales y
plantas, como los ganados vacuno y caballar, el ciervo, la -54caa-miel, el algodn, el pltano, la yuca, el frijol y el maz. Desde dos
mil novecientos metros hasta los cuatro mil quinientos, la paja y las

gramneas, el musgo y otros criptgamos dan fin a la vida vegetativa; y


desde este ltimo guarismo para arriba, hombres, animales y plantas se
paran y quedan muertos, no vindose ya sino rocas desnudas, nieblas
densas, o los helados vientos que soplan al ruedo de los nevados.
La fecundidad de los terrenos puede medirse por la capa de verdura de que
perennemente estn vestidos. En las planicies interandinas, y ms
particularmente en las bajas y las que se acercan a las costas, descuella
una vegetacin espontnea que casi no necesita de la mano del hombre para
rendir frutos y llenar los graneros de sus dueos. El abono es
desconocido, no slo en las llanuras que estn al descenso de las
cordilleras, sino an en algunos valles formados en el callejn de los
Andes. Slo en las mesetas altas se vuelve mezquina y hasta raqutica la
vegetacin, y an desaparece en ciertos puntos; pues a medida que se
avanza a las alturas, la naturaleza y el hombre tienen que esforzarse para
fecundizar el suelo, quedando como dijimos, avasallada y muerta cuando ya
toca con la regin de la nieve. Tambin desaparece la vegetacin en los
derrumbaderos largos y profundos, jirones desgarrados de las montaas por
los temblores de tierra o la impetuosidad de las aguas, donde a uno y otro
lado de sus anchos costados quedan gredales secos y desnudos.
En los parajes donde no son tan frecuentes las lluvias, a cuya influencia
se debe principalmente en las serranas la lozana de la vegetacin, se
abren y cruzan acequias que suplen la accin de aquellas; y entonces hasta
los terrenos que nada esperanzaban se convierten en sembrados, dehesas o
praderas que pagan sobradamente la industria y afanes del cultivador.
Al individualizar las provincias de la repblica, cuando tratemos de su
geografa descriptiva, hablaremos de las producciones que son propias de
cada una de ellas; -55- pues, por ahora, conforme al plan de la obra,
nos limitamos a dar a conocer slo aisladamente su aspecto fsico por
medio de generalidades.
En la primera regin que hemos apuntado, reina, con cortas interrupciones,
sumo calor (desde 23 hasta 28 de R.), y los hombres que en ella nacen y la
habitan, blancos y mestizos, procedentes del europeo y americano, aunque
desarrollndose con facilidad y precocidad, son generalmente pequeos y
flacos, y andan descoloridos sus rostros, lentas y sosegadas sus acciones,
y no obstante, festivos y alegres en ocasiones. Al revs, los negros y
zambaigos, y aun los hijos de blancos y negros, son fuertes, robustos,
arrojados y de ndole altiva, y los indios de la costa, de cuerpo mediano,
bastante endebles, pero, sin embargo, valientes. Los salvajes de las
tierras amaznicas son bien formados, giles, de mirada perspicaz y
desconfiada, intrpidos, dados al descanso y la ociosidad, apenas
cubiertos sus cuerpos, y durmiendo las ms veces a cortinas verdes.
En la segunda regin, de temperatura suave y sana, la ms propia para la
vida (desde 10 hasta 18), se cran sus moradores bien desarrollados y
robustos, generalmente apticos y poco emprendedores; las mujeres lozanas,
frescas y de colores sonrosados, pero sin la esbelteza que constituye lo
principal de la hermosura de las costeas. Los indios de las serranas son
de color bronceado, facciones toscas, pelo negro, lizo y lustroso, de
aspecto grave, casi melanclico y casi indiferentes al bien y al mal.
En otra regin, cascajosa, arenisca, volcnica, cuyos trminos inferior y
superior pueden sealarse desde ciento hasta ochocientos metros sobre el

nivel del mar5, se encuentra el oro, este metal tras cuya posesin se
gastan los afanes del hombre. Rara, rarsima vez, se halla debajo o encima
de aquella zona, y ms raro sera hallarle (en la parte occidental) al sur
de la lnea equinoccial6 -56- hasta Tumbes, confn que nos separa del
Per. No as en la parte amaznica, donde toda la base de la cordillera
oriental, parece que es el venero que provee de oro a las playas y lechos
de los ros.
Los vientos que dominan en la repblica son los de sur y oriente, y, por
lo general, secos como son, nos dan das despejados y noches estrelladas y
alegres. Los del norte y oeste son hmedos y malsanos, que cubren con
oscuras sombras el cielo y las campias, dndonos noches y das nebulosos
y tristes. En las costas, sin embargo, son ms frescos y sanos los vientos
que soplan del ocaso, que los que asoman por el oriente.
Tal es en general la fisonoma fsica del Ecuador; pero si sus tierras son
de las ms aparentes para la vegetacin y el cultivo, como hemos dicho, la
aspereza caracterstica de los Andes, la multitud de ros impetuosos que
las cruzan, la falta de pobladores y caminos, y los interminables
desiertos de los pramos, son otros tantos estorbos de mucha cuenta,
insuperables hasta Dios sabe cuando, que se oponen a la vida comercial y
comunicativa de unos pueblos con otros. Bien lejos est de nosotros
todava el tiempo en que la mano del hombre ose vencer los obstculos que
hasta hoy impiden el libre desenvolvimiento y cambio de ideas y
producciones, de conocimientos y frutos, para la completa participacin
del progreso social que agita al mundo!

-57Captulo II
Reinado de Huaina-Cpac.- Sublevacin de los Caranques.- Casamiento del
Inca con la reina Paccha.- Viaja el Inca para el Cuzco.- Primera noticia
del asomo de los espaoles. Coln y Balboa.- Francisco Pizarro.- Sus
expediciones.- Muerte de Huaina-Cpac y coronacin de Atahualpa.- Guerra
civil.- Batalla de Tomebamba.- Combate naval.- Batalla de Huamachucu.Batalla de Quipaipan.- Prisin de Huscar

El vencedor asisti personalmente a las exequias del rey vencido. Despus,


aunque no dej de andar preocupado con la proclamacin hecha en favor de
Parcha, al ver los rendimientos que le hacan los caciques y
principalmente los seores de Caranqui se dio a los bailes y festejos de
todo gnero, y a todas anchas.
-58El Gobernador de Caranqui, aprovechndose de esta confianza del Inca,

reuni a los suyos y concert una sublevacin para antes de que terminaran
las fiestas. Llegada la hora en que se haban convenido, furonse derecho
a la habitacin de Huaina-Cpac, vencieron la guardia y hasta pusieron en
peligro la vida del prncipe, que no sabemos como logr escapar.
Seguramente acudieron pronto otros cuerpos inmediatos, puesto que, sin que
sepamos tampoco la causa, se retir el rebelde con los suyos, camino para
el norte. Perseguidos en la misma noche, y alcanzados y vencidos a orilla
de una laguna, fueron degollados ms de cuarenta mil, segn unos, y de
veinte segn otros: los cadveres que se arrojaron a la laguna tieron las
aguas con la sangre de los vencidos, y desde entonces tom el nombre de
Yahuarcocha, esto es, lago de sangre. El Inca, obtenido este nuevo
triunfo, se volvi a su campamento.
Poco despus se vino a Quito, donde fij la residencia de su corte. Llam
a los destinos a los prncipes de la dinasta vencida, dict leyes sabias
e introdujo prudentemente cuantas costumbres conceptu necesarias para
afianzar su poder. Uniform con rigurosa igualdad los derechos y deberes
de todos los vasallos del imperio, sin distincin entre los de Quito y
Cuzco, en lo religioso, poltico, civil ni militar. El idioma, la
distribucin de las tierras, las ciencias y artes, que artes y ciencias se
conocan, las costumbres, las obras pblicas, todo fue conformado con suma
discrecin y tino, como si vencedores y vencidos hubieran sido hijos de un
mismo pueblo. Los siglos posteriores, que tanto se envanecen con los
triunfos de la civilizacin, deben de correrse de este ejemplo que dio la
tolerante poltica de un brbaro americano del siglo XV.
Con la conquista de Quito se explay el imperio de Huaina-Cpac hasta una
extensin mayor que la de Roma en los tiempos de su grandeza, pues los
lmites alcanzaban por el norte hasta Angas-Mayu, en Nueva Granada, y por
el sur hasta el Maule, en Chile. Superior a los hombres de su tiempo, no
slo por la inteligencia y luces, -59- mas tambin por sus virtudes
pblicas. Huaina-Cpac fue el ms poderoso y el mejor de los antepasados.
Dicho suyo es aquel con el cual manifest que tena al sol por hechura de
un Ser a quien andaba subordinado en su curso. Habr alguno, pregunt el
Inca, en un da en que se celebraba la fiesta del sol, que dejase de
obedecerme, si yo le ordenara que se fuese para Chile? -No, le respondi
el sumo sacerdote, que era to suyo. -Pues yo te digo, replic el Inca,
que nuestro padre, el Sol, debe tener otro Seor ms poderoso que l, ya
que nunca descansa en el camino que hace todos los das; y ese Seor, es
seguro, ha de detenerse cuando quiera, aun sin tener necesidad de reposo.
Dichos suyos son tambin aquellos con que manifestaba la ternura, el amor
y el respeto con que debe mirarse a las mujeres, pues dicen que nunca se
neg a sus solicitudes, aun cuando fueran en menoscabo de la dignidad
real: Hija, se har lo que pides, contestaba si la solicitante era nia:
Hermana, se har lo que deseas, si era joven: Madre, se har lo que
mandas, si era anciana. La ambicin misma del Inca, la que impulsaba sus
acciones, era tambin civilizadora, de esas que mejoran a los pueblos con
la conquista, no de las que abaten, tiranizan y avergenzan.
La multitud de concubinas que tuvo, fuera de las cuatro mujeres propias,
como lo permitan su religin y leyes, ha dado lugar a que algunos
escritores digan que fue padre hasta de doscientos hijos. Fueron conocidos

como legtimos su primognito Huscar, habido en su primera esposa


Rava-Oello, hermana paterna del mismo Inca. En su segunda mujer no tuvo
hijo ninguno: en la tercera, Mama-Runtu, su sobrina, adquiri a Manco
Cpac el que lleg a reinar en tiempo de los espaoles; y en la cuarta,
Paccha, reina de Quito, a Atahualpa (Atahuallpa, gran pava o pavn) y a
Illescas.
De la multitud de bastardos que tuvo en sus concubinas, slo se conocieron
tres por la figura que hicieron en las sublevaciones contra los espaoles.
El llamado -60- Paulu (Paullu), nacido en Cuzco; otro del mismo
nombre, nacido en Quito, y Huaina-Palcon (bien apersonado), habido en
Quispi-Duchicela, prima hermana de Paccha. En la misma tuvo tambin una
hija, llamada Cori, que lleg a casarse con su hermano paterno Atahualpa.

II

Aunque el terrible escarmiento dado a los caranquis, y la tolerante y


magnnima conducta del emperador eran ms que suficientes para tener por
bien afianzada la conquista del reino, todava le pareci ms conveniente
para la estabilidad del imperio el nacionalizarse, diremos as, en las
tierras sometidas a sus armas. Paccha era joven de veinte aos, educada,
como reina y por dems hermosa, y el Inca se resolvi a casarse con ella.
Rendidos ya o rebeldes todava algunos de la corte del ltimo Scyri,
todos, a una, apreciaron como deban esta unin, que hasta cierto trmino
vino a borrar la vergenza de haber sido conquistados; y todos tambin a
una, se esmeraron en prodigarle sinceros rendimientos. El Inca, para pagar
tantas muestras de gratitud de parte de sus nuevos vasallos, junt el da
de su matrimonio a la corona imperial (llautu) la esmeralda regia, el
smbolo de los Scyris, y Quito y Cuzco, pueblos enemigos, se confundieron
como miembros de un solo cuerpo.
La construccin de templos y palacios, la de calzadas y fortalezas, y el
tierno amor que profesaba a la hermosa Paccha, tenan embargada el alma de
Huaina-Cpac, y en medio de una portentosa paz de treinta y siete aos
vencidos, desde que se posesion de Quito, no siquiera pens en ver como
andaban las cosas de Cuzco, la capital del imperio, cuanto ms las
provincias ms distantes ni las ciudades subalternas. Ora por el deseo de
terminar las obras comenzadas, ora por gozar del suave clima de Quito, que
tan bien sent a la salud del Inca; ora por contemplacin a Paccha, quien
no quera apartarse -61- de su techo; ora por evitar competencias que
se habran suscitado entre esta y las primeras mujeres; ello es que
Huaina-Cpac se conserv en el pueblo conquistado, tranquilo y mejorando
sus costumbres, campos y ciudades, por aquel largo perodo. Al fin,
viniendo ya el ao de 1525, segn los cmputos ms probables, se resolvi
a partir para Cuzco, y orden que se hiciesen los preparativos del viaje.
Realizose este con esa aparatosa pompa de los antiguos Reyes, acompaado
el Inca de los grandes y seores de su corte, que le llevaban en hombros,
sobre un trono de oro incrustado de piedras preciosas y plumas

relucientes. Dej encargado el gobierno a su hijo Atahualpa, a quien amaba


con exceso y con preferencia a los dems, si no por ser el ltimo de los
legtimos, por haber advertido en l talento perspicaz y cierto aire de
dignidad que corresponda a su educacin de prncipe. El mismo
Huaina-Cpac haba hecho de maestro y ensedole cuanto saba en ciencias
y artes, sin dejar por esto de ejercitarle en el manejo de las armas y en
la lucha, carrera y caza, de modo que el discpulo, admirando a su maestro
y padre, se granje toda la confianza de este.
Detvose muy poco el Inca en el palacio de Hatun-Caar, y pas al de
Tomebamba con nimo de residir all por algn tiempo. Mas, apenas
transcurridos pocos das, recibi un posta procedente de Esmeraldas, con
el aviso de que haban asomado por esas costas ciertos extranjeros venidos
sin saberse de donde, navegando en dos grandsimos huampus (naves) que se
gobernaban sin remos. Por el pronto no le caus impresin ninguna esta
noticia, porque supuso que algn mal temporal los hubiese arrojado a
nuestras playas, mas algunos das despus lleg un segundo aviso con
noticias ms circunstanciadas. Se le deca que tales extranjeros haban
desembarcado a orillas del Esmeraldas: que su nmero no llegaba al de
doscientos, aunque se vean algunos ms dentro de los bajeles: que los ms
eran blancos, y todos, sin excepcin tan barbados como unos pacos
(lanudos): que -62- demostraban ser corteses; y que, no pudiendo
comprender una sola palabra de cuanto queran manifestar en su lengua,
haban entendido slo que buscaban oro, segn las seas.
Viva fue la impresin que ahora produjo este segundo aviso en el nimo del
Inca, pues se le vio desde entonces taciturno y melanclico. Por
despreocupado que sea el hombre, le acompaa por lo regular algn
fantasma, algn pensamiento dominante, una como sombra que, si no le
inquieta, piensa en ella con frecuencia, cosa que se observa ms
generalmente en los de ndole soberbia y elevada. Huaina-Cpac, versado
ms que ningn otro en la historia y tradiciones de su patria, haba odo
desde nio la prediccin hecha por el Inca Viracocha, uno de sus
antecesores; prediccin fielmente conservada y trasmitida de lengua en
lengua, por la cual se anunciaba que vendra tiempo en que los Incas
perderan su corona y patria. Para que no se perdiese la memoria de este
anuncio, se haba hecho construir por el Inca Yhuar-Hucac (Llora sangre)
una estatua de piedra a semejanza del hombre forjado por la fantasa de
Viracocha; a saber: color blanco rojizo y poblada la cara de barba,
aspecto noble y altivo, y aun ciertos pormenores con respecto a los
vestidos. Segn la tradicin, los hombres hechos al molde de la estatua
eran entes de superior naturaleza, y ellos los que deban subyugar el
imperio de Manco-Cpac.
Cabal, y por dems le pareci a Huaina-Cpac la filiacin de los
extranjeros dada desde Esmeraldas, y bien porque conceptuase llegado el
tiempo de la ruina de la patria, bien porque este motivo, aunque liviano
para otros, le causase una enfermedad; ello es que se sinti muy mal con
su salud, y dispuso que lo trajesen para Quito. Antes de salir de
Tomebamba recibi un tercer aviso, reducido a que los dichos extranjeros
se haban reembarcado y apartado de las costas, salindose la una nave mar
afuera, y tomando puerto la otra con unos pocos hombres en la isla Gallo,
algo ms al norte de la Tumaco.

-63Antes de pasar adelante con nuestra narracin, digamos quines eran estos
extranjeros, de dnde procedan, y cmo haban venido a dar con la tierra
de los Incas.

II

Para comprender con claridad lo que vamos a referir, es preciso recordar


que el mismo viejo mundo, al descubrirse el llamado Nuevo, apenas era
conocido desde los 70 de Lat. boreal hasta los 5 de latitud austral, y
desde los 20 de Long. occidental hasta los 100 de Long. oriental; y esto
merced a los viajes y peregrinaciones de los portugueses que, movidos de
un impulso religioso, acababan de hacerlas recientemente por esta ltima
regin. El mundo antiguo, con todo su saber de entonces, miraba todava
como fbulas las relaciones de Marco Polo y los viajes de los escandinavos
por la Groenlandia, y si el viejo mundo no haba podido penetrar la falta
del contrapeso que necesitaba el globo para no descomponerse, la Amrica
salvaje todava, y hasta brbara en su mayor parte, no conocindose ni
ella misma, estaba ms distante an de adivinar que hubiera otras tierras
fuera de los contrminos de su continente. Aun se cree que ni Coln mismo
pens nunca en que hubiera un nuevo continente, pues juzgaba slo, como
haban discurrido Aristteles, Marn de Tiro y otros antiguos, que los
confines de la India deban estar poco distantes de las costas
occidentales de la pennsula espaola.
Cmo se haba poblado la Amrica? Fue el extravo de algn bajel hebreo
el que, dejndose arrastrar de los vientos o la corriente de las aguas,
arroj a nuestras playas a los descendientes de No? Hubo tiempo en que
el ahora llamado estrecho de Behring fuese un istmo que, uniendo al Asia
con Amrica, brindaba ese paso para la propagacin del gnero humano?
Hubo tiempo en que los cabos Verde y San Roque se extendiesen por el
Atlntico -64- hasta el trmino de proporcionar rumbo fcil del frica
para Amrica, por medio de algunas islas o siquiera farallones
interpuestos entre estos dos continentes? Ha ms de tres y medio siglos
empleados en esclarecer y afirmar estas suposiciones, y siguen
discutindose todava y seguirn hasta la consumacin del mundo: y sin
embargo, es de creer que la inteligencia del hombre habr de confesarse
vencida y contentarse con decir -Slo Dios lo sabe!
No nos toca, pues, decir sino que el antiguo y nuevo mundo giraban como
giran dos planetas distintos, pero subordinados a un centro o sistema
comn, y que la resolucin de tal materia es un arcano. Nadie; nadie,
conoca nuestro continente tan antiguo como los otros, cuando se vio a un
hombre desconocido, de quien se sirvi Dios para llevar a cabo sus altos
designios, tenido por unos como impo y blasfemo que intentaba alterar las
verdades de la Biblia, por otros como necio aventurero que pretenda
desarreglar el mecanismo del cielo y de la tierra, y por otros como hombre
de gran talento pero visionario y loco, a quien no poda mirarse sino con

suma piedad; cuando se vio, decimos a ese hombre desconocido viajando de


Corte en Corte y ofreciendo a los soberanos un don que rechazaban con
frialdad y destemplanza. Un monje del monasterio de Rbida, Juan Prez de
Merchena, e Isabel, Reina de Castilla, dicha la Catlica, fueron de los
muy pocos que oyeron discurrir a ese impo, aventurero o loco, no slo con
inters, mas con entusiasmo; no slo como a ser de nuestra especie, mas
como a enviado de Dios, por cuyo conducto quera se completase el
conocimiento cabal de todo el globo. Las profundas y acertadas
meditaciones de ese enviado de Dios, Cristbal Coln, genovs de
nacimiento, fueron, pues, comprendidas al cabo de diecisiete aos de
fatigas, humillaciones y paciencia, y los Reyes de Espaa celebraron el 17
de abril de 1492 el tratado por el cual deba tomar Coln, a nombre de L.
L. M. M. Catlicas, la posesin de las tierras antpodas que, conforme a
los cmputos y previsin de tan osado navegante, no podan faltar en lo
que entonces se llamaba el vaco de los mares.
-65El 3 de agosto del mismo ao zarp de Palos en Andaluca, con ciento
veinte hombres, a lo ms, en las carabelas Santa Mara, la capitana,
Pinta y Nia y despus de dos meses nueve das de aburrimiento,
sediciones, amarguras y tormentos, pacientemente sostenidos y vencidos
contra la poca fe de sus incrdulos compaeros, a cuyos ansiosos ojos
desapareca hoy la tierra que ayer tenan la esperanza de pisar; la salud
al fin el 12 de octubre al amanecer. Coln se visti de gala con las
insignias de Almirante y Virrey, salt a tierra, se postr de rodillas y
la bes, en seal de reconocimiento a Dios, que haba mantenido la
confianza en l, y la firmeza de sus ideas y meditaciones. La isla que
pis, porque en este su primer viaje no descubri todava el continente,
la bautiz con el nombre de San Salvador, y es una de las que forman el
grupo de las Lucayas.

IV

Perfeccionada la obra de Coln, conocidas las costas de Mjico y bien o


mal establecidos unos cuantos espaoles en Venezuela, en Santa Marta y aun
en Cartagena, habales llegado a los moradores de Costa firme noticia,
bien que muy vaga, de que haca el sur haba un imperio civilizado,
opulento y grande, tal vez mayor que Mjico mismo. La noticia, por la
cuenta, la haban recibido de boca de los salvajes de Darien, y estos,
como es probable, la tenan desde que las conquistas de los Incas se
extendieron, como vimos, ms all de los antiguos lmites del Per.
Por 1509 se hallaba a la cabeza de la colonia de San Sebastin, fundada al
oriente del golfo de Uraba, el llamado Alonso de Ojeda, uno de los ms
audaces compaeros de Coln, quien, aburrido de estar constantemente
lidiando con los aguerridos salvajes de los contornos, y tal vez ms con
el hambre y el mal clima, sali en busca de las provisiones y refuerzos
que podan proporcionarle -66- otras colonias. Dej a sus compaeros

bajo las rdenes de Francisco Pizarro, el destinado por la Providencia


para una gran conquista, dicindoles que si no reciban auxilios hasta el
plazo de cincuenta das, se fueran donde quisiesen. Ojeda fue a morir
oscuro y pobre en Santo Domingo, los vveres no llegaron a San Sebastin
hasta despus de haberse vencido el plazo, y los colonos, reducidos a cosa
de cincuenta, estaban expuestos a morir de un da para otro. Contaban
apenas con dos navecillas estrechas, y se embarcaron, acomodndose como
pudieron: aun de estas desapareci la una, tragada por el mar; y la otra,
la que llevaba a Pizarro, como si dijramos a Csar, fue a dar a
Cartagena, donde se hallaba el bachiller Enciso, que haca de segundo de
Ojeda.
Impuesto Ojeda de los motivos que apartaron a los colonos de su asiento,
bien invocando su autoridad, bien seducindolos con promesas, hizo que se
volviesen a San Sebastin. Ya estaban al llegar cuando la nave dio en un
bajo, y luego advirtieron que sus casuchas haban sido reducidas a ceniza
por los salvajes, y que estos, con sus armas enherboladas, los aguardaban
en una playa inmediata. Todos pensaron prudentemente en volverse; pero
Vasco Nez de Balboa, destinado tambin para la inmortalidad, los alent
dicindoles que hacia el occidente de Uraba haba tierras cultivadas y
gente que no envenenaba las flechas. Dironse sus compaeros a partido, y
furonse de hecho a mejor suelo y clima, donde fundaron Santa Mara de la
antigua del Darien.
Balboa fue nombrado alcalde, juntamente con el llamado Zamudio, y despus
de la cada del gobierno y expulsin de Nicuesa y Enciso, libre ya de todo
competidor, se mostr muy digno de estar a la cabeza de los colonos.
Dotado de talento, de intrepidez, liberalidad y juventud, bien que
abandonado a los placeres y cargado de deudas, gozaba de popularidad e
influencia poderosa; y Balboa, oscuro hidalgo de Jerez, a quien lleg la
voz de la existencia del rico imperio de los Incas, por medio del hijo
mayor del Curaca Comagre, crey ser el llamado a conquistar la gran India,
tras la cual se haba -67- arrojado el descubridor del Nuevo Mundo.
Dominado de esta idea pidi a Espaa, por conducto del Gobernador de Santo
Domingo, un auxilio de mil hombres y mientras tanto emprendi algunas
correras sin provecho, y aun estuvo expuesto a morir a manos de los
brbaros o a ser presa de la codicia de sus propios compaeros.
Una vez se disfrazaron los salvajes de labradores, y le tendieron una
emboscada para asesinarle; mas la gallarda y despejo con que, lanza en
ristre, montaba en una yegua soberbia, de espanto para los indios, le
salvaron. Concertronse, en otra, unos cinco Caciques dispuestos a acabar
con cuantos castellanos encontrasen, y el amor de Fulvia, hermosa india
con quien tena comercio, hizo que se descubriera la conjuracin, que su
amante se apercibiera para la defensa, y fueran vencidos y muertos los
salvajes. Una sedicin capitaneada por el bachiller Corral fue tambin
descubierta a tiempo, y Balboa conociendo bien el estado de la colonia, se
sali de la Antigua en son de ir a cazar, y no volvi hasta despus de
algunos das, seguro de que a la vuelta haba de ser llamado como
necesario. Sucedi como haba previsto, pues los sediciosos, poco avenidos
entre s, fueron presos por los otros moradores del lugar, y todos a una,
llamaron a Balboa para que sostuviera el orden y tranquilidad pblica.
Despus de estos sucesos le llegaron ciento cincuenta hombres procedentes

de Santo Domingo, y el ttulo de Capitn General interino de las tierras


de su dependencia, con lo cual afirm su autoridad entre esa turba de
aventureros, a cual ms valientes, pero tambin a cual ms turbulentos; y
como por el mismo tiempo se le comunicaba de Espaa que iba a hacrsele
responsable de los daos causados a Enciso y de la muerte de Nicuesa, en
lo cual no tiene por que ingerirse nuestra narracin, procur apurar la
expedicin que preparaba para la gran conquista, sin reparar en la escasez
de los medios con que contaba. Entre la esperanza de adquirir inmarcesible
gloria, aunque llevando la vida jugada, y el temor de morir oscuro y ocaso
infamado en un cadalso, quien -68- quiera, por lebrn que fuese, haba
de preferir lo primero, cuanto ms Balboa que fantaseaba a sus anchas con
la posesin de ese imperio en que los muchachos jugaban con tiestos de
oro, segn el decir del hijo de Comagre. Embarcose, pues, con rumbo para
Coba el 1. de setiembre de 1513, con ciento noventa hombres escogidos,
algunos perros de batalla y unos mil indios para el servicio.
Fueron bien recibidos por el cacique Coba padre de Fulvia, y despus de
cinco das de descanso, y oda devotamente una misa pidiendo a Dios su
proteccin, echaron los expedicionarios por ese camino del istmo, no,
pisado hasta entonces por planta humana. Selvas impenetrables, ros
correntosos, cinagas, reptiles venenosos, clima ardiente y hmedo, plaga
de mosquitos, salvajes a quienes rindi Balboa, o, con quienes se colig
maosamente; todo, todo lo venci tan intrpido como sesuda capitn con su
previsin, valor, paciencia y ejemplos de sufrimiento y abnegacin.
Primeramente lleg a los dominios del cacique de Ponca, a quien sedujo con
obsequios de baratijas y promesas, recibiendo en cambio regalos de
cuanta, y ms que esto, el sealamiento de la altura de donde se divisaba
el mar Pacfico. Cuarecua, otro cacique, trat de atajar los pasos del
osado explorador, pero huyeron los salvajes a los primeros tiros, y a la
vista de los alanos que mand soltar Balboa. El pueblo fue entrado a saco,
y cincuenta brbaros, vestidos de mujeres que, al parecer, servan
infamemente como tales, fueron apedreados: sin compasin.
En la alborada del 26 de setiembre trepa Balboa la altura indicada por el
cacique Ponca, distingue con claridad las aguas del Pacfico, y arrebatado
de entusiasmo, se hinca de rodillas, como Coln, tiende los brazos hacia
el mar y derrama lgrimas de alegra. Luego, como si la inmensidad de las
tierras que iba a recorrer haba de medirse por la del mar, muestra a sus
compaeros los oleajes del ocano indicado por el hijo de Comagre, les
habla de los tesoros prometidos, y les pide no ms que -69- fidelidad.
Rodale su gente y le abraza con ternura, y al entonar el sacerdote,
Andrs Vera, el Te Deum laudamus, se arrodillan todos y dirigen a Dios los
ms entraables agradecimientos. Levantan luego una cruz en seal de su
triunfo por estas desconocidas tierras, y graban los nombres de Fernando e
Isabel, para decir que tomaban posesin de ellas a nombre de sus
soberanos. An subsistan vivas por esos tiempos las prendas de los
cruzados y caballeros andantes, y no hay que extraar por qu, cuanto
concierne a la conquista de Amrica, vaya engalanado con los dibujos del
novelista o con las acciones caballerosas, desconocidas en nuestros
tiempos.
Vencida la resistencia que opuso el Curaca Chiapes, morador de las costas
del Pacfico, y asegurado diestramente Balboa de la amistad del indio,

fund el pueblo que tom por nombre San Miguel, y entrndose un da en las
aguas del mar, espada en una mano, y en la otra la imagen de Mara y las
armas de Castilla; Vivan, dijo, los altos y poderosos Reyes de Castilla!
Yo, en su nombre, tomo posesin de estos mares y regiones y si algn otro
prncipe, ora cristiano, ora infiel pretendiese algn derecho a ellos,
estoy pronto y dispuesto a contradecirle y defenderlos. Cuantos estaban
presentes se unieron a este juramento, se tom razn de l, reducindole a
una acta escrita, y se hicieron todos esos actos que, conforme a la
legislacin espaola, constituyen el hecho legal de haber entrado en
posesin de alguna cosa raz.
Hecho as el descubrimiento del Pacfico, y confirmada la voz de la
existencia del opulento reino situado al medio da de San Miguel, se
volvi Balboa para la Antigua, pasando, cierto, si no mayores, iguales
trabajos por un nuevo y largo camino; pero rebosando de contento, cargado
de oro y perlas, y con la esperanza de exceder en fama aun a Coln mismo.
Castellanos y salvajes, juntamente, se rindieron a la influencia de su
numen y ventura, y le miraban todos con amor y con respeto; los primeros,
dominados por su intrepidez y bondad de carcter; los otros, porque vean
en Balboa, ms -70- bien el protector, que no el conquistador y
asolador de sus hogares, como generalmente fueron sus compaeros.
Gustbale, como a Huaina-Cpac, obtener ms bien alianza con maa y
persuasiva, que no victorias con que dejar ensangrentado el suelo que
pisaba.
Balboa despach, por marzo de 1514, una embarcacin para Espaa con el fin
de que llevase la noticia del descubrimiento que acababa de hacer, las
muestras de los ricos objetos tomados para ac del istmo, y la solicitud
de un ttulo con que ponerse a la cabeza de la expedicin contra el Per.
Haca por entonces de Gobernador del Darien don Pedro Arias Dvila, dotado
en verdad de buenas prendas guerreras, pero de genio spero y de mal
corazn, y haba recibido de la Corte la instruccin de que residenciase a
Balboa. Pedrarias Dvila como dieron en llamarle los escritores de la
conquista, haba ofrecido tambin a la Corte encargarse de la conquista
del imperio que an estaba por descubrirse, y a pesar de cuanto se deba a
Balboa, la empresa continu a cargo de Pedrarias. Como en Espaa se
hubiesen exagerado hasta no poder ms las riquezas que ofreca la
conquista, banse reuniendo en Sevilla da a da unos cuantos jvenes de
los ms distinguidos, y se llegaron a contar hasta ms de mil quinientos.
Aun el mismo Rey Fernando, que no pudo dejar de acalorarse con tan
brillante proyecto, emple cincuenta y cuatro mil ducados en la armada que
deba venir, como vino en efecto, y lleg al golfo de Uraba en julio del
mismo ao. Entre los que trajo la flota vinieron el padre franciscano
Quevedo, como Obispo de Darien y consejero de Pedrarias, el licenciado
Gaspar Espinosa como alcalde mayor, y unos cuatro oficiales para la
administracin de las rentas reales.
Tan luego como Pedrarias fue informado de cuanto deseaba saber con
respecto a Balboa, comenz contra este el juicio de residencia, y muy
pronto el descubridor del Pacfico se vio reducido a la mendicidad, y aun
expuesto a ser cargado de grillos y envido para Espaa. Si por -71entonces no subi a tanto su desgracia, lo debi a la influencia del
Obispo, y a la proteccin de la Gobernadora. Bien pronto, asimismo, se

introdujeron en la Antigua el hambre y la discordia, y cuando antes, bajo


el gobierno de Balboa, se viva en la abundancia y con alegra, ahora
comenzaban a faltar hasta las raciones, y en vez de seguirse con los
descubrimientos y las conquistas, se enredaron los colonos en pleitos a
cual ms ruines. Quin mataba el hambre de algunos das, despojndose de
sus ricos vestidos a trueco de unos pocos granos de maz; quien cargando
lea del vecino bosque, quin se mantena con la yerba y races de los
campos, y hasta hubo quien muriera por falta de alimento en medio de la
calle. Cundieron las enfermedades, no hubo da en que no muriesen veinte,
cuando menos, y hasta hubo mes en que perecieron setecientos.
Los indios, antes avenidos y conformes con Balboa, viendo ahora
desacatadas las alianzas, y expuestas sus personas y propiedades, se
levantaron de concierto en globo y vencieron en muchos combates; y los
espaoles, reducidos al mbito de la Antigua, tuvieron que fortificarla
para no perecer todos a manos de los salvajes.
La fama de las hazaas de Balboa y los magnficos obsequios que envi a
los Reyes haban llegado por fin a Espaa, y le vino el nombramiento de
Gobernador de las provincias de Panam y Coba y Adelantado del mar del
sur que descubri. Pedrarias ocult los despachos, y no le fueron
entregados a Balboa sino cuando los denunci el Obispo desde el plpito en
que predicaba. Y aun a pesar de estos ttulos, todava estuvo expuesto a
ser metido en una jaula de madera por haber pedido auxilios a Cuba y
recibdolos sin conocimiento de Pedrarias. El buen Obispo Quevedo le salv
de nuevo, aunque nunca pudo impedir que se confiase al capitn Morales una
expedicin hecha a la isla de las Perlas, que debi ser dirigida por
Balboa.
Morales se apoder fcilmente de la isla; pero aburridos los salvajes de
las crueldades que ejercan los expedicionarios, -72- acabaron con
parte de estos y los dems se salvaron, Dios sabe cmo, despus de muchos
padecimientos. En las Perlas se confirm la noticia de ese imperio
opulento asentado al medioda, y acaso desde entonces Francisco Pizarro y
Diego de Almagro, que tambin pertenecieron a la expedicin de Morales,
cobraron la esperanza o, cuando menos, discurrieron que ellos podan ser
los que haban de descubrirlo y conquistarlo.
Los resultados de la expedicin, la repeticin de tamaa noticia y el
renombre de Balboa, considerado como el nico capaz de llevar al cabo
semejante empresa, sugirieron al entendido Obispo la idea de persuadir al
Gobernador del Darien que diese la mano de una hija suya al Adelantado
Balboa, y que, vinculado ya con los lazos de familia, le confiase el mando
de esta nueva expedicin. Pedrarias y su esposa vinieron en ellos, y como
la novia estaba en Espaa, se celebr el matrimonio por poderes.
Elevado as Balboa al puesto que le era tan merecido, diese al punto a
preparar cuanto necesitaba para la empresa, y es de admirar cmo su
ingenio pudo vencer las dificultades de trasportar del Atlntico al
Pacfico las jarcias de las embarcaciones. Arreglada la flota, compuesta
de cuatro naves y trescientos hombres, se fue para las Perlas, y de aqu
se vino con rumbo para el sur hasta el riachuelo Ambre, ms ac del golfo
San Miguel. Un grupo inmenso de ballenas que por la noche se acerc a la
flota, le hizo creer que sera algn fenmeno del desconocido mar, y le
oblig a pegarse a la costa; y a la maana siguiente, descubierta la

verdad a la luz del da, y cuando pensaba seguir adelante, sobrevinieron


vientos contrarios, y se volvi, en mala hora, para hacerse de otras
embarcaciones que haba dejado construyndose a su salida.
Algo de bajos celos que aun dominaban a Pedrarias a causa de la nombrada
de su yerno que segua en incremento, enconos producidos por los amores
que conservaba -73- este con Fulvia, en agravio de la novia, de quien
al parecer no se acordaba el marido, y la denuncia que hicieron al
Gobernador de que Balboa pensaba sustraerse a la obediencia, cuando, a lo
ms, la resolucin suya estaba limitada a dar la vela, en el caso que el
nuevo Gobernador, cuya venida se haba anunciado, opusiese nuevos
obstculos a la expedicin determinaron a Pedrarias a librarse de su
ilustre yerno. Hzole llamar con tal objeto, y Balboa, a cuya elevada alma
no poda ocurrirle el lazo que le tenda el suegro, se present
confiadamente al llamamiento, sin sospechar cosa ninguna. Fue aprehendido
quin haba de decirlo! por el que deba eclipsar su gloria, por
Francisco Pizarro, y seguida brevemente la causa que instruyeron, se le
declar culpable de traicin, y sali condenado a muerte.
El juez de la causa intercedi por el condenado, protestando que no
ejecutara la sentencia si no se lo ordenaban por escrito, y el indigno
suegro envi escrita la orden.
Balboa apel de sentencia a la Corte, y tambin le fue negado este
recurso. Todo fue en vano contra el destino perseguidor de los grandes
hombres, y en 1517 rod cortada la cabeza del hroe y fue luego clavada en
una picota.
Cinco aos transcurrieron sin que en este tiempo hubiera uno que se
expusiese a explorar el mar del sur, de cuyas aguas y costas se haban
formado malsimas cuanto equivocadas imaginaciones, cuando Pascual
Andagoya, Regidor de Panam, recientemente fundada, tom a su cargo la
empresa. Embarcose en junta de unos cuantos aventureros que soaban con
las riquezas de los pueblos que venan a conquistar, y siguiendo el rumbo
trazado por Balboa, toc en el Ambre y, segn la narracin de su viaje,
aun avanz hasta el ro San Juan, el que se comunica con el Atrato,
recibiendo ya noticias ms claras del Emperador del Cuzco. Pero enfermo o
de miedo, ello es que no pas de este punto, y se volvi para Panam.
-74Algn tiempo despus se encarg otra expedicin al capitn Basunto, que
tampoco se verific por haber muerto antes que estuviera completamente
aparejada.

Creciendo ms y ms, a medida que avanzaba el tiempo, haban ido los datos
que se recogan acerca de ese reino rico, civilizado y floreciente que se
pensaba descubrir y conquistar, y ya por 1524 no haba, como poner en duda
su existencia. Por entonces residan en Panam, Hernando de Luque, Vicario
de esta ciudad, hombre de influencia en el gobierno de Pedrarias; Diego de

Almagro hijo de un labrador, cristiano viejo, sin mezcla de sangre mora ni


juda, segn Oviedo, hombre guapo, de genio violento y liberal hasta serlo
de sobra; y Francisco Pizarro, otro valiente a quien hemos visto ya
asomado en las expediciones anteriores. Este Pizarro, hijo de Trujillo, en
la provincia de Extremadura, tena por padres al coronel Gonzalo Pizarro,
de acreditada reputacin en las guerras de Italia, y a Francisca Gonzlez,
mujer de condicin humilde; y la educacin del nio haba sido tan
descuidada, que no saba leer ni escribir. Tan mala fue su suerte al
comenzar la vida que su ocupacin principal haba sido la de porquerizo, y
aun es lengua que, cual Rmulo a una loba, Pizarro tuvo a una puerca por
nodriza.
Las maravillas del Nuevo Mundo y la exageracin con que las pintaban
constituan la materia nica de las conversaciones en las ms de las
ciudades de Espaa, y Pizarro, joven de imaginacin ardiente, genio
soberbio y pasiones exaltadas, oa referirlas con ansiedad, y andaba tras
la ocasin que le fuera favorable para escaparse de la casa de sus padres,
pasar a Sevilla donde se embarcaban los que venan para Amrica, y buscar
aqu una ocupacin que fuera conforme con su carcter e inclinaciones.
Parece que su venida se efectu en 1510, y -75- de luego a luego sent
plaza de soldado bajo las rdenes de Ojeda cuando su expedicin para
Uraba. Ya vimos la confianza que Ojeda tuvo en Pizarro, puesto que, al
separarse de San Sebastin, dej la colonia bajo sus rdenes, y vimos,
asimismo, como perteneci a la expedicin de Balboa al atravesar el istmo.
Despus de la muerte del descubridor del Pacfico, Pedrarias ocup a
Pizarro en unas cuantas expediciones que, si no de provecho ni honra,
sirvieron como escuela prctica para acostumbrarle a las privaciones,
sufrimientos y peligros. Yendo y viniendo, como capitn o subalterno,
Pizarro frisaba ya con los cincuenta aos, y apenas era dueo de una corta
porcin de tierras en las inmediaciones de Panam, cosa que no poda
contentar su codicia, ni reprimir el vuelo de su fantasa que le llevaba a
otras regiones.
Al regreso de Andagoya con su expedicin, le vinieron las tentaciones de
ponerse l a la cabeza de otra, pero como no tena dinero para los gastos,
y viese que Luque y Almagro participaban de las mismas tentaciones, se
convinieron entre los tres en que, concurriendo, juntos con sus caudales,
escassimos por cierto los de Pizarro y Almagro, y tamao el de Luque,
tomara el primero el mando de la expedicin, y el otro equipara las
embarcaciones y las surtira de bastimentas. Es de advertir que Luque slo
fue persona supuesta del licenciado Gaspar Espinosa, el Alcalde mayor.
No fue difcil obtener el consentimiento de Pedrarias, pues, en el decir
de algunos escritores, tambin l iba a la parte en el contrato; y
Almagro, aunque bien entrado en aos, obr con tanta diligencia y
actividad, que al andar de poco tiempo estaban ya listas dos naves
pequeas, provistas de lo necesario, y de cien hombres de esos que,
contando con la buena ventura, se arrojan osados a la mar. Pizarro se puso
a la cabeza de ellos y sali de Panam por noviembre de 1524. Almagro
deba seguirle despus, tan luego como estuviese lista la otra de las dos
embarcaciones compradas.
-76-

Pasado el puerto de Pias hacia el sur, el buquecillo de Pizarro entr en


las aguas del ro Bir, que al parecer fue el que vino a dar el nombre
corrompido de Per al reino de los Incas. Pizarro desembarc a orillas de
este ro dos leguas arriba por explorar y descubrir algo, pero tierra,
selvas y clima todo era spero, y tuvo que salirse pronto y dejarse
arrastrar con rumbo siempre al sur. Sobrevino luego una tormenta de diez
das de la cual escaparon los expedicionarios merced a esos esfuerzos que
sugiere la desesperacin en tales trances: para colmo de males comenzaron
a escasear los vveres, porque no tenan donde renovarlos, y el suelo en
que desembarcaban, cuajado de espesos bosques o de playas desnudas, no les
ofreca ningn consuelo, cuanto ms esperanza de mejorar la suerte. La
soledad y el silencio de los desiertos los desesperaba, el hambre
comenzaba a apurar, y todos, quejndose a voz en cuello del engao que
haban padecido, pidieron a Pizarro que los volviese para Panam. Aqu fue
de ver el nimo esforzado de este capitn, aqu su bien decir y perorar,
para calmar a los medrosos y contener la sedicin, porque volver mohno y
maltrecho a Panam, sobre ir a ser objeto de la burla de los malquerientes
y envidiosos, era enterrar para siempre su reputacin. Convnose con todo,
en enviar su buquecillo con parte de la gente a la isla de las Perlas,
para que se hiciese de vveres y se volviese ms bien provista.
Psose, entre tanto, a explorar el suelo que pisaba por dar con algn
aliento humano, pero nada; la misma soledad, la misma aspereza; algunos
mariscos con que matar el hambre de un da, hojas y races amargas para
los siguientes, y a veces otras venenosas que los mataban. Vencanse los
das y vencanse las semanas, y ese buquecillo que poda sacarlos de tan
desesperada situacin no pareca, y an los que antes haban resistido con
nimo esforzado, ahora se confesaban vencidos; pues, muertos ya ms de
veinte de los que se quedaron con Pizarro, vean como inmediato el turno
que deba llegarles. Slo Pizarro, padeciendo y sufriendo lo mismo que
ellos, compartiendo de lo suyo, y haciendo de enfermero -77- y
consolador espiritual, se mostraba, ostensiblemente, ms que sereno, con
la esperanza de librarlos de tan tremendos conflictos.
Y cierto que la Providencia no los desampar en estas circunstancias,
porque en una de tantas desconsoladas noches vino a alumbrarles el rayo de
una lucecilla, que se dej entrever por en medio de la espesura de las
selvas. Siguieron su direccin con ansia, y dieron con un pueblecillo de
indios, miserable en verdad, pero habitado al fin por humanas criaturas.
Los indios huyeron al ver tan extraa gente, pero observando que no les
hacan dao, se les acercaron y preguntaron lo que buscaban. No sabemos
como se dieron a entender ni los unos ni los otros; mas ello es que los
indios les dijeron que, lejos de andar vagando por tierras desconocidas,
cultivasen las suyas que estaban a su disposicin. Por dems saludable era
el consejo para otros que no hubiesen dejado su familia y patria por el
cebo del oro; mas los indios cargaban este metal y con slo esto los
extranjeros confirmaron la noticia de ese imperio que buscaban y poco
deban importar entonces los riesgos a trueque de apoderarse de l, y
adquirir riqueza, renombre y gloria.
Por fin, Montenegro, el que haba hecho de comandante del buque enviado
para las Perlas, asom a las seis semanas bien provisto de vveres, y
fcil es hacerse cargo de la alegra con que le recibieron. Pizarro, sin

perder tiempo, reembarc a su gente y sigui el rumbo hacia el medioda;


pero siempre tierra a tierra, no arriesgando salir mar afuera, bien por
que en medio de su intrepidez no poda navegar confiadamente por mares
desconocidos, bien porque tema que separndose de las costas dejara
acaso escapar un reino, provincia o pueblo de esos que haba forjado su
codiciosa fantasa. Pasando y pasando al sur, dio con tierras, si no del
todo descubiertas, menos tupidas de malezas, y desembarc inmediatamente
con algunos hombres. Se intern un poco a lo interior, encontr un pueblo
corto, cuyos habitantes huyeron al verle, y encontr tambin un buen
acopio de -78- maz y otros alimentos, muchas alhajas de buen oro y,
lo que no esperaba ver, algo de carne humana como dispuesta para celebrar
un festn. Creyeron los espaoles haber venido a dar con una tribu de
caribes antropfagos, y se tomaron el oro y piedras preciosas que
encontraron, y se volvieron corriendo para su buque.
Aun pasaron los expedicionarios por las angustias de una nueva tormenta, y
sin embargo preferan morir en las aguas antes que en las tierras agrias e
inhospitalarias, que no slo les negaban el sustento, mas tambin los
exponan a perecer comiendo yerbas mortferas. El perspicaz ojo de Pizarro
alcanz a distinguir en un punto de las costas que atravesaba unas como
calles abiertas por los bosques que cubran el suelo, y resolviendo
acertadamente que deba haber alguna poblacin, se desembarc con la mayor
parte de la gente con el objeto de explorarla. En efecto, andando a vuelta
de una legua, dio con un pueblo mayor que los anteriores y defendido por
empalizadas, pero desamparado, por que los habitantes haban huido.
Recorridas algunas casas, encontraron los espaoles provisiones abundantes
y unos pocos adornos de oro, de que se apropiaron sin escrpulo ninguno.
Como el buque haba recibido algunas averas con la tormenta, pens
Pizarro enviarlo a Panam para que se reparase, y establecer, mientras
volva su cuartel general dentro de la poblacin. Pero antes de esto
destac a Montenegro con algunos hombres a que reconociese las
inmediaciones, y entablase, si era posible, conexiones con los indios.
Estos, que eran belicosos y no haban perdido un solo movimiento de los
extranjeros, estaban ya preparados a caer sobre ellos, y tan luego como
los vieron divididos cayeron en efecto disparndoles una lluvia de flechas
y otros proyectiles. Asombrados los espaoles de ver a esos indios
desnudos del cuerpo y pintados con manchones rojos, blandiendo armas como
guerreros entendidos, no dejaron de confundirse, y ms al ver tendidos de
los suyos tres muertos y varios heridos. Su confusin, no obstante, dur
muy poco, y devolvieron a los -79- indios una descarga de ballestas, y
cargndoles espada en mano los ahuyentaron hacia las selvas; bien que no
del todo corridos sino como astutos, pues dejando a la partida de
Montenegro entre lo intrincado de ellas, se volvieron ufanos contra
Pizarro. Por fortuna, no se hallaba este desapercibido, y saliendo con su
gente contra los indios, los carg impetuosamente, y ellos, calando que
era el capitn por su aire de autoridad, asestaron todos las tiros contra
l, de modo que, a pesar de su armadura, recibi siete heridas, bien que
leves. Retirbase defendindose con denuedo, cuando resbal y vino al
suelo, y los indios dieron el alarido del triunfo y aun se le acercaron
algunos para acabar de matarle. Pizarro se levant al instante, mat a dos
con su esforzado brazo, y contuvo as a los dems hasta que llegaron los

suyos a defenderle. En esto lleg tambin Montenegro por la retaguardia de


los indios, cerr con ellos y los dispers.
Era la primera vez que los espaoles haban encontrado resistencia entre
los indios de estas costas, y conceptuando que no era prudente mantenerse
con tan pocos en medio de un pueblo belicoso, resolvieron volverse a
Panam. Poco era lo que se haba adelantado con esta expedicin; pero
Pizarro discurri que tambin era bastante para comprender la importancia
de la empresa. Volviose, pues; desembarc en Chicam, y envi a su
tesorero Livera con cuanto oro haba recogido a que diese al Gobernador
cuenta circunstanciada de sus descubrimientos.

VI

Entre tanto, Almagro, que, auxiliado por Luque, haba equipado una
carabela con sesenta o setenta hombres, y salido tras su compaero, se
vena para el sur visitando paso a paso cuantos puntos recorriera Pizarro,
mediante ciertas seales que en los rboles o peascos haba este dejado
puestas. Toc al cabo en el ltimo, -80- donde Pizarro se vio en la
necesidad de combatir, y Almagro encontr tambin la misma disposicin en
los indios, bien que sin atreverse a salir de sus atrincheramientos.
Almagro, disgustado con este obstculo, tom el pueblo por asalto,
incendi pueblo y empalizadas juntamente e hizo que sus habitantes fueran
a guarecerse entre las selvas. Su victoria, no obstante, le cost un ojo,
por que herido de un dardo en la cabeza, le caus una inflamacin que por
remate le dej tuerto.
Aun mal parado as, continu el intrpido Almagro recorriendo otras costas
hasta meterse en las aguas de San Juan, mucho ms ac del puerto en que
haba tocado su socio. Las mrgenes bien cultivadas de este ro, y unas
cuantas casuchas ya de alguna construccin artstica, le hicieron
comprender que sus habitantes estaban a un grado mayor de civilizacin que
los visitados atrs, y habrase resuelto acaso a conquistarles si no le
tuviera inquieto la suerte de Pizarro, de quien no pudo adquirir noticia
alguna. En su decir, o se lo haba tragado el ocano o tenido que volverse
a Panam, e inclinndose ms bien a esto, encamin su navecilla para el
norte. Fue a dar en las Perlas, donde lleg a saber los resultados del
viaje de su amigo, y parti inmediatamente a Uricam para verse con l,
abrazarse y referirle sus aventuras, oyendo en seguida las del otro.
Almagro haba recogido ms oro que Pizarro, y adquirido mayores datos de
ese Per que tena trastornadas las cabezas, y sus nimos se alentaron
ms, resolvindose antes a morir, que a desistir de empresas tan
lisonjeras cuanto gloriosas.

VII

Si antes el Gobernador Pedrarias haba accedido fcilmente a la empresa de


los tres asociados, ahora por avaricia u otros motivos se neg
abiertamente a consentir en que se emprendiese una segunda expedicin, y
-81- nadie puede saber para quien otro se hubiera reservado esta gloria,
a no ser por la conocida influencia de Luque, cuya sagacidad le hizo
penetrar, por los informes de los expedicionarios, la seguridad del
imperio que buscaban y los proyectos que iban a granjearse. Adems, se
venci la obstinacin de Pedrarias con la seguridad, que los asociados le
dieron, de que le pagaran mil pesos en oro en recompensa de su
consentimiento; estipulacin mezquina que deja patente la avaricia del
Gobernador.
Vencido este inconveniente, procedieron los asociados a otorgar el
documento solemne que haba de asegurar los derechos de cada uno de los
tres. Principia invocndose los nombres de la Santsima Trinidad y de la
Virgen, y se comprometen a dividirse por partes iguales el territorio que
conquistasen los dos capitanes, porque iban a exponer su vida, y Luque por
haber proporcionado los fondos hasta la suma de veinte mil pesos en barras
de oro.
De luego a luego principiaron los dos capitanes a hacer los preparativos
de la expedicin.
Compraron dos embarcaciones grandes, se hicieron de provisiones por mayor,
e invitaron por medio de pregones a que se presentasen cuantos quisieran
pertenecer a ella. La traza con que haban vuelto los primeros
expedicionarios y lo menoscabados que fueron, no eran para alentar a
otros; mas, como tampoco faltaban ociosos que andaban rastreando las
ocasiones de enriquecerse, se presentaron hasta ciento sesenta hombres, la
mayor parte de los mismos que salieron la vez primera. Comprronse tambin
algunos caballos y pertrechos de lo mejor que entonces pudo hallarse en
Panam.
Dueos de estos elementos, Pizarro en un buque y Almagro en otro, salieron
de esta ciudad encaminados por Bartolom Ruiz, piloto ya bien acreditado
en la navegacin del mar del sur. Abrindose mar afuera y navegando en
mejor estacin que la primera vez, entraron bien pronto en el ro San
Juan, y desembarcando Pizarro, con algunos hombres, cay de sobresalto
contra -82- los habitantes de un pueblo asentado a sus orillas y se
apoder fcilmente de algunos indios y de un considerable nmero de
alhajas de oro.
El deseo de engrosar la expedicin hizo reflexionar a los capitanes que,
enviando a lucir este oro en Panam, se presentaran otros y otros a
entrar a la parte con ellos, y como los indios prisioneros le asegurasen
que hacia lo interior haba tierras descubiertas y cultivadas donde podan
proveerse abundantemente, resolvieron que Almagro se volviera a Panam con
el tesoro, que Pizarro con la mayor parte de las fuerzas se quedara donde
estaba, y Ruiz se adelantara a reconocer las costas del sur.
Ruiz vino a dar a la isla Gallo, cuyos habitantes, sabedores ya de la
aparicin de los extranjeros, estaban prevenidos para recibirlos, como
enemigos. El encargo de Ruiz no era el de acometer, sino simplemente el de
explorar, y as, desentendindose de los indios de Gallo, se dirigi a la

costa y toc en la baha que llamamos San Mateo, E. N. E. del


desembocadero del Esmeraldas. Sembrados, casuchas y espectadores que
contemplaban curiosos y abismados la nave de Ruiz, le hicieron comprender
que haba dado ya con poblaciones ms importantes por su nmero y cultura.
No quiso desembarcar, como pudiera hacerlo, porque los indios no
manifestaban intencin ni actitudes hostiles, sino que, volvindose al
mar, fue a dar con una balsa grande en que navegaban unos cuantos indios e
indias, engalanados todos con riqusimos adornos de oro y plata de
exquisita labor. Por la cuenta, eran comerciantes que vivan traficando
con los pueblos costaneros, y lo que ms llam la atencin de Ruiz fue un
tejido fino, primorosamente bordado con figuras de pjaros y flores, y
teido de brillantsimos colores. El piloto contempl con asombro el grado
de cultura en que estaban estos indios, y por ellos mismos fue informado
de que en Tumbes haba grandes rebaos, productores de la lana con que se
hacan esos tejidos, oro y plata en el palacio de su Rey, y muy excelentes
maderas en los bosques. Ruiz detuvo a algunos de -83- los indios,
entre ellos dos de Tumbes, para que refiriesen a su jefe los mismos
pormenores, y dej que los restantes continuasen el rumbo que llevaban. En
cuanto a l, sigui hacia el sur, dobl el cabo Pasado algo ms ac de la
lnea equinoccial, y luego, cambiando el rumbo de sur a norte, fue a verse
con Pizarro y sus compaeros en el lugar que los haba dejado.
Pizarro, mientras tanto, se haba metido a lo interior tras las tierras
cultivadas de que le hablaron los indios del San Juan; haba corrido mil
peligros al atravesar los bosques y las colinas, que iban agrandndose a
medida que avanzaba; perdido unos cuantos hombres, y vultose luego para
la costa a sufrir el hambre y los mosquitos que devoraban a sus soldados.
Todos desmayaban y slo Pizarro, haciendo frente a los peligros, tan lejos
de abatirse, consolaba y animaba a sus compaeros.
En esto volvi Ruiz con la noticia de tan deslumbradores descubrimientos,
y poco despus Almagro con su nave cargada de bastimentos y un
considerable refuerzo de gente que montaba a cosa de ochenta. El viaje de
Almagro haba sido feliz, y aunque al principio temi que el nuevo
Gobernador, don Pedro de los Ros, pusiese embarazos para el seguimiento
de la empresa, despus, no slo obtuvo su aquiescencia, mas tambin sus
felicitaciones.
La llegada del refuerzo de gente y de buenas provisiones de boca hizo
olvidar a los compaeros de Pizarro todas sus desventuras, y ahora
estimulados por la esperanza de entrar en ese imperio misterioso, del cual
se hacan lenguas para pintar sus maravillas, pedan a Pizarro que los
llevase adelante, cuando unos das atrs le empeaban quejosamente a que
los volviese a Panam.
Vientos contrarios y tempestades fuertes que sobrevinieron despus de
haberse hecho a la vela, los obligaron a recalar en la isla Gallo,
conocida ya por Ruiz. Los indios no parecieron, porque seguramente
alcanzaron a ver el gran nmero de enemigos, y permanecieron estos quince
das reparando las averas de los buques, y descansando -84- de las
fatigas causadas por tan mala navegacin. Pasado este trmino se
dirigieron a la baha de San Mateo, donde confirmaron los informes dados
por el piloto, y luego a Atacames, ciudad grande y con calles, con
poblacin numerosa y con mujeres que ostentaban lujo con el oro y piedras

preciosas que cargaban. Con pasmo, ms que con deleite, contemplaban los
espaoles esta primera ciudad del imperio que se presentaba a su vista,
del imperio que tal vez los ms no lo crean sino forjado por la codicia o
la imaginacin de los aventureros.
Los indios no parecieron intimidarse, ni con los buques ni con los hombres
que encerraban; antes unos cuantos guerreros embarcados en sus canoas,
dieron vueltas al rededor de las naves, como desafiando con sus miradas.
Hasta se present un cuerpo de ejrcito como de diez mil guerreros, que
manifestaban estar dispuestos a venir a las manos; y este aparato dio
lugar a que se celebrase un consejo de guerra entre los capitanes
espaoles. Pueblos y ciudades que haban venido descubriendo al paso que
avanzaban, guerreros afamados que disponan de tantas tropas, y sometidos
a la regularidad y poder de un gobierno establecido; no podan, a su
juicio, vencerse con tan poca gente, y muchos opinaron que no deba
acometerse empresa tan superior a sus fuerzas. Pero volverse, sin haber
tentado cosa ninguna es vergonzoso, deca Almagro, es arruinarse; volver
habiendo dejado tantos acreedores en Panam es entregarse a discrecin de
ellos; es ir a la crcel; y vale ms vagar libre en los desiertos, por
acabar la vida con grillos en los calabozos de esa ciudad. Propuso, pues,
que Pizarro se quedase en lugar seguro con parte de las fuerzas, y que l
ira de nuevo a Panam en busca de refuerzos.
Esto, respondi Pizarro, debe ser muy bueno para el que va cmodamente de
un puerto a otro en su buque, mas no para el que se queda lidiando en los
desiertos contra los hombres y elementos. Almagro replic acaloradamente
que si no haba otra dificultad, se quedara con los valientes que
quisiesen acompaarle; y as, de -85- rplica en rplica, se fueron
ms y ms, hasta el trmino de haber ya sacado sus espadas para reir. Por
fortuna, se interpusieron Rivera y Ruiz y los calmaron, cortando as una
disputa y resultados que habran sido en desdoro de ambos y de vergenza
para todos los expedicionarios.
Procedieron, pues, a una reconciliacin, si puede llamarse tal la que slo
es aparente, y, adoptado el proyecto de Almagro, se convinieron en que
volvera este para Panam, y establecera el otro su cuartel general en
lugar seguro. Escogiose, despus de bien reflexionado, la pequea isla de
Gallo como lugar ms aparente, as por su distancia de la costa, como por
ser pocos sus pobladores. Esta resolucin exasper el nimo de los
soldados, principalmente de los destinados a quedarse con Pizarro, cuyas
amargas quejas las elevaron hasta los cielos; pero se llev adelante lo
dispuesto, y se fue el un capitn para Panam, y el otro para Gallo.
Tales fueron los hombres, cuya aparicin en nuestras costas se comunic a
Huaina-Cpac y tales los antecedentes con que haban asomado. Volvamos
ahora a ocuparnos en tratar del Inca y de las ocurrencias domsticas.

VIII

Huaina-Cpac, segn vimos en su lugar, recibi en Tomebamba la noticia del

asomo de los extranjeros por las costas del imperio, y de cmo, habindose
apartado de estas una de las naves, fue a fondear la otra en la isla
Gallo. Resuelto ya, desde el segundo aviso que recibi acerca de la
aparicin de ellos, a volverse para Quito, emprendi efectivamente el
viaje y lleg a esta ciudad demasiado enfermo. Vanos fueron los esfuerzos
que se hicieron para reparar su salud, y la muerte se le aproximaba de da
en da. El mismo conoci la proximidad -86- de ella, y convencido de
esto convoc a los grandes y seores de la Corte, y dict su testamento a
presencia de ellos con las formalidades acostumbradas por los Incas.
Declar a su primognito Huscar heredero del antiguo imperio del Cuzco, y
a Atahualpa heredero del reino de Quito, cual lo haban posedo sus
abuelos maternos; divisin debida al tierno amor que a este profesaba,
pero mal meditada y contra todas las reglas de la poltica, que contribuy
a facilitar la conquista de un pueblo elevado por s mismo a la
prosperidad y grandeza que haba alcanzado.
Muri a lo que parece, por diciembre de 1525; y terminadas las exequias
que Atahualpa las hizo celebrar con una pompa digna del padre que perdi,
se deposit el corazn de este, conforme a lo dispuesto, en un vaso de
oro, y se lo coloc en el templo. El cadver fue llevado al Cuzco en
hombros de ms de mil vasallos que se remudaban a cada dos millas del
camino.
1525. Atahualpa se coron con cuanta solemnidad era imaginable,
sirvindose, segn el rito seguido por sus mayores, del smbolo de la
esmeralda. Subi al trono cuando ya tena de su primera mujer,
Mama-Cori-Duchicela, que era su hermana paterna y prima, algunos nios
tiernos, como Hualpa-Cpac (Huallpa-Cpac), el primognito, de tres aos
de edad. Los vasallos celebraron el advenimiento de Atahualpa con
indecible entusiasmo, viendo de nuevo el trono que rega en su patria
ocupado por un soberano de la misma estirpe de los Scyris.
Huscar y cuantos vasallos suyos hubieran querido, como era natural, que
no se dividiese tan vasto imperio, lo sintieron vivamente; mas por el
pronto se vieron en la necesidad de conformarse con la voluntad y
disposicin de Huaina-Cpac, y mantener la concordia mientras no se
presentara ocasin de alterarla.
Por 1529 muri Chamba, Cacique principal que gobernaba a los caares como
virrey. Chamba, decidido amigo de Atahualpa, y testigo de las
disposiciones testamentarias -87- de su padre, haba sido uno de los
primeros que le reconocieron como a sucesor y legtimo soberano. El hijo
de Chamba, Urco-Colla, instigado por los caciques inferiores de la
provincia, muy adictos al gobierno de los Incas, recurri segn la
costumbre que haba para la confirmacin de un cacicazgo, no al Rey de
Quito, sino al Emperador del Cuzco, por decir que Caar, como conquistada
por Tpac-Yupanqui, estaba fuera de los lmites del reino y, por lo mismo,
l y dicha provincia sujetos a los soberanos del imperio. Esta razn
aunque falsa, puesto que Caar haba sido primero conquistado por el Scyri
Duchicela, fue suficiente para que Huscar, los prncipes de su familia,
principalmente Rava-Ocllo, madre del Inca, y los dems cortesanos tuviesen
por suya la provincia y resolviesen que Urco-Colla la gobernara en nombre
del primero7.
Atahualpa, al traslucir esta novedad, reuni a sus consejeros y a los

principales de los orejones que, venidos con Huaina-Cpac, se haban


quedado en Quito por amor a l y admiracin de sus prendas. Pidioles su
parecer en tan delicado asunto, manifestando los deseos, de que, como
testigos del testamento de su padre, declarasen cual haba sido su mente,
y cuales los verdaderos confines del reino de Quito. Los consejeros, fcil
era preveerlo, declararon unnimes que no slo Caar sino las dems
provincias que comarcaban con el Cuzco por el occidente hasta Paita,
estaban comprendidos en el territorio de Quito, como adquiridos por sus
abuelos maternos: que su derecho al reino era ms bien obra de restitucin
arreglada y justa, que merced testamentaria hecha por su padre8; y que,
tanto para castigar la -88- insubordinacin del nuevo cacique de
Caar, como para impedir que otros imitasen tal ejemplo convena declarar
la guerra y levantar tropas al instante.
Este dictamen, tan aparente para el genio, ambicin, valor y deseos de
Atahualpa, fue aceptado por l con gozo y entusiasmo. Puso al punto en
movimiento a sus provincias, y despus de acuarteladas las tropas
suficientes, hizo que partiese para Caar, bajo las rdenes de sus dos ms
acreditados generales Calicuchima, to del Rey y Quisqus, mientras l
mismo seguira despus llevando una buena reserva. En sabiendo el cacique
de Caar la aproximacin de las tropas de Atahualpa, tom al instante el
partido de huir, y los que le haban inducido a pedir a Huscar la
confirmacin del cacicazgo, salieron al encuentro de Calicuchima y
Quisqus a manifestar su inocencia y fidelidad. Se practicaron muchas
pesquisas para descubrir el paradero de Urco-Colla, y no bastando a la
venganza de Atahualpa el que se hubiese puesto a tormento a las mujeres e
hijos del Cacique, mand empalarlos, y que, demolida su casa, se cubriera
con piedras.
Atahualpa, amancillando, con esta accin su nombre y reinado juntamente,
no se acord de la conducta de su generoso padre, y esta accin por s
sola, patentizando est que perteneci a ese siglo en que tambin en la
vieja y culta Europa se cometieron inslitas barbaridades. La historia de
Turqua, principalmente, presenta en abundancia terribles ejemplos de las
atrocidades de ese tiempo.
Atahualpa recorri toda la provincia de Caar, no slo sin contradiccin
sino recibiendo festivas muestras -89- del ms rendido vasallaje.
Llegado a Tomebamba, entonces la ms hermosa y clebre ciudad del reino,
por los soberbios edificios que haban mandado construir su abuelo paterno
y luego su padre, quiso fijar en ella la residencia de la Corte, no slo
por gozar de su buen clima y aposentos reales, ms por asegurar la quietud
y fidelidad de las provincias rayanas que estaban comprendidas en su
herencia.

IX

Haca seis meses que Atahualpa ocupaba a Caar tranquilamente, sin que de
parte de Huscar se le dirigiese por ello cargo ninguno, cosa que le hizo

pensar en que, convencido su hermano de la justicia con que haba obrado,


no tratara de inquietarle, y se dispuso a levantar un nuevo palacio en
Tomebamba. La noticia de esta construccin, que muy pronto se trasluci en
Cuzco, irrit de tal manera a la madre y cortesanos de Huscar, que le
resolvieron a que enviase de embajador un personaje astuto y hbil para
que, hablando con Atahualpa, le hiciese entender que Tomebamba como toda
la provincia de Caar pertenecan al imperio y las desocupase. Trajo
tambin la comisin de pedir que restituyese los cuerpos de orejones
salidos de Cuzco con Huaina-Cpac.
Atahualpa contest que Caar y las otras provincias situadas al occidente
hasta Paita, haban sido de sus abuelos maternos, por lo cual se las
trasmiti su padre como herencia, y no tena por lo mismo por qu
devolverlas; y que, respecto a los orejones l no los haba detenido, sino
queddose ellos mismos voluntariamente en su servicio, y que, adems, si
aun residan algunos hijos del Cuzco, los ms eran nativos de su reino.
Yupanqui, el astuto embajador, se dio por satisfecho con tales razones, y
afectando esmeradas muestras de reconciliacin y amistad, se detuvo en la
provincia bajo -90- diversos pretextos y con reservados fines. Su
objeto haba sido hablar, como habl, con los principales Caciques de los
contornos, siempre inclinados al partido de Huscar, y comprometerlos,
como se comprometieron, a que se sublevasen luego que se aproximaran las
fuerzas del Inca, y que entonces, ya reunidos desalojaran fcilmente al
Rey Atahualpa. Una vez comprometidos los caares, dirigi el embajador de
Huscar inmediatamente un posta para Cuzco, instruyndole de los
resultados de su comisin, y pidindole que enviase sin prdida de tiempo
unos dos mil orejones.
El Inca los destac al instante, y as como se aproximaron a Tomebamba, se
verific en efecto la sublevacin de los caares. Atahualpa, que no poda
suponer estuvieran estos de concierto con los peruanos, la tuvo al
principio como un motn capaz de ser refrenado con las pocas fuerzas que
conservaba en la ciudad, y se enga. El embajador de Huscar, al recibir
la noticia de la aproximacin de sus compatriotas, se sali secretamente
de Tomebamba, se puso a la cabeza de ellos, y como conoca
circunstanciadamente el estado y nmero de las tropas con que contaba
Atahualpa, se volvi tras l con las que conceptu suficientes, despus de
asegurada una nueva reserva que deba seguirle a la distancia.
Avistadas las tropas de Huscar con las de Atahualpa, se dio una batalla
que, segn algunos, dur un solo da, y tres segn otros, con gran
mortandad de entrambas partes. El resultado es que habiendo llegado la
reserva peruana, fue Atahualpa completamente desbaratado, y hasta hecho
prisionero por el embajador Yupanqui.
Sitiada luego Tomebamba por los imperiales y ocupada ya la fortaleza
principal, dironle por prisin una de las cmaras de su mismo palacio.
Una mujer tuvo la oportuna ocurrencia de dar a su Rey, al tiempo que
entraba en el calabozo, una barra de plata mezclada con bronce, y
Atahualpa, venida la noche, y mientras los vencedores andaban abandonados
a la alegra y licencias ordinarias -91- de todo triunfo, se dio maa
en abrir un horado, se sali y se puso en camino para Quito.
Reuni aqu a los de su familia, consejeros, y ms principales de la
Corte, relacion con desenfado cuanto le haba ocurrido y, contando con la

creencia religiosa de los que le escuchaban, aadi astutamente que su


padre, el sol, le haba convertido en serpiente para libertarle de la
prisin, y asegurndole que si haca la guerra a su hermano, le dara la
victoria y el imperio.
Fuera porque sus vasallos le creyesen candorosamente, o, lo que es ms
probable, por favorecer las inclinaciones y deseos del monarca, de claro
en claro manifestados, le ofrecieron sin detenerse sus servicios,
haciendas y vida, y se pusieron en efecto a preparar activamente cuanto
era necesario para la guerra.
Quisqus, hijo de un orejn del mismo nombre, capitn venido del Cuzco con
Huaina-Cpac, haba sucedido a su padre en los empleos de Ministro de
Estado y general de ejrcito, merced a sus personales merecimientos, y
gozaba en todo el reino de poderosa reputacin e influencia incontestable.
Calicuchima, to materno del rey, como dijimos antes, era otro general de
squito, que comparta en crdito e influjo con el anterior. Rumiahui,
Zopozopangui, Gobernador de Tiquizambi, eran en fin otros capitanes de
fama que, participando de la nombrada y entusiasmo de los dos generales,
ardan por desagraviar a su nacin y Rey.
Los prncipes de la familia, como Illescas, Paulu, Huaina-Palcon y otros
grandes, como Cozo-Panga, Gobernador de Quito, etc., opinaron por la
guerra con igual ardor y hecha as popular, se dictaron al instante las
rdenes ms eficaces para la formacin de un grande ejrcito. Levantronse
de cuarenta y cinco a sesenta mil hombres bajo las rdenes de los citados
generales, y de Rumiahui y Zota-Urco; y como lleg a saberse
oportunamente que el ejrcito cuzqueo avanzaba a marchas forzadas por el
territorio del reino, se dieron cuantas disposiciones eran aparentes para
contrarrestarle, alegrndose -92- de que se hubiese anticipado el
enemigo para que fuera ms probable el triunfo de Atahualpa.

He aqu la causa de la invasin del ejrcito cuzqueo. Huscar, aunque


profundamente irritado contra los encargados de guardar al prisionero
Atahualpa, disimul sus enojos, conceptuando que la fuga de este le
brindaba la mejor ocasin para recuperar el reino de Quito, que lo tena
por suyo, como conquistado por Huaina-Cpac y herencia debida a los
primognitos de los Incas. Discurriendo as de buena fe, y resuelto a
tomarlo por la fuerza, puso al valiente general Atoc a la cabeza del
ejrcito imperial y Atoc, conforme a las instrucciones tradas del Cuzco,
mand publicar, apenas entrado en Tomebamba, la guerra contra Atahualpa.
No necesitaba este prncipe de tal provocacin, pues ya hemos visto que
estaba determinado a hacerla aun antes de saber que se la traan a sus
pueblos. Para enardecer el entusiasmo de estos, convoc en la Corte una
asamblea con intervencin de Calicuchima, Quisqus y Rumiahui, y
discurri en ella tan acertada y elocuentemente, que logr no slo
avivarlo, ms an arrancar de sus oyentes lgrimas de rabia y de despecho.

Su discurso se comunic de lengua en lengua por las poblaciones


principales del reino, y el entusiasmo por la guerra se hizo general.
Atoc haba trado consigo la estatua del sol, contando con que Atahualpa y
sus pueblos, viendo la imagen de su dios, se rendiran pecho por tierra al
vasallaje del emperador. En llegando a Tomebamba la coloc en el templo, y
orden que los caares prestasen el juramento de fidelidad a su seor;
arbitrio inseguro y balad a que se acogen los gobernantes, y que tan
fcilmente quebrantan los gobernados.
-93Atahualpa despach hacia Atoc un mensajero con quien, hacindose inocente,
le envi a preguntar cules eran sus intenciones, y que si pensaba en
alguna expedicin decretada por Huscar, tambin l, Atahualpa, estaba
pronto a partir en auxilio suyo a la cabeza de sus tropas9. Atoc, sin
andarse por las mrgenes, contest de plano que la expedicin era dirigida
contra Quito, y que aun traa orden de su soberano para apoderarse del
rebelde que le haba enviado el mensajero, y ahorcarle por haber osado
declararse independiente de la autoridad legtima; pero que si iba a
rendrsele voluntariamente, le perdonara la vida. Recibida esta
respuesta, dispuso Atahualpa que Calicuchima y Quisqus se apresurasen a
salir con el ejrcito, y que, doblando jornadas, procurasen cuando menos
disputar al enemigo el paso del ro Ambato. Verificronlo as los
generales, y consiguieron no slo pasar el ro sin obstculos, sino que
alcanzaron a acamparse en Mocha, cinco leguas ms adelante. Muy en breve
fueron atacados por el enemigo, y aun que de primera entrada obtuvieron
Calicuchi-ma y Quisqus algunas ventajas, Atoc los carg muy luego con
tanto arrojo que, dejando los otros en el campo unos cuantos centenares de
muertos, se vieron forzados a retirarse. Hasta ahora se desentierran
algunos cadveres en los contornos de Mocha10.
-94Atahualpa, que haba quedado en Quito reuniendo ms tropas para enviarlas
de refuerzo, recibi de boca de los mismos fugitivos la noticia de su
desastre. Disimul como pudo su dolor, levant con increble actividad
nuevas tropas entre Zmbiza e Iaquito, y ponindose a la cabeza de la
vanguardia, a pie y armado de una media pica, como simple oficial, pas
por Quito sin detenerse un instante, y parti volando en auxilio de los
suyos. Hallolos en el camino de Mulal para Latacunga, y reprendindolos
con aspereza y aun con palabras injuriosas, los oblig a volver las caras
al enemigo y al combate.
Recibi en el mismo punto un mensaje de sus generales, participndole que
Atoc, engredo con el triunfo, segua adelante, y que ellos quedaban
haciendo esfuerzos por reunir a los fugitivos y detener al enemigo en
Molle-Ambato, para ac del Naxiche. Atahualpa les contest aprobando su
resolucin, pero disponiendo que no avanzasen un slo paso para adelante,
an cuando pudieran, sino que aguardasen al general enemigo a la orilla
setentrional de dicho ro.
Apenas Calicuchima acababa de sentar sus pies en las mrgenes del Naxichi,
cuando oy el ruido de los instrumentos blicos del enemigo. Ambos
ejrcitos, soberbio el uno con su reciente victoria, y ansiando el otro
borrar la afrenta de su derrota, se embistieron con furor e increble
encarnizamiento; tanto que, aun cuando el combate principi desde el

amanecer, no fue sino ya entrada la noche que empezaron a desalentarse las


tropas cuzqueas. Los quiteos, conociendo esta flaqueza del enemigo,
redoblan sus esfuerzos, y poco rato despus alcanzan y victorean el
triunfo ms completo. Atoc, Urco-Colla, el traidor cacique de Caar, y
otros muchos capitanes -95- de cuenta fueron hechos prisioneros y
conducidos a los reales de Atahualpa, quien mand que los pasasen a Quito.
Valiosos fueron tambin los despojos que tomaron los vencedores, y muchos
los bagajes y vituallas que se recogieron antes de volverse con su Rey
para la capital. Atoc fue puesto a tormento hasta arrancarle noticias de
cuanto se obraba y deca en Cuzco acerca de la guerra, y despus muerto a
flechazos, lo mismo que Urco-Colla.
Cuando recibi Huscar la noticia de las desgracias de su ejrcito: Est
bien, dijo sonriendo, que mi hermano se regocije de los triunfos que ha
obtenido contra sus mismos pueblos. Bien pronto recibir el castigo. A
poco tiempo puso a la cabeza de un nuevo ejrcito a su hermano,
Huanca-Auqui, y le dio una litera para el camino; honra insigne que slo
se daba en casos extraordinarios.
As como Huanca-Auqui entr en Tomebamba, recibi de parte de Atahualpa un
mensajero encargado de manifestarle cunta pena le causaba haberse visto
forzado a hacer armas en su defensa, y cun ardientemente deseaba la paz.
El embajador habl, se dice, con tal ternura y uncin que conmovi al
general peruano, y aun le hizo verter algunas lgrimas; dando, a esta
causa, lugar a que se sospechara de su conducta, y hasta se difundiera la
voz de que pensaba coligarse con su hermano Atahualpa. Huanca-Auqui, para
demostrar lo contrario, se desentendi de la embajada, y comenz a activar
los preparativos de la guerra.
Recuperado ya todo el territorio comprendido entre Quito y Tomebamba,
Atahualpa se present por los contornos de esta ciudad con su numeroso y
enorgullecido ejrcito, sin esperar a que los enemigos profanasen de nuevo
lo interior de su patria. Huanca-Auqui destac diez compaas con el
intento de ocupar el nico punto por donde era transitable el ro que
baaba la ciudad, mas los quiteos se haban enseoreado ya de l, y con
este motivo se empearon los unos en posesionarse, y los -96- otros en
defenderlo, obrando estos y aquellos con tanto tesn que vino a tenerse un
combate casi general que, sostenido todo el da sin resultados de
provecho, no se interrumpi sino por la noche.
Renovado al da siguiente con el mismo furor, se declar por la tarde la
victoria contra Atahualpa de un modo tan desastroso, que aun este mismo,
Calicuchima, Quisqus y otros capitanes escaparon a duras penas de la
matanza, y fueron muy felices en refugiarse entre las selvas de Molleturo.
Persiguironlos los cuzqueos y los aguardaron hasta el da siguiente casi
con la seguridad de acabar con todos, mas habiendo principiado sus ataques
con sumo desorden, el Rey, aprovechndose de su ventajosa posicin, y
formando un cuerpo de tropas compacto, los acometi por el flanco ms
accesible, consigui abrirse paso y carg, yendo y volviendo por el centro
a los costados y de estos para aquel, contra cuantos hall diseminados en
la llanura, sin que ni el general enemigo, cuanto menos otros de sus
valientes, pudieran rehacer a los suyos, que en resolucin tuvieron que
encerrarse en Tomebamba. Si Atahualpa no coron el triunfo con la toma de
la ciudad, fue porque conoci la necesidad que sus soldados tenan de

algn descanso.
Los combates no cesaron un solo da desde el siguiente, sin que se diera
uno solo, a pesar de que fueron muchos, en que Atahualpa no saliera
vencedor. Irritado este de tan obstinada resistencia de la ciudad, se dio
maa en avivar el ardor de sus capitanes y soldados, quienes, participando
del que animaba a su seor, repitieron un nuevo furioso asalto, recibiendo
por premio el rendimiento de la plaza. Atahualpa entr en la ciudad a
fuego y sangre, sin perdonar ancianos, nios ni mujeres y en el delirio de
su furor, exaltada la venganza con la memoria de la prisin en que haba
estado, y de la resistencia opuesta por un pueblo rebelde y traidor, la
llev hasta con los hermosos monumentos que la embellecan, pues mand que
los destruyesen sin dejar piedra sobre piedra.
-97Los pocos de los vencidos que sobraron, huyeron para el Cuzco, y los
caciques de las dems provincias correspondientes al reino se presentaron
amedrentados y humildes a rendir vasallaje a su Rey, quien les perdon
generosa y piadosamente. No obtuvieron la misma gracia los habitantes del
reducido territorio de Cajas que se opusieron torpe e insolentemente a los
enviados que les dirigi Atahualpa; pues, recibidas sus malas
contestaciones, los carg, y venci y pas a cuchillo, sin que de las
nueve mil almas de que se compona esa comarca hubiese escapado un hombre
solo.
El Gobernador de Tumbes, constantemente leal y fino aliado de Atahualpa,
sali a verle en Tomebamba, y le condujo l mismo a su tierra natal, a
donde el Rey hizo llevar una parte de su ejrcito. Mand luego trabajar un
gran nmero de balsas para pasar la isla Pun y castigar a sus moradores
por haberse declarado partidarios del emperador del Cuzco.
No creyendo ser necesario para este fin todo su ejrcito que, se dice,
pasaba de cien mil hombres, mand a sus generales que, tomando cada uno de
cuarenta a cincuenta mil fuesen apoderndose de las provincias del sur
tanto martimas como serraniegas, pertenecientes a su hermano Huscar. As
lo ejecutaron aquellos insignes capitanes, y pusieron bajo el dominio de
Atahualpa, dentro de muy pocos meses las provincias de Cajamarca,
(Cajamallca, en lo antiguo), Moyobamba, Chachapoyas, Hunuco y otras menos
importantes.
1531. Atahualpa se embarc en las balsas con doce mil hombres y se dirigi
a Pun. Los isleos que conocan desde antes los designios del Rey, se
hallaban apercibidos y salieron a encontrarle con un ejrcito mayor hasta
la mitad del golfo que ahora decimos de Guayaquil, donde se trab un
sangriento combate naval. Aunque funesto para ambas marinas, lo fue ms
para la islea que, ya destrozada y casi deshecha, emprendi la retirada a
tiempo que Atahualpa, fue herido gravemente de un flechazo. Por este
motivo no pudo perseguirla, -98- y desistiendo por entonces de tomar
venganza, dispuso que le llevasen a Cajamarca para curarse la herida.
En sabiendo los isleos que el Rey estaba herido y que se iba para
Cajamarca, cambiaron de rumbo hacia el S. O. y se fueron derecho a Tumbes,
defendido entonces por muy corta guarnicin. La ciudad fue entrada a saco,
despus que aprisionaron a toda esa tropa de seiscientos hombres.
Atahualpa san muy pronto de la herida y supo luego sucesivamente la
invasin hecha a Tumbes por los isleos de Pun, la muerte de Rava-Ocllo,

madre de Huscar, el movimiento de un grande ejrcito que vena tras l a


marchas forzadas, y que uno de sus hermanos paternos (probablemente el
mismo Huanca-Auqui), que lo comandaba, haba jurado por el sol, por los
dems dioses y los Incas que cortara con su propia mano la cabeza de
Atahualpa, y conservara su crneo para servirse de l en las libaciones.
Atahualpa, prncipe de nimo esforzado, tanto como sereno, recibi este
ltimo aviso con tranquilidad, y tom en seguida el partido de salir con
sus tropas al encuentro del enemigo. Corra el ao de 1531, sexto de su
reinado, cuando se vieron los ejrcitos en la llanura de Huamachucu. El
Rey cerr desaforadamente con el enemigo y lo arroll de todo en todo.
Tom prisionero al desgraciado y presuntuoso Inca, y despus de dada una
reprensin fraterna, echndole a la cara su arrogancia por no haber sabido
cumplir los juramentos, mand que le quitasen la cabeza.
No quiso el vencedor aprovecharse de este esplndido triunfo que le pona
en ocasin de dar la ley a su hermano, sino que se limit a diputarle una
embajada en justificacin de sus procedimientos; aadiendo que si se
convena en fijar fraternal y amistosamente los lmites del imperio y
reino, no slo suspendera la marcha de su victorioso ejrcito, mas
tambin le devolvera las provincias conquistadas. El poco entendido o mal
aconsejado Huscar, que se hallaba organizando un nuevo ejrcito, -99tal vez ms formidable que el anterior, contest negndose con torpes
groseras y pueriles amenazas; y as, recibida la contestacin, dispuso el
Rey que sus generales avanzasen para el Cuzco, mientras l, conservndose
en Cajamarca, ira enviando nuevas tropas con que engrosar las filas de su
ejrcito. Quisqus y Calicuchima, que haban recibido de su seor la orden
cerrada de no dar cuartel a los pueblos que opusiesen resistencia, y de
recibir con paternal ternura, a los que voluntariamente se rindiesen,
cumplieron con impa o clemente exactitud los mandatos del soberano; y
mediante esta poltica, doctrinadora de las conquistas, esto es del terror
y la piedad, logr Atahualpa que se le sometieran las ms de las
poblaciones sin oposicin y al andar de poco tiempo.
Atahualpa, como ordinariamente se observa en los hombres de alma soberbia,
encerraba en sus entraas una asombrosa elasticidad, obrando a veces como
Tito, a veces como Tiberio; manso y benigno con los humildes y rendidos,
tanto como cruel y hasta sanguinario con los rebeldes y traidores, no
conoca la sublime virtud de perdonar a sus enemigos. Justo en apreciar
debidamente el mrito de los hombres, tambin sola socorrer a los
menesterosos con mano generosa, y hacindose temer y estimar a un tiempo,
logr no slo ser querido y respetado, sino apasionadamente adorado de sus
vasallos. Su poltica, ms que las armas, le facilit llevar al cabo tan
grandes conquistas en tan estrecho tiempo.

XI

Hacia fines del ao que recorremos haban avanzado ya tanto los generales
de Atahualpa, que estaban casi a las puertas de Cuzco. Huscar, sin

embargo de haber perdido tanta gente en las batallas, contaba ahora con
ms de ciento cincuenta mil soldados, los cuales llegaron a avistarse con
sus enemigos, grueso de setenta y cinco -100- mil, en Quipaipan
(Quipa-Hipa, de mi trompeta) llano situado cerca de esa capital, en abril
de 1532. Los ejrcitos combatieron con el ardor que era debido a sus
respectivas circunstancias, pues, no se trataba ya de perder o ganar una
provincia, sino de la suerte de todo el imperio. Las tropas de Atahualpa,
engredas con tantos triunfos, combatan con la conciencia de su valor y
prctica en la guerra; las otras, con la de la superioridad numrica, y
movidas del noble deseo de manifestar a su seor la lealtad con que le
defendan. La batalla dur todo el da, y el campo estaba ya sembrado de
cadveres, cuando, al anochecer, la experiencia y disciplina de las
primeras lograron rendir a los enemigos, y obligarles a buscar su
salvacin en la fuga.
1532. Huscar fue descubierto antes de tener tiempo para huir. Su guardia
de ochocientos hombres, fue envuelta y pasada a cuchillo, y el prncipe
hecho prisionero por los capitanes de su hermano. Desgraciado y abatido
hasta ms no poder, djoles que, pues los deseos de su hermano, el Rey,
eran los de fijar los confines de las dos naciones, poda verificarse este
arreglo a presencia suya, por veinte comisionados, elegidos entre sus
grandes y seores, o entre los capitanes del ejrcito. Quisqus y
Calicuchima vinieron en ellos y se reunieron los comisionados para la
conferencia; mas no habiendo habido entre los de Huscar un solo hombre de
sagacidad y prudencia que en tan apuradas circunstancias discurriese con
habilidad, sino que todos, en mala hora, se pusieron a disputar
acaloradamente y sin tino acerca de los antiguos lmites; montaron en
clera los generales de Atahualpa, y sin ms ni ms ordenaron que se les
cortase las cabezas, y dispusieron que los tratados se celebrasen a
presencia de los dos soberanos.
El emperador fue llevado a una fortaleza de Jauja, y asegurado con
numerosa guardia, pero se le trat con todo el decoro y acatamiento que
eran debidos a su excelsa dignidad.
Atahualpa recibi la noticia del triunfo de sus armas y prisin de su
hermano con el contento que era de esperarse. -101- Los pueblos,
aceptando los resultados de tan definitivo combate, le saludaron con vivas
aclamaciones como a soberano absoluto de todo el imperio, y el ambicioso
Atahualpa aadi a su corona la flocadura carmes, emblema imperial de los
hijos del sol.
Orden luego a sus generales que asegurasen bien la persona de su hermano,
debiendo en todo caso seguir tratndole respetuosamente. Dispuso adems
que colocasen dos centinelas de vista con orden de que, si se presentase
alguna partida armada con la intencin de libertarle, dieran al instante
la de matarle: que dividiendo como antes el ejrcito en dos cuerpos,
siguiesen la marcha para Cuzco y fuesen tomando a su nombre posesin de
los pueblos del imperio, cambiando nicamente de Gobernadores y guarnicin
en los que se sometiesen sin repugnancia, y castigando a los que
resistiesen. Al Emperador envi a decirle que le conservara perpetuamente
preso, si no abrazaba el ltimo partido, que, por pura y generosa gracia,
le propona, a saber: el de que se contentara con la mitad del imperio,
fijando los lmites definitivamente en Cajamarca; y que, si no aceptaba,

lo perdera todo, y l lo ganara para s por el derecho de sus


conquistas.
Huscar no quiso dar respuesta franca a tal proposicin, y sosteniendo
altivo su orgullo de prncipe, se mantuvo reservado hasta su muerte,
ocurrida nueve meses ms tarde. Sus cortos alcances, la falta de un buen
consejero, ese orgullo que a veces debe convenir disimularlo y, lo que
parece ms probable, la esperanza de que sus pueblos se levantaran en
globo para libertarle; obraron poderosamente en su nimo, y se obstin en
su silenciosa negativa.
Aqu dio fin la guerra cruel y fratricida que se hicieron dos hermanos,
guerra con la cual quedaron diezmados los moradores del imperio,
destruidas las ciudades, asolados los campos y cambiado el estado
floreciente de dos grandes monarquas. Tal fue la guerra que allan la
conquista de Pizarro, y la genitiva de otras desgracias -102- con que
haba de completarse la ruina de un pueblo que por su riqueza, poblacin,
extensin y hasta estado de cultura poda echar raya con muchos de los del
antiguo continente.
Pero ya que hemos apuntado la cultura de este pueblo, no seguiremos
adelante con nuestra narracin antes de dar una idea, siquiera general,
del estado de ella, cuando la conquista de Pizarro, para que as puedan
apreciarse con acierto las ventajas obtenidas por Amrica con el
descubrimiento que hicieron los del viejo mundo.
Aventurado, bien que no mucho, sera decir que la Amrica, atento el
impulso propio de las necesidades del hombre, y el estado de civilizacin
en que se encontraban el imperio y repblica de Mjico, y el imperio del
Per y reino de Quito, estaba en el caso de elevarse a la misma categora
que los otros continentes. Y aun cuando no adelantara mucho por el impulso
de sus necesidades, como no adelantan Asia ni frica, postergado el
descubrimiento para otro siglo, para el nuestro por ejemplo, se habra
redimido a lo menos de tantos padecimientos, y evitado a la historia
publicar escndalos y crmenes tremendos.
La religin cristiana, fuente de la moral y la civilizacin, las ciencias
y artes, la industria, el comercio, esa cultura en fin de los pueblos
europeos que de grado en grado vamos adquiriendo, nos habran llegado en
todo caso, pero por medios suaves, sin la afrenta de haber sido
esclavizados, ni el sacrificio de tanta sangre derramada por recuperar los
primitivos derechos. Coln, reservado para este siglo en que las ciencias
nos hablan a nombre de la razn, y no de la autoridad ni antigedad, y en
que las artes han dado accin y vida a la materia, poniendo como a tarea
el vapor y electricidad, y aliviando con la maquinaria las fatigas de los
hombres; Coln, reservado para este siglo en que el ejercicio libre de la
imprenta tiene como arrojar a la cara de los dspotas sus arbitrariedades,
comunicndolas al punto de pueblo en pueblo a todas las naciones de la
tierra; Coln habra -103- labrado la dicha de este hermoso suelo de
Bolvar y Washington. Pero Coln cuyo numen e ingenio se adelantaron a su
siglo; Coln el grande, abriendo paso para Amrica a la astrologa
judiciaria y al empirismo, al error y a las preocupaciones, a la
inquisicin y los tormentos, a la esclavitud de los negros y de los
indios; Coln, valga la verdad, no hizo ms que mostrar la tierra virgen y
propicia en que haban de aclimatarse con otras formas las viejas y

descaminadas instituciones del siglo XV.


Tal vez sentimos con exageracin los dolores de que fueron vctimas
nuestros padres, porque lo sentimos por los ltimos suspiros que arrojaron
al cantar la independencia conquistada con su sangre; tal vez, tambin, la
Amrica se habra mantenido estacionada como se mantienen la mayor parte
de los pueblos de Asia y frica. Todo esto puede ser; mas no por ello
conceptuamos muy aventurado nuestro juicio, cuanto ms como contrario a
los padecimientos de los colonos por cerca de tres siglos.

Captulo IV
Arribo de los espaoles a Tumbes.- Exploraciones de Pizarro y su regreso a
Panam.- Parte Pizarro para Espaa, celebra un contrato con la Reina, y se
vuelve a Panam. Sale de esta ciudad, somete a Pun y conquista a Tumbes.Se interna en Cajamarca. Prisin de Atahualpa y horrible matanza de
indios. Celbrase un contrato para rescatar la libertad del Inca.Repartimiento del caudal.- Levntase un proceso contra Atahualpa, se le
condena a muerte y se ejecuta la sentencia.

Diego de Almagro parti para Panam llevando unas cuantas cartas de los
que haban quedado con Pizarro, y como temiese que ellas expusieran lo mal
parados que andaban por ac, con privaciones y hambre, con un enemigo
poderoso con quien haberlas, y con vivos deseos de -106- volverse;
Almagro las retuvo todas, para que as no se desacreditara la empresa, y
tuviera como traer los refuerzos que necesitaba para llevarla adelante.
Sin embargo de tan buena precaucin, previendo el llamado Sarabia, que
Almagro obrara como obr, haba envuelto un memorial (firmado por muchos
de sus compaeros) con hilo de algodn y formado un gran ovillo, que lo
remiti como obsequio a la esposa del Gobernador. El memorial contena
cuantas quejas se haban dado ac contra Pizarro y Almagro; imploraban los
suscritores que se ocurriese por ellos, y pusieran este muy significativo
cuarteto:
Pues, seor Gobernador
Mrelo bien por entero,
Que all va el recogedor
Y ac queda el carnicero.

El memorial lleg cumplidamente a su destino y la mala traza con que se


presentaron los compaeros de Almagro en Panam, confirm lo maltrechos
que andaban los expedicionarios del Per. El Gobernador Ros no pudo
desor tantos clamores, y por grandes que fueron los esfuerzos de Luque y
Almagro para impedir las providencias que dict contra la expedicin, no
pudieron obtener la suspensin de que se despachase una nave, con el
capitn Tafur a la cabeza, para que viniera por la gente que se haba
quedado con Pizarro, y Tafur en efecto se vino a Gallo. Pizarro, metido en
esta isla, haba sufrido pacientemente todo gnero de trabajos; mas no as
sus soldados que, aburridos de tanta lluvia, hambre y desnudez, recibieron
a Tafur como a un ngel de salvacin.
Pizarro, hombre de pecho y de nimo esforzado, en viendo esa ansiedad de
los suyos por volverse con Tafur, traz con su espada, sentidamente
indignado, una lnea sobre la tierra que pisaba, y: Por aqu, dijo
sealando el lado del sur, por aqu se va al Per a ser ricos; por all
(sealando al norte) se va a Panam a ser pobres. Escoja el que sea buen
castellano lo que ms bien le estuviere. -107- Diciendo as, pas
primero la raya, y luego, airosos tras l, Bartolom Ruiz, Nicols Ribera,
Cristbal Peralta, Pedro Canda, Domingo Soria, Francisco Cullar, Alonso
Molina, Pedro Garca Jers, Antn Carrin, Alonso Briceo, Martn Paz,
Juan de la Torre y un negro o mulato cuyo nombre no conocemos. No ms que
catorce, pero catorce que han llegado hasta nosotros y que pasarn a la
posteridad, por haberse resuelto intrpidamente a unir su suerte a la de
Pizarro, y los dems se volvieron con Tafur a Panam. Los trece primeros
fueron tiempos despus, declarados hijosdalgo.
Pizarro, con este osado arranque de los tiempos heroicos de Roma,
conquist un justo derecho para la fama y la admiracin de los siglos.
No era de cierto la isla de Gallo el lugar a propsito para seguridad de
los pocos valientes que haban quedado en ella; pues, arrimada casi a la
costa de Barbacoas, podan los indios del continente ir tras los
extranjeros y acabar con todos, o bien ser asesinados por los mismos
habitantes de Gallo. Resolviose Pizarro, en consecuencia, a trasladarse a
la isla Gorgona que, como ms distante de la costa, le ofreca mayores
seguridades, y mantenerse en ella hasta que Almagro y Luque, venciendo la
obstinacin del Gobernador Ros, le enviasen naves, gente, armas y
provisiones. Conservose por cinco meses (7 segn Prescott), batallando con
la insalubridad del clima, comiendo mal y vistiendo peor.
1526. La constancia de Luque y Almagro, y el grito general contra el
Gobernador de Panam que indolentemente dejaba perecer a quince hombres
dignos de mejor suerte por su arrojo y resignacin, determinaron a Ros a
enviar un pequeo bajel con algunas provisiones de boca, mas sin ningn
otro gnero de auxilios con que favorecer la empresa de Pizarro. Indignado
este de semejante procedimiento, se resolvi a salir de la Gorgona, y se
arroj tras su destino a la ventura, llevando rumbo hacia las costas de
Tumbes, donde arrib con viento prspero muy en breve. El aspecto de la
ciudad, la magnificencia -108- del templo, la suntuosidad del palacio
y la riqueza que manifestaban los habitantes, ms que alentaron las
esperanzas de Pizarro, pasmaron sus sentidos al ver pagadas su constancia
y privaciones, y al dar con pueblos ricos y cultos, cuya conquista iba al
cabo a satisfacer su ambicin y codicia. De paso para Tumbes haba visto

ya el golfo de Guayaquil, admirado la lozana majestuosa de la vegetacin


de sus costas, y acaso alcanzado a distinguir esas montaas de los Andes,
elevadas al parecer hasta los cielos. En el mismo paso haba dado con una
flotilla de cinco balsas tumbesinas que venan tras sus eternos enemigos,
los moradores de Pun, y obtenido con mucha maa hacerlas volver para
Tumbes, asegurando a los expedicionarios guerreadores que su intento no
era causarles el menor dao.
No fue menos asombrosa para los tumbesinos la aparicin de la nave de
Pizarro, distinta por su figura y tamao a las pequeas embarcaciones de
los indios, y ms an la de esos extranjeros de color, aspecto y vestidos
hermosos que asomaban sin saberse cmo ni de dnde. Y fue de ver que,
lejos de asustarse o siquiera desconfiar de los advenedizos, les enviaron
al punto unas como lanchas cargadas de caza, pesca, frutas, chicha, agua y
hasta una llama. Entre los conductores de estos oficiosos obsequios, fue
tambin un Inca o prncipe de la familia real, que deseaba observar por s
mismo lo que contena el bajel de Pizarro, y visele en efecto examinar
con detencin cuanto se le presentaba por delante, y luego preguntar y
preguntar hasta concluir por averiguar de dnde eran y que cosa buscaban.
Pizarro le respondi con desenfado: Venimos de Castilla, donde gobierna
un Rey poderoso, cuyos vasallos somos. Hemos salido para poner debajo de
la sujecin de nuestro Rey cuantas tierras hallemos; y es nuestro
principal deseo daros a conocer que adoris dioses falsos y que debis
adorar al solo Dios que est en los cielos, porque los que no le adoran ni
cumplen sus mandamientos irn a abrasarse en el fuego del infierno, y los
que le acatan como a Criador del mundo gozarn en el cielo de la dicha
eterna. El Inca oy con inters lo que se le explic por -109- medio
de los intrpretes venidos desde Gorgona con Pizarro, prob del vino que
le obsequiaron, recibi el regalo de una hacha y algunas cuentas de
margaritas y se volvi contento a su palacio.
Desembarcaron, en junta del Inca, Alonso de Molina y el negro haciendo
conducir cuatro gallinas, un gallo y dos cerdos; y animales y negro fueron
vistos por los tumbesinos con admiracin. Cuando oyeron cantar al gallo,
preguntaron qu deca o peda; y al negro le lavaron creyendo que su color
slo proceda de algn tinte con que se haba embarrado. Molina, joven de
hermoso parecer y de genio sagaz, cautiv con sus gracias a los moradores
de la ciudad, y en particular a las mujeres, y le permitieron que
recorriese libremente la ciudad, y visitase el templo y el palacio.
Cuando Molina volvi a bordo, y refiri a sus compatriotas cuanto haba
visto y observado en Tumbes, no pudo ser credo por su palabra y Pizarro
hizo que al da siguiente desembarcase Pedro Canda, griego de nacin,
como persona bien entendida para formar un juicio ms cabal. Se present
vestido con armadura de malla, la espada a la cintura y el arcabuz al
hombro; y los indios, aumentando su admiracin al aspecto de tan brillante
armadura y ms arreos militares, le suplicaron hiciese hablar al famoso
arcabus, del que ya tenan alguna idea. Canda fij un blanco a distancia
competente, apunt con cuidado y dispar. La llama producida por la
plvora, el estridor del tiro y el blanco que rod agujereado, remataron
la admiracin de los espectadores, y hasta hubo quienes cayeran
espantados, y otros que huyeran dando tristes alaridos.
Canda, lo mismo que Molina, recorri la ciudad, admir su gran fortaleza,

y ms todava el oro y plata de que estaban cubiertas las paredes del


templo, el servicio que se haca en el palacio y el orden que reinaba en
el monasterio de las vrgenes. Canda, de vuelta a la nave de Pizarro, se
hizo admirar ms con su narracin que Molina en el da anterior, y el
capitn espaol, contento -110- de haber conocido un pueblo sencillo y
de ndole apacible, capaz de ser fcilmente avasallado, se hizo a la vela
para seguir explorando las costas del sur. Los espaoles tocaron en Paita,
Santa y en un punto al cual dieron por nombre Santacruz, y luego,
combatidos por los vientos, tuvieron que tomar puerto en otro lugar. La
gente de tierra se apresur a enviarles provisiones, y Molina que volvi a
desembarcar fue muy bien recibido por la Cacica del valle. Pizarro tuvo
que seguir adelante, porque, embravecido el mar, no permita conservarse
en el puerto, y Molina se qued sin escrpulo ninguno bajo el amparo de la
hospitalaria Curaca.
Andando siempre con rumbo al sur, reflexionaron los compaeros de Pizarro,
que tenan reconocidas a vuelta de doscientas leguas, y que no necesitando
ya otros, datos para convencerse de las riquezas del Per, deban tomar el
camino de Panam, para volver luego de all con las fuerzas y ms
elementos de guerra necesarios.
Pizarro, de vuelta al puerto donde haban dejado a Molina, hizo saltar en
tierra a Ribera y Alcn a que fueran a saludar y dar gracias a la Curaca
por su buena acogida y regalos; y esta, despus de servida la mesa que les
ofreci, se fue al bajel para empear a Pizarro a que desembarcase y
descansase en su hogar de las fatigas de la navegacin. El capitn espaol
la recibi con las mejores atenciones, la obsequi como pudo, y ella le
inst para que desembarcase, ofrecindole que mientras permaneciera en
tierra, dejara en el buque cinco de sus principales vasallos a que
sirvieran de rehenes. Se le manifest que no haba tal necesidad; mas la
Curaca insisti en ello, y al da siguiente unas como cincuenta balsas
rodearon el buque de Pizarro, y doce indios principales se metieron en l
con la orden de conservarse hasta que volviera el dicho capitn.
La Curaca sali a recibirle hasta la playa, acompaada de unos cuantos
vasallos que caminaban como en procesin llevando en las manos ramos
verdes, y llegados a una enramada, les hizo servir carnes, pescados,
frutas y chicha; y luego hubo cantos, danzas y cuanto -111- ms pudo
ofrecer la seductora india en obsequio de sus huspedes. Acabado el
festn, Pizarro manifest sus agradecimientos, aadiendo que sabra
corresponder a tantos agasajos, y luego se despidi y vino a dar en otro
puerto de los pertenecientes ahora a la provincia de Piura, donde tambin
fue bien acogido y festejado. Aqu le confiaron dos muchachos para que
aprendieran la lengua de Castilla y pudieran servir de intrpretes: el uno
fue bautizado con el nombre de Martn, y el otro con el de Felipe,
conocido despus con el de Felipillo por cierta mala celebridad que lleg
a adquirir. Cerca del cabo Blanco se qued un marinero llamado Gins, y en
Tumbes Alonso de Molina, ambos seducidos por la buena ndole y agasajos de
tan hospitalarios moradores.
Siguiendo Pizarro para el norte, toc en Santa Elena y luego en Portoviejo
(el antiguo), recibiendo de los habitantes de ambos pueblos muestras
palpables de lo bien que era recibido; y por fin, pasando por Gorgona
recogi a uno de los espaoles que haba quedado enfermo, y fue a dar en

Panam despus de tres aos de ausencia.

II

El hombre que antes haba sido mirado por los colonos de Panam como loco
que se empeaba en descubrir un pueblo que tal vez no exista, y dado que
existiese, en conquistarle sin tener para ello medios ningunos, fue ahora
ya visto y recibido como hroe, a cuya constancia y caprichos se deba el
descubrimiento de ese pueblo. Por desgracia para los tres asociados, Ros
no particip del entusiasmo de sus compatriotas y antes al contrario,
cuando Luque y Almagro pidieron la proteccin del Gobernador para llevar
la empresa adelante, los enfri diciendo: No entiendo eso de despoblar mi
gobierno para que vayan a poblarse nuevas tierras, muriendo en la demanda
ms gente de la que ha muerto, y cebando a los hombres con la muestra del
oro y plata que han trado.
-112Ocurrisele a Luque, en tales conflictos, pedir directamente al soberano
la proteccin de esta empresa que haba de dar lustre y provecho a la
corona, pero no hallaba la persona que fuese apta para el intento. En
cuanto a l, no poda apartarse de la vicara sin exponer a sus feligreses
a la falta del pasto espiritual, y tocante a Almagro conceptuaba que,
pequeo de cuerpo, feo, tuerto y sin modales ni habla, por aadidura, no
era el ms a propsito para semejante comisin; Pizarro, de aspecto noble
e imponente, de bien decir y recto en sus juicios, era el ms propio para
el buen desempeo del intento; pero repugnbale a este tener que ir a
lidiar con los cortesanos y exponerse a sus burlas, y prefera, resuelto a
habrselas ac con los indios bravos, el hambre y la desnudez, que no con
los insultantes desdenes de los que hacen a los Reyes el cortejo.
Luque pens entonces en confiar la comisin al licenciado Corral, que
estaba al partir para Espaa, pero no inspir confianza a Pizarro ni
Almagro; y este, discurriendo acertadamente que no deba contarse con
persona extraa para tan delicado asunto, demostr a las claras que a
nadie ms bien que a Pizarro, al descubridor del Per, al que haba de
referir personalmente sus padecimientos, hazaas y resultados y cautivar a
los oyentes con la pintura de los pueblos y ciudades visitadas, convena
desempear el encargo. Convencidos los dos con este discurrir, se resolvi
Pizarro a viajar para Espaa con el encargo especial de pedir para Almagro
el ttulo de Adelantado, el de Alguacil mayor para Ruiz, y honores y
mercedes para los leales compaeros de la Gorgona. Para Pizarro, era
visto, se reservaba el gobierno del Per, y para Luque el obispado de
Tumbes.
Sali Pizarro de Panam por la primavera de 1528, provisto de mil
quinientos pesos que le proporcionaron los socios, y llevndose algunos
indios, llamas, tejidos y alhajas de oro y plata. En tocando en Espaa, se
le present el bachiller Enciso, uno de los causantes de las desgracias de
Balboa, el cual, aprovechndose de las rdenes que tena contra sus

deudores del Darin, pidi y -113- obtuvo que redujeran a la crcel al


hombre que, descubriendo un gran imperio, iba a ofrecrselo a su soberano.
Reinaba ya por entonces el Emperador Carlos V, e indignado de semejante
proceder, dispuso que le pusiesen en libertad, y se fuera a Toledo,
entonces residencia de la Corte. Pizarro mereci del Emperador una
audiencia solemnemente preparada, y un recibimiento que no esperaba; y
luego su noble continente, la discrecin con que habl, desenvolviendo
magnficas ideas, y la pintura, acaso exagerada, de la grandeza, caudales
y cultura del pueblo que pensaba conquistar, atrajeron la admiracin de
cuantos cortesanos estaban presentes. La narracin de los padecimientos y
hazaas del descubridor los enterneci, y Carlos V, el ms competente para
juzgar de las acciones de su vasallo, y que le haba escuchado con
atencin e inters, le ofreci toda proteccin, y recomend a su consejo
de Indias que se le despachara cuanto antes.
A nadie, para como estaban los tiempos, le vino siquiera la idea del
derecho con que haba de emprenderse la conquista, porque esta misma
constitua un derecho. El pueblo que se pensaba conquistar era pueblo de
idlatras, y Alejandro VI, tena hecha ya donacin de las Indias
occidentales, sin que tampoco parara la contemplacin en el derecho con
que las haba donado. Qu haba que aguardar? En cuanto al modo cmo se
hara la conquista, Hernn Corts, rindiendo el vasto imperio de Anhuac
con unos pocos hombres, acababa de dar el ejemplo con que obraban los
animados de ardiente fe religiosa, y Pizarro ni pareca ser menos hombre
que Corts, ni menos creyente que el conquistador de Mjico. Y aun cuando
faltare Pizarro, otro y otros, tras l, movidos del mismo impulso, se
ofreceran gustosos a correr una vida de aventuras, enriquecindose aqu,
malgastando all, padeciendo o solazndose ms all; pero, en todo caso,
con la esperanza viva de obtener por remate la corona de los mrtires.
Carlos V era ya por entonces el primer soberano de Europa, y su poca
abarcaba una nidada de hroes capaces de subyugar el mundo.
-114No obstante las buenas recomendaciones de Carlos V, quien se haba
ausentado de Espaa, no pudo obtener Pizarro que le despachasen tan pronto
como quera, y tuvo que aguantar aburrido el transcurso de largos meses.
Por fortuna se hallaba entonces en la Pennsula el conquistador de Mjico;
y mediante su influjo y la voluntad de la Reina Isabel, celebr un
contrato con esta el 26 de julio de 1529, y obtuvo an ms de lo que
pensaba, a excepcin de que para Almagro slo consigui el mando de la
fortaleza de Tumbes. Recab para s el ttulo de Gobernador, capitn
general y adelantado de todo el territorio que haba recorrido y de lo que
conquistase, con suprema autoridad civil y militar, y una jurisdiccin que
se extendiese hasta doscientas leguas, contadas desde el ro San Juan para
el sur. Se le declaro, asimismo independiente del gobierno de Panam, y se
le autoriz para que, eligiendo los oficiales que quisiera se trajese
cuanta gente pudiera comprometer y cuantas armas colectar en la Pennsula.
A pesar de esas maravillas que se contaban acerca del pueblo que Pizarro
vena a subyugar slo hall este entre sus compatriotas doscientos
cincuenta hombres que quisieran acompaarle, y correr con l las mismas
aventuras. Asoci a la empresa a sus hermanos Fernando, Juan y Gonzalo, de

los cuales slo el primero era legtimo (el mismo Francisco era tambin
hijo natural) y a otro hermano de madre, llamado Francisco Martn de
Alcntara, con quienes sali de Espaa por enero de 1530 y lleg a Panam
sin contratiempo ninguno de importancia.

III

Sumamente disgustado qued Almagro al saber lo muy poco que para l se


haba obtenido, y quien sabe si por entonces fracasara la empresa a no
intervenir oportunamente Luque, el presunto Obispo y el licenciado Gaspar
-115- Espinoza, y a no apresurarse el mismo Pizarro a prometerle un
gobierno independiente, con lo cual vino a calmar la indignacin. En
consecuencia, se renovaron los antiguos pactos y juramentos entre los tres
asociados, prepararon los buques y ms elementos propios para la
expedicin, y embarcando ciento ochenta y cinco soldados, de los cuales
slo treinta y seis eran de caballera, sali Pizarro con rumbo para
Tumbes por enero de 1531. Almagro se qued en Panam esperando un refuerzo
que deba venirle de Nicaragua para seguir luego tras Pizarro.
Vientos contrarios y furiosas tempestades hicieron padecer bastante a los
expedicionarios pues tuvieron que luchar con el hambre y con los salvajes
en cuyas tierras saltaron de paso. Haba en la ensenada que hoy decimos de
Coaques, situada casi sobre la lnea equinoccial, un pueblo cuyos
moradores, ora porque los expedicionarios asomaron de sobresalto, ora
porque no se recelaron de ellos, los dejaron entrar tranquilamente; y los
espaoles metindolo a saco, se apropiaron sin ms ni ms de cuanto oro y
esmeraldas encontraron, cuyo valor se comput en ms de doscientos mil
pesos. El pueblo saqueado era de infieles, y con tal antecedente no haba
para los conquistadores por qu andarse con escrpulos de conciencia para
apoderarse de cuanto poseyeran. Conforme al reglamento, que tenan que
guardarlo cumplidamente bajo pena de la vida, deposit cada cual lo que
haba tomado, y reducido el todo a masa comn, sacaron el quinto para el
Rey, y del sobrante se repartieron entre jefes y soldados,
proporcionalmente, segn el mrito de ellos. Deseoso Pizarro de manifestar
a los protectores de Nicaragua y a Diego de Almagro su gratitud para con
ellos, y reflexionando que una muestra de semejante botn los animara a
estrechar ms su suerte con la de l destac dos de sus naves con cosa de
veinte mil castellanos, y escribi a Almagro encarecindole que apresurara
su venida.
En cuanto a los indios de Coaques, que al principio se prestaron gustosos
a proporcionarles vveres, despus, -116- oprimidos y despreciados por
sus huspedes, huyeron para los bosques de lo interior y no volvieron a
asomar.
Pizarro, hecho caballero de milagro, continu su viaje, ya no por agua,
sino por tierra cometiendo iguales salteamientos en cuantos lugares
tocaba, pues los indios, al ver a los soldados, desamparaban sus casuchas
y huan para las selvas. Andando as el corto ejrcito de aventureros por

las costas de Manab, asom por primera vez la epidemia de las viruelas,
desconocida en nuestro continente, la que ms tarde haba de cebarse
principalmente en la raza indgena, diezmando poblaciones enteras, y la
que por entonces se ceb en los mismos que la conducan, sin saberlo,
dentro de sus propios cuerpos. Casi todos ellos fueron acometidos de esta
asquerosa enfermedad que, desfalleciendo las fuerzas del paciente, a veces
hasta acabar con la vida; deja, cuando sanan, arrugados y deformes,
tambin a veces los rostros de los virulentos. Algunos pagaron con la vida
la injusta invasin que acometan, y sin acertar a dar con la causa que
estaba dentro de ellos mismos, la atribuyeron a que los indios haban
envenenado los alimentos o las aguas.
Siete meses haban transcurrido lidiando constantemente con el clima, los
caminos, las fieras, las enfermedades y el hambre, cuando asom el espaol
Requelme que vena a hacer de tesorero, juntamente con un veedor, un
contralor y otros oficiales reales, nombrados todos por la Corona para que
acompaaran a los expedicionarios. Debieron haber venido con el mismo
Pizarro, pero como la salida de este fue precipitada, tuvieron que seguir
despus, y ahora le traan buenas provisiones y alguna gente de guerra. La
aparicin de la nave de Requelme fue cuando los conquistadores haban
avanzado ya hasta Portoviejo, y en este mismo punto recibieron tambin
otro refuerzo de treinta hombres, corto en verdad, pero acaudillado por
Sebastin de Benalczar, oficial de mucho renombre por su valor y
discrecin.
Muchos de los expedicionarios opinaban que Portoviejo les pareca lugar
aparente para la fundacin de la -117- primera colonia; pero Pizarro,
cuyos alcances haban penetrado ms de lo que otros no vean y
principalmente de los provechos que podra sacar de la rivalidad
encarnizada con que se vean los pueblos de Pun y Tumbes, rechaz el
proyecto y dispuso seguir el viaje hasta la isla que, aunque escasa de
agua, contaba con buenas campias y cosa de doce mil moradores.
As como los expedicionarios se acercaron a la isla, lo que debe
conceptuarse que lo verificaron por la costa de Chanduy o Morro, se
present el Cacique Tumbal a ofrecerles el hospedaje de su pueblo, a
donde los llevara en sus propias balsas. Los tumbesinos, que venan en la
expedicin haciendo de intrpretes, refirieron a Pizarro la perfidia con
que haban desatado las ligaduras de las balsas en que navegaban los
orejones de Huaina-Cpac; y el capitn espaol, creyendo o no en que se
repitiera tal accin, coloc un soldado espada en mano a espaldas de cada
uno de los indios marineros, y lleg sano y salvo a Pun.
Los isleos recibieron bien a sus huspedes, y aun parece que estaban ya
sinceramente amistados. De luego a luego, sin embargo, comenzaron estos a
cometer exacciones en las casas de los indios y tarquinadas con las
indias; y los tumbesinos, arrimados a las tropas espaolas, cometan
asimismo insolencias repetidas, y se desconcert la armona con que
moraban. Pizarro, sobre todo, haba pretendido, ya que no dispuesto, se
pusiese en libertad a los seiscientos tumbesinos retenidos en Pun como
vasallas, y reservado algunos para el sacrificio en holocausto del dios
Tumbal, y esto acab por exasperar el nimo belicoso de los isleos.
Patentes ya los odios entre patricios y advenedizos, se resolvieron los
primeros a acabar con estos, y en son de esparcirse con una cacera a que

los invitaron, creyeron fcilmente deshacerse de ellos. El astuto Pizarro


cal el proyecto y lo evit con su vigilancia, bien que deseando mejor
ocasin para aprovecharse de los resultados. Supo, en efecto, que estaban
reunidos diecisiete Curacas concertndose para combatirle, y al punto se
fue tras ellos, tom a todos y, -118- reservando slo a Tumbal,
entreg a los dems a los tumbesinos, quienes los sacrificaron
inmediatamente sin piedad.
Los isleos no pudieron ya resistir a semejante golpe, y acometieron
furiosos a un tiempo tanto al campamento espaol, como a sus buques. Pero,
aunque muchos y peleando como desesperados, peleaban sin concierto, con
piedras, flechas o armas de madera, indefensos sus cuerpos, y los
espaoles en el mejor orden, con armas de fuego o blancas de hierro, y con
armaduras que los defendan de la cabeza a los pies. El resultado no poda
ser dudoso, y los indios huyeron espantados al asomar Hernando Pizarro que
los carg con la caballera. La tierra qued sembrada de cadveres, y los
espaoles slo tuvieron que sentir por tres muertos y unos pocos heridos,
entre los cuales se cont el mismo Fernando.
No se dieron los isleos por vencidos a pesar de tan sangrienta derrota,
sino que apareciendo ya en el campamento enemigo o por sus buques, de
noche o de da, de lejos con las flechas o de cerca con los dardos, y
luego refugindose entre las selvas, mantuvieron a los espaoles en
constante desasosiego y temores. Tumbal, obligado por Pizarro, finga
aconsejar a sus vasallos que desistiesen de la guerra y entrasen en paz;
pero ellos contestaban a gritos que la continuaran de un modo
exterminador contra ingratos que tan mal haban correspondido a su buen
recibimiento y favores.
La vida de Pun vino a ser para los invasores fastidiosa, tanto ms cuanto
ni contaban con subsistencia segura, ni esperaban de un pueblo pobre el
oro y alhajas de que podan apropiarse, y tras esto comenzaron las
enfermedades, y segua la inquietud por los repetidos ataques de los
indios. Vnoles, por fortuna, un refuerzo de cien soldados a quienes
comandaba Hernando Soto, capitn de fama, y reservado para ser despus el
descubridor del Misisipi, y el conquistador de esa parte de la Amrica del
Norte que llamamos Florida. Noticias ciertas, por otra parte, de la
encarnizada guerra que se hacan -119- los hermanos Atahualpa y
Huscar por quedarse uno solo de ellos con el imperio eran para Pizarro
noticias de mucha cuenta para aprovecharse de tan excelente ocasin, y
conceptuar ms hacedera la conquista; y as tom al punto su resolucin.
Los tumbesinos eran amigos suyos, y ahora ms que antes deban tenerle
como tal, puesto que haba libertado a seiscientos de ellos, retenidos
prisioneros por los isleos, de Pun; y Tumbes, en consecuencia, le
pareci el punto ms a propsito para comenzar las operaciones de la
conquista.
1532. Una vez resuelta la salida de Pun, se embarcaron parte de los
espaoles en sus buques, y otra parte en balsas. Los tumbesinos, que antes
los haban recibido con tanta afabilidad y agasajos, ahora sin que podamos
dar con lo cierto, se apercibieron a recibirlos como a enemigos; a no ser
que, sabedores de las tropelas cometidas en Pun, hubiesen comprendido al
cabo que los extranjeros tendan a subyugar a todos. Ello es que, dndolas
de amigos, vinieron a ofrecerse como conductores de las balsas, en tanto

que otros en mayor nmero quedaban reunidos en la playa donde deban


desembarcar los castellanos. Tres de estos que tocaron en la playa con la
primera balsa, fueron muy afable pero alevosamente recibidos; pues,
llevados al bosque inmediato, les sacaron los ojos, les cortaron brazos y
piernas, y luego los arrojaron vivos todava en unas grandes calderas de
barro que contena agua hervida. Soto y otros tres habran corrido la
misma suerte, si la satisfaccin que los indios no pudieron disimular, no
hubiese despertado algunos recelos. Tambin habran perecido otros en
distinto punto, sino se presentara Fernando Pizarro, a tiempo, acompaado
de algunos jinetes que alcanzaron activos a ensillar los caballos. La
aparicin de estos seres, medio hombres medio animales, y la audacia con
que acometieron a los indios, fue para estos espantosa, y huyeron
despavoridos todos.
La misma causa, si no ciertos excesos particulares cometidos por el
gallardo Molina y el galancete Gins, debi influir en que los indios
mataran a estos desgraciados -120- que tan confiadamente haban
quedado entre ellos; pues natural es juzgar que, cuando no el vulgo, los
inteligentes, a lo menos, estaban ya todos entendidos de que el nimo de
los extranjeros era avasallarlos. En cuanto a la hermosa y rica Tumbes,
que haba excitado la admiracin de Pizarro y compaeros en su primer
viaje, ahora que entraron en la ciudad la vieron solitaria y desolada,
porque los isleos despus de la retirada de Atahualpa, la destruyeron
casi del todo, sin dejar otras seales de su magnificencia que los
vestigios del templo, fortaleza y algunas pocas casas particulares.
Un indio con quien, al cabo de unas cuantas diligencias, dieron los
espaoles en las inmediaciones de Tumbes, les habl de la grandeza de
Cuzco, la capital del imperio, y el modo como le trataron anim a otros
para volver a sus hogares. Tambin estos les hablaron de las riquezas de
Cuzco, Pachacmac y Vilcas, y esto determin a Pizarro a preparar cuanto
antes su expedicin. Vencidos los tumbesinos con maa o por medio de las
armas, pudo establecer sobre las ruinas de Tumbes la primera colonia; pero
prefiri buscar otro lugar ms adecuado por las inmediaciones de Paita,
hermoso puerto que poda mantener sus buques al abrigo de todo viento.
Moviose, en efecto, para el sur el 16 de mayo de 1532, y destac a Soto
con alguna gente para que explorase lo interior del continente. Los indios
de las serranas creyeron acabar con estos pocos; mas, al probar el temple
de los invasores y el de sus armas, corrieron espantados, y Soto despus
de ver con sus ojos las muestras de civilizacin que hall en la sierra,
volvi para la costa a incorporarse con Pizarro. Tambin los naturales de
la costa, aconsejados sin duda por su propia prudencia e inters, oponan
resistencia a los pasos del invasor o dejaban yermas las poblaciones, y
sin embargo Pizarro venci y sujet a todos, ora con su clemencia,
tratando piadosamente a los rendidos y asegurndoles que quera vivir en
paz, ora con sus armas e intrepidez que los otros no podan contrarrestar.
Poltico acertado o astuto, como se quiera, castigaba severamente los
desmanes de los suyos contra las personas y propiedades -121- de los
indios, y los indios, pagados de este proceder, allanaron el camino de la
conquista. La fama iba esparcida por delante, y los pueblos del trnsito
preparaban gustosos cuanto necesitaban para su marcha los invasores; y no
slo esto, sino que de seguida reconocan sin comprenderlo, el vasallaje

de Espaa y de la Iglesia.
Andando as Pizarro bajo tan buenos auspicios, fue a dar con una poblacin
situada a orillas del ro Chira, donde el Cacique Mayavilca le recibi no
slo con indiferencia, mas tambin como dispuesto a atajarle los pasos.
Pizarro penetr las intenciones del Cacique, deshizo sus proyectos y fund
la colonia de San Miguel de Piura. Levantose un templo, una casa
capitular, un fortn, una aduana y algunos edificios, y repartironse para
los pobladores los solares necesarios y encomiendas. Nombrronse,
asimismo, los miembros de que deba componerse el ayuntamiento, se
estatuyeron y publicaron las reglas de buen gobierno, y qued sentada en
fin la planta del conquistador en la tierra de nuestros antepasados. San
Miguel, iba a servir como de puesto avanzado para lo interior del
continente, y de almacn para recibir cuantos auxilios le vinieran desde
Panam. Pizarro, como dice Herrera, quiso tener pie fijo en la tierra.
Para ponerse en marcha con la expedicin, Pizarro slo esperaba la venida
de Almagro con los refuerzos ofrecidos; pero Almagro no asomaba a pesar de
cinco meses transcurridos, y la impaciencia del intrpido aventurero no
poda tolerar mayor dilacin. Las noticias de que las tropas de Atahualpa
iban de lance en lance acabando con las de su hermano Huscar, y el temor
de que, hecho uno solo de ellos dueo del imperio, vendra a dar unidad a
la nacin y a dificultar la conquista, fueron para l consideraciones de
importancia que no poda desatender, y se determin a ir tras Atahualpa,
cuya Corte se hallaba en Cajamarca.
Dej en consecuencia, algunos oficiales reales con una corta guarnicin en
San Miguel, les ense como haban de defenderse de los indios, caso de
ser acometidos, y les -122- recomend con encarecimiento que tratasen
bien a los naturales, porque en esto principalmente consista el buen
xito de la expedicin. En San Miguel volvi a reunir cuanto oro y piedras
preciosas tena recogido, separ el quinto para el Rey y remiti lo
restante a Panam, a fin de mostrarse cumplido con sus acreedores, y
animar a otros a que vinieran a incorporarse con la expedicin.

IV

Ciento setenta hombres, con inclusin de setenta y tantos de a caballo,


eran los que a ms, compona esa expedicin con que Pizarro vena a volcar
un viejo imperio, sostenido y consolidado por la religin y los siglos y
entonces defendido por guerreros avezados a las fatigas de los campamentos
y a la victoria. Agregbanse por nico auxilio tres arcabuceros, veinte
ballesteros y dos piezas de artillera. Venase a luchar con los caminos,
los bosques, los barrancos, los desiertos, las cordilleras y con diez
millones de vasallos, esto es, como con cien mil para cada uno de los
expedicionarios; y la religin, la codicia, la audacia, el reciente
ejemplo del avasallamiento de Mxico, y pese Pizarro, imitador de Cortez,
aunque sin tener su educacin ni maneras, vencieron a los hombres y la
naturaleza juntamente. La expedicin sali para la Sierra el 24 de

setiembre de 1532, y no sobrevino cosa de importancia en los cinco


primeros das; la marcha era lenta, pues tenan que andar batiendo la
estrada a cada paso, y andar ojo avizor con pueblos que, aunque los
reciban como amigos, podan ser verdaderos enemigos.
Al comenzar a subir la primera montaa, not Pizarro que algunos de los
suyos principiaban a perder el nimo, y para que no se contagiara esta
flaqueza, les dijo resueltamente: Los que desconfen del buen xito de la
empresa, o no se hallen preparados para hacer frente a -123- todos los
peligros, pueden volverse a San Miguel, y tendrn repartimiento de tierra
e indios. Yo seguir adelante con los que, muchos o pocos, quieran
resistir a todo, y estoy seguro que un corto nmero de valientes nos dar
la victoria. Hubo nueve que se aprovecharon del permiso, y volvieron,
cobardes, para atrs: los dems, como participando del coraje del
caudillo, siguieron impertrritos su camino.
Algo ms adelante dieron con un indio Cacique, quien les notici que dos
jornadas despus encontraran una guarnicin puesta en el pueblo de Cajas,
y Pizarro destac a Soto para que fuera a reconocerla. Hall efectivamente
armados a los de este pueblo; pero, asimismo, dispuestos a recibirlos
bien, si eran pacficas las intenciones de los extranjeros, lo que fue muy
fcil protestar. Soto que recorri no slo el territorio de Cajas sino
tambin el de la ciudad de Huancabamba, recibi curioso cuantas noticias
le dieron de Atahualpa y su gobierno, vio a unas mujeres tejiendo los
vestidos para el ejrcito, el templo, fortaleza y ms edificios pblicos
de esta ciudad, y admir sobre todo la calzada de a mil leguas que una a
Quito con el Cuzco. Soto estuvo de vuelta de su comisin a los ocho das,
y volvi en junta de un enviado de Atahualpa, quien, aun cuando saba
desde muy antes que asomaran tales extranjeros a su imperio, no haba
hecho caso ninguno de ellos, en atencin a la cortedad de su nmero y
porque todo el pensar del prncipe estaba concentrado en la guerra con su
hermano. Ms bien que miedo, tena el altivo vencedor de Huscar viva
curiosidad de conocer hombres de otra raza.
Esto no obstante, cuando se ech a volar la voz de que los barbudos eran
invencibles, que a veces parecan hombres, y a veces monstruos, puesto
que, a la cuenta, formaban un solo cuerpo con otro animal, y despedan
rayos y centellas como el cielo; no dej de preocuparse, y trat primero
de consultarse con los orculos. Los ministros del sol, apenas informados
de que eran muy pocos los extranjeros, respondieron como era natural, de
un modo satisfactorio para el Inca, asegurando que, cados -124- del
cielo o brotados del mar, genios benficos o exterminadores, estaban como
todos los mortales sujetos a la muerte. Sabido esto, Atahualpa se resolvi
a enviar su embajada con el objeto de ofrecerles unos regalos, e
invitarlos a que fueran a visitarle en su campamento. El embajador era
nada menos que Huaina-Palcon, individuo de la real familia, a quien
acompaaban otros personajes de categora, y los regalos consistieron en
dos fuentes de piedra que figuraban una fortaleza, en tejidos de lana muy
finos, en bordados de oro y plata, y en unos patos secos que, reducidos a
polvo y puestos a la candela, servan de sahumerio.
El malicioso Pizarro comprendi que el verdadero objeto de la embajada era
para imponerse el Inca de la fuerza y calidad de los invasores; pero
disimulando este conocimiento, dispuso que se tratase al embajador del

mejor modo imaginable. Poco se detuvo el embajador, a pesar de las


instancias con que Pizarro le invit a que prolongase la visita; pero
observ curiosamente cuantos objetos extraos llamaban su atencin, y
pregunt la causa y fin con que haba venido a recorrer su nacin. Pizarro
que mantena a su lado a los indezuelos Martn y Felipillo, que aun los
haba llevado a Espaa y hablaban ya bien el castellano, satisfizo,
sirvindose de ellos, las curiosidades del prncipe; y en cuanto al objeto
de su venida le dijo que l y sus compaeros eran vasallos de un monarca
poderoso que reinaba ms all de los mares, y que habiendo llegado a su
noticia la fama de las victorias de Atahualpa, venan a ofrecerle sus
respetos y servicios. Aadi que manifestase al Inca la determinacin en
que estaba de no detenerse sino lo muy necesario en el camino para
comparecer en su presencia. En cambio de los obsequios recibidos, le envi
una camisa de lino, un gorro encarnado y algunas bujeras.
Los expedicionarios padecieron bastante por dos das al atravesar los
ridos desiertos de Sechura, e hicieron alto en el pueblecillo que hoy
lleva el nombre de Amotape, desamparado por el Curaca que con sus
trescientos soldados haba ido a incorporarse con el ejrcito del Inca.
-125- Despus de cuatro das de descanso, fueron a dar con un ro ancho,
profundo y de rpida corriente donde pasaron varios trabajos para
atravesarle, y, ya en la orilla opuesta, supieron que haban huido algunos
indios de los cuales fue tomado uno por Fernando Pizarro. El indio se neg
a contestar a las preguntas que se le hacan; mas, habindosele puesto a
tormento, declar que el Rey estaba acampado con todo su ejrcito dividido
en tres partes, que respectivamente ocupaban la altura y llanuras de
Cajamarca: que saba la aproximacin de los invasores y la cortedad de su
nmero; y que los atraa a su campamento, para tomarlos con toda
seguridad.
Este informe inquiet al capitn espaol, y ms cuando fue contradicho por
otro que aseguraba haber visto a Atahualpa acampado con cincuenta mil
hombres en Huamachuco, veinte o ms leguas al sur de Cajamarca.
Ocurrisele a Pizarro enviar un indio de espa al campamento del Inca para
que le trajese noticias ciertas; pero el indio se neg resueltamente por
lo arriesgado de tal encargo, y ms bien se convino en ir como agente
suyo. Pizarro accedi a la propuesta, y parti el indio con el encargo de
manifestar a su soberano que quien le enviaba segua su camino con cuanta
rapidez le era posible, y con el muy traidor, adems, de que observase si
los pasos del camino se hallaban defendidos, y si haba preparativos
hostiles en los pueblos; todo lo cual deba comunicarle por medio de otras
dos o tres indios que, haban de acompaarle.
Tomada esta cautela, el conquistador sigui resuelto su marcha y al andar
de tres das toc en la base de la cordillera que separaba las tierras
altas de las bajas. Cuestas, pendientes, bosques tupidos, picachos
elevados y vestidos de nieve, torrentes de agua que aqu y all asomaban
precipitndose desde las alturas, profundos barrancos formados por las
lluvias; constituan una posicin tal, que para defenderla habra bastado
una veintena de hombres. Pero el Inca, si es que alguna vez pens
defenderse de enemigos que no poda tener, descuid hasta su principal
defensa; y los espaoles, subiendo por -126- pendientes de donde
pareca iban a desplomarse las rocas suspendidas como en el aire, o

peascos enteros sobre sus cabezas y atravesando caminos donde apenas


alcanzaba un pie, cuanto ms los cuatro de un caballo, salvaron
airosamente todos los obstculos. Una gran fortaleza que se present a su
vista, formada en uno de los ngulos del camino que culebreaba, los
inquiet sobremanera pues ya les pareca ver asomar a los defensores de la
tierra que profanaban y acabar con todos. Pero result abandonada del
todo, y esto les convenci de que Atahualpa no pensaba en atajarles los
pasos; pues, a quererlo, los habra cortado en ese punto sin remedio. Aun
dieron despus con otra fortaleza ms slida todava que la anterior, pero
tambin abandonada.
A medida que avanzaban haban ido cambiando la vegetacin y el clima, y
hombres y caballos juntamente comenzaban a tiritar de fro. Por fin
llegaron a la cumbre de la cordillera y a pisar los pramos cubiertos de
lo que decimos paja, en donde vino a encontrarlos uno de los indios que
acompaaron al enviado de Pizarro a la Corte de Atahualpa, quien le
inform que no haba enemigo ninguno en los caminos, y que muy pronto
llegara al campamento espaol otro mensajero del Inca.
Efectivamente, lleg muy en breve este embajador, trayendo para Pizarro
unas cuantas llamas de regalo. Traa el encargo de saludar a los espaoles
a nombre de su soberano, y manifestarles el deseo que tena de que
llegaran lo ms pronto a Cajamarca para tener el gusto de proporcionarles
cuanto necesitasen. Pizarro supo por el embajador que Atahualpa haba
salido de Huamachuca, y se hallaba actualmente en los baos de Cuu,
distante no ms que tres millas de Cajamarca, y repiti al mensajero que
la fama de los triunfos del Inca le haba movido a venir a sus dominios y
ofrecerle los servicios de los espaoles, aadiendo que si Atahualpa le
reciba con la misma buena voluntad que l le tena, no habra
inconveniente en retardar su vuelta para el otro lado de los mares.
-127Siguiendo los expedicionarios su camino, encontraron con otro embajador
que, ms o menos, traa el mismo encargo que el anterior. Presentose con
una gran comitiva, y se haca servir la chicha en copas de oro, por las
cuales se les iba el alma a los aventureros. En esto lleg el mensajero
enviado en comisin por Pizarro, el cual, viendo las consideraciones que
los espaoles guardaban al embajador del Inca, mont en clera y quiso
venir con l a las manos, porque era un espa, y era muy duro ver, dijo,
que se las tuviesen, cuando a l, llevando una embajada igual, no se le
haba permitido hablar con el Inca, bajo pretexto de que estaba cumpliendo
con el precepto del ayuno, ni hecho aprecio ninguno de su comisin. De
vosotros, aadi se habla con desprecio en el campamento de Atahualpa.
Patentes quedaban para Pizarro las intenciones hostiles que abrigaba el
Inca respecto de los espaoles; pero obrando de diestro a diestro,
disimul sus sospechas y despidi al embajador reiterando las protestas de
que bien pronto se presentara a su soberano.
Despus de vencidas otras dificultades, procedentes del camino que
llevaban los expedicionarios, divisaron al fin el hermoso valle de
Cajamarca y la ciudad de este nombre con blancas casas doradas por el sol.
Algo ms all descubrieron una como nube de tiendas de campaa que,
extendindose a varias millas, demostraban cuanta gente haba bajo tales
pabellones, cosa que no dej de inquietarles. Pizarro dividi su cuerpo en

tres partes, sigui el camino en orden de batalla, segn lo permita el


suelo, y entr en la ciudad que la encontr casi del todo desierta el 15
de noviembre del mismo ao por la tarde.

Deseando Pizarro penetrar las intenciones del Inca, destac a Soto con
quince jinetes a que fuera a verse -128- con l; y luego, conceptuando
muy corta esta partida, envi tambin a su hermano Fernando con veinte
hombres ms de caballera. Ambos llevaban el encargo, no slo de
saludarle, ms de suplicarle que viniera a Cajamarca a cenar en junta de
su husped, y de preguntarle en dnde se haban de acuartelar Pizarro y
sus tropas.
Bien pronto llegaron a la casa en que estaba el Inca. El patio se hallaba
lleno de indios nobles y distinguidos, tan ricamente adornados que no
saban decir cual de ellos era el soberano, y si le conocieron fue ms
bien por la mayor sencillez de sus vestidos y la borla carmes que colgaba
sobre su frente. Hallbase sentado sobre un almohadn a tono de los
turcos, y los cortesanos de pie y al rededor suyo, cada uno segn su
categora. Los espaoles le miraron con curiosidad, como a prncipe cuyas
crueldades se haban ponderado, pero cuyo valor y talento le hicieron
dueo del imperio; y no se distinguan, sin embargo, en su fisonoma, ni
las feroces pasiones ni la sagacidad que se le atribuan. En ella slo
estaban patentes la gravedad y la conciencia del poder, prendas o achaques
de los grandes soberanos.
Fernando Pizarro y Soto con dos o tres de los suyos se le acercaron
lentamente, pero a caballo, hasta ponerse al frente del Inca; y el primero
hacindole un respetuoso saludo, le dijo que iba como embajador de su
hermano, el Comandante en Jefe de los espaoles, a noticiarle que haban
llegado ya a Cajamarca. Aadi que eran vasallos de un monarca poderoso, y
que venan atrados por la fama de las victorias del Inca a prestarle los
servicios que l le ofreca, a comunicarle las doctrinas de la verdadera
religin que ellos profesaban, y a invitarle fuera a ver a sus huspedes
en donde el Inca tena su residencia actual.
El Inca no contest cosa ninguna y permaneci mudo con los ojos fijos en
el suelo. Uno de los grandes que estaba a su lado, se content con decir:
est bien. Pizarro volvi a hablarle cortsmente, suplicndole que le
contestara e hiciera conocer su voluntad, y entonces, Atahualpa,
levantando la cabeza y sonrindose dijo: Decid -129- al capitn que
os enva ac que estoy guardando ayuno y le acabo maana por la maana:
que en bebiendo una vez, yo ir con unos de estos principales a verme con
l: que en tanto l se aposente en esas casas que estn en la plaza, que
son comunes para todos; y que no entren en otra ninguna hasta que yo vaya,
y entonces mandar lo que se ha de hacer.
Soto, que haba observado la atencin con que el Inca miraba al caballo,
el cual tascaba el freno y pateaba impaciente, como sucede a todos los

fogosos cuando se quiere que se estn parados, le meti espuelas y ech a


correr por la llanura, y luego tornendole de un lado para otro, le hizo
dar cuantos movimientos airosos poda dar el buen animal, pues Soto era
tal vez el jinete ms diestro entre todos sus compaeros. Parndole luego
de sbito en la carrera, casi le hizo descansar slo sobre uno de los pies
traseros, tan cerca de Atahualpa que salpic su vestido con la espuma que
arrojaba por la boca. El Inca mantuvo su gravedad; mas, asustados algunos
de sus cortesanos, se ladearon o huyeron, timidez que cost a estos
ltimos la vida, porque Atahualpa mand les cortaran las cabezas en la
misma noche, por haberla manifestado cobardemente en presencia de los
extranjeros.
Hizo luego servir el Emperador algunas cosas de comer, que los espaoles
no aceptaron por no desmontarse, y slo tomaron un poco de chicha que se
les dio en vasos de oro de tamao extraordinario, y brindada por las ms
hermosas princesas del harem11. Despidironse muy luego los espaoles y se
volvieron a Cajamarca, donde contaron cuanto haban visto y admirado en
riquezas, poder y orden que demostraban un grado de cultura que no crean
ver. Ponderaron principalmente la disciplina -130- que haban
advertido en las filas del ejrcito indio, y echadas a volar estas
noticias entre los soldados de Pizarro, se tuvieron estos por perdidos,
como entrados ya en el corazn del imperio sin poder retroceder para las
costas.
Pero Francisco Pizarro cuyo nimo esforzado vea las cosas de otro modo
alent el de sus compaeros hacindoles esperanzar en su valor y confiar
en Dios, por quien venan a someter a los infieles, y quien les haba
librado ya de los mayores peligros. Viva se conservaba todava la fe de
los hombres de su tiempo, y la fe religiosa es una potencia que convierte
en mrtires a los ms medrosos. Pizarro llam a consejo a sus oficiales, y
propuso tomar prisionero al Inca en medio de su mismo ejrcito, sin ms
que tenderle una celada; proyecto desesperado, cierto, pero conforme a sus
no menos desesperadas circunstancias. Adnde podan huir? Al instante que
dieran un paso atrs caera sobre ellos todo ese ejrcito de indios, y los
castellanos apenas conocan otro camino que el que haban llevado, y era
de temerse estuviesen ya tomadas todas sus salidas.
No haba pues tiempo que perder, y ms cuando de un da a otro podan
asomar las legiones victoriosas que acaudillaban Quisqus y Calicuchima.
El Inca haba ofrecido visitarlos, y esta era la mayor ocasin que poda
presentarse para el buen desempeo de su proyecto: una vez prisionero
Atahualpa, huiran sus tropas sorprendidas y quedaba hacedero lo dems.
Tomada la resolucin, se tomaron tambin cuantas precauciones y vigilancia
demandaban las circunstancias, y se retiraron a dormir en las vsperas de
un da en que o haba de perderse la vida, o hacerse dueos de un vasto
imperio.
Nada sabemos en cuanto a las intenciones del Inca para haber ofrecido que
al da siguiente estara en Cajamarca; pero s que hubo cortesanos que lo
sintieron profunda aunque indistintamente: a juicio de ellos, era -131un paso imprudente que poda traer muy malas consecuencias. El capitn
Rumiahui, recientemente ido de Quito con cinco mil hombres a Cajamarca,
con el fin de pasar a incorporarse con Calicuchima y Quisqus, haba
asistido a la conferencia habida en Cuu entre su Rey y los espaoles, y

oda la oferta hecha por aquel de que los vera al da siguiente en su


cuartel. Por dems vivo como era, penetr al instante las consecuencias
que poda producir la segunda entrevista en Cajamarca, y se sali del
campamento real en la misma noche a ponerse a la cabeza de sus cinco mil
hombres, revolviendo un desleal y osado proyecto con que deba apurar los
quebrantos del imperio. Rumiahui alcanz a or al da siguiente el
estruendo de la artillera, como lo haba previsto; se aferr a sus
criminales pensamientos, y se volvi con la gente para Quito, resuelto a
apoderarse del reino, como veremos en su lugar.

VI

La plaza de Cajamarca estaba guarnecida por sus tres lados con las casas
que la rodeaban, y Pizarro coloc en estas la caballera dividida por
mitades; la una a rdenes de su hermano Fernando, y la otra a las de Soto.
La infantera la situ en otro edificio, reservndose para s veinte
hombres de los mejores para hacer frente con ellos a donde lo pidiesen las
circunstancias; y Pedro Canda con algunos soldados y las dos piezas de
artillera, ocup la fortaleza de la ciudad. Orden a todos que se
mantuviesen escondidos y callados hasta que se diera la seal por medio de
un tiro de arcabuz, y que entonces saliesen espada en mano sobre la
comitiva del Inca, y se apoderasen de su persona.
Dadas estas disposiciones, uno de los sacerdotes de la expedicin celebr
una misa con cuanta solemnidad fue posible e invoc a Dios para que
dispensase su proteccin -132- a los que iban a pelear por difundir el
imperio de la cruz: los concurrentes cantaron entusiasmados el Exurge
Domine. Parecan mrtires dispuestos a dar su vida en defensa de la fe,
ms bien que aventureros que meditaban la ejecucin de uno de los actos
ms atroces que la historia ensea.
Desde la alborada del 16 de noviembre de 1532 se vea agitado el campo de
Atahualpa con multitud de preparativos y un incesante vaivn, motivados
por el fausto y esplendor de la entrada del soberano en Cajamarca, con que
los indios queran deslumbrar a los extranjeros. El de Pizarro ofreca un
espectculo diferente: lustrbanse las armas; ponanse cascabeles a los
pretales de los caballos, a fin de que con el ruido se estimulase su
fogosidad, y se atemorizasen ms los indios; repartanse provisiones
abundantes a las tropas, y cada cual esperaba, sino confiado, resuelto el
paradero de tan tremendo trance.
Avanzaba el da perdindose en el arreglo del orden y formacin con que
haban de caminar los de la comitiva de Atahualpa, y los espaoles
renegaban contra esta lentitud que prolongaba la amargura de la
incertidumbre de un resultado mortal o venturoso. Por fin, casi al acabar
la luz del sol, vieron entrar en la plaza como cuatrocientos lacayos
vestidos de librea que iban limpiando hasta las pajas ms chicas del
camino por donde haba de transitar su seor, y luego a este montado sobre
un trono porttil, cubierto el cuerpo con medallones de oro y piedras

preciosas, ceida la frente con la corona y fleco carmes, y sentado en


riqusimo cojn, salpicado tambin de inestimables joyas. Cargaban el
trono los grandes y privados del Emperador, como gracia que no se
dispensaba a todos; y tras l entraron otros principales seores, cargados
tambin en andas menos esplendorosas. Cantores, msicos y bailarines,
engalanados con plumajes y otros adornos brillantes, completaban la
comitiva regia de Atahualpa.
Como en la plaza no cupiesen ms de tres o cuatro mil hombres, quedaron la
escolta y lo restante del pueblo -133- a retaguardia en la llanura
contigua a la entrada de la ciudad. No viendo el Inca en la plaza a
ninguno de los extranjeros, juzg que, por respeto a su persona, esperaban
permiso para salir a cumplimentarle; mas poco despus se present el padre
dominicano, fray Vicente Valverde, capelln de Pizarro, acompaado de
Felipillo, con un cristo en una mano y su breviario en otra, y se le
acerc manifestndole reverencia. El Inca, al verle, dijo a los suyos:
Estos hombres parecen mensajeros de los dioses. Guardaos de hacerles
ningn mal. Valverde le dirigi un largo discurso, hablndole de la
creacin del mundo, de nuestro primer padre, de la encarnacin del Verbo,
de la pasin, muerte y resurreccin de Jesucristo, del Papa, su vicario en
la tierra, etc., etc. Luego le habl de Alejandro VI, Soberano Pontfice
de entonces, de la donacin que este haba hecho de las dos Amricas al
Rey de Castilla, en cuyo nombre peda que, de poniendo Atahualpa sus
extraviadas y falsas creencias, aceptase la religin cristiana,
reconociese la supremaca del Papa, y se sometiese a la autoridad de
Carlos V, quien le protegera y apreciara como a leal vasallo.
Acaso la historia de los acontecimientos humanos no ofrece un ejemplo
igual, reconocido acordemente por todos los escritores, en que resalten a
un tiempo y hasta ms no poder la indiscrecin, la insensatez y la osada.
Memoria triste de tiempos que ya pasaron, y que, Dios mediante, no
volvern jams! Aquella larga, intempestiva e imprudente disertacin del
padre Valverde, mal entendida y mal traducida por el intrprete, no pudo
menos que hacer centellar de rabia los ojos del idlatra, y demostrar un
espantoso ceo: No quiero ser tributario de ningn hombre, contest,
porque yo soy el mayor prncipe de la tierra. Vuestro Emperador puede ser
muy grande, no lo dudo, cuando ha enviado a sus vasallos desde tan lejos y
cruzando los mares, y por esto quiero tratarle coma a hermano. En cuanto
al Papa de quien me hablis, es menester que est loco para dar tan
liberalmente lo que no es suyo; y por lo que respecta a mi religin, estoy
muy avenido con ella, pues si vuestro -134- Dios fue condenado a
muerte por sus mismas criaturas, el mo (dijo sealando el sol que ya iba
a hundirse bajo la tierra), el mo vive todava en los cielos y est
velando por sus hijos. Luego pregunt a Valverde en qu autoridad se
apoyaba para creer tan misteriosas relaciones, y el dominico le present
el breviario, dicindole que l encerraba cuanto le haba expuesto. El
Inca lo tom con ansiosa curiosidad, lo abri, recorri algunas de sus
pginas y lo aplic a la oreja; mas, vindose burlado, porque seguramente
esperaba ver, or o sentir alguna cosa, le arroj con indignacin
diciendo: Esto que me das nada me dice. Di a tus compaeros que me darn
cuenta de sus acciones en mis dominios, y que no me ir de aqu sin haber
obtenido satisfaccin completa de los agravios que me han hecho.

Altamente ofendido Valverde con el ultraje hecho al libro sagrado, le alz


del suelo y corri a ver a Pizarro e informarle de lo ocurrido, aadiendo:
No veis que mientras estamos aqu gastando el tiempo en hablar con ese
perro lleno de soberbia, se estn ocupando los campos por los indios?
Salid a l que yo os absuelvo12.
Apenas odo esto por Pizarro, mand disparar el tiro convenido; y lanzando
luego el antiguo grito de guerra: Santiago y a ellos! salieron todos los
espaoles a un tiempo, sonaron las trompetas, descargaron la artillera y
fusilera, y cayeron caballos, caballeros y peones, sable o espada en
mano, sobre aquella confusa, inerme e imprvida multitud. Tal vez no hubo
un solo tiro en blanco, puesto que todos iban asestados contra una
compacta muchedumbre; y los indios fueron cayendo aqu y all, muertos o
heridos por las armas, o atropellados por los -135- caballos. La
sorpresa, la detonacin de las armas de fuego y el movimiento veloz de los
caballos espantaron a los pobres indios y procuraron huir. La estrechez de
las salidas les neg este arbitrio de salvacin; de modo que, yendo y
viniendo, y remolinndose en tan reducido recinto, fueron ms pronto y ms
fcilmente degollados.
Cuando estaba ya bien adelantada esta carnicera, se present Pizarro con
los veinte hombres reservados, y se dirigi con ellos hacia el trono del
atnito Inca, matando a cuantos le rodeaban y escudaban con sus cuerpos.
Estos fieles vasallos, que procuraban sostenerle sobre sus hombros a costa
de la vida, fueron tambin cayendo sucesivamente, hasta que Pizarro,
abrindose paso, logr acercarse cuanto pudo, le tom de un brazo, le ech
por tierra y le hizo prisionero.
Al recibir los indios este ltimo golpe de infortunio, pretendieron huir
por una pared baja; pero como se agolparon tantos a un tiempo, se vino a
tierra con el peso y dej una ancha abertura con el derrumbo. Fugaron
efectivamente muchos por esa abertura proporcionada por la casualidad; mas
como la proporcion tambin a los caballos, fueron perseguidos y
destrozados a manos lavadas casi todos. No andan muy conformes los
escritores de este suceso acerca del nmero de vctimas, pues unos le
hacen montar a siete mil, otros a seis y otros a cinco, con excepcin de
Robertson que, refirindose a Jerez, dice que slo fueron dos mil. El
secretario de Pizarro se halla contradicho, adems, por una autoridad de
mucho peso, a juicio de Prescott, por el indio Titucussi, que comput el
nmero en diez mil. Los victimarios terribles como son en semejantes
trances, sienten seguramente alguna cosa que se parece a vergenza o
arrepentimiento, y Jerez, uno de ellos, debi participar de esa tendencia
a minorar el nmero de muertos como para acallar los clamores de la
humanidad.
Tal fue el golpe con que Pizarro rindi un imperio para Carlos V, y abri
una fuente de toda clase de tesoros para su patria. Nunca accin alguna
pudo ser ni ms -136- hbil ni ms osadamente preparada, ni ejecutarse
tan a poco riesgo, ni producir tan completos resultados y ventura. La
gloria de Pizarro (ya que el lenguaje humano ha tenido que aceptar esa
palabra para preconizar las conquistas coronadas con buen xito, por
sangrientas e infames que sean) la gloria de Pizarro, decimos, aument la
de aquel monarca, dueo ya casi de la mitad de Europa, y enalteci ms el
lustre de su fama y reinado. Pero si la historia tiene un lenguaje

especial para eternizar la memoria de los conquistadores, tambin, la


misma historia eterniza las manchas que empaan las acciones, y hace
perder el brillo de ciertas glorias; la historia separa discretamente lo
glorioso de lo infame, y la posteridad tiene que repetir la condenacin de
los alevosos medios que emplearon Pizarro y Valverde para la prisin de
Atahualpa.
Cuando Pizarro haba provocado al Inca a tener una entrevista, tambin le
haba invitado a cenar con l, y Pizarro, despus del triunfo, cumpli su
promesa haciendo que se sentara al lado suyo. Sirviose el banquete en un
saln que daba frente a la plaza donde pocas horas antes era Atahualpa
seor de millones de vasallos, y el otro no ms que un arrojado
aventurero, y se pusieron a platicar familiarmente por medio del
intrprete. Asegrase que el Emperador confes haber tenido noticia de los
espaoles desde que desembarcaron en los dominios del sol, y de haberlos
mirado con desprecio por lo reducido de sus fuerzas, sin dudar que con las
suyas tan numerosas, habra acabado con las otras al internarse en
Cajamarca. Asegrase tambin que dijo haber deseado verlos por s mismo
para juzgar de ellos con acierto, elegir algunos para su servicio, dar
muerte a los restantes, y apoderarse de sus armas y caballos.
As puede ser, pues as queda explicado por qu dej pasar tranquilamente
a los espaoles por los desfiladeros de las cordilleras. Pero, como
observa Prescott, difcil tambin es creer que un prncipe, tenido por
astuto e inteligente, segn el testimonio general de cuantos le
conocieron, fuera a revelar sin motivo ninguno sus intenciones secretas.
-137Atahualpa, cuando su prisin, frisaba apenas con los treinta aos de edad.
Se le pinta como bien formado y ms robusto de lo que eran generalmente
los de su raza: de ancha frente, hasta poda habrsele calificado de
hermoso, a no ofenderle unos ojos sanguinolentos que daban a sus facciones
una como expresin de ferocidad. Su lenguaje era fluido, graves sus
maneras, pero seversimo y hasta duro con sus vasallos.
Antes de retirarse Pizarro a su dormitorio, dirigi a los suyos un breve
discurso, relativo a las circunstancias en que se hallaban, y dispuso que
se ofreciesen acciones de gracias a Dios por el milagro de no haber
perdido sino un solo hombre de los suyos (parece que fue el negro).
Aconsejoles que despus de confiar en su omnipotencia divina, se portasen
con suma cautela y tino, pues se hallaban en el corazn de un gran reino,
rodeados de multitud de enemigos por dems adictos a su seor, y
estuviesen preparados a cortar el sueo con prontitud cuando oyesen el
llamamiento de las trompetas. Coloc luego los respectivos centinelas en
los puestos convenientes, y una gruesa guardia en el aposento del Rey
prisionero, y dictando otras y otras providencias propias de tan activo
como discreto capitn, se retir a dormir.
Los indios, aunque superiores en nmero y dueos de las mejores
posiciones, no dieron un solo paso para vengarse, cuanto ms por librar a
su seor del cautiverio. Por dems abatido su nimo, andaban dominados por
esa audacia con que los blancos, siendo tan pocos, acometieran tan
arrojada empresa, y ni tenan un solo caudillo que los guiase, pues los
mejores de sus capitanes y las fuerzas veteranas estaban muy lejos hacia
el sur.

No muri ningn espaol dice Velasco, citando a Gmara, porque a pesar de


la bravura de los indios y de sus costumbres guerreras, ninguno quiso
combatir ni defenderse, porque aun cuando estaban armados, no haban
recibido para ello orden ninguna de su seor. El mismo Velasco,
arrimndose al testimonio de Niza y Garcilaso, impugna luego a los
escritores que han opinado -138- haber sido la sorpresa y turbacin
las causadoras de tanta flojedad y abatimiento, y cree lo fue la orden
expresa del Inca de que no ofendiesen a los cristianos por ser mensajeros
de los dioses, tenindolos por tales segn la prediccin de Viracocha13.
A nuestra vez impugnamos a Velasco, y atenindonos a la narracin del
padre Niza que vino con la expedicin a Cajamarca, creemos ms bien en
ella como dada por testigo ocular y de conciencia recta. Los indios, segn
Niza, estuvieron desarmados, pues cuando registraron sus cadveres slo
hallaron los adornos con que engalanaban los cuerpos. As, sobre todas,
esta primera circunstancia, y luego la sorpresa causada por lo sbito del
ataque, el estruendo de la artillera, los muertos que caan -139como ofendidos por el rayo, sin alcanzar a ver de donde procedan golpes
tan mortales, los torbellinos de polvo y humo levantados por la carrera de
los caballos y la plvora; fueron, a no dudar, las causas de tan extraa
flojedad y cobarda. La prohibicin del Inca, aun tomndola en el sentido
ms riguroso, y aun obrando en vasallos, acostumbrados a obedecer
ciegamente los caprichosos antojos de los dspotas, no podan dictarse,
cuanto ms ser entendida en absoluto; esto es, aun para el caso en que
fuesen ofendidos el Rey y los suyos. La naturaleza ha provisto a todos los
seres, racionales o irracionales, de ese instinto de conservacin, por el
cual lo olvidamos todo, y es imposible creer que se dejaron matar slo por
no contradecir la orden del soberano.
El ningn recelo que podan infundir en el nimo de Atahualpa unos pocos
hombres venidos a visitarle como amigos, hizo que l y sus vasallos no se
ocuparan sino en el boato con que pensaban deslumbrarlos. Tal exceso, de
confianza los mantuvo inermes y desapercibidos, y naturalmente debieron
perderse en castigo de tanto candor y credulidad.

VII

Slo Pizarro sali herido de una mano, y esto porque al tiempo de ponerla
sobre el Inca, un soldado espaol asestaba contra este una cuchillada. Los
conquistadores pasaron la noche rebosando de alegra, y al da siguiente
fue puesta la ciudad a saco, y recogieron los despojos de la empresa.
Luego pasaron a los baos de Cuu, de -140- donde fugaron las pocas
tropas que all haba, quedando solamente cinco mil mujeres para apagar la
salacidad de los vencedores. Recogieron muchos y muy ricos pabellones,
vestidos de lana de finsimo tejido, y alhajas de oro y plata en
abundancia. Las de oro pesaron doscientas sesenta y siete libras, y la
vajilla de Atahualpa cien mil ducados tambin de oro.
Inmensos fueron igualmente los rebaos de llamas que los espaoles

encontraron en las inmediaciones de Cuu, destinados para el consumo de la


familia imperial y de los muchos cortesanos que rodeaban al Inca. Pizarro
mand recoger los necesarios para su tropa, y sin preveer la falta que
haran despus, dej a los ms vagando por los pramos o selvas, y casi
lleg a perderse aquella cra tan cuidadosamente atendida por los
gobiernos de los Incas.
Tan grande fue el nmero de prisioneros tomados despus de la carnicera,
que alguno de los compaeros de Pizarro opin que deba matarse a todos, o
a lo menos cortrseles las manos, a fin de evitar as toda tentativa de
rehacimiento, e infundir temor en los dems de la nacin. Pizarro desech
tan inhumano dictamen, no slo como cruel, ms an como impoltico, y dej
libres a los ms de los prisioneros, asegurndoles que no haba de
sucederles cosa ninguna, si se mantenan fieles al vasallaje impuesto. Los
retenidos para que sirvieran como criados fueron, sin embargo, en tanto
nmero, que el soldado ms balad los tuvo como puede tenerlos el noble
ms rico y malgastador.
El Inca, entretanto, rodeado de centinelas, atnito y hasta resistiendo
todava al testimonio de sus propios sentidos, no comprenda de lleno toda
su desventura, bien que supo disimularla con fortaleza, pues se le oy
decir: Estas son las vicisitudes de la guerra. Pizarro le trat con suma
consideracin, y aun procur aliviar el abatimiento en que haba entrado
despus, dicindole que no se preocupase por un revs al cual estaban
expuestos cuantos Reyes gobernaban el mundo, y ms cuando slo -141era la obra de Jesucristo y triunfo de la cruz, sin cuyo auxilio hubiera
sido imposible rendirle en medio del ejrcito de que dispona el Inca.
Djole tambin que confiase en l, porque los espaoles pertenecan a una
raza soberbia, pero caballerosa y clemente, y guerreadora slo contra los
que se le oponan. Nada, sin embargo, pudo aquietar el nimo del prncipe,
pues las recientes atrocidades de que acababa de ser vctima y testigo,
eran ms convincentes para saber a qu atenerse.
Cediendo a los impulsos de ese tesoro del corazn que llamamos esperanza,
y habiendo observado que no era tanto la religin, a cuyo nombre le
hablaban, la promovedora de cuanto acababan de hacer los espaoles, sino
un apetito oculto y mal disimulado, la sed de la codicia; aventur ofrecer
a Pizarro una gran cantidad de oro por su rescate: Si me prometis la
libertad y restituirme el trono, le dijo, os dar tantas piezas labradas
de oro y plata cuantas alcancen a cubrir enteramente el pavimento de la
estancia en que estoy preso. Sorprendironse los que estaban presentes de
esta proposicin que, a su juicio, era difcil de cumplirse, y el Inca,
penetrando esta sorpresa, aadi enseguida: Y no slo dar lo prometido,
sino cuanto baste para llenar la estancia hasta la altura de mi brazo.
Pizarro acept alegre y al instante la propuesta y en consecuencia la
elevaron a contrato por medio de escribano y con las solemnidades debidas,
trazndose luego al ruedo de la estancia una lnea roja a la altura a que
alcanz el brazo del Inca puesto en pie. Pidi, s, la aceptacin de dos
condiciones: la de no deber fundirse las piezas mientras no se llenara la
medida; y la de drsele de plazo algn tiempo proporcionado a la distancia
de los pueblos del imperio. Pizarro se convino con ambas, y entonces el
Inca dict las rdenes conducentes a todos los Curacas principales del
reino recomendando a sus vasallos la mayor presteza del desempeo.

La habitacin de Atahualpa tena veinte y dos pies de largo, y diecisiete


de ancho; la lnea tirada subi a la altura de nueve pies.
-142Despus de celebrado el contrato, se sigui dulcificando el estado
angustioso del Inca, y Fernando Pizarro y Soto principalmente le prestaban
consideraciones tales, que hasta llegaron a hacerse sospechosos a los ojos
de algunas almas mezquinas de sus compatriotas. Aprendi el ajedrez y con
este juego mataba el tedio de la cautividad.
Principiaron, entre tanto, a centrar en Cajamarca las remesas de oro y
plata envidas de Chim, Huamachuco, Huancabamba y otras ciudades cercanas;
mas la inmensa distancia en que estaban Quito, Pachacmac, Vilcas, Cuzco e
isla Titicaca, las ms ricas del imperio, dilataron como era de ser la
remisin. Fuera de esto, el alzado y rebelde Rumiahui la dificultaba
entre los pueblos del norte, y los del sur, mal avenidos con el gobierno
de Atahualpa, a quien miraban siempre como a usurpador, no podan tampoco
ser muy solcitos en el cumplimiento de las rdenes del soberano. Huscar
a quien haban llegado las noticias del cautiverio de su hermano y del oro
ofrecido por su rescate, mand ofrecer, se dice, tres tantos ms al
caudillo espaol; pero este es punto que no est bien averiguado.
base ya venciendo el plazo dentro del cual deba Atahualpa cumplir con lo
prometido, y sin embargo no asomaban las remesas; y como, por otra parte,
haban llegado al campamento espaol rumores, bien que muy vagos, de que
los indios andaban concertndose para librar a su seor, bast esta
circunstancia para que empezaran a decir que el Inca trataba de
engaarlos. Reconvenido Atahualpa acerca de ambos particulares, se
justific manifestando la distancia en que estaban sus principales
ciudades; y en cuanto a la conspiracin de sus vasallos, dijo que era del
todo falsa, y que si Pizarro dudaba de ello todava, enviase algunas
personas de su confianza a que observasen por s mismos la tranquilidad
que reinaba en el imperio. Ni uno solo de mis vasallos, aadi, se
atrever a presentarse armado, ni a levantar un dedo sin orden ma. Me
tenis en vuestro poder, mi vida est a -143- vuestra disposicin qu
mayor prenda podis querer de mi fidelidad?.
Diestro Pizarro en aprovecharse de cuantas ocasiones se presentaban
favorablemente a sus intentos, acept gustoso estas seguridades, y
despach a su hermano Fernando para Pachacmac con veinte jinetes y doce
fusileros. Fernando encontr en Huamachuco algunas cargas de oro, que las
pas para Cajamarca con seis de sus soldados, y sigui l hasta Antamarca.
Mientras Fernando se diriga a Pachacmac, Soto y Barco fueron despachados
para Cuzco, en posesin del cual quera Pizarro entrar cuanto antes para
asegurar la conquista del imperio.
Fernando, en su trnsito, fue no slo bien recibido por los pueblos, sino
festejado con danzas y obsequios de sus moradores. Pachacmac, entonces
ciudad de primera orden, est hoy reducida a unos pocos paredones que ni
siquiera son los vestigios de las maravillas que encerraba en otro tiempo.
Llegado all Fernando, se fue derecho al templo, sin guardar ninguna de
las ceremonias que haban inventado sus sacerdotes para que fuera ms
sagrada y misteriosa la entrada en lo interior. Los sacerdotes trataron de
impedirlo, mas l les dijo llana y categricamente: No he venido de tan
lejos para que vuestro brazo me cierre esta puerta. Los indios creyeron

que iba a sobrevenir con tal escndalo alguna revolucin en la naturaleza,


y ni faltaron devotos que afirmasen haberse conmovido los cimientos del
templo. Fernando sigui adelante, derrib el dolo de madera ante el cual
iban a depositarse las ricas ofrendas de los devotos y acaudalados, y
clav una cruz en su lugar, aconsejando a los circunstantes que tuviesen
confianza y fe en aquel smbolo humilde de la redencin humana.
Los tesoros haban sido anticipadamente trasladados y sepultados, y
Fernando no hall sino muy poco oro en el templo. Con todo, algunos das
despus fueron llegndole los metales preciosos que los pueblos remitan
en obedecimiento a las rdenes del soberano, y alcanz a reunir hasta
ochenta y cinco mil castellanos en oro, y tres mil marcos de plata.
Desempeada la comisin de Fernando, se puso en camino para volverse a
Cajamarca.

-144VIII

Dijimos que Atahualpa, antes de su entrevista con los espaoles, haba


dado a sus generales la orden de trasladar a Huscar de la fortaleza de
Jauja a otra ms segura y poco distante de Pachacmac. Calicuchima, en
consecuencia, tuvo que apartarse del ejrcito, acampado entonces por las
cercanas del Cuzco, sin llevar consigo otra compaa que dos oficiales de
su entera satisfaccin. Sac a Huscar de la prisin y lo entreg a dichos
oficiales, dicindoles que lo llevasen con el debido acatamiento, y se
qued l en Jauja con nimo de seguirlos despus, ignorando hasta entonces
lo ocurrido por este tiempo entre su Rey y los espaoles.
Soto y Barco encontraron a Huscar en su camino para Cuzco, y el prncipe,
confirmando entonces la noticia que tena acerca de la prisin de su
hermano y del oro ofrecido por su rescate, les suplic lo trasladasen a
Cajamarca, asegurando que de otro modo miraba su muerte como cierta en la
nueva prisin. Djoles tambin, que si le llevaban al lugar en donde
estaba Pizarro, y le reponan en el trono usurpado por Atahualpa, dara no
solamente lo ofrecido por este para su rescate, sino que llenara de oro
la misma sala hasta su mayor altura, y sera un sincero y fiel amigo de
los extranjeros, por el convencimiento en que se hallaba de haber llegado
ya el tiempo de perderse el imperio conforme a la prediccin de Viracocha.
Los capitanes espaoles se excusaron de condescender con las splicas del
prncipe, diciendo que no podan apartarse de las instrucciones recibidas
por su jefe, y pasaron adelante. En Jauja encontraron tambin a
Calicuchima, habiendo sido entonces cuando este lleg a saber la prisin,
compromisos y rdenes de Atahualpa, por lo cual le dio treinta cargas de
oro de a cien libras cada una en el mismo da, y poco despus otras cinco
cargas.
-145Recogido el oro de Jauja, siguieron Soto y Barco para Cuzco, y Calicuchima
se fue tras Huscar y mand matarle por orden presunta de Atahualpa14;
pues tenindola desde antes para el caso que sus vasallos tratasen de

librarlo, crey torpe o maliciosamente llegada la ocasin de ejecutarla,


al saber que haba hablado con los espaoles y peddoles la libertad.
Autores hay que opinan habrsele dado muerte por orden expresa de su
hermano, con motivo de las ofertas hechas a Pizarro, y que este, una vez
resuelto a resolver la contienda de los dos prncipes, tomara el partido
de adjudicar la corona a Huscar, como a hombre apocado y de pocos
alcances, que haba de servirle provechosamente para afianzar la
conquista. Huscar muri bien joven todava, sin haber reinado en paz sino
muy poco tiempo, y recibiendo los constantes desengaos de la guerra.
Tanto los cronistas indios como los castellanos le han pintado como
prncipe de suaves y excelentes prendas, pero incapaz de competir con la
osada de su hermano, como de ndole feroz; mas debe advertirse, dice
Prescott, que los primeros eran parientes de Huscar y que los otros no
queran a Atahualpa.
No saba Calicuchima el partido que deba tomar despus de ejecutada la
muerte que mand dar a Huscar, y parecindole intil irse solo a
Cajamarca, se determin ms bien a unirse con Quisqus en el Cuzco, y
obrar entonces de acuerdo con este en lo relativo a la libertad de
Atahualpa. Apenas hubo andado un corto trecho, cuando dio con Fernando
Pizarro, quien de vuelta de Pachacmac haba sabido que Calicuchima se
hallaba por Jauja; e dose en su busca. Calicuchima reuna en su persona
las prendas de su cuna; talento despejado y experiencia militar, y
pareciole a Fernando que era hombre de quien deba apoderarse de grado o
por fuerza. Hablole, pues, muy cortsmente, y trat de convencerle que
convena tuviese una entrevista con su hermano Francisco -146- en
Cajamarca; tanto ms, cuanto estos eran tambin los deseos del Inca
Atahualpa. El anciano General, como era de esperarse, se neg a semejante
invitacin; mas Fernando, despus de apuradas infructuosamente sus
instancias, le oblig siempre a partir con l y se encaminaron juntos a
Cajamarca.
Cerca ya de esta ciudad, se encontr Fernando con el Inca Illescas, que
iba desde Quito conduciendo gran cantidad de plata y cosa de trescientos
castellanos de oro, recogidos nicamente en la provincia de Puruh, con
motivo de que Rumiahui, hecho ya proclamar como Scyri en Quito, se negaba
aferradamente a dar cosa ninguna del tesoro pblico. Illescas entreg las
cargas a Fernando, y se volvi sin hablar con su hermano, el cautivo real,
pretextando que no quera pasar por el sentimiento de verlo preso, y por
estar a su cuidado la tutela de los prncipes, sus sobrinos.
Introducido Calicuchima a la prisin de Atahualpa, y en viendo cautivo a
su soberano, el viejo guerrero levant las manos al cielo y exclam: Si
yo hubiera estado aqu, no habra sucedido esto! y bes de seguida e
hincndose de rodillas las manos y pies de su Rey. El Inca, segn la
conviccin en que estaba acerca de su divino origen, y atenido a las
costumbres de sus antepasados, no dio muestra ninguna de emocin al ver a
su consejero privado, y se content con darle la bienvenida. La frialdad
del Monarca haca contraste con la leal sensibilidad del vasallo; pero
acaso el fro recibimiento de Atahualpa fue debido ms bien al ver en el
general al matador de su hermano, pues la haba sentido sinceramente, en
el decir de algunos escritores15.
-147-

Soto y Barco fueron recibidos por el general Quisqus muy de otra manera
que Hernando Pizarro en Pachacmac, y aun habran sido sacrificados al
punto, a no ser por las terminantes rdenes de Atahualpa que el general
indio no pudo menos que obedecer. Y sin embargo, las obedeci siempre con
repugnancia y, ms que esto, con desprecio tal por los comisionados que,
ofendido uno de ellos, ha dicho Jerez, iba a atravesarle con la espada,
cuando se contuvo por respeto a la numerosa tropa de que estaba rodeado el
general. Djoles en resolucin, que no pidiesen mucho, pues no
contentndose con lo que iba a darles, ira personalmente a libertar a su
seor con su brazo y con las armas.
Orden luego que tomasen del palacio real los cntaros, jarros, ollas y
ms utensilios de cocina, todos de oro, y que los entregasen a los
comisionados. Despus, recogieron estos el fabuloso tesoro que encerraba
el templo, cuyas paredes interiores estaban cubiertas con planchones de
oro, aparte de una infinidad de alhajas, entre las cuales slo el sitial
en que se sentaba el sacerdote para presidir el ceremonial de los
sacrificios, pes diez y nueve mil castellanos. En seguida fueron
despojados los cadveres de los Incas de las joyas con que los haban
depositado en el sepulcro destinado para la familia imperial; sepulcro
cuyas paredes tambin estaban cubiertas con planchas de oro. Se arrancaron
de los esqueletos de Tpac-Yupanqui y Huaina-Cpac los bastones de oro
esmaltados con piedras preciosas, y se sac, entre otras muchas alhajas de
diversas figuras y especies, una fuente de oro, adornada con el esmalte de
distintas piedras valiosas, que pes doce mil castellanos16.

IX

1533. Almagro a quien dejamos en Panam, haba logrado al cabo, despus de


vencidas muchas dificultades, -148- armar tres naves y reunir ciento
cincuenta hombres, algunos caballos y municiones, y sali de esa ciudad
con rumbo para el sur a fines de 1532. Habasele unido tambin una fuerza
de cincuenta hombres procedentes de Nicaragua; de modo que vena con
ciento cincuenta infantes y cincuenta jinetes. Haba tocado en la baha de
Sanmateo; desembarcado en Portoviejo (advirtase que este no es el actual)
y pasado por las penalidades de toda larga navegacin, sin tener noticia
ninguna de su compaero Pizarro. Por fin, a la vuelta de un soldado de la
partida enviada a Tmbez, lleg a saber de la colonia fundada en San
Miguel, y alentado con tal nueva pas para esta ciudad, a donde arrib con
toda felicidad.
En Tmbez supo el viaje emprendido por su socio hacia lo interior del
continente y el cautiverio del Inca, y muy luego lo ofrecido por rescatar
su libertad; todo lo cual admiraron Almagro y sus compaeros que no
acertaban a comprender cmo Pizarro haba podido obtener tanta ventura.
Algunos de los colonos, de alma ruin, aconsejaron a Almagro que no fiase
mucho en Pizarro, porque saban que le tena mala voluntad.
Bien pronto se trasluci en Cajamarca la venida de Almagro, y Pizarro

supo, adems, por un oficio que reservadamente le pas Prez, secretario


del primero, que este no vena con la intencin de ayudarle en la empresa,
sino de establecer un gobierno independiente. Almagro a su vez recibi el
aviso de la traicin cometida por su secretario, y mand ahorcarle.
Pizarro, sin hacer caso de la denuncia hecha por Prez celebr la llegada
de Almagro, y le despach inmediatamente un mensajero para que le
felicitase, invitndole adems a que pasara a Cajamarca. Almagro, hombre
ingenuo y de carcter por dems franco, apreci como deba las
invitaciones de su amigo, y se puso en camino para Cajamarca, a donde
lleg a mediados de febrero de 1533. Los soldados de Pizarro salieron a
recibir contentos a sus paisanos, y los dos capitanes se abrazaron con
muestras de cordialidad, protestando cada uno -149- que se auxiliaran
recprocamente en la magna empresa de hacerse dueos del Imperio.
Por este tiempo ya se hallaban de vuelta los emisarios encargados de
conducir el oro sacado de Cuzco, y aunque con ser mucho lo recogido no
llenaba la medida, no pudo la codicia de los aventureros sufrir por ms
tiempo el que no se hiciera la reparticin, e imploraron a gritos que se
procediera a ella. Esperar ms, era exponerse a ser acometidos por los
enemigos, y era mejor que cada uno, dueo de lo suyo, lo defendiera como
pudiese. Querase, sobre todo, partir cuanto antes para Cuzco para no dar
tiempo a que sus moradores ocultaran los tesoros, como se haba pensado en
ello, y esto ltimo principalmente determin a Pizarro a proceder al
repartimiento, y ms cuando sin poseer la capital no poda conceptuarse
afianzada la conquista del Imperio.
Lo que convena primero era reducir a barras de igual tamao esa infinidad
de alhajas, portentosas por su materia y forma, entre las cuales llam muy
particularmente la atencin y excit la admiracin una caa de maz que
representaba con suma perfeccin el dorado de los granos de la mazorca y
las anchas hojas de plata, de las cuales pendan hilos tirados del mismo
metal. Antes de destruir tan preciosas joyas, separaron las mejores para
Carlos V, no tan slo por la parte que le tocaba, mas para que apreciase
la habilidad y lo adelantado de los indios; y avalorase el precio de la
conquista. Ninguno poda ser ms a propsito para llevar al Emperador tan
magnficos obsequios, e informarle acerca de los sucesos de la conquista
que Hernando Pizarro, conocedor de la altivez de los cortesanos y
cortesano l mismo, y Hernando fue nombrado para el desempeo de esta
comisin.
Llamose para fundir el metal a los plateros indios, a los mismos que
haban labrado tan preciosas alhajas, y aunque trabajaron da y noche no
terminaron la tarea sino dentro de un mes completo. Reducidas ya a barras
de igual valor se procedi a pesarlas a presencia de los inspectores
reales, y se vio que la suma total mont -150- a 1.326.539 pesos en
oro, lo que en la actualidad equivaldra a poco menos de quince millones y
medio; el peso de las alhajas de plata subi a 51.610 marcos.
Podan los soldados de Almagro entrar a la parte del repartimiento que se
iba a celebrar? Cierto, decan estos que no hemos concurrido al lance del
cautiverio del Inca, pero hemos ayudado a custodiar el tesoro, y ahora
mismo estamos resueltos a ayudaros en la prosecucin de vuestras
conquistas, la causa es comn y comunes tambin deben ser las ganancias.
Este discurrir que no poda ser del gusto de los soldados de Pizarro, a

quienes los otros venan a defraudar tal vez algo ms de la mitad les
haca contestar que el contrato se haba celebrado slo con ellos, y que
ellos slo haban corridos los riesgos de la empresa. Esto era
incontestable, y convinieron los dos socios en que los soldados de Almagro
desistiesen de sus pretensiones, y se contentasen con la suma que iba a
drseles, tanto ms, cuanto que en la prosecucin de la conquista,
formara cada uno de ellos su hacienda propia.
Arreglado as el asunto, dispuso que se diera a la distribucin del botn
la mayor solemnidad. Reunironse las tropas en la plaza, y Pizarro invoc
la ayuda del cielo para hacer el repartimiento con ajustada justicia,
dando a cada uno segn su mrito, como si hubiera habido justicia en
repartir lo ajeno o en repartir lo adquirido por medio de una alevosa y
la subsecuente matanza de varios millares de indios.
Sacose primero el quinto para el Emperador, incluyendo el valor de las
alhajas separadas, y Pizarro tom para s 57.222 pesos en oro, 2.350
marcos de plata y la gran silla del Inca, toda de oro, avaluada en
veinticinco mil pesos, tambin en oro. A su hermano Fernando le dio 31.800
pesos en oro, y 2.350 marcos de plata: a Sota 15.740 pesos en oro, y 724
marcos de plata; y a los dems capitanes que eran sesenta, a 8.800 pesos
en oro, y 362 marcos de plata; bien que algunos recibieron ms y otros
menos segn su mrito. A los soldados de infantera -151- que eran
ciento cinco, toc a 4.400 pesos en oro, y a 180 marcos de plata, aunque
tambin con algunas excepciones.
El templo del Sol, en Cajamarca, convertido en casa de Dios bajo la
advocacin de San Francisco, fue dotado con dos mil doscientos veinte
pesos en oro. Los soldados de Almagro recibieron veinte mil, y los colonos
de San Miguel la muy corta de quince mil. Almagro y Luque deban tener
cada uno la tercera parte del botn con arreglo al contrato de compaa, y
aunque nada se sabe a tal respecto es de creer que fueron satisfechos por
cuanto no se hicieron reclamaciones, Luque haba muerto ya antes de saber
los triunfos de Pizarro, pero debi representarle el licenciado Gaspar
Espinosa.

Si no se haba entregado a los espaoles toda la cantidad de metales


ofrecida por Atahualpa, culpa era de los mismos codiciosos que quisieron
precipitar el repartimiento de lo recogido, en son de temer una
sublevacin general de los indios; y una vez conformes ya con lo poco o
mucho que a cada uno de aquellos le haba cabido, era de esperarse que
restituyeran al Inca su libertad. La tenebrosa poltica de Pizarro le
resolvi a disponer las cosas de otro modo, y el destino reservaba al Rey
indio un desastroso fin.
Pizarro conceptu que dar libertad a Atahualpa, era darla al mayor y ms
poderoso enemigo, en cuyo torno se pondran enjambres de vasallos
entusiastas y decididos, que acabaran de seguro con todos los espaoles.

Mantenerle cautivo ofreca otro gnero de dificultades, principiando por


la de tener que emplear mucha gente en guarda suya y menoscabar el
reducido ejrcito expedicionario; fuera de que ni aun as se evitaban los
riesgos de que, al atravesar las selvas o las cordilleras, libertasen
-152- los indios al Rey cautivo, de mucho peso, en verdad, deben ser
para la poltica y los doctrinadores de ella las consideraciones
antecedentes, pero entendemos, por mucho que pese a los conquistadores y
diplomticos, que con trasladar al cautivo al ms inmediato de los puertos
del imperio, para que le pasasen a Panam o a Espaa misma, si era
necesario, se habra guardado a lo menos alguna justicia, sin exponer por
ello los resultados de la conquista.
El Inca imploraba su libertad, y hablaba frecuentemente de ella a los
capitanes que le visitaban, y en particular a Soto con quien haba llegado
ya a familiarizarse. Soto lo puso en conocimiento de Pizarro, y este,
dando por lo pronto un a respuesta evasiva, hizo despus llamar a un
escribano a que extendiera un documento pblico, por el cual exima al
Inca de dar lo restante del ofrecido rescate; pero declarando que para la
seguridad de los espaoles convena se mantuviese prisionero, mientras
vinieran nuevos refuerzos.
Los rumores de la sublevacin, entre tanto, iban creciendo de grado en
grado con mayor fuerza, y sealbase como autor de ella al cautivo
soberano. Yacan metidos en el campamento espaol unos cuantos indios de
cuenta, partidarios del vencido Huscar, y principalmente Felipillo, el
mayor enemigo de Atahualpa desde que, descubierta su pasin por una de las
concubinas del Rey, haba manifestado este a sus vencedores que, segn la
legislacin peruana, mereca la muerte no slo el culpado sino toda su
familia. La sublevacin slo obraba en la mente de los enemigos de
Atahualpa, porque en realidad no pensaba en esta; pero convencidos o no de
ello, hubo muchos espaoles que pedan la muerte del cautivo, entre los
cuales sobresalan Almagro y los que con l vinieron a Cajamarca, por
reparar en Cuzco la parte que les negaran en el repartimiento. Requelme y
los dems comisionados regios, reservados por Pizarro en San Miguel para
que no embarazaran sus disposiciones, se haban venido tambin con Almagro
para Cajamarca.
-153Tomose declaracin a Calicuchima en cuanto a la supuesta insurreccin, y
el general expuso que nada saba de lo que hubiese dispuesto su seor, y
se inclinaba ms bien a creer que lo calumniaban. De seguida pas Pizarro
al aposento del Inca y Qu traicin es esa, le dijo, que meditas contra
m, contra m que te he tratado siempre con consideraciones, confiando en
tus palabras como en las de un hermano? Te burlas le contest el Inca.
Siempre me hablas de burla no es verdad? Qu somos yo y toda mi gente
para enojar a tan valientes hombres como vosotros?. En otra ocasin que
se trataba del mismo asunto, y cuando el Rey comprendi que con tales
rumores estaba su vida en balanzas: No soy, le dijo un pobre cautivo en
tus manos? Cmo puedo abrigar los designios que me atribuyes, sabiendo
que yo sera la primera vctima de la insurreccin? Conoces poco a mis
vasallos, si piensas que haban de moverse sin orden ma, pues si yo no lo
quisiera ni las aves volaran en mi tierra.
Vanas fueron las protestas de inocencia que daba el Rey, pues continu

imperiosa la gritera con que pedan su muerte, a pretexto de que era


cierta la insurreccin, como poda comprobarse con un ejrcito de indios
reunido en Huamachuco, distante unas treinta leguas del campamento
espaol. Y sin embargo, Pizarro no daba odos a tales sugestiones o, ms
bien dicho aparentaba no darles, manifestando su repugnancia en sacrificar
a ese desgraciado, por quien slo se interesaba de buena fe el compasivo
Soto. Pizarro, para barnizar sus procedimientos con algn tinte
justificativo, envi al mismo Soto para Huamachuco a que averiguase lo
cierto, y este paso, lejos de contener la agitacin de los que deseaban
sacrificar al Inca, la aument, y volvieron a pedir su muerte. Pizarro no
pudo resistir a tantas voces, diramos, si no fuera ms seguro aseverar
que no quiso; pues, a quererlo no habra habido entonces, cuando la
admiracin por su valor o ingenio tena a todos asombrados, uno solo que
quisiera oponerse a su voluntad, cuanto ms violentarla, y ni l tampoco
era hombre para dejarse abatir por nadie.
-154Mand pues que se levantase proceso contra el Inca, y organiz un tribunal
que deba ser presidido por el mismo que lo dispuso, y por Almagro el
interesado. Los cargos ms importantes que se le hicieron son: haber
usurpado la corona a Huscar y ordenado que le asesinasen: haber disipado
las rentas pblicas, despus de hecha la conquista, repartindolas entre
sus parientes y privados: haber idolatrado y adulterado pblicamente con
cuantas concubinas conservaba en su poder; y haber tratado de
insurreccionar a sus vasallos contra los espaoles. Tales fueron los
captulos de acusacin promovidos contra un soberano que reinaba conforme
a la religin, leyes y costumbres de su imperio, y contra un hombre a
quien, a no ir a estrellarse contra lo absurdo, no poda hacrsele cargo
ni de la usurpacin del trono, ni de la disipacin de las rentas, ni de su
idolatra, ni de adulterio. Si por una ley de la naturaleza tuvieran los
muertos que volver a la vida despus de algunos siglos, Pizarro desechara
avergonzado la impa admiracin que ha recibido de los llamados polticos,
a trueco de no haber sido el fiscal y juez de Atahualpa, o morira de
nuevo sin poder sufrir el peso de las maldiciones que la humanidad y la
justicia han echado contra sus inicuo procedimientos. La guerra y la
poltica pudieron aconsejar el extraamiento del Rey, pero su muerte
nunca; pues eso que los polticos llaman razn del Estado, slo es la
razn del hambre que alegan algunos salteadores.
Tomronse declaraciones a algunos testigos y se escribieron conforme a la
interpretacin que les daba el ruin de Felipillo: as formado el proceso,
no quedaba cosa que esperar. Suscitose, al fallar la causa, la cuestin de
si convena o no quitar la vida al Rey, y como para los acusadores,
testigos y jueces era de conveniencia la afirmativa, se le declar
culpado, y se le sentenci a morir quemado en una hoguera que deba
prepararse en la plaza de Cajamarca. La sentencia deba llevarse a
ejecucin en la misma noche sin esperar siquiera la vuelta de Soto, cuyos
informes habran dado a qu atenerse respecto de la conspiracin,
motivadora del levantamiento de la causa. El proceso no era para
esclarecer los hechos -155- pues toda causa poltica lleva, con la
primera diligencia que se sienta, casi anticipada e infalible la condena.
De los veinticuatro jueces de que se compuso el tribunal, hubo once que no

quisieron condenarle, fundndose principalmente en la incompetencia de su


jurisdiccin y en la injusticia de los cargos. Los que salvaron sus
nombres de esta ignominia, nombres que de llevarlos pueden envanecerse sus
descendientes, americanos o espaoles, por el temple y rectitud de
conciencia con que obraron sus antecesores, son Francisco Chaves, Diego
Chaves, Francisco Fuentes, Pedro Ayala, Francisco Moscoso, Fernando Aro,
Pedro Mendoza, Juan Herrada, Alfonso Dvila, Blas Atienza y Diego Mora.
Atahualpa no haba dejado de preveer que le condenaran, y as lo haba
dicho a varios de los que lo rodeaban; mas al ver que los temores se
convirtieron tan pronto en realidad, cuando se le notific la sentencia no
pudo disimular ni su dolor ni conturbacin. La idea de una muerte cierta
hizo que flaqueara su nimo, esforzado, y exclamara con lgrimas en los
ojos: Qu he hecho yo, qu han hecho mis hijos para merecer tal suerte?
Y ms an qu hemos hecho para merecerla de tus manos (dijo dirigindose
a Pizarro), cuando t no has encontrado ms que amistad y afecto en mi
pueblo, cuando he repartido contigo mis tesoros, cuando de m no has
recibido sino beneficios?. Despus le suplic del modo ms triste que le
perdonase la vida, prometiendo que dara cuantas seguridades se quisieran
para la de cada espaol del ejrcito de Pizarro, y ofreciendo darle un
doble rescate, con tal que le concediera tiempo para ello. Ha habido
escritor que asegura haberse conmovido Pizarro visiblemente al separarse
del Inca, pero que la voluntad de cuantos pidieron la muerte, y la
conviccin en que l mismo estaba, de exigirla la seguridad pblica, le
determin a llevar la sentencia a ejecucin.
En viendo Atahualpa que el conquistador no desista de su propsito,
recobr la tranquilidad y se someti a su -156- destino con valor.
Publicose la sentencia a son de trompeta, y a las siete de la noche se
reunieron los soldados en la plaza, asidos de antorchas, para ser testigos
de la ejecucin. Era el 29 de agosto de 1533, y Atahualpa sali encadenado
y a pie para el suplicio, acompaado del padre Valverde que procuraba
reducirle a que abjurase la falsa religin en que haba vivido. Ya durante
el tiempo del cautiverio del Rey, le haba expuesto repetidamente la suave
doctrina de los cristianos, y el nefito comprendido con su penetracin
las disertaciones del sacerdote; bien que sin penetrar en el alma la
conviccin, y siempre manifestando repugnancia en renunciar la fe de sus
padres y pueblos. Valverde, al aproximarse la hora fatal, apur todos sus
esfuerzos, y cuando el Rey estaba atado ya en el centro de los haces de
lea que haban de abrasar su cuerpo, le dijo, levantando en alto una
cruz, que aceptase la fe del evangelio y se dejara bautizar, recibiendo en
recompensa la conmutacin de la pena de la hoguera por la de garrote. El
Rey, desconfiando todava de esta promesa, pregunt si cumpliran con lo
ofrecido, y habindole asegurado Pizarro, abjur la religin del sol, y
recibi el bautismo con el nombre de Juan.
Atahualpa manifest el deseo de que su cuerpo fuese trasladado a Quito, su
patria, para que se depositara en junta de los de sus ascendientes
maternos, y pidi a Pizarro por favor que tuviese compasin de los tiernos
hijos y los recibiese bajo su amparo; y luego recobrando ese valor que por
algunos instantes le haba hecho traicin, se someti tranquilo a su mala
suerte, mientras los circunstantes espaoles rezaban un credo por el alma
del asesinado monarca,

Era, como indicamos, de hermosa presencia, aunque rebajaba su


mrito cierto tinte de ferocidad. Su cuerpo era musculoso y bien
formado; el aire majestuoso, y sus maneras, mientras estuvo en campo
espaol, tenan cierto grado de refinacin, tanto ms interesante
cuanto iba acompaado de alguna melancola. Acsanle de haber sido
cruel en la guerra, y de sanguinario en sus venganzas; -157- as
podr ser, mas el pincel de los enemigos suele sobrecargar demasiado
las sombras del retrato. Concdenle las prendas de que fue animoso,
magnnimo y liberal, y convienen todos en que mostraba singular
penetracin y rpidas concepciones. Sus hazaas como guerrero, ponen
fuera de duda su valor, y la mayor prueba de l es la repugnancia de
los espaoles en devolverle la libertad: temanle como a enemigo y
le haban hecho muchos agravios, para creer que pudiera ser amigo de
ellos. La conducta del Inca haba sido al principio, no slo
amistosa, sino benvola, y los espaoles se la pagaron con el
cautiverio, los despojos y la muerte17.

El cuerpo del Rey se conserv toda la noche en el lugar de la ejecucin, y


al da siguiente lo trasladaron a la iglesia de San Francisco para la
celebracin de las exequias. Pizarro y sus principales capitanes
concurrieron vestidos de luto, como jugando con el corazn del hombre y
burlando la significacin de sus ms hondos sentimientos, y oyeron la misa
celebrada por el padre Valverde con la mayor devocin. yense de sbito
gritos y gemidos tristes, y se abren las puertas del templo, empujada por
una multitud de esposas, hermanas y concubinas del Inca que rodean el
cuerpo del difunto, exclamando que no eran esas las ceremonias de los
funerales debidos a un monarca indio, y manifestando la resolucin de
sacrificarse en obsequio del muerto para participar de su suerte en la
otra vida. Los espaoles les hicieron entender que Atahualpa haba muerto
como cristiano, y que la religin de Jess aborreca y condenaba
semejantes sacrificios, y las intimaron a que saliesen del templo. Varias
de ellas, al retirarse, se suicidaron por ir a gozar inocentes! de la
mansin de su seor en las regiones del sol.
A pesar de las recomendaciones del Inca su cuerpo fue enterrado en el
cementerio de la misma iglesia; mas, cuando ya los espaoles salieron de
Cajamarca para seguir -158- a Cuzco, lo desenterraron los indios y lo
trasladaron embalsamado para Quito. Aos despus creyendo los colonos,
como era probable, que hallaran muchas alhajas enterradas juntamente con
el cuerpo, hicieron muchas excavaciones en los lugares que suponan se
haba depositado, y no dieron ni con el cadver ni con los tesoros.
Uno o dos das despus de estos sucesos estuvo Soto de vuelta de
Huamachuco, y ni en el camino ni en la ciudad hall siquiera un vestigio
de la supuesta sublevacin que se atribuyera al Inca. Grandes fueron el
asombro e indignacin de tan distinguido capitn al saber el fin trgico
de Atahualpa, y se fue derecho tras Pizarro, a quien hall con traje de
duelo y con muestras de sentimiento por la muerte que l mismo, puede
decirse, la haba decretado, y le dijo con aspereza: Habis obrado con
mucha imprudencia y temeridad pues lo que se deca de Atahualpa era todo

una calumnia: no ha habido enemigos en Huamachuco ni siquiera seales de


sublevacin entre los indios. Todo lo he hallado tranquilo, y en todo el
camino me han recibido con muestras de buena voluntad. Si considerasteis
necesario formar una causa contra el Inca, debisteis enviarlo a Castilla
para que fuese juzgado por el Emperador, y yo mismo me hubiera
comprometido a trasladarle con toda seguridad a bordo de un bajel.
Pizarro se confes culpable de su precipitacin, pero ech principalmente
la culpa a Requelme, Valverde y otras; y estos, ofendidos de tal
imputacin, reconvinieron a Pizarro cargando contra l toda la
responsabilidad. Hubo acaloramiento en las reconvenciones, y si los unos
le decan ments, y el otro les contest que mentan ms, y esta contienda
de verduleras prueba cuando menos la inocencia del Inca, y la iniquidad de
los que lo condenaron.
Para terminar este captulo referiremos lo que cuenta Garcilaso en sus
Comentarios reales, y que Velasco lo ha repetido en su Historia del reino
de Quito, relativamente a una de las causas que influyeron para la
condenacin de Atahualpa. Haba observado y admirado este, se dice,
-159- sobre todas las cosas europeas que le mostraron, el arte de la
escritura, y los espaoles le hicieron saber que se aprenda fcilmente
desde nios en Espaa. Mostrose dudoso de tal decir, por haber credo que
era una cualidad inherente a los de esta nacin; y para asegurarse de la
verdad de ello, pidi a un soldado que escribiese sobre una de las uas
del Inca la palabra con que los cristianos nombraban a Pachacmac, y
despus de escrita la iba enseando a cuantos entraban a su aposento.
Admirose de que, en efecto, la leyesen todos del mismo modo, y llegada la
vez de ensearla a Pizarro vio que no pudo leerla. Esto fue suficiente
para que el Inca le tuviese en menos que a sus soldados, y Pizarro, que lo
advirti, dicen los narradores de tal ancdota, se aferr desde entonces
en su propsito de deshacerse del Inca. Recomendable es de cierto la
autoridad del Inca Garcilaso; pero que yo sepa, dice Prescott, ningn
otro escritor de aquel tiempo la refiere.

-[160]-

-161-

Tomo II

Captulo IV
Expatriacin de los padres jesuitas.- Breve digresin acerca de su origen,
instituto y progreso.- Sus principios y las imputaciones que les han
hecho.- Sus persecuciones y desgracias.- Su extincin y resurreccin.

Reinaba Carlos III en Espaa cuando se dio aquel golpe de Estado que se
dej sentir en todos los continentes. Hablamos de los miembros de la
famosa Compaa de Jess, tan fervorosa y contradictoriamente juzgada, que
hasta ahora mantiene disconforme el concepto de los hombres. No ha de
juzgarse de sus miembros por lo que ahora son, sino por lo que fueron en
otros tiempos.
-162No nos cumpla averiguar su origen, ni determinar las causas de sus
persecuciones y rehacimientos, y menos historiar esa vida decorada con tan
grandes y continuos altibajos; pero, movidos del general inters que ha
excitado aquel clebre instituto, nos hemos resuelto a decir algo, aunque
no ms que muy a la ligera, extractando lo ms interesante que hemos
hallado en los libros que tenemos a la vista.
Naci Ignacio de Loyola en Guipzcoa el ao de 1491. Hijo legtimo de don
Beltrn, seor de Oez y de Loyola, y de doa Marina Saes de Balda.
Ignacio, que era hermoso y agraciado en su figura, de inteligencia
despejada, militarmente educado y con fama de valor, reuna en su persona,
al entrar ya en los ltimos das del primer tercio de la vida, cuantas
prendas constituyen un elegante y fino cortesano. Paje al principio de
Fernando V, y acreditado ya de buen militar en el ejrcito de Cantabria
con la toma de Njera, en que se haba portado con lucimiento, lo fue con
mayor razn en el asedio de Pamplona, cuyo castillo defendi con
inteligencia y valor durante la ausencia del Virrey Manrique, hasta que
una bala de artillera le rompi una pierna; incidente por el cual vino a
rendirse la plaza. La rotura de la pierna que lo dej para siempre cojo,
le oblig a mantenerse encerrado en su casa de Loyola, y para librarse del
tedio de su larga convalecencia pidi un libro de novelas, o alguna
historia de caballera, como obras de las ms a la moda de aquellos
tiempos. No se hall en la casa, en buena hora, otro libro que el de la
Vida de Jesucristo, y la lectura de este libro produce en su alma una
impresin profunda que inflama su corazn, dejndola como apoderada de un
arrebato divino. La Vida de Jesucristo, obra en l con tanta eficacia, que
ese mancebo gallardo, lleno de vida y seducciones mundanas, rompe de
sbito y abiertamente con el mundo, y principia resuelto a llevar una vida
de expiacin y penitencia. Despus de haber probado todo linaje de
padecimientos y sufrido mucho en el hospital de Manresa, donde escribi
los Ejercicios espirituales, el pasto nutritivo de los -163- fieles, y
arrojado sus vestidos elegantes, cubre su cuerpo con el cotn del
peregrino, y viaja descalzo y con cilicios hasta ir a dar en la tierra
santa, pidiendo caridad de puerta en puerta. Este maravilloso modo de
negarse a s mismo, pone a las claras y refleja al vivo su alma e
inflexible carcter18, y con estos antecedentes ya no puede extraarse que
la propia exageracin de sus piadosas inspiraciones le hicieran sospechoso
ante los miembros del tribunal de la inquisicin, que mandaron prenderle,
y le juzgaron en Alcal y le absolvieron, a condicin de que no hablase de
cosa ninguna sobre asuntos religiosos, hasta no haber estudiado por cuatro

aos un curso de teologa.


De vuelta de Jerusaln, sufre en Lombarda con santa resignacin
penalidades de otra especie, y es adems apaleado y molido en Barcelona.
En Salamanca fue nuevamente apresado, cargado de cadenas, acusado de
hereje y, por fin absuelto asimismo de nuevo, merced al mrito de sus
Ejercicios Espirituales.
De Espaa pas a Pars, en cuya Universidad quera terminar la carrera de
estudios, con todo que frisaba ya con los treinta y seis aos de edad; y
todava all tuvo que sobrellevar pacientemente humillaciones sin trmino,
siempre a causa de la exageracin de sus doctrinas y penitencias. En Pars
fue donde se conexion estrechamente con el que vino a ser San Francisco
Javier, y donde proyect, en medio de sus divinas iluminaciones, la
fundacin de la Compaa de Jess.
Vuelto a Espaa, dejando en Francia algunos compaeros que participaban de
su doctrina, y habindosele dificultado el segundo viaje que quera
emprender con ellos a la Palestina, Loyola se orden de sacerdote en
Venecia y pas luego a Roma, donde present a Paulo III, Pontfice de
entonces, las reglas del Instituto de la Compaa de Jess. El Papa
someti la demanda a un -164- tribunal de Cardenales, y, de
conformidad con el parecer negativo de los examinadores, se neg tambin a
aprobarlas.
No se desalienta ni se abate el santo por este desengao que no tema
recibir: arbitra el aditamento de un cuarto voto a los tres que hacen los
monjes de las dems, congregaciones religiosas, que fue el de una ciega
sumisin al Papa, y queda entonces aceptada y establecida, la Compaa de
Jess el 27 de setiembre de 1540, a pesar de la muy declarada y constante
oposicin del cardenal Guidiccioni. Los compaeros de Loyola, como era
debido, le nombraron General de la Orden el 22 de abril de 1541; y
ansiando Ignacio coordinar el cuerpo de leyes que deba asegurar la
estabilidad y progresos de su fundacin, se dedic a este trabajo da y
noche, en junta de Laines, muy versado en los estatutos de las otras
congregaciones. Ignacio muri el 31 de julio de 1556, ya con el consuelo
de dejar propagada la Compaa por casi todo el globo.
Por el instituto de San Ignacio, el general de la Orden ejerce un poder
absoluto y perpetuo, y los sbditos le deben obediencia pasiva y ciega.
Tiene la facultad de dar nuevas reglas y dispensar las antiguas: recibe en
la Orden al que le parece, o lo rechaza con la misma libertad: dispone de
todos los cargos, sin otra excepcin que los de los Asistentes y un
Monitor; distribuye los empleos, convoca las asambleas que l mismo
preside, y su voto equivale a dos. Nadie poda ser nombrado general, no
siendo de los profesores de cuatro votos; ausente o enfermo, a l
corresponda nombrar interinamente al Vicario general, y slo en el caso,
por dems aventurado y contingente, de una absoluta incapacidad para el
gobierno de la Orden, poda la Sociedad de Jess proveer este destino,
previa autorizacin del romano Pontfice.
Las funciones del Vicario general consistan en convocar la asamblea
general para nombrar al superior de la Orden, y gobernar esta, mientras
duraba la vacante, con muy limitada autoridad. Los Asistentes eran unos
-165- como Ministros o consejeros secretos del general; eran, asimismo,
nombrados por la asamblea, y podan, en los casos que el general tuviese

vida escandalosa o disipase las rentas de la sociedad, convocar una nueva


asamblea para deponerle. Fuera de los asistentes, tena a su lado un
Monitor, a quien tocaba advertirle en secreto lo que notaba de irregular
en su conducta. Los Provinciales eran, diremos as, los gobernadores de
las provincias de la Orden, los cuales tenan la facultad de nombrar
provisionalmente los viceprovinciales, los superiores de las casas
profesas y de los noviciados, los rectores de los colegios en sus
provincias, y otros muchos empleados subalternos, debiendo en todo caso
confirmarse despus de los nombramientos por el general. Tambin los
provinciales tenan cuatro asistentes, de los cuales uno haca el oficio
de monitor, y eran nombrados por el general para que le informaran de la
conducta de aquellos. Los Comisarios o Visitadores eran unos oficiales
extraordinarios, enviados por el general para inspeccionar las casas y
colegios, or las quejas y corregir los abusos. Todas las provincias, las
casas profesas, los colegios, los noviciados, tenan un Procurador
particular, y en Roma haba un Procurador general encargado de cuantos
negocios concernieran a la sociedad, como las de recibir las rentas y
limosnas, administrar las temporalidades y sostener los pleitos,
procurando, ante todo, terminarlos amigablemente sin intervencin de los
juzgados y tribunales ordinarios. Fuera de estos empleados, que pueden
llamarse de categora, haba otros muchos subalternos.
Los miembros de la compaa estaban divididos en cinco clases: novicios,
discpulos aprobados, coadjutores espirituales, profesos de cuatro votos y
coadjutores temporales. Las calidades que se requeran en los que
aspiraban a entrar en la Orden eran tener buena ndole, buena salud y buen
fsico; y no podan ser admitidos los renegados, los herejes, los infames,
los faltos de talento, etc., a no ser que una buena hacienda viniera a
salvar tales inconvenientes.
El noviciado duraba dos aos: despus de un mes de retiro, se obligaba al
aspirante a que hiciese su confesin -166- general, y luego se le
examinaba y sondeaba de todos modos para descubrir su carcter,
inclinaciones y facultales intelectuales. Se le ejercitaba primeramente en
el desempeo de los ms bajos oficios, se le predicaba la abnegacin y
obediencia absoluta a los superiores, se le ordenaba que sirviese en los
hospitales o enfermeras, y que emprendiese una peregrinacin a pie, sin
dinero y mantenindose de caridad. Cuando llegaba a profesar, despus de
otras y otras pruebas de sufrimiento, no se escriba la profesin ni la
firmaba el profeso, y quedaba no obstante ligado de la manera ms solemne.
Los discpulos aprobados eran los que, concluido el noviciado, haban
hecho ya sus votos: los coadjutores espirituales, los que hacan
pblicamente los votos: los profesos de cuarto voto, los que, despus de
una larga prueba, se consideraban dignos de conocer ya todos los misterios
de la sociedad; y los coadjutores temporales, los legos que slo se
vinculaban por votos simples, a quienes, por lo general, tambin slo se
empleaba en ocupaciones domsticas, y sin ms que el noviciado de un ao.
No entraban en la Orden sino con dificultad y con las mejores precauciones
los que haban progresado en letras; y se admita con preferencia a los
que tenan algn oficio, con tal que supieran leer y escribir.
Son bien pocas las abstinencias y rigores impuestos por el instituto,

porque, para cruzar la tierra del uno al otro polo, es necesario que sus
miembros cuenten con salud y fuerzas; y tampoco se les obliga a estar
ocupados de continuo en las alabanzas al Seor y en la oracin. Deben
predicar una moral suave, la moral de Jesucristo, sin aterrar las
conciencias con aquel rigor sombro y espantoso con que otros cierran
desconsoladamente las puertas del paraso celestial, ni trastornar la
imaginacin imprimiendo el rigor que llega a matar hasta la esperanza de
obtener la misericordia de Dios.
El general tena su asiento en Roma a fin de gobernar del mejor modo
factible a sus coasociados, esparcidos por el globo. Sus asistentes o
ministros llevaban la -167- correspondencia con los provinciales, y
por medio de esta constante y puntual comunicacin, el superior se hallaba
instruido menudamente de cuanto pasaba en sus Estados.
Tal es en bosquejo este clebre instituto, dibujado con brillantes o con
negros coloridos, segn las pasiones de los pintores; pues, como es
sabido, las pasiones hasta hacen perder el amor a la verdad.
Mucho se ha hablado y habla todava de sus Mnitas secretas; mas nosotros
creemos que slo son obra de la invencin de los enemigos de los jesuitas.
Tampoco sabemos de dnde pueda haberse deducido que la Compaa de Jess
sea una sociedad poltica; y antes, por el contrario, podramos citar
muchos decretos de las congregaciones generales, que prohben expresamente
toda ingerencia en los negocios pblicos.

II

Fundada, pues, la sociedad en una poca en que se rebelaron tantas


iglesias contra la autoridad del Papa, y en tiempos en que se combata su
poder con tanto ardor, la Compaa, consagrada principalmente al servicio
del soberano Pontfice (milicia pontifical, como dice el historiador
Lafuente), tom a su cargo medir sus incipientes fuerzas contra los
protestantes, esparcidos ya en Inglaterra y Alemania, y dispuestos a
entrar en Espaa y Francia. Los jesuitas combatieron con ardor y fe contra
el fuego prendido por Lutero, y los resultados probaron que la Compaa de
Jess era una falange de arrojados militantes que pudieron contener a
tiempo y con provecho los errores de tantos cismas.
Llenos de celo por la propagacin del evangelio y como dominados por una
fuerza locomotora, atraviesan los continentes y los mares, se internan en
frica, en ambas Indias, en pueblos vedados para el comercio y
comunicacin -168- entre los hombres como en la China y el Japn, y en
todas partes hacen palpar las saludables huellas de sus pasos. No les
importa que don Juan Martn Siliceo, arzobispo de Toledo, se declare
ardientemente en su contra por 1542; esto es casi al nacer, ni verse
sucesivamente arrojados de una parte de Espaa en 1555, de toda la Francia
en 1559, de los Pases Bajos y el Portugal en 1578, de Venecia en 1602, de
Npoles en 1622. Impertrrita y pujante la Compaa, en medio de tantas

contradicciones y desengaos, luchando a un tiempo contra los religiosos


de las otras rdenes, a las cuales deja oscurecidas, con las academias
cientficas y las universidades, y con los nuevos cismas que se levantan;
esa Compaa, nacida humildemente en Espaa, medio aceptada en Francia y
apenas aclimatada en Italia, se propaga en menos de la mitad de un siglo
con admirable rapidez y, haciendo conquistas prodigiosas, adquiere
establecimientos pinges casi en todos los pueblos catlicos.
Sobresaliente por su numen, ingenio, saber, actividad y virtudes, produce
literatos, matemticos, anticuarios, crticos distinguidos, oradores,
historiadores, artistas, mrtires y santos.
Instituida pocos aos despus de afianzada la conquista de las Amricas,
era aqu, en la del Sur, donde deba desenvolver con mayor xito la ndole
y sistema de su instituto. Un continente entero de salvajes sin religin y
abarcador de las comarcas ms frtiles y ricas de la tierra era, por
cierto, el campo ms a propsito para que los padres cumplieran
debidamente los fines de su institucin y satisfacieren toda suerte de
intereses. Ya vimos como el padre Ferrer hizo la conquista de los cofanes,
y cuales fueron su paciencia, constancia y buenos ejemplos para haber
logrado reducir a sociedad a ms de seis mil jbaros que supieron resistir
a la fuerza de las armas. Vimos, asimismo, como los padres Lucero y
Camacho iban tambin obteniendo resultados excelentes por medio de una
constante sagacidad y dulzura; y por el mismo orden veramos si
quisisemos salir de la estructura de nuestro Resumen, un largo padrn de
jesuitas -169- espaoles, italianos, sardos, alemanes, granadinos,
etc. obrando con el mismo tino y provechos sobre ms de treinta grandes
tribus, y esto contando slo las provincias que pertenecan al Reino de
Quito propiamente dicho. La inmensa regin del Amazonas que abraza casi
toda la Amrica del Sur, considerada al este de la cordillera oriental de
los Andes, repeta la voz de los padres de la Compaa por todos sus
contornos, y slo comprendiendo las misiones conocidas con los nombres de
Maran alto, Maran Bajo, Napo, Pastaza, Huallaga y Ucayale, se
contaban, a fines del siglo XVII, hasta ciento setenta mil nefitos y
catecmenos, con 74 poblaciones.
Pero donde principalmente sentaron su ndole y poder, un poder casi
soberano y absoluto, fue en el Paraguay, grande provincia resguardada, al
norte por las selvas de Mato Grosso en el Brasil, y a los costados, por el
Paraguay y Paran, caudalosos tributarios del Plata. Los jesuitas hallaron
a los paraguayos poco menos que en el estado primitivo de la naturaleza, y
ensendoles pacientemente las doctrinas de Jess, y a labrar las tierras
y levantar edificios, les imprimieron aficin a la moral, a la seguridad y
al orden que brindan las sociedades. En medio del absoluto despotismo de
sus reglas, sostenan prcticamente la ms perfecta igualdad entre los
asociados, y mientras que los dems indios de Amrica haban sido robados,
asesinados y avasallados por los Pizarros y ms conquistadores que
vinieron, los paraguayos reciban la luz del evangelio y el conocimiento
de las ventajas sociales por medios suaves y provechosos. Para los
hurfanos, enfermos y ancianos establecieron la labor de comunidad, por la
cual se destinaban dos das semanales para el trabajo comn, como
antiguamente obraban los incas en sus pueblos. Las autoridades pblicas,
que eran pocas, se nombraban por los mismos indios, aunque previamente

deban ser confirmadas por los prrocos misioneros. Estos visitaban las
chacras con el fin de velar sobre el trabajo, y visitaban igualmente las
carniceras para que las raciones de carne se repartiesen a todos en
-170- proporcin. No se conocan las penas aflictivas, y unos pocos
azotes, en casos dados y raros, y las simples amonestaciones bastaban para
la correccin de los culpados. La educacin enteramente monstica y las
ordenadas costumbres que mantenan, unidas al amoroso respeto con que los
indios miraban a sus bienhechores, completaban lo dems. El gobierno del
Paraguay era propiamente un gobierno teocrtico, pero moderado y protector
que, al andar de los tiempos, deba dejar establecidos los mejores
fundamentos para la libertad civil.
El seor Luis Reybaud, autor de la preciosa obra Etudes sur les
reformateurs, no ha dejado de enumerar, entre los socialistas Saint Simn,
Fourier, Owen, Comte, etc., a los padres jesuitas, y hablando de su mtodo
introducido en el Paraguay, se explica as: Estas misiones o reducciones
fundadas por los jesuitas estuvieron al parecer sometidas a un rgimen
patriarcal, confundido con la disciplina catlica. Es seguro que los
indios les debieron por largo tiempo esa felicidad que desapareci con la
violenta separacin de sus civilizadores religiosos. El mtodo de esas
reducciones tenda a practicar la fraternidad, la mutua humillacin y la
simple obediencia de las primeras edades del cristianismo. Pero la
comunidad estaba ms bien en las costumbres que en las leyes, y si cada
uno tena su campo o su rebao, haba, fuera de esta propiedad individual,
otra comn de todos y laboreada por todos, que se llamaba la posesin de
Dios. Los productos estaban destinados al alimento de los enfermos, a la
curacin de las enfermedades, a los gastos de la guerra, a las calamidades
engendradas por la caresta de vveres y al pago de los tributos que se
enviaban al rey de Espaa. En cuanto a los pueblos, estaban construdos
bajo un plan uniforme, y reunan cuantas condiciones son apetecibles para
la salubridad, la armona y aun la elegancia....

-171III

Paralela a esta hermosa vida, llena de poder, de grandeza y tanta gloria


catlica y civilizadora; al lado de tanto ingenio, saber y bienes
derramados por esta admirable sociedad, se ha pintado otra de orgullo,
codicia, intrigas y dominacin con que agit por mucho tiempo a Europa.
As pudo ser, y si fue as habr que sentirse un despecho desgarrador
contra las obras de los hombres, al ver germinar los males de la misma
fuente que los bienes, y al ver que, perdida la esperanza de su
perfeccin, slo nos queda la certeza de tener que llorar por las
fragilidades humanas.
Verdad es que el instituto de la Compaa, extravindose de las piadosas
intenciones de su santo fundador, lleg a relajarse algn tanto por los
tortuosos pasos de los sucesores, ya no apostlicos sino mundanos, y que
seguramente por esta causa se vio expuesta desde el principio a tanta saa

y combates ardorosos. Verdad es tambin que, destinados los socios a una


vida de movimiento y agitacin, se consideraron fuera de la regla de los
otros monjes, esto es, no perdidos para el mundo, y que corrieron afanosos
tras sus bienes, poder y bullicio, escudriando escrupulosamente cuanto
ocurra en l, a fin de sacar los provechos que brindaban los
acontecimientos. Verdad es, asimismo, que llevando una vida de observacin
y anlisis del carcter, talento y pasiones de cuantos hacan figura en
las sociedades por sus riquezas, instruccin o poder, se los mir como a
hombres peligrosos por las maquinaciones y dominacin, con las cuales
alteraran la tranquilidad de las familias y aun de las naciones; y verdad
es, en fin, que los jesuitas, ministros y confesores de los reyes y
directores de los negocios de gobierno, y aun de todos los hombres de
expectacin por cualquier respecto, mantenan las acciones de estos
subordinadas a las suyas.
Pero si todo esto y algo ms que se pudiera decir es cierto, hay tambin
que olvidarlo todo al parangonarlo -172- con la osada y ecuanimidad
con que, despreciando las comodidades de la vida, mirando la muerte con
desdn y ansiando santificarse con las palmas del martirio, se arrojaban
all, a tierras lejanas y desconocidas, a las entraas de los bosques, en
medio de pueblos rudos y salvajes, o en las ciudades cultas a discutir con
los doctores y sacerdotes de otras comuniones y sectas. Para qu? -Para
clavar una cruz, para adoctrinarlos en el evangelio, para civilizar y
humanar. Hay que olvidarlo todo, al conocer aquel afn y esmero con que
enseaban y educaban a sus discpulos, al hacer memoria de aquel sartal de
sabios y hombres ilustres que ha dado la Compaa, y al recordar que ac,
en Amrica, distantes del gobierno y de los cortesanos, donde nadie tomaba
parte en la poltica muerta de las colonias, mantuvieron constantemente
una vida moderada y honesta.
Si nos atuviramos a lo que dicen Peyrat, Michelet y Quinet, que ms bien
parecen enemigos del catolicismo que de los jesuitas, estos minaban las
monarquas a nombre de la democracia, y las repblicas a nombre de los
reyes. Fueron enemigos, dicen, de la monarqua francesa, de la
aristocracia inglesa, de la oligarqua veneciana, de la libertad
holandesa, de las autocracias rusa, espaola y napolitana; habiendo sido
expulsados a causa de sus ingerencias en los negocios pblicos y de los
disturbios engendrados entre las familias, en diferentes ocasiones. Pero
estos cargos a nuestro ver, aunque reales en ciertas pocas y
circunstancias, no pueden tomarse como resultados de su poltica, porque
son palpables las contradicciones. En Amrica, con especialidad, los
jesuitas estaban decididos y sinceramente adheridos al gobierno de la
metrpoli; tanto que creemos con toda fe que la causa de nuestra
independencia se habra dificultado ms, al conservarse todava entre
nuestros padres cuando principiaron a conquistarla.
Y no slo Peyrat, Michelet y Quinet, escritores de nuestros das, sino
otros antiguos, y no slo sobre ingerencias polticas, mas sobre doctrinas
relativas a la moral -173- y aun a la fe19, han escrito tambin contra
los padres jesuitas acusndolos de crmenes tan graves, que su propia
exageracin y gravedad bastan para que desconfiemos de la verdad de los
cargos que les hacen. En efecto, Monglave que parece uno de los ms
juiciosos e imparciales escritores de esta clebre sociedad, dice que,

aunque muchas de sus no muy sanas doctrinas estn bien averiguadas, otras
son falsas de todo en todo, y que sus enemigos, con inclusin de Pascal
mismo, que debi hablar con la circunspeccin propia de tan grande hombre,
han citado pasajes que no se hallan en las obras de los jesuitas, o que,
si los hay, los han alterado y hasta mutilado para hacerlos cambiar de
sentido.
El cargo ms comn y general contra la Compaa, de que no han podido
defenderla ni sus amigos muy apasionados, ha sido el de la codicia, y a fe
que esas riquezas que acumularon excitando la envidia de los grandes
reyes, y tal vez fueron la causa de que los abatieran y tumbaran,
atestiguan la realidad de la acusacin. Barry mismo, uno de los ms
ardientes defensores que ha tenido la sociedad, dice: Tal vez la riqueza
de los jesuitas en las provincias del Per, que cincuenta aos despus de
la expulsin, cuando por un edicto del rey de Espaa en 1816 haban de ser
restablecidas, y se hizo un inventario legal de lo que haba quedado en
aquellas provincias, y adems de lo vendido, enajenado y apropiado al uso
del Estado; result que el valor de las haciendas que se podan restituir
a la Compaa montaba a cuatro millones de pesos. Un oidor de la Audiencia
de Lima, que intervino en esta averiguacin, comunic este hecho al
editor20. Los padres haban logrado eludir el voto de pobreza influyendo
en que el concilio de Trento aprobase las dos especies de
establecimientos; casas profesas, incapaces de alcanzar cosa ninguna en
propiedad, y colegios que podan adquirir, heredar y poseer. Mediante esta
-174- ingeniosa distincin contaban a fines del siglo XVI, con
veintin casas profesas, y con doscientos noventa y tres colegios.
San Francisco de Borja, tercer general de la Orden, en una carta del mes
de abril de 1560 ha dicho a este respecto: Tendr tiempo en que la
Compaa se ocupar toda en las ciencias humanas, pero sin aplicacin
ninguna a la virtud... El espritu de nuestros hermanos est lleno de una
pasin sin lmites por los bienes temporales: trabajan por amontonarlos
con ms pasin que los mismos seculares. El padre Fernando Mendoza, de la
misma Compaa, en su Memorial a Clemente VIII

: No se buscan entre nosotros sino invenciones para ganar y amontonar


dinero con engaos y otros medios injustos, vejando y oprimiendo las almas
penitentes con mil artificios y modos; lo que envilece y profana los
sacramentos que los nuestros venden como he dicho.... El ruidoso proceso
que se form contra el padre Lavalette, con motivo de sus negocios
mercantiles, y con el cual result complicado el padre Lacy, procurador
general de la Orden, dio armas a sus enemigos y sac a luz aquel milln de
pesos en que estaban descubiertos los acreedores.
Otro de los cargos hechos a la compaa ha sido el de su altivez, llevada
de la cual andaban constantemente suscitando competencias a los obispos
gobernadores y otras autoridades civiles y eclesisticas. La suscitada a
fray Bernardino de Crdenas, obispo de Asuncin, capital del Paraguay de
este mismo pueblo en que los jesuitas derramaron tantos bienes, fue por
dems larga y ruidosa; pues dur como diez y seis aos, y hubo campaas,
guerras y sangre derramada en pro y en contra de unos y otros21.
Hseles, en fin, hecho cargo de que, cuando se trat de su reforma en

tiempo de Luis XV, el general de la orden, Ricci, contest Sint ut


sunt, aut non sint

; y, ltimamente, -175- de que en el mismo reinado pronunci el


parlamento, despus de tres meses de debates, el fallo definitivo de
agosto 6 de 1762, condenando varias doctrinas protegidas por los mismos
generales.
Graves, en verdad, aparecen estas acusaciones; pero, fuera de que han sido
suscitadas en tiempos demasiado tempestuosos para los padres, cuando, por
envidia y celos de todo gnero, las corporaciones ms respetables, los
prncipes, los hombres de squito y hasta los de ninguna importancia
haban entrado en la moda de desacreditarlos y escarnecerlos; hay tambin
que reflexionar acerca del poco conocimiento que tenemos de sus defensas y
de que, dominados acaso por el impulso de la novedad, hemos aceptado a
cierra ojos cuanto mal se ha atribuido a los acusados. El mismo que esto
escribe (Dios le perdone!) no ha estado exento de aquella imperiosa
novedad.
El mayor mrito de estos arrojados militantes de Jesucristo consiste en
esa constancia de nimo con que sostienen su instituto, al travs de
tantos odios y rencores. No hay como olvidar la importancia de sus
servicios por la propagacin de la fe, y aun cuando esta no valiera nada
para algunos filsofos y afilosofados, tienen que apreciar y confesar los
prestados para propagar y esparcir la civilizacin social. Alejadas las
pasiones o circunstancias de tales o cuales pocas, y cuando se trata de
los hombres o las cosas con disquisicin y nimo sincero de hablar la
verdad, cambian los conceptos y prevalecen entonces la rectitud y
justicia. As, Raynal mismo, a pesar de haber pertenecido a la escuela
filosfica y, lo que es ms, hasta apostatado de su religin, tuvo que
confesar la importancia de los servicios hechos en Amrica por los padres
de la Compaa de Jess y decir: Los jesuitas, despus de haber dividido
por mucho tiempo la opinin pblica, obtuvieron a la postre la muy
favorable de los sabios. El juicio que de ellos se forme en adelante
parece estar resuelto ya por la filosofa, de cuyo imperio huyen la
ignorancia, las preocupaciones y los partidos; como las sombras al asomo
de la luz. As, el mismo conde de Aranda, el declarado enemigo de los
jesuitas, como clebre por tantsimos respectos, escribi al de
Floridablanca -176- en 1785: Aseguro a V. E. que ya extinto el
instituto loyolista, yo tendra por mejor el dejar volver a los expulsos;
que se retirasen a sus familias los que quisiesen; que se quedasen en
Italia los que, no tenindolas, prefiriesen concluir sus das en aquel
clima, ya habituados a l; y que cuantos hubiere de talento, instruccin y
mrito los emplease el rey en la enseanza, y en escribir sobre buenas
letras y ciencias; ms que los hiciese cannigos y deanes si fuesen
dignos... que yo aseguro no pensaran ms en lo que fueron22.

IV

Ora, pues, porque Carlos III, o su consejo de ministros, compuesto


entonces de los tan ilustrados Aranda, Moino, Roda y el fiscal Campomanes
se hubiesen convencido de la realidad de los cargos sucesivamente
acumulados contra los miembros de la Compaa, ora porque, al transcurrir
el ao de 1767, se hubiesen descubierto en Francia y Portugal los
reglamentos secretos, que no conocemos, ora porque fueran puramente celos
contra sus caudales e influencia, influencia que haba llegado a echar
raya con la de los prncipes ms poderosos, ora, en fin, que obrara el
filosofismo del siglo XVIII, o digamos, se sobrepusiera la escuela
regalista a la papista, como se denominaban entonces; Carlos III decret
la expatriacin de los padres y la confiscacin de sus bienes,
contentndose con decir: por causas reservadas en mi real nimo. Encargose
el conde de Aranda de la direccin y desempeo de tan delicado como grave
asunto, y Moino de reducir a Clemente XIV, soberano pontfice de
entonces, a que expidiera la bula de extincin de la Orden, Moino debi
al cabal desempeo de su comisin el ttulo de Conde de Floridablanca.
-177Lafuente que ha procurado investigar con lealtad y estudio las causas que
obraron en el nimo de Carlos III para dictar la pragmtica y abierto su
juicio con suma rectitud, se explica as en la obra citada: Lo que para
nosotros no puede cuestionarse es que el religioso Carlos III obr con la
conviccin moral ms ntima, y es de presumir tambin con el
convencimiento legal de haber sido los jesuitas autores o cmplices del
motn contra Esquilache, y de ser ciertas, las imputaciones y cargos que
se les haca en el proceso, y en los documentos y consultas del consejo...
y que por consecuencia se persuadi de que la existencia de los regulares
de la Compaa de Jess en sus dominios era peligrosa para la tranquilidad
pblica, para la integridad de sus reinos, y para la seguridad de su
cetro, y an de su persona. Por cualquiera de las dos convicciones que
obrase, estaba en el derecho que nadie puede negar a un soberano, de
suprimir en los dominios sujetos a su corona una asociacin religiosa, que
slo con el conocimiento y beneplcito del poder temporal ha podido
establecerse, y slo puede continuar existiendo en tanto que aquel se lo
permita y consienta. Un poco despus aade: Aun supuesta la justicia, la
conveniencia y la necesidad de la supresin y extraamiento de los
jesuitas de los dominios de Espaa, nosotros no podramos, sin hacer
violencia a nuestro juicio, ni aplaudir ni aprobar la forma ruda y hasta
inhumana con que fue ejecutada la providencia de Carlos III; porque rudeza
y hasta inhumanidad nos parece que hubo en la repentina expulsin y
expatriacin perpetua de tantos millares de hombres....
La pragmtica sancin se expidi en el Pardo el 2 de abril de 1767. El
conde de Aranda, para asegurar el cumplimiento de las rdenes del
soberano, y librar a sus dominios de los sacudimientos que eran de
temerse, dirigi anticipadamente una circular a todas las audiencias y
cancilleras, incluyendo la pragmtica en pliego cerrado con la prevencin
de que no se abriese sino en el da dado y en la hora horada fijados en
la circular.
Hallbase de presidente en Quito don Jos Diguja, y el 19 de agosto del

mismo ao, a las once de la noche, -178- estaba ya ejecutada la orden


sin estrpito ni haber producido otro resultado que la compasin, brote
espontneo de las almas generosas cuando ven a sus semejantes en
desgracia, y en desgracia que envolva, de seguro, a inocentes y culpados.
Creemos que, en la presidencia, el secreto se conserv sin dejarse
traslucir hasta el momento de la ejecucin. El sentimiento de la prdida
de los padres jesuitas fue sincero y general, y aun puede asegurarse, sin
que sea de nuestro nimo ofender a las otras rdenes religiosas, que desde
entonces no han dado un solo paso las misiones.
Despus de la expatriacin, que se verific a los 20 das de recibida la
pragmtica, se ocuparon todos sus bienes y se vendieron con el nombre de
temporalidades: no sabemos, por mucho que hemos patullado con el fin de
ilustrar en este asunto a los lectores, a cuanto montaron los productos de
los remates. Casi todos los expatriados fueron a parar en Italia, conforme
al arreglo hecho con el Padre Santo.
Carlos III se hallaba, al parecer, tan profundamente prevenido contra los
padres de la Compaa, que aument la severidad de sus rdenes expidiendo
el 18 de octubre del propio ao una cdula, por la cual impuso pena de
muerte a los desterrados que pisasen sus dominios. Asignseles dos reales
diarios para su mantenimiento en el destierro, con tal que no se quejasen
contra el gobierno ni de palabra ni por escrito; y prohibi que se les
defendiese, so pena de tenerse al que los defendiera como traidor.
Posteriormente su hijo, Carlos IV, moder aquella severidad con las reales
rdenes de 9 de noviembre de 1797 y 14 de marzo de 1798.
Los padecimientos de tan clebre sociedad no estaban consumados todava,
pues su mal destino aun le reservaba el ltimo golpe que deba recibir de
uno de los mayores Pontfices de la Iglesia, de Clemente XIV, con el Breve
Dominus ac Redemptor que expidi el 21 de julio de 1773. Dcese que se
arrepinti ms tarde, y as debi de ser, porque ni la Iglesia ni los
sucesores de San Pedro han tenido nunca defensores ms fieles ni
arrojados.

-179V

Casi por el mismo tiempo, con corta diferencia, fueron tambin desterrados
de Francia y Portugal, y pasaron a Prusia y Rusia, donde Federico el
Grande y Catalina II, ampararon la desgracia de los padres y los
conservaron en sus Estados, aunque con cierta simulacin. Durante la
revolucin francesa se establecieron de nuevo con el nombre de Padres de
la fe, por un escrito de Po VI, pero desaparecieron a la cada de Roma
bajo el poder de los franceses.
En 1814 fueron restablecidos con su antiguo nombre, y por bula de 7 de
agosto de este ao, se autoriz su asociacin en Rusia, Npoles y en todo
el orbe catlico.
Doce aos despus (1. de enero de 1826), el emperador Alejandro los
expuls de Rusia. El Portugal se neg a levantar el destierro que tena

decretado, y el Austria hasta les neg la entrada en sus dominios; de modo


que slo volvieron a Espaa y al Piamonte. En Francia se restablecieron
sin ninguna autorizacin; en el Ecuador, como todos sabemos, fueron
recibidos en 1850 los desterrados por el gobierno de la Nueva Colombia,
luego expulsados por el nuestro en 1852, y luego vueltos a establecerse en
1861; y todava quedarn a prueba de contrarios y a merced de las
mudanzas, porque tal es la inconstancia y versatilidad de los juicios
humanos.

-[180-

-181-

Captulo VIII
Estado social, poltico y literario, durante la presidencia, en los siglos
XVII y XVIII

Durante el largo perodo de los dos y medio siglos que hemos recorrido, la
Presidencia de Quito no cambi en nada su fisonoma poltica. Sin tener
derechos que ejercer, participacin a que aspirar, ni lecciones
gubernativas ni municipales que recibir, los pueblos, como en 1550,
siguieron incomunicados sin trabar su vida con los dems de la tierra. Si
exceptuamos la jerarqua eclesistica, para la cual no estaban cerradas
del todo las puertas que dan entrada a los ms eminentes destinos de la
Iglesia, la presidencia, para las otras clases sociales, no tena derecho
ninguno a aspirar.
-182Y hay que llevar por delante que esta observacin es aplicable a toda la
Amrica espaola, pues en el registro de cuantos virreyes la gobernaron en
una serie de trescientos aos, y con todo estaba dividida en cuatro
virreinatos, slo se hallan cinco americanos: cuatro en Mxico, y uno en
Buenos Aires. En cuanto a nuestra patria, slo tuvo un presidente
patricio, aunque dio algunos pocos para otras presidencias o capitanas
generales. Haba, es cierto, muchos empleados americanos en casi todas las
oficinas pblicas, pero todos subalternos, nunca superiores; andando los
aos y desde mediados del siglo anterior, se vieron ya algunos patricios
de corregidores, y algunos otros, aunque contados en la real audiencia.
Los destinos en la Amrica, as como en Espaa, dice Barry, eran en la
Iglesia, en la judicatura, en las rentas y en las armas. Los beneficios
eclesisticos en ultramar eran muchsimos y muy bien dotados, pero casi
todos eran provedos en gente de la Pennsula. Es cosa comn ver todo el
cabildo de una catedral, desde el obispo hasta el ltimo prebendado, de

slo europeos; pues mucho antes que vacara un puesto estaba ya provisto en
Madrid, y el agraciado no aguardaba ms que la noticia de la muerte de un
cannigo en Amrica para extender el diploma, hacerle poner el sello y
embarcarse a tomar posesin. En la judicatura era ms rigurosa esta
exclusin de los criollos... En las rentas sucedi lo mismo... En la
milicia apenas haba un oficial americano en la tropa reglada: los honores
militares que un hijo del pas, por muy distinguido y rico que fuese,
poda conseguir, se reducan a ser coronel de un regimiento de milicia,
que nunca se haba uniformado ni revestido. Hasta los frailes estaban
pugnando en sus conventos para impedir que algn colega suyo, criollo,
fuese elevado a provincial ni prior en los captulos que celebraban.
Pero aun no era esto lo peor; la eleccin de los sujetos era todava ms
provocativa. El ayuda de cmara de un secretario de Estado estaba seguro
de hallar premiada su adhesin con un gobierno de Amrica; el hermana de
una dama cortesana bajo la proteccin de algn grande, -183- iba a una
provincia de intendente; el legista intrigante que haba servido de
instrumento para el logro de algn deseo de un favorito en la Corte, era
nombrado regente u oidor de una audiencia; y el barbero de alguna persona
real estaba seguro de ver a su hijo a lo menos administrador de una aduana
principal. Si en la familia de algn grande haba un oficial indigno del
uniforme, por cobarda o vileza, luego era enviado a las Indias con grado
de general, inspector o gobernador de alguna plaza; si haba algn
eclesistico estpido, era sealado para un obispado, o lo menos den de
alguna catedral; o si algn incorregible haca la desgracia de su familia,
era enviado a la Amrica con algn empleo de distincin.
Como comprobante de esto ltimo podemos citar lo que dice Plaza en sus
Memorias para la historia de la Nueva Granada, en la pgina trescientos:
Un joven, hijo de los duques de Montellano, que ya obtena el grado de
mariscal de campo, debi su nombramiento al virreinato al influjo de su
familia en la Corte, que, temerosa de las ardorosas inclinaciones del
joven y presintiendo por algunos excesos cometidos que aquellas lo
pudieran precipitar a mayores desafueros, solicit y obtuvo el encargo del
virrey para don Jos Sols Folch y Cardona. (1753)
Tan entonadas y presuntuosas eran algunas autoridades de aquellos tiempos,
y tanto se haba extendido el despotismo, que la soberbia no slo estaba
arraigada en las superiores sino en las ms bajas, y hasta en los
corchetes; y la ejercitaban no slo con los infelices sino hasta con los
ms encopetados del pueblo, y hasta con los ministros del altar. Obra de
esta soberbia fue que, habiendo ordenado la real audiencia que un tal
Cisneros, escribano de cmara, notificase al Obispo Pea con una real
provisin, lo verificase en la calle por donde pasaba este prelado con
direccin a la iglesia para celebrar una misa, y que, habindole pedido
que postergara la diligencia para despus de celebrada, sacase la espada
el escribano, y encarndola al pecho del venerable obispo, le -184contestase: Los ministros del rey con nadie guardan consideracin ni
miramientos.
Obra de esa soberbia fue que, a pesar del decreto expedido por el virrey
Velasco en 1604, prohibiendo que se emplease a los indios para el
transporte de cargas, como se emplean las bestias, el cabildo y los
nobles, y particularmente los encomenderos, se opusiesen al cumplimiento

de tan humana providencia. Y todava es de extraarse ms que tambin se


opusiese el piadoso obispo Lpez Sols, diciendo que la libertad, como
quera concederse, no era razonable, porque nunca es buena para el vicio y
el pecado; y que desaparecera la poblacin de espaoles, porque estos
miraban como cosa indigna el dedicarse a los trabajos necesarios para la
vida.
Nada, nada valan las representaciones que elevaban los indios por medio
de sus caciques o gobernadores contra los corregidores, jueces, cobradores
de tributos, preceptores de rentas, etc., que les hacan trabajar sin
salarios ni recompensa, hasta el punto que exclamaran diciendo: Somos tan
esclavos que aun de los que son, esto es de los negros, recibimos los
mayores ultrajes y agravios; y si V. M. nos viera en la lstima en que
vivimos, no dudamos que llorara sangre. Expedase la cdula en alivio de
los indios; mas los seores del ayuntamiento suplicaban de ella
inmediatamente, como sucedi con una prohibitoria de que se los redujese
al trabajo de los obrajes, siendo para satisfaccin o pago de sus deudas.
Alegbase que los indios, llevados siempre por mal y no conociendo
estmulo ninguno, ni temor a la horca ni vergenza por las afrentas, slo
pagaban sus deudas obligndolos al trabajo de los obrajes.
La desacertada poltica del gobierno sigui como al principio, mezquina y
restrictiva, y, fuera de que la propia holgazanera de los colonos era
suficiente para mantenerlos atrasados, tambin encontraban embarazos
cuando alguna vez se pretenda emprender algo. Pensose, por ejemplo, en
abrir un camino (1614) hasta la baha de Carquez, y a pesar de los buenos
informes que dieron -185- el cabildo y la real audiencia, se neg el
gobierno. Al ao siguiente se insisti en el mismo intento y con mejores
informes, y volvi a negarse el rey. En 1680 se pens extender el camino
de Esmeraldas, abrindolo hasta Silanchi, y aun principiaron ya los
trabajos; mas vino sobre la marcha una prohibicin real, y se ahog el
proyecto.
El marqus de Villarocha, uno de los pocos hijos de la presidencia que
obtuvieron destinos importantes en Amrica, fue nombrado para la de Panam
en 1699, y sin ms ni ms que la desconfianza que se tuvo de l, como
americano, fue depuesto a los seis meses. Los buenos procedimientos y el
tino de su gobierno le haban popularizado tanto, que, al separrsele,
sobrevino una insurreccin popular, y el gobierno tuvo que llamarle de
nuevo a la presidencia. Al posesionarse del empleo cundieron las calumnias
contra el marqus, y volvi tambin de nuevo a separrsele, hacindole
juguete de la poltica verstil del gabinete espaol.
Igual suerte le cupo a don Ignacio Flores, hombre de muy slida
instruccin y por cuyas prendas, despus de haber ascendido hasta el grado
de coronel, lo que poda mirarse como muy raro para un hijo de la
presidencia; fue elevado para el gobierno de la de Charcas en 1782. Al
tomar posesin de su destino se hallaba la ciudad de la Paz turbada por
unas tantas y repetidas sublevaciones de indios, y Flores, desplegando
gran talento, sagacidad y dulzura, consigui refrenarlos con facilidad y
sin esas consecuencias con que vimos se terminaban los motines de por ac.
Aun calm otra rebelin de ms bulto, ocurrida con motivo de un asesinato
cometido por un soldado espaol en la persona de un criollo; y con todo,
el gobierno, dejndose embaucar de los informes que elevaron los oidores

de la audiencia, fastidiados de tener por superior a un americano, les dio


gusto en separarlo de esa presidencia, y en someterlo a juicio ante el
tribunal de Buenos Aires. Los padecimientos y ultrajes recibidos sin razn
alguna que le hicieran merecer, y la dilacin de la causa abreviaron sus
das, y falleci antes de haber -186- salvado la honra ni acallado las
calumnias, de que fue vctima inocente. Funes, el autor del Ensayo de la
historia civil de Charcas y Buenos Aires, ha dicho: El grande hombre que,
domando millares de indios, haba afianzado veinte provincias en la
obediencia del rey; que salv con su valor y disposiciones la ciudad de la
Paz, con su poltica la de Orura y con uno y otro dos veces: la de Plata,
fue tratado como un vil criminal por aquellos mismos que deban rodearle
de gloria.
Si por poltica slo ha de entenderse la ciencia de gobernar y de dar
leyes, cdulas y pragmticas, encaminadas todas a mantener la quietud y
seguridad pblicas, a cualquier costa que fuese; es preciso convenir en
que no ha habido ni puede haber, con excepcin del de la China, gobierno
ms acertado y maestro que el de Espaa cuando era dueo de las Amricas.
Mandar y ser obedecido; imponer gabelas y recaudarlas con la mayor
facilidad; or algunos gritos y clamores, y ahogarlos inmediatamente;
dictar y hacer comprender las obligaciones, y no conceder ningn derecho,
y aun impedir que llegue su conocimiento a noticia de los gobernadores; es
haber sabido obrar con arte y con provecho, haber alcanzado a establecer
el mejor sistema de gobierno colonial, haber satisfecho el objeto y fin de
la poltica.

II

Merced a la mansedumbre de las colonias, esa poltica fue para su gobierno


la ms practicable y la ms practicada. Qu derechos habran implorado
cuando no los conocan? de qu se habran quejado los colonos, cuando los
mismas espaoles europeos no podan levantar la voz? Contentos con la paz
que saborearon por siglos a sus anchas, no podan aspirar a ms por el
miedo de alterarla, ni pretender ninguna otra clase de bienes sociales.
-187S; la presidencia disfrut en toda su amplitud de la paz pblica, paz
dilatada y profunda que ha servido de argumento contra la civilizacin en
general, y muy particularmente contra los conocimientos que al hombre
cumple tener de los derechos polticos para conservar su independencia y
dignidad. La paz de entonces, contrapuesta al estado casi normal de guerra
que domina en las secciones americano-espaolas, ha sido y es la objecin
en que se insiste contra la independencia que proclamaron y conquistaron
nuestros padres. Pero si ha de apreciarse la paz bajo cualquiera forma de
gobierno y bajo la dominacin de cualesquiera dspotas, diramos que Roma
en su tercera poca fue feliz con los emperadores de los primeros tiempos
del imperio; diramos que la China, altiva con su menguado y estanto
saber, ha tenido razn de presentar la paz de su celeste imperio como

parto natural de su absoluta incomunicacin de hasta hace poco, y para


mirarla como una realidad que arguye contra la inconsistencia de las
repblicas, y aun de las monarquas constitucionales; diramos, sin ir
para all de los mares, que el pueblo del Paraguay ha tenido tambin razn
para haberse dejado pisotear del doctor Francia, el dictador perpetuo, ya
que supo mantenerlo en sosegada paz en medio de los estruendos del can y
el triquitraque de los sables que andaban haciendo ruido por las
vecindades23.
Y cuando unas pocas pruebas, muestras falaces y tal vez alevosas de la
ignorancia humana, acreditasen que el absolutismo del poder fraterniza
algunas veces con la dicha de los pueblos olvidaramos, por esto, otras
pruebas de una paz compatible con la civilizacin ms pujante y con las
ms libres instituciones? olvidaramos, para -188- no fastidiar con
una trillada erudicin, a ese pueblo de la Unin americana que avanza
tranquilo consolidando ms y ms su libertad poltica, civil, religiosa e
industrial, y esperando obtener tambin la libertad e igualdad social?
No: la paz no es bien si ha de tenrsela al molde de la paz colonial,
porque era una paz que escarneca la dignidad de un pueblo. Es preciso que
el hombre sea abyecto hasta ms no poder, para que, aun conocindose igual
a sus semejantes, consienta humildemente en una sumisin perpetua,
renunciando el derecho y hasta la esperanza de ejercer tambin alguna vez
la parte de soberana que debidamente le corresponde.
As pues, ni puede colegirse que esa admirable serie de tranquilos aos en
que vivieron nuestros progenitores, era debida a su ignorancia en materias
de gobierno, ni que nuestras continuas revueltas emanen de las
instituciones que adoptamos al cambiar de estado. La transicin violenta
con que pasamos del exceso del absolutismo al exceso de libertad,
careciendo de conocimientos, de experiencia, de moral y de virtud para
gozar mesurada y ordenadamente de los beneficios de esta; el militarismo
que lleg a entronizarse con motivo de la guerra de la independencia, y la
ambicin de unos pocos, que ha seguido en auge cometiendo usurpaciones o
traiciones sin trminos, sin acordarse del pueblo, fuente de toda
potestad; son las causas ms evidentes de la inestabilidad de los
gobiernos que ahora rigen. Nuestro desorden se aumenta por esa desmedida
ansiedad de participacin en el ejercicio de todos los derechos,
participacin tras la cual nos desalamos tan desatinadamente, como en
venganza o reparacin del absoluto alejamiento en que vivieron nuestros
padres. Si hubisemos andado paso a paso, si nuestros capitanes,
satisfechos con las glorias de sus triunfos y orgullosos de los servicios
prestados a la patria, hubiesen acatado el poder civil, aspirando a la
participacin de los derechos que tienen como ciudadanos, y no como
hombres armados; no sera aventurado asegurar que habra desparecido, hace
tiempos, ese cargo de -189- inestabilidad que los gobiernos despticos
nos echan a la cara, como complacindose del engao y burlas de nuestras
previsiones y esperanzas.
Aun estas agitaciones y revueltas, este desconcierto intrincado en que
vivimos, y no lo desconocemos, dejan traslucir, tras los negros
torbellinos que levantan, esperanzas pronosticadoras de mejores das,
esperanzas de que vamos acercndonos a un trmino, desierto, lejano, vago,
desconocido todava, pero que ha de perfeccionar, rematar y consolidar

nuestras libertades. Las instituciones democrticas, popularizadas y


acariciadas ms y ms, da por da y de pueblo en pueblo, caminan con la
corriente del tiempo, y ya no hay como dar la voz de Alto! a sus avances.

III

La presidencia, en cuanto a sus adelantamientos sociales, tampoco avanz


mucho que digamos. Ser conde o marqus, tener el ttulo de regidor,
capitn, alfrez, real, siquiera cadete, mediante el dinero que se mandaba
a la Pennsula, como ahora se remiten letras para que se traigan
mercaderas; era ms que ser hoy diputado para representar los derechos e
intereses de la patria, ms que ser la cabeza de la nacin que dirige
estos intereses y conserva estos derechos. Hemos tenido en nuestras manos
el documento, por el cual consta que un marqus ofreci mil pesos por el
ttulo de coronel de milicias para su hijo, y esto andando ya la segunda
dcada de este siglo.
Humboldt, en su Ensayo poltico de la Nueva Espaa, hablando de esta
propensin tan general entre los colonos espaoles, dice: Cuando se
recorre la cordillera de los Andes admira el ver en las ciudades cortas de
provincia situadas en la loma de las serranas, transformados a los
negociantes en coroneles, sargentos mayores y -190- capitanes. Como el
grado de coronel da el tratamiento de Seora, que se repite
incesantemente en las conversaciones familiares, es fcil concebir que
este tratamiento es el que ms contribuye a la felicidad de la vida
casera, por la cual hacen los criollos los ms extraordinarios sacrificios
de dinero. A veces se ven oficiales de milicias con un gran uniforme y
condecorados con la orden de Carlos III, sentados en sus tiendas con suma
gravedad y ocupndose, no obstante, en las menudencias concernientes a la
venta de sus mercancas; mezcla singular de vanidad y sencillez de
costumbres que admira al caminante europeo.
En la ignorancia y abatimiento a que se vieron reducidos los colonos, y
con la costumbre introducida poco despus de la conquista de que los
vencedores gozasen de los fueros de nobleza, fcil fue para estos instilar
en los vencidos la idea de que el color blanco ennobleca la sangre y de
que los espaoles todos, sin ms que ser tales, eran nobles por
antonomasia. De all provena esa propensin de los criollos a buscar
ttulos como prendas que supiesen la falta de origen espaol, que era la
ms segura ejecutoria; de all provenan sus atrasos en las artes y
oficios mecnicos, porque no hubo tal vez cuatro artesanos espaoles que
vinieran a seguir con sus oficios, cuando saban que, aun siendo tales,
podan pretender la mano de la rica, linda y elegante criolla, sin ms que
contar con la ayuda de sus paisanos, jornaleros como ellos, pero ya
establecidos con fama de nobleza; de all nuestra holgazanera; de all el
odio que haba entre criollos y espaoles, y entre los mismos espaoles; y
de all, en fin, provenan las contiendas por parecer ms de lo que eran

por su sangre. Es de suponer, dicen Juan y Ulloa, que la vanidad de los


criollos y su presuncin en punto de calidad se encumbra a tanto que
cavilan continuamente en la disposicin y orden de sus genealogas de modo
que les parece no tienen que envidiar nada en nobleza y antigedad a las
primeras casas de Espaa. Y como estn de continuo embelesados en este
punto, se hace asunto en la primera conversacin con los forasteros
-191- recin llegados para instruirles en la nobleza de la casa de cada
uno; pero investigada imparcialmente se encuentra a los primeros pasos
tales tropiezos, que es rara la familia donde falte mezcla de sangre y
otros obstculos de no menor consideracin. Es muy gracioso lo que sucede
en estos casos, y es que ellos mismos se hacen pregoneros de sus faltas
recprocamente, porque, sin necesidad de indagar sobre el asunto, al paso
que cada uno procura dar a entender y hacer informe de su prosapia,
pintando la nobleza esclarecida de su familia para distinguirla de las
dems que haba en la misma ciudad y que no se equivoque con aquellas,
saca a luz todas las flaquezas de las otras, y los borrones y tachas que
oscurecen su pureza; de modo que todo sale a luz; esto se repite del mismo
modo por todas las otras contra aquella, y en breve tiempo todas quedan
informadas del estado de aquellas familias. Los mismos europeos que toman
por mujeres a aquellas seoras de la primera jerarqua, no ignorando las
intercadencias que padecen sus familias, tienen despique cuando se les
sonroja con su anterior pobreza y estado de infelicidad, dndoles en
rostro con los defectos de la ponderada calidad de que tanto blasonan, y
esto suministra bastante materia entre unos y otros para que nunca se
pueda olvidar el sentimiento de los vituperios que recibe el partido
contrario.
Los europeos o chapetones que llegan a aquellos pases son por lo general
de un nacimiento bajo en Espaa o de linajes poco conocidos, sin educacin
ni otro mrito alguno que los haga ms recomendables; pero los criollos
sin hacer distincin de unos y otros, los tratan a todos igualmente con
amistad: basta que sean de Europa para que mirndolos como personas de
gran lustre hagan de ellos la mayor estimacin... llegando esto a tanto
grado, que aun aquellas familias que se tienen en ms, ponen a su mesa a
los ms inferiores que pasan de Espaa, aunque vayan en calidad de
criados; as no hacen distincin entre ellos y sus amos cuando concurren a
la casa de algn criollo, dndoles asiento a su lado aunque estn
presentes los amos; a este respecto hacen con ellos otros -192extremos que son causas de que aquellos que por las cortas ventajas de su
nacimiento y crianza no se atreveran a salir de su humilde estado,
animados despus que llegan a las indias con tanta estimacin, levantan
los pensamientos y no paran con ellos hasta fijarlos en lo ms encumbrado.
Los criollos no tienen ms fundamento para observar esta conducta que el
decir que son blancos, y por esta sola prerrogativa son acreedores
legtimos a tanta distincin, sin pararse a considerar cual es su estado
ni a inferir por el que llevan cual puede ser su calidad.
Y no slo consiguieron los espaoles que en Amrica se tuviesen por nobles
y grandes sus personas, sin ms: que ser de Espaa, que aun los frutos,
los artefactos, todas las cosas de algn mrito, por cualquier respecto,
se haban de calificar tambin de nobles y exquisitas por slo proceder de
Espaa. Decir que tal o cual efecto era de Castilla, era decir que era

bueno en supremo grado; y hasta ahora mismo ha quedado la vieja costumbre


de llamar bayeta de Castilla a la de pelln, caa de Castilla a la de
azcar, cera de Castilla a la de abejas, arroz de Castilla, canela de
Castilla, alumbre de Castilla, etc., etc., aun cuando estas producciones
fuesen americanas, asiticas o africanas, o de otros puntos de Europa o de
la misma Espaa. Castilla cosa! para el vulgo, que emplea esta
construccin del todo quichua, equivale a decir cosa exquisita!
Las clases de la sociedad, altas y bajas, cultas e ignorantes, satisfacan
sus apetitos con gozar de la corrida de toros, con el juego de boliche y
de los trucos, con asistir a las procesiones y saraos con trajes recamados
y vistosos; con frusleras, en fin, como los nios que se divierten ufanos
con cuanto ofusca sus sentidos infantiles. La traslacin de los sellos
reales del antiguo palacio presidencial al nuevo, verificada en 1612, fue,
por ejemplo, una de esas fiestas cuya fama pasa de siglo en siglo hasta
alcanzar a las generaciones ms distantes; tal vez sin otra razn que la
extravagancia de los vestidos que emplearon, y para entonces de lo ms
fino y elegante, pues los regidores concurrieron con trajes de damasco
carmes -193- y con gorras de la misma tela. Los sellos reales fueron
conducidos por un caballo blanco galanamente enjaezado, y lo llevaban bajo
de palio, siendo los miembros del ilustre ayuntamiento los que cargaban
las varillas del dosel sagrado. Los ministros de la real audiencia,
vestidos de largo, iban por delante volviendo de cuando en cuando la cara
para hacer genuflexiones a los sellos, y otro de los mismos llevaba un
incensario con el cual sahumaba respetuoso al animal conductor de tan
preciosa carga. Tras esta especie de procesin, siguieron las corridas de
toros, los juegos de caas, los fuegos artificiales, etc., etc.
Tambin dejaron fama las corridas de toros celebradas en 1631, con motivo
del nacimiento del prncipe don Baltazar, Carlos, Domingo, hijo de Felipe
III, calificadas de clebres y famosas, y tan clebres que hasta
merecieron se hiciera una relacin de ellas. Las celebradas en 1781 fueron
otras de las que nos han venido de lengua en lengua, cuando no por su
esplendor, por las aguas lluvias que echaron por tierra toda una hilera de
tablados. El suceso acarre la muerte de unas cuantas personas, pero las
fiestas siguieron tan alegres como al principio del primer da. Y no
fueron menos afamadas las Fiestas reales de Ramrez en 1817, no obstante
el ruido de las armas que ya se dejaba or por los contrminos de la
presidencia.
Las procesiones y fiestas de iglesia servan, ms que ahora, de pasto para
las diversiones del pueblo, y de cebo para los encargados de dirigirlas o
celebrarlas. As Guano, por ejemplo, el pueblo tal vez ms industrioso de
los nuestros, casi vino a despoblarse por la trasmigracin de sus
moradores a otros puntos, desobligados y aburridos de los curas
doctrineros que los empobrecan con repetidos impuestos. Exigan dos
reales por cada solar de tierra que posean, a pretexto de que tenan la
obligacin de suministrar lea en la celebracin de ciertos actos
religiosos. Las calles y afueras del pueblo estaban llenas de cruces, y
los obligaban a que mandasen -194- decir misa a todas ellas (pasaban
de sesenta), cobrando a seis pesos por cada una. Las indias contribuan
con un huevo todos los das de doctrina (dos por semana), bajo pena de
azotes si faltaban. Los testamentos se dirigan y otorgaban por los

Maestros de capilla y de concierto con el cura; y era lo general, casi lo


de siempre, que se hacan dejar legados, que se mandaban imponer
novenarios de misas, llegando el caso de que si el moribundo no dejaba
bienes ningunos, sus hijos pasaban de derecho al servicio del cura.
Exigaseles adems real y medio de contribucin para el consumo de las
ceras en los monumentos de los Jueves Santos; y todo esto que se haca en
Guano, (de lo que estamos ciertos a vista de las narraciones escritas que
han estado en nuestras manos) se haca tambin en los dems pueblos de la
presidencia, como puede verse en las Noticias Secretas de Juan y Ulloa.
Oh! La paz que daba tales costumbres y abusos para la vida religiosa y
social, no es paz que puede apetecerse, cuanto ms deplorarse como la
deploran los que, sin conocer la historia de los hbitos y abusos
coloniales, slo han odo hablar del sosiego, aunque mudo, de esos
tiempos. Si la paz hubiera sido brote de un buen sistema de gobierno, que
no de su despotismo y de la ignorancia de los pueblos, si las autoridades
civiles y eclesisticas no hubieran tratado de aprovecharse del candor y
sencillez de sus gobernados; entonces, no hay para qu decirlo, no
solamente la codiciaramos y envidiaramos, antes nos arrepentiramos de
haber apreciado y ensalzado la resolucin y acciones de nuestros padres
que vinieron a turbarla.

IV

No son tan lentos los pasos que dio la presidencia por el lado literario,
como creen los ms, y relativamente -195- hablando, no dejaron de ser
conocidos y hasta palpables los progresos, si se atiende a que la madre
patria misma, sin que acertemos a dar con la razn, se dej adelantar de
otras naciones cuando ella fue una de las primeras que brillaron casi
desde el renacimiento de las letras, y si se atiende a que nuestros padres
vivan ac sin libros de provecho, ni sociedades cientficas o literarias,
ni laboratorios, ni instrumentos ni profesores. La teologa, el
misticismo, la jurisprudencia y la retrica eran los nicos ramos que se
enseaban y aprendan, y en punto al aprovechamiento de estos no dej de
ser algo sobresaliente el de muchos de nuestros conciudadanos.
El estudio de la medicina, como dijimos en otro lugar, fue desconocido en
la presidencia y, al parecer, hasta repulsado por motivos que no
alcanzamos, pues aun trascurriendo ya el ao de 1805, el presidente Carn
de Let, por oficio de 23 de octubre, dirigido al rector de la Universidad,
dict la siguiente orden: Habiendo tenido noticia de que se ha puesto
edicto para la oposicin de una ctedra de medicina, pagada por el ilustre
cabildo, prevengo a usted se suspenda todo procedimiento en la materia

hasta nueva orden, y me remitir el expediente que ha pasado a sus manos.


La presidencia fue deudora a las rdenes religiosas de los primeros
destellos del saber que se hicieron advertir entonces. Principalmente los
padres jesuitas, y luego los dominicos y franciscanos, fueron los primeros
que establecieron la enseanza de latinidad, letras humanas y teologa.
Por 1589 se abri el primer curso de filosofa, y caus tanta novedad su
enseanza que aun concurrieron a ella algunos jvenes del centro del
virreinato, donde todava no eran conocidos los estudios. Cinco aos
despus se fund en Quito el Colegio de San Luis, que se puso bajo la
direccin de los padres jesuitas, y en 1620 la Universidad de San
Gregorio, obra de los mismos reverendos, tiempo desde el cual comenzaron a
tomar algn vuelo los estudios.
Antes del establecimiento de esta Universidad haban fundado tambin los
padres de San Francisco (1567) el -196- colegio que denominaron San
Buenaventura, pero destinado nicamente a la enseanza de lectura,
escritura y gramtica para los hijos de espaoles, y de lectura, escritura
y algunas artes mecnicas para los indios. En 1688, a pesar de la tenaz
oposicin con que los jesuitas se sostuvieron acaloradamente por cinco
aos contra la Orden de Predicadores, la fundadora de esas casas de
educacin, se abri por los padres dominicanos el primer establecimiento
pblico para la enseanza de primeras letras, y por cdula real de 1683
que obtuvieron para fundar un establecimiento de instruccin, se abri el
Colegio y Universidad de San Fernando el 28 de junio de 168824.
Los padres jesuitas, en medio de su decisin por la enseanza y buena
disposicin para dirigirla, sacrificaban por egosmo la nobleza de estas
dotes, pues queran ser los nicos, y tan nicos que hasta pusieron a
pleito que el clrigo llamado Luis Remn pudiera seguir regentando una
ctedra de gramtica. A su vez, los padres dominicos, por venganza u otros
motivos; se opusieron tambin con igual calor a que los otros
estableciesen colegios en Riobamba y Pasto.
Como la de San Fernando no fue propiamente Universidad, puesto que slo
por pura gracia y privilegio se le haba autorizado para que confiriese
grados a sus alumnos internos, y como la de San Gregorio quedara ya
extinguida por real cdula de 9 de julio de 1769, tuvo a bien el soberano
establecer una sola con el nombre Real Universidad de Santo Toms, por
orden de 4 de abril de 1786. El colegio de San Fernando, eso s, qued
subsistente para algunas enseanzas particulares, y quedaron refundidos
algunos fondos de los que antes pertenecan separadamente a los
extinguidos jesuitas y a los dominicanos. La nueva Universidad, en
consecuencia, se estableci -197- en el claustro que ahora ocupa, el 9
de abril de 1788, y la Junta de Temporalidades, por auto de 12 de febrero
del ao siguiente, decret la reunin de las dotaciones que tenan las
ctedras de los dos colegios. Los Estatutos y Plan de estudios que deban
regir eran los mismos que regan en las Universidades de Espaa, y con
especialidad la de Salamanca; y los rectorados deban servirse
alternativamente por eclesisticos y seculares. El primer rector que se
nombr fue el secular don Nicols Carrin y Baca25.
El reverendo obispo don Pedro de la Pea cooper muy eficazmente, y
contribuy con sus propias luces y dinero a favorecer y dar vuelo a

cuantos se dedicaban al estudio de las ciencias, entonces conocidas o


permitidas, y ya por el mismo tiempo comenzaron a recogerse algunos frutos
con respecto a los conocimientos de la lengua latina, algo de la filosofa
antigua y algo de teologa moral. Otro reverendo Obispo, el ilustrado fray
Luis Lpez de Sols, dio mayor impulso a la enseanza con el
establecimiento del Seminario de San Luis, con la aplicacin de mejores
sistemas y con haber excitado la emulacin de los antiguos profesores. En
cuanto a la parte que tuvieron los presidentes en punto a la instruccin
pblica, fuera porque los ms de los primeros que vinieron a gobernar eran
ignorantes e incapaces de comprender cuanto valen los conocimientos
humanos; fuera porque la indiferencia o desentendimiento a tal respecto
eran arbitrios sugeridos por la mezquina poltica del gobierno supremo;
fuera porque sus facultades estaban circunscritas a conservar la pblica
tranquilidad, y aumentar o mejorar las rentas del erario; no tuvieron
ninguna, ninguna absolutamente, hasta fines del siglo XVII. En este
tiempo, don Mateo de Mata Ponce de Len estableci una casa de caridad
para los hurfanos, y procur afanoso la instruccin de los indios,
esforzndose principalmente en que a lo menos aprendiesen la lengua
castellana.
-198Los prelados diocesanos, por el contrario, cual ms cual menos, influyeron
casi todos en la propagacin de las luces, debiendo merecer especial
mencin don Alonso Pea Montenegro, y ms principalmente don Jos Prez
Calama, a quien, a ltimos del siglo XVIII, se le debi un obsequio de
quinientos veinte y cinco libros para la real Universidad, y el
establecimiento de la primera Sociedad del pas, entonces bastante
provechosa, y aparecida posteriormente varias veces con el mismo nombre,
pero sin haber tomado consistencia ni producido cosa, ninguna. Al mismo
reverendo obispo se le debi tambin el conocimiento de algunos estudios
histricos, polticos, econmicos y de legislacin del todo desconocidos
hasta su tiempo en la presidencia, pues ya por entonces se vieron en manos
de los alumnos los compendios de historia de Pintn y de Isla, el Derecho
pblico de Olmedo y el de Abreu, las Lecciones de Comercio de Jenovesi, la
Ciencia del mundo, etc. Los jesuitas por su parte, haban seguido obrando
con bastante aprovechamiento en la enseanza, pues haban tambin puesto a
la cabeza de las Universidad de San Gregario y del Seminario profesores
distinguidos, mandados venir al efecto de Espaa y Francia. Aun estamos
entendidos de que la fundacin de la Academia Pichinchense, que tuvo lugar
hacia el ao de 1762, fue por influjo y empeos de aquellos ilustrados
padres, destinndosela para la aplicacin y cultivo de la astronoma y la
fsica. Por desgracia, apenas nacida, podemos decir, desapareci a los
cinco aos no cabales, a causa de la expatriacin decretada contra dichos
reverendos, sin habernos dejado otro trabajo que el arreglo del meridiano
para el restablecimiento del reloj de sol de la Universidad, que haba
padecido alguna alteracin, procedente, a no dudar, de temblores de
tierra.
Posteriormente, y previa la real aprobacin, se estableci otra sociedad
con el nombre Escuela de la Concordia, fundada con el fin de adquirir y
propagar conocimientos agrarios, fabriles y artsticos, y entrar as por
el camino de la civilizacin. Los protectores de ella deban ser el

virrey, los presidentes de las reales audiencias y los obispos, y la


Escuela tuvo por presidente al conde de -199- Casa Jijn, por director
al conde de Selva Florida, por secretario al doctor don Eugenio de Santa
cruz y Espejo, entonces el literato de mayor expectacin del reino de
Quito, y por tesorero a don Antonio de Aspiazu. Entre los socios de
nmero, acreditados en la repblica de las letras, se contaban los
doctores Ramn Ypez, Juan Jos Boniche y Nicols Carrin, y el padre fray
Francisco Lagraa; y entre los supernumerarios, don Antonio Nario, don
Francisco Antonio Zea, doctor don Jos Cuero, don Gabriel lvarez, doctor
don Sancho Escobar, don Juan Larrea, doctor don Francisco Javier Salazar,
doctor don Ramn Argote, don Jacinto Bejarano y doa Magdalena Dvalos.
El doctor Espejo, que fue nombrado secretario cuando se hallaba ausente y
como desterrado en Santa Fe, recibi tambin a su regreso por 1791, el
encargo de la redaccin del peridico que deba publicar la sociedad.
Dcese que, en efecto, salieron a luz dos o tres nmeros, y que, aun
cuando ni por el tema ni objeto del peridico tena conexin ninguna con
la poltica, como ya por entonces susurraban malas voces contra la
autoridad y abusos de los reyes, comenzaron, primero, estorbos contra su
publicacin; luego, las persecuciones, y, por fin, el nuevo destierro del
redactor y la absoluta extincin de la sociedad.
Fuera de las Universidades de San Gregorio Magno y San Fernando, se haba
fundado tambin la de San Fulgencio, bajo la direccin y proteccin de los
padres agustinos; bien que dur muy poco tiempo por el abuso de conferir
grados universitarios a cuantos queran y nada valan para merecerlos.
Tantas Universidades, para una colonia tan poco poblada y atrasada, habra
sido cosa de verse, para ver tambin llevando borlas y bonetes a cuantos
apenas conocan los rudimentos del latn.
Los reglamentos de instruccin pblica imponan la obligacin de estudiar
latn, no tanto para conocer la importancia de las obras escritas en esta
lengua, como para acostumbrar a los alumnos a la versin literal e
imprimir -200- en su memoria un gran nmero de vocablos latinos. El
curso de filosofa duraba tres aos, y se enseaba en el primero la lgica
silogstica genitiva de pueriles sutilezas, y la aritmtica; en el
segundo, algo de geometra, algo de astronoma y la metafsica, ciencia de
muy difcil comprensin para los nios; y en el tercero la fsica, pero
sin tener instrumentos ni como reducir, por consiguiente, a prctica las
teoras que se enseaban. Despus venan los estudios de facultad mayor,
esto es los de teologa y jurisprudencia, y quedaba terminada la carrera.
Hasta 1736 no se conoci otro estudio de filosofa que el de la de
Aristteles, si no calumniada, mal comprendida; tanto que entonces vino a
ser intil y hasta perjudicial para poder discurrir con rectitud y dar con
las causas y efectos de las cosas, cuya esencia se trataba de conocer.
Introducida por los rabes en Espaa, ya se tena advertido que haba
avasallado el entendimiento en las Universidad es de la madre patria, y
era bien natural que siguiese esclavizando a sus colonias. En dicho ao
aventur el jesuita Magun dar un paso arreglndose al sistema de
Descartes; mas, probablemente sera censurarlo y acaso reprendido, cuando
al andar de poco volvi la filosofa a su antiguo peripato. Ms adelante,
nuestro compatriota, el jesuita Aguirre, se anim a introducir algunas
doctrinas de Leibnitz y del mismo Descartes, y luego el padre Hospital,

tambin de la Compaa de Jess, la ense con mayor arrojo y mejor


mtodo, desenvolvindolas del ltimo, pero combinndolas con las de Bacon.
Muchos hombres del clero, otros muchos ms de los conventos y aun algunos
de los mismos jesuitas vieron con escndalo la introduccin de estas
novedades que venan a exponer la educacin religiosa de la juventud,
levantaron censuras y murmuraciones, y la enseanza sigui avasallada al
antiguo sistema.
De 1794 para adelante imper de nuevo la razn sobre la antigedad y
autoridad, y se adopt el sistema de la filosofa moderna de Jacquier,
segn lo demuestran las varias o conclusiones de entonces; bien que
tampoco tuvo -201- estabilidad, y el mtodo del derrotado estagirita
se rehabilit y volvi a dominar despus de muy cortos aos de prueba.
Cuando un mal dura por largo tiempo, no se repara sino con el mismo tiempo
o por medio de una violenta transformacin; remedio este de los ms
terribles, al cual no slo acudieron las colonias de Amrica, sino tambin
la culta Europa cuando trat de sacudirse de los antiguos errores.
En cuanto al conocimiento de esa parte de las letras humanas que se llama
poesa, si los colonos del siglo XVII pudieron ya tenerle de las griegas,
romanas y espaolas, debieron andar del todo ciegos con respecto a las de
las naciones modernas, de cuyo enlace social estaban privados, y debieron
tambin, como era natural, seguir las lecciones de la escuela o escuelas
que campeaban por entonces. Por desgracia, pasado el siglo en que las
glorias poticas de la madre patria haban subido a la mayor altura,
comenz a dominar, luego a conservarse afamada y, por remate, a propagarse
de un modo general, tal vez absoluto, la escuela culterana; y esta
escuela, acariciada y difundida all, pas a las colonias con todo el
entusiasmo con que se la segua y defenda por los discpulos del
ingenioso cuanto extravagante Gngora. Las colonias americanas, apenas en
mantillas para todos los ramos del saber, no podan haber producido cosa
ninguna en el siglo XVI, y en el siguiente, cuando debi ya serles
conocida esa parte de las bellas letras, vinieron a dar con la escuela
doctrinadora de los conceptos ms intrincados y del ms ampuloso estilo.
Cmo resistir en Amrica a la tentacin de seguirla cuando Espaa contaba
con un Quevedo, un Garca de la Huerta y otros muchos partidarios
sobresalientes que la defendan, no slo con sus escritos en prosa, sino
con las muestras poticas que daban a la estampa? Quin habra osado ac
levantar la voz contra tantos literatos de cuenta que, si deliraban, nadie
adverta en ello, porque deliraban todos?
Y as fue, en efecto, y nuestra patria, que pudo contar a lo menos con un
par de poetas de alto coturno, particip de la desdicha comn que aquejaba
a la literatura -202- castellana de entonces. Don Jos Orosco, hijo de
Riobamba, y el padre Ramn Viescas, de Ibarra; el primero por su temple
vigoroso, para enaltecer las hazaas de las hroes y el segundo por la
cultura de su musa y espontaneidad para la versificacin, eran literatos
con cuyas producciones se habra enorgullecido la patria, a no haber
pertenecido a ese lamentable perodo de la decadencia de las bellas letras
en Espaa. La Conquista de Menorca, parto de Orosco, es un poema en cuatro
cantos que, si se prescinde de lo reciente de la accin que la inspir, se
halla ajustado a cuantas condiciones prescribe este gnero de poesas. El
plan, los medios empleados y trmino del poema son naturales, los

pensamientos nobles, delicados y de elevacin pindrica, las imgenes


brillantes, potica la diccin, los versos -perdonando uno que otro
desacorde e insonoro-, armnicos, rotundos, y, en varios pasajes,
sentenciosos. Qu ms poda producir un colono que fue a cantar en Espaa
el triunfo y glorias de su Rey...? Pero Luzn, el osado y feliz
restaurador de las buenas letras, no haba popularizado su Arte potica,
ni la literatura francesa comenzado a influir, como tan provechosamente
influy poca despus en la castellana (bien que en dao de la limpieza de
la lengua); y Orosco que sin duda no conoca la primera ni alcanz a
participar de la influencia de la segunda, cay desdichado! ms de una
vez en los extravos de la escuela dominante, y La Conquista de Menorca,
si hermosa y de indisputable mrito por mil respectos, queda muy abajo del
genio pico que la produjo. Si Orosco hubiera vivido en el siglo XVI o
pasada ya la mitad del XVIII, la obra de arte vivira tambin a la misma
altura que el genio del artista.
El padre Viescas pulsaba otro gnero de cuerdas, y aunque su genio para la
poesa parece de menos vivacidad y aliento que el de Orosco, la amenidad
de sus tiernos y variados afectos, el acierto en la manera de expresarlos,
y la soltura y fluidez de la versificacin le dan la palma sobre el otro.
Bastantes, en verdad, son las faltos que se notan en las composiciones
lricas de Viescas, -203- pero procedentes casi todas del mal gusto de
su tiempo, y, a pertenecer a otro distinto y tener algo ms de ese
templado arrebato que hace decir a los poetas armoniosa y galanamente
cuanto sienten, se habra incluido en el nmero de los buenos discpulos
de la escuela Venusina.
No nos son desconocidas otras varias producciones de los colonos de la
presidencia, como las de los padres Ambrosio y Joaqun Larrea, Juan
Bautista Aguirre, Juan de Velasco, Jos Garrido, don Manuel Orosco, etc.,
que, a la verdad, merecen mencionarse porque no carecen de chispa ni de
colorido potico. Con todo, como partos de ingenios muy inferiores a los
de Orosco y Viescas, las ms de tales producciones estn plagadas de los
vicios de su tiempo, y en ellas es de ver lo estudiado de los conceptos,
las enmaraadas alegoras, lo hinchado del estilo y cuanto de ridculo da
lo que se sale de lo natural.
No es de nuestro objeto ni propsito presentar una idea cabal de los
adelantamientos y producciones literarias del tiempo de la presidencia;
pero debemos dar, a lo menos de paso, una razn de sus escritores que, si
corta, la pondremos en orden alfabtica a fin de ayudar a los que se
dediquen a formar la bibliografa de la patria. Puesto el nombre del
autor, van las obras que han escrito o los ramos del saber en que ms
sobresalieron.
Aguirre (Juan Bautista).- Orador sagrado y poeta. Poema heroico sobre las
acciones y vida de San Ignacio de Loyola.- Tratado polmico dogmtico.Inditos.
Alcedo (Antonio de).- Diccionario geogrfico-histrico de las Indias
occidentales o Amrica, 6 tomos.- Impreso en Madrid 1786.- Biblioteca
americana o catlogo de los autores que han escrito de la Amrica en
diferentes idiomas, y noticia de su vida y patria, aos en que vivieron y
obras que escribieron. Indito.
Alcocer (Marcos) Jesuita.- De divinis atributis, I tomo, 4., 1658. De

visione Dei, I tomo en 4. 1665.


-204Arias Pacheco (Juan) Anticuario.- Memorial de las grandezas de la ciudad
de Quito.- Indito.
Bedn (Pedro) Dominicano.- Vida del padre Cristbal Pardave.- Indito.
Betancur (Luis) Presbtero.- Derecho de las iglesias metropolitanas,
1634.- Sobre el derecho que los nacidos en Indias tienen para ser
preferidos a los europeos en los oficios y prevendas.- 1634. Reimpresa
este en el Semanario erudito de Valladares.
Collahuaso (Jacinto), de raza india.- Las guerras civiles del inca
Atahualpa con su hermano Atoco, llamado comunmente Huscar Inca.- La obra
antes de ser impresa fue quemada por un corregidor, y Collahuazo hasta
perseguido por ella. Cuando bien entrado en aos, volvi a escribirla
reducindola a lo ms sustancial, a instancias de su confesor, y este
manuscrito sirvi tambin al padre Velasco para la composicin de la
Historia del reino de Quito.
Chiriboga y Daza (Ignacio), presbtero.- Coleccin de sermones. Madrid,
1739.
Dvila (Pedro Francisco).- Catlogo sistemtico y razonado de las
curiosidades de la naturaleza. Pars, 1767, 3 tomos, 8. mayor.Instruccin para recoger las producciones raras de la naturaleza. Madrid,
I tomo.
Echeverra (Manuel Mariano). Presbtero.- Descripcin de Mainas. 1784.
Escalona y Agero (Gaspar). Abogado.- Gazophilacio Regio Peruvico. 1647.
Escobar (Sancho). Abogado, y despus sacerdote.- Coleccin de poesa y
sermones. Indito.
Espejo (Francisco Javier Eugenio).- La Golilla. Ind. Nuevo Luciano de
Quito o despertador de los ingenios. Indito. Reflexiones acerca de un
mtodo seguro para -205- preservar a los pueblos de las viruelas.
Indito. (Hoy han comenzado estas a publicarse en las Memorias de la.
Academia ecuatoriana, correspondiente de la espaola.)
Evia (Jacinto de).- Ramillete de varias flores poticas. I. Tomo. Madrid,
1675.
Flores (Ignacio) Lingista y matemtico.
Gallegos (Isidro) Jesuita.- Activus humanis, 1677.- Perfectionibus
Christi.- Curso de filosofa. Indito.
Guerrero (Pedro), dicho el Gallinazo.- Observaciones de los simples que se
hallan en el distrito de Guayaquil.- Indito.
Jijn y Len (Toms de). Presbtero.- Compendio histrico de la prodigiosa
vida, virtudes y milagros de la venerable sierva de Dios Mariana de Jess
Paredes y Flores.- Madrid, 1754.
Larrea (Ambrosio) Jesuita.- Poesas lricas.- Indito.
Machado de Chaves y Mendoza (Juan) Abogado, y despus sacerdote.- El
perfecto confesor y cura de almas, 2 tomos fol. Barcelona, 1641.
Maldonado (Jos). Francisco.- El ms escondido retiro del alma.- Zaragoza,
1649.
Maldonado (Pedro Vicente).- Mapa del reino de Quito.- Pars, 1747.Relacin del camino de Esmeraldas. Indito.
Montada (Antonio Ramn de) Jesuita. Usu et abusu scientae meditae.
Indito.

Morn de Butrn (Jacinto) Jesuita.- Vida de Mariana de Jess.- Madrid,


1722.- Reimpresa en id. 1754.
-206Murillo (N.).- La breve vida de la mejor azucena de Quito.- Poema indito.
Navarro Monteserrn (Juan Romualdo) Abogado.- Descripcin geogrfica,
poltica y civil del obispado de Quito. Indito.
Orosco (Jos) Poeta pico.- La conquista de Menorca. Indito26.
Peafiel (Alonso) Jesuita.- Philosophia universa, 3 tomos fol. Len,
1653.- Obligaciones y excelencia de las tres rdenes militares, Santiago,
Calatraba y Alcntara.- Madrid, 1643.
Peafiel (Leonardo) Jesuita.- Disputationum in priman partem divi Thomas.
3 tomos, fol. 1663, 1666 y 1673.
Pinto (Baltazar) Jesuita.- Philosophia, I. tomo, en 4..- Animastica, 1
tomo, en 4. Indito.
Rodrguez Fernndez (Francisco) Presbtero.- Segundo pecado original del
paraso de las Indias.- Indito.- Coleccin de sermones. Lima, indito.
Rodrguez de Ocampo (Diego) Presbtero.- Relacin de lo que era el reino
de Quito al tiempo de la conquista y su estado presente.- Indito.
Santacruz (Raymundo) Jesuita.- Arte y vocabulario de la lengua cofana.Indito.
Santamara (Francisco Javier de) Francisco.- Vida de la venerable Juana de
Jess. I. tomo, 8. May. Lima.
-207Urea (Diego) Jesuita.- Curso de filosofa, 3 tomos en 4. Peccatis, I
tomo en 4. 1682.- Libero arbitrii. Id. id. Indito.
Uriarte y Herrera (Miguel).- Representacin sobre los adelantamientos de
Quito y la opulencia de Espaa.- 1757. Ind.
Velasco (Juan de) Jesuita.- Historia del reino de Quito, 1789, 3 tomos en
4. En francs, Pars, 1840. El original, en Quito desde 1841 hasta 1844.
Coleccin de poesas hecha por un ocioso en Faenza, 5 tomos. (De ellas
pertenece a Velasco como una sexta parte) Carta geogrfica del reino de
Quito, indita.
Viescas (Ramn) Jesuita.- Odas, sonetos, dcimas y otras poesas jocosas
dieron merecida fama a este reverendo.
Villarroel (Gaspar) Agustiniana.- Comentarios y discursos sobre los
evangelios de cuaresma.- Lisboa, 1631; Madrid, 1633; Sevilla, 1634.Comentario sobre los jueces, I tomo, fol. Madrid, 1636. Historiar
Sagradas, eclesisticas y morales, 3 tomos en 4., 1645.- Gobierno
eclesistico, 2 tomos, fol. 1652.- Comentarios, dificultades y discursos
literarios, morales y msticos sobre los evangelios de los domingos de
todo el ao, 1661.
Como se ve, la mayor parte de nuestros escritores antiguos se daban
principalmente al estudio de la teologa, el misticismo, la polmica y la
moral religiosa, y conforme a la moda de aquellos tiempos, transmitida de
Espaa a sus colonias, casi las ms de las obras las escribieron en latn,
pues pensaban que escribir en lengua vulgar no era cosa de mrito para un
autor, ni de provecho para los lectores. Tambin es de observarse que los
ms pertenecieron al clero secular o regular, principalmente a la Orden de
jesuitas, y que esa importante clase de la sociedad era entonces mucho ms

estudiosa que en nuestros das.


-208Por lo dems, si la literatura de los colonos no presenta un solo afecto
por la patria, una sola idea de que pensaban en ser algo ms de lo que
eran, alguna disposicin a mancomunarse, igualarse y fraternizar con
cuantos pertenecen a la familia humana; la culpa no estaba en ellos sino
en su condicin de colonos, en no hallarse regidos por leyes y magistrados
propios. Si en la mayor parte de las producciones literarias de los
colonos predomina el entusiasmo o sentimiento religioso, si se manifiesta
su tendencia a estar siempre tratando de la vida espiritual y
contemplativa, casi no ms que de la mstica; tampoco es suya la culpa
sino de su tiempo y del gobierno exageradamente devoto a que estaban
sometidos los colonos.
Fuera de los escritores que dejamos enumerados se citan como literatos de
fama otros muchos, especialmente en teologa, oratoria sagrada, filosofa
y jurisprudencia. De tal fama, sin embargo, desconfiamos demasiado, porque
entonces, mucho ms que en das de vivos, debi darse fcilmente nombrada
a cualquier pedante conocedor del latn, o a quien apenas saba lo que
ahora un estudiante de jurisprudencia o un periodista de los comunes.
Entrado ya el siglo XIX, pero todava durante la colonia, adquirieron
otros menos antiguos una reputacin bien merecida en la cual hay que
confiar y es la de los Liquericas, Argandoas, Yepes, Boniches, Miguel A.
Rodrigues, Francisco J. Salazar, Juan Larrea, Grijalvas y, sobre todos, la
del enciclopdico Jos Meja que cultiv casi todas las ciencias conocidas
en las colonias; esto es la filosofa, teologa, jurisprudencia y
medicina, y aun otras que se estudiaban en secreto. Latino versado en la
lengua de los Csares, naturalista, poltico, orador de primer orden,
merece que digamos algo de l en este lugar.
Mortal enemigo del despotismo defendi en las Cortes de Espaa los
derechos del pueblo espaol con valor y ardorosamente, los de Amrica con
ingenio y elocuencia, y los de Quito, su tierra natal, con ternura y con
-209- amor. Sus principios liberales, pero comedidos, fueron expuestos
en La Abeja, peridico que lo dirigan principalmente Meja y Gallardo.
Lebrn, hablando de Meja en los Retratos Polticos de la Revolucin de
Espaa, dice: Meja, hombre de mundo, como ninguno en el congreso.
Conoca bien los tiempos y a los hombres; y los liberales lo queran como
liberal, pero lo teman como americano... De la discusin ms nacional y
espaola por su materia, haca l una discusin americana. En sus
discursos en medio de su natural afectacin y frialdad de lenguaje, no se
vea nunca bien a donde iba a parar, hasta que en las rplicas que se le
hacan aprovechaba por sorpresa la ocasin de dar un tornillazo. Saba
callar y hablar, y aunque hablaba de todo pareca que no le era extraa
ninguna materia. Si se trataba de disciplina eclesistica y sus leyes,
pareca un canonista; si de leyes polticas y civiles, un perfecto
jurisconsulto; si de medicinas y epidemias, un profesor de esta ciencia
por mote, que no ensea ms que oscuridades, dudas y miedos. No decimos
que hubiese en esta universalidad de saber algo de maosidad y arte para
presentar su caudal todo en cada materia que se trataba, como si fuera
solamente una corta parte del que tena, ni que al uso de las ideas que
posea no le diese su destreza una ilusin ptica que aumentase

considerablemente su volumen; pero aun para esto es menester suponerle


talento, tino de sociedad, conocimiento de los hombres y del concurso y
contrincantes, y una facilidad de coger los objetos que se le presentaban,
aunque fuese slo por una de sus faces, que no deja duda de que era verdad
lo que se crea generalmente de l; que era de los primeros hombres de las
Cortes....
El literato espaol don Segundo Flores, en el artculo biogrfico de
Gallardo, publicado en el nmero 2 de El eco de ambos mundos, con motivo
de la inculpacin hecha a los diputados extremeos por su silencio en las
Cortes, cuando Gallardo fue acusado por su obra, Defensa del
diccionario, dice: Slo el diputado y clebre orador americano Meja,
con quien por cierto estaba Gallardo -210- a la sazn torcido, tuvo
bastante grandeza de alma para salir a vindicarle, pronunciando en su
defensa un discurso notable por su ardimiento y por su habitual elegancia,
el cual produjo en las Cortes un efecto tan favorable, que decidieron
inmediatamente no haber lugar a tomar en consideracin la propuesta hostil
que se discuta. Gallardo se mostr siempre tan profundamente reconocido a
este generoso servicio del Mirabeau americano, como sentido (si no
resentido) de la conducta vergonzosa de los diputados extremeos que he
nombrado en mi primer artculo....
Meja muri en Cdiz por octubre de 1813 a los treinta y seis aos de
edad.

Entre los hombres que han dado lustre a su patria, y a quienes ms les
debe, hay tres sobresalientes, y es preciso refrescar su memoria
dedicndoles algunas lneas en nuestro Resumen.
N. Bne.
Las biografas del Padre Juan de Velasco de Dn. Antonio de Alcedo y de don
Pedro Vicente Maldonado, pueden verse al final, en Ecuatorianos Ilustres.

VIII

Cuanto dejamos dicho de los adelantamientos literarios del tiempo de la


presidencia, hay que limitarlo puramente a la teologa, filosofa,
entretenimientos poticos, polmica, misticismo y jurisprudencia; pues los
otros ramos del saber, como se habr advertido por las producciones
-211- que dejamos apuntadas, eran desconocidos para la enseanza
pblica, y los cortos destellos que asomaron fueron puramente partos del
estudio privado a que se dedicaban los particulares en sus casas. Sin un
buen sistema de instruccin, sin libros ni sociedades de sabios, era

menester que se mantuviese de firme el oscurantismo, y que slo contramos


con esos muy pocos que, a esfuerzos de su aplicacin particular y
solitaria, llegaron a ser hombres de expectacin en la repblica de las
letras.
Veamos lo que dice don Antonio Ulloa, voto muy competente, en su Relacin
histrica: Los jvenes quiteos, aunque muy capaces en filosofa,
teologa y jurisprudencia, son muy cortos en las noticias polticas, en
las historias y en las otras ciencias naturales que contribuyen al mayor
cultivo del entendimiento. El obispo Prez Calama, otro de los
competentes, dice: Este mismo tilde (la falta a que se refiere Ulloa),
poco ms o menos, han sufrido y sufren todava todos los estudios y
Universidades de la dominacin espaola, as en Espaa como en Amrica. El
pirronismo ergtico y el ente de razn han arrojado ms cenizas y
oscuridades que el famoso cerro volcn Cotopaxi, que actualmente estamos
viendo. Esto lo deca en febrero de 1791, y es claro que no podemos
quejarnos de quienes no tenan qu darnos, sino del atraso de los tiempos
y la forma de los gobiernos despticos.
Y tan cierto es lo dicho que, cuando la revolucin francesa haba abierto
los ojos de los reyes y suavizado estos su poder, se hizo patente el
impulso que recibieron todos los pueblos as en Europa como en Amrica. El
barn de Humbolt, en su Ensayo poltico sobre el Reino de la Nueva Espaa,
hablando de la instruccin de las colonias espaolas con respecto al
tiempo en que las visit, se expresa as: Son ciertamente muy notables
estos progresos en Mxico, La Habana, Lima, Quito, Popayn y Caracas... En
todas partes se observa hoy da (1805) un grande impulso hacia la
ilustracin, y una juventud dotada de singular facilidad para penetrar los
principios de las ciencias. Hay quien pretenda que esta facilidad -212se nota ms en los habitantes de Quito y Lima, que en, Mxico y Santa Fe:
aquellos parecen provistos de un ingenio ms fcil, aunque ligero; los
mexicanos y naturales de Santa Fe tienen la opinin de ser ms
perseverantes en los estudios a que una vez llegan a dedicarse.

IX

Ora porque la posicin geogrfica de la presidencia, casi mediterrnea, la


hubiese obligado a la aplicacin de las artes y la agricultura, ora porque
la Providencia la hubiese dotado de hombres de genio para las primeras,
ello es que, por este lado, los pueblos de Quito tuvieron la primaca
entre sus hermanos de Sudamrica. Miguel de Santiago es para nosotros lo
que Rafael Sanzio para el mundo artstico: sus obras segn el Padre
Velasco, fueron vistas con admiracin en Roma y quien quiera juzgar por s
mismo del mrito de su pincel, no tiene ms que recorrer los claustros
bajos del convento de San Agustn de Quito, donde hallar catorce cuadros
sobresalientes que pueden figurar en los museos de Europa. Miguel de
Santiago, segn nos lo pinta la tradicin, era, de esos hombres de
carcter raro que renen en su persona prendas y defectos extravagantes, e

idntico, por su valor, travesuras e iracundia, al famoso Benvenuto


Cellini, el amigo de Francisco I de Francia. Cuntanse de l unas cuantas
ancdotas a cual ms caprichosas e inverosmiles; mas de seguro slo se
sabe que muri en 1673, y que est enterrado en la capilla del Sagrario,
al pie del altar de San Miguel.
La reputacin de su escuela, procedente a juicio de los entendidos de la
del espaol Murillo, ha sido sostenida por los Gorbar, sobrino del
maestro, Morales, Velas y Oviedos. Sucedi tras ellos una poca de
gongorismo artstico, introducido por los muy hbiles, pero de extraviado
gusto, Albn y Astudillo; mas en breve volvi a imperar aquella a
esfuerzos del clebre Rodrguez, que -213- la restaur, y de cuyos
trabajos, unidos a los de Samaniego, puede formarse concepto por los
lienzos que decoran las paredes de la catedral. Los llamados el
Pincelillo, el Apeles y el Morlaco la sostuvieron con la misma nombrada
que Rodrguez.
Entre los estatuarios se cuentan, en primera lnea, Bernardo Legarda,
cuyas producciones, a juicio del mismo Velasco, pueden ponerse en
competencia con las ms raras de Europa, y Jacinto Lpez. Entre los
escultores el clebre Caspicara (Manuel Chilli), llamado as por la cara
muy delgada27, su discpulo Pampite (Olmos), Chiriboga, vila, el
productor de las efigies que paran en la sacrista de San Francisco, y la
clebre doa Magdalena Dvalos. Custodio Padilla, hijo de Ibarra, era un
hbil maquinista, a quien se puede juzgar por algunos relojes que trabaj
y que todava subsisten en dicha ciudad. Sangurima, hijo de Cuenca, fue
uno de los ms afamados artistas, y ha dejado una prole ilustre que, tal
vez, ha excedido en habilidad al primero que dio renombre a su apellido,
por apodo Lluqui (surdo), y que sigue honrando a nuestra patria.

La presidencia no lleg a conocer la imprenta sino a mediados del siglo


anterior, pues la impresin ms adelantada en fecha que hemos alcanzado a
descubrir es la de 1760, segn se ve por un catlogo correspondiente a los
que entraban en la Orden de los jesuitas. En cuanto a peridicos, slo se
tiene noticia del titulado Primicias de la cultura de Quito, produccin de
la Escuela de la -214- Concordia, peridico de cuya redaccin se
encarg, como dijimos, el clebre cuanto malogrado doctor Espejo. Vanas
han sido cuantas diligencias hemos hecho por dar con algn nmero de tal
peridico, y as no podemos juzgar ni del mrito ni de la extensin que
haya tenido.
La imprenta, al parecer, fue introducida en Quito por los padres jesuitas.
Despus de su expatriacin se conoci la de Raimundo Salazar, en la cual
se ha impreso, en 1791, el Apndice al plan de estudios para la real
Universidad de Quito; mas no sabemos si la imprenta de Salazar fue la
misma o diversa de la introducida por los jesuitas. Que las prensas de
entonces slo debieron servir para publicar novenas y quincenarios, algn

sermn ampuloso, las patentes de cofradas, la noticia del nacimiento de


un prncipe, la descripcin de alguna de las fiestas reales o cosas as;
no hay para qu decirlo. No hubo, pues, mucha exageracin cuando dijo uno
de nuestros ms clebres periodistas28 que en los tiempos coloniales slo
se lean, en hojas sueltas, las bulas de los papas y las cartas de pago, o
sean recibos del tributo que satisfacan los indios.
La capital del virreinato mismo andaba tambin por iguales estrechuras; y
en punto a peridicos, el primero que lleg a publicar fue la Gaceta de
Santa Fe, 1785, chico por su tamao, y de poqusima importancia, por
aadidura.

XI

Con respecto a los adelantos materiales, recordamos con todo gusto y


gratitud que los templos y monasterios, especialmente los de Quito, fueron
levantados a todo costo y conforme a las reglas del arte, y que son dignos
del santo objeto de adorar a Dios y de manifestarle nuestro -215culto. En la Amrica del Sur pueden considerarse como obras maestras,
segn el voto y confesin de extranjeros inteligentes, porque los ven con
todas las galas y majestad de la arquitectura cristiana. La fervorosa
piedad de los primeros tiempos de la conquista impulsaba a los fieles a
hacer cuantiosos donativos e imponer ingentes capitales a censo en favor
de las casas religiosas, con cuyos productos levantaron esos monumentos
sagrados, ornato y orgullo de la ciudad que fue Corte de la presidencia.
Los gobernantes, aun cuando no, contribuyeron con cosa ninguna, si
exceptuamos a Felipe II, que hizo donativos muy crecidos, los protegieron
con piadoso entusiasmo, y adems fueron cumplidos con el pago de intereses
y devolucin de los gruesos depsitos que se ponan en las cajas reales
con tal objeto.
La ndole de esos tiempos, ms decidida por los establecimientos
monsticos que por las casas de caridad, dej pocos, poqusimos de esta
clase, y menos todava de las de recreo e instruccin pblica. La
Universidad misma tan afamada y concurrida en tiempo de la presidencia, ni
la biblioteca pblica, ni las de los colegios y conventos, fueron
protegidas por el gobierno, sino por personas particulares, o resultados
de las donaciones y legados que se dejaban a las corporaciones.

XII

Abrazando ahora con una sola mirada los tiempos anteriores a la conquista
y los que les sucedieron, debemos confesar con orgullo nuestra procedencia
de la patria de Pelayo, y no inculpar al pueblo espaol los errores,

defectos y crmenes que eran propios, no de su carcter caballeresco y


elevado, sino de esas pocas de hierro en que las colonias estuvieron bajo
su dependencia y bajo la antigua forma de los gobiernos. Inglaterra,
Francia, Holanda, Portugal y cuantas otras naciones adquirieron posesiones
ultramarinas, dieron tambin mucho que sentir -216- a sus colonos, y
no es la Espaa, como creen algunos, la nica nacin que ha manchado sus
conquistas. La Espaa, pueblo de hroes, pueblo que al conquistar Amrica
era el primero de Europa, nos ha dado en primer lugar la religin de
Jesucristo, y luego la hidalgua castellana, la lengua de Cervantes y el
estilo de Jovellanos, y estas son adquisiciones de tanto bulto que deben
envanecernos de tener a Espaa por madre. La comunidad de unas mismas
creencias, lengua, sangre y costumbres entraa simpatas que no pueden
perderse, y las nuestras son por dems sinceras y vivas para no
confesarlas con altiva franqueza.
En cuanto a las ventajas que produjo el descubrimiento del Nuevo Mundo,
aunque conviniendo los ms de los escritores en que fueron comunes para
Amrica y Europa, no han faltado quienes apasionadamente las dan todas a
la primera, y quienes, procediendo con igual pasin, atribuyen tambin
todas a la segunda. Apuntamos ya, aunque slo muy a la ligera en la
primera parte, que a nuestro ver el descubrimiento no fue, ni por el
tiempo, ni por el modo, ni por sus consecuencias inmediatas, tempestivo ni
provechoso para la Amrica de entonces; y que, reservadas para ms tarde
las glorias de Coln, habran sido ms fructferas y benficas puesto que
aun Coln mismo, manso, piadoso y humano, tampoco dej sin mancilla su
memoria, cuando fue el primero que ide la esclavitud y trfico de los
negros, los atrasos e ndole de tan lejanos tiempos, en que el derecho de
conquista era un derecho tan legtimo, como el que tenemos ahora para
comerciar libremente con todos los pueblos de la tierra; en que soberanos
y soberanos, soberanos y vasallos, se hacan guerra a muerte por ensanchar
o consolidar sus dominios, por deprimir ciertas jerarquas sociales, o por
sustraerse de los tributos y esclavitud feudal; no podan ser, en verdad,
ni los ms oportunos ni los ms propios para trabar el comercio de la vida
entre el antiguo y nuevo continente. Y gracias al corazn noble, piadoso y
magnnimo al buen pulso de una mujer, al de la reina Isabel la catlica,
que suavizaba el carcter sombro y adusto de su esposo Fernando, para que
fueran -217- menos pesados los grillos que se trajeron para Amrica. Y
gracias a la caballerosidad castellana, prenda solariega de la Espaa de
entonces y tal vez de toda la Europa, que unos cuantos de los
conquistadores no slo amparasen a los conquistados, sino que fuesen ellos
mismos los que denunciaran y publicaran con lisura los excesos de sus
compatriotas, los que abogaran por los derechos de los indios, y pidieran
leyes protectoras, acomodadas a su ignorancia y estrechez de nimo.
Por lo dems, ciencias, artes, comercio, industria, agricultura, todo se
conmueve y altera con el descubrimiento del Nuevo Mundo, y sobrevienen un
trastorno de ideas y una revolucin de principios nuevos que dan en tierra
con los antiguos, tenidos como seguros y evidentes. La geografa ensancha
sus paralelos, se redondea la tierra y desaparece el espanto que causaba
el vaco de los mares. La zoologa tiene a su vista animales, de forma,
tamao y caracteres desconocidos; la botnica, plantas y rboles
gigantescos a millares; la mineraloga nuevos y abundantes cuerpos

inorgnicos para la investigacin y disquisicin. La Amrica salvaje,


inculta, y poco poblada, ahogndose sin tener respiro, por la fuerza de su
robusta y portentosa vegetacin, se tala, se despeja, se cultiva, mejora
sus frutos naturales, recibe otros extraos, y reproducindolos con
abundancia, los devuelve a Europa, juntamente con los propios, a que se
provean los mercados de las ciudades y las despensas de los ricos, y
queden ms bien servidas las mesas de los reyes. Las piedras preciosas van
a engastarse en las coronas de los prncipes y duques, y el oro y plata de
nuestros minerales impulsan a los ms pacatos y holgazanes europeos a la
asociacin y al trabajo, al movimiento martimo y a abrirse paso por
regiones no holladas todava por el hombre. La Europa nos da sus artes,
industria, brazos vigorosos, cultura, lenguas ya perfeccionadas por reglas
sabias y precisas, y una religin, en fin, que convierte en cristiana a la
Amrica pagana. Aqu y all, donde quiera que el europeo ha puesto sus
pies, ha plantado tambin una cruz, sencillo emblema de la mansedumbre de
su doctrina y prenda de la fraternidad del gnero humano, -218- y
tenemos ya todos que mirarnos y considerarnos como hermanos.
Cierto que Espaa, la descubridora del Nuevo Mundo y que ensanch sus
dominios hasta el trmino de decir, por boca de uno de sus reyes, que el
sol no mora nunca en sus territorios, no fue la que ms aprovech del
descubrimiento. Pero la falta de proporcin en las utilidades con las
otras potencias europeas debe atribuirse ms bien al despotismo de Carlos
V y de sus ulicos flamencos, al fanatismo del suspicaz Felipe II y la
intolerancia de Felipe III y de su valido, el duque de Lerma, que a la
poca atencin que prestaron estos reyes a los negocios de las colonias. La
Espaa dio a la Amrica leyes, costumbres, vestidos, religin, cultura,
bastantes derechos municipales, las semillas de sus frutos naturales, las
de las artes e industria, y hasta su ndole y sangre cruzndose con las
americanas. Las colonias en cambio, le dieron una fuente segura y
estupenda para el comercio; materiales de todo gnero para las fbricas;
maderas, vegetales y gusanos para tinturas indelebles; momias de hombres,
cuadrpedos y aves con que hermosear y engalanar los palacios y museos;
frutos nutritivos y sabrosos; minas de plata y oro, al parecer fabulosas;
pesqueras de distintos gneros, de diamantes, esmeraldas, perlas,
corales, etc., etc.; y lo que es ms que todo, la ocasin para esa fama
egregia y glorias adquiridas con el descubrimiento del Nuevo Mundo.
Si Espaa, dominada por el valor de los metales preciosos, perdi su
industria, si a esta causa se volvi holgazana, si se despoblaba da por
da, si distraa sus verdaderos intereses y atenciones de all por
prestarlas a las colonias; las colonias ac, perdieron tambin su antigua
poblacin, disminuida, casi aniquilada, con la conquista; perdieron las
instituciones y costumbres patriarcales de los Shyris y los Incas, la
civilizacin de estos, de los Aztecas y Muiscas, y, sobre todas las cosas,
la libertad e independencia. Si los mayores males fueron comunes para
Amrica y Europa, mayor fue la suma de los bienes; y si, a la postre, la
influencia de las actuales instituciones americanas, ahora combatidas de
instables, -219- ahora desacreditadas, ha de obrar, solidadas una vez,
en el nimo ilustrado de la raza europea que domina a todas las otras por
su inteligencia y saber, como ha obrado vedando la esclavitud de los
negros de frica y devolvindoles la libertad; al descubrimiento de

Amrica se deber, ms que a otras causas, el perfeccionamiento de las


instituciones republicano-democrticas a que propende y va caminando a
pasos largos la familia humana.

-[220]-

-221-

Tomo III

Captulo I
Primera idea de emancipacin.- El doctor Espejo y el marqus de Selva
Alegre.- Estado poltico de Espaa en 1808. Agitacin de los pueblos de la
presidencia.- Arribo del presidente conde Ruiz de Castilla.- Conjuracin
de Agosto.- El nuevo gobierno. Restablecimiento del antiguo.- El
presidente Montfar.- Arresto de los patriotas.- Su proceso y resultados.El Comisionado regio.- Desconfianzas recprocas del gobierno y de los
pueblos.

El doctor Espejo, conocido ya de los lectores, a cuyo talento despejado


una suma aplicacin a las letras y deseos vivos de saber lo que
generalmente ignoraban los americanos, era uno de los pocos hombres que
conocan -222- el derecho pblico y algunos otros ramos de las
ciencias sociales. Impresionado y dolorido, ms que otros de sus
compatriotas, del estado de humillacin de la patria, sin duda por
pertenecer ms inmediatamente a la raza vencida por Pizarro, echaba de
cuando en cuando algunas frases punzantes, aunque indiscretas, contra el
gobierno, hasta el trmino de haber escrito un opsculo titulado La
Golilla. El opsculo no se public; pero, echada a volar la voz de
haberse escrito, los gobernantes comenzaron a perseguirle, en son de
honrarle con comisiones honorficas, y La Golilla labr conocidamente
sus desgracias por el delito de haber satirizada al gobierno y
gobernantes.
Parece que el opsculo fue escrito en 1787, pues por este ao fue cuando
principiaron a menudear la vigilancia y persecuciones contra Espejo,
terminando por su destierro a Santaf, a pesar de que entonces era casi
imposible que pensase en la emancipacin de su patria. Muy pronto se
intim en Santaf con los literatos de mayor nombrada y con los patriotas
ms distinguidos, quienes, por 1790, tenan calados ya los ms de los

sucesos de la revolucin francesa. Sus conexiones se estrecharon muy


especialmente con don Antonio Nario, republicano fogoso que, como Espejo,
no poda avenirse con el gobierno de los reyes.
De vuelta a Quito, despus de tres aos de ausencia, se encarg de la
redaccin del peridico titulado Primicias de la cultura de Quito, y
comenz a obrar con suma actividad por el establecimiento y conservacin
de la Escuela de la Concordia. Destinbala en sus adentras, de conformidad
con los proyectos, concertados con los seores Nario y Zea y otros
colonos de Quito y el Per, a que sirviera de madre a otras y otras
sociedades subalternas que deban establecerse en varios puntos, con el
fin de instilar y difundir con prontitud y seguridad algunas ideas de
independencia. Entre las cincuenta y ocho personas de que se compone la
lista de sus miembros, se encuentran muchos nombres de las mismas que poco
despus prepararon y ejecutaron la revolucin: los marqueses -223- de
Selva Alegre, Maensa, Miraflores, Villaorellana y Solana, don Jos
Ascsubi, don Jos Cuero, don Gabriel lvarez, don Pedro Montfar, don
Juan Larrea, etc., etc.; y, entre los supernumerarios, don Antonio Nario,
don Martn Hurtado, don Francisco Antonio Zea, don Ramn de Argote, don
Jacinto Bejarano; etc.
Cuantos se hallaban instruidos del secreto aceptaron el proyecto con
regocijo, y se determinaron a obrar con actividad y entusiasmo; mas, a la
muerte del peridico y a las persecuciones de que fue vctima el caudillo
Espejo, super el espanto de la realizacin y se abatieron los nimos. No
se establecieron las sociedades, y sigui sin interrupcin aquel sosiego
con el cual haban nacido y estaban casi avenidos nuestros padres. El
fuego revolucionario no poda surgir de aquel estado yerto de tantos y tan
sosegados aos, y fue necesario que la Francia conmoviese el mundo para
que tambin Amrica participara del cataclismo poltico de 1789, apenas
conocido de muy pocos en la presidencia.
Cuando al amanecer del 21 de octubre de 1794 aparecieron fijadas en
algunas cruces de la ciudad unas banderillas de tafetn encarnado con la
inscripcin, por el anverso, Liberi esto. Felicitatem et Gloriam
consequto; y por el opuesto una cruz de papel blanco, en cuyos brazos se
lean las palabras Salva cruce; la vista de los gobernantes se clav al
principio en un pobre hombre que rega una escuela de primeras letras,
llamado el maestro Marcelino, sin ms ni ms que por la semejanza de la
letra de las banderillas con la suya, y le prendieron y se apuraron los
interrogatorios, sin que por esto se descubriera el verdadero autor. La
sana crtica y los antecedentes de Espejo atribuyeron a este esos
arranques del patriotismo, y el tiempo y la tradicin lo han confirmado.
Tambin el presidente Muoz de Guzmn y las dems autoridades tuvieron muy
luego a Espejo como autor de las banderillas; mas como no hallaron pruebas
adecuadas contra el cargo, se desentendieron del asunto, y por otros
motivos que no alcanzamos, sino pretextos, le redujeron -224- a
prisin, en la cual muri aquel patriota, honra de su raza y de Quito, su
cuna.
Decimos que le prendieron por otros motivos que no hemos podido descubrir,
porque nunca se le acus de autor de las banderillas. De la
correspondencia del Presidente con el Virrey don Jos de Espeleta tenemos
los oficios de 21 de octubre y 21 de noviembre de 1794, y los de 6 de

agosto y 6 de septiembre de 1795, de uno de los cuales hemos copiado los


textos de las banderillas, y en ellos dice que no ha sido posible
averiguar acerca de sus autores y origen... y que tan solamente se halla
preso por remotas sospechas un maestro de escuela, sin que la opresin que
padece con las prisiones que se le han puesto, haya hecho declarar ninguna
especie que de bastante luz contra alguno como cmplice. Por otro oficio
(21 de agosto de 1795), dirigido al presidente del Supremo Consejo de
Indias, se sabe que Espejo estaba preso por cierta causa grave de Estado;
pero como no la expone, quedamos en la misma incertidumbre. Puede ser que
esta causa fuese la de sus conexiones con Nario y Zea, presos igualmente
por el mismo tiempo en Santaf como reos de Estado; y aun esto, sin
embargo, no pasa de ser una presuncin.
Cinco meses despus de la aparicin de las banderillas que tanto
preocuparon a los gobernantes, aparecieron tambin en Cuenca otros
pasquines y proyectos de mayor resolucin, pues uno de ellos contena nada
menos que estas frases.
A morir o vivir sin rey prevengmonos, valeroso vecindario. Libertad
queremos, y no tantos pechos y opresiones de Valle, (D. Jos Antonio
Vallejo era el gobernador de Cuenca.)
Otro de ellos deca: Desde Lima ha llegado esta receta fiel. A morir o
vencer conformes nuestra Ley, menos los pechos del Rey; indios, negros,
blancos y mulatos: ya: ya: ya (el que rompiere su vida perder quiere)
-225- no se puede sufrir; como valerosos vecinos, juntos a morir o vivir
unnimes hemos de ser29.
Pero ni estos ni los anteriores despertaron a los pueblos de su
somnolencia de tantos aos. Los deseos de los patriotas quedaron ahogados
en los pechos que los abrigaban, y esas provocaciones, intempestivas para
entonces, slo vinieron a obrar en 1808.

II

Se ha preguntado por qu las colonias de Amrica, a pesar de las


distancias que las separaban y de su poca mancomunidad de carcter, luces
y costumbres, cual ms cual menos, pensaron todas por una misma poca
sacudirse de la madre patria? Si por las penas pacientemente sobrellevadas
por tan largos aos, ellas se hicieron sentir desde el primer da que los
conquistadores sentaron sus plantas en la tierra de Coln, y lejos de
haberse agravado ms ni sobrevenido otra clase de padecimientos, antes
poda contarse con que el natural proceso de los tiempos mejorara, como
ya iba mejorando, la condicin de los colonos. Por mucha que fuera la
ignorancia de estos y por exageradas que fueran sus pretensiones, no
podan dejar de comprender la diferencia que va del pueblo conquistador al
pueblo conquistado, y demandar para ellos los mismos derechos que tenan
los vencedores, era propender a una nivelacin sin ejemplar en el mundo ni
en la naturaleza de los hombres. Puede ser que nuestros padres,
considerndose ya en estado de gobernarse por s mismos y corridos de

vivir en pupilaje, quisieran salir de l; pero como no es de suponer que


las secciones coloniales, unas ms atrasadas que otras, se -226conceptuaran todas, por el mismo tiempo, con igual grado de cultura o
suficiencia para poder pasar de esclavas a seoras; tampoco es
satisfactoria tan conforme determinacin. En el orden de las cosas estaba
discurrir y esperar que tambin las colonias espaolas seguiran por ese
camino de adelantamientos abierto por las inglesas, ejemplo que no poda
menos que provocar a la imitacin; pero ni esto era tan reciente para
darlo como causa inmediata, ni siendo como era seductor, pudo animarlos a
poner por obra un proyecto de tan difcil como arriesgada ejecucin.
Las causas, todo bien considerado, debieron ser las enunciadas: pero, a
nuestro ver, ms bien la ocasin, que no las causas, fue la que,
removindolas y despertando los instintos de libertad, alent a nuestros
padres a valerse de la que tan a mano se les presentaba para conquistar su
independencia. Llegada la ocasin, todo hombre, por apocado que parezca,
aprecia su libertad, y todo pueblo, por atrasado que est, aspira al
ejercicio de los derechos comunales; y con estos instintos, avanzando de
idea en idea, de conocimiento en conocimiento, su propensin natural, su
ciego impulso, es mejorar las instituciones polticas y dar, si cabe, con
la perfeccin. Repgnanles a los pueblos las preocupaciones establecidas
all, en la infancia de las sociedades, por el orgullo o atraso de los
hombres, y repgnales ms todava el vivir separados unos de otros,
cuando, obrando todos como uno solo, sin diferencia de razas, religiones,
lenguas ni costumbres, aun los ms atrasados participaran tambin de los
conocimientos adquiridos por los primeros que adelantaron por el camino
del saber y bienestar. Este lejano pero natural impulso hace brotar otro
ms inmediato y apurador, por el cual los hombres procuran verse,
comunicarse, asociarse y favorecerse, por el cual se vencen las selvas,
los montes y los mares, y por el cual, venida la ocasin, todos los
pueblos, principalmente los que han tenido cerradas las puertas, no
reparan en obstculos ni sacrificios. Las colonias espaolas se hallaban
en este caso, porque les estaba vedada toda clase de comunicaciones, aun
con los mismos peninsulares, y era -227- demasiado difcil que no
aprovechasen de esa revolucin francesa que haba de dar y andaba dando ya
la vuelta al mundo.
Yaca Espaa mal dirigida por un rey de nimo estrecho, desacreditada por
la infidelidad de su privado, desprovista de rentas y empeada en una
guerra con Francia, cuya fuerza tena espantadas a las naciones. Estas
circunstancias dieron a los americanos la ocasin, y es necesario que las
dibujemos, siquiera alzadamente, para conocer el estado poltico de la
madre patria en 1808.
Haca algunos aos que Espaa y Francia andaban mancomunadas por el pacto
de familia o parentesco de sus reyes, y, ora dominada la primera por este
efecto, ora por un desacierto de la poltica de Carlos III haba, no slo
llegado a ingerirse en las contiendas de los gabinetes de San James y
Versalles, sino, lo que fue an ms imprudente, contribuido tambin a
favorecer la independencia de las colonias inglesas de Amrica,
separndose de la neutralidad que le convena mantener, y amparando una
causa cuyo buen xito no poda menos que provocar, llegada la ocasin, a
los colonos espaoles. En vano el conde de Aranda, hombre de seso y

poltico atinado, se haba opuesto con muy acertada previsin al


reconocimiento de la independencia de los Estados Unidos, y en vano
aconsejado tan discretamente que su amo obrase del modo que aconsej en su
Memoria secreta, presentada en 1783. Tal memoria arrebata nuestra
admiracin al ver cumplida la mayor parte de lo previsto para lo futuro,
pues parece escrita despus de los acontecimientos que temi ese gran
poltico.
Carlos IV, menos ilustrado que su padre, aunque muy hombre de bien, y por
dems flojo de carcter, dej andar las cosas como andaban a su
advenimiento al trono, y esto cuando la Francia avanzaba pujante con su
revolucin, desengaando a los pueblos de la magia de los reyes y
hablndoles de los derechos del hombre, desconocidos u olvidados hasta
entonces. El conde de Floridablanca, ministro de Carlos IV, enemigo de las
instituciones -228- britnicas y enamoradamente apegado a las del
absolutismo, no era el hombre llamado para cambiar la poltica del
gobierno espaol, y los conflictos continuaron hasta despus de la cada
del ministro en 1792. El conde de Aranda, el sucesor, logr restablecer la
paz entre la repblica Francesa y el Reino de Espaa; pero habindose
hecho sospechoso a los ojos de la Corte, y aun a los del pueblo espaol
por sus opiniones filosficas, suponindole inficionado ya de las herejas
que cundan por entonces, fue despedido. Por sus consejos, aceptados por
Godoy duque de Alcudia, se haba ofrecido a la Convencin francesa de
neutralidad de Espaa, y aun su intercesin y mediaciones en la guerra que
le haban declarado otras naciones, a trueca de salvar la vida de Luis
XVI; transaccin noble y generosa, olvidada por otras potencias tal vez
ms allegadas; pero a la muerte del rey, la Espaa, rebosando de airado
enojo, se ali con la Gran Bretaa y declar con ella la guerra a la
repblica. El pueblo espaol, inclinado desde antes a entrar en esta
lucha, la acept con gusto y dej or por todos los contornos de su nacin
aquel grito de venganza contra los escanciadores de la sangre del hijo de
San Luis. Sostvola con valor, entusiasmo y lealtad hasta que, viendo mal
parados a los austriacos, y que la Prusia entraba en arreglos con los
franceses sin contar con l, tuvo que aceptar en 1795 la paz de Basilea; y
un ao despus la de San-Ildefonso; paz vergonzosamente obtenida por don
Miguel Godoy, sucesor del conde de Arando, y valido que manch el lecho y
el reinado de su rey. En recompensa de tal ajuste, recibi el ministro el
ttulo, de Prncipe de la Paz.
Cierto que Espaa tena muchos motivos de queja contra la Gran Bretaa;
pero no fueron ellos, sino la molicie de Godoy y su aficin a una vida
sosegada, las que pusieron a Carlos IV a merced del Directorio francs. La
madre patria, ligada de nuevo con la Francia y de nuevo hecha enemiga de
la Gran Bretaa, si por amiga de esta haba perdido la parte espaola de
la isla de Santo-Domingo, ahora, por ser aliada a la otra tuvo -229que sufrir las consecuencias del combate naval de San Vicente, la prdida
temporal de la isla de Menorca, y definitivamente la de la Trinidad por el
tratado de Amiens en 1802.
Tras estos desastres, la Espaa misma, seducida por los principios
republicanos que regan en la vecindad, abrigaba en sus entraas unos
cuantos hombres de talento y squito que andaban ideando la adopcin de
tales instituciones, y otros que, aburridos de la intolerable flaqueza de

su monarca y agriadas contra las imprudencias del valido, comenzaron a


infundir el descontento contra el gobierno; y este desquiciamiento de la
unin llev al colmo las desgracias. Verdad es que la conspiracin
proyectada en 1796 fue oportunamente descubierta y sus autores castigados;
pero, como sucede las ms veces, dej en germen un semillero, y este
semillero vino a complicar ms y ms las angustias de Espaa.
En tal estado de cosas y de otros muchos pormenores que no son de nuestra
incumbencia referir, los tratados de 7 y 9 de julio de 1807, celebrados
por Napolen en Tilsit, despus de las victorias de Eilau y Friedland
contra rusos y prusianos, le dieron tal influencia en los asuntos de
Europa, que se le concedi el que pudiera intervenir oficialmente en los
de Espaa. El resultado de esto fue la invasin al Portugal y el tratado
de Fontainebleau, por el cual se declar destronada la casa de Braganza
debiendo el reino dividirse en tres partes: la Lusitania setentrional para
el rey de Etruria y el Alentejo y los Algarves para el prncipe de la Paz,
y la parte central para Bonaparte, pero no ms que en depsito hasta
ajustarse la paz general.
Una vez sentados los pies de Napolen en la Pennsula y ocupadas muchas de
sus plazas por las tropas francesas, patentes quedaron las miras del
Emperador de apoderarse de ella. Carlos IV las penetr y, aconsejado por
el prncipe de la Paz, pens trasladarse para Amrica, como lo hiciera el
rey de Portugal; pensamiento bien inspirado y feliz que habra alterado
del todo los destinos de las repblicas americanas de ahora. Pero el
-230- pueblo espaol, juzgando errneamente que una idea sugerida por
Godoy no poda ser buena por ningn cabo, y deseando hacer patente su odio
contra el privado, se alborot y estorb la partida de la familia real, y
tuvo que conservarse all para servir de juguete del hombre que dispona
de los destinos de Europa.
El alboroto puso en peligro la vida de Godoy, y Carlos IV, nacido para
sacrificarse por quien sacrificaba su dignidad de esposo y la de la
corona, renunci esta en favor de su hijo Fernando por salvar la vida del
ministro. La ocasin no poda ser ms oportuna para que Napolen la dejase
pasar sin poner por obra su proyecto de apropiarse de Espaa, y so
pretexto de que la renuncia haba sido forzada, se neg a reconocer a
Fernando VII. Entonces, la familia real se traslad a Bayona a someter al
juicio del emperador la decisin de las contiendas domsticas, y
devolviendo el hijo la corona al padre, y cedindola este a Napolen, pas
a la frente de su hermano Jos.
Ajustado as este arreglo el 5 de mayo de 1808 el rey Jos I ocup a
Madrid el 20 de julio. Los patriotas espaoles, sucesivamente traicionados
por sus reyes que haban transferido la diadema a la cabeza de un
extranjero, y profundamente lastimados de los sucesos del 2 del propio mes
de mayo, tomaron a su cargo el desagravio de los ultrajes hechos al
pundonor y dignidad de su nacin. Levantaron, en consecuencia, aquella
guerra de alborotos, motines y correras, guerra santificada por su
objeto, puesto que se haca para mantener su independencia nacional y
guerra por dems gloriosa ya que lleg a derribar el coloso que haba
sabido resistir a tantas coaliciones europeas. Bien pronto organizaron en
tal y cual punto de la pennsula Juntas Provinciales, y luego Supremas que
representaban la soberana del pueblo; juntas que, aunque fueron aisladas,

no reconocidas en todo el reino y hasta combatidas entre s, llegaron


despus a legitimarse con la Central que domin en todo el territorio no
ocupado por los franceses todava.
-231El Gobierno de la Metrpoli haba procurado cuidadosamente mantener
secretos para Amrica los principios proclamados por la revolucin
francesa, los triunfos y trmino de esta y el mal estado en que l se
hallaba; pero al fin y al cabo la presidencia de Quito no haba dejado de
columbrarlos. La ocasin era llegada, y como siempre viva preocupada con
los saludables resultados de la revolucin de Norte Amrica, menos
atronadora, es cierto, pero ms fraternal, ms ejemplar y clara; preciso
era que los principios de la Unin americana y esos derechos del hombre
proclamados por primera vez a grito herido, se imprimiesen honda y
poticamente en el pecho, de nuestros padres, y los concitase a seguir el
ejemplo de tan seductora transformacin.
La ocasin no poda ser ms tempestiva ni venir ms a la mano,
principalmente para los genios alborotados, dispuestos siempre a sacar
provecho de las novedades. Consider, pues la presidencia, que, siendo
parte integrante de Espaa, y con los mismos derechos que Galicia,
Asturias, Aragn, Catalua, Valencia y dems provincias que, vindose an
fuera del dominio francs, establecieron sus juntas; tambin ella era
capaz, por idnticas razones y derechos, de constituir una Junta Suprema
gubernativa. Los patriotas, (as principiaron a denominarse) los patriotas
de Quito, entraablemente impresionados con la justicia de la causa que
defendan los buenos espaoles, y con la conciencia de obrar con legtimos
y naturales derechos; creyeron, as mismo, que el honroso ejemplo que
daban las provincias espaolas abra el camino ms seguro para reasumir el
ejercicio de los suyos, y conquistar una independencia usurpada por la
suerte de las armas. El establecimiento de una junta, a imitacin de la de
Sevilla, a juicio de los patriotas ms acendrados y de los alborotadores
que en nada se detienen, era el pedestal que deba levantar la
independencia de la patria o mejorar sus particulares intereses; a juicio
de los ms testarudos y caprichosos, era de un derecho inmanente que no
poda disputarse a la Presidencia, y ms cuando la distancia y aislamiento
en que se hallaba fortalecan sus razones; y aun a juicio de los realistas
-232- americanos, y hasta de algunos espaoles deseosos de mostrarse
leales a los ojos del rey Fernando, era una manifestacin palmaria de los
muy decididos afectos que la Presidencia conservaba por su seor.
Convena, pues, el establecimiento de la junta por todos motivos y para
todos, con pocas excepciones, aunque fueran distintos los impulsos que la
hacan desear. No hay para qu aadir que en el nimo de los verdaderos
patriotas pululaban en secreto las ideas de independencia pues juzgaban
con acierto que, establecida una vez la junta como legtima, slo
prevalecera despus la razn de aquel bien tras el cual andan an los
sbditos ms venturosos de las monarquas.
El principal y mayor de los embarazos que encontraban los patriotas
genuinos para el desempeo y consolidacin de su proyecto, era la
ignorancia de los pueblos, a los cuales convena hablarles a nombre de
Fernando, el amado, el idolatrado, el justo, como le calificaban en Espaa
y en Amrica juntamente, por causa de sus persecuciones y desgracias. Era

pues necesario introducir de grado en grado e ingeniosamente en el nimo


del pueblo algunas ideas de independencia y libertad, sino para que se
aficionaran a esta, a lo menos para que no se decidieran a combatirla con
enojo. Los pueblos aceptan pocas veces sus derechos polticos por
comprensin y conviccin y hay que darlos con prudente maa.
Los ingleses, dueos de los mares y en guerra declarada con la madre
patria, no dejaban pasar buque ninguno para Amrica, y la Presidencia no
conoca absolutamente los ltimos sucesos de Espaa. Mas al arribo del
capitn de fragata don Jos de Sanllorente, comisionado por la junta de
Sevilla que toc en Cartagena por agosto de 1808, se propagaron las
noticias de los asesinatos del 2 de mayo de Madrid, el armisticio
celebrado con la Gran Bretaa, la victoria de Bailn, la capitulacin de
Dupont y el establecimiento casi simultneo de las juntas espaolas.
Entonces ya no haba cosa que aguardar, y los patriotas se apresuraron a
poner por obra cuanto tenan meditado.

-233III

La llegada de don Manuel Urries, conde Ruiz de Castilla, que haba entrado
como presidente de Quito el 1. de agosto de 1808, les proporcion la
ocasin de hacer representar en festejo suyo cuatro piezas dramticas,
intencionalmente escogidas para la poca y circunstancias: las piezas
fueron el Catn, la Andrmaca, la Zoraida y la Araucana30. El pensamiento
de los revolucionarios fue comprendido por la parte inteligente de la
sociedad, sin que Ruiz de Castilla ni los otros gobernantes traslucieran
otro inters que el deseo de celebrar la llegada del presidente y el de
gozar de las satisfacciones del teatro.
Dado este paso, y cuando ya estaban instruidos los patriotas de los
sucesos de Espaa, ms tal vez que los mismos peninsulares, a quienes se
ocultaba la verdad por no desalentarlos; irritados adems porque la Junta
de Sevilla se haba arrogado el ttulo de Suprema de Espaa e Indias y,
sobre todo, por el lenguaje destemplado y hasta ofensivo que emplearan los
espaoles calificando a los americanos de insurgentes, aadiendo que la
Amrica espaola deba permanecer unida a la madre patria, sea cual fuere
la suerte que esta corriese y que el ltimo espaol que quedase tena
derecho para mandar a los americanos31; se determinaron a partir por el
medio y celebrar la primera reunin el 25 de Diciembre -234- de 1808
en el obraje de Chillo, propiedad de don Juan Po Montfar, marqus de
Selva Alegre. En ella acordaron establecer la junta suprema proyectada,
aparentando en todo caso, para no exasperar a los pueblos, sumas
consideraciones y respetos por Fernando VII. Esta prudencia, segn ellos,
era absolutamente necesaria para con un pueblo largo tiempo infatuado con
el mgico nombre de rey, que lo crea procedente de naturaleza divina;
pues los ignorantes (aadan) no comprenden su envilecimiento, y slo por
maravilla piensan en que pueden ser algo ms de lo que son. Las
revoluciones, como se sabe, aparentan siempre arrimarse a la legalidad en

todo caso, por torcido que sea el impulso que las mueve, y la de entonces,
con mayor razn que cuantas otras han agitado y deshonrado a la patria,
deba obrar con sumo comedimiento y discrecin.

IV

Por prudentes y cautelosos que fueran los pasos de los conjurados llegaron
siempre a descubrirse. El carcter franco y confiado del Capitn don Juan
Salinas, y el deseo de aumentar el nmero de partidarios le animaron a
comunicar el secreto al padre mercenario Torresano. Este lo confi al
padre Polo, de la misma Orden; Polo a don Jos Mara Pea, y Pea lo
denunci a Mansanos, Asesor general de gobierno. Instruyose inmediatamente
un sumario, y el 9 de marzo de 1809 fueron presos y llevados al convento
de la Merced, el Marqus de Selva Alegre, don Juan de Dios Morales,
Salinas, el doctor Manuel Quiroga, el presbtero don Jos Riofro, y don
Nicols Pea. Fue nombrado Secretario de la causa don Pedro Muoz, espaol
manifiestamente prevenido contra los americanos, y los presos a quienes se
mantuvo incomunicados, tuvieron estorbos y dilaciones para su defensa.
-235Por un acto de patriotismo bien ideado y arrojadamente desempeado, se
sustrajeron todas las piezas del sumario, al tiempo que Muoz daba cuenta
al presidente, del estado de la causa, y esto desconcert los castigos que
se preparaban contra los culpados. Estos, por su parte, haban negado
acorde y contestemente la celebracin de la Junta, y en consecuencia
fueron puestos en libertad.
Esta simple tentativa de la emancipacin de la patria, aunque apenas
ensayada y muerta al nacer, es un timbre de que muy justamente blasonan
los hijos de Quito, pues son de los primeros que tuvieron tan osado y
noble pensamiento. La ocultacin de un acto que se ha tratado de
descubrir, burlando la pesquisa de los jueces, alienta, como ensea la
experiencia, a sus autores, y la sustraccin del sumario aument el coraje
de los patriotas y se resolvieron a llevar adelante la insurreccin.
Aun mucho antes de tomar esta resolucin, corra entre los patriotas,
aunque con reserva la voz de que don Antonio Ante andaba desde 1798
predicando una insurreccin; de modo que al traslucir lo ocurrido en
Aranjuez y la cautividad del Rey, la exaltacin de aquel letrado subi de
punto. Con tal motivo escribi un folleto titulado Clamores de Fernando
VII, una proclama y un catecismo, escritos dirigidos ostensiblemente a
favorecer la causa del monarca, pero encaminados siempre a dar los
primeros pasos para la independencia. El doctor don Luis Saa, Salinas, don
Miguel Donoso y don Antonio Pineda, entusiasmados con tales escritos,
mandaron sacar unas cuantas copias y las dirigieron annimas a Caracas,
Santa Fe, Lima, Santiago, Buenos Aires y a algunas otras capitales de
gobierno, empeando a sus hijos a que dieran el primer grito de
insurreccin, por suponer, como era cierto, que estas ciudades contaban
con mejores elementos para el buen xito. Ante y Saa pensaron partir para

Lima, la ciudad ms a propsito por su opulencia para el intento: mas,


apremiados por Salinas a quien incomodaban las dilaciones, y temerosos de
-236- que el Gobierno penetrase tales proyectos, tuvieron que detenerse
y apurar sus pasos para dar el grito en su propio suelo. En consecuencia
convocaron a sombra de tejado a los vecinos de los barrios de la ciudad,
con el fin de que eligieran una persona que los representase y, concluido
el acto, sealaron el da de la insurreccin.
Efectivamente, el jueves, 9 de agosto de 1809, por la noche, se reunieran
don Pedro Montfar, hermano del Marqus, Morales, Salinas, Quiroga,
Matheu, Checa, Ascsubi, Ante, Zambrano, Arenas, Riofro, Correa, Vlez y
otros muchos en casa de doa Manuela Caizares (hoy de los coadjutores de
la Catedral), mujer de aliento varonil, a cuyo influjo y temple de nimo
cedieron an los ms desconfiados y medrosos. Comisionaron a Salinas, como
a Comandante de la guarnicin de la ciudad, a que la sedujese, y Salinas,
muy querido de sus tropas, se dirigi al cuartel acompaado de otros. El
Comandante de la caballera, don Joaqun Zaldumbide, pas tambin a su
cuartel, y como ambos contaban ya seguramente con algunos oficiales
subalternos, participantes de sus mismas opiniones, no tuvieron ms que
arengar a las tropas, a nombre de Fernando VII, y hablarles de su
cautividad y de la usurpacin de Bonaparte, para que se diera el grito de
rebelin contra el Gobierno. Asegurados ya los cuarteles, despus de
vencida la mitad de la noche, acudieron a ellos los conjurados para
armarse y afianzar su causa.
Salinas sac las tropas del cuartel, que no pasaban de ciento setenta y
siete y las coloc en la plaza mayor. Destac luego varias partidas a que
aprehendiesen a algunas de las autoridades y a otros sospechosos, y dict
las providencias adecuadas a las circunstancias. No se cometi tropela de
ningn gnero, y las rdenes se ejecutaron entonces con moderacin y
calma.
Antes de la alborada del 10, el doctor Ante sorprendi la guardia del
Palacio y present al oficial que la mandaba un oficio puesto por los
miembros de la Junta que interinamente se haba establecido en la misma
noche -237- del 9, empendole a que la entregara al momento al
Presidente. El oficial no quiso cumplir con este encargo, fundndose en la
incompetencia de la hora; pera Ante insisti con firmeza a nombre de la
Junta Soberana, nombre que el oficial oa por primera vez, y tomndola se
dirigi al dormitorio del Presidente para despertarle y drsela. Ruiz de
Castilla reprendi al oficial con suma aspereza; mas, en viendo que en el
sobrescrito se deca: La Junta Soberana al Conde Ruiz, ex-Presidente de
Quito, se levant y ley lo que sigue:
El actual estado de incertidumbre en que est sumida la Espaa, el
total anonadamiento de todas las autoridades legalmente
constitudas, y los peligros a que estn expuestas la persona y
posesiones de nuestro muy amado Fernando VII de caer bajo el poder
del tirano de Europa, han determinado a nuestros hermanos de la
presidencia a formar gobiernos provisionales para su seguridad
personal, para librarse de las maquinaciones de algunos de sus
prfidos compatriotas indignos del nombre espaol, y para defenderse
del enemigo comn. Los leales habitantes de Quito, imitando su
ejemplo y resueltos a conservar para su Rey legtimo y soberano

seor esta parte de su reino, han establecido tambin una Junta


Soberana en esta ciudad de San Francisco de Quito, a cuyo nombre y
por orden de S. E. el Presidente, tengo a honra el comunicar a US.
que han cesado las funciones de los miembros del antiguo gobierno.Dios, etc.- Sala de la Junta en Quito, a 10 de agosto de 1809.- Juan
de Dios Morales, Secretario de lo Interior.

Enterado el Conde del contenido de tan audaz como inesperado oficio, sali
a la antesala para hablar con el conductor de ella, quien, al presentarse,
le pregunt si estaba ya instruido del oficio. Ruiz de Castilla le
respondi afirmativamente, y Ante sin proferir otra palabra, hizo un
saludo con la cabeza y sali. El Presidente trat de contenerle y aun le
sigui hasta la puerta exterior de la antesala, que tambin iba a pasar,
mas fue detenido por el centinela que ya estaba relevado. Hizo llamar al
oficial de guardia, y tambin este se haba relevado -238- ya, y el
nuevo le contest urbanamente, que, despus de las rdenes dadas por la
Junta, ya no era dable tratar con S. E., y menos obedecerle. Ruiz de
Castilla comprendi que la revolucin estaba consumada.
A las seis de la madrugada se vio que en la plaza mayor se formaba una
gran reunin de hombres, frente al Palacio de Gobierno, y se oy muy luego
una prolongada descarga de Artillera, repiques de campana y alegre
bullicio de los vivas y msicas marciales. La parte culta e inteligente de
la sociedad se mostraba frentica de gozo al ver que la patria, al cabo de
tan largos aos de esclavitud, daba indicios de que volvera al ejercicio
de sus derechos naturales. La parte ignorante al contrario, se mostr
asustada de un avance que vena a poner en duda la legitimidad del poder
que ejercan los presidentes a nombre de los reyes de Espaa, y fue
preciso perorarla en el mismo sentido que a las tropas para no
exasperarla. El arbitrio produjo buenos resultados, a lo menos por
entonces, y el pueblo, amigo siempre de novedades, fraterniz por el
pronto, aunque al parecer con repugnancia, y tal vez traidoramente, con la
revolucin.
En la misma maana fueron presos, fuera del Presidente, cuya dignidad y
canas respetaron, dejndole que habitara en el Palacio, el Regente de la
Real Audiencia, Bustillos; el Asesor general, Mansanos; el Oidor
Merchante, el Colector de rentas decimales, Senz de Vergara; el
Comandante Villaespeso, el Administrador de Correos, Vergara Gabiria y
algunos, aunque pocos, militares sospechosos.
A las diez fueron nombrados, y reunidos acto continuo, los miembros de la
junta, compuesta del Marqus de Selva Alegre, a quien nombraron tambin
Presidente de ella, de los Marqueses de Villaorellana, Solanda y
Miraflores, y de don Manuel Larrea, don Manuel Matheu, don Manuel
Zambrano, don Juan Jos Guerrero y don Melchor Benavides. El Obispo de
Quito don Jos Cuero y Caicedo, fue nombrado Vicepresidente, y los seores
Morales, Quiroga y don Juan Larrea Secretarios para el despacho del
Gobierno; siendo tambin estos cuatro -239- miembros natos de la
Junta. D. Vicente lvarez fue nombrado secretario particular del
Presidente.

A la Junta deba darse el tratamiento de Majestad, como tres aos despus


dieron los espaoles a las Cortes de Espaa; al presidente el de Alteza
serensima y a cada uno de los miembros el de Excelencia. En la inocente
ignorancia en que haban nacido y vivido nuestros padres no comprendieron
que, fuera de la ridiculez con que imitaban los insustanciales ttulos del
gobierno que acababan de echar por tierra, no eran tampoco los mejores
para contentar al pueblo inteligente, sin cuya cooperacin no poda
afianzarse el nuevo. Verdad es que ellos no fueron los nicos de los
colonos que se ocuparon en tales farsas, pues los chilenos incurrieron
tambin en igual flaqueza32, y en la misma el Congreso de Santaf,
compuesto de los diputados de esta provincia, y de Mariquita, Neiva,
Socorro, Pamploma y Nvita.
No digamos que la Junta Soberana fue compuesta de los hombres ms
adecuados para dar fuerza y empuje, siquiera vida, a la revolucin que se
acababa de consumar; pero estos eran, sin duda, de lo ms distinguido y
culto de la atrasada sociedad de entonces. Don Juan Po Montfar, marqus
de Selva Alegre, hijo de otro del mismo nombre y ttulo que gobern la
presidencia desde 1753 hasta 1761, y que se haba casado en Quito con doa
Teresa Larrea; era un hombre de fina educacin, de cortesana y
acaudalado, con cuya riqueza, liberalidades, servicios oficiosos y maneras
cultas se haba granjeado el respeto y estimacin de todas las clases. Si
como titulado e hijo de espaol haba sido partidario de Fernando VII y
decidido por su causa, como americano lo era ms todava de su patria que
no quera verla ni en poder de los Bonapartes ni dependiente de la junta
central de Espaa, la oficiosa personera de la Presidencia. Pero asimismo,
si como promovedor principal y arrojado partidario de la revolucin se
mostr muy aficionado a esta, -240- mostrose ms aficionado todava a
su propia persona e intereses particulares, pues, nacido y educado como
prncipe, no tena por muy extrao ni difcil seducir a sus compatriotas
con el brillo de la prpura, y encaminarlos, aunque independientes, bajo
la misma forma de gobierno con la cual ya estaban acostumbrados. Quera,
cierto, una patria libre de todo poder extranjero, a la cual haba de
consagrar sus afanes y servicios generosos, pero acaudillada por l o bajo
su influjo, sin admitir competencias, gobernada en fin por su familia,
sean cuales fueren las instituciones que se adoptaran, ni pararse en que
haban de ser precisamente las monrquicas. Quera sobre todas las cosas,
la independencia, y a fe que haba acierto en este principio, puesto que
con independencia recuperaba la patria su dignidad. El carcter del
marqus, flaco por dems, contrastaba con sus fantsticos deseos, y
carcter y deseos juntamente le llevaron dentro de poco a la perdicin de
sus merecimientos y fama.
Los marqueses de Villa-Orellana, Solanda y Miraflores, y don Manuel
Larrea, quien poco despus lleg tambin a obtener el marquesado de San
Jos, eran patriotas sinceros que deseaban establecer un gobierno propio,
sino enteramente popular, libre a lo menos de toda extraa dominacin. Los
tres ltimos eran hombres acaudalados, y gozaban todos de la natural
influencia que daban los ttulos y dan los bienes de fortuna, pero tal vez
no posean otras prendas para hacer figura como hombres pblicos.
Afeminados y de blandas costumbres, vean con horror las violencias, y
eran sin duda los menos a propsito para obrar entre el flujo y reflujo de

las tormentas revolucionarias. Si ellos, y principalmente el ltimo,


hombre muy fino y regularmente instruido, podan haber hecho de buenos
magistrados para gobernar un Estado en tiempos de bonanza, ninguno, en los
de tempestades, lo habra salvado al asomo del menor obstculo. As, sus
deseos y sacrificios, si se prescinde de su bien pensar y de haber
aceptado sin vacilacin y al punto las ideas revolucionarias, no eran cosa
de provecho.
Don Manuel Matheu y don Manuel Zambrano, jvenes de talento despejado, de
bastante bien decir, de -241- chispa y de popularidad, el primero
distinguido adems por su buena hacienda, y ambos por el nacimiento y
calor con que abrazaron la causa de la patria; eran de los ms adecuados
para las circunstancias. A haber pertenecido a una escuela militar o a los
campamentos, habran tambin, de seguro, adquirido aquella fortaleza del
alma, a veces desptica y tirana, mas en ciertas circunstancias
absolutamente necesarias para el logro de hacerse obedecer, llevando a
ejecucin las resoluciones dictadas por la prudencia o los consejos, pues
eran de los ms adecuados para cargar espadas y charreteras. Pero su
escuela y costumbres haban sido otras, y los soldados que no son
aguerridos, como se sabe, no slo se dejan desobedecer, sino que ellos
mismos, al primer revs, lo ven todo perdido, sin alcanzrseles que el
valor y la constancia pueden poner a la fortuna de su parte.
Don Juan Jos Guerrero, conde de Selva Florida, bien que nunca tom
posesin de este ttulo, era un realista moderado, de rectitud y buena
ndole, propio para manifestar al pueblo que no se pensaba en desconocer
la autoridad de Fernando ni cambiar de instituciones; y don Melchor
Benavides, un hombre que no tena otra prenda que la de una suma honradez.
El llamamiento a estos dos hombres a la junta no fue movido tal vez sino
de la fama, y de cierto bien merecida, de su acrisolada conducta. El
obispo don Jos Cuero y Caicedo, prelado instruido y muy virtuoso,
patriota de corazn y de carcter noble y firme, perda todas sus dotes
para la poca, porque tambin todas quedaban en pugna con el manto del
sacerdote.
Don Juan de Dios Morales, nacido en Antioqua (Nueva Granada) y venido de
escribiente de don Juan Antonio Mon33, era un letrado de nombrada que,
sirviendo de Secretario de gobierno con el presidente Carn de Let. haba
sido, despus de los das de este, privado de su destino por el coronel
Nieto. Tena talento distinguido, -242- bastante instruccin,
conocimientos ms cabales en materias de gobierno y de poltica, firmeza
de carcter y valor acreditado; era, sin duda, el ms a propsito para
encaminar la revolucin a buen trmino y dejarla victoriosa. Airado y
rencoroso por el desaire recibido, se le haba visto andando de aqu para
all desde muchos meses atrs, alentando a unos, despreocupando a otros,
concitando a todos, bien a la voz o por medio de cartas, para dar en
tierra con el gobierno que le ultrajara y tena ultrajada a la Amrica.
Activo y diligente, ambicioso y turbulento, nacido para obrar en medio de
las tempestades, no habra reparado en obstculos para salvar su opinin y
bandera; y as como, aprovechndose del amparo y nombrada del marqus de
Selva Alegre, vino a ser el director y alma de la revolucin, as, a no
dar tan intempestiva y precipitadamente el grito que acababa de sonar, la
habra salvado.

Don Manuel Quiroga, hijo de Cuzco y casado en Quito, de tan buenos


alcances e instruccin, animosidad y fama de buen letrado como el
anterior, y sin su ambicin por aadidura, era por la cuenta el brazo
derecho de Morales, quien haba llegado a dominarle slo por la
impetuosidad del genio. Quiroga, a no hacerle sombra Morales, habra sido
la primera figura de la revolucin, y tal vez la ms provechosa, porque a
su valor una la discrecin.
Don Juan Larrea, poeta jocoso, y de cuyas producciones no nos han quedado
sino pocas muestras, bien que suficientes para comprender su mrito;
literato de nombrada, patriota ardiente y desinteresado, era por su
laboriosidad y talento el ms a propsito para regularizar las rentas
pblicas y conservarlas en buen estado. En fin, don Vicente lvarez, el
secretario particular, hacendado rico y bien emparentado, amigo de las
ciencias naturales, especialmente de la botnica y de la herborizacin;
era, entre los inclinados al establecimiento de la repblica, uno de los
ms sinceros y de los ms apasionados a sus instituciones.
-243Aun haba otras figuras de cuenta en la revolucin. Don Juan Salinas,
primero cadete, luego ayudante de la comisin de lmites del Amazonas que
deba dar fin a las pretensiones del Portugal, y por entonces capitn,
haba adquirido reputacin de valiente y arrojado en las guerras con los
salvajes amaguas, mainas y otros, y aunque atronado por dems, era tenido
por oficial inteligente y pundonoroso. Los abogados Ante, republicano
desembozado, tan buen jurista como hombre de accin y armas tomar;
Salazar, jurisconsulto profundo y hbil consejero, ms reposado y fro
para la poltica; Arenas, despejado, verboso, marcial, pudiendo servir
para todo, para la paz o la guerra, para el gabinete o los campamentos,
pero falto de ambicin, la engendradora de las virtudes elevadas tanto
como de los horrendos crmenes, y en fin, Saa, dulce y seductor en las
conversaciones familiares, irritable y agrio en la poltica, y vehemente
propagador de los principios republicanos; eran hombres con cuyo valer e
influencia poda tomar bros la transformacin.
Puede, pues, decirse que todo lo culto, lo noble y de mayor monta
perteneca a la revolucin; y sin embargo ni estaba bien preparada, ni
bien difundida ni siquiera generalizada. Y las revoluciones que no se
rodean de popularidad son como esas miserables fuentes de agua que, sin
acertar a recoger en su curso otras fuentes, se pierden entre las acequias
que las desangran y agotan, sin alcanzar el logro de ir a encresparse en
el ocano. La revolucin del ao de nueve, aislada; ms que comedida,
mansa hasta con exceso, apenas poda tenrsela como una gota de esas
fuentes, y era claro que ni conservarse, cuanto menos avanzar poda.
Hombres acaudalados y mansos por dems; letrados que pensaban gobernar el
pueblo por las reglas del derecho civil, y paisanos que, hechos soldados
de la noche a la maana, haban de sostener la guerra que de seguro iban a
levantar los antiguos gobernantes, si no por las mismas reglas, por los
principios ms humanos y clementes; no deban ni podan durar otro tiempo
que el -244- absolutamente necesario para que los enemigos pudieran
concertarse, reunirse y asomar por las fronteras de la provincia. Los
nuevos gobernantes contaban, ilusos, con que las provincias rayanas de
Guayaquil, Cuenca y Pasto, movidas del mismo noble impulso que la de

Quito, repetiran el grito al punto, y se mancomunicaran todas para hacer


frente al peligro comn; y sin embargo, ninguna de ellas estaba
concertada, menos preparada, cuanto ms resuelta a defenderla.
La misma junta constitutiva dispuso el levantamiento y formacin de una
falange que deba componerse de tres batallas, y Salinas, el brazo
ejecutor de la revolucin, fue ascendido a coronel y puesto a la cabeza.
El letrado Arenas, el que se conceptuaba idneo para dar consejos al
comandante en jefe y moralizar el ejrcito, fue nombrado auditor general
de guerra con los honores de Teniente Coronel.
Aun no tenan patria segura que organizar, y ya se les vino establecer,
para el rgimen y despacho de justicia, un senado compuesto de dos salas;
la una civil y la otra criminal. Para la primera fueron nombrados don Jos
Javier Ascsubi, quien deba asimismo hacer de gobernador y presidir ambas
salas, y don Pedro Jacinto Escobar, decano; de senadores don Jos
Fernndez Salvador, don Ignacio Tenorio y don Bernardo Len; y de fiscal
don Mariano Merizalde. Para la criminal lo fueron don Felipe Fuertes Amar,
como regente, y don Luis Quijano como decano; de senadores don Jos del
Corral, don Vctor Flix de Sanmiguel y don Salvador Murgueitio; y de
fiscal don Francisco Javier de Salazar. Como se ve, no se distinguieron
colores ni banderas, y eligieron indistintamente a republicanos y
realistas, a americanos y espaoles. Si los nombramientos del espaol
Fuertes Amar y del realista Sanmiguel se hubieran hecho para mantener
cabal la idea de que slo se pensaba en sustraerse de la junta de Espaa,
y nunca de la dominacin del rey Fernando, tales nombramientos, a decir
verdad, habran sido polticos y acertados. Lo que hay de cierto, sin
embargo, es que hubo contemporizaciones y flojedad.
-245La junta, eso s, public en el mismo da un manifiesto, en que se
expusieron las causas de la revolucin y el derecho que para ello tenan
los americanos. Letrados acostumbrados a esclarecer el derecho entre las
partes contendientes, muy buenos para formar leyes y hasta constituciones,
para todo podan servir y sirvieron de hecho, menos para obrar con la
energa que demandaban las circunstancias. Se agitaban en dar papeles y
papeles, elocuentes si se quiere, que salan a luz por la prensa o
publicados por bandos; pero lo que es pensar en proceder con pujanza, en
instruir oficiales, en disciplinar al soldado, en la unidad y vigor con
que deba obrar el gobierno para hacer la guerra o sostener la que haban
de traerla, tal vez no pens ninguno.
Como el marqus de Selva Alegre, aunque instruido de cuanto se pensaba
hacer en la noche del 9, haba tenido a bien permanecer en su hacienda de
Chillo, se le comunicaron por la posta los acontecimientos ocurridos y
estado de la causa pblica, suplicndole que viniera inmediatamente a
posesionarse de su destino y dar direccin a los negocios. Se present en
Quito al da siguiente y entr de seguida en el ejercicio del empleo en
junta de las otras autoridades.
Fueron convocados los del pueblo a un cabildo abierto para el da diez y
seis, y reunidos en efecto confirmaron y ratificaron, por medio de
comicios tenidos en la sala capitular de San Agustn, cuantos actos se
haban celebrado hasta entonces.
El 26 dispuso la junta que el presidente dirigiese oficios circulares a

los virreyes de Santaf y Lima noticindoles lo ocurrido; y a los


gobernadores de las provincias dependientes de Quito y a los cabildos de
las otras ciudades, excitndoles a que formasen sus respectivas juntas y
se rigiesen con independencia de las de Espaa. Tenemos a la vista el
dirigido al cabildo de Santaf, en que se inserta el puesto para el
virrey, que de seguro no fue contestado, y el dirigido a los empleados
subalternos; y puede comprenderse el grado de indignacin -246- con
que fueron recibidos tales oficios por las contestaciones dadas por el
gobernador de Guayaquil y por el cabildo de Popayn al de Pasto: en ambas,
era natural, se trasluce la admiracin y rabia con que los realistas, y
aun muchos que no lo eran, miraron a los insurgentes americanos. Una
revolucin poltica en las colonias era inconcebible e inesperada, que no
poda orse sin gran asombro ni ruidoso escndalo. Cmo, principalmente
la incomunicada y pobre provincia de Quito, haba pensado alterar el orden
e instituciones de la madre patria, y desobedecer los mandatos de la junta
suprema central de Espaa?
Posteriormente el Ministro Morales pas la circular siguiente:
Quito, Agosto 13 de 1809.- A los Seores Alfreses, Corregidores y
Cabildos que existen en los asientos, villas y ciudades.- S. E. El
Presidente de Estado, de acuerdo con la Honorable Junta y los
Oidores de audiencia en pblica convencin, me han instruido que
dirija a US. una circular en la que acredite y haga saber a todas
las autoridades comarcanas que, facultados por un consentimiento
general de todos los pueblos, e inspirados; de un sistema patrio, se
ha procedido al instalamiento de un Consejo central, en donde con la
circunspeccin que exigen las circunstancias se ha decretado que
nuestro Gobierno gire bajo los dos ejes de independencia y libertad;
para lo que han convenido la Honorable Junta y la Audiencia nacional
en nombrar para Presidente a S. E. el seor marqus de Selva Alegre,
caballero condecorado con la cruz del orden de Santiago. Lo comunico
a US. para que en su reconocimiento se dirijan por el conducto
ordinario letras y oficios satisfactorios de obediencia, despus de
haber practicado las reuniones y juntas, en las capitales de
provincia y pueblos que sean convenientes; y fechas que sean se
remitan las actas.

Recibida en Pasto la circular, don Gabriel Santacruz, Alfrez real, hizo


publicar el siguiente bando:
-247- Considerando que arbitrariamente se han sometido los
revoltosos quiteos a establecer una Junta sin el previo
consentimiento de la de Espaa, y como se nos exige una obediencia
independiente de nuestro Rey Don Fernando VII, por tan execrable
atentado y en defensa de nuestro monarca decretamos:
Art. nico. Toda persona de toda clase, edad y condicin, inclusos
los dos sexos, que se adhiriese o mezclase por hechos, sediciones o
comunicaciones en favor del Consejo central, negando la obediencia
al Rey, ser castigado con la pena del delito de lesa majestad.

Privadamente se dirigieron tambin los seores Montfar y Morales, el


primero a don Jacinto Bejarano, comandante de un cuerpo de milicias de
Guayaquil, y el segundo a don Vicente Rocafuerte, sobrino de Bejarano,
incitndolos a que se apoderasen del gobernador y de esa plaza. El
gobernador, Cucaln, tuvo de esto avisos oportunos, rode de soldados la
casa en que vivan to y sobrino, y aun cuando no se hallaron tales cartas
ni documento alguno que los hiciera sospechosos, fueron presos uno y otro.
Si el paso de apoderarse de la plaza de Guayaquil hubiera sido
anticipadamente concertado y felizmente ejecutado, se habra sostenido la
revolucin a lo menos con dignidad.
Sea de esto lo que fuere, hase visto que en el estrecho espacio del 9 al
10, sin efusin de sangre ni otra ninguna violencia de las que
naturalmente fluyen de las revueltas, se derrib sin conmocin ni
estrpito el viejo y altivo monumento del gobierno colonial. La parte
culta de Quito, participante, como dijimos, del entusiasmo de los
conjurados, y la de las ciudades inmediatas se mostraron contentas de
haber derrumbado aquel coloso y se esparcieron con frenes. Saborebanse
por primera vez con la libertad, y se engrean de verse cual seores, como
haban sido los vasallos de los scyris y de los incas, y como tienen
derecho a serlo todos los pueblos de la tierra. El gobierno de Chile
apreci tanto esta revolucin que tiempos despus, segn refiere el doctor
Salazar -248- en sus Recuerdos, orden se colocase en Valparaso un
faro con este mote: Quito, luz de Amrica.
Por lo dems, el llamamiento hecho por la junta a los cabildos y hombres
de cuenta de otros pueblos, a que secundasen el grito y la auxiliasen como
hermanos, no tuvo, fuera de los de su provincia, eco ninguno. O no
pudieron o no quisieron repetirlo; y sola, pobre, encajonada entre las
altas cordilleras, sin caminos ni puertos para hacerse de armas y dinero,
y contando nicamente con que otros pueblos, dueos de mejores elementos
para empresa semejante, obraran como los de Quito, tuvo que sostener una
lucha desigual y tuvo que sucumbir. Cuando otros pueblos repitieron el
grito por la provocacin hecha por nuestros padres, o porque se les
presentaron coyunturas ms favorables, ya fue tarde. Apercibironse los
gobiernos inmediatos con actividad y ms energa, acopiaran armas y
dinero, llenaron los cuarteles de soldados, enviaron otros de Santaf y
Popayn, de Panam y Lima, de Guayaquil y Cuenca a combatir con nuestros
artesanos y labriegos; lograron introducir la discordia entre los
gobernantes, y habiendo quedado estos vencidos, deshechos, castigados y
ms bien vigilados y resguardados, aun tuvieron, despus de una penosa
lucha de tres y medio aos, que permanecer de espectadores pasivos y
mudos, mientras por otros puntos tronaba estrepitoso el can de los
independientes.
El presidente, marqus de Selva Alegre, dio una arenga, y Quiroga, el
ministro de gracia y justicia, una proclama en los trminos que se vern.
Una y otra haban sido dadas a la estampa, y como sern poqusimos los que
tengan noticia de ellas las insertamos ntegras por el mrito de haber
escapado de las llamas a que fueron entregados por los espaoles cuantos
documentos se publicaron entonces, y escapado tambin de la incuria de

nuestros conciudadanos34.
-249Tambin proclam el ministro don Juan Larrea, segn se conoce por los
manuscritos que tenemos a la vista; pero el tiempo nos ha defraudado de
tal documento.
Casi en todas las producciones del tiempo de la revolucin se insulta la
memoria de Bonaparte, ora porque realmente aborreciesen sus conquistas,
ora porque entraba en la poltica de los disidentes aparentar que slo
tenan el objeto de sustraerse de ella; procediendo de ah sus risibles,
cuando no locas bravatas. Pero por dems convencidos vivan nuestros
padres de que, a no ser por -250- Napolen que andaba arrastrando a
los reyes en su carro, ni se hubiera presentado la ocasin ni animdose
ellos a dar el grito de independencia, y quiz ni triunfado por entonces
de un poder robusto y consolidado por el transcurso de los siglos y la
ignorancia general de los colonos. Sean cuales hubiesen sido las demasas
del hombre que en nuestro siglo lleg a eclipsar la fama de cuantos
-251- insignes capitanes le precedieron desde la creacin del mundo, la
Amrica le debe la ocasin y resultados, de la lucha en que entr con la
madre Espaa, y la Amrica tiene que glorificar la memoria excelsa de
Napolen el grande.

VI

Los coroneles don Miguel Tacn, don Melchor Aimerich y don Bartolom
Cucaln, gobernadores de Popayn, Cuenca y Guayaquil, instruidos ya
menudamente de los sucesos de Quito, se prepararon contra la revolucin, y
concertaron con actividad los medios de sofocarla sin dar lugar a que
tomara cuerpo. Tan arraigadas estaban las preocupaciones en nuestros
pueblos, que hubo mil y mil americanos ingratos que se prestaron con
frentico fervor a favorecer los proyectos de los gobernantes, y a servir
con sus personas y haciendas a los mismos que los escarnecan. As,
dividido el pueblo desde el principio de la revolucin entre chapetones
(apodo que, como tenemos dicho, daban los criollos a los espaoles) e
insurgentes -252- (calificativo dado por los realistas a los
conspiradores), gozando los primeros de todo gnero de rentas y elementos
militares, y de ese prestigio secular conquistado por los hbitos de
mandar y ser obedecidos, y los otros careciendo principalmente de armas,
careciendo de puertos por donde importarlas, porque todos les estaban
cerrados, y sobre todo, de experiencia prctica en los negocios de
gobierno, guerra y poltica en general; deban naturalmente rendirse estos
en tan desventajosa lucha.
Y todava esto no era lo peor. Pasados los primeros das de la exaltacin
con que los disidentes festejaron el buen xito de su empresa, no pudieron
resistir a las su gestiones de la ambicin o la codicia, y queriendo cada
uno hacer mayor figura que otros de sus mismos compaeros, se pusieron
divergentes en cuanto al rumbo que deba darse a la revolucin, entraron

en recprocas desconfianzas y quedaron desacordados y secretamente


mirndose como enemigos. El pueblo por su parte, comenz a comprender las
consecuencias de las revueltas a que no estaba acostumbrado, a renegar de
las nuevas autoridades y a inclinarse por el sostn de las antiguas; y el
pueblo, falto de opinin y sin una cabeza que gobernara con temple y mano
firme, comenz a servirse del annimo y los pasquines para ridiculizar y
escarnecer a los miembros de la junta y ms autoridades brotadas de la
revolucin35.
-253Y es de ver y curiosear la saa con que los insultaban en sucios y malos
versos los ms, anteponiendo a cada estrofa un texto latino sacado de las
escrituras o de los santos padres. En los ms se invoca la religin, como
que la crean expuesta a perderse; arbitrio agitador que se tiene de muy
viejo y que ser repetido por siempre, segn tendremos ocasin de
observarlo de nuevo en nuestras agitaciones ulteriores.
Fuera de los oficios y cartas particulares que dirigieron los miembros de
la Junta, despacharon tambin a las provincias comarcanas comisionados con
el mismo fin de que fueran a influir en sus poblaciones, y las resolvieran
a decidirse por la causa de la revolucin. Don Pedro Calisto, uno de los
ms desleales con su patria, fue designado para Cuenca, en junta del
doctor Murgueitio, sin que alcancemos a dar con la razn de tan imprudente
nombramiento, a no ser que el gobierno hubiese desconocido -254- las
opiniones de Calisto, o que, conocindolas, crey cambiarlas con tan
honrosa confianza. El doctor Fernndez Salvador y el Marqus de Villa
Orellana fueron destinados para Guayaquil, y don Manuel Zambrano para
Popayn.
Nada pudo obtenerse con tan insustancial arbitrio, pues, fuera de que los
mismos pueblos proclamaron das despus una contra revolucin, movidos por
los gobernadores que, como dijimos y era natural, se haban declarado a
banderas desplegadas contra Quito, los comisionados mismos no eran tampoco
hombres de actividad, maa y energa para que pudieran obrar, con
provecho. Zambrano tuvo que huir para no ser presa del furor de los
realistas del Pasto y Popayn; Salvador, uno de los ms clebres
jurisconsultos de la presidencia, pero meticuloso y hombre de puro
gabinete, separndose de su compaero Villa Orellana, cambi de banderas y
fue a dar en Guayaquil36; y Calisto desde que sali de Quito fue, sin que
lo advirtiese Murgueitio, predicando ardientemente contra la revolucin y
restableciendo el partido realista de las ciudades de Latacunga, Ambato,
Riobamba y ms pueblos del trnsito que haban abrazado la proclamacin
del 1. de agosto. Tan ingrato y perjudicial -255- fue Calisto para la
causa de la patria, y tan desleal con la comisin que le confiaron que
dirigi desde Alaus al Coronel Aimerich una comunicacin circunstanciada
de la opinin de los pueblos, y de la flaqueza y mal estado del gobierno
revolucionario, concluyendo por aconsejarle que moviese inmediatamente sus
fuerzas contra Quito. El pliego fue interceptado por una partida de
soldados que vigilaba sobre los caminos, y los oficiales don Antonio Pea
y don Juan Larrea que los comandaban, no pudiendo tolerar la felona de un
comisionado traidor a la confianza recibida, se dirigieron furiosos a su
alojamiento, y como locos mandaron hacer contra Calisto una descarga de
fusilera. Las balas hirieron a otros inocentes sin tocar a Calisto, y

Pea en viendo este resultado, le acometi espada en mano con el intento


de matarle. Diole en efecto varias estocadas; pero Calisto, defendindose
con destreza y como valiente, logr escapar.
Este asesinato, porque no puede tenerse por otra cosa, fue tal vez la
nica mancha de esa revolucin tan moralmente ordenada, de la cual
blasonaban a sus anchas nuestros padres.
El Virrey de Santa Fe, don Antonio Amar y Borbn, reuni con motivo de la
revolucin de Quito y la invitacin que la junta hiciera a las ciudades
del centro del virreinato una junta de notables. Varios de sus miembros,
dice Restrepo37, pidieron una solemne garanta para poder expresar
libremente sus opiniones, y tiempo para meditar. Se concedieron ambas
cosas, y volvi a reunirse la asamblea cinco das despus. El partido
espaol estuvo por la destruccin de la junta de Quito, apelando a la
fuerza en caso necesario; el americano discuti en muy buenos discursos
los principios o historia de la revolucin espaola, fundado en aquellos y
en esta, demostr que la revolucin de Quito era justa, que no se deba
hacer la guerra al nuevo gobierno, y que en la -256- capital deba
erigirse una junta formada por diputados de cada una de las provincias,
elegidos por la libre voluntad de los pueblos... La junta se disolvi sin
haber acordado cosa alguna, e instruido el virrey de la opinin de los
americanos, tom sus medidas para impedir una revolucin. Determin, pues,
oponerse vigorosamente a la de Quito hacia donde envi trecientos
fusileros al mando del teniente coronel espaol don Jos Dupr; ordenando
tambin que obrara activamente el gobernador de Popayn, Tacn.

VII

Angustiados los patriotas por el mal xito de las comisiones, por la


contestacin del virrey Amar, que no sabemos cmo pudieron esperarla en
otros trminos, por la infidencia de tantos de sus compatriotas, entraron
en rabia, y el 6 de octubre obligaron al presidente Montfar a que,
desalojando al conde Ruiz de Castilla del palacio, lo ocupase y se
confinase a este en Iaquito, algo ms de legua al norte de la ciudad.
Confinaron igualmente a otros espaoles en diversos puntos, y a causa de
estas providencias asomaron ya algunos malvados con el intento de asesinar
a Ruiz de Castilla y a sus paisanos en la noche del 30, como tal vez
hubiera sucedido a no ser por la interposicin del reverendo obispo.
La junta activ la organizacin de la falange que deba constar de tres
mil hombres, resuelta, en medio de su aislamiento y de la discordia en que
haban entrado los miembros, a sostener su causa. Medio organizada parte
de este ejrcito, los ms de los soldados slo con lanzas y muy pocos
fusiles, se puso a la cabeza de ellos a don Francisco Javier Ascsubi,
dndole grado de teniente coronel, y ordenndole que partiera para el
norte a contener la agresin que se intentaba hacer por las fuerzas de
Popayn. Posteriormente se dividieron las fuerzas, dando la mitad a don
Manuel Zambrano, quien, despus de -257- haber ocupado el territorio

de los Pastos, fue detenido en el ro Guitara por el coronel don Gregorio


Angulo que mand cortar el puente. Ascsubi, con su gente, fue derrotado
por Nieto Polo en Sapuyes y hecho prisionero, y Zambrano, situado en
Cumbal y vencido tambin poco despus, a malas penas pudo salvarse a
escape. El ejrcito de la junta era un cuerpo de artesanos y labriegos que
por primera vez ensayaban cargar y descargar un fusil o un can y manejar
la lanza; ms bien dicho, un grueso motn en campaa bajo las rdenes de
capitanes tan bisoos como los soldados de que se compona.
As, pues, la expedicin al norte, mal dirigida y flojamente sostenida,
caus el aniquilamiento de la poca opinin que todava duraba; porque,
bien a consecuencia de sus derrotas, bien porque se trasluciera la
noticia, muy verdica por cierto, de las tropas que venan de Guayaquil y
Cuenca, y aun de Lima, el ejrcito del norte, se levantaron tambin los
pueblos de este lado en contra, a influjo de don Carlos Calisto, hijo de
don Pedro, y casi de seguida, por instigaciones de este, los del sur; por
manera que Quito qued reducido a sus cinco leguas.
Estos desastres llegaron a ser mayores cuando las mismas tropas destinadas
a contener los avances de los enemigos que venan de Cuenca y Guayaquil,
despus de haber perdido en el Zapotal dos caones y treinta fusiles, que
en aquel tiempo equivalan a un millar, se pasaron a los realistas y se
incorporaron con sus filas: la causa de los patriotas se puso en estado de
agona. Los espaoles, acostumbrados a mandar y hacerse obedecer sin
contradiccin, desplegaron indeciblemente su actividad y energa;
impusieron gruesas contribuciones, apresaron a unos, desterraron a otros,
reclutaron en todas partes. Los patricios, dndolas de moderados y
morales, y queriendo defender su causa por las reglas de justicia, miraron
las exacciones con repugnancia, las violencias con terror, y natural era
que cediesen a la accin de las armas y caudales de que disponan sus
enemigos. Los patricios queran a todo trance hacer palpar la diferencia
que va de un gobierno extrao a otro propio, fundado -258- y dirigido
por los mismos hijos del suelo en que rega, como si esto hubiera sido
posible cuando se trataba de volcar las antiguas instituciones, y tuvieron
que pagar con su vida y haciendas tan candorosa manera de discurrir.
La revolucin, digmoslo con lisura, obraba sin unidad, sin influjo, sin
gobierno y hasta sin principios, por lo mismo de andarse contemporizando
con sus enemigos, cuando una vez consumada con un buen xito debi obrar
abiertamente y con pujanza. Presa de la ambicin y consiguiente discordia
de los mismos que la haban proclamado, se debilit y anul al cabo de
poco tiempo, exponiendo la provincia a la venganza de los ofendidos. La
ambicin y desacuerdo de los gobernantes pueden comprenderse por las ideas
y principios de sus prceres, pues prceres hubo como dejamos dicho, que
quisieron ceir su frente con la diadema de los reyes. La nobleza de Quito
que proyect y apadrin la patritica revolucin de 1809, se llev, es
cierto, la honra de haberla promovido, y es un timbre que ninguno puede
disputarle; pero, contentndose con echar abajo las autoridades de
entonces, y hacer perder el influjo y veneracin que haba adquirido el
antiguo gobierno, no tuvo ni templanza para contener sus pasiones, ni
habilidad para generalizarla, ni tino para dirigirla, ni pujanza para
hacerla respetar y salvarla.
Don Juan Po Montfar, hombre de carcter indefinible, segn Bennet, y

hombre que no desempe su destino con honor, segn Restrepo, era no


obstante sincero amigo de la independencia y muy errneamente se le ha
calificado de traidor. Si careci de fuerza de nimo para dominar las
circunstancias, y si la comunicacin que pas al virrey del Per
manifiesta deseos de sustraerse de la responsabilidad que pesaba sobre su
cabeza, no por esto hubo traicin sino flaqueza. Fue constantemente
perseguido, despus de haber cado, como lo fue su hermano don Javier; y
el hijo mismo, don Carlos, vino poco despus a dar su vida por la patria.
El historiador Torrente, apasionado apologista de cuantos americanos se
-259- barajaron con los espaoles, no habra dejado de incensar tambin
a Montfar, si, como se dice, hubiera faltado a su pundonor y patria. Sus
faltas, a nuestro ver, slo procedieron de la educacin e inclinaciones de
su tiempo, que le hacan mirar las cosas con otras perspectivas y culpable
slo de una flojera que no correspondi a la tirantez de su ambicin. Si
esta pasin, tan dominante en l como en otros de sus colegas, hubiera
sido satisfecha, lejos de ser culpable habra sido magnificada por sus
contemporneos y la posteridad. Condnense como se quiera sus yerros y
flaqueza de nimo, pero no olvidemos que un hombre acaudalado, un marqus
que gozaba de la influencia de los ttulos, arriesg su hacienda,
tranquilidad y vida por favorecer la independencia de la patria.
El general Montes, venido de Lima con circunstanciadas y suficientes
instrucciones del virrey del Per acerca de las personas con quienes poda
contar en la presidencia, le persigui con tenacidad cuando ya transcurra
el ao de 1813, como consta de sus repetidos oficios a las autoridades,
redactados, con pocas variaciones, como el de 13 de febrero al corregidor
de Riobamba38.
Violentado, pues, Montfar por pasiones encontradas, a cual ms activas,
no pudiendo lograr que prevalecieran sus opiniones por entre aquel
embrollo de gobernantes que no se entendan ellos mismos, ni habiendo
podido recabar arreglos provechosos con Ruiz de Castilla; se vio en la
necesidad de resignar el mando, y lo resign en don Juan Jos Guerrero,
conde de Selva Florida, como en persona que, no habiendo tenido parte
activa en la revuelta, y antes mantenido sus opiniones realistas, poda
salvar la responsabilidad del pueblo. La resignacin se -260- verific
el 12 de octubre, precisamente cuando ya eran pblicos los desastres
referidos.
Desatentado fue de cierto este modo de salvar a los comprometidos en la
revolucin, pues el gobierno, que no poda atribuir la cesacin del mando
de Montfar a ningn impulso de fidelidad, tena en todo caso que mirarlos
como a rebeldes. Ms bien que andarse buscando los medios de moderar la
ira del gobierno, debieron excitar la del pueblo, manifestndole el rencor
con que iba a ser castigado, y poner a Morales a la cabeza de la
revolucin. Morales, segn dijimos, una a su ambicin y osada principios
republicanos y conocimientos bastantes en materias polticas, como
instruido en las intrigas de la Corte a la cual haba servido largo tiempo
de secretario de gobierno. Tal vez habra sido tambin subyugado, pero a
lo menos de otro modo, con mayor dignidad para la cau-[. . .] Morales,
segn dijimos, una a su ambicin y osada prin-[. . .] mera revolucin
que se haba intentado formalmente en la Presidencia, y nuestros hombres
de entonces, novicios para todo, andando de errores en errores, fueron a

tener un paradero mortal.


Guerrero, a quien vena a mano la ocasin de volver las cosas a su antiguo
estado, y deseando, es cierto, servir de amparo a sus conciudadanos, se
dirigi a Ruiz de Castilla provocndole a las capitulaciones que fueron
aceptadas en los trminos de su contestacin de 24 de octubre, que dice
as: He recibido el oficio de U., fecha de este da, en el que manifiesta
las lastimosas circunstancias en que se halla esta provincia, los deseos
que tiene de restablecer el buen orden, y los partidos que ha podido sacar
de esa junta para que yo pueda volver a ocupar el mando que me confi la
piedad del rey. Enterado de todo, y sin comprometer mis obligaciones y
decoro, digo a Ud. en cuanto al primero y segundo artculo, que presidir
la junta que se ha formado en esa ciudad, a semejanza de las instaladas en
Espaa con ttulo de Provincial, arreglndose a sus objetos de seguridad
con sujecin al Excmo. seor Virrey del reino, y dependiente su
permanencia a S. M., o de la junta suprema central, depositaria de la real
autoridad.
-261Que conservar separados a los seores don Jos Bustillo, don Jos
Merchante, regente y oidor, al asesor don Francisco Javier Mansanos;
administrador de correos, don Jos Vergara, colector de rentas, don Simn
Senz de Vergara, don Joaqun Villaespesa y don Bruno Resua de sus
respectivos empleos, informando lo conveniente a S. M. Es muy debida la
reforma del senado, y debe quedar con arreglo a las leyes 63, 97 y 108 del
libro 2. ttulo 10 de las municipalidades, reponindose al seor don
Felipe Fuertes en su empleo de oidor, y al doctor don Toms Arechaga en el
de fiscal interino. Debe quitarse el tratamiento de Majestad que se haba
dado a la junta, y hacerse otras modificaciones que propondr.
Ofrezco bajo mi palabra de no proceder contra alguno en esta razn; y que
informar al Excmo. seor Virrey del reino los motivos que a ello me
obligan, pidiendo de su superior aprobacin, sin perjuicio de lo cual dar
cuenta al rey o su suprema junta central.
Son los nicos trminos en que nicamente puedo aceptar los propuestos
artculos, cuya contestacin me parece arreglada a la razn y a las
leyes... Iaquito, 24 de octubre de 1809.
Esta capitulacin que siempre lleg a ajustarse con las muy cortas
modificaciones celebradas en el mismo da; daba seguridades a los
comprometidos y hasta dejaba, como se ve, casi intacto lo esencial de la
revolucin, puesto que haban de conservarse la junta y el senado. Pero
qu gobierno, por justiciero que parezca, olvida los ultrajes recibidos,
cuando en tales casos slo ve rebeldes dignos de castigo?
El presidente Ruiz de Castilla ofreci tambin de su bella gracia que
informara al gobierno acerca del comportamiento y moralidad de los
directores de la conjuracin; y estos, vctimas de su credulidad en un
hombre sin palabra, creyeron librarse de todo compromiso con tan
desacertado temperamento.
En consecuencia, Ruiz de Castilla dej su confinamiento y entr en Quito
el da siguiente, 25, en medio -262- de ruidosas aclamaciones de
triunfo. En los primeros das del nuevo gobierno respet su palabra y
conserv el estado de las cosas renovadas, contra el empeado parecer del
gobernador Aimerich que deseaba reponerlo al del 9 de agosto y castigar a

los rebeldes. Aimerich haba tocado ya en Ambato con una fuerza de dos mil
doscientos hombres.
El presidente, que haba desarmado ya las pocas y malas tropas
revolucionarias, y saba que estaban en camino de Guayaquil para Quito
quinientos hombres, venidos desde Lima al mando del teniente coronel don
Manuel Arredondo; dio orden al coronel Aimerich para que volviese a Cuenca
con sus fuerzas. Aimerich resisti a este primer mandato, y si obedeci al
segundo fue siempre de mala gana, pues andaba empeadsimo en entrar a
Quito y llevar a ejecucin sus amenazas. Cuando el presidente se vio
resguardado por las tropas de Arredondo, reforzadas con 209 de la compaa
de un tal Jurado, y con los 3.500 del ejrcito contrarrevolucionario,
situado en Latacunga, fuera de las que venan por escalones de Popayn y
Santaf, no tuvo ya nada que temer de parte de los disidentes y se
resolvi, desleal, a no cumplir lo ofrecido. Disolvi la junta, extingui
el senado y restableci la antigua real audiencia.
Los patriotas no haban dado un solo paso por subvertir el orden pblico:
diremos ms, no haban respirado ni caba que respirasen bajo el ojo
apasionadamente prevenido de Arredondo; y con todo, el 4 de diciembre, el
presidente mand prender a cuantos estaban comprendidos en ese pasado que
ofreci olvidar. Fueron pues, aprehendidos y llevados al cuartel que hoy
es el Colegio Nacional, los seores Jos Ascsubi, Pedro Montfar,
Salinas, Morales, Quiroga, Arenas, Juan Larrea, Vlez, Villalobos, Olea,
Cajas, Melo, Vinuesa, Pea, los presbteros Riofro y Correa y otros
menos notables hasta algo ms de sesenta. El ex-presidente Montfar logr
escapar, como escaparon tambin otros, pero fueron perseguidos con
tenacidad, y perseguidos principalmente por los americanos don Pedro y don
Nicols Calisto, don Francisco -263- y don Antonio Aguirre, don Andrs
Salvador, don Pedro y don Antonio Cevallos, Nez, Tordecillas y otros de
tan desleales compatriotas. Como hijos de la provincia conocan las
conexiones de los fugitivos, y palmo a palmo cuantos rincones de tierra
podan haberles servido de asilo, y sucesivamente fueron denuncindolos o
arrancndolos ellos mismos de los escondrijos. Publicose adems un bando
por el cual se impuso pena de muerte a los que, siendo sabedores del
paradero de los prfugos, no los denunciasen, y con esta providencia
fueron cayendo aqu y all muchos de los escapados el da 4. El marqus de
Selva Alegre, Ante y otros de los principales cabecillas lograron siempre
salvarse.
Ved aqu los trminos en que se public el bando: En la ciudad de San
Francisco de Quito a 4 de diciembre de 1809. El Excmo. seor conde Ruiz de
Castilla, teniente general de estas provincias, etc., dijo: que habindose
iniciado la circunstanciada y recomendable causa a los reos de Estado que
fueron motores, auxiliadores y partidarios de la junta revolucionaria,
levantada el da 10 de agosto del presente ao, y siendo necesaria se
proceda contra ellos con todo el rigor de las leyes que no exceptan
estado, clase ni fuero, mandaba que siempre que sepan de cualquiera de
ellos los denuncien prontamente a este gobierno, bajo la pena de muerte a
los que tal no lo hiciesen. A cuyo efecto y para que conste en el
expediente, as lo provey etc. El conde Ruiz de Castilla.- Por S. E.
Francisco Matute y Segura, escribano de S. M. y receptor.
Fuera de los que haban fugado, porque tenan razn para temer los

resultados de sus compromisos, tuvieron tambin que ocultarse o andar a


monte otros, muchos en quienes empezaron a cebarse los chismes y
calumnias, partos infames y frecuentsimos de los tiempos de agitacin y
revueltas polticas. El marqus de Miraflores muri de pesar, recluso en
su propia casa, y cuando el gobierno trasluci la muerte, mand colocar
una escolta cerca del cadver y la conserv hasta que fue enterrado, pues
presumi que se trataba de una evasin bajo el amparo de la mortaja de los
muertos.
-264La persecucin no se limit a los autores y cmplices de la revolucin, ni
a los que algo valan por algn respecto, sino que se extendi tambin
contra personas que no haban figurado en ella y estaban ausentes, en
Guayaquil o Cuenca, contra otros de las dems poblaciones del distrito, y
hasta contra los artesanos y jornaleros que, dejando sus talleres y
labores, haban vestido, quiz obligados, el uniforme militar durante el
gobierno de la junta. Los que haban servido de soldados fueron presos en
la crcel llamada Presidio.
El ensanche y tenacidad de esta persecucin alarm sobremanera los nimos
de todas las clases de la sociedad, y fueron centenares los que se
ocultaron o huyeron buscando seguridad. Los vveres, en consecuencia,
comenzaron a escasear hasta el trmino de comprarse la fanega de maz en
diez pesos, la de trigo en cuarenta y as lo dems; y las tropas que
haban llegado, arrimadas a la proteccin de Arredondo, pusieron a rienda
suelta su mala propensin e inmoralidades. Ruiz de Castilla mismo,
dominado por el imperio de Arredondo, se dejaba llevar por este como un
nio.

IX

Presos los principales de los conjurados, se instruy un proceso que lleg


a abultarse con ms de cuatro mil pginas. El oidor Fuertes Amar fue el
juez de la causa; y sirvi de fiscal el doctor Toms Arechaga. Durante su
seguimiento se vej a los presos de varios modos, ya rechazando sus
peticiones, con el tema de calificarlas de sediciosos, ya negndoles los
autos para la defensa, ya acortando los trminos de prueba y
notificndoles, no en persona, sino por bandos que se publicaban al ruedo
de los patios del cuartel. Terminada la sustanciacin, se present la
vista fiscal, produccin enconada de Arechaga, en que, dividiendo a los
encausados en cuatro clases (autores del plan de conspiracin, ejecutores,
sabedores -265- que no la denunciaron y auxiliadores despus de
consumada), concluy pidiendo la aplicacin de la pena capital contra
cuarenta y seis individuos, con inclusin de los ausentes que no haban
sido citados ni odos, y las de presidio o destierro contra los dems39.
Arechaga, hijo de Oruro educado bajo la proteccin del conde Ruiz de
Castilla cuando estuvo de presidente en Cuzco, era brutal en sus
acciones40. Arechaga habra hecho verter la sangre de sus compatriotas sin

embargo ninguno a trueque de un ascenso o de cualquier otro provecho


personal, y as no es de extraarse que, desoyendo las razones y fuerza de
argumentacin de los Morales, Salazares, Villalobos, etc., conservase la
saa impa que dej palpar en el proceso.
Arechaga puso a pleito y neg el derecho que tenan las provincias
americanas para establecer juntas con la misma razn que los espaoles
que, por tal causa, merecieron los aplausos y admiracin de sus
contemporneos y la historia. Arechaga pudo ms bien, obrando con la
franqueza y buena fe que cumpla a un fiscal, fundar la acusacin en la
perturbacin del orden, y a fe que entonces los cargos habran sido
valederos por dems. Pero establecer distinciones entre los derechos que
competan a los espaoles como conquistadores, y entre los de los
americanos como colonos, era fijar una diferencia absurda que los mismos
peninsulares haban cuidado de no dejarla entender. La idea de fraternidad
entre espaoles europeos y espaoles americanos, hijos de una madre comn,
era una idea sagaz con que se haba alimentado por tres siglos la
paciencia y sufrimiento de Amrica. Si no haba esta fraternidad, como
Arechaga pensaba, la simple diferencia de condiciones y la simple negativa
de aquel vnculo de unin eran bastantes para que los derechos de nuestros
padres tomasen ser y vida con todos los caracteres de lo honesto, justo y
natural.
-266Tambin la Espaa haba enarbolado el pendn contra los sarracenos, sus
dominadores por setecientos aos, y aun por 1809 mismo tena alzada
igualmente el hacha contra los franceses que queran dominarla. La Amrica
en iguales, si no idnticas circunstancias, no haca ms que imitar tan
buen ejemplo; y sin embargo, Arechaga miraba como noble y santo el
original, y como fea y punible su imagen. Aplaudase pblica y
encarecidamente el genio altivo de los que en la Pennsula se sacudan por
no dejarse dominar, y ac se levantaban patbulos para quienes no hacan
sino querer lo mismo que all queran.
Elevado el proceso al presidente para que pronunciara sentencia, crean
Arredondo, Fuertes y Arechaga, instigadores apasionados de su formacin y
trmino, que se dara en el mismo sentido que la vista fiscal, y se
mostraban contentos de haber labrado mrito para poder elevarse a ms
altos destinos, aunque fuera sobre los cadveres de los condenados al
suplicio.
Ruiz de Castilla, a despecho de estos hombres, hizo guardar los autos en
su gabinete y dej transcurrir algunos das, excogitando en sus adentros
el mejor partido que en tal trance convena tomar. La agitacin del
anciano presidente haba subido a su ltimo trmino, y se le vea, segn
es lengua, andar azorado y fluctuante entre la absolucin que demandaba la
justicia y la clemencia, puesto que, a lo ms, poda considerarse a los
reos como culpados de un extravo, y la condena, premiosamente aconsejada
por la poltica e intereses del gobierno a que serva. En medio del
hervidero de las pasiones subsiste pujante una inclinacin a la justicia
que honra a la humana especie, y Ruiz de Castilla sufra tormentos graves
con aquella lucha, porque tal vez la conciencia le recordaba la violacin
de sus ofrecidos favores. Segn Bennet, que le serva de secretario
confidente, el conde era hombre bueno, afable y caritativo, y aade que le

oy decir repetidas veces, hablando acerca de la malhadada causa, que


firmara con mayor gusto su propia sentencia de muerte, que no la de
tantas vctimas extraviadas. Ruiz de Castilla se resolvi a la postre a
elevar los -267- autos al virrey, descargando as su responsabilidad
en el juicio y conciencia de otro.
A juicio de Caicedo41, de Restrepo y aun del mismo espaol Torrente, la
remisin de la causa la hizo por mandato que, desde muy antes, haba
recibido del virrey Amar. A falta de otras pruebas a que atenernos en este
punto, nos inclinamos ms bien al decir de Bennet, narrador de tal suceso
como testigo presencial, que no al de los otros, mayormente cuando en la
relacin de la obra citada hemos encontrado exactitud con respecto a
muchos de los acontecimientos que refiere.
Sea de esto lo que fuere, ello es que el proceso se remiti a Santa Fe, a
pesar de que ya entonces se haba recibido orden en contrario, dada por
don Carlos Montfar, hijo del Marqus de Selva Alegre, que vena
comisionado por el Rey a ver de pacificar la Presidencia, como vino
tambin don Antonio Villavicencio para tranquilizar el centro del
virreinato. Sabedor Montfar de cuanto ocurriera en su patria, y temiendo
una sentencia condenatoria contra hombres cuyo delito consista slo en
haber imitado los procedimientos de los mismos espaoles en la Pennsula y
contra compatriotas cuyas opiniones, ms o menos, eran conformes con la
suya; haba dictado oportunamente la dicha orden tan luego como pis las
playas de Cartagena. Los consejeros del Presidente, que desconfiaban de
este comisionado americana que vena a destemplar su actividad y energa,
reservaron para s y los de su ruedo aquel mandato, y el 27 de junio de
1810 sali el fatal proceso bajo la custodia del doctor don Vctor Flix
de San Miguel. El viaje lo emprendi este a las tres de la madrugada con
un piquete de soldados que le acompa hasta Pasto, de recelo que le
asaltasen los insurgentes.
Se crea y aun se ha dicho por la prensa que como el proceso lleg a Santa
Fe en circunstancias que ya tambin all se haba derrocado el poder
espaol, fue reducido -268- a cenizas por el pueblo, ms la verdad es
que se conserva hasta hoy en uno de los archivos pblicos de esa Capital,
segn estamos bien asegurados42.

Los presos no esperaban gracia ninguna del Virrey Amar, principalmente por
las conexiones estrechas que con l tenan los interesados en que se les
condenase. El Oidor Fuertes y Amar, hombre meticuloso que se haba
acarreado el odio pblico por las violentas irregularidades con que obr
como Juez de Instruccin del proceso, era sobrino del virrey, y bastante
natural, por consiguiente, que se interesase en la confirmacin de sus
procedimientos. Don Manuel Arredondo, otro de los muy prevenidos contra
los patriotas, era hijo del virrey de Buenos Aires y sobrino del regente
de la real audiencia de Lima, y estos vnculos deban ser muy considerados

por Amar, ya que tambin Arredondo se interesaba en el castigo de


aquellos. Amar, adems, era, segn Restrepo, hombre de cortos alcances y
no estaba en el caso de poder acertar con el medio conveniente para
conciliar la dignidad del gobierno con lo que demandaban las opiniones de
entonces.
Como tregua, eso s, y de las ms provechosas, conceptuaron los patriotas
el tiempo que iba a emplearse en la remisin del proceso y resolucin que
deba tener, porque el tiempo, para ellos, era su salvacin. Pero si por
esta tregua se desacerb algn tanto su amargura, se dobl la vigilancia y
se estrecharon ms las prisiones. El Presidente que saba la venida del
comisionado regio, a quien miraba mal, segn dijimos, tena esta razn ms
para desplegar mayor vigilancia. Iban corriendo los das -269- de
desconsuelo para los infelices presos, dice Caicedo, hasta que
consiguieron un decreto de la Audiencia que se los aliviase; pero
Arredondo, bajo el pretexto de que se haban insolentado desde que
tuvieron noticia de la venida del comisionado regio, no aflojaba de su
dureza. En este estado le pasaron un oficio suplicatorio para que ordenara
a los oficiales de guardia, en cumplimiento de lo ordenado por el
tribunal, les concediera algn alivio. A este acto de atencin y urbanidad
puso otro decreto el imperial Arredondo, para que se les hiciese saber el
respeto con que deban tratar a su distinguido Jefe militar, y que si no
estaban cargados de fierro hasta el pescuezo era por su bondad. El
destemple de Arredondo, en esta vez, provena, dice, de que en el oficio
no se le haba dado el tratamiento de seora.
Varios de los muchos prfugos, discurriendo en mala hora que, ido el
proceso, no podra envolvrseles ya en el juicio, se haban restituido a
sus casas, y fueron tomados y reducidos a prisin, sin que les valiera su
notoria prescindencia de los sucesos del 9 de agosto. El cuerpo del
delito, en el decir de los gobernantes, estaba en la ausencia que haban
hecho de la ciudad. Pasos semejantes, como era natural, aumentaron la
inquietud y desconfianzas, se paraliz el trfico, la caresta de vveres
subi de punto, y las vejaciones y saqueo de las tropas se hicieron
irremediables.
Voces repetidas, bien que vagas, decan que los espaoles protestaban no
admitir al comisionado Montfar sino hecho cadver porque era bonapartista
y traidor, que se matara a los presos antes que l tuviera tiempo de
ponerlos en libertad: que todos los hijos de Quito eran unos rebeldes e
insurgentes, y otras especies de este orden, envueltas y confundidas entre
la certeza, la falsedad y la exageracin.
Las palabras y acciones ms inocentes se abultaban o interpretaban
desacertadamente, y las desconfianzas del pueblo contra el Gobierno, y las
del Gobierno contra el pueblo llegaron a exacerbarse. Era lengua que los
soldados de Lima haban solicitado y obtenido del Gobierno -270- el
permiso expreso de entrar a saco la ciudad, y tal decir envolva, ms que
torpe invencin, un inconcebible absurdo; si los soldados cometan
latrocinios, proceda slo de su natural desenfreno, incapaz de contenerse
por el apocado Presidente, y menos an por el contemplativo Arredondo que
los mimaba con demasa. Decase que el pueblo trataba de asaltar los
cuarteles y esto era igualmente falso, a lo menos por entonces, pues
semejante resolucin no la tomaron si no despus, con motivo de las

imprudentes palabras que vertieron las autoridades contra los presos y


contra los americanos en general. As el Capitn Barrantes, discurriendo
de buena o mala fe que realmente crea en el asalto propalado, haba dado
la orden de que matasen a los presos al primer movimiento que se dejara
notar de parte del pueblo.
Cuando los encausados alcanzaron a traslucir semejante orden, por dems
fcil de ejecutarse, se quejaron de ello al presidente por conducto del
reverendo obispo; y Barrantes, sin impresionarse ni hacer caso alguno de
tal queja, confes que la orden era efectiva condicionalmente, esto es
siempre que el pueblo tratase de libertar a los presos. Arredondo sostuvo
la disposicin de Barrantes como necesaria para prevenir un mal; y as,
este viejo y extraviado principio de legislacin criminal vino por remate
a dar tan psimos resultados como los habra dado el mal mismo que se
trataba de cortar.

-271Captulo II
Conspiracin del 2 de agosto.- Asalto a los cuarteles.- Asesinato de los
presos.- Combates y transacciones.- Llegada del comisionado regio y sus
procedimientos.- Instalacin de una nueva junta.- Reconocimiento de la
suprema autoridad de la regencia.- Proclamacin de la independencia.Retiro de Ruiz de Castilla.- Asesinato de Fuertes y Vergara.- Los
comisionados Villalba y Bejarano.- Campaa contra Cuenca.- Campaa contra
Pasto y ocupacin de esta ciudad.- Desacuerdos de la junta.- Instalacin
del Congreso Constituyente.- Segunda campaa contra Cuenca.- Combate de
Verdeloma.- Defecciones militares.- Asesinato de Ruiz de Castilla.

Nunca han menester los gobiernos de ms tino y discrecin para no irse a


ms de lo que es de su potestad, ni venir a menos de lo que deben para
conservar el orden -272- y el imperio de las leyes, que en los tiempos
de agitacin y revueltas de los pueblos. Salindose a ms de lo que les es
permitido, desaparecen los vnculos que unen a los gobernantes con los
gobernados, y quedan estos sacrificados. Si, por el contrario, pierde el
gobierno su pujanza o siquiera se enflaquece, entonces los sacrificados
son los otros, y en ambos casos, por exceso o por defecto, las
consecuencias son terribles. Apenas cabe salir de estos escollos no
empleando a tiempo y con la mayor cordura, bien la pujanza, bien la
suavidad; y el gobierno de entonces, si por dems vigoroso al principio
sacrific a los pueblos, por flaco poco despus vino tambin a quedar

sacrificado.
Echada a volar la voz de que se pensaba asesinar a los presos, se
exaltaron los odios del pueblo ya tan declarados desde bien atrs, y ora
por orgullo, ora por piedad, ora por venganza, los pueblos pensaron a su
vez en libertar a los amenazados y castigar a los amenazadores. Los
perseguidos eran muchos, los ms de ellos hombres de squito y cuanta,
quien por su talento y saber, quien por su hacienda, quien por su
alcurnia, llenos de conexiones y de conocida influencia; y no era posible
que el pueblo, acostumbrado a vivir bajo la proteccin de esos hombres,
viera con indolencia, cuanto ms pacientemente, las angustias en que se
hallaban tales protectores. Si en 1809 se vio al pueblo apocado y
vacilante, ms bien resuelto a quedarse simple espectador que en
disposicin de tener parte en los negocios pblicos, el ao siguiente las
persecuciones vinieron a sacarle de su indiferencia, y a excitar la
compasin de los ms extraos en favor de los perseguidos y la rabia
contra los gobernantes. Al traslucir la orden dada por Barrantes, el
encono subi de trmino, y el pueblo se resolvi a acometer una osada
empresa.
Reunironse unos cuantos de los ms entendidos en tales y cuales casos; se
hablaron, se animaron y quedaron concertados en asaltar los cuarteles en
hora y da sealados. Tan cruda y poco reflexionada fue su resolucin, que
ni siquiera pensaron en el caudillo que deba dirigirlos, ni en la unidad
que deban tener sus operaciones. -273- Unos deban atacar el real de
Lima (el edificio que hoy sirve de colegio, como dijimos), en el cual
estaban los presos; otros el cuartel de Santaf, contiguo al anterior,
pared en medio, y que hoy es el de artillera; y otros el presidio, ahora
propiedad de los herederos del doctor Juan Corral, donde, como tambin
dijimos, estaban presos los del pueblo.
La mayor parte de los conspiradores deban conservarse esparcidos por la
plaza y sus cercanas, y entre los atrios de la capilla del Sagrario y de
la Catedral, puntos los ms adecuados para acudir oportunamente a uno u
otro de los cuarteles inmediatos, segn lo demandasen las necesidades.
Circunstancias que diremos luego, hicieron precipitar estos arreglos mal
preparados, y casi repentinamente se fijaron en el da jueves y 2 de
agosto, a las 2 de la tarde. La consigna fue la campana de rebato que
deba darse en la torre de la Catedral.
La empresa, atendiendo a las fuerzas con que contaba el gobierno, era, ms
que aventurada, loca, y con mayor razn cuando la vigilancia haba llegado
a ser incesante desde que mucho antes de pensarse en el asalto, se tena
este por las autoridades como seguro.
Por datos fidedignos cuyos apuntes nos han mostrado personas de buen
crdito, dice el doctor Salazar en sus Recuerdos, ascendieron a tres mil
hombres bien preparados los que tena el gobierno, incluso los cuerpos de
Panam y Calique, aunque no estuvieron presentes el da de la novedad,
sino que el segundo repleg al siguiente, y el primero pocos das despus,
importaba lo mismo cuando se hallaban apostados, guardando las entradas,
el uno a dos leguas de distancia, y el otro por la parte del camino de
Latacunga.
Llegados el da y hora en que los conspiradores acababan de fijarse,
suenan las campanas de alarma, y los llamados Pereira, Silva y Rodrguez,

capitaneados por Jos Jers43, embisten contra el presidio, matan al


centinela -274- de una pualada, hieren al oficial de servicio,
dispersan a la guardia y se apoderan de sus armas. Como en esta crcel
haba slo una escolta de seis hombres con el oficial y cabo respectivos,
logran fcilmente libertar a los presos, se visten, en junta de seis de
estos, de los uniformes que encuentran a mano, y salen hechos soldados y
con armas, con direccin a los cuarteles en auxilio de sus compaeros, a
quienes suponan combatiendo todava, conforme a los arreglos concertados.
Los dems de los presos huyeron la mayor parte, y cinco de ellos, dndolas
de honrados, se quedaron en el presidio para recibir poco despus una
muerte inmerecida.
Al mismo taido de las campanas, quince minutos antes de la hora dada,
Landburo a la cabeza, y los dos hermanos Pazmios, Godoy, Albn, Mideros,
Mosquera y Morales, armados de puales, fuerzan y vencen la guardia del
real de Lima, y quedan dueos del cuartel. Hcense de las armas de esta, y
amedrentando a los soldados que encuentran dispersos por los corredores
bajos y patio, se van a hilo a los calabozos para libertar a los presos
que, a juicio de ellos, era lo ms necesario y urgente para el buen xito
de su arrojo.
El Capitn Galup, al or tan alarmante alboroto, comprende lo que poda
ser, como era en realidad; desenvaina su espada y, bajando
precipitadamente de los corredores altos al patio, grita: Fuego contra
los presos. Uno de los ocho atletas que primero oye las voces de Galup, y
luego le ve acercarse espada en mano, se precipita a su encuentro con la
bayoneta armada en el fusil que haba tomado, le atraviesa con ella y
tiende en tierra. El triunfo est por los conjurados, pero se pierde el
tiempo que siguen gastndolo en desaherrojar a los presos.
Mientras esos valientes de memoria imperecedera admiran por el denuedo y
presteza en el desempeo de su proyecto, los que deban acometer el
cuartel de Santa Fe quedan estticos a vista del peligro, y dejan a sus
ocho -275- compaeros sacrificados en medio de quinientos enemigos.
Ora que, adelantada la seal, no se hubiesen reunido todos los conjurados,
ora por el espanto en que entraron los que ya estaban listos, falt el
tercer movimiento de combinacin, y a esta causa padecieron los patriotas
un desastre de esos cuya memoria, aun pasados largos aos, arranca
lgrimas de dolor.
Angulo, comandante de las tropas de Popayn, haba partido a su cuartel al
primer movimiento que percibi de parte de los asaltadores al presidio, y
de los soldados heridos que huan del fuego que los primeros les hacan
avanzando hacia la plaza mayor. El comandante Villaespesa que, advirtiendo
estos mismos movimientos y ruido, sala precipitadamente de su casa a
ocupar el puesto que le corresponda en el cuartel, fue detenido en la
calle por un hombre del pueblo que le ech por tierra de una pualada, a
pesar de la lucha que sostuvo el otro con su espada.
Entrado ya Angulo en el cuartel, manda abrir de un caonazo un horado en
la pared que separa el suyo del de Lima para que pasaran por l las tropas
que ya estaban sobre las armas, y pasan efectivamente por el agujero. Su
primer paso se encamina a ocupar las puertas del cuartel vencido, donde
los asaltadores haban colocado un can, creyendo no poder ser acometidos
sino por el lado de afuera, sin hacer caso de los enemigos que tenan

adentro. Advierten los asaltadores y presos de los calabozos bajos que ya


estaban libres, que una columna cerrada los acomete por las espaldas, y en
tales conflictos, palpando la imposibilidad de resistir, procuran huir
para salvarse. Los ms alcanzaron efectivamente a vencer el peligro,
incluso Albn que estaba herido, pero Mideros y Godoy cayeron muertos al
salir. Luego dispuso Angulo que se cerraran las puertas y se conservara el
can con la boca hacia la entrada del cuartel.
En estos momentos llegan los vencedores en el presidio. Unidos con otros
que se les incorporan en el trnsito, y principalmente en las cercanas de
los cuarteles, se dirigen al de Lima para forzar las puertas que
encuentran -276- cerradas; mas un fuego doble de mosquetera, que
llueve del palacio del presidente y de las ventanas altas del mismo
cuartel, los obliga a cejar, y queda as rendida y castigada la temeridad
de aquel puado de valientes. Los que se retiraron por San Francisco aun
tuvieron que recibir una nueva descarga que les cay de los balcones de la
casa del comandante Dupret.
Libre la tropa del pueblo que se haba apoderado del cuartel de Lima, se
esparce por pelotones entre los calabozos altos en que yacan otros
presos. Estos desgraciados, sobre quienes pesaba una sentencia de muerte y
llevaban expuesta la vida desde que asomara cualquier movimiento popular,
comprenden que es llegada su ltima hora, y se esfuerzan cuanto pueden
para atrincherar las puertas de sus aposentos. La precaucin fue intil,
porque los soldados las hacen pedazos, y de seguida descargan sus fusiles
a manos lavadas y de montn sobre los presos. El que todava no ha muerto
de las balas, muere a sablazos o bayonetazos; y los victimarios, pasando
de un calabozo a otro, obran en todos como en el primero, y se derrama la
sangre a borbotones.
Las hijas de Quiroga, llevadas por desgracia a visitar a su padre en tan
funesto da, presencian con el corazn palpitante las escenas sangrientas
de que ellas mismas han escapado de milagro, sin que les tocara una sola
bala de cuantas llovan sobre sus cabezas. Pasado ese primer instinto de
terror que, en circunstancias semejantes, se concentra enteramente en el
individuo, les sobreviene la memoria de su padre a quien desean salvar. Se
dirigen al oficial de guardia, y le ruegan fervorosa y humildemente que le
salve la vida, y sorprendido este de que aun estuviera vivo un enemigo de
tanta suposicin, se acompaa del cadete Jaramillo y entra en el rincn en
que yaca Quiroga oculto: Decid, le gritan, "Vivan los limeos!".
Quiroga responde Viva la religin! Jaramillo, en rplica le descarga el
primer sablazo, y luego los soldados otros y otros, hasta que cae muerto a
las plantas de sus hijas.
-277Mariano Castillo, joven de gallardo parecer, valiente y de lucido
entendimiento, haba sido slo herido de una bala en las espaldas, y
mientras cuenta con que va a morir a bayonetazos, como murieron otros,
aventura ocurrir a un arbitrio que puede salvarle. Desgarra sus vestidos,
los ensucia con la sangre que est arrojando su cuerpo y se tiende como
uno de tantos cadveres. Los soldados que andan rebuscando a los que
pudieran estar ocultos, y que pasan punzando los cadveres con las
bayonetas, punzan tambin a Castillo una y otra vez, y castillo recibe
impasible y yerto diez puntazos sin dar la menor seal de vida. Por la

noche, cuando estaba ya velndose en San Agustn entre los cadveres


recogidos por los religiosos de este convento, se dej conocer como vivo,
y los reverendos se lo llevaron con entusiasmo a una celda muy segura.
Castillo salv as, despus de tres o cuatro meses que dur la curacin de
sus heridas44.
El coronel Salinas, Morales, Quiroga, Arenas, to de Rocafuerte, el que
lleg a regir su patria como presidente de la Repblica, el presbtero
Riofro, el teniente coronel don Francisco Javier Ascsubi, los de igual
graduacin don Nicols Aguilera y don Antonio Pea, el capitn don Jos
Vinuesa, el teniente don Juan Larrea y Guerrero, el alfrez don Manuel
Cajas, el gobernador de Canelos don Mariana Villalobos, el escribano don
Anastasio Olea, don Vicente Melo, uno de apellido Tovar y una esclava de
Quiroga que estaba encinta; fueron las vctimas impamente sacrificadas en
el cuartel el 2 de agosto. Parece que toda revolucin demanda estas
ofrendas sangrientas para alimentarse, y que la del 9 de agosto, -278por dems pacfica y pura, reserv el sacrificio para el tiempo de su
aniversario.
Harto dolorosamente castigado qued aquel gobierno perfunctorio, cuya
organizacin desacertada, insustancial y hasta pueril deba por fuerza
enflaquecerle y hacerle morir. Y no obstante sus herldicas pretensiones
quin no querra haber participado de su triste destino, a cambio de
haber tambin sido de los primeros que en la Amrica espaola ejercieron
sus derechos soberanos? Ha ms de cuarenta aos que esas vctimas pasaron
a la eternidad, y sin embargo las lgrimas que arranca su memoria se
derraman de ao en ao, y de seguro que se derramarn de generacin en
generacin! El ansia de obtener un bien lo ms pronto posible, es, a
veces, la que dificulta el logro, y esto parece lo aplicable a la
prematura revolucin de 1809.
Don Pedro Montfar, don Nicols Vlez, el presbtero Castelo, don Manuel
Angulo y el joven Castillo, de quien hablamos, fueron los nicos presos
que, de los que ocupaban los calabozos altos, lograron escapar. Montfar
se hallaba muy enfermo, y haba conseguido a grandes esfuerzos salir del
cuartel tres das antes del funesto da: Vlez se haba fingido loco al
remate, y con tanta naturalidad que, burlando la inspeccin y examen de
los facultativos, tuvo que ser arrojado a empujones del cuartel como
intolerable demente; Castelo y Angulo consiguieron fugar en junta de los
asaltadores al cuartel, porque probablemente no estuvieron aherrojados
como los otros presos, o estuvieron ya desengrillados.
De los que ocupaban los calabozos bajos slo fue asesinado don Vicente
Melo: los dems escaparon, bien unindose a Landburo y los Pazmios, bien
huyendo por los agujeros que caan a la quebrada que atraviesa baja el
cuartel.
Las zozobras y alborotos, mientras tanto, haban cundido principalmente
por las calles centrales de la ciudad. El teln no se haba descolgado
todava, y los asesinatos del cuartel apenas correspondan a la apertura
del drama que deba terminar con otras escenas ms sangrientas.
-279Consumada la carnicera en el real de Lima, salen gruesas partidas de
soldados haciendo fuego contra el pueblo que se mantena al ruedo y
cercanas de los cuarteles. Los comprometidos en la conjuracin, que a lo

menos tienen algunos fusiles y escopetas, se arriman a las paredes de las


calles de la Universidad, de Araujo y del Correo, y se sostienen
contestando los fuegos enemigos; mas otros, ociosos y noveleros,
conceptundose inocentes se quedan donde estaban, movidos de curiosidad.
La parte medio armada que segua haciendo fuego por lo largo de la calle
de la Universidad, recibe de sbito por las espaldas una descarga de
fusilera que le dirigen los soldados desde lo alto del arco de la Reina
de los ngeles: eran los de la guardia del Hospital que haban montado
sobre el arco para ponerla entre dos fuegos. Entonces tuvo que partir al
escape tomando una calle transversal, como lo verificaron tambin otras
partidas del pueblo con nimo de replegar a los barrios de San Roque, San
Sebastin y San Blas.
Fortificronse unos en el primero, otros en la columna llamada Fama y
otros en la alameda, y las tropas que antes los llevaron de calle
desalojndolos de esquina en esquina, ahora detienen sus pasos respetando
las tan mal improvisadas fortificaciones. Pero si les falta arroja para
asaltarlos, discurren acertadamente que tampoco podrn ser acometidos, y
retroceden para esparcirse por el centro de la poblacin y ahuyentar al
pueblo inerme curioso.
Insertamos algunos trozos de los apuntes de nuestros cronistas, testigos
presenciales de los sucesos de agosto. Acaso sean exagerados, acaso obra
de las vivas impresiones del momento; pero hay tanta conformidad entre s
y tanto ajuste con lo que sostiene la tradicin, que no hay como
desconfiar de la verdad de cuanto refieren. Uno de los presos que
salieron del presidio, dice el doctor Caicedo, se coloc en el pretil de
la catedral, y desde all arroll a los mulatos, hasta que acabados los
cartuchos le acertaron un balazo. Qued cado y medio muerto, y fueron a
rematarle con las culatas de los fusiles, -280- como lo verificaron.
Lo mismo hicieron con una india que estaba en la plaza, con un covachero y
con un msico que iba para el Carmen de la nueva fundacin. Todo esta pas
por mi vista45.
En la calle del marqus de Solanda desarmaron cuatro mozos a seis
fusileros que llevaban sus arcabuces cargados y armados de bayonetas; pero
all mismo muri un pordiosero. En la calle del Correo tres solos paisanos
hicieron huir a una patrulla, la desafiaron y silbaron; pero all mismo
abalearon a un indefenso, a quien remataron porque qued medio vivo,
haciendo pasar la caballera por encima una y otra vez. Por la calle de la
Platera corrieron los mulatos que guardaban el presidio; pero all mismo
dieron un balazo a un msico, y porque no muri del todo le destaparon los
sesos con las culatas de los fusiles. En la calle de Sanbuenaventura
hicieron fuego los santafereos; pero all muri uno que hizo frente, a
manos de un mozo desarmado, quitndole el fusil y pasndole con la
bayoneta. Oh, si pudiera yo referir los prodigios de valor que se vieron
en esa poca: gente que slo con cuchillos se esforz a libertar a su
patria del yugo de la tirana...! Bastar reflexionar acerca de un pasaje
asombroso y original. Luego que escamp algo la tempestad entr en la
plaza mayor un mozo desarmado, a quien sin duda llev la curiosidad al
mayor peligro. Tir por la esquina de la grada larga de la catedral,
cuando repar a un limeo que le apuntaba. Se par el mozo, y al ver la
accin de rastrillar, se agach y evit el golpe. En la contingencia de

ser muerto por la espalda o por delante, por su indefensin, eligi el


segundo extremo y, mientras se cargaba por segunda vez el fusil, avanz
hacia el soldado. Distara unos veinte pasos cuando se le apunt de nuevo.
Volvi a pararse -281- y grit de este modo: Apunta bien, zambo,
porque si yerras otra vez, te mato. El susto o la borrachera del tirador,
o sea la viveza del mozo, lo escap de este segundo riesgo; pero no pas
el tercero, pues como un alcn se ech sobre l, lo cogi de los cabezones
y lo estrell contra el pretil, dejando en las piedras regados los sesos.
A vista de esto lo envisti una patrulla, pero l encontr la vida en la
velocidad de su carrera....
Pas una patrulla armada hacia el puente de la Merced, y la vieron unas
pocas mujeres que no pasaban de seis. Se encargaron de la empresa de
perseguirla y asesinarla, y con slo piedras lograron ponerla en fuga
vergonzosa. No fue el privilegio del sexo el que obr esta maravilla,
puesto que ya haban muerto a algunas en las calles, y en su balcn a una
seora, Monje de apellido....
El presbtero la Roa, en su crnica citada, se explica de este modo: La
orden del seor presidente, a ms de ser tan rigurosa por lo ya dicho,
tambin dispuso se incendiara la ciudad, a lo que se opuso el oidor
supernumerario, doctor Tenorio (que a la sazn se hall), y a su alegato
se suspendi esta segunda orden. Mas la primera se verific, pues salieron
todos los soldados en patrulla por todas las calles, matando a fuego y
acero a cuantos encontraban en el camino, a cuantos vean en los balcones
y cuantos se paraban en las tiendas y zaguanes, como si todos fueran
gallinazos, trtolas o perros; no escapndose de este rigor nios ni
mujeres, de los cuales se sabe que fueron hasta trece y de las mujeres
tres....
No par en esto slo, sino que los facinerosos hicieron de una va dos
mandados, y fue que con mandamiento entraron en las casas que ms noticias
tenan de acaudaladas, y saquearon cuantos doblones, moneda blanca,
alhajas, plata labrada y ropas encontraron. Entre varas, la de don Luis
Cifuentes, al que le quitaron ms de siete mil pesos en doblones,
cincuenta y siete mil en dinero blanco.... No contentos con robarse lo
dicho, despedazaron muchos espejos de cuerpo entero, araas de cristal y
relojes de mucho aprecio, saliendo con los bales a la -282- calle que
hace esquina de San Agustn a repartirse entre ellos todo lo que haban
saqueado; de modo que no tenan otra medida para su divisin que la copa
de un sombrero, por lo que toca a dinero, y lo dems a lo que ms poda
cada uno.
Por la noche rompieron muchsimas puertas de tienda, y cobachuelas del
comercio y las dejaron en esqueleto, y prosiguen an hasta hoy haciendo
muchsimas extorsiones, hiriendo y lastimando a los que procuran
defensa....
El continuador de las Memorias de Ascari46: Volviendo a los que murieron
en aquel da (2 de agosto), a ms de los que mataron por las calles, la
nueva guardia que fue al presidio encontr en l cinco presos que haban
sido soldados de los de Salinas, quienes por manifestar honradez no
quisieron fugar, aprovechando de la ocasin, y fueron brbaramente pasados
a cuchillo. La ciudad toda se cubri de luto, llanto y amargura: nadie se
atreva a asomar ni aun a los balcones, porque era muerto en el acto,

hasta que al otro da el ilustrsimo: seor obispo y los sacerdotes de ms


respetabilidad, con cristos en las manos, pasaron a implorar del perjuro
presidente la cesacin de los excesos que se cometan en un pueblo
indefenso.
Parreo, en sus Casos raros acaecidos en esta capital: Luego que la tropa
de Lima hizo este asesinato, (el de los presos del cuartel), sali por
todas las calles matando a cuantos se encontraban en ellas, sin distinguir
personas, calidad ni edad, pues no se escaparon ni los nios tiernos.
Hecha esta inhumana matanza, que pasan de doscientos los que se han podido
enumerar, y no llegaron a ms porque procuraron huir unos y esconderse
otros. Sali la tropa a son de caja, y rob las casas ms ricas, tiendas
de mercancas, vinos y mistelas; luego las pulperas y estancos, rompiendo
las puertas a pulsos y con las armas, sin haber magistrado que lo impida,
porque -283- miraron con indiferencia que se hagan los asesinatos y
robos cometidos con nombre de saqueo. Se asegura que pasaron de doscientos
mil pesos, pues slo de la casa de don Luis Cifuentes se sacaron
entalegados entre doblones y dinero ochenta y cinco mil pesos, fuera de
muchas alhajas de oro, plata y piedras preciosas.
Hemos aglomerado aposta los pormenores que van insertos, pormenores tal
vez escritos en la noche del mismo 2 de agosto, como lo demuestra lo
desaliado del lenguaje, para corregir las apasionadas relaciones del
historiador espaol Torrente que, hablando de los horrores y confusin de
tan infausto da, da a entender que el triunfo de las armas de Castilla
fue obtenido en combate formal con el pueblo de Quito, cuando los ms de
los asesinados pertenecan al nmero de los inocentes, y casi con
autorizacin de los mismos gobernantes. El dos de agosto de 1810 no fue
sino una imagen del 2 de mayo de 1808 en Madrid, donde all como aqu, el
pueblo indefenso qued sacrificado. Las armas de Castilla habran
triunfado, es por dems seguro, de las partidas mal armadas y peor
fortificadas que se mantuvieron firmes hasta la entrada de la noche en la
Cruz de Piedra, en la Fama, y en la Alameda; pero las tropas de Arredondo
no eran tropas de arrojarse por donde haba peligros, y sus lauros fueron
slo resultados de los asesinatos y robos.
En esta lucha desigual de algunos hombres del pueblo, en que la mayor
parte, no ms que armados de cuchillos, palos y piedras, se sostuvieron
por tres horas contra soldados provistos de cuanto era necesario para
contar con la seguridad del triunfo, hubo sin embargo peores resultados
para estos. Los realistas mismos, interesados en menguar el nmero de
muertos de uno y otro partido, tanto por no hacer aparecer sus prdidas,
como para atenuar la enormidad de los asesinatos, confesaban que los suyos
haban subido a ciento, y no ms que a ochenta los del pueblo, aun con
inclusin de los asesinados en el cuartel. El comandante Dupret confes
que le faltaban como doscientos de su cuerpo, y aunque esta baja pudo
proceder de alguna desercin, lo cierto -284- es que las tropas reales
consumieron veinte mil tiros en esta tarde47.
As como as, y aun cuando no hubieran sido asesinados sino los presos del
cuartel, fue siempre una agostada horrible que vino a reflejar en
miniatura la setiembrada de Pars en 1792. Si va alguna diferencia, es que
all el actor fue el pueblo desenfrenado, sediento de sangre, porque hasta
haba traspasado los lmites de la ms furiosa anarqua, y ac fueron las

autoridades, protectoras de la vida, las que decretaron los asesinatos, y


las tropas regladas las que los ejecutaron.
Fortuna, y muy tamaa, fue para Quito que preponderase a la ferocidad la
codicia de los soldados de Arredondo, pues merced a las vilezas de esta
pasin dej de morir mayor nmero de inocentes. Las casas y tiendas de los
pacficos y acaudalados don Luis Cifuentes y don Manuel Bonilla, en que la
cebaron a sus anchas, redimieron a buen tiempo la sangre del pueblo. El
total monto del saqueo pas de medio milln de pesos48.

III

Corridos, asesinados y robados los del pueblo, y luego perseguidos con


tenacidad y expuestos a caer en manos de quienes no haban de perdonarles
la vida, era natural, cuando no justo que pensaran tomar venganza. Las
violencias del 2 de agosto se haban echado a volar por los pueblos
inmediatos, acaso con exageracin, y los pueblos comenzaron a concertarse
y reunirse para caer sobre sus enemigos.
El digno prelado de la dicesis, testigo de los excesos cometidos en la
ciudad, lastimado de las desgracias de -285- su rebao y teniendo,
como segura una nueva lucha, si no adoptaba el gobierno un temperamento
conciliador, se present en el palacio y ayudado del provisor seor
Caicedo y del orador don Miguel Antonio Rodrguez, eclesistico muy
distinguido por su elocuencia ofreci calmar las agitaciones de los
pueblos, siempre que los gobernantes se resolvieran a hacerles algunas
concesiones. El presidente, las oidores, los jefes militares y ms altos
empleados meditaron debidamente y discutieron con serenidad acerca de las
providencias que convena dictarse, y celebrada la junta que convoc el
primero, se dio el acuerdo de 4 de agosto, que se public el da
siguiente. A juzgarse por el contenido de sus artculos, el gobierno
recibi la ley que le impuso la revolucin, y Quito, aunque vencido,
sostuvo sus derechos y quedaron abatidos los vencedores.
Obtener que se corriese un velo a la transformacin hecha en 1809 y se
cortase la causa remitida al virrey, de la cual no se saba an cosa
ninguna, pudiendo en consecuencia volver a sus hogares todos los
conjurados, que andaban ocultos; obtener que se corriese otro velo al
origen y autores del asalto a los cuarteles el da 2; que las tropas de
Arredondo, sobre las cuales pesaba el rencor del pueblo; salieran de la
ciudad y la provincia dentro de breves trminos; que el nuevo cuerpo que
deba levantarse en reemplazo, se compusiera de los vecinos de la ciudad;
que se ofreciera recibir al comisionado Montfar con la estimacin y
honores que le eran debidos, y que los incidentes o dudas que ocurrieran
sobre las causas o procesos reservados, haban de tratarse en real
acuerdo; fue obtener del gobierno la justificacin de los actos mirados
como revoltosos hasta entonces; fue imponer, hasta cierto punto,
condiciones al vencedor.
En cuanto al origen y responsabilidad de los acontecimientos del 2, fueron

recprocas las inculpaciones que se hicieron el pueblo y el gobierno; y


los historiadores mismos, dejndose llevar de sus pasiones, hablan en
sentido contradictorio. Pntalos Torrente como resultados y castigo de una
segunda conjuracin tramada por los mismos -286- presos desde los
calabozos, y nuestros cronistas como consecuencias de un lazo tendido por
los mismos gobernantes. Acaso uno y otros tengan razn, porque en la
complicacin de los sucesos que se cruzaron, no faltan de cierto datos en
pro y en contra que dejan vacilante el nimo para poder resolver la duda
con acierto. La visita de las hijas de Quiroga, hecha desde muy antes que
sonara la campana de a rebato; las visitas de las esposas de Larrea,
Barrezueta y Olea (quienes naturalmente no habran querido exponerlas a un
riesgo manifiesto, caso de pertenecer ellos a la conjuracin); la
circunstancia de que los cinco presos del presidio se negaron a salir; y
el corto nmero de asaltadores, hacen discurrir que, en efecto, no estaban
complicados en la conspiracin que se concertaba para libertarlos de las
prisiones. No obstante lo dicho, el tiempo ha venido a revelar que
Salinas, Morales, Quiroga y otros de su partido, sabedores del piadoso
deseo de sus conciudadanos para libertarlos, y celosos de la popularidad e
influencia del comisionado regio que vena a robustecer la de su familia,
y a defraudar en cierto modo las glorias del 9 de agosto; fueron, sino los
agentes principales de la revolucin del 2, los que la precipitaron para
no deber sino a ellos mismos, y no a Montfar, a cuya familia imputaban
los errores de la junta, la salvacin de la vida, el restablecimiento de
los principios proclamados en el ao de nueve y la pujanza de su causa. La
lgica de los partidos que han llegado a encelarse y a exaltarse, ha sido
y ser siempre as: desatentada, vanidosa, intolerante, irracional, y
desdearn los abanderizados hasta su propia salvacin, hasta la de su
propia causa, por no recibirla de parte de sus enemigos.

IV

El 12 del mismo mes entr en Quito el comandante Juan Alderete con una
columna de doscientos hombres trados desde Panam, y el 18, conforme a
los trminos del acuerdo del 4, sali Arredondo, hecho ya brigadier,
-287- con las tropas de Lima, cargado de las maldiciones de toda esta
provincia. Tan maldecidas fueron estas tropas, que los pueblos del
trnsito se negaron a proporcionarles vveres para hacer patente el odio
que les tenan por los ultrajes cometidos en Quito.
La junta establecida en la capital del virreinato, despus de consumada la
revolucin verificada en julio de 1810, deplor amargamente los asesinatos
cometidos en Quito y dirigi a Ruiz de Castilla una enrgica y sentida
comunicacin.
El cabildo recibi tambin de la misma junta un psame afectuoso y

doliente, con que demostr la mancomunidad de las tendencias americanas; y


en Santaf se celebraron, como en Quito, exequias honorficas en memoria
de las vctimas del 2 de agosto. Tambin Caracas, cuando ya libre, dio un
decreto de honores fnebres en manifestacin de su dolor.
No dejemos, eso s, de narrar que, en el transcurso de los dos o tres
meses posteriores al 10 de agosto del ao 9, tanto el Virrey de Santaf
como el de Lima pasaron a la junta de Quito y su presidente oficios
moderados y proclamas, amonestando que restituyesen las cosas al estado en
que se hallaban el 8 de agosto de ese ao, y contasen con su clemencia y
la de la Junta Central de Espaa.

Arrojada por los franceses la Junta Central de Espaa que resida en


Aranjuez, y no pudiendo tampoco sostenerse en Sevilla, vino a convertirse
muy luego en Consejo de Regencia, compuesto de cinco miembros, y se
estableci en la isla de Len. Este consejo que se deca ser el
representante legtimo de Fernando VII, se acord de que las grandes
provincias de Amrica formaban tambin parte de la monarqua espaola, y,
bien movido por impulso -288- de justicia, bien por el inters de
mancomunar a los pueblos de este continente con los de Espaa, ello es que
los nuestros fueron llamados a concurrir con sus diputados a la
representacin nacional. Ya la Junta Central, antes que el Consejo de
Regencia, haba decretada tambin la misma convocatoria; pero uno y otro
cuerpo, aunque obrando en esta parte con sagacidad y con justicia, se
desentendieron de esta al fijar el corto nmero de diputados que haban de
representar a las Amricas, pues no deban ser sino nueve, al paso que la
Pennsula, con una poblacin que apenas alcanzaba a la mitad de la de
aquellas, iba a concurrir con treinta y seis. El decreto tena por base de
representacin para las Amricas el nmero de virreinatos y capitanas
generales; de modo que mientras la ms corta provincia de Espaa iba a ser
representada por dos diputados, todo un Mxico, por ejemplo, solo iba a
serlo por uno. El mtodo mismo que se adopt para el modo como deban ser
nombrados, si no muy extravagante, fue del todo irregular; pues las
elecciones haban de hacerse por los cabildos de las capitales de
provincia con sujecin a otras elecciones posteriores y de la manera
siguiente. Los cabildos deban nombrar tres diputados, de los cuales se
sacaba uno por la suerte; y luego, reunidos ya los sorteados, haba que
elegir, de entre estos, otros tres, y elegirse por las audiencias
presididas por los virreyes, o los presidentes de ellas o los capitanes
generales. La segunda eleccin deba volver a someterse a nuevo sorteo, y
aquel en quien recaa la segunda suerte era el definitivamente nombrado.
El decreto de convocatoria vino juntamente con el Manifiesto que
insertamos a continuacin, menos para dar a conocer sus trminos, como
para dejar justificados, a nuestros padres de la resolucin que tomaran de
buscar su independencia, puesto que en l se confiesa lo vejados que

andaban por el gobierno colonial.


Desde el principio de la revolucin declar la patria esos dominios
parte integrante y esencial de la monarqua espaola. Como tal le
corresponden los mismos -289- derechos y prerrogativas que a la
metrpoli. Siguiendo este principio de eterna equidad y justicia,
fueron llamados esos naturales a tomar parte en el gobierno
representativo que ha cesado. Por l los tienen en la regencia
actual, y por l los tendrn tambin en la representacin de las
Cortes nacionales, enviando a ellas diputados, segn el tenor del
decreto que va a continuacin de esta manifiesto. Desde este
momento, espaoles americanos, os veis elevados a la dignidad de
hombres. No sois ya lo mismo que antes, encorvados bajo un yugo
mucho ms duro, mientras ms distantes estaban del centro del poder,
mirados con indiferencia, vejados por la codicia y destrudos por la
ignorancia. Tened presente que al pronunciar o al escribir el nombre
del que ha de representaros en el Congreso Nacional, vuestros
destinos ya no dependen ni de los monarcas, ni de los virreyes, ni
de los gobernadores; estn en vuestras manos.

Movido por los mismos impulsos, dispuso tambin el Consejo de regencia que
vinieran comisionados para los pueblos de Amrica en que ya se haban
dejado notar sntomas de rebelin, con el fin de que conformasen las
opiniones de los colonos con las de los espaoles; teniendo el fino
comedimiento de elegir personas que, por su origen americano, haban de
ser aceptadas y bien recibidas. La eleccin para la presidencia recay en
el teniente coronel don Carlos Montfar, y para el centro del virreinato
en don Antonio Villavicencio, el primero nacido en Quito e hijo del
marqus de Selva Alegre, comprometido en la revolucin del ao de 1809, y
el segundo nacido en Nueva Granada.
Llegaron juntos a Cartagena, y deseando Montfar salvar a los de su
familia y ms compatriotas, a quienes muy justamente supona expuestos a
la venganza de las autoridades espaolas, apresur el viaje para llegar
cuanto antes a Quito. Ruiz de Castilla, por consejo de Arechaga, haba
escrito al virrey Amar empendole a que contuviese a Montfar bajo
cualesquier pretextos; mas este que penetr tales intenciones,
principalmente a causa de haberse violado su correspondencia, sigui
adelante -290- el camino, en donde le alcanz la noticia de los
asesinatos que deseaba evitar, y entr en Quito el 9 de septiembre. El
recibimiento que se le hizo fue, por parte del gobierno, por dems atento
y aun afectuoso en apariencia, pero en realidad contrario a tales
manifestaciones, porque los gobernantes, ya lo dijimos, miraban al
comisionado como a enemigo; y lleno de cordialidad, de miramientos y de
respeto por parte del pueblo que acertadamente previ que llegara a
reanimar su moribunda causa. Y tan difundida andaba esta confianza en el
comisionado, que doa Mara Larran, mujer que por entonces haca figura
por su belleza, lujo, liviandades y patritico entusiasmo, sedujo a otras
mujeres y, ponindose a la cabeza de ellas, armada de punta en blanco, se
present con sus compaeras a hacerle la guardia en la casa de don Pedro

Montfar, to de don Carlos, donde se haba alojado. Don Carlos apreci


esta muestra del entusiasmo con que le recibieron sus compatriotas; pero,
como era natural, la misma muestra apur tambin las desconfianzas que de
l tenan las autoridades espaolas.
Don Carlos Montfar, mancebo de buen sentido y de valor, regularmente
disciplinado en la famosa escuela de la guerra contra los franceses,
metidos en Espaa, y de los vencedores en Bailn; era, a no dudar, el ms
a propsito que entonces poda apetecer la patria para defender su causa.
Lleg en circunstancias en que gobernantes y gobernados se miraban, ms
que con desconfianza, con airado encono, y en las de que, aun cuando se
haban despedido las tropas de Lima, todava conservaba el presidente mil
hombres de guarnicin, y esperaba que le llegaran bien pronto las pedidas
a los gobernadores de Cuenca y Guayaquil.
Ruiz de Castilla, a quien uno tras otro, o tal vez simultneamente
llegaron los patriticos gritos de Venezuela, Nueva Granada, Alto Per,
Chile y Buenos Aires, no haba dejado de entrar en aprensiones,
particularmente por los del centro del virreinato que como menos
distantes, zumbaban ms claro en sus odos. Habase condolido acaso de la
suerte lastimosa de las vctimas del 2 -291- de agosto, y deseando a
lo menos atenuar el reciente cuanto vivo sentimiento del pueblo, pens en
restablecer la junta como concesin graciosa, ya que no expiacin de sus
condescendencias, que haca en favor del pueblo. El pueblo, que entendi
-iba- a componerse la junta de los mismos que haban mandado asesinar a
los suyos, se prepar a combatirla tan luego como se estableciese; pero
Montfar, hombre experto y versado ya en los negocios pblicos por los
sucesos de la Pennsula, estim necesaria toda especie de
contemporizaciones con las autoridades, y persuadiendo de esto a sus
allegados, convino en la formacin de la que deba de llamarse Junta de
gobierno, y que fuera su presidente el mismo conde Ruiz de Castilla,
aunque debiendo tambin pertenecer a ella, como vocales natos, el
comisionado y el reverendo Obispo Cuero. Montfar, se dir, faltaba a la
honrosa confianza que en l haba tenido el Consejo de la regencia; pero,
tratndose de sacudir el yugo impuesto por la astucia y fuerza de las
armas, no vemos por qu el oprimido no tenga contra su opresor el derecho
de emplear los mismos medios para recobrar la perdida independencia.

VI

Convocose la primera reunin para el 10 del mismo mes, y acordaron en ella


el reconocimiento de la suprema autoridad de la Regencia, la fundacin de
una Junta superior, el modo y forma como haban de hacerse los
nombramientos de los electores, a quienes se atribua la facultad de
elegir los miembros de dicho cuerpo, y la convocatoria de un cabildo
pblico para el da siguiente.
Las elecciones, conforme a los principios dominantes de esos tiempos
deban hacerse por estamentos, a saber: el clero, la nobleza y el pueblo,

representado por algunos padres de familia residentes en los barrios de la


ciudad capital de una provincia, sin que fueran llamados a esta
representacin las dems ciudades y poblaciones -292- que no eran
cabeceras. La representacin, como se ve, estaba muy lejos de ser la del
pueblo que se deca representado.
Verificose el cabildo abierto y se ratific cuanto se haba acordado en el
da anterior, agregando nicamente la necesidad de nombrar un
vicepresidente para los casos de muerte, enfermedad o ausencia del
presidente, y la de un secretario para el despacho.
Reunironse luego el presidente, el comisionado, los cabildos secular y
eclesistico, y los quince electores correspondientes al clero, y la
nobleza y los barrios; esta es a cinco por cada uno de los tres
estamentos. Hecho el escrutinio de los votos en favor de los individuos de
que haba de componerse la junta, resultaron nombrados don Manuel Zambrano
por el cabildo secular; el magistral don Francisco Rodrguez Soto por el
eclesistico; los doctores Jos Manuel Caicedo y Prudencio Bscones por el
clero; el marqus de Villa Orellana y don Guillermo Valdivieso por la
nobleza; y por los barrios don Manuel de Larrea, don Manuel Matheu y
Herrera, don Manuel Merizalde y el alfrez real don Juan Donoso. Por
unanimidad de votos fue electo vicepresidente el Marqus de Selva Alegre,
y de secretarios don Salvador Murgueitio, y don Luis Quijano. Como se ve
la junta lleg a formarse casi de todos los comprometidos en la
revolucin; pero tambin de esos mismos abanderizados por cuyas discordias
haba quedado malparada la causa pblica.
El presidente Ruiz de Castilla, que no pudo librarse de la influencia del
comisionado regio, qued, al andar de pocos das, reducido a una completa
nulidad. Bien luego, asimismo, se despidieron las tropas auxiliadoras, se
levantaron otras nuevas, a las cuales se agregaron voluntariamente muchos
soldados de los de Santa Fe, pertenecientes al cuerpo de Dupret, y los
destinos volvieron a ponerse en manos patricias.
La junta que de da en da iba avanzando por el camino de ms bien
atinados principios, y cambiando el aspecto de las cosas, declar en la
sesin del 9 de Octubre -293- que reasuma sus soberanos derechos y
pona el reino de Quito fuera de la dependencia de la capital del
virreinato. En la sesin del 11, como arrepentida de tan mesurado paso,
rompi los vnculos que unan a estas provincias con Espaa y proclam,
bien que con alguna reserva su independencia. El pueblo mal hallado hasta
entonces, no tanto con los principios monrquicos, puesto que no conoca
otros, como con los gobernantes, y con la esperanza de establecer otros
mejores, festej con ardor este primer desempeo de una cabal soberana.
Este paso, a juicio de los patriotas, era tanto ms necesario cuanto as
venan a complicarse los estorbos para las reconciliaciones que de nuevo
pudieran intentarse por los gobernantes de Espaa, como se tema. Con
todo, tal proclamacin no lleg a publicarse sino seis meses despus.
Mientras que las provincias de Cuenca, Loja y Guayaquil, instigadas por
sus vigilantes autoridades, en particular la primera dominada desde el ao
nueve por su obispo don Andrs Quintin, uno de los enemigos ms
fervorosos de la revolucin, se negaban abiertamente a reconocer la
autoridad de la Junta superior; la ciudad de Ibarra estableca otra
acaudillada por don Santiago Tobar, bien que con subordinacin a la de

Quito de la cual solicit la aprobacin. La junta superior, abarcadora de


los poderes pblicos y mal organizada por la multitud de sus miembros,
consider que vendran a aumentarse sus embarazos con el establecimiento
de otras subalternas, porque era claro que tambin otras ciudades haban
de querer seguir el ejemplo de Ibarra, y para quitar toda tentacin de
imitarla dispuso que se disolviese al punto.

-[294]-

-295-

Captulo IX
Campaa de los treinta das.- Batalla de Tarqui

El General Lamar, acampado ltimamente en Tambo grande con cuatro mil


seiscientos soldados, invadi al cabo del territorio colombiano a fines de
1828, y se posesion de la provincia de Loja, donde encontr algunos
desleales que favorecieron la causa de los invasores. La fama y los
papeles pblicos de entonces atildaron tambin de infidelidad a la patria
al seor Manuel Carrin y Valdivieso, gobernador de dicha provincia, y,
sin embargo, el tiempo ha venido a desmentirlos.
El seor Carrin, mientras se conservaban las tropas colombianas en Loja,
haba servido a su patria con cuanto pudo, y hasta dando oportunamente a
las autoridades superiores las noticias que saba adquirirlas, o por medio
-296- de espas o por las conexiones de parentesco y amistad que tena
con tantsimos peruanos. Al aproximarse ya a Loja las tropas del general
Lamar, desocuparon las nuestras esta plaza, y Carrin, resignando su
empleo ante la municipalidad, se retir para el campo. Ocupada Laja por
Rolet, francs de nacimiento, destac al comandante Porras con veinte y
cinco hombres para que fuese a sacarle de su retiro, y volviese a
encargarse del destino; y el seor Carrin se neg a ello, manifestando
que no poda desempearlo desde que las tierras de Colombia haban sido
invadidas por un ejrcito extranjero.
Cuando el general Plaza entr en la ciudad con la primera divisin, volvi
a dirigirle igual intimacin, y el gobernador se neg tambin de nuevo. El
general Lamar, su antiguo amigo desde que estuvieron juntos en Esparta, se
empe en lo mismo; y Carrin todava tuvo resolucin para resistir, hasta
que habindose atumultuado el pueblo y manifestdole que se aprovechase de
la amistad del presidente Lamar, para librarle de los males que
sobrevendran con otro gobernador, se dio a partido y volvi a ocupar el
destino. Su decisin por Colombia le hizo sospechoso para con otras de las
autoridades peruanas, que se quejaron de l y aun le acusaron

oficialmente, y con tal motivo se retir de nuevo al campo, mucho antes de


la batalla de Tarqui. Despus de esta, fue sometido a tela de juicio como
conspirador, se le conserv preso y se lo trajo para Cuenca, donde, no
obstante la ndole de Urdaneta que haca de comandante general del
Departamento del Azuay, y la mala voluntad que le tena tuvo que
absolverle de tan atroces imputaciones49.
-297Y no por lo ocurrido con Carrin decimos que faltaron traidores en Loja,
pues furonlo en efecto muchos de sus parientes, y aun otros de los que,
comerciando con los pueblos del Per, fintimo con la provincia, tenan
por el gobierno de Lamar una muy decidida inclinacin. La marcha de las
tropas de este general fue intencionalmente pausada, por dar tiempo a que
se le incorporasen los tres mil doscientos hombres que traa el general
Gamarra, quien se reuni en efecto con ellas en Saraguro por el mes de
enero de 1829.
El general Flores tena establecido el cuartel general en Cuenca, y su
ejrcito montaba a cuatro mil seiscientos hombres. Pocos eran, en verdad,
para oponerlos a un ejrcito casi doble por el nmero, y Bolvar no
llegaba con los cuerpos que traa, detenido ac por los facciosos del
Cauca y los despeaderos de Pasto. Pero contbase con que esos pocos eran
soldados aguerridos con veinte aos de fatigas en una lucha ensangrentada
de guerra a muerte en su propia tierra o en otras lejanas con capitanes
merecidamente acreditados, y con el hroe de Ayacucho, nombrado das antes
jefe superior del sur y director de la guerra.
El general Sucre, enfermo y retirado a la vida privada, no haba podido
or con indolencia los rumores de la invasin contra su patria y por
noviembre ltimo dirigi al Ministro de guerra, un oficio, con insercin
del que pas al general Flores con la misma fecha, en que le deca: He
odo rumores de que las provincias del sur de Colombia sufrirn dentro de
breve la invasin de tropas enemigas. Sin datos para juzgar sobre la
verdad de estas voces, me anticipo a rogar a U. S., que, si la tierra de
Colombia fuese pisada por algn enemigo y se dispusiese una batalla, se
digne U. S. participrmelo o hacerme alguna ligera indicacin. Cualquiera
que sea el estado de mi salud, volar al ejrcito, y en el puesto que se
me seale partir con mis antiguos compaeros de sus peligros y de la
victoria.
Seguro estaba el gobierno de contar en estas circunstancias con los
oficiosos servicios del general Sucre; mas, -298- sin aguardar a que
le hiciera tales ofertas, le haba llamado ya, con fecha 28 de octubre, a
la direccin de esta guerra, invistindole de cuantas facultades eran
necesarias para semejantes conflictos. Pagado estaba el gobierno de los
servicios del general Flores, el jefe del ejrcito, con cuya discrecin,
arbitrios y actividad haba sabido, no slo mantener la moralidad y
disciplina, mas tambin aumentarlo y medio vestirlo, a pesar de la
absoluta escasez de rentas pblicas. Pero habiendo ac un capitn, como el
que en Ayacucho sell la independencia de Amrica, bien natural era que el
gobierno llamase a Sucre para la direccin de esta campaa.
Al punto, pues, de recibido tal nombramiento, Sucre se puso en camino para
Cuenca, donde, como dijimos, haba establecido Flores el cuartel general,
y donde aquel entr el 27 de enero. Fue reconocido como jefe superior el

da siguiente, y hecho ya cargo del ejrcito le dirigi una proclama en


que, manifestando modestamente la inutilidad de sus servicios, cuando se
hallaba dirigido por un bizarro capitn como el general Flores, concluy
as: Colombianos: una paz honrosa o una victoria esplndida son
necesarias a la dignidad nacional y al reposo de los pueblos del sur. La
paz la hemos ofrecido al enemigo: la victoria est en vuestras lanzas y
bayonetas.- Un triunfo ms aumentar muy poco la celebridad de vuestras
hazaas y el lustre de vuestro nombre; pero es preciso obtenerlo para no
mancillar el brillo de vuestras armas.- Cien campos de batalla, tres
repblicas redimidas por vuestro valor en una carrera de triunfos del
Orinoco al Potos, os recuerdan en este momento vuestros deberes con la
patria, con vuestras glorias y con Bolvar.
El mariscal Sucre deba al cielo la prenda singular que, desconocida por
los ms de los guerreros de hoy, nos traa a la memoria la grandeza y
modestia de los modestos y grandes hombres, y movido de ella y conforme a
las instrucciones de Bolvar para buscar la paz, se dirigi al capitn
enemigo proponindole una fraternal reconciliacin: el general Lamar
recibi la propuesta con suma cortesa, y pidi que le presentase las
bases del -299- convenio. Hallbase en nuestro campamento el coronel
O'Leary, quien, como sabemos, tena plenos poderes para arreglar la paz, y
por tanto se las envi al momento.
Estas bases, fechadas en Oa el 3 de febrero, se limitaron a que las
tropas beligerantes se redujesen al pie de fuerza de los tiempos de paz:
que se fijasen por una comisin los lmites de las dos repblicas con
arreglo a la divisin poltica y civil que tuvieron los virreinatos del
Nuevo Reino de Granada y Per, cuando la revolucin de Quito en 1809: que
la misma u otra comisin liquidase la deuda del Per a Colombia,
procedente de los auxilios que esta prestara para la guerra de la
independencia: que el primero diese un nmero de soldados igual a las
bajas que haba recibido el ejrcito auxiliar de la segunda, y una
indemnizacin pecuniaria para el pago de sus transportes: que el gobierno
del Per diese satisfacciones al de Colombia para la expulsin de su
agente pblico verificada en Lima; y este al otro explicaciones
satisfactorias por no haber admitido al plenipotenciario Villa: que
ninguna de las dos repblicas interviniese en la forma de gobierno ni
negocios domsticos respectivos, ni se ingiriese en los de Bolivia: que la
observancia de este artculo como todas las diferencias se arreglasen de
un modo claro en el convenio definitivo: que para las seguridades de este
se solicitase del gobierno de L. M. Britnica o del de los Estados Unidos,
que afianzasen su cumplimiento: que aceptadas las bases, el ejrcito
peruano desocupase el territorio de Colombia para proceder al tratado de
paz; y que las partes contratantes se comprometiesen a mirarlas como
forzosas para el tratado definitivo.
El presidente Lamar, fundndose en que ms bien parecan condiciones
puestas en el campo del triunfo a un pueblo vencido, que proposiciones
hechas a un ejrcito que tena todas las probabilidades de la victoria,
puesto que eran injustas y degradantes para el Per, las desech con
arrogancia. Al devolverlas, propuso, por su parte, el reemplazo de cuantos
hombres haba sacado Bolvar del Per despus de la batalla de Ayacucho
por las bajas -300- del ejrcito auxiliar, o por tal falta, una

indemnizacin pecuniaria: que Colombia pagase los gastos en la guerra: que


el departamento de Guayaquil volviese al estado que tena en 1822, antes
de incorporarse a Colombia: que una comisin liquidase las cuentas y
fijase los lmites de las dos repblicas; y que el gobierno de los Estados
Unidos fuese el rbitro para los arreglos, debiendo ser de la cuenta de
Colombia la obligacin de solicitar y recabar el consentimiento.
No era posible que tan encontradas pretensiones dieran con el justo medio
que fuera conveniente para la transaccin, y ms cuando las proposiciones
de Lamar venan despus de profanado el suelo colombiano. Sin entrar Sucre
en el examen de lo que contena la minuta de tales bases, y fundndose en
que esta no hablaba de quien estaba a la cabeza del gobierno de Colombia
sino como de un simple general, la devolvi a su vez; pero insistiendo en
que se nombrasen comisionados para que ms fcilmente pudieran zanjar a la
vez las dificultades con que tropieza al explicarse por escrito. El
general Lamar convino con ello; mas, aunque designando al general
Orbegozo, design tambin al mismo seor Villa, rechazado en Bogot; y
este nombramiento no poda inspirar confianza, como lo observ el capitn
colombiano. Con todo, Sucre nombr de comisionados al general Heres y a
O'Leary, quienes conferenciaron con los del Per en los das 11 y 12 de
febrero en el puente de Saraguro, lmite divisorio de los dos ejrcitos.
Las conferencias no dieron provecho ninguno; pues, como era de temerse,
los contratantes se mantuvieron aferrados a sus intentos.
El ejrcito colombiano, durante el vaivn de los oficios que se cruzaron
entre los generales Sucre y Lamar, se hallaba situado en Paquishapa. Por
la tarde del 12, Sucre recibi dos partes: uno de que el enemigo se haba
movido por el flanco derecho con el fin de posesionarse del pueblecillo de
Girn, no conservando de frente sino dos o tres cuerpos para ocultar aquel
movimiento; y otro de que una columna de trescientos peruanos haba
entrado en Cuenca (en el trecho de Lamar) el da 10; -301- pero que el
general Gonzlez, defendindose con los enfermos del hospital militar,
haba alcanzado una honrosa capitulacin. El primer aviso dejaba de claro
en claro que el General Lamar quera aprovecharse de la inaccin del
ejrcito colombiano, para colocarse a espaldas de este y hacer ms
embarazosa su posicin.
Como el segundo suceso era ya irreparable, el general Sucre se ocup slo
en apercibirse contra el otro, y retrocediendo con el ejrcito, dispuso
que se atacasen los puntos avanzados del enemigo, puesto que no poda
esperarse ningn arreglo, y aun haban comenzado ya las hostilidades.
El general Flores cometi esta empresa al general Luis Urdaneta, quien se
puso en marcha a media noche del mismo 12 con la compaa de granaderos
del Cauca, recientemente llegada de Guayaquil, y veinte hombres del
Yahuachi. El puente de Saraguro estaba destruido casi del todo, y Urdaneta
tuvo que pasar el ro por distintos vados despus de vencidas las
avanzadas peruanas. Replegaron estas a dos compaas que encontraron sobre
una altura inmediata al ro, y el coronel Len, a la cabeza de los veinte
soldados del Yahuachi, sin reparar en el nmero de enemigos, los atac,
envolvi y persigui hasta Saraguro, donde paraban los cuerpos de los de
la retaguardia peruana. En el punto en que Len hizo alto, se le uni el
comandante Camacaro con un piquete de caballera, y el general Urdaneta
orden que continuasen juntos para ese pueblo. Hallbanse all los

batallones peruanos Primero de Ayacucho y Nmero 8., grueso de mil


trescientos hombres; y Urdaneta, creyendo sin duda que slo acometa a las
dos compaas que las llevaba ya de calle, carg al amanecer del 13 contra
aquellos cuerpos. Resistieron algunos instantes; mas sus oficiales,
creyendo tambin seguramente que eran atacados por mayores fuerzas,
abandonaron sus puestos, y muy luego los soldados siguieron el mal
ejemplo. La oscuridad de la maana impidi que fuese activa la
persecucin; pero se tom casi todo el parque, se incendiaron los
almacenes de vveres, y, sobre todo, los vencedores -302- quedaron
engredos de haber puesto en fuga, con tan pocos soldados, a mil
trescientos enemigos. El coronel Luque, destacado despus con doscientos
soldados del Rifles, quem lo restante de los despojos peruanos, destruy
dos piezas de artillera, inutiliz cien cargas de municiones, tom
algunos prisioneros y doscientas mulas, y complet la dispersin de dichos
cuerpos, que fueron a parar entre Loja y Papaya. Por desgracia, el triunfo
fue manchado con el incendio de Saraguro que dispuso el general Urdaneta,
a pretexto de haber favorecido a los enemigos.
Pdose atacar el grueso del ejrcito enemigo por las espaldas, pero era
necesario atravesar el ro Girn y meterse en las malsanas tierras de
Yunguilla, y Sucre prefiri retroceder hasta Nabn, de donde, separndose
del camino ordinario de Jima, fue por los desfiladeros del nudo del
Portete a situarse en el pueblo de Girn, que era el punto hbil de las
aspiraciones de Lamar. Burlados con tan hbil movimiento los deseos del
general Lamar, se content este con acamparse en San Fernando, asentado al
frente occidental de aquella aldea.
Vencidos algunos das en esos continuos y cautelosos movimientos que
emprenden dos ejrcitos en acecho de buena ocasin para embestir con
ventaja, el mariscal Sucre lleg a situar tres batallones y un escuadrn
en lo que llamamos Portete de Tarqui, al amanecer del viernes 27, despus
de haber andado toda la noche desde Narancay. Hizo alto en este punto, por
aguardar a que se le incorporase la segunda divisin del ejrcito que
haba quedado bien atrs, y en este tiempo precisamente se oyeron los
primeros tiros del enemigo contra el escuadrn Cedeo, que estaba a la
vanguardia.
El Portete, uno de esos nudos que de trecho enlazan por el centro las dos
cordilleras de los Andes ecuatorianos, cruza de oriente a occidente,
separando con su elevacin los ros que forman el venaje del Paute, que va
para el Atlntico, de los que componen el del Jubones que se encamina
hacia el Pacfico. A las faldas septentrionales donde est nuestro
ejrcito (S. O. de Cuenca), -303- se extiende la llanura de Tarqui,
ancho y lindo ejido vestido de verde, y a las meridionales, donde paraba
el enemigo, se ven tiernas escarpadas, selvas y colinas que favorecan su
posicin. El Portete, es, pues, una como puerta por donde el nudo abre
paso a las tierras de occidente por Hornillos, y a las del sur por Girn y
San Fernando, y ese es el punto de que se haba posesionado el general
Plaza, jefe de la divisin de la vanguardia enemiga. Tena a su frente una
quebrada bastante profunda, a la derecha breas y despeaderos, a la
izquierda selvas tupidas, y a las espaldas el grueso y nervio del
ejrcito. Casi no caba dar con mejores resguardos, pues hasta otro de los
desfiladeros de las inmediaciones era tan estrecho que slo poda

atravesrselo por contadero, por lo cual sin duda ni haba pensado Plaza
en defenderlo.
El escuadrn Cedeo, puesto a riesgo de ser aniquilado en aquella garganta
por el incesante fuego de los enemigos, fue protegido por el batalln
Rifles. La falta de claridad suficiente y los embarazos que presentaba el
terreno obligaron a que este solo cuerpo sostuviese el combate por ms de
un cuarto de hora. El capitn Piedrahita, del batalln Quito, destacado
horas antes con ciento cincuenta hombres sacados y escogidos de todos los
cuerpos, para presentarlos a la vanguardia, se haba extraviado en el
camino, y asomado por la retaguardia del Rifles cuando ya se estaba
combatiendo. Piedrahita rompe su fuego contra Rifles, y Rifles los suyos
contra Piedrahita, destrozndose mutuamente nuestros soldados. Por
fortuna, el engao dur pocos instantes; se aclar el da y se conocieron.
En seguida se dispuso que la compaa de cazadores del Yahuachi se moviese
para nuestra izquierda, y el general Flores, con los de este cuerpo y el
Caracas, avanza por las selvas del ala derecha. Reforzado as el Rifles
con la compaa del Yahuachi, vence el paso de la quebrada y desconcierta
a la carga la divisin del general Plaza. Presntase el general Lamar con
una gruesa columna y restablece el combate, y de seguida se presentan
-304- igualmente por la colina dos cuerpos de la divisin del general
Gamarra, y queda generalizada la batalla.
El general Flores, entre tanto, haba logrado situar de frente el batalln
Caracas, y a este tiempo se incorpora la segunda divisin colombiana que
se esperaba. Reunidos Caracas, Yahuachi y Rifles, y dueos de las breas
los cazadores del segundo cuerpo, se precipitan simultneamente sobre los
enemigos al tiempo que se arroja con el mismo mpetu el escuadrn Cedeo.
No pudieron resistir al vigor de tan ruda carga, y a las siete de la
maana, Colombia, aunque con sentimiento, venga el ultraje de la invasin
y aade un nmero ms al largo padrn de sus victorias.
El campo estaba ya libre de enemigos, y todava cuantos fugaron por el
desfiladero de Girn fueron a encontrar su sepulcro en este punto. El
coronel Alzuro que persegua activamente por su lado a los fugitivos, fue
a dar algo ms lejos del campo de combate con el general Serdea puesto a
la cabeza de un cuerpo, y tuvo tambin la suerte de vencerle; como
vencieron igualmente Guevara y Brown en otros puntos.
Satisfecho el vencedor con estos triunfos, envi un oficial de estado
mayor en busca del general Lamar, que se haba retirado a una llanura, a
ofrecerle los medios de salvar las reliquias de su ejrcito, para que le
fuera menos funesta su derrota. Lamar le contest pidiendo la
manifestacin de las concesiones que se le ofrecan, y Sucre despach al
punto a Heres y O'Leary para que se las llevasen y orden que se
suspendiese la persecucin.
El enemigo tena ms de dos mil quinientos hombres entre muertos y
heridos, prisioneros y dispersos. De los primeros estaban tendidos en el
campo mil quinientos, y por despojos se tena multitud de armas, banderas,
cajas de guerra, equipos, etc.
El general Sucre, sin abusar del triunfo, instruy a sus comisionados que
presentasen por bases de negociacin las mismas de Oa, propuestas antes
de la batalla, -305- y todava los comisionados peruanos contestaran

que esas condiciones eran las que un ejrcito vencedor impondra a un


pueblo vencido, y que no podan aceptarlas. Se acercaba ya la noche cuando
Sucre recibi esta contestacin y la devolvi en el mismo instante con el
ultimatum de que, si no las aceptaban hasta el amanecer del da siguiente,
no concedera ninguna tregua sin aadir a las bases de Oa la entrega del
resto de sus armas y banderas, y el pago efectivo de todos los gastos de
esta guerra.
Mientras viniera el resultado, dict el decreto de honores y premios para
los vencedores, y por el artculo 1. dispuso que se levantase en el campo
de batalla una columna de jaspe, de cuatro caras, destinadas las tres para
inscribir los nombres de los cuerpos del ejrcito del sur, y los de los
oficiales y soldados muertos. La cuarta cara, con vista al campo enemigo,
deba llevar esta inscripcin: El ejrcito peruano, de ocho mil soldados,
que invadi la tierra de sus libertadores, fue vencido por cuatro mil
bravos de Colombia el 27 de febrero de 1829.
Casi no cabe creer que el cuerdo y modesto Sucre fuere el autor de
semejante artculo, cuando no tena por qu lastimar el orgullo del
ejrcito vencido que se port en la batalla con toda bizarra, ni
necesidad de realzar la bravura del colombiano ya de ms a ms afamado en
el mundo culto. Pero as va la cordura del hombre siempre expuesta a
desquiciarse por el arranque de las pasiones del momento, y ese decreto,
brote del entusiasmo producido por la victoria, germin largos disgustos y
las penalidades de una segunda campaa como ya veremos.
A las cinco de la madrugada del 28 se present en el campamento del
mariscal de Ayacucho, un coronel peruano, solicitando, a nombre del
general Lamar, la suspensin de toda hostilidad, y que el mismo Sucre
designase las personas de su confianza que, por parte de aquel, deban
nombrarse de comisionados. Sucre contest que todos los jefes peruanos le
eran iguales; pero que deseaba fuese uno de ellos el general Gamarra, su
antiguo -306- compaero de armas. En consecuencia, a las diez del
mismo da se reunieron al frente de Girn el general Flores y el coronel
O'Leary, comisionados por Sucre, y los generales Gamarra y Orbegozo por el
presidente Lamar.
Los tratados se celebraron y firmaron con arreglo a las mismas bases
propuestas antes por el general Sucre, sin otras adiciones que las de que
el Per devolvera la plaza de Guayaquil, su marina y ms elementos
entregados en depsito; igual devolucin de la corbeta Pichincha; el pago
de ciento cincuenta mil pesos para cubrir las deudas que hubiesen
contrado los departamentos de Guayaquil y Azuay, y en retribucin de los
daos particulares; la desocupacin del territorio colombiano que deba
verificarse dentro de veinte das por la va de Loja; y el compromiso de
que seran amnistiados los colombianos en el Per, y los peruanos en
Colombia por sus opiniones a causa de esta guerra.
La prdida del ejrcito colombiano apenas subi a ciento cincuenta y
cuatro muertos, contndose entre estos los comandantes Camacaro, Nadal y
Villarino, y los heridos a doscientos seis, con inclusin de ocho
oficiales. En virtud de las facultades con que el director de la guerra
estaba investido, ascendi a Flores en el mismo campo de batalla, a
general de divisin, como el capitn ms sealado entre otros que se
afamaron en la jornada de Tarqui50; y a O'Leary a general de brigada. El

-307- mariscal Sucre, terminada la campaa, se volvi para Quito, acaso


ms contento de continuar con el reposo de la vida privada que del
esplendor de su triunfo.
Las hojas del folleto titulado Campaa de treinta das son bien dignas de
compaginarse con las de la campaa de Ayacucho.

-[308]-

-309-

Captulo X
Comisin del congreso para el general Pez.- Conferencias con los
comisionados de Venezuela.- Constitucin de 1830.- Eleccin de presidentes
y vicepresidentes de la repblica.- Acta de separacin del Ecuador.- Se
convoca el congreso constituyente del Ecuador.- Insurrecciones militares
en el centro.- Sucesos de Venezuela.- Urdaneta a la cabeza del gobierno de
Colombia.- Bolvar en Cartagena.- Asesinato de Sucre.- Muerte de Bolvar.

IV

Y hemos dicho la ltima pgina de Colombia porque hasta esa corta


esperanza que haba quedado para conservar su nombre con la asociacin del
centro y sur, vino a desaparecer tambin por los mismos das. Como si el
Ecuador se hubiera contenido slo por un acatamiento al -310- congreso
constituyente, y como si, por una comunicacin telegrfica de las que
ahora se han inventado, hubiere recibido la noticia de que cerrara sus
sesiones el da 11; se levant el 12 y sigui los pasos de Venezuela. El
doctor Ramn Mio, que haca de procurador general en Quito, elev en esta
fecha al prefecto del departamento una representacin, exponiendo
llanamente que, pues la mayor parte de los departamentos haba manifestado
la disolucin del convenio con Colombia, y pues aun el poder ejecutivo
haba solicitado que el congreso declarase extinguida la existencia de la
nacin con un gobierno central; deba el Ecuador, en uso de sus derechos,
proceder tambin a la organizacin de un gobierno separado, para lo cual,
y con el fin de no alterar la tranquilidad pblica, peda se convocase a
los padres de familia, a que expusiesen franca y libremente sus opiniones
acerca del modo y forma con que quisieran constituirse.
Haca entonces de prefecto el general Jos Mara. Senz, uno de los jefes
ms adictos al Libertador, y no quiso acceder a semejante representacin,
mientras no fuere reiterada por los miembros de la municipalidad. Tan
apurados anduvieron los que componan este cuerpo en dar su
consentimiento, que dentro de muy pocas horas pasaron al prefecto el
respectivo oficio insistiendo en la solicitud del procurador.
En seguida trasmiti el general Senz esta comunicacin al general Flores,

entonces prefecto general del distrito del sur, y Flores que se hallaba en
una hacienda de las de Pomasqui (a tres leguas de Quito), contest en la
misma fecha accediendo a la peticin de los municipales; por manera que a
juzgarse por este vaivn del da 12, es de persuadirse que lo ocurrido
como parto de improvisacin, fue obra de algn arreglo bien discutido y
reflexionado desde muchos das antes. A pesar de la gravedad del asunta,
viose todo muy hacedero, y lo fue en efecto; pues, el 13, muy temprano, se
reunieron en el saln de la Universidad, unas cuantos de lo ms granado de
la ciudad, y as sin ninguna discusin, cuanto ms con dificultades que
vencer, declararon: primero, que constituan -311- el Ecuador como
Estado libre e independiente; segundo, que, mientras se reuniese el
congreso constituyente del sur, encargaban el mando supremo, civil y
militar al general Juan Jos Flores; tercero, que se autorizaba a este
para que nombrase los empleados pblicos y ordenase cuanto fuere necesario
para el mejor rgimen del estado; cuarto, que quince das despus de
recibidas las actas de los dems pueblos que deban componer el Estado,
convocase un congreso constituyente, conforme al reglamento de elecciones
que tuviera a bien dictar; quinto, que si hasta dentro de cuatro meses no
pudiere reunirse este congreso, el pueblo se congregara de nuevo para
deliberar su suerte: sexto, que el Ecuador reconocera en todos tiempos
los eminentes servicios prestados por el Libertador a la causa de la
independencia americana; y sptimo, que estas declaraciones se pasasen al
jefe supremo, para que las trasmitiera a los otros departamentos del sur
por medio de diputaciones.
La sesin fue, como hemos dicho, tranquila y ordenada, no habindose
detenido en otro punto que en la fijacin de las bases que el procurador
Mio quiso se pusiesen a todo trance como reglas a que deba sujetarse el
jefe supremo, mientras se organizara el gobierno de un modo
constitucional.
El general Flores, que es quien, por la cuenta, haba preparado con
destreza las peticiones y resultados, se limit maosamente a comunicarlos
al gobierno de Colombia, protestando s, segn haba podido traslucir (son
sus palabras) que los habitantes del Ecuador deseaban conservar el
glorioso nombre de Colombia, y mantener con los dems sus leales y francas
relaciones, por medio de la federacin que deseaba establecer con los
Estados del centro y norte.
Guayaquil, por el acta que celebr el 19 del mismo, se puso de todo en
todo de acuerdo con lo arreglado en Quito, y sucesivamente en Cuenca, por
acta del 20, y las dems ciudades y pueblos de los tres departamentos se
encarrilaron por el mismo orden. Aunque parece que al principio no fue muy
general el entusiasmo con que se -312- recibi la separacin del
gobierno de Colombia, posteriormente, y mucho ms cuando se supo que
Bolvar se haba retirado a la vida privada, se populariz de un modo
uniforme y cuasi completo. La constante dictadura de Bolvar, delegada,
con ms o menos restricciones, a los jefes superiores, a los comandantes
generales, intendentes o prefectos, gobernadores, etc.; las facultades
extraordinarias con que tambin casi constantemente se mantuvieron
investidos el poder ejecutivo y las autoridades inferiores a quienes las
trasmita; los estorbos de todo gnero, procedentes de la inmensa
distancia de la capital de Colombia; las muy pocas, por no decir ningunas,

consideraciones que se haba tenido por los departamentos del sur, las
repetidas y enormes contribuciones impuestas por los congresos
colombianos, por el gobierno, por Bolvar o por los jefes superiores; y,
ms que todo lo dicho, las aspiraciones y deseos de mandar, reduciendo
para ello el teatro en que no haban podido darse a conocer ni hacer mucha
figura que digamos; fueron motivos que los ecuatorianos adujeron,
comentaron, amplificaron y hasta exageraron a las mil maravillas para
aceptar con entusiasmo la separacin del gobierno de Colombia. A juzgarse
por el sentido de las actas, el Libertador haba sido el nico vnculo que
tena reservado el pensamiento de declarar soberano al Ecuador.
Conformada en todo el sur semejante separacin, los actos oficiales del
general Flores con el gobierno del centro fueron ya como los de la cabeza
de un gobierno independiente; esto es, sirvindose de un secretario
general, destino que lo desempe el doctor Esteban Febres Cordero. El
jefe supremo expidi luego con fecha 31 el decreto de convocatoria para la
reunin del congreso constituyente, el cual deba congregarse en la ciudad
de Riobamba el 10 de agosto, y de seguida el reglamentario de elecciones
para la diputacin.
El artculo 28 de este ltimo decreto, y su inciso dicen: Cada
departamento tendr siete diputados, cuyo nombramiento se distribuir en
esta forma: En el Ecuador, la provincia de Pichincha nombrar cuatro
diputados, -313- la de Chimborazo dos, y la de Imbabura uno. En el de
Guayaquil, la provincia de este nombre elegir cuatro, y la de Manab
tres. En el de Azuay, la de Cuenca nombrar cuatro, y la de Loja tres. El
inciso: La provincia de Pasto y las dems que se incorporasen al Estado
del sur debern nombrar un diputado por cada una de ellas que reuna las
calidades prevenidas, y sea natural o vecino de la provincia que lo
nombrare.
Para comprender el sentido de la primera disposicin, es preciso saber que
los departamentos de Guayaquil y Azuay, al conformarse con el acta de
separacin hecha por el del Ecuador, lo verificaron con la condicin de
que ellos haban de gozar de la misma representacin que este, sin
miramiento ninguno a su mayor o menor nmero de habitantes. Para
comprender la segunda, es de saberse que los hijos de Pasto, a
consecuencia de la revolucin de Venezuela, de las conmociones de Ccuta y
del Socorro, y de lo desasosegada que estaba la provincia del Cauca, se
haban dirigido al prefecto general del sur en 27 de abril, esto es antes
de la separacin del Ecuador, pidiendo incorporarse al departamento de
este nombre, ya que desde muy atrs se hallaban en lo judicial y militar,
subordinados a su jurisdiccin.
El jefe supremo, al participar este intento al gobierno de Colombia, se
explic diciendo que estaba resuelto a sostener con el poder de la
opinin y de las leyes la voluntad que han expresado (los habitantes de
Pasto) y a combatir contra los esfuerzos que el espritu de la pretensin
pudiera tal vez intentar para contrariar la voluntad de un pueblo.
El general Flores, como se acaba de ver, obr de ligero en ambos casos.
Por el primer artculo, aceptando un principio desconocido en el derecho
constitucional, que apur el azote del provincialismo, y un semillero de
cargos, protestas y desconfianzas, entre los departamentos; y, por el
segundo, provocando una guerra que muy luego vino a realizarse y terminar

con resultados que no correspondieron a sus propsitos. Esto, fuera de


haber sido -314- impoltica e injusta la provocacin que hizo a las
dems provincias que se incorporasen al Estado del sur.
En medio de la precipitacin con que el Ecuador procedi a constituirse,
el jefe supremo dirigi desde Guayaquil una comunicacin, con fecha 30 de
junio, al encargado del poder ejecutivo en el gobierno del centro,
provocndole a una confederacin entre el Ecuador, Nueva Granada y
Venezuela, sin perjuicio de conservar la unidad de Colombia. El secretario
General pas otra, con el mismo fin, al de relaciones exteriores, y aun se
nombraron dos comisionados para que partiesen, como en efecto partieron, a
Bogot y Caracas, con el objeto de ponerse de acuerdo con los gobiernos
respectivos acerca del modo de llevar al cabo este proyecto. Cuando el
general Antonio Morales, comisionado para el centro, lleg a Bogot,
estaba ya alterado el orden constitucional, y se hallaba a la cabeza del
gobierno del general Rafael Urdaneta, quien eludi las proposiciones,
arrimndose a la razn de que en asunto de tanta gravedad deba reservarse
para que lo resolviera el Libertador, llamado de nuevo por el voto de
muchos pueblos. Tampoco tuvo mejor xito la comisin del general Antonio
de la Guerra, enviado a Venezuela por esta seccin de Colombia, como vamos
a ver, tena manifestado ya que no entrara en arreglo ninguno con las del
centro y sur, mientras se conservase Bolvar en el territorio de la gran
repblica.
Suspenderemos en este punto los sucesos del Ecuador, porque desde la
reunin de su congreso constituyente ya no tendremos que tratar de las
otras dos secciones, y pasemos a narrar las ltimas ocurrencias de estas,
cuando ya Colombia andaba en agonas.

Desde antes de saberse en el centro las novedades del sur, haban ocurrido
otras de suma trascendencia en sus provincias. El batalln Boyac,
acantonado en Riohacha, -315- siguiendo el ejemplo de los de
Maracaibo, que haban conformado sus opiniones con las de los otros
pueblos de Venezuela, sali de la ciudad y se encamin al departamento de
Zulia a ponerse bajo la proteccin del general Pez. Algunas partidarios
de Bolvar, descontentos con el rumbo que iban tomando los negocios del
congreso constituyente de Venezuela, haban tratado, atrevidos, de
disolverlo, y proclamar en mala hora la dictadura por medio de un motn o
cosa semejante; por fortuna, la trama fue descubierta en tiempo, y merced
a las oportunas disposiciones del gobierno haba llegado a sofocarse. Un
nuevo trastorno haba ocurrido tambin en Bogot un da antes del en que
iba a salir el Libertador para Cartagena. El Batalln Granaderos y el
escuadrn Hsares del Apure, compuestos ambos en la mayor parte de gente
venezolana, prendieron a sus jefes y oficiales, manifestando la resolucin
de volverse para su patria, y exigieron, armados, se les satisficiera los
crecidos sueldos que, de tiempos atrs les deba el gobierno. Por dems

angustiosa era principalmente entonces la situacin del Erario, y el


gobierno, impotente para hacerse obedecer, tuvo, que entrar en arreglos
con los sublevados. Los generales Portocarrero y Silva sirvieron de
mediadores entre las autoridades y la tropa, la cual, contentndose con
algunas promesas hechas por el gobierno, sali de Bogot bajo las rdenes
de aquellos capitanes. Los cuerpos se dirigieron a Pamplona, y all se
incorporaron a las fuerzas con que el general Mario cubra las fronteras
occidentales de Venezuela desde meses atrs.
Tampoco Venezuela se haba mantenido tranquila desde su separacin de
Colombia, pues si hubo jefes y oficiales que abrazaron contentos la
revolucin que en ella se verific, hubo tambin otros ardientemente
decididos por Bolvar, y por la unidad y conservacin de la gran repblica
que iba ya a desaparecer. Y no slo esto, sino, que, habindose ordenado
por el Libertador el movimiento de algunas tropas hacia Pamplona, vnosele
al general Paz discurrir que se trataba de rendir a Venezuela por la
fuerza; y en tal concepto, juzgando tambin de su -316- deber ponerse
en armas y defenderla, acanton por escalones algunos cuerpos, con el
general Mario a la cabeza de la vanguardia del ejrcito.
En medio de este aparato blico fue cuando vino a verificarse la reunin
del congreso constituyente de Venezuela, y fue en tales circunstancias
cuando este cuerpo, suponiendo hallarse todava reunido el de Colombia, le
pas una comunicacin (28 de mayo) declarando que Venezuela estaba pronta
a entrar en transacciones con Quito y Cundinamarca. En esta misma
comunicacin quin haba de pensarlo! se aada que, siendo Bolvar el
origen de todos los males sufridos por Venezuela, y temblando todava de
haber estado expuesta a ser por remate su patrimonio, protestaba que,
mientras este permanezca en el territorio de Colombia, no podran
verificarse aquellas transacciones. Si es que la historia sirve de
enseanza para las generaciones futuras, la historia ensear que los
diputados Jos Oso, Luis Cabrera y ngel Quintero, hombres desconocidos
por sus servicios en la guerra de la independencia, fueron los que, en la
sesin del 28 de mayo, pidieron y recabaron que el congreso dictase
aquella declaratoria; y que los diputados Ramn Ayala y Juan Evangelista
Gonzlez, para empaar ms su memoria, propusieron que se pusiera a
Bolvar (al que ellos haban redimido) fuera de la ley, si llegaba a poner
el pie en Curazao, y a cuantos otros se le unieran.
Y no era por primera vez que se oan esas palabras acres y candentes, sino
repeticin de otras acaso ms agudas y atroces, vomitadas por la prensa de
Venezuela y Nueva Granada. El Ecuador, por el contrario, interesndose
adolorido en la suerte y fama de aquel varn insigne, y mostrndose
reconocido porque a l deba su ser, veneracin y amor, suplicando se
sirviera elegir para su residencia esta tierra que le adoraba y admiraba
por sus virtudes; y viniera a vivir en nuestros corazones, y a recibir los
homenajes de gratitud y respeto que se debe al genio de la Amrica, al
Libertador de un mundo. El Congreso constituyente del Ecuador, rebosando
de estos -317- mismos deseos expidi el decreto de 24 de setiembre
proclamndole Padre de la Patria y protector del sur de Colombia,
confirmando y ratificando en su favor los ttulos conferidos por leyes
colombianas anteriores, y ordenando se decorasen con su retrato las salas
de justicia y de gobierno, y se tuviese el aniversario de su nacimiento

como da de fiesta nacional.


El oficio del congreso de Venezuela, que lo recibi el presidente
Mosquera, encargado ya del gobierno desde el 15 de junio, le lleg por
desgracia en muy malas circunstancias; y en los conflictos de no tener un
partido prudente que tomar, por que todos, a cual ms parecan
indiscretos, ni como atender nicamente a la voz de su magnnimo corazn,
adopt el siempre temerario de transcribrsele al Libertador que moraba en
Cartagena pobre y sin salud. Es fama que se adopt esta medida por la
voluntad e influencia de los ministros del seor Mosquera, desde buen
atrs enemigos polticos de Bolvar, y principalmente por la del doctor
Vicente Azuero, a cuyo cargo estaban los ramos de lo interior y justicia.
Y no digamos que los movimientos ocurridos en Riohacha, donde se alzaron
algunos de sus vecinos y los militares proclamando la jefatura suprema del
Libertador y la integridad de Colombia, justifican aquella temeridad;
porque ni se tema tal alzamiento, ni fue por tal causa que los diputados
de Venezuela incurrieron en tan inslita ingratitud, ni el suceso fue
tampoco de gran importancia para que demandase medida tan impa. Tan
cierto es lo dicho que, pocos das despus, el general Jos Tadeo Monagas,
comisionado por el general Pez para entenderse con los rebeldes se
arregl con ellos del modo ms pronto y fcil, y qued restablecida la
tranquilidad de todo ese territorio.
Por otro gnero de dudas y desconfianzas azarosas tuvo tambin que pasar
Venezuela con motivo de la incorporacin que hicieron en Ccuta algunos
batallones a las fuerzas del general Mario; pues era lengua que varios de
sus jefes y muchos oficiales se hallaban inclinados, -318- si no ya
decididos, a resucitar la dictadura. Pero la llegada del Granaderos y de
los Hsares del Apure, y la certeza de que el Libertador haba dejado
definitivamente el mando de la repblica, los redujo a la necesidad de
conformarse y entrar en Venezuela, donde fueron desarmados unos, y
refundidos otros en distintos cuerpos.
Consecuente el gobierno con lo que haba decretado el congreso colombiano,
envi un comisionado para Venezuela a que ofreciese a sus pueblos la
constitucin que acababa de dictarse y publicarse. El comisionado fue bien
recibido y atendido, pero los gobernantes no quisieron admitirla; antes al
contrario, declararon que la separacin de su territorio era irrevocable,
y estaban prontos a entrar en arreglos federales con las otras dos grandes
secciones colombianas, tan luego como estas quedasen organizadas y como el
general Bolvar desocupase el territorio.
Venezuela, pues, qued definitivamente constituida cuando el congreso
cerr sus sesiones el 14 de octubre, y en este da se desanudaron nuestros
vnculos de familia social con esa hermosa porcin de Colombia, semillero
de tantos hroes y cuna de muchos hombres, cuenta aun por otros varios
respectos. Venezuela hizo entonces cuanto pudo por constituirse con el
mayor acierto posible en sus circunstancias, y por mejorar su estado
poltico. Venci con firmeza las dificultades que opona la desenfrenada
soldadesca, dispuesta a continuar con su vida licenciosa y nombr
presidente del Estado al general Jos Antonio Pez.

VI

El gobierno del centro, andando como a ciegas en punto al rumbo que le


convena seguir, se hallaba zozobrante, pues senta a su derredor tal
efervescencia que no estaba seguro de poder subsistir. Solcito por
conservar -319- la tranquilidad de los pueblos que le haban prestado
obediencia, se esmeraba por afianzar su condicin, mas, por desgracia,
tena que obrar y obraba bajo la influencia de las pasiones ms exaltadas,
sin que le fuera dable reprimirlas.
El partido liberal que, con la eleccin del seor Mosquera, crea haber
triunfado de los Bolivaristas, crea tambin, acaso de buena fe, que sus
enemigos, con inclusin de Bolvar, valindose de las tropas acantonadas
en la capital, intentaban fraguar una conspiracin para subvertir el orden
de entonces y resucitar el antiguo, y se agitaba por impedir la
realizacin de un proyecto que en realidad no haba. Este partido que,
apreciando la revolucin y separacin de Venezuela, haba, por
consecuencia, apreciado la disociacin de Colombia, haba tambin
festejado a sus anchas el nombramiento de los dos primeros magistrados, y
aadido a los repiques de campana, msica y vivas de costumbre, otros
vivas al general Santander, al seor Soto y, en fin, a los ms de los
perseguidos y castigados por la conjuracin del 25 de setiembre. Estos
desacordados procedimientos haban naturalmente inquietado a los
Bolivaristas, los cuales, a su vez, temieron que los otros pensaban
castigar su fidelidad al Libertador y los deseos de sostener la integridad
de Colombia. Obra de tal estado de desconfianzas fue el movimiento d e los
cuerpos Granaderos y Hsares de Apure de que antes hablamos, y obra de ese
mismo estado el que despus, a la entrada de los setecientos hombres del
batalln Boyac, compuesto nicamente de oficiales y soldados granadinos,
se los recibiese con los mismos vivas, y ms cuando tambin venan
incorporados varios de los conspiradores de setiembre.
Pocos das despus entr el batalln Callao, grueso apenas de doscientas
cincuenta plazas, y compuesto slo de gente venezolana; y los partidos, ya
desde antes muy enconados, llegaron a exaltarse ms y ms, por las
atenciones y miramientos habidos con el Boyac, y reservas y frialdad con
el Callao. El seor Mosquera, apurado por la bandera liberal que, en sus
deseos de vengar las consecuencias -320- del atentado contra la vida
de Bolvar, quera deshacerse estrepitosamente de los Bolivaristas,
procuraba calmar a los unos, proteger a los otros, buscar la paz y
seguridad para todos, y sin embargo nada obtuvo; y acongojado y aburrido
en su impotencia se enferm y tuvo que salir al campo en busca de salud.
El seor Caicedo, que se encarg del poder ejecutivo, tan discreto como el
seor Mosquera, emple los mismos medios suaves para dar con la apetecida
tranquilidad, y, con todo, la efervescencia continu con igual, si no
mayor, pujanza. Ocurrisele en tales conflictos el arbitrio de ordenar que
el batalln Callao saliese de Bogot y fuese de guarnicin a Tunja; y su
jefe, el coronel Florencio Jimnez, uno de los ms valientes y atlticos
de Colombia, hombre sencillo y moderado, pero de cortos alcances, y tan
ignorante que apenas saba medio leer y escribir, obedeci, como militar

de orden, y se puso en camino para su destino. Llegado a Gachancip,


distante cosa de diez leguas de la capital, se le presentaron algunos
vecinos de las inmediaciones y pusieron en sus manos una representacin en
que le pedan suspendiese la marcha del cuerpo o pasase sobre sus
cadveres. Jimnez, incapaz de deliberar por s, y observando lo
alborotado que andaban los pueblos de la Sabana, dirigi al punto un
oficio al gobierno exponindole lo ocurrido y observado, sin cambiar por
esto la resolucin de seguir su marcha. Como los vecinos de Gachancip
tenan inters en suspenderla, se anduvieron en rodeos para no
proporcionar bagajes, y mientras venan o no venan, los milicianos de la
sabana, decididos por el antiguo orden de gobierno, tomaron a un oficial,
conductor de un oficio procedente del Estado mayor general para el
comandante de armas de Tunja, por el cual se le prevena que, caso de
haber motivo para desconfiar del batalln Callao lo disolviese. Este
oficio levant la grita de los alborotadores hasta el cielo, y aun el
manso Jimnez, conceptundose vctima, no del gobierno, sino del partido
bajo cuya presin obraba, se resolvi a suspender la marcha y a terciar
con los rebeldes. En consecuencia, quedaron incorporados a sus filas unos
como trescientos hombres que, con sus armas -321- y respectivos jefes
y oficiales, se le haban presentado.
Dos compaas del batalln Boyac que el gobierno haba destacado a
Cipaquir, fueron vencidas por otras dos del Callao en la Pea del guila,
y desde entonces ya se mir como imposible todo arreglo entre tan
enconados partidos. Con todo, el vicepresidente despach al general Ortega
a que se entendiese con los sublevados y viese lo que deseaban, y esto a
pesar de la repugnancia y alborotos del partido liberal, a cuyo juicio no
caban transacciones de ningn gnero.
El general Ortega encontr en Cha al coronel Jimnez, el cual, despus de
manifestarle lo imprescindible que le haba sido acoger el pronunciamiento
de los pueblos, y el pesar de haber ofendido a los dos primeros
magistrados, por quienes guardaba sumo respeto; concluy por decirle que
slo deseaba el cambio de los ministros de Estado, debiendo llamarse en su
lugar a otros que prestasen garantas a entrambos partidos, pues la
amnista ofrecida por el gobierno sera ineficaz, y por lo mismo
inaceptable.
Los ministros al traslucir la solicitud de los disidentes, elevaron, como
lo demandaba la delicadeza, las renuncias de sus destinos, y se asegura,
que el vicepresidente, movido del inters de cortar males que podan
llegar a ser mayores, estaba inclinado a admitirlas. Por desgracia, una
junta de exaltados liberales, en la cual se trat de no obedecerle si
admita la proposicin de los rebeldes, le resolvi a negarse a la
admisin. Por suma petulancia caba en efecto conceptuar la pretensin de
los facciosos, y cumpla al decoro del gobierno rechazarla sin examen;
mas, atentas las circunstancias, tambin cumpla a los ministros insistir
en sus renuncias.
Los rebeldes, entre tanto, aumentaron sus filas con el escuadrn de
milicias de Fontibn y con otras milicias de las correspondientes al
departamento de Cundinamarca, porque la faccin de da en da iba
extendindose a ms y ms. El gobierno, por su parte, pens tambin
-322- hacerse de ms fuerzas y con tal intento pidi auxilios a Tunja,

Socorro y Casanare. El general Moreno, jefe de las tropas de Casanare, no


pudo moverse por falta de medios, y sucedi adems que los coroneles Mares
y Reyes, despus de la salida de los 650 milicianos de Tunja, se
sublevaron en esta ciudad, proclamando al Libertador generalsimo de los
ejrcitos, y luego les siguieron otros y otros pueblos de Bogot. Las
fuerzas del Socorro se sublevaron, asimismo, con el escuadrn 2. de
Hsares y las milicias que haba reunido el general Antonio Obando, y
pusieron los insurrectos a su cabeza al general Justo Briceo.
El coronel Jimnez, cuya defeccin era ms bien obra de flaqueza que no de
voluntad propia, se dej muy pronto dominar y arrastrar por la de los
jefes, oficiales y ms Bolivaristas, que se le haban unido, tan exaltados
como sus enemigos, y asom a la cabeza de los rebeldes en el ejido de
Bogot en la alborada del da 15 de agosto. La inquietud en que entraron
sus moradores fue tamaa; pero entusiastas y briosos como eran para no
dejarse combatir por la faccin, corrieron a las armas y se prepararon
para la defensa. El gobierno, en sus conflictos, ocurri al medio de
enviar dos comisionados para que ofreciesen amnista a los disidentes o se
entendiesen con ellos; comisionados que, en resumen, slo obtuvieron una
como exposicin dirigida al vicepresidente acerca de las causas que
motivaron la insurreccin del Callao y pueblos de la Sabana, y en que
pedan, entre otras cosas, el cambio de los ministros, con excepcin del
seor Borrero, quien poda continuar en su despacho; el aumento de las
plazas del dicho cuerpo hasta igualarlo con los que haba en Bogot; el
olvido de lo pasado; la orden de que los conspiradores de setiembre no
pudiesen residir en la ciudad ni obtener mando ninguno; y que se instase
al general Rafael Urdaneta para que se encargase del ministerio de la
guerra. En tal exposicin volvieron a hablar de su temor en obligar al
gobierno a dar pasos humillantes, cuando deseaban respetarle y obedecerle
al estar libre de la opresin ministerial, mas, aadieron atrevidos,
-323- que pasada la hora que fijaban para el cumplimiento de lo
propuesto, no seran los exponentes responsables de la sangre que se
derramase. El gobierno les envi otros comisionados, y parece que entre
ellos y Jimnez se convinieron en que este retirara sus fuerzas a seis
leguas distantes de la ciudad, y que el gobierno dara orden de suspender
la marcha de las tropas que haba llamado en su auxilio. Jimnez, en
efecto, se volvi para Fontibn; mas, como en seguida supo que se haban
destacado doscientos veteranos para proteger la entrada de las milicias de
Tunja, tambin se volvi a venir, y escribi al presidente (haba vuelto
ya del campo) manifestndole la opresin en que se hallaba el gobierno y
el quebrantamiento del convenio, y suplicndole pasase a su campamento a
disponer de las fuerzas, con la persuasin de que no pretendan sino la
libertad del mismo gobierno y la seguridad para todos, con inclusin de la
de sus propios enemigos.
En efecto, el presidente pas al campo enemigo y se vio con Jimnez en la
hacienda Techo, donde los conmilitones de este le entregaron un escrito
que contena, entre otras de menor importancia, estas proposiciones: que
el batalln Boyac saliese para el Cauca, el Callao para Guaduas, y el
Cazadores de Bogot para Tunja; y que el gobierno, olvidando lo pasado,
les asegurase la vida, propiedades y destinos de cuantos andaban empeados
en tal orden de cosas, sin exceptuar ninguna clase, condicin ni estado.

El presidente someti las proposiciones al consejo de Estado, y a pesar de


la recomendacin con que lo hizo; aadiendo que, por medio del general
Urdaneta, en quien los rebeldes tenan suma confianza, aceptaran la
amplia amnista que deba ofrecrseles, fueron rechazadas. Acord, eso s,
que se diese un decreto de amnista, y el ministro Azuero, a quien
corresponda autorizarlo, se neg tambin a esto. Instado de nuevo, se
convino al fin en redactarlo, pero lo redact de tal manera que, lejos de
poder servir para el arreglo y tranquilidad que se buscaba, debi
forzosamente dar contrarios resultados, pues -324- todos los
considerandos, a cual ms eran ultrajantes para los descarriados.
El general Urdaneta, cuya decisin por el Libertador se enfriara algn
tanto con motivo de la disconformidad de opiniones en punto al
nombramiento del presidente de Colombia, haba sido acogido desde entonces
por los del bando liberal con agasajos, y hasta perdonado de sus
ingerencias en el castigo de los conspiradores contra la vida de Bolvar,
y Urdaneta, en consecuencia, llegado a ser persona en quien confiaban
ambos partidos. Moraba este general en una hacienda suya, y cuando supo la
insurreccin del Callao escribi al gobierno ofreciendo, sus servicios, y
el gobierno los acept de buena voluntad. Como eran sinceros los
ofrecimientos, se puso en camino para la capital; mas sucedi que en el
camino se encontrase con el coronel Jimnez que se haba acercado a Bogot
para impedir la entrada de las tropas de Tunja y con tal motivo se fue con
este para Fontibn, de donde ofici al Ministro Azuero y escribi al seor
Mosquera pidindole las instrucciones correspondientes para entablar los
apetecidos arreglos. La reunin del general Urdaneta con Jimnez hizo
creer a los ministeriales que eran traidores esos ofrecimientos, y se
echaron mueras! contra el asesino de los mrtires de la libertad, de los
nclitos patriotas del 25 de setiembre, y se pusieron letreros en las
paredes, pidiendo la cabeza del general Urdaneta, de todo lo cual fue
menudamente informado.
Las instrucciones que este general recibi consistieron en el decreto que
antes tratamos, y no viendo en l sino los ultrajes hechos a esos mismos a
quienes iba a reconciliar con el gobierno, se enfad y temi, como era muy
natural, que se pensaba en perderle a l mismo, juntamente con los
rebeldes. Esto, y el haber recibido tambin por aadidura el desdn de que
poda retirarse, le resolvi a entregar el pliego a Jimnez, y desde tal
ocurrencia, y no antes, vino a complicarse en la revolucin. El enfado que
la lectura del decreto caus en el coronel Jimnez y cuantos le
acompaaban subi de punto.
-325As, pues, si hubo culpa, y muy tamaa de parte de los pueblos de la
Sabana, si la hubo de parte de Jimnez, de los dems jefes que segundaron
su defeccin, y de Urdaneta mismo por haber puesto en mano de los
facciosos el malhadado decreto, produccin enconada del partido sediciente
liberal; hbola mayor, dicha sea la verdad, de parte de los de esta
bandera en violentar las inclinaciones pacficas del presidente y
vicepresidente, los cuales, contentando a los rebeldes con alguna
concesin honesta, habran mantenido el decoro del gobierno, y salvado al
fin a Nueva Granada de tantsimos quebrantos. Los ministros Azuero y
Rieux, los ms exaltados de entre ellos, y de quienes desconfiaban tambin

ms los disidentes, debieron empearse, rogar y hasta importunar para que


fueran admitidas sus renuncias, y sin otro sacrificio hecho a la vanidad
de su bandera, se habran dado los facciosos a partido.
Una vez resuelto Urdaneta a terciar con la faccin, ya no tena por qu
retroceder: dio las respectivas instrucciones a Jimnez, indicndole que
se situase en el Santuario, naturalmente defendido por las cinegas que lo
circuyen, y se volvi a su hacienda para regularizar y dirigir los
pronunciamientos de Socorro y Tunja.
En medio de tanta inquietud, creciente de hora en hora, todava pensaba el
seor Mosquera que poda haber algn avenimiento, y se andaba dando cuerda
a la cuerda para no expedir la orden de cargar contra los rebeldes. No
pudo al fin resistir ms a la vocinglera de los exaltados, y el 27 de
agosto el coronel Pedro Antonio Garca, a quien se le confi el mando en
jefe, puesto a la cabeza de unos como mil hombres, entre infantes y
artilleros y gente de caballera, sali tras Jimnez, que, con cosa de
seiscientas plazas y bien asentado tras los parapetos levantados en
Santuario, le recibi con fuego muy nutrido, siendo Garca mismo una de
las primeras vctimas que cayeron. Desconcirtanse sus tropas con el
incesante fuego que sufren en el angosto atolladero en que se hallaban
metidas, y Jimnez aprovechndose de ese desconcierto, sale con los suyos
de los parapetos, las -326- carga y vuelve a cargar, porque son
rechazados hasta por tres veces, y queda dueo del campo y de la victoria.
Perecieron de los vencidos obra de 225 hombres, y cayeron prisioneros algo
ms de 500.
La victoria dio a los vencedores la posesin de la ciudad, previa una
capitulacin a que la necesidad por ella impuesta oblig al presidente a
ratificarla, para evitar as, a lo menos los desafueros que habran
cometido, no las tropas de lnea, sino las milicias y esa turba de gente
gregaria que nunca deja de entrometerse en las guerras civiles. Por uno de
los artculos de la capitulacin impusieron los vencedores la condicin de
que haban de salir desterrados para Cartagena los seores Marques,
Matilla, dos Arrublas, dos Azueros, dos Montoyas, Vargas Gaitn y Barriga;
bien que no sali ninguno a consecuencia de un brote de generosidad con
que das despus procedi el general Briceo.
A pesar de que el presidente ya no quera ejercer acto ninguno como tal,
urgido de nuevo en que continuase en su puesto arregl otro ministerio
nombrando a los seores Gual, Gutirrez, Moreno, Caro y general Urdaneta,
el cual se haba presentado en la ciudad el da 30. El 2 de setiembre se
reuni el pueblo en cabildo abierto, y resolvi, desconociendo ya el
gobierno legtimo, que se llamase al Libertador para que se hiciera cargo
de los destinos de Colombia y, mientras viniese, se encargara el general
Urdaneta del mando supremo. Este llamamiento a Bolvar, que haba sonado
por primera vez en las proclamaciones de Socorro y Tunja, sedujo luego a
Jimnez y compaeros, y vino al cabo a tener eco en la capital, a pesar de
que Urdaneta se opuso a l desde muy antes; por manera que ni este, cuanto
ms el Libertador, tuvieron parte ninguna en semejante novedad.
El general Briceo, uno de los ms violentos del bando vencedor, y activo
como pocos, influy en el coronel Jimnez para que suscribiese, en junta
de l, un oficio dirigido al presidente en que le preguntaba: 1. Si el
gobierno estaba dispuesto a seguir el rumbo que haban -327- tomado

los vencedores, la opinin pblica y la voz de las provincias que llamaran


al Libertador; 2. Si para contentar a los pueblos se decida el gobierno
a llamarle, enviando al puesto una comisin; y 3. Si se le recibira con
el ttulo que quisieran darle los pueblos. Tan altanero cuanto inesperado
oficio no mereca ni ponerse en discusin: la virtud y dignidad del primer
magistrado demandaban pronta y clara resolucin; y el seor Mosquero,
previo acuerdo del consejo de Estado, contest por medio de su ministro
que cesaba en el ejercicio de su autoridad, y dejaba francas las puertas
del palacio presidencial, como realmente lo desocup en la tarde del 4 de
setiembre. Un nuevo acuerdo municipal ratific el acta del 2, y qued as
consumada una revolucin en que no se haba pensado, y que sin embargo se
realiz por la exaltacin de unos pocos hombres, y por las malas
circunstancias que vinieron a apurarla ms.
El general Urdaneta, en cuya moderacin, tino e influencia en los
vencedores, vinieron a confiar de nuevo los vencidos, despach muy luego
de comisionados a los seores Vicente Pieres y Julin Santamara a que
fuesen a verse con Bolvar, y noticiarle el cambio que acaba de efectuarse
y su llamamiento.
Bolvar, como antes indicamos, haba tocado en Cartagena con el sincero y
firme propsito de trasladarse a Europa. Al principio, la falta de un
pasaporte que el gobierno se haba descuidado en drselo; luego, el haber
tenido que esperar la vuelta de la fragata de guerra Shanon, salida para
la Guaira; de seguida, sus graves achaques y, en fin, lo que pareciendo
increble era sin embargo lo ms cierto, su pobreza; le obligaron a
diferir da a da aquel viaje con cuya realizacin iba a dejar a sus
enemigos con la hiel de la vergenza y el arrepentimiento. Adems, sus
amigos sinceros y decididos, temiendo exponer la vida del gran hombre, si
le dejaban partir en el mal estado de salud en que le vean, le rogaron y
apremiaron que no la jugase tan sin urgente motivo en la navegacin y
lejos de la patria, protestando que le acompaaran luego como la
restableciese de un -328- modo formal. Bolvar, hombre de alma
apasionada y ardiente, ms sensible a los afectos de la amistad y ms
pagado en sus demostraciones, que ofendido por el odio y enconos de sus
enemigos, no se aferr mucho en salir al punto de Colombia, y esper, como
dijimos, la vuelta de la Shanon para embarcarse en ella.
Entre tanto, las noticias de los acontecimientos de Bogot iban llegando
sucesivamente a Cartagena, y los Bolivaristas, aprovechndose de ellos,
empearon al comandante general del departamento a que convocase una junta
militar. Reuniose el 2 de setiembre y resolvi la junta, como haba pedido
Jimnez, que se solicitase el cambio de los ministros de Estado, y se
llamase a Bolvar a la cabeza del gobierno. El prefecto convoc otra junta
para el da siguiente y, reunidos los vecinos de la ciudad, se conformaron
en el todo con lo resuelto por la militar.
Ocupose en seguida el comandante general en acantonar por escalones a un
escuadrn y cuatro batallones desde Mompos a Ocaa, con el fin de darse la
mano con los emisarios y encargados de generalizar la revolucin en
Bogot.
Bolvar, mientras tanto, resista prudentemente a los embates de cuantos
se le acercaron para empearle a que aceptase el mando, y resisti como
caba a su fortaleza de alma. Pero al cabo, falto de salud, y el corazn

lacerado con las amargas penas que le causaran los ingratos; luego
acariciado, rogado, apremiado por unos cuantos hombres de squito y
nombrada, fatigado ms bien que convencido, y deseando librar a sus
enemigos de la escisin en que iban a caer, y a Colombia de la ruina en
que iba a sumirse, si redondamente responda que no aceptaba el mando;
tuvo la ligera condescendencia de aparentar que lo aceptaba y dio una
proclama que, por entonces, y aun mucho tiempo despus de su muerte,
mantuvo amancillada su memoria. Se le juzg como a hombre de los comunes,
de esos que no pueden vivir separados del poder que una vez llegaron a
paladear. Y decimos que aparent aceptar el mando, y no que lo acept,
porque, -329- sobre ser la misma proclama bastante ambigua, escribi a
los siete das una carta que ha visto la luz pblica muchos aos despus,
en la cual dej de claro en claro su modo de pensar a tal respecto, y los
motivos que le haban obligado a disfrazar su firme resolucin de
apartarse de Colombia.
No contentos los cartageneros con haber llamado a Bolvar al mando del
ejrcito, y al ver que otros pueblos daban pasos ms avanzados, le
nombraron jefe supremo de la repblica. Los comisionados de notificarle
esta nueva, le dijeron por rgano del seor Garca del Ro: No creis que
vos slo hacis sacrificios encargndoos del mando supremo. Tambin los
hacemos nosotros, amantes del orden y de la libertad, cuando traspasamos
la barrera de la ley para confiroslo.... Podis ser insensible a los
infortunios del Pas, corresponderis mal a nuestra confianza, faltaris a
la bella misin que la Providencia os destina, tan slo por salvar las
apariencias de una legalidad que ya no existe en parte alguna, y por
conservar inmaculada una gloria que desaparecer como un vapor ligero
desde el instante en que Colombia, abandonada por vos, desaparezca?... Si
quisierais permitir a un sincero admirador de vuestras virtudes cvicas
que os hiciese en estas circunstancias una indicacin a nombre del heroico
pueblo de que tengo la honra de ser rgano, os dira: Seor, meditad bien
vuestra resolucin: considerad bien que Colombia y la Amrica, la Europa y
el mundo aguardan en vos un acto sublime de consagracin: la historia
misma os contempla ahora para fallar sobre vuestro mrito, segn la
conducta que adoptis en esta ocasin. Ella no os dar el ttulo de grande
hombre, si vuestro sucesor en Colombia es una anarqua perdurable, sino le
dejis por legado, al fin de vuestra carrera poltica, la consolidacin de
la libertad y de las leyes.
Harto seductor, bien que extraviado, era semejante lenguaje; mas Bolvar,
llevando adelante sus reservados afectos que no los franque ni a sus ms
ntimos amigos de cuantos andaban a su lado, y consecuente con su ya
tomada resolucin, se limit a decir: He ofrecido que -330- servir
al pas en cuanto de mi penda como ciudadano y como soldado... Pero decid,
seores, a vuestros comitentes que por respetable que sea el querer de los
pueblos que han tenido a bien aclamarme como jefe supremo del Estado, sus
votos no constituyen an aquella mayora que slo pudiera legitimar un
acto. Decidles que si se obtiene aquella mayora, mi reposo, mi
existencia, mi reputacin misma las inmolar sin titubear en los altares
de la patria adorada, a fin de salvarla de los disturbios intestinos y de
los peligros de agresin extraa, para volver a presentar a Colombia ante
el mundo y ante las generaciones futuras, tranquila, respetada, prspera y

dichosa.
Pedir que se obtuviera esa mayora de votos, cuando ya el Ecuador y
Venezuela se hallaban constituidos en Estados independientes, y cuando no
caba que se uniformasen ni entre los pueblos mismos del centro; era pedir
imposibles y negarse a las claras a lo que ya tena resuelto no acceder.

VII

Para dar fin a la narracin de los sucesos que fueron comunes a las tres
secciones de Colombia, qudanos todava, despus de haber pasado por la
amargura de verla desaparecer, que arrojar nuestros ltimos gemidos por la
memoria de los dos capitanes que ms contribuyeron a consolidar la
independencia de la patria, y la fama egregia de las armas colombianas.
Hablamos de la memoria de Sucre y de Bolvar, muertos durante las agonas
de Colombia, el primero por el pual del asesino, y el segundo acongojado
de pesares.
El Mariscal de Ayacucho que, como diputado presidente del ltimo Congreso
de Colombia, se haba hecho notar por la templanza de sus opiniones y
rectitud de juicio, se volva tranquilo para Quito a consagrarse a las
atenciones de su familia e intereses, si no contento ni -331- siquiera
sosegado por las desgracias que pesaban sobre la patria, satisfecho de no
haber expuesto su conciencia a los desmanes de las banderas.
Atravesando andaba ya el 4 de junio las selvas de Berruecos cuando una
descarga de fusilera arrojada por sus espaldas le dej tendido al punto,
vctima de la ambicin y envidia de asesinos alevosos. Cuando le fue dada
al Libertador tan triste nueva, derram lgrimas tiernas par su amigo y
compaero, y Santo Dios, exclam, se ha derramado la sangre de Abel!.
La voz de tan ruin cuanto infame asesinato cundi por los rincones de
Colombia con espanto, pero sin decirse cosa ninguna de los asesinos que no
fueron conocidos. No ms que el duelo silencioso corri por algn tiempo,
hasta que ms tarde recayeron las sospechas, primeramente en los generales
Jos Hilario Lpez y Jos Mara Obando, y luego en el general Juan Jos
Flores.
De los procesos levantados para averiguar y perseguir el crimen, result
que quienes haban servido de instrumentos materiales para el asesinato,
fueron los llamados Andrs Rodrguez, Juan Cuzco y Juan Gregorio
Rodrguez, con los cuales, al parecer, se combinaron los mal afamados
Sarria, Erazo y Morillo, guerrilleros de la escuela del general Obando. En
cuanto al director o directores, los verdaderos reos, los jueces que
conocieron de la causa, declararon que el proceso no daba ninguna luz.
Los tres primeros murieron repentinamente, envenenados, al parecer, por
quienes tenan inters de quedar libres de toda revelacin ulterior.
Los generales Obando y Lpez ocurrieron, segn dijimos, al gobierno de
Bogot, pidiendo se les juzgase de la imputacin que haba recado sobre
ellos; mas el estado de desconcierto en que por entonces se hallaba Nueva
Granada, no dio lugar para la formacin del juicio, quedando slo as

pendiente el de la opinin pblica. La inocencia que sufre algunos


quebrantos repetidas veces, vino a purificarse dentro de poco respecto del
general Lpez, y desde entonces no qued pesando el crimen -332- sino
sobre los generales Obando y Flores. Tiempo despus, el primero insisti
con empeo en que se le sometiese a tela de juicio; mas, cuando pareca
que iba a darse fin a su demanda, surgi una revolucin promovida por l
mismo, como veremos en su lugar.
No slo informaciones y procesos, no simples artculos de peridicos ni
folletos, sino libros enteros, en diferentes pocas, en los pueblos de que
se compona Colombia o en las naciones extranjeras han visto la luz
pblica con respecto a tan grave materia. Nada puede colegirse de las
pruebas testimoniales ni juzgarse por su mrito con acierto, porque han
sido rendidas en el Ecuador cuando imperaba el general Flores o despus de
su cada, o porque fueron producidas en el Cauca cuando el General Obando
mandaba en este departamento, o en los tiempos de su persecucin y
destierro; esto es, por haberse dado a influjo de Flores y por los
enemigos de Obando, o a influjo de Obando y por los enemigos de Flores.
Uno y otro se han acusado recprocamente y deseado con razn que la mancha
slo recayese en su enemigo, y ambos, por s o por medio de terceros, han
apurado los datos, y presentado presunciones ms o menos acertadas, o del
todo impertinentes. Los gobiernos del Ecuador y Nueva Granada han apurado
igualmente cuanto haba que hacer en la materia, segn los tiempos y
circunstancias, segn sus miras e intereses a fin de afianzar la opinin;
y la opinin dividida entre los dos se mantuvo firme contra ambos por
algunos aos, pero con esta diferencia. Los enemigos del general Obando,
los indiferentes y aun muchos de sus propios amigos, aunque conviniendo en
que el general Flores tuvo parte en el asesinato, tambin convenan en que
la tuvo Obando; mas, en cuanto a Flores, no fue generalizada la opinin,
porque, a lo menos, sus amigos y muchos indiferentes no asentan en que
hubiese tenido parte.
Nuestro juicio, que no vamos a formarlo por afecciones ni odios que no
hemos tenido nunca por ninguno de los dos generales, est movido de la
verdad y la justicia, y vamos a exponerlos con el desenfado propio del que
se halla en la obligacin de llevarlas por delante.
-333Sin apreciar, pues, para nada las pruebas atestatorias, producidas, como
llevamos dicho, por Flores contra Obando, y por este contra aquel o por
sus amigos o enemigos, resulta que contra el primero slo obran los
indicios deducidos los ms, del inters que se supone haber tenido en
apoderarse del sur de Colombia; y semejantes indicios, sobre no ser
vehementes, tampoco pueden servir de cargos bien ajustados.
No as respecto al general Obando, contra quien obran sus propios
conceptos y documentos. En el decir de Obando, la noticia del asesinato
del general Sucre la tuvo en Pasto el 5 de junio, y con tal motivo dirigi
al prefecto del Cauca la comunicacin que sigue, literalmente copiada:
Repblica de Colombia.
Comandancia General del Cauca,
Cuartel General en Pasto, a 5 de junio de 1830.
Al seor prefecto del departamento del Cauca.
Seor:

Ahora que son las ocho de la maana acabo de recibir de la hacienda


Olaya, en esta jurisdiccin, una noticia que al expresarla me
extremezco! Ello es que el da de ayer se ha perpetrado un horrendo
asesinato en la persona del general Antonio Jos de Sucre en la
montaa de la Venta, por robarle.
El parte es tan informe, que apenas comunica el suceso sin detallar
ningn particular; sino que un tal Diego pudo escapar y fugar. En
este mismo momento, marcha para ese punto el segundo comandante del
batalln Vargas con una partida de tropa para que asociado con la
milicia de Buesaco, inquiera el hecho, haciendo conducir el cadver
a esta ciudad para su reconocimiento. -334- Al mismo tiempo
ordeno a este jefe, que escrupulosamente haga todas las
averiguaciones necesarias; que tale esos montes y persiga a los
fratricidas hasta su aprehensin. Ellos probablemente deben haber
seguido hacia esa ciudad, cuando se cree que los agresores han sido
desertores del ejrcito del sur, que, pocos das ha, he sabido han
pasado por esta ciudad. El esclarecimiento de este inesperado suceso
le es al departamento del Cauca y a sus autoridades tan necesario,
cuanto que en las presentes circunstancias puede ser este fracaso,
el foco de calumnias para alimentar partidos con mayores miras.
Dios guarde a US.
Jos Mara Obando.

En la misma fecha, y quien sabe si de seguida, dirigi al general Flores


la carta siguiente:
Pasto, junio 5 de 1830.
Mi amigo:
He llegado al colmo de mis desgracias: cuando yo estaba contrado
puramente a mi deber, y cuando un cmulo de acontecimientos agobiaba
mi alma, ha sucedido la desgracia ms grande que poda esperarse.
Acabo de recibir parte que el general Sucre ha sido asesinado en la
montaa de la Venta el da de ayer 4: mreme usted como hombre
pblico; y mreme por todos aspectos, y no ver sino todo un hombre
desgraciado. Cuanto se quiera decir, va a decirse, y yo voy a cargar
con la excecracin pblica.
Jzgueme y mreme por el flanco que presenta siempre un hombre de
bien, que crea ver en este general el mediador de la guerra que
actualmente se suscita.
-335Si usted conociera con toda su frente, usted vera que este suceso
horrible acaba de abrir las puertas a los asesinatos; ya no hay
existencia segura y todos estamos a discrecin de partidos de
muerte. Esto me tiene volado: ha sucedido en las peores
circunstancias, y estando yo al frente del departamento: todos los
indicios estn contra esa faccin eterna de esa montaa; quiso la
casualidad de haber estado detenida en la Venta la comisara que
tena algn dinero, qued sta all por falta de bestias, y es
probable hubiesen reundose para este fin; pero como mand bestias

de aqu a traerla, vino sta, y llegara la partida cuando no haba


la comisara, llegando a este tiempo la venida de este hombre. En
fin, nada tengo que poder decir a usted, porque no tengo que decir
sino que soy desgraciado con semejante suceso.
En estas circunstancias, las peores de mi vida, hemos pensado mandar
un oficial y al capitn de Vargas, para que puedan decir a usted lo
que no alcanzamos.
Soy de usted, su amigo
Jos Mara Obando.

No haremos deduccin ninguna de estos documentos, que no han sido negados


por el general Obando, hasta no ver los descargos que ha dado. En la
Contestacin justificativa y documentada que dio a la estampa en Popayn
el 22 de octubre de 1830, se explic diciendo a la pgina 18: Cuando
escrib a Flores mi carta de 5 de junio fue en el acto mismo de recibir la
noticia, en cuyo momento se fue el capelln de Vargas para Quito....
Despus de marchar dicho capelln para Quito, corri en Pasto la noticia
de haber pasado unos desertores del ejrcito del sur con direccin para
sta (Popayn): entonces fue cuando escrib al prefecto y al comandante de
armas de este circuito.... No fue, pues, a una misma hora, aun que s en
un mismo da, que escrib al seor Flores una cosa, y al seor prefecto
otra; los conceptos no podan fijarse -336- hasta que por la tarde,
era casi general la opinin de que el asesinato hubiese sido proyectado
por Flores, que despus se fue fortificando con los avisos y diligencias
que se practicaron.
Fuera de que esta contestacin no es satisfactoria, resulta que en el
oficio al prefecto del Cauca no le dice que, despus del viaje del
capelln del Vargas para Quito, corri en Pasto la noticia de haber pasado
los desertores del sur, sino pocos das ha, he sabido han pasado por esta
ciudad (la dicha Pasto); lo que equivale a confesar que ya saba el paso
de los desertores cuando comunic la noticia del asesinato el da 5. Este
particular de tanta cuenta para el general Obando, puesto que tema iban a
recaer las sospechas en l, debi ponerlo en conocimiento del general
Flores, si no para hacerle los cargos que muy luego le ech a la cara,
para fijar con claridad una circunstancia de mucho bulto para la materia.
Hay, pues, una contradiccin manifiesta entre lo que dijo en el oficio al
prefecto, y lo que expuso, para el descargo, en su Contestacin
justificativa y documentada.
Para no juzgar de ligero en punto a los diversos sentidos que encierran el
oficio al prefecto y la carta al general Flores, escritos ambos el 5 de
junio, ocurrimos al folleto titulado Los acusadores de Obando juzgados por
sus mismos documentos, etc., publicado en Lima en 1844, creyendo hallar en
l una explicacin ms satisfactoria, y pasamos por el sentimiento de no
verla, sin embargo de que el autor procur con cuanta fuerza deba a su
ingenio sacar airosamente al acusado. Desentendiose, como quien oye
llover, del cargo que se le hizo respecto de la contradiccin que
encerraban el oficio y carta del cinco de junio.
Y todava confiamos en que la muy hbil pluma de este mismo autor que, a

nombre de su cliente, public en 1847, el folleto titulado El general


Obando a la Historia crtica del asesinato del gran Mariscal de Ayacucho,
publicada por el seor Antonio Jos Irizarri, nos desimpresionara de los
cargos que fluyen de los citados -337- documentos; y pasamos, no slo
por el nuevo sentimiento de ver que los dej desadvertidos, sino que se
nos vino la grave presuncin de que este silencio proceda de la fuerza
incontestable de los dichos cargos. El seor Crdenas, muy digno
competidor del conocido cuanto ilustrado seor Irizarri, que con una
lgica seductora, pero no ms que seductora ha defendido con singular
maestra la causa del general Obando, hasta el trmino de haber mantenida
zozobrante la opinin contra el general Flores; dej en todo su vigor la
fuerza de aquellas observaciones, y con su reserva, ms que patente la
mala causa del defendido. Obando, pues, fue el nico asesino del Mariscal
de Avacucho.
Que el asesinato fue puramente poltico, es juicio en que se hallan todos
acordemente convenidos, bien que sin atenuar por eso la enormidad del
crimen.

VIII

El general Simn Bolvar, detenido en Cartagena por el mal estado de su


salud, aunque al parecer ya mejorado, mantena en toda su fuerza la causa
que haba de dar fin a su existencia, porque el mal, menos que en el
cuerpo, estaba en el alma. Haberse dado una patria afamada y llena de
gloria; haber llenado y fatigado a la Amrica toda con su renombre en otro
tiempo, y no poder ya, sin embargo, concertar, y menos consolidar y
encaminar la suerte de sus conciudadanos; haber nacido en Venezuela, y
recibir de su propio techo descompasados y amargos anatemas; haber
aparentado, frgil, acoger la conspiracin que fraguaron sus extraviados
amigos, y manifestado ostensiblemente su consentimiento con la proclama
del 18 de setiembre, contentndose con encubrir en sus adentros la genuina
resolucin que tena; no eran dolores que podan aplacarse con los
apsitos que da la ciencia, sino dolores que, brotando de una alma
lacerada y por dems adolorida, slo haban de cesar -338- con el
aniquilamiento del cuerpo. Una alma ardiente, devoradora, como la suya, no
poda caber ya en un cuerpo achacoso y agobiado con las fatigas de su vida
militante y tempestuosa.
Creyendo sus amigos que el aire libre reparara los quebrantos que le
aquejaban, se lo llevaron a Sabanilla tan luego como la enfermedad subi
de punto; y como fue aumentndose ms y ms, se le traslad el primero de
diciembre a Santa Marta, y el 6 a la quinta de San Pedro, una legua
distante de la ciudad. Los arbitrios de la medicina y los desvelos de la
amistad fueron intiles, porque el mal se desenvolvi con fuerza, y el
mismo paciente y cuantos le rodeaban desesperaron de alcanzar la ms leve
mejora.
El 10, aprovechndose de los ratos de alivio, dict la siguiente proclama:

Colombianos: habis presenciado mis esfuerzos por plantar la libertad


donde reinaba antes le tirana. He trabajado con desinters, abandonando
mi fortuna y aun mi tranquilidad. Me separ del mando cuando me persuad
que desconfiabais de mi desprendimiento. Mis enemigos abusaron de vuestra
credulidad y hollaron lo que es ms sagrado: mi reputacin y mi amor a la
libertad. He sido vctima de mis perseguidores que me han conducido a las
puertas del sepulcro. Yo los perdono.
Al desaparecer de en medio de vosotros, mi cario me dice que debo hacer
la manifestacin de mis ltimos deseos. No aspiro a otra gloria que a la
consolidacin de Colombia. Todos debis trabajar por el bienestar y la
unin de los pueblos, obedeciendo al actual gobierno para libertaros de la
anarqua, los ministros del santuario dirigiendo sus oraciones al cielo, y
los militares empleando su espada en defender las garantas sociales.
Colombianos: mis ltimos votos son por la felicidad de la patria; si mi
muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la unin, yo
bajar tranquilo al sepulcro.
-339En el mismo da otorg su testamento, escritura de pocos renglones, que
apenas contienen catorce clusulas, con inclusin de cinco de las
rituales. Los bienes que dej, si pueden llamarse tales, los de un hombre
que haba dispuesto de tres grandes naciones, estuvieron reducidos a unas
alhajas y las tierras de Aroa, heredadas a sus padres; a una medalla
obsequiada por el congreso de Bolivia, que mand devolverla a esta
Repblica, a dos obras que, habiendo pertenecido a Napolen, le fueron
regaladas por el general Wilson, que las leg a la Universidad de Caracas,
y a una espada, obsequio del mariscal de Ayacucho, que tambin dispuso
fuese devuelta a su viuda. Bolvar, que haba nacido con cuantiosos
bienes, muri pobre.
Al anochecer del propio da recibi los ltimos sacramentos de manos del
obispo de Santa Marta. Los siguientes transcurrieron de congoja en congoja
hasta la una de la tarde del viernes, 17, aniversario del da en que se
dio la ley fundamental para Colombia, en Angostura; tarde en que, despus
de una corta y sosegada agona, fue a resonar su voz en la eternidad.
Bolvar era de estatura y facciones regulares, frente ancha y espaciosa,
cejas arqueadas y espesas, ojos rasgados y centellantes, color tostado por
el sol que alumbra la zona trrida y por las fatigas de la guerra, la
cerviz enhiesta y ligero en el andar. Predominaban en su ndole la
actividad, la inquietud, la fortaleza y la perseverancia llevada hasta el
capricho; sus concepciones eran rpidas, los pensamientos elevados,
poticos, volcnicos; el alma por dems viva, sensible, apasionada,
ardorosa; y su lenguaje oral o por escrito, aunque alguna vez descuidado,
era persuasivo, elocuente, irresistible, de esos con que se doma a los
hombres ms tercos y obstinados, porque en su hablar y escribir,
juntamente, se dejaba palpar ese don de los grandes oradores. En los goces
lo mismo que en las penas, se elevaba o abata hasta donde le llevaban sus
pasiones y fantasa; y ese hombre que lloraba a mares y como nio por la
tierna esposa que perdi, tiraba, en los ratos de exaltacin, los manteles
y cubiertos de las mesas ms esplndidas y concurridas. -340- Pars,
cuando andaba en amores con la condesa de... la amante de Eugenia
Beauharnais, y Quito, en la Quinta del Placer, fueron testigos de tales

arrobamientos.
La historia de su vida pblica puede cifrarse as. Vivi en un tiempo de
cerrazones, tempestades y ruina, luchando contra la naturaleza, la
mendicidad, las ingratitudes, las derrotas, las traiciones y la opinin
hasta de sus mismos conciudadanos; pero luchando con premeditacin y fe,
con dignidad y resignacin, con ardor y ecuanimidad, y luchando como
soldado, filsofo, legislador y juez. Bolvar, en quien a la postre
vinieron a parar todas las glorias de la independencia americana, sin
reservar la de Washingtn, contra el cual slo se conmovieron las pasiones
y enconos poco profundos de un pueblo ya educado y culto; Bolvar,
reparador del nombre defraudado al que redonde la tierra con el
descubrimiento del ese Coln, uno de los mayores ingenios que admira el
mundo.
Venezuela que tanto le haba ultrajado, dict, para reparar de algn modo
los agravios hechos a su hijo, el decreto de honores fnebres de 30 de
abril de 1842, y ocurri, sin reparar en gastos, por las cenizas del
grande hombre. La traslacin de ellas, que principi con pompa en Santa
Marta el 21 de noviembre, fue seguida de otros muchos actos esplndidos y
solemnes, celebrados en la travesa del mar, en la Guaira y en Caracas
hasta el 17 de diciembre, aniversario de su muerte. Ahora reposan en un
sepulcro de mrmol trabajado en Italia51; y ahora que el tiempo ha
consolidado ya su grandeza, es de esperar que la Amrica llenar el suelo
con monumentos levantados a la memoria del padre comn de cinco pueblos
que se rigen por sus propias leyes y magistrados.

-341IX

Con la muerte de Bolvar huyeron para siempre las esperanzas de conservar


la integridad de la gran repblica; y as desapareci, nacida apenas, esa
nacin que parta trminos con el ocano Atlntico y el mar de las
Antillas, desde el ro Exequevo hasta el cabo Gracias a Dios; con el
ocano Pacfico desde el golfo Dulce hasta el ro Tumbez; y por el sur con
el pongo Lamas y lago Savalla, ms all de las mrgenes del Maran. As
desapareci esa nacin que contaba con cien puertos en los dos mares, con
ros tan grandes como el ocano, y que presentan, mediante sus diferentes
direcciones, el ms bien combinado sistema hidrogrfico para las vas
fluviales.
Bolvar es la figura colosal del nuevo mundo, no porque se nos antoje
decirlo sin ms ni ms, sino por el juicio que de l han formado los
extranjeros. Vase, si no, lo que dijo Benjamn Constant: Si Bolvar
muere antes de haber ceido una corona, ser para los siglos venideros una
imagen singular. En lo pasado no tiene semejante, porque Washingtn mismo
nunca tuvo en sus manos el poder que Bolvar abarc entre los pueblos y
desiertos de la Amrica del Sur. Vase lo que en otros trminos dijo el
general Foi: Bolvar que naci esclavo, redimi un mundo y muri hecho
ciudadano, ser para Amrica una deidad redentora, y para la historia el

ejemplo ms vivo de grandeza a que puede aspirar el hombre. Vase lo que


dijo Pando que personalmente le conoca: Nadie pudo ms antes que l;
nadie podr ms despus de l. Arrancar al despotismo medio planeta,
constituirlo en naciones y entregarlo a la libertad, reservando para s...
slo su nombre. Vase, en fin, lo que le escribi el general Lafayette,
con ocasin de enviarle la medalla de oro dedicada a Washingtn, el
retrato de este hroe y algunos pelos de su respetable cabello: Mi
religiosa y filial consagracin a la memoria del general Washingtn no
poda apreciarse ms por su familia que -342- honrndome con el
encargo que me ha hecho. Satisfecho con la semejanza del retrato, tengo el
gusto de pensar que de todos los hombres de los actuales tiempos, y aun de
todos los de la historia, el general Bolvar es el nico, a quien mi
paternal amigo habra preferido hacerle este obsequio. Qu ms puedo yo
decir al gran ciudadano, a quien la Amrica Meridional ha saludado con el
nombre de Libertador y confirmdole los dos mundos, y que, provisto de una
influencia igual a su desinters, lleva en su pecho el amor de la libertad
y de la repblica sin amancillarse con otra cosa. Graves, acaso tamaas,
son las culpas que Bolvar pudo cometer, principalmente en punto a
conservar la dignidad y compostura, que ms de una vez las perdi con sus
arrebatos; pero estas son fragilidades, que no imperfeccin, del hombre
echado a peregrinar por donde nada puede ser perfecto.

-343Tomo IV

Captulo I
Congreso constituyente.- La constitucin del Estado.- Revolucin de
Urdaneta.- Su campaa y resultados.- Diferencias entre los gobiernos del
sur y el centro.- Legislatura de 1831.- Insurreccin del batalln Vargas.Trabajos legislativos.

Convocado, como dijimos, el congreso constituyente para el 10 de agosto de


1830, aniversario del da en que se dio por nuestros padres el grito de
independencia, se verificaron, no slo tranquila, sino acordemente las
elecciones parroquiales, provinciales y departamentales. Cuantos pasos se
daban en lo poltico, parecan movidos de un solo impulso, del deseo vivo

de apartarse del rgimen colombiano, -344- y librarse cuanto antes de


la influencia con que obraban las otras secciones de Colombia. Harto
spera haba sido, en efecto, la proteccin con que granadinos y
venezolanos vinieron a favorecer nuestro grito del 9 de octubre, y era
preciso acoger y amparar a todo trance las ideas de los hombres de
suposicin, a cuyas manos se haban confiado los destinos de la patria.
El ejrcito del Sur de Colombia, acantonado en nuestros departamentos con
motivo de la campaa de Tarqui, se mantuvo quieto bajo la conocida
influencia del general Flores, cuya autoridad haba llegado a ser
omnipotente desde que le nombraron jefe supremo civil y militar. Si
algunos de los jefes y oficiales Bolivaristas, y algunos ciudadanos
enamorados de la grandeza de Colombia no pudieron dejar de sentir por el
descuartizamiento de la gran repblica, y aun se quejaron amargamente de
los que lo promovan, lo hicieron muy en secreto y se mostraron luego
hasta conformes, persuadidos de que Bolvar se haba apartado ya para
siempre de la escena pblica. Todo fue, pues, hacedero, porque todo
concurri como de acuerdo para constituir el Ecuador en Estado
independiente; los hombres de cuenta y la gente del vulgo juntamente
andaban solcitos tras el mismo fin, aunque movidos de diferentes
impulsos.
Reunidos los diputados en la ciudad de Riobamba el da 14 de agosto, se
incorporaron con el jefe supremo, y se dirigieron juntos a la iglesia
matriz a or la misa del Espritu Santo. Acabada la misa, se trasladaron
al saln destinado para las sesiones, y despus de pronunciado un corto
discurso por el jefe supremo, declar este legalmente instalado el
congreso constituyente.
Cpole la silla presidencial al diputado Jos Fernndez Salvador, conocido
ya desde los sucesos del ao de nueve, cuya fama de jurisconsulto insigne
haba crecido con sus aos. El vicepresidente y secretarios del congreso
fueron los seores Nicols de Arteta, Pedro Manuel Quinez y Pedro Jos
de Arteta, y los que deban presentar el proyecto de constitucin que
haba de discutirse, los diputados Manuel Matheu, Vicente Ramn Roca
-345- y Jos Joaqun Olmedo, a los cuales se agreg despus el mismo
presidente del congreso, por solicitud del seor Olmedo, y Miguel Ignacio
Valdivieso por igual solicitud de los diputados de Cuenca. En la misma
sesin se resolvi que el general Flores continuase provisionalmente
encargado del mando supremo, hasta que fuera publicada la constitucin.
La comisin de constitucin present el proyecto al andar de pocos das;
proyecto vaciado, con respecto a los principios sustanciales, en la
turqueza de la de Ccuta, y lo discutieron tan a la ligera que el 11 de
setiembre estaba ya terminada la ley con que iba a regirse un pueblo
nuevo, recientemente hecho soberano. El nico punto que provoc a un largo
y acalorado debate, que dur por los das 31 de agosto y 1. de
septiembre, fue el de la igualdad de representacin departamental;
condicin expresa, segn el tenor de las actas, con la cual aceptaron los
departamentos de Guayaquil y Azuay la de independencia celebrada en el del
Ecuador. Los diputados Matheu, Salvador, Manuel Espinosa y Ante, fueron
los oradores que defendieron el inconcuso principio de que la
representacin deba tener por base la poblacin, fundndose
principalmente en que la forma de gobierno representativo, como era el que

estaba al regir en el Ecuador, envolva la idea de que los pueblos seran


representados conforme al nmero de sus habitantes; y en que, al no entrar
en cuenta semejante idea, pecaban contra aquella forma y echaban por
tierra un principio comn, establecido por todos los publicistas y
aprobado por cuantas naciones haba en la tierra. Los diputados Olmedo,
Cordero, Ramrez Fita y Marcos sostuvieron el artculo del proyecto,
apoyados en que, haban quedado las provincias independientes, quedaba
tambin a su voluntad y albedro fijar las bases de asociacin con tales o
cuales pactos, porque antes de aquella fijacin tenan la potestad y el
derecho de proponer, aceptar y desechar los que quisiesen. La sesin del
31, que toda ella se concret a este nico debate, termin sin resultado
ninguno, porque los diputados del departamento del Ecuador, convencidos de
que al ponerse a votacin el artculo -346- combatido era seguro el
triunfo de sus contrarios, que contaban con las dos terceras partes,
apuraron hasta vencer el da toda especie de argumentaciones y medidas
para obtener un paradero ms conforme con los principios comunes del
derecho pblico.
Al romperse el debate al da siguiente, dej el diputado Salvador el
asiento presidencial, y expuso que para dar fin al punto cuestionado,
propona: 1. que se dejase a la decisin del congreso de
plenipotenciarios de los tres Estados de Colombia52, sometindolo al de N.
Granada y Ecuador, en el caso que no se reuniesen los diputados de
Venezuela, o bien slo a los de este Estado o slo a los del primero, si
tampoco se verificaba la congregacin del centro y sur; 2. que la
solicitud de este arbitramiento se hiciese a nombre del congreso
ecuatoriano; 3. que si llegare a reunirse el primer congreso
constitucional del Ecuador antes que los rbitros hubiesen decidido la
contienda, el departamento de este nombre haba de concurrir con tres
diputados ms que los de Guayaquil y Azuay; y 4. que los diputados
pudiesen ser elegidos indistintamente, con tal de ser ciudadanos del
Estado. Suscitose una nueva y acalorada discusin con motivo de estas
proposiciones, hasta que, modificada ltimamente la primera por el
diputado Olmedo, se aprob en los trminos siguientes: La cuestin sobre
si la representacin de los tres departamentos debe ser igual, a pesar de
la diferencia de su poblacin, se deja a la decisin del congreso de
plenipotenciarios de los Estados de Colombia, o a otro que exista o se
instale dentro de la nacin, en conformidad de principios con el Estado
del Ecuador, aunque no sea general. Apasionadamente ciego estara el que
no viese la futilidad del argumento deducido de la diferencia de
poblacin, cuando as quedaba en vigor el mismo principio en que se
fundaba la cuestin, y an es mucho ms admirable que un Olmedo, -347de fama excelsa y merecida, fuera el que discurriese salindose de su
acostumbrada discrecin.
Fueron igualmente aprobadas la segunda y cuarta, proposiciones, y negada
la tercera por votacin nominal. La contienda vino a la postre a quedar
zanjada con el aspecto precario que le dieron, mientras pende el juicio
del rbitro designado sobre si los tres departamentos han de ser
representados en congreso segn el censo de su poblacin, o si han de
concurrir con igual representacin. (Art. 21.) Como hasta ahora no se ha
verificado tal arbitramento, la cuestin ha vuelto a suscitarse en otros

congresos de los constituyentes; bien que no ya con el calor que en el


primero, y aun puede asegurarse que sin empeo, puesto que los diputados
se nombraban indistintamente, sin fijarse en la cuna departamental. En
otro, lugar diremos cmo y cundo vinieron al cabo a imperar los
principios comunes del derecho pblico.

II

Por lo dems, la constitucin de 1830 que, en cuanta a la forma de


gobierno y divisin de los poderes, es igual, sino idntica, a la de
Ccuta, qued atrs del modelo en algunos puntos, y avanz bastante
respecto de otros. El derecho de sufragar que por la primera se conceda a
los mayores de veinte y un aos, dueos de una propiedad raz, valor de
cien pesos, se limit slo a los mayores de veinte y dos, siendo dueos de
una propiedad cuyo valor libre de todo gravamen montase a trescientos
pesos. Las atribuciones de las asambleas electorales quedaron reducidas al
nombramiento de diputados y los suplentes, cuando por la de Ccuta los
electores estaban tambin llamados a votar por el Presidente y
Vice-presidente de la Repblica. Segn esta, podan ser Ministros de la
alta Corte de justicia los abogados que tuvieren treinta aos de edad, y
por la del Ecuador se requeran cuarenta; y si por la primera se
establecieron concejos municipales -348- en todas las cabeceras de
cantn, por la segunda slo se organizaron en las capitales de provincia.
La diferencia ms notable que hay entre los dos cdigos, es la de
requerirse por el ecuatoriano que, para ser Presidente o Vice-Presidente
de la repblica, era necesario tener una propiedad raz del valor de
treinta mil pesos con la aadidura de que haban de ser elegidos con los
votos de los dos tercios de los diputados presentes.
En cambio, qued vedada la reeleccin del Presidente de la Repblica, que
por una vez permita la constitucin de Ccuta, sin que pudiera ser
nombrado de nuevo sino despus de transcurridos dos perodos
constitucionales, y quedaron relegadas las facultades extraordinarias;
esto es, las causadoras de los abusos, y de muchos de los disgustos
producidos en algunos pueblos de Colombia. Que se proscriba para siempre
la facultad de declarar en estado de asamblea una provincia o cualquier
pueblo, dijo el diputado Salvador; y el diputado Marcos aadi que, aunque
el enemigo est ya en los arrabales de la ciudad, deba conservarse el
orden legal. El Consejo de Estado qued igualmente ms bien organizado que
por la constitucin de Ccuta, pues deba componerse del Vice-presidente
de la Repblica, del Ministro secretario de estado, del jefe de estado
mayor general, de un Ministro de la alta Corte, de un eclesistico
respetable y de tres vecinos de buena reputacin nombrados por el
congreso, sin que pudieran ser destituidos por el gobierno ni suspensos
sin justa causa.
La constitucin de 1830, por buena que hubiera sido, no poda llamarse
tal, porque no se dio sino para tiempo limitado; pues, constituyndose el

Ecuador de una manera federal con los otros Estados de Colombia, en la


suposicin de que Nueva Granada y Venezuela se constituiran tambin con
la misma forma, se declar por el artculo 5. que quedaran derogadas
cuantas disposiciones fundamentales resultasen en oposicin con el pacto
de unin y fraternidad que haba de celebrarse con los dems Estados de
Colombia. Las disposiciones de los artculos 71 y 75 proceden tambin del
mismo supuesto. -349- Si la inestabilidad de nuestras instituciones
proviene generalmente de la inconstancia y carcter sacudido de los
pueblos, y en particular de la aficin al poder que se ve en ajenas manos;
cunto ms veleidosos no lo seran, autorizados ya, diremos as, por la
misma constitucin?... Era darles el mejor pretexto para romperla cuando
quisieren.
Hay que apreciar debidamente la liberalidad con que fueron reputados
ecuatorianos: 1. los naturales de los otros Estados de Colombia, sin ms
que hallarse avecindados en el Ecuador; 2. los militares que estaban a su
servicio al tiempo de declararse independiente; y 3. cuantos extranjeros
eran ya ciudadanos en la misma poca, sin establecer distinciones sobre si
lo eran por nacimiento o naturalizacin. Pero si semejante generosidad es
de muy justa apreciacin, no, as aquella con la cual lleg a lastimarse
tan descomedidamente el orgullo nacional, ya que, despus de establecerse
de un modo absoluto el principio de que, para ser Presidente o
Vice-presidente de la repblica, era necesario ser ecuatoriano de
nacimiento, se le amplia de seguida en los trminos siguientes: Esta
disposicin no excluye a los colombianos que, hubiesen estado en actual
servicio del pas al tiempo de declararse en estado independiente, que
hayan prestado, al Ecuador servicios eminentes, que estn casados con una
ecuatoriana de nacimiento, y que tengan una propiedad raz, valor de
treinta mil pesos. Ni Nueva Granada ni Venezuela, que ms o menos se
hallaban en el mismo caso que el Ecuador, llevaron a tanto su liberalidad,
sino que llana y rotundamente establecieron como requisito indispensable
ser granadinos y venezolanos de nacimiento.
Tambin los soldados granadinos, compaeros de armas de los malogrados
Girardot, D'Elyar y Ricaurte, que hicieron con Bolvar la primera campaa
en Venezuela, haban hecho servicios eminentes a este Estado: tambin los
soldados venezolanos, compaeros del misma Bolvar y de otros valientes
que vinieron de Venezuela a combatir en Boyac, prestaron servicios
relevantes a Nueva Granada; tambin esos mil ecuatorianos llevados -350por el Virrey Smano, y luego incorporados, despus de tal batalla, a
las fuerzas libertadoras, y que combatieron juntos en Nueva Granada y
Venezuela, principalmente en el segundo Carabobo, por la independencia de
Colombia, haban servido en provecho de estas dos secciones; y con todo,
ni Nueva Granada ni Venezuela arriesgaron premiar con la primera
magistratura a ciudadanos que no nacieran en sus Estados.
La verdad es que el congreso del ao treinta, al cual hacemos la justicia
de que obr con bastante independencia, demostr tambin su flaqueza en
tan importante punto que, temprano o tarde, con razn o sin ella, haba de
exasperar los nimos y brotar funestas consecuencias. El mariscal de
Ayacucho no pudo evitarlas en Bolivia, a pesar de su fama excelsa y de la
modestia de su carcter: el general Lamar, llamado libre y espontneamente
para regir los pueblos del Per, cuando lejos de ellos y ac, en su

patria, no poda haber pensado en la presidencia de esa repblica, fue a


gemir y morir en Centro Amrica; y nuestros legisladores, sin embargo, no
entraron en cuenta estos recientes cuanto palpables ejemplos.
El poder legislativo deba ejercerse anualmente por un congreso de
diputados, compuesto de una sola cmara. Hubo el acierto de que el
despacho de los negocios de Estado, conforme a la pobreza y necesidades
del Gobierno y del pueblo, dividindose en secciones, interior y exterior
la una, y hacienda la otra, haba de desempearse por un solo Secretario,
bien que el jefe de estado mayor general deba encargarse de los asuntos
de un ao, al cabo del cual se establecieron inconstitucionalmente, por la
legislatura ordinaria de 1831, dos Ministros, fuera del jefe de estado
mayor que equivala al de guerra.
Entre las atribuciones del poder ejecutivo, hay la de nombrar, a propuesta
en terna de los consejeros de Estado, a los ministros de justicia, y luego
a los Obispos, dignidades y cannigos, y a los generales y coroneles.
Tambin el nombramiento de los presidentes de la alta Corte y Cortes de
apelacin corresponda al gobierno segn la -351- ley orgnica del
poder judicial, expedida por el mismo congreso; y as el poder pblico,
por medio de tantos extravos propios de la poca, vena a parar casi todo
l en manos del jefe del Estado.
En la seccin Garantas, hallamos dos artculos recomendables por su
originalidad, y porque prueban el atraso de entonces de nuestros pueblos.
El 58 dice: Ningn ciudadano puede ser distrado de sus jueces naturales,
ni juzgado por comisin especial. Se conserva el fuero eclesistico,
militar y de comercio. El 68: Este congreso nombra a los venerables
curas prrocos por tutores y padres naturales de los indgenas (indios),
excitando su ministerio de caridad en favor de esta clase de inocentes,
abyecta y miserable. Cualquiera advertir la palpable contradiccin que
resulta por el primero, entre tener jueces naturales, y conservarse no
obstante los fueros eclesistico y militar; y por lo que hace al segundo,
los lectores recordarn lo que han escrito los acadmicos Juan y Ulloa,
respecto de la conducta de los curas para con los indios, y habrn tambin
observado por s mismos que los espaoles del ao de 1830 eran, ms o
menos, semejantes a los de 1745. Y tan ajustada nos parece la observacin,
que el mismo Gobierno establecido por tal constitucin tuvo, al andar de
slo dos y medio aos, que expedir una circular encaminada a cortar el
intolerable abuso con que algunos curas exigen cada ao a los indgenas de
sus parroquias medio, un real o ms con ttulo de confesin y tambin les
obligan a ponerles maderas selectas a pretexto de monumento. Segn estos
antecedentes, lejos de ponerse a los indios bajo el amparo de los curas de
entonces, lo que convena y tal vez convenga todava en algunos pueblos,
es redimirlos de esta tutela, perenne fuente de especulaciones ilcitas,
al par que provechosas para los que les han servido de guardadores.
En la sesin del 11 de setiembre se procedi al nombramiento del
Presidente del Estado. Veinte eran los diputados presentes y el general
Flores obtuvo diez y nueve votos, habiendo recado el nico restante en el
seor Manuel Carrin, hijo de Loja, y ciudadano distinguido -352- por
la cultura de sus modales y virtudes domsticas; es fama que este voto fue
del diputado Salvador. En la del da 12 se ocup el Congreso en la
eleccin del Vice-presidente y, despus de repetida la votacin hasta por

diez y ocho veces, contrayndose nicamente a los seores Jos Joaqun


Olmedo y general Matheu; porque ninguno de estos obtuvo las dos terceras
partes que requera la constitucin, sali el ilustre cantor de Junn.
El general Flores se jurament y se posesion del destino el 22 del mismo
mes, por haberse hallado en Guayaquil cuando le nombraron. Si se exceptan
unos pocos, el pueblo recibi tal eleccin casi con entusiasmo, porque por
entonces era tambin casi general la popularidad del elegido.
El mismo congreso decret que la ciudad de Quito fuese la capital del
Estado. Expidi las leyes orgnicas de tribunales, de hacienda y
municipal; dio la de elecciones, tan mezquina como la fuente de que
emanaba, y las de procedimiento civil, de sueldos y de conspiradores;
suprimi la alcabala que se llamaba presunta, con excepcin de la causada
por las ventas de bienes races; prohibi el comercio y trfico de
esclavos, como el mayor de los ultrajes hechos a la naturaleza por las
instituciones humanas, pero con la inconsecuente restriccin de que se
exceptuaban los destinados para la agricultura y minas; desestanc los
ramos de aguardientes de Quito y Guayaquil, rebaj el valor de la arroba
de sal, que se elaboraba de cuenta del gobierno, a cuatro reales; e hizo
los nombramientos de los Consejeros de Estado, de los miembros de la alta
Corte de justicia y los de los tres tribunales de distrito. En la mana en
que dio de hacerlo todo por s mismo, hasta nombr a los miembros de que
deban componerse los consejos municipales de los cantones, cabeceras de
provincia. Las dems leyes o decretos expedidos por ese congreso son de
corto inters, y cerr sus sesiones el 28 de septiembre por la noche.
Los empleados que compusieron el supremo gobierno, fueron los seores Jos
Flix Valdivieso, como Ministro -353- secretario de Estado, y coronel
Antonio Martnez Pallares, de guerra, como jefe de estado mayor general.

III

1830. Hallbase pues ya legalmente constituido el Ecuador, y hallbanse ya


satisfechos los vivos deseos del pueblo por hombrearse con las otras
naciones como soberano y libre; mas, las circunstancias en que entraba a
ejercer sus derechos propios eran las menos adecuadas para el bienestar,
cuanto ms para el progreso y prosperidad. Una ley fundamental y leyes
secundarias cargadas de vicios y llenas de vacos; una divisin
departamental mal meditada y que haba de brotar celos recprocos; un
ejrcito permanente, compuesto en la mayor parte de extranjeros, de los
cuales andaban unos contentos con la tierra de promisin que haban
encontrado (as se dijo poco despus), con motivo de las consideraciones y
halagos que les prestaba el jefe del Estado, y ofendidos otros por falta
de colocacin entre las filas o en los destinos civiles, o por la
imposibilidad de no tener como retirarse a sus techos propios; ejrcito
imponente por el nmero y fama de valeroso y aguerrido, pero hambriento,
desnudo e inmoral que, lejos de servir de seguridad para el sosiego de la
nacin, era mucho ms probable que se alzara fcilmente contra el Gobierno

al or el nombre de la primer bandera colombiana que se levantase en


cualquiera de las tres secciones de la recientemente extinguida gran
repblica; un sistema de hacienda que, si lo haba, no poda llamarse tal;
multitud de crditos pasivos de deuda domstica o extranjera; otra
multitud de aspirantes a los nuevos destinos que se haban establecido, y
por consecuencia natural otra de descontentos porque no entraban a la
parte con los empleados; intereses disconformes entre los tres
departamentos de que se compona el Estado; pretensiones pendientes y
encontradas entre las naciones vecinas; escasez de hombres -354pblicos o entendidos en materias de gobierno, y escasez de luces en las
de rentas y contabilidad; enojos y amenazas de parte del Gobierno del
centro que pretenda restablecer la integridad de Colombia; una campaa
abierta ya contra el departamento del Cauca, a fin de impedir que penetre
en las provincias del Ecuador la revolucin ya entonces acaudillada por el
general Rafael Urdaneta, y a fin de que se conservase aquel territorio
como parte integrante del Estado, conforme al querer de sus pueblos,
manifestado por medio de actas; desconfianza o, ms bien dicho, puntillo
nacional, bien que muy encubierto, al ver que el Ecuador quedaba, como
antes de constituirse, bajo el influjo de gente forastera; celos y
murmuraciones contra los empleados pblicos; tales eran los obstculos con
que la pobre patria, hecha ya seora y soberana, iba a tropezar en su
camino, y tal la triste perspectiva con que entraba a hombrearse con las
viejas naciones del antiguo y nuevo continente.
Ya veremos presentarse uno a uno, o reunidos, muchos de esos obstculos,
atajando, cual nuestras montaas gigantescas, los pasos bien o mal
encaminados que se daban para conducir al nuevo Estado por la senda del
progreso.

IV

El General Luis Urdaneta, pariente y amigo del que acaudillaba la


revolucin sostenida por el coronel Jimnez en Bogot, haba llegado a
Guayaquil por el mes de noviembre. Vena desde Cartagena por el Istmo, y
vena, segn se descubri despus, con el objeto de secundar en el sur de
Colombia el grito de rebelin dado en el centro.
Haba acantonados, en la plaza de Guayaquil, el batalln Girardot, y en la
de Zamborondn el Cauca y el escuadrn Cedeo. Urdaneta, a quien conocen
ya los -355- lectores desde el grito del 9 de octubre, no era hombre
de insinuacin ni de influencia, cuanto ms de buena fama, y, antes por el
contrario, tenasele por soldado de mala ndole y hasta corrompido; y con
todo, sin ms que hablar con los jefes y oficiales de aquellos cuerpos a
nombre del Libertador y de la integridad de Colombia, logr seducirlos al
momento. Jefes y oficiales perdidamente enamorados de Bolvar y del
antiguo orden de gobierno, se vieron y concertaron de la manera ms
uniforme, y sin ningn otro examen de las circunstancias ni estado de las
cosas, dieron el 28 de dicho noviembre el grito de insurreccin contra las

instituciones que acababan de jurar. Forjaron luego una acta infundada;


desconociendo el nuevo gobierno y proclamaron al Libertador en los propios
trminos que lo haban proclamado los departamentos del centro.
Poco despus, (2 de diciembre) la guarnicin de Cuenca, compuesta del
batalln Carabobo y escuadrn Hsares, sigui el mal ejemplo de los de
Guayaquil, y sucesivamente las milicias de las otras poblaciones de estos
dos departamentos.
Tan mal recibida fue esta insurreccin que, sin embargo de hallarse
presente el General Urdaneta en Guayaquil, y haberse uniformado
completamente en el departamento del Azuay, las autoridades y vecinos de
aquella plaza no dieron su acta de insurreccin sino el 14 de diciembre, y
fueron muy pocos los que la suscribieron. La escuadrilla misma no celebr
la suya sino despus de haberse prendido al comandante de ella, capitn de
navo Leonardo Stagg, y a otros varios oficiales. Como era bien natural,
ni la primera ni la de la escuadrilla se diferenciaron en cosa ninguna de
la militar, y el General Urdaneta qued provisionalmente encargado del
gobierno hasta que lo dispusiera de otro modo el Libertador.
En Guayaquil, en Cuenca y en las dems poblaciones obligadas a dar eco a
la voz de los cuarteles, se gir la constitucin sancionada en Bogot por
el ltimo congreso de Colombia, y aun se posesionaron de sus destinos
-356- algunas personas que haban recibido los nombramientos del
gobierno que ya no exista.
Cuando ocurrieron estos sucesos desgraciados, el General Flores se hallaba
en Pasto organizando los cuerpos que haba acantonados en esta plaza para
sostener las manifestaciones de incorporacin al Estado que haban hecho
acordemente todos los pueblos del departamento del Cauca, unos de un modo
llano y absoluto, y otros de una manera precaria o condicional, hasta que
cesasen los disturbios del centro. El doctor Fernndez Salvador, encargado
del poder ejecutivo, como Presidente del congreso, fue, por ausencia del
General Flores, quien tuvo que pasar por el dolor de ver alteradas las
instituciones de la patria y desconocida su autoridad. Pocos das despus,
aun tuvo que amargarlo ms, al ver que en la noche del 9 de diciembre se
insurreccion tambin el tercer escuadrn de Granaderos, acantonado en
Quito, cuyos jefes y oficiales aceptaron en todas sus partes los trminos
del acta de Guayaquil.
Esta insurreccin fue promovida por el coronel Sebastin Urea, primer
jefe del citado cuerpo, y a influjo de los Generales Senz, Aguirre y
Barriga, amigos y apasionados del Libertador. Dado el grito de
insurreccin, depusieron a las autoridades, y, prendiendo al coronel
Vsconez que haca de comandante general, le obligaron a que entregase el
cuartel de artillera, guardado por algunos milicianos.
Era de creerse que con este acontecimiento desaparecera del todo la
reciente organizacin de nuestro gobierno, cuando por un bien meditado y
atrevido ardid que idearon el General Matheu, el mismo General Barriga y
el coronel Vsconez, a quien se haba puesto ya en libertad, se logr
prender al coronel Urea en casa del segundo, y a otro Urea, sargento
mayor, en casa del ltimo y que el cuerpo rebelde, en cuyo cuartel se
present Vsconez, contando con el segundo jefe, comandante Casanova,
volviese a la obediencia, y celebrase el da 11 una contra acta, Barriga y
Casanova, haciendo y -357- deshaciendo cuanto se les antoj en el

transcurso de cincuenta horas, obraron con turbulenta destreza.


El Presidente del Estado estuvo de vuelta a la capital el 17, y se ocup
desde entonces activamente en desconcertar la campaa emprendida ya por el
General Urdaneta, cuyas fuerzas estaban en camino para Quito. La opinin
pblica de todo el departamento del Ecuador se declar abierta y
ardorosamente por la causa de la patria, y el General Flores obtuvo de los
pueblos cuanta cooperacin demandaban tan apuradas circunstancias. Pero
nada de esto era bastante, cuando las fuerzas materiales del gobierno
consistan apenas en cuatro compaas del batalln Vargas, en los
escuadrones segundo y tercero de Granaderos, en el batalln Quito, que
estaba recientemente en camino desde Pasto para ac, y en algunas partidas
de milicianos. Arduo por dems era, por consiguiente, pensar, no en
vencer, mas en slo contener con pocas tropas a los dos mil veteranos,
flor del ejrcito colombiano, a cuya cabeza vena Urdaneta.
Los conflictos subieron de punto con la sublevacin del segundo escuadrn
de Granaderos, ocurrida en Ibarra el 24, a influjo de su propio jefe,
coronel Manuel Mara Franco, quien como los Ureas, hizo que se victorease
la causa proclamada en Guayaquil.
Al saber el General Flores que este cuerpo rebelde se haba movido ya de
Ibarra, con la intencin de proporcionarse camino por la cordillera
oriental e incorporarse con el ejrcito de Urdaneta, sali al punto para
el norte hasta Guayllabamba con el fin de oponerse a tal intento. El
escuadrn que traa a retaguardia el batalln Quito y vena como picndole
las espaldas haba avanzado ya por otros caminos hasta el Quinche, y
Flores mand entonces situar, a rdenes del comandante Zubira, las
compaas del Vargas en la quebrada Huapal, en Pintag. La ventajosa
posicin que ocup Zubira, la sorpresa que recibi Franco al dar con esas
tropas en un punto que no tema encontrarlas, y la destreza y serenidad
con que maniobraron estas, obligaron al escuadrn -358- a rendirse sin
resistencia, y el gobierno, a lo menos por entonces, dulcific sus
amarguras.
El escuadrn fue incorporado al batalln Quito que, entre tanto, haba
llegado ya a la capital, y el General Flores pudo entonces destacar dos
cuerpos a Latacunga, no con la resolucin de que fueran a combatir, sino a
lo ms con el fin de retrasar los avances del enemigo, y tomar as medidas
para robustecer sus filas, poner el departamento en mejor estado de
defensa, y dando tiempo al tiempo, vencerle por medio del engao y las
intrigas que sugieren la guerra y la poltica.
El general Urdaneta haba precipitado la salida de Guayaquil por librarse
de la temporada de aguas que se acercaba53, y haba adems incorporado ya
las fuerzas de esta plaza con las que traa desde Loja y Cuenca el coronel
Anzotegui. El ejrcito enemigo ocup a Riobamba en los primeros das del
mes de enero de 1831.
El General Flores, demasiado conocedor del poco talento y carcter
indeciso del General Urdaneta, y demasiado astuto y entendido para saber
emplear las maquinaciones del tiempo, le dirigi de comisionado al doctor
Joaqun Pareja con el fin de que fuera a proponerle medidas de
pacificacin, puesto que no podan conceptuarse encontrados los intereses
que de seguro iban a obligarlos a entrar en guerra fratricida. La
tentativa no surti en verdad buenos resultados; pero a lo menos se

suspendieron los movimientos por algunos das, y el tiempo era para Flores
el mejor elemento con que contaba. Urdaneta, penetrado seguramente de los
fines de su enemigo, desech la paz y levant su campamento, camino de
Ambato, donde entr el 14 del propio mes.
-359No por esto se dio por vencido el Presidente, y confiando siempre en
triunfar del rebelde por medio de la seduccin y ardides, porque aun con
los refuerzos que haba obtenido, se consideraba flaco para resistir a las
fuerzas invasoras; hizo que el Ministro de Estado le dirigiese una larga
comunicacin manifestando el derecho y razones que haban tenido los
departamentos del sur de Colombia para constituirse como pueblo
independiente, y concluyendo por instruirle que enviaba una comisin,
compuesta del General Whitte y el coronel Jos Modesto Larrea, con el fin
de que arreglasen definitivamente cuantas diferencias hubiera para
establecer la paz. Urdaneta dio, por conducto de su secretario, seor
Acebedo, una contestacin ms larga todava que la que la motivaba,
rebatiendo las razones aducidas por el Ministro, pero conviniendo al fin
en que, por amor al orden y la paz, haba acogido a los comisionados del
gobierno y estipulado un armisticio transitorio, en tanto que nombraba a
los que haban de serlo de su parte.
Efectivamente fueron nombrados los coroneles Ambrosio Dvalos y Cervelln
Urbina, y se reunieron con los otros el 17 de enero en la hacienda de
Pucarrum. Los comisionados del gobierno propusieron: que se reuniera un
congreso ecuatoriano con el fin de que deliberase de la futura suerte del
Estado; que el General Urdaneta retirase su ejrcito a los departamentos
del Azuay y Guayaquil; que se restableciese la correspondencia pblica y
el comercio; que las elecciones de diputados se verificasen con entera
libertad; que se admitiesen en el congreso a los diputados del Cauca; y
que se persiguiese a los asesinos del gran mariscal de Ayacucho.
Los artculos 1. y 4. fueron modificados por Dvalos y Cervelln Urbina,
poniendo Asamblea del sur en lugar de Congreso ecuatoriano; el 1., 3. y
6. fueron aceptados; y negado el 5., porque adujeron la razn de que
Popayn se haba sometido a la deliberacin de la asamblea de Buga.
Propusieron adems los comisionados de Urdaneta: que, durante el tiempo en
que haba de congregarse la -360- asamblea, no se ocupase la provincia
del Chimborazo por las fuerzas del gobierno; que dicha asamblea se
reuniese en Riobamba, debiendo concurrir los tres departamentos con igual
nmero de diputados; que se diesen seguridades a las personas y
propiedades de cuantos en el Chimborazo se hubiesen comprometido con uno y
otro de los partidos; y fuesen puestos en libertad el General Senz, y los
dems jefes y oficiales presos a consecuencia de la insurreccin de los
escuadrones de Granaderos; debiendo expedrseles los pasaportes, si los
pedan. Hzose igual oferta de parte de Urdaneta, con respecto a los
individuos que tambin l conservaba presos en las crceles o cuarteles.
Como los comisionados apenas tenan poderes limitados, no pudieron
arreglar cosa ninguna de provecho, cuanto ms restablecer la paz, y las
conferencias terminaron al da siguiente, con motivo de una comunicacin
que los del gobierno pasaron a los otros anunciando la partida de Bolvar
para Europa, segn resultado de los impresos que acompaaron, suceso con
el cual, dijeron, haban desaparecido las razones en que se fundaran las

actas de los cuerpos que comandaba el General Urdaneta. Los coroneles


Dvalos y Cervelln Urbina se limitaron a decir que tambin carecan de
poderes, y que pondran en conocimiento del General en jefe los documentos
a que se refera el oficio de los primeros.
Todo este decir, conferenciar y arreglar redund, como era consiguiente,
en provecho del gobierno que haba provocado el armisticio; pues el
general Flores, entre tanto, aument sus fuerzas, organiz atinadamente
unas cuantas partidas francas, fortaleci algunas alturas, remont los
escuadrones, etc., etc. Diramos que tambin Urdaneta quiso ganar el mismo
tiempo para que vinieran de Guayaquil parte del batalln Girardot y el
escuadrn Cedeo que haba dejado en esta plaza, y le llegara asimismo una
parte o el todo del Ayacucho que se le haba ofrecido enviar de Panam;
pero el intruso General no necesitaba de estos auxilios, porque sus
fuerzas eran numerosas y aguerridas, como dijimos, y eran, por -361lo mismo, ms que bastantes para acabar con las del gobierno.
Como se ha visto, aun se presentaron en el campamento enemigo papeles
pblicos que noticiaban el viaje del Libertador para Europa; porque
Bolvar, lo diremos aqu, era la persona de entidad en que mutuamente se
apoyaban as los que haban fraguado la revolucin como cuantos sostenan
al gobierno. Las comunicaciones oficiales y cartas particulares que se
cruzaron por ese tiempo, las conferencias pblicas y conversaciones
privadas, los peridicos y ms impresos sueltos, no hablaban sino del amor
y respeto que mantenan por el Libertador, y todos, todos, por violentas
que fuesen las deducciones que pensaban hacer de sus raciocinios, sentaban
previamente por bases indispensables las consideraciones y adoracin que
deban conservarse por el Grande hombre.
1831. Urdaneta, a pesar de sus cortos alcances, no se dej embaucar con la
noticia de la separacin de Bolvar, y comprendiendo que el Presidente
Flores slo trataba de contener los movimientos de las tropas rebeldes, se
resolvi a continuarlos, rompiendo a un tiempo el armisticio, que todava
no terminaba, y las hostilidades. Jugronse, en consecuencia, algunas
escaramuzasen Mulalillo y en las mrgenes del Naxichi entre las guerrillas
del gobierno y las centinelas partidas del enemigo, en que las primeras
salieron malparadas; y el General Urdaneta ocup tranquilamente a
Latacunga el da 30. El General Flores repleg para Saquisil con una
columna de tropa y situ otras a su izquierda con el ostensible objeto de
provocar al enemigo a que le atacara separadamente, y con el verdadero de
colocarle en la incertidumbre de la marcha que deba seguir; porque
mientras el Presidente contaba con muchos y buenos espas, el General
Urdaneta careca de ellos casi del todo.
Ora porque este General fuese de temperamento flemtico, o porque en estos
das se diese ms a la crpula que la tena de viejo, se dej estar en
Latacunga perdiendo un precioso tiempo que su enemigo lo empleaba con
provecho, y se content con enviar un edecn, conductor -362- de
algunas cartas de Bolvar para los Generales Flores y Senz, tradas por
el teniente de navo Jos Mara Urvina, con el fin de desmentir lo que
haban asegurado los impresos acerca de la partida de aquel, para Europa.
El Presidente, que andaba siempre tras ocasiones que le dieran campo para
desconcertar al enemigo, se aprovech de esta que tan a la mano le vena,
y le disput al General Farfn a que le hablase de nuevo por la paz y

evitar as el escndalo de una contienda civil, suscitada a nombre del


Libertador, cuando todos estaban conformes con ponerlo a la cabeza del
gobierno de Colombia, en el caso que consintiese en semejante sacrificio.
El General Urdaneta, si no por cobarde, porque probablemente le asistan
algunas razones secretas para portarse como hombre dcil, se dio a
partido, y el 4 de febrero acordaron entre l y el General Farfn los
preliminares de una transaccin. Con arreglo a estos, se reunieron el 7 en
la hacienda llamada Cinega, el Ministro Valdivieso y el General Matheu,
comisionados del gobierno, y el coronel Federico Valencia y el comisario
de guerra seor Francisco Antonio Crdoba, comisionados por Urdaneta, y,
ajustaron las siguientes capitulaciones:
1.- Suspensin y trmino de las hostilidades, debiendo situarse las
tropas de Urdaneta en la provincia del Chimborazo, y las del gobierno en
las de Pichincha e Imbabura; 2. aunque el cantn de Latacunga no poda
ocuparse por ninguno de los ejrcitos, las autoridades civiles deban ser
nombradas por el gobierno, 3. una comisin especial arreglara la
indemnizacin de los gastos causados por uno y otro ejrcito, as en el
Chimborazo como en Latacunga; 4. otra comisin nombrada por ambas partes
partira por Buenaventura a saber de la existencia y paradero del
Libertador, y si se encargaba o no del gobierno de Colombia; debiendo, en
caso afirmativo, reconocer su autoridad el Estado del Ecuador; 5. si no
existiese o se hubiese ausentado ya de Colombia, Urdaneta reconocera
asimismo el gobierno del sur, y se sometera a su constitucin y leyes;
debiendo -363- proporcionar el gobierno los transportes necesarios a
los jefes, oficiales y soldados que voluntariamente quisieren volverse a
sus hogares o partir a la tierra que ms les acomodase, previos los
ajustamientos y pago de sus haberes, como lo permitieran las
circunstancias del erario; 6. si antes de ponerse en camino la comisin a
que se refiere el art. 4., o durante el viaje de ella, se supiere
oficialmente lo que se deseaba saber y conocer, deba al punto llevarse a
ejecucin lo arreglado por los arts. 4. y 5.; 7. los mismos
comisionados deban interponer su mediacin con las autoridades del Cauca,
a fin de que cesasen las hostilidades en que todava se mantenan sus
pueblos, y arreglasen las diferencias de una manera amistosa; 8. durante
la incertidumbre de las noticias que iban a adquirirse, no podan darse
ascensos, fuera de lo que demandare una justicia rigurosa, ni aumentarse
las plazas de los ejrcitos, debiendo aun disolverse las partidas volantes
que se haban organizado; 9. desde el instante de ratificados estos
arreglos se abriran al comercio y la correspondencia en el Estado; 10.
en fin, cuantos militares y paisanos se hallaban presos o detenidos por
cualesquiera de las partes contratantes, deban ponerse en libertad, y las
autoridades franquearles los pasaportes, si los pedan; y nadie en
adelante poda ser molestado por sus pasadas opiniones polticas. Las dos
ltimas capitulaciones son relativas al cumplimiento de ellas, cuya
seguridad se dio con el canje de dos jefes que nombraron los contratantes
para que vigilasen la puntual observancia de ellas. Concluidas el da 9,
se ratificaron por el Presidente en Machachi el mismo da; y por el
General Urdaneta el 11 en Latacunga.
En este mismo da celebraron otro arreglo adicional, reducido a la
indemnizacin de que trata el art. 3. por el cual slo deba ella

extenderse a los gastos hechos en Latacunga: a que los pueblos del Ecuador
reconoceran a Bolvar, en el caso condicionado, como jefe supremo, y
juraran la constitucin sancionada en Bogot: a que, en el art. 5., los
del ejrcito de Urdaneta no reconoceran, sino los que quisiesen, la
constitucin y leyes del Estado, quedando s comprometidos a respetarlas
durante su permanencia -364- en el territorio; a que si se
traslucieren antes las noticias a que se refiere el art. 6., se pondran
inmediatamente en conocimiento de los jefes canjeados para que estos las
participasen al suyo; y a que se afianzaba la inviolabilidad de la
correspondencia y el trfico seguro de los correos y del comercio.
Tal fue el paradero de esta ruidosa campaa del General Urdaneta, cuyos
resultados, a llevarse en adelante, habran tal vez sido funestos para
nuestras instituciones recientemente establecidas, porque de cierto,
atendiendo al nmero y excelente calidad de las fuerzas de Urdaneta, el
triunfo pudo haber sido suyo, y entonces habran tambin continuado los
conflictos de Nueva Granada ms y ms apurados.

No bien acababan de ratificarse los tratados, cuando lleg la noticia


oficial y autntica de la muerte de Bolvar. Para Urdaneta fue un golpe
fatal, y a juzgarse por los documentos que le fueron interceptados, no
pudo ser mayor su arrepentimiento por los arreglos que haba hecho, y ms
cuando a consecuencia de estos, casi todos los jefes y oficiales de su
ejrcito haban quedado sumamente disgustados, y las tropas comenzando a
desmoralizarse desde que se les dio la orden de moverse en retirada.
Al traslucirse la muerte del Libertador en Guayaquil, a donde haba
llegado la noticia de ella antes que a Quito, se reunieron espontneamente
los padres de familia, y acordaron y proclamaron, por acta de 13 de
febrero, el restablecimiento del rgimen constitucional del Estado.
Precisamente en los instantes en que se hallaban deliberando acerca de tan
importante asunto, se les present una copia de los preliminares ajustados
con Urdaneta, y como estos fueron mal vistos y recibidos por algunos de
sus comilitones residentes en la plaza, se aprovecharon -365- los
buenos ciudadanos de tales impresiones, y consiguieron que aun la misma
guarnicin acogiese tambin gustosa el acuerdo de ellos. El
Vice-presidente Olmedo, que tambin se hallaba en la ciudad, se puso a la
cabeza del gobierno, y dict las providencias ms convenientes para
conservar el orden y seguridad del departamento. Una vez hecha tal
proclamacin en Guayaquil, era ya casi seguro que Urdaneta iba de vencida,
y que en breve quedara rendido.
Efectivamente la contra-revolucin que acababa de verificarse en Guayaquil
fue recibida en Cuenca con entusiasmo, y tambin all se proclam el
restablecimiento del orden constitucional. Cierto que este suceso no poda
an dar fin a la guerra, mientras el General intruso fuera dueo de tantas
y tan buenas tropas; mas los acontecimientos ocurridos en Chunchi y en

Biblin fueron para l mortales, y desde entonces ya no hubo cosa que


temerse. El batalln Cauca y la columna de Girardot, atrasados en la
marcha que hacan para Cuenca, prendieron el 16 de marzo al coronel Melo y
a otros jefes y oficiales, proclamaron en la primera de esas parroquias el
orden constitucional y replegaron inmediatamente para Alaus a presentarse
al Presidente, general en jefe, cuyo cuartel general ya lo tena entonces
en Riobamba. El cuarto escuadrn de Hsares, sabido o no lo obrado en
Chunchi, hizo lo mismo en Biblin el da 22, y de seguida se vino tambin
con iguales fines a Riobamba.
El batalln Carabobo, nico de los cuerpos de infantera que haba entrado
ya en Cuenca, se decidi al cabo por seguir el ejemplo de los anteriores;
y aunque el escuadrn Cedeo trat de oponerse a la contra-revolucin, fue
en vano y, por el contrario, qued rendido l mismo. Dos compaas del
citado batalln maniobraron con maestra singular una rpida operacin,
con la cual no pudieron dar paso provechoso los de a caballo, y fueron
todos prendidos y desarmados, quedando entonces del todo debelada la mala
causa de Urdaneta. Verdad es que los comandantes Peti, Guerrero y Peraza,
distinguidos aun entre malos por sus inmoralidades y ferocidad,
pretendieron, impos, conservar levantadas las armas contra -366- la
patria que no era de ellos; pero bien pronto quedaron abandonados y
oscurecidos.
En cuanto al General Urdaneta, su posicin vino a ser de las ms
vergonzosas y desesperadas; pues tuvo que sufrir reconvenciones acres y
aun insultos de sus mismos subalternos y, lo que es ms, aceptar la
proteccin de una escolta que generosamente le dispens el General Flores
para que pudiera viajar por los pueblos con seguridad hasta embarcarse y
salir fuera del Ecuador. Harto bien mereca los rigores de la suerte, ya
que no tuvo ni resolucin para combatir, ni palabra para cumplir los
arreglos celebrados; pues manifest, apenas hechos, vivos deseos de
quebrantarlos, no esperando para esto sino el arribo de la Gracia del
Guayas que aguardaba de Panam, y que la Guayaquilea entrase a Guayaquil
con el batalln Ayacucho o parte de l, como se lo haba ofrecido el
General Espinar.
As lo demuestran las cartas; datadas en Ambato y Biobamba, y dirigidas a
sus comilitones y amigos de Guayaquil, antes de saber el contenido del
acta del 13 de febrero; A m me es muy fcil entretener a Flores hasta
esperar la "Gracia del Guayas", dice en una del 15 del citado mes, esto
es, cuatro das despus de ajustadas las capitulaciones.
Cuando recib su apreciable carta, fecha 12 del actual, ya haba
destrozado mi corazn, haca dos das, la misma noticia (la de la muerte
del libertador), dice en otra del 19, y estbamos pensando en Colombia la
pobre, en el General Flores, el ambicioso, y en hacer una gran masa
militar para formar un gobierna que lo rija la espada y corte de raz
estas guerras.... Ya habr observado que cada artculo (de los tratados)
nos ofrece arbitrios.... Veremos qu efecto obra en Flores la vista de
esas cartas (las que vinieron dirigidas a este desde Cartagena) que ya le
he remitido, y mi comunicacin en que le ofrezco la presidencia de la
repblica (la de Colombia) hacindole ver sus peligros, y que me he de
llevar hasta los clavos viejos para hacerle la guerra por el Cauca y el
Pacfico... Anzotegui march ayer para -367- Cuenca a preparar todo

lo que debemos llevarnos, y explorar la voluntad de esos habitantes sobre


si debemos marchar.... Ya dije a Lecumberri cuanto tena Ud. que hacer por
all en orden a lo mismo.
En otra carta del 21 dice: El ejrcito se halla con mejor resolucin que
antes para marchar contra don Juan Jos, pues el soldado atribuye a sus
traiciones la muerte del Libertador; haga, pues, todo empea para que
vuele la parte de Girardot que le tengo pedida, como la de Cedeo, porque
es imposible que Flores cumpla por su parte el tratado, y no ha de
perdonar arbitrio para reducir y embrollar el tiempo. Yo no necesito ms
que el necesario en que debo reunirme con ese auxilio para marchar de
frente; pues, entre tanto, Murgueitio o Garca le habrn llamado la
atencin por Pasto, y esto me basta para autorizar un rompimiento, lo
mismo que suceder; pues los vecinos de esta provincia (la de Chimborazo)
me han protestado llegarn a embarazar mi regreso, caso que Flores tuviera
con qu pagar el haber del ejrcito; y adems me parece que igual
oposicin deben manifestar nuestros amigos de Guayaquil y Azuay, y por
supuesto no abandonar, porque este fue uno de los recursos que yo tuve
presente para adoptar, en caso que el Libertador nos faltara.... Tambin
es muy interesante que por la Benaventura se le dirija al general
Murgueitio la que le acompao, pues en ella le hablo sobre el mismo
ejrcito, y de la necesidad que tenemos en que marche sin demora sobre
Pasto, sin hacer caso del artculo del tratado de paz, relativo a sus
operaciones.... Generalmente dice toda la tropa que los ecuatorianos son
la causa de la muerte del Libertador, y estn locos por vengarla.
Propensin es de todo caudillo alentar a sus parciales con cualquier
gnero de invenciones, mas la de atribuir a los ecuatorianos la muerte de
Bolvar, y atribuirla Urdaneta a nombre de sus tropas, sobre ser torpe
como desmentida por los actos pblicos con que le haban proclamado e
invitdole a que viniese a morar entre nosotros, no poda surtir efecto
ninguno ni en sus corresponsales ni en los capitanes de su ejrcito.
-368En fin, Urdaneta detenido en Pun, juntamente con otros de sus compaeros,
hasta hacerse a la vela y salir en busca de mejor fortuna, tuvo que
presenciar la ejecucin de la sentencia de muerte pronunciada contra el
coronel Manuel Len (ya diremos por qu), uno de sus partidarios, y salir
del Ecuador por el mes de mayo con rumbo para Panam. All fue a tomar
parte en la resistencia que aun opona el coronel Alzuru, conocido por su
mala reputacin, y con tal motivo, despus de la derrota que padecieron
merecidamente, fueron ambos hechos prisioneros y de seguida fusilados.
El General Luis Urdaneta no tena ninguna de las prendas militares que
tanto distinguieron a su pariente el General Rafael Urdaneta, y la mala
suerte de aquel correspondi en todo a su mala ndole y malas costumbres.
El coronel Len de quin hablamos, proscrito del Ecuador por haberse
alzado contra sus instituciones, se alz tambin contra el capitn de la
goleta Luna en que fue llevado para Panam. Desembarc en esta plaza, y a
las veinte y cuatro horas volvi a embarcarse con el capitn Sotillo y
otros en nmero de veinte y dos, y se vino con rumbo hacia las costas del
Ecuador, por vengar los agravios que haba recibido, lavando sus pies (son
sus propias palabras) en la sangre de este pueblo. Trat de saltar en
Tumbez; mas habindose opuesto la autoridad local de esta plaza, se

transport en embarcaciones, menores a Machala, donde comenz a llevar a


ejecucin sus malos propsitos, primero con el espanto, luego con
injurias, al fin con daos. Sin embargo de saber que ya estaban debeladas
las fuerzas de Urdaneta casi en el todo, se empe en abrirse paso por
medio de los pueblos para incorporarse con ese general que aun permaneca
en Cuenca. El coronel Cestari, auxiliado de los vecinos de Machala, le
prendi y desarm, y llevado a Guayaquil se le someti a juicio por los
trmites de ordenanza, y fue condenado a pena capital. Con la formacin
del proceso vinieron a ser descubiertos los sangrientos propsitos que
traa contra los pueblos del Ecuador, y tal vez a esta causa, aun cuando
el mismo Consejo de guerra -369- hizo las debidas recomendaciones para
que se le conmutara la pena, no tuvieron cabida en el nimo del gobierno,
y muri siempre fusilado. El coronel Len, eso s, era uno de los
distinguidos jefes de Colombia por su bravura en los combates; su cuerpo
estaba lleno de cicatrices, y aun el rostro lo tena tajado con las
heridas que en Ayacucho recibiera.
Con la cada de Urdaneta se descart nuestro pueblo de veinte y dos jefes
(inclusos dos generales y ocho coroneles), de cuarenta y cuatro oficiales
y de quince individuos de las clases o tropa; siendo pocos los que
merecieron que se sintiese por ellos. Entre estos debe hacerse especial
mencin del General Illingworth, uno de los honrados, apacibles y de
buenas costumbres que vinieron a derramar su sangre por la independencia
de Colombia. Sus entraables afectos por el Libertador, bajo cuyo gobierno
y amparo podan nicamente, en su decir, consolidarse las instituciones de
su patria adoptiva, le envolvieron en la impopular y malhadada causa de
Urdaneta, y tuvo que padecer persecuciones, y sufrir las malas
consecuencias del destierro.
Pero si la nacin se descart en buena hora de unos cuantos jefes y
oficiales dscolos y atrevidos, quedaron siempre otros muchos,
aparentemente rendidos y sumisos, o posando en nuestras playas o en sus
inmediaciones, prontos y dispuestos a lanzarse en las revueltas, si no a
exitar ellos mismos todo gnero de contiendas para vivir a costa de los
pueblos. Y prescindiendo de los de esta clase, recibieron ascensos cuantos
se haban mantenido fieles al gobierno, y la nacin, aunque reconociendo
la lealtad de los servidores al gobierno, qued abrumada bajo el peso de
tantas charreteras y bordados. Entre nosotros, databa desde el ao de
nueve la mana de pagar con ascensos, acciones que no pasan de ser propias
del pundonor y deber militares.

-370VI

Dijimos en el libro ltimo que las ciudades de Pasto y Buenaventura, y muy


luego Popayn misma, capital del departamento del Cauca, se haban
incorporado al Estado del Ecuador. Sucesivamente haban seguido todos sus
pueblos el ejemplo que dieron las capitales de provincia, sin otro
desacuerdo, como anunciamos antes, que el haberse declarado unos

provisionalmente, mientras durasen los disturbios del centro, y otros sin


condicin ninguna.
El congreso del Ecuador, discurriendo y obrando con circunspeccin y
lealtad, se haba limitado a declarar que el colegio de plenipotenciarios
de los Estados de Colombia sera el que por la ley fundamental, fijase los
lmites de los territorios.
El General Flores, fuera por librar al Estado del contagio de la
revolucin del centro, fuera que estuviese persuadido del derecho con que
esos pueblos podan libremente incorporarse a los Estados del sur o
centro, fuera, como quieren sus enemigos, por pura ambicin o deseos de
extender el territorio de la nacin que rega; se apresur a trasladar a
Pasto dos cuerpos de infantera para que la resguardaran, y el mismo se
fue poco despus con el fin de arreglar la provincia de ese nombre, y
proteger las manifestaciones de su voluntad. Ya vimos cmo, sin embargo de
esto, tuvo necesidad de sacar de tal ciudad el batalln Quito, con motivo
de la insurreccin promovida por Urdaneta en Guayaquil.
Las actas de los pueblos del Cauca se haban celebrado desde antes que se
diera la declaratoria del 16 de noviembre por la asamblea de Buga, por la
cual se reconoci al General Rafael Urdaneta como encargado del mando
provisional de Colombia, en los mismos trminos que le reconocieron las de
Bogot y otras provincias. Y como, fuera de esto, no se la llev adelante,
sino que ms bien fue contradicha por el acta del 1. de diciembre,
celebrada en Popayn, la capital del departamento, el General -371Flores ya no tuvo embarazo ninguno en expedir un decreto ejecutivo,
declarando formalmente incorporados esos pueblos al Ecuador; y esos
pueblos juraron la constitucin del Estado, y recibieron las autoridades
que el Presidente tuvo a bien nombrar.
El General Urdaneta, como cabeza del gobierno que rega en el centro, se
dirigi oficialmente al General Flores pidiendo la devolucin de Pasto,
cuya incorporacin al Ecuador era la nica de que hasta entonces pudo
tener conocimiento. Fundose para tal demanda en la declaratoria de la
asamblea de Buga, y como el Presidente, arrimndose a la del 1. de
diciembre, se neg a tal devolucin, la pertenencia del Cauca lleg a ser
objeto y causa de una larga contienda, y a producir tamaos disgustos
entre el Ecuador y Nueva Granada, aun desde mucho antes que esta se
constituyera. Por entonces, el buen pulso e indecisiones del Libertador,
el aspecto blico en que se mantena Venezuela por conservar su reciente
modo de ser, y, sobre todo, la insurreccin levantada por los Generales
Obando y Lpez contra el gobierno de Urdaneta, segn lo expusimos en su
lugar; impidieron venir a las manos, y las cosas no pasaron de bravatas y
amenazas.
El Presidente del Estado, fuera ya de las atenciones en que haba entrado
por la insurreccin del 28 de noviembre, de la cual se libr maosa y
airosamente, volvi a colocar en Pasto un cuerpo de infantera, aparte de
la mitad del Vargas que desde meses atrs se hallaba en esa plaza. Entre
tanto, como los disidentes de Nueva Granada continuaban metidos entre los
conflictos que dejamos relatados en su lugar, quiso tambin nuestro
Gobierno contribuir a la pacificacin de los departamentos del centro, y
dispuso que la goleta de guerra Guayaquilea saliese tras la Ismea y la
rindiese, como en efecto fue rendida el 28 de marzo por el comandante en

jefe, coronel Soulin. Poco despus envi para Panam una columna de tropa
a rdenes del comandante Pedro Mena, con el objeto de que contribuyese a
destruir la faccin levantada por el coronel Alzuru, como tambin fue
destruida. La columna ecuatoriana que vena a la -372- vanguardia,
dice el Boletn de Panam nm. 7. del 27 de agosto, rompi el fuego, y
con algunos cortos tiros del resto del ejrcito se pusieron en vergonzosa
fuga Auzuru y sus viles secuaces. Aun el General Hilario Lpez; puesto
despus del combate de Palmira a la cabeza de la divisin que iba a
combatir contra los facciosos del centro, no obr sino como auxiliar del
Ecuador, segn l mismo lo expuso al Vice-presidente Caicedo, y aun segn
se explic oficialmente con nuestro gobierno. ltimamente, habindose dado
por el Prefecto del Cauca la noticia de que todava quedaban en pie
algunas reliquias de los disidentes en Cali, y pedido con tal motivo que
se le enviasen de ciento cincuenta a doscientos veteranos, dispuso el
gobierno que el batalln Quito se trasladase a Popayn a mantener su
tranquilidad.
Por sanas y rectas que sean las acciones del hombre, nunca faltan quienes
las interpreten a su antojo, y los enemigos del General Flores
discurrieron que la ambicin, y no otro ningn motivo, le movi a dar este
paso para que, en son de guarecer a Popayn, fuera ese cuerpo a influir en
los habitantes o, cuando menos, a estorbar el que deliberasen libremente
sobre si haban de pertenecer al Estado del sur o al del centro. Mas, por
las instrucciones que se dieron al coronel Zubira, quien deba ponerse a
la cabeza del cuerpo y encargarse de la comandancia general de ese
departamento, se comprende que aquel paso fue obligado por la necesidad, y
que, por parte del General Flores, se respet la libertad de los caucanos.
Estas instrucciones, fechadas el 1. de setiembre, contienen, despus de
las relativas al movimiento del cuerpo, las siguientes: 5. el Gobierno
est ntimamente persuadido de que el Gobierno del centro no abriga miras
hostiles contra el Ecuador, y que las tropas que vienen son las mismas que
fueron de auxilio desde el Cauca, y que a la fecha se habrn licenciado
seguramente, como sucedi con la columna Zarria. 6. En el caso de que
efectivamente se presente en el Cauca alguna fuerza granadina con miras
hostiles, el seor coronel Zubira se retirar a Pasto dando antes una
proclama a los -373- habitantes del Cauca, en que se diga que el
Gobierno del Ecuador, consecuente a sus promesas, le ha ordenado preferir
una honrosa retirada, antes que disparar un fusil contra unos hermanos
cuya libertad respeta. 7. Para cumplir con el antecedente artculo
examinar la opinin general de esos pueblos, y con especialidad la del
vecindario sensato.
Vese, pues, que el Gobierno del Ecuador obr con laudable moderacin y
tino al limitar sus procedimientos, con respecto al Cauca, a preservarle
de la guerra en que estaban las otras provincias gradinas, y que haba
contribuido tambin al restablecimiento del orden en el departamento del
Istmo. Aun en las instrucciones reservadas que se dieron al encargado de
los negocios del Ecuador en Bogot encontramos la siguiente: En el caso
de que el Gobierno del centro le exija la restitucin del gobierno del
Cauca y Pasto, le manifestar que el Gobierno ecuatoriano est muy
distante de aspiraciones locales, y que se somete gustoso a la resolucin

del congreso de plenipotenciarios que debe fijar los lmites de los


Estados.
Por lo dems, las elecciones primarias, electorales y de diputados para el
primer congreso constitucional se verificaron tranquilamente en todas las
provincias del Cauca, y llegado el caso de la instalacin concurrieron los
correspondientes a este departamento, juntamente con los del Ecuador,
Guayaquil y Azuay.

VII

Tales eran los antecedentes y rumbo que haban tomado los acontecimientos
relativos al Cauca, cuando por conducto del Ministro de lo Interior, esto
es por rgano que no era el regular, pas el Gobierno del centro la
comunicacin oficial de 22 de julio, solicitando la devolucin del
departamento cuestionado como parte integrante de Nueva Granada.
-374La reclamacin tuvo su fuente en la respuesta que el Prefecto del Cauca
dio al Gobierno de Bogot, con motivo del decreto de 7 de mayo expedido
por el Vicepresidente Caicedo, convocando una convencin, y por el cual
llamaba a los diputados de los departamentos, con inclusin de los del
Cauca. El prefecto Arroyo haba contestado que daba cuenta a su gobierno
(el del sur) con las comunicaciones recibidas del centro, porque a l no
le era dable contrariar la voluntad de los pueblos del Cauca, unidos al
Ecuador por su seguridad y bienestar futuro, mientras una asamblea general
de la nacin fijase les lmites de cada Estado; que todo el departamento
haba jurado ya la constitucin, y procedido a las elecciones primarias
para las de diputados; y que si llegara a cumplir las rdenes del centro,
todos los pueblos del Cauca levantaran el grito contra el Prefecto,
quejndose de que volva a envolvrselos en la guerra civil.
El Ministro del gobierno del centro fund sus cargos y reclamaciones en
que la agregacin de los pueblos del Cauca al Ecuador no poda
conceptuarse sino provisional, como aconsejado por las circunstancias del
tiempo; mas, queriendo en todo caso conservar inviolables las
instituciones de la repblica de Colombia, y su fidelidad a las
autoridades legtimas. Pero que, restablecido ya el gobierno
constitucional, aceptada y jurada en todas las provincias del departamento
la constitucin del ao 30, y reconocidos los empleados superiores que
ella estableciera, deban volver a la unin con que la naturaleza y las
instituciones polticas los haban ligado a los dems de los departamentos
centrales.
El gobierno del Ecuador se limit en su contestacin a decir que, si era
cierto que el Cauca jurara la constitucin del ao 30, lo haba hecho
hipotticamente; esto es, en el concepto de que prevaleciera el sistema
central desechado por la voluntad general, quedando los pueblos por
consiguiente en pleno ejercicio de los derechos primitivos para conservar
su existencia, y buscar la asociacin poltica que fuere ms conforme a

sus conveniencias; que el territorio del Cauca era tan independiente del
Ecuador y de Nueva Granada como los dems del -375- centro, y que
ninguno de los Estados poda decir que tena posesin de l: que si se
atenda a la antigua demarcacin, la provincia de Popayn fue siempre
parte integrante del reino de Quito, sujeta en lo judicial hasta la poca
de la transformacin poltica; y que, convencido de estos principios, no
haba podido menos que dar acogida y amparo al voto libre y espontneo de
aquellos pueblos.
Mientras se cruzaban estos y otros oficios, relativos al mismo punto, los
papeles pblicos de Nueva Granada y Ecuador, y especialmente los primeros,
se presentaron furiosos y hasta sucios, que no descomedidos, y virulentos,
despedazndose mutuamente con denuestos a cual ms graves, que, a decir
verdad, deshonran la prensa de aquellos tiempos. El Cauca, hecho la
manzana de la discordia, no poda l mismo saber cul sera su paradero,
sin que tampoco podamos nosotros afirmar cul, de cierto, era su genuina
voluntad, porque bien natural es que sus habitantes se hallasen divididos
en los afectos, segn los vnculos de sangre, amistad o intereses con los
del centro o sur del antiguo virreinato. Lo que s puede asegurarse es que
los pueblos meridionales del departamento estuvieron ms decididos por el
Ecuador, y los septentrionales por Nueva Granada, sin otra razn que la
sencilla y muy concluyente de que los pueblos quieren tener ms expedito
el despacho gubernativo en todos sus ramos.
El diputado Valencia, a cuyo decir nos arrimamos, por ser uno de los ms
ilustrados del departamento del Cauca, y entonces el ms competente para
hablar de la materia, se explic en dicho sentido en la sesin del 3 de
octubre, en que el congreso se ocupaba en ella. Necestase de tino y
detencin, dijo, para resolver este punto, ya que las manifestaciones de
algunos pueblos han sido simples y absolutas, y las de otros condicionales
o reservadas, pues puedo exponer asertivamente que la agregacin de los
pueblos del Cauca fue libre y espontnea, mas no puedo asegurar lo mismo
respecto de los pueblos del norte.

VIII

Sea de esto lo que fuere, el asunto no haba avanzado un solo paso hasta
el mes de setiembre, en que se reuni el primer congreso constitucional
del Ecuador, abriendo sus sesiones el 20 con la concurrencia de seis de
los diputados del Cauca, correspondientes a las provincias de Popayn,
Pasto y Buenaventura.
La materia de que venimos tratando ocup sus primeras atenciones, y el 7
de noviembre expidi el decreto cuya parte dispositiva dice as: Artculo
1. El departamento del Cauca queda incorporado al Estado del Ecuador,
entre tanto que la convencin general compuesta de diputados de todas las
secciones de la repblica, haga definitivamente la demarcacin de dichas
secciones.- Artculo 2. Se aprueban, corroboran y ratifican, tanto el
decreto ejecutivo admitiendo la incorporacin del departamento del Cauca,
como las rdenes expedidas para que concurra con sus diputados al presente

congreso; reputndose desde su incorporacin como una parte integrante del


Estado, y con los mismos derechos y deberes de los dems departamentos.
La legislatura, pues, se limit discretamente a sostener la incorporacin
hasta que el congreso general resolviese otra cosa, y hay que apreciar la
modestia y circunspeccin de semejante procedimiento. En las
circunstancias en que se hallaba el Cauca, partiendo la tierra con los
Estados del sur y centro y no pudiendo constituirse como pueblo
independiente, segn haba pensado en los primeros das de la disociacin
de Colombia, su futura suerte no deba someterse al querer y antojo de los
interesados, y menos an a las maquinaciones de la poltica ni a la
decisin de las armas. El congreso constituyente de Nueva Granada, valga
la verdad, no tuvo el mismo miramiento con esos pueblos, sino que, sin
andarse por las mrgenes, declar que pertenecan a su territorio.
-377He aqu la declaratoria que dio: La convencin resuelve. Sin perjuicio de
las medidas y determinaciones que oportunamente decretar la convencin
respecto de los departamentos del Ecuador, Azuay y Guayaquil, cuyas
resoluciones marcarn la lnea de conducta que debe guardar el poder
ejecutivo; se declara que el mismo poder ejecutivo no podr entrar en
ninguna clase de arreglos, pactos ni transacciones con los departamentos
expresados, sin que primero el gobierno que ahora los rije manifieste de
una manera clara, terminante y expresa que desiste de toda pretensin
sobre todos y cada uno de los pueblos del departamento del Cauca, segn
los lmites que designa la ley de 25 de junio de 1824, sobre divisin
territorial, y declare adems que ha cesado la agregacin provisoria, que
de ellos se hizo en el ao prximo pasado de 1830.
Por el mes de noviembre pas el gobierno del centro un segundo oficio
insistiendo en la devolucin del Cauca, como consecuencia del principio
uti parsidetis que conservaba al tiempo de la emancipacin de Espaa, y
concluyendo con que, si no fuere devuelto el departamento, se vera en la
precisa necesidad de emplear cuantos medios estuviesen en su poder para
reincorporarlo, puesto que haban sido infructuosas las medidas
conciliatorias que hasta entonces se propusieran en obsequio de la paz.
Cindose el gobierno en la contestacin que dio al punto fundamental
deducido del uti possidetis, nico que se emple en aquel oficio, aunque
con varias amplificaciones, sostuvo que el territorio del Cauca estaba
comprendido dentro de la antigua demarcacin del reino de Quito, y que al
tiempo de proclamarse la independencia era parte integrante de la Real
audiencia, en cuya posesin haba continuado hasta el nuevo arreglo,
dispuesto en los tiempos de Colombia; que las casas de regulares del
departamento cuestionado haban dependido siempre de las provinciales del
de Quito; que en tiempo de la metrpoli tambin Popayn constitua un
gobierno distinto de la antigua provincia de Santaf; que si el dicho
gobierno dependa del virreinato, los dems gobiernos del sur se hallaban
en el mismo caso, debiendo entonces hacerse -378- iguales cargos y con
igual derecho, y que extraaba se proclamase como vigente la citada ley
del ao 1829, cuando por esta se haban incluido hasta los cantones de
Izcuand, Tumaco y otros puntos de la costa que sin contradiccin ninguna
pertenecieron siempre a la presidencia en lo civil y eclesistico, y la
provincia de Pasto aun en lo judicial; siendo este el motivo por qu la

cabecera de ella haba solicitada constantemente (era la verdad) separarse


del departamento del Cauca, y deciddose a reasumir sus derechos, por la
incorporacin al Ecuador, sin restriccin ninguna. Conviene, en que si no
se pudiere resolver la contienda por el congreso de plenipotenciarios, la
decidan libremente los mismos pueblos del Cauca, sin que esta libertad se
extienda a los de la costa ni al territorio de Pasto, hasta donde
alcanzaba la jurisdiccin eclesistica de Quito; y que si, a pesar de este
desprendimiento, se declaraba la guerra, el Ecuador sabra defender sus
derechos con el ejrcito de valientes, la opinin de los pueblos, los
aliados poderosos, la justicia de la causa y la proteccin de la divina
Providencia.
Raras, por no decir muy singulares, son las pruebas que la historia puede
presentar como resultados de transacciones honestas en esta clase de
contiendas. Los principios de la guerra y la poltica, comedidos y justos
al parecer, no los aplican los hombres sino llevando por delante su
provecho e intereses, y las resuelven siempre a su capricho. Nada habr
pues de extraar, por consiguiente, que la contienda de entonces se
decidiera al antojo de uno de los dos Estados y no por el arbitraje de un
tercero, ni por la voluntad de los mismos pueblos.
El gobierno del centro pas desenfadado y activamente de las amenazas a la
ejecucin, y fue preciso entrar en guerra con nuestros propios hermanos,
cuando ellos y nosotros acabbamos de sacudirnos a malas penas de las
guerras suscitadas por el restablecimiento de Colombia.
Quibdo fue el primer pueblo caucano que haciendo una manifestacin en
favor de Nueva Granada, lleg a obrar contra sus propios actos anteriores,
y su gobierno procedi, como era natural, a nombrar las autoridades
-379- del departamento, y a designar las personas que deban servir la
prefectura y gobernaciones. La Capital del departamento, en los conflictos
de ver su territorio expuesto a servir de teatro de la guerra que andaban
preparando, a causa del violento sesgo que haba tomado la cuestin,
excogit un arbitrio justo y al parecer el ms atinado y discreto, con el
cual pens dar fin a la contienda. Reunironse los vecinos en asamblea y
elevaron, a principios de diciembre, a los gobiernos del sur y del centro
dos peticiones de un mismo tenor, solicitando que se autorizara al
Prefecto para que convocase una asamblea representativa departamental
revestida con el lleno de sus facultades, para decidir definitivamente
acerca del lugar que haban de ocupar en la gran familia colombiana. Llena
est la solicitud de observaciones slidas que honran el juicio,
discrecin y dignidad de los que la suscribieron, para que dejemos de
insertarla como un monumento favorable a su memoria.
Peticin dirigida a S. E. el Presidente del Estado del Ecuador por el
vecindario de Popayn.
Exmo. Sr.- Los ciudadanos que suscriben, vecinos de esta ciudad de
Popayn, exponen respetuosamente a V. E.: que constando por noticias
autnticas de Bogot que la convencin granadina ha declarado
comprendidas en el territorio del Estado central a las cuatro
provincias de este departamento; constando tambin que est suspenso
por la misma convencin el reconocimiento del Estado ecuatoriano, y
apareciendo por ltimo en la "Gaceta de Colombia". N. 555, el
nombramiento de Prefecto y gobernadores para el Cauca, hecho por el

gobierno de Bogot: todas estas novedades alarmantes nos ponen en la


triste necesidad de elevar nuestra voz a V. E., y llamar su atencin
hacia un objeto, muy digno de fijarla, como que en l se interesan
la paz y felicidad de estos pueblos.
La mayor parte de los que suscribimos esta peticin pusimos tambin
nuestras firmas en el acta legtimamente popular del 1. de
diciembre de 1830, por la cual esta -380- ciudad, decidida a no
reconocer jams el usurpador Gobierno que ejerca en Bogot el
general Rafael Urdaneta, se puso bajo la proteccin de la
constitucin y leyes del Estado ecuatoriano, agregndose
provisionalmente a su territorio, pronunciamiento libre y espontneo
que imit despus en los mismos trminos y por iguales razones el
resto del departamento, y que ha sido fielmente sostenido hasta
ahora, como lo demuestran la razn, la conveniencia pblica y la
religiosidad del juramento. Durante este perodo hemos disfrutado de
tranquilidad, de orden, de garantas: nos hemos visto altamente
honrados y favorecidos por el gobierno de V. E.; y nuestros votos
han sido atendidos con distincin particular para la confeccin de
las leyes.
No renunciando estos pueblos en manera alguna el innegable derecho
que tienen para decidir por s mismos de su futura suerte, se haban
resignado a permanecer en su actual estado de fluctuacin poltica,
bastante perjudicial a sus intereses, hasta que reunida como se
anunciaba una Convencin general de toda la Repblica, se fijasen
por este augusto cuerpo su destino y sus vnculos sociales. La calma
de las transacciones pblicas y la esperanza de que en esa apetecida
Convencin seran legtimamente representados sus derechos, les
hicieron prestar una tcita aquiescencia a esta idea racional, legal
y prudente. Mas el tiempo ha alterado muy sustancialmente estas
bases; la cuestin, sencilla en sus principios, se ha complicado, y
es indispensable que el Cauca adopte sin dilatacin un partido
decisivo para evitar males graves y escndalos de mucha
trascendencia.
Los Estados del Ecuador y del Centro han entrado en una
controversia bastante reida, a que slo da motivo la actual
posicin poltica de este departamento; y sus Gobiernos no pueden
dirimir por va de las negociaciones este punto, tanto por escasez
de facultades propias, como porque sera un absurdo que cualquiera
de los dos se creyere autorizado para disponer irrevocablemente de
un territorio que a ninguno de ellos reconoce por dueo. Los
vnculos antiguos del Cauca a Bogot se disolvieron por s mismos
cuando las autoridades legtimas -381- y la constitucin
desaparecieron: sus vnculos presentes con el Ecuador son
provisorios e interinos, que dejarn de existir luego que sea la
voluntad de los pueblos. A pesar de esto, las mtuas reclamaciones y
simultneas protestas de los dos Gobiernos alimentan desconfianzas y
enconos, y pudieran al fin dar ocasin al excecrable recurso de las
medidas de hecho: el azote de la guerra traera sobre nosotros
nuevas calamidades, y se prolongara indefinidamente el reinado de
las intrigas, de la anarqua, la desmoralizacin y las bayonetas.

El Congreso del Ecuador ha sometido por su parte la cuestin del


Cauca a lo que resuelva el Cuerpo de Plenipotenciarios de todos los
Estados de Colombia; pero la Convencin granadina no ha hecho este
mismo sometimiento; y no conviniendo las dos partes contendientes en
este arbitrio, y a no es posible que se adopte.
Este Cuerpo de Plenipotenciarios de toda la Repblica que
esperbamos con ansia, est todava muy lejos de reunirse, segn
todas las apariencias. En Venezuela se propuso la cuestin, y el
Congreso se disolvi remitindola para decidirse despus. El Estado
del Centro aun no est constitudo, y las negociaciones con l para
este objeto, aun cuando estuviese en buena armona con los otros
dos, deben dilatarse por esta razn todava mucho tiempo. Entre
tanto, la incertidumbre de sus relaciones futuras paraliza en el
Cauca todas las empresas, mantiene en perplejidad los nimos y puede
ms adelante originar movimientos populares parciales,
desmembraciones de territorio y embarazos en la ejecucin de las
leyes. Este pas afortunado, mansin de la libertad, modelo de
civismo y de orden, vendra a perder su unidad de intereses, de
moral y de espritu pblico, por convertirse en un msero teatro de
intrigas, de facciones y de debates sangrientos.
Por otra parte, los Estados pretenden concurrir a esa asamblea
nacional, sea cual fuere su nombre, con igualdad de representacin;
cosa esencialmente justa en las negociaciones diplomticas, pero que
iba a ahogar y a convertir en la fraccin de un voto parcial la voz
de este -382- departamento; sus intereses ya quedaban mudos, y
no podra esperar jams una mayora que se los afianzase.
Sobre todo, Sr., los hijos de este departamento, al cual puede
decirse que se debe la restauracin de la libertad en el Centro, no
son capaces de mirar con indiferencia, olvidados los eminentes
servicios de este pas, por el Cuerpo representativo constituyente
de la Nacin Granadina; hollados sus derechos cuando sin su
concurrencia o asentimiento se le declara pertenecer a aquel Estado;
y en la alternativa de entrar en una contienda sangrienta y muy
desigual para sostener sus juramentos y sus fueros, o someterse
bajamente para recibir la ley de ese Cuerpo representativo, cuyas
resoluciones sern apoyadas por las bayonetas, creen que no queda
otro camino honroso, para evitar uno y otro mal, que el de que el
Cauca delibere por s mismo sobre su suerte de una manera legal y
pacfica, obteniendo antes las seguridades y garantas suficientes.
Fundados en todas estas solidsimas razones, los ciudadanos que
suscriben, tomando por necesidad la iniciativa para abogar por la
salud y por el decoro del Cauca, hacen a V. E., en el presente
conflicto de circunstancias, la peticin siguiente:- Que supuesto el
derecho que estos pueblos tienen para fijar por s mismos su futura
suerte, y atendiendo a que deben quitarse todos los pretextos para
una escandalosa guerra fratricida que alejara indefinidamente la
consolidacin del orden legal; se sirva autorizar V. E. a la
Prefectura del Cauca para que convoque sin dilatacin una Asamblea
representativa departamental, revestida con el lleno de facultades
para decidir definitivamente acerca del lugar que ha de ocupar este

pas en la gran familia colombiana.


Nosotros esperamos fundadamente que esta peticin, que es el eco de
la opinin pblica en el departamento, no ser desatendida por V.
E., eminentemente popular en su administracin, por V. E. que ha
dicho en su Mensaje al Congreso que el Cauca no ser otra cosa sino
lo que l mismo quiera ser.
-383Popayn, diciembre 6 de 1831.- El General J. H. Lpez.- Salvador,
Obispo de Popayn.- Manuel Jos Castrilln.- Rafael Urrutia.- Juan
N. de Aguilar.- Ignacio Escobar.- El Jefe del E. M. G., Pedro J.
Velasco.- Jos M. Grueso.- Mariano Urrutia.- Lino de Pombo.- Manuel
J. Mosquera.- Francisco J. del Castillo.- Siguen noventa firmas.

El Gobierno del Ecuador aplaudi sinceramente la tan bien excogitada


medida, como conforme a su modo de pensar; mas, fundndose en que la
contienda iba a terminar por medio de una amistosa negociacin, y en que
todava estaba pendiente la contestacin que esperaba del centro, resolvi
continuase el orden de cosas en su estado actual. Por lo que hace al
Gobierno de Nueva Granada, estamos entendidos de que se neg rotundamente
a tal intento.
Como la contienda no vino a terminar sino ms tarde, suspendemos la
narracin de ella en este punto, con el fin de referir otros sucesos
ocurridos con anterioridad.

IX

Habase reunido el primer Congreso constitucional, como antes indicamos.


Una gran corrida de toros, paseos, banquetes, bailes, cuantas diversiones,
en fin poda brindar el Gobierno; todo, se haba preparado y ejecutado en
festejo de su instalacin, y el Ecuador, a juzgarse por tantos recreos, se
presentaba como rebosando de sosiego y dichas. Los peridicos, y mucho ms
el oficial pintaban la unin, la concordia y el contento de los pueblos
como resultado de la prudente gobernacin que los rega, y nacionales y
extranjeros estaban a punto de pregonar la prosperidad y ventura del nuevo
Estado.
Casi de seguida, sin embargo, los papeles pblicos fueron desmentidos, y
desengaada la opinin por el mensaje -384- del Presidente, en que
hizo ver que, lejos de hallarse la nacin con tan brillante perspectiva,
slo se haban dejado palpar los riesgos de su independencia, la
desmoralizacin y el por dems angustioso estado de la hacienda nacional.
El Presidente del Estado dio cuenta de la insurreccin de Urdaneta, sus
movimientos y resultados, de la defeccin de los dos escuadrones de
Granaderos, de la paralizacin del orden y progreso gubernativos, y de la
destruccin del edificio de las leyes, por haberse convertido el

territorio en un pilago de crmenes. Por un mensaje separado, manifest


con claridad y desenfado que haba un dficit de trescientos mil pesos,
sin incluir los gastos extraordinarios, ni las cantidades que deban
reservarse para pagar los intereses de las deudas domstica y extranjera;
esto es, que el Estado no poda subsistir. El ministro aadi en su
Memoria que el Gobierno se haba visto en la dolorosa necesidad de imponer
por va de subsidio una contribucin de treinta mil pesos al departamento
de Quito, y en oficio pasado algunos das despus, que aun sobrevendra la
de declarar que la Nacin se hallaba en estado de bancarrota. Y era la
verdad, y ni era posible que, fuera de otro modo, cuando se mantena un
ejrcito de poco ms de dos mil hombres, y una escuadrilla que, teniendo a
la cabeza la fragata Colombia, necesitaba de cuantiosas rentas, no para
darle movilidad, sino muy apenas para conservarla.
Hay ms. Ni ese ejrcito ni esos marinos estaban siquiera medianamente
satisfechos de sus sueldos, porque o no haba con qu, o si lo haba era
invertido entre los Generales y jefes de cuenta, y los empleados
superiores favorecidos del Gobierno, hallndose los dems no slo
descontentos sino en mendicante miseria.
Uno de los funestos resultados de la congojosa situacin de entonces fue
la insurreccin de las tres compaas del batalln Vargas; insurreccin
ocasionada por el hambre y desnudez de los soldados, que haca meses no
reciban un solo sueldo, por ms que el Gobierno pretendi atribuirla a
otros motivos. Verdad es que el sargento primero de la compaa de
Volteadores, Miguel Arboleda, que la fragu, se hallaba preso y expuesto a
ser fusilado -385- por sentencia del Consejo ordinario de guerra. Pero
esto, por s solo, no le habra hecho obtener que fuera tan fcilmente
seducida su compaa, cuanto ms las otras, si todas las clases y
soldados, no hubieran estado aburridos desde muy atrs de su miserable
estado, viendo que se les retena hasta el mezquino sobrante del pre
diario que les pasaba la nacin. Los jefes de los cuerpos, lo diremos de
paso, por cuyas manos se pagaban alguna vez los sueldos, haban dado con
los medios ms hacederos y seguros de enriquecerse a costa del Gobierno, y
a despecho del hambre de sus propios soldados, sin ms que presentar como
efectivas todas las plazas de que constaban, aunque estuviesen en
comisiones o hubiesen desertado. Y aun en las raciones mismas escatimaban
tambin cuanto poda ahorrando para s los provechos procedentes de las
compras que hacan por mayor para la comunidad del rancho. Un jefe de
cuerpo estaba entonces ms seguro de enriquecer que cuantos Ministros de
Hacienda y tesoreros manejaban los caudales pblicos, porque a lo menos
estos tenan que presentar, llegado el tiempo, los documentos de ingresos
y egresos y poda hacerse efectiva la responsabilidad. En cuanto a muchos
de los jefes, digmoslo con lisura, no conocan el pundonor y la mala
tentacin era constante para dejar de aprovecharse de las ventajas que tan
a la mano les vena. Generales hubo que continuaron sirviendo como jefes
de cuerpo, por no perder tan lucrativos como seguros medios de enriquecer.
La insurreccin la proclamaron los soldados en la noche del 10 al 11 de
octubre. Los insurrectos prendieron cuantos oficiales tena el medio
batalln, y al General Comandante General del Departamento, Whitte, y de
seguida se apoderaron del cuartel de artillera que, defendido por algunos

milicianos, se rindi despus de una muy corta resistencia. El Presidente


lleg a saber la insurreccin a la una de la maana, y tomando al punto
diez hombres de la guardia del palacio, se dirigi a caballo a casa del
General Whitte. A la llegada de aquel estaba ya ste preso y escoltado por
treinta hombres, y con tal motivo ocurri por veinte soldados ms -386de la misma guardia del palacio. El conductor de esta orden, Molano,
asistente del General Flores, la hall tambin sublevada ya, y no slo
esto sino que, al acercarse al palacio, recibi algunos balazos y cay
muerto.
Desde antes del amanecer del 11, los insurrectos se haban posesionado de
la plaza mayor y calles centrales, y montado dos caones para su mayor
seguridad. El General Flores, entre tanto, pasaba por crueles angustias
sin saber el partido que deba tomar, porque tampoco saba el objeto de la
rebelin, hasta que, acompaado de unos pocos, se les present de
sobresalto y arrojadamente en la plaza mayor, les areng afeando su
conducta y concluy por preguntarles qu cosa necesitaban. Ser pagados de
lo que nos deben, le contestaron lacnicamente. Esta demanda requera
prontitud para calmar a los sublevados, y sin embargo, lo avanzado de la
noche y la pobreza del tesoro se oponan a cuanto pudiera ocurrrsele para
ver de contentarlos.
Consternada por dems, y con justicia, qued la ciudad al despertar con
tan grave suceso, y los conflictos subieron de punto, al ver la imponente
y hostil actitud de los sublevados, con todo que hasta entonces no haban
cometido ningn desafuero con la poblacin.
Pensose desde luego en recoger cuanto dinero pudiera colectarse por medio
de emprstitos y donativos, porque en caja no haba un solo octavo; mas,
en hora tan incompetente, era difcil hallarlo pronto, y los riesgos
comenzaban ya a hacerse conocer, cuando algunos, aunque muy pocos, de los
sublevados empezaron a dispersarse y embriagarse.
Mientras el General Farfn y el coronel Minger conferenciaban con Arboleda
y los dems sargentos, pensando reducirlos a la obediencia, el Presidente,
acompaado de algunos individuos del Estado mayor, oficiales retirados y
unos pocos paisanos, se dirigi a la plaza de Santo Domingo y fue
acometido all por un soldado de los dispersos, que prepar y le encar el
fusil para matarle. El General Flores, ligero como un equitador, se
recost a la costilla del caballo en que montaba, cubriendo -387- su
cuerpo con el del animal, y durante este corto tiempo, otro soldado de los
mismos rebeldes, levant con su brazo el fusil a que variara la direccin
del tiro, y escap as de tan inminente riesgo.
Al fin, a las nueve del da, se consigui la corta suma de cinco mil
seiscientos noventa y ocho pesos, nica que pudo colectarse en semejantes
apuros; y los soldados, dndose por satisfechos con tan miserable
cantidad, y las raciones que tan oficiosamente les proporcion el seor
Jos Plit, desocuparon la plaza a las diez y media.
Tomaron el camino del norte con direccin a la provincia de Imbabura,
haciendo a la salida algunos tiros, bien que sin causar ninguna desgracia.
Con la salida de las compaas insurreccionadas quedaron libres el General
Whitte y los oficiales que haban sido presos. Whitte, soldado
pundonoroso, tom una partida de milicianas, y contando en mala hora con

que sera respetado por haber sido jefe de los insurrectos mucho tiempo,
sali en su persecucin el mismo da con el fin de reducirlos a la
obediencia. Andando siempre tras los sublevados sin perderlos de vista,
tuvo la imprudencia de adelantarse con el capitn Tamayo algunos estadios
ms del paso que llevaba su partida, y una emboscada puesta por los
primeros los tom y llev presos hasta el puente de Guayllabamba. All
fusilaron al General, y Tamayo que continu preso, tuvo la buena suerte de
fugar al da siguiente.
Obra de temeraria imprudencia, ms bien que de la desmoralizacin de los
soldados, fue la muerte de Whitte, pues, como no era de esperarse,
guardaron ellos en el trnsito cuanto orden y disciplina caban en sus
circunstancias. Para desgracia de los rebeldes, y segn acontece
frecuentemente en las revueltas de los cuarteles, comenzaron a dispersarse
aqu y all, y de treinta que haban desertado hasta el da 13 fueron
aprehendidos cinco, de los cuales se fusilaron cuatro, y se salv al que
salv la vida del Presidente en Santo Domingo. Es de creer que estos
treinta eran soldados ecuatorianos, que no quisieron dejar sus hogares por
ir a mendigar en tierra extraa; -388- y ms cuando el sargento N.
Naranjo, el cmplice de Arboleda que haca de segundo jefe, era tambin
del Ecuador.
Bien pronto otra nueva partida de milicianos y los escuadrones Primera y
Segundo de granaderos que, trados de otros lugares, entraron ya en Quito,
siguieron tras los rebeldes, y fusilando a dos o tres aqu, asesinando a
otros ms all, o combatiendo ms lejos, cerraron y acabaron con todos en
el puente de Cuaiquer, al entrar en las selvas de Barbacoas. El coronel
Otamendi, comandante en jefe de las tropas del gobierno, llev hasta la
barbarie el cumplimiento de la comisin, porque no perdon a ninguno; y
los ltimos que se entregaron por una especie de capitulacin, incluso
Arboleda, el cabecilla, fueron trados para Quito, en donde los pasaron
por las armas. Sacronse hasta treinta y dos a la plaza de Santo Domingo,
para que en un solo acto y al mando de una sola voz cayesen muertos a un
tiempo. Merced a la compasin y generosidad de los seores Jos Barba,
Jos Plit y otros, estando ya de rodillas para recibir los tiros, se
redimieron seis de estos desgraciados, y se redimieron por dinero!...
Tusa y Tulcn haban presenciado tambin los suplicios de ocho, diez o
doce individuos por partida.
El General Flores, al dar cuenta de estos resultados, al Congreso, en su
mensaje del 1. de noviembre, dijo: Cuando la historia del Ecuador
refiera que un cuerpo de tropas quebrant las leyes de la obediencia y del
honor militar, referir tambin que la espada de la ley cay sobre las
cabezas de los cmplices en tan nefario crimen, y que ninguno de ellos
sobrevivi al delito. La historia cumple como corresponde con su deber y
con tan indiscreta recomendacin, y refiere que perecieron asesinados o en
el patbulo a vuelta de trescientos veteranos de los fundadores de
Colombia, Per y Bolivia, porque ya no pudieron soportar ms tiempo el
hambre y la desnudez.

-389-

Dejamos ya referido cual fue la resolucin que dict el Congreso en punto


a la incorporacin del Cauca. Digamos ahora lo que ocurri en esta
legislatura, y demos cuenta de sus dems trabajos.
La sesin del 21 de setiembre fue bastante acalorada con motivo de haberse
tratado en ella de la calificacin del diputado Martnez Pallares,
nombrado por la provincia de Imbabura, sin embargo de ser el jefe del
Estado mayor general, como si dijramos el Ministro de la guerra. No
poda, en efecto, ser ms repugnante su representacin, y como se hallaban
en igual caso los diputados Valdivieso, Ministro de Estado, Jos Mara
Arteta, Nicols Arteta, Ignacio Pareja y N. Liquerica, empleados unos en
la alta Corte de justicia, y otros, lo que era peor, en el Consejo de
Estado; la discusin se extendi an con respecto a la calificacin de
estos. El Ministro Valdivieso sostuvo acaloradamente su nombramiento de
diputado, fundndose en que no haba prohibicin constitucional; y el
diputado Tamariz discurri en el mismo sentido. Pero los diputados Larrea,
Valencia, Ramrez Fita y, sobre todo, Arteta (Pedro Jos), manifestaron la
violacin de los principios ms comunes del derecho constitucional, y
hasta de los principios de la libertad pblica, ya que vena a minarse la
independencia del poder legislativo en las entraas mismas de la cmara.
Tan justas y convincentes fueron las razones aducidas, que el Congreso
declar por unanimidad que no podan ser diputados: el Presidente y
Vice-presidente del Estado, quienes atendiendo slo al vaco de la
constitucin, podan tambin haberlo sido legalmente; el Ministro
Secretario y el jefe de Estado mayor general; los miembros del Consejo de
Estado; y los Ministros de la Corte Suprema de Justicia.
Hubo otra contienda suscitada por el diputado Pedro Santisteban, con la
cual fatig al congreso, en muchas de las sesiones, empendose en hacer
revivir el grado -390- de General en jefe para drselo al Presidente,
en recompensa, dijo, de los grandes servicios que acababa de prestar a la
patria, librndola de la insurreccin de Urdaneta. Acaso la proposicin se
conceptuar como de poco inters pblico para detenernos en referirla; mas
esta clase de asuntos hace conocer a los hombres, y conocer tambin el
estado de servilismo o independencia en que se encuentran los pueblos
respecto del que los gobierna. La historia al narrar las acciones que han
constituido su objeto, ensalza o deprime a los actores sin adulacin ni
odio, no tanto para hacerlos conocer, como para que sirvan de estmulo y
ejemplo a los hombres que tras ellos se levantan.
El proyecto, aunque combatido por el diputado Tamariz, que se apoy
acertadamente en que el grado de General en jefe era desconocido en la
legislacin militar del Ecuador, fue admitido a discusin. Tan ruidosa y
censurada fue la proposicin del Sr. Santisteban, que este, cuando ya se
trataba de ella en tercera discusin, dijo al terminar su largo discurso,
que nunca pudo persuadirse de que su proyecto hubiese sido la causa del
escndalo de los necios y del triunfo de los ingratos. Pero no fueron ni
los necios ni los ingratos solamente, sino cuantos hombres estimaban el
pundonor y dignidad de la nacin, los que lo desecharon como brote de
simple adulacin. Levantronse, al or tan descomedido lenguaje, unos

cuantos diputados, no ya contra el proyecto que se discuta como contra


las virulentas frases del orador, a quien debi llamarse al orden, dijo
uno, y pidi otro que se sentase en el acta: Hase credo, aadi el
diputado Flor, que los que se oponan al proyecto eran unos necios e
ingratos; pero este raciocinio no es exacto, porque los elogios dados al
que dispone de las armas, y puede disponer de los empleos civiles, no
prueban tampoco nada en su favor, cuando en iguales circunstancias se
haba elogiado a Tiberio. Muy al contrario, estoy persuadido que los que
honraban verdaderamente al General Flores eran los del partido de la
oposicin, porque esto probaba que en el tiempo de su mando haba una
perfecta libertad y garantas, ya que cada individuo hablaba libremente y
expona -391- sus opiniones sin restriccin. El resultado del
proyecto en esta sesin fue que se decretase en favor del General Flores
un premio cvico, debiendo presentarse el proyecto del decreto a discusin
por la comisin de guerra.
Presentado este, y admitidos a discusin los tres primeros artculos,
tuvieron los diputados que hacer alto al tocar en el siguiente, concebido
en estos trminos (dice el acta de 22 de octubre): de que en testimonio
de la gratitud pblica, el Estado adopta a su primer hijo Juan Jos
Federico Flores Jijn, y le seala desde el presente hasta que se emancipe
mil pesos anuales en auxilio de su educacin. No fue dilatada, cuanto ms
sostenida, esta segunda proposicin, porque muy apenas la combatieron los
diputados Ramrez, Fita y Larrea; y considerndola tan servil como la del
diputado Santisteban, puesta a votacin qued negada. Dados as en tierra
entrambos proyectos, se excogit otro por el cual, elevado ya a decreto,
se declar que el Presidente era Benemrito de la patria, y padre y
protector del Estado.
Fuera que el General Flores conceptuase estos ttulos como obtenidos ya
desde muy atrs, concepto en el cual no caba estimarlos como nuevamente
honorficos, fuera modestia y verdadero desprendimiento, fuera sarcasmo
con que quiso manifestar su disgusto par haberse desechado ambos
proyectos; Flores hizo ver su gratitud hacia el congreso que,
interrumpiendo sus importantes tareas, haba acordado en favor suyo un
decreto de inmerecidas recompensas, y devolvi el decreto sin sancionarle.
El congreso se allan a tales observaciones y qued as orillado el
asunto.
En la sesin del 17 de octubre, en que el Ministro, encargado de la
seccin de hacienda, se present en la cmara a pintar el lastimoso estado
de las rentas pblicas, anunciando una bancarrota sino se arbitraban los
medios de nivelar las entradas con los gastos; se dejaron conocer de lleno
todas las dificultades que opona la nacin, no para progresar, que esto
habra sido mucho querer, sino tan slo para conservar su estado ordinario
y -392- regular. Un pueblo sin hacienda es como un cuerpo sin sangre,
ha dicho alguno, y puede comprenderse de una manera cabal el lastimoso
estado de entonces por el proyecto de decreto que present dicho Ministro,
reducido a la supresin de las cortes de justicia del Azuay y Guayaquil; a
la de las contaduras departamentales del Guayas, Quito y Cuenca: a la de
una de las tesoreras del Guayas; a la simplificacin de la polica de
esta misma provincia, y aplicacin de las dos terceras partes de las
rentas que le estaban sealadas a los fondos comunes; a la expedicin de

un decreto declarando a los Generales, jefes y oficiales en el goce de


slo la tercera parte de los sueldos; a la autorizacin al poder ejecutivo
para que hiciese reducciones de los empleados subalternos; a la supresin
de las secretaras de las comandancias de armas, y de las de las
gobernaciones de las provincias; y a la suspensin de provisiones en las
vacantes eclesisticas.
El congreso oy con pena intensa tan desconsolador informe, y aunque al
principio estuvo por acoger el sistema de ahorros propuesto por el
Ministro, se desentendi muy luego de l, y expidi en cambio los
siguientes decretos: habilitacin del puerto de Santa Elena en los mismos
trminos que haban sido habilitados los de Manta y Baha de Carquez por
la ley del 25 de setiembre de 1830: una contribucin mensual de doce mil
pesos por el tiempo de tres meses; divisin provisional del ministerio de
hacienda, esto es creacin de un nuevo ministro para que exclusivamente se
consagrara a este ramo: contribucin personal sobre las propiedades, desde
uno hasta cien pesos; autorizacin al Poder ejecutivo para que rehiciese
las oficinas de hacienda; pensin mensual sobre fbricas de destilacin de
aguardientes e imposicin de un nueve por ciento por la introduccin de
licores extranjeros; arreglo del derecho de toneladas sobre los buques
nacionales o extranjeros que arribaren a los puertos del Estado; y aumento
del derecho de alcabala por la venta de buques extranjeros. Ni una sola
palabra acerca de la reduccin del ejrcito, ni del desprendimiento de una
marina del todo intil, y ms que intil, costosa para un Estado pobre: De
cierto que no caba menoscabar el ejrcito, -393- porque aun se tena
cabal y pendiente la contienda del Cauca, pero la marina debi hacerse
desaparecer del todo.
Semejantes leyes y decretos fueron, como era de temerse, insuficientes, y
las necesidades pblicas continuaron con la misma o mayor pujanza.
En los ltimos das del congreso (5 de noviembre) se present el Ministro
de Estado con un oficio del Ministro de Guerra del Gobierno del centro,
por el cual desconoca la independencia del Ecuador, y reprobaba la
conducta de su Gobierno por haber introducido un cuerpo de tropas en
Popayn. Ms que profundas, de muy justo enfado, fueron las impresiones
que produjo la lectura del oficio, no por su objeto sino por las palabras
descomedidas con que se ultrajaba la dignidad de la nacin; y se cruzaron
y discutieron con tal motivo, unas tras otras, proposiciones a cual ms
candentes. Hablose de la injusticia del cargo, cuando era notorio que el
mismo Prefecto del Cauca haba pedido tropas para contener las tentativas
de los abanderizados de Nueva Granada, refugiados en Cali con una de sus
reliquias; de la vana temeridad con que se pensaba desconocer la
independencia, cuando Venezuela, en idnticas circunstancias que el
Ecuador, haba merecido tantos miramientos de parte del Gobierno del
centro; de que el Estado ya no tena por qu confederarse con ese Gobierno
que pretenda desconocer los derechos de otro para constituirse
libremente; y de que, en ltimo caso, valdra ms ligarse con el Per que
con los dspotas que trataban de imponer su yugo por la fuerza, y ms
cuando el Ecuador contaba con todos los elementos para sostener su
independencia y dignidad sin necesitar del auxilio de otra potencia. Tanto
decir y tanto entusiasmo, sin embargo, vinieron a quedar reducidos a que
se ordenase retirar a nuestro encargado de negocios, residente en Bogot;

a que en la contestacin al oficio se manifestase la moderacin de los


principios que haban guiado al Ecuador; al paso que el Gobierno del
centro obraba de un modo tortuoso, falso y vergonzoso; y a que no se
admitiesen sus comunicaciones -394- si no venan conformes a lo
prescrito por el derecho de gentes, y aun por la buena moral y la
decencia.
Para comprender la retirada del encargado de negocios, es de saberse que
el Ecuador haba enviado como a tal al coronel Palacios Urquijo, a que
ajustase con el Gobierno del centro cuantos arreglos eran indispensables
entre dos pueblos vecinos; objeto con el cual haba enviado tambin otro
agente (el seor Diego Noboa) al Per y Bolivia, quien recab de estos
gobiernos el reconocimiento de nuestra independencia. El coronel Palacios
Urquijo haba sido reconocido en Bogot como agente pblico desde el mes
de julio, y a pesar de cuantos esfuerzos hizo no pudo ajustar
capitulaciones de ninguna clase. Ora porque los gobernantes del centro
pretendieran conservar ntegro el territorio del antiguo virreinato, o
porque las manifestaciones del Cauca, de cuya reintegracin no estaban
seguros todava, les impidiese entrar en francas y cordiales
explicaciones, haban esquivado el reconocimiento de nuestra independencia
sin comprometerse a cosa ninguna, hasta no contar con mejores
probabilidades del buen xito respecto de la incorporacin del enunciado
departamento.

XI

El Congreso de 1831 conoci de la renuncia que interpuso el seor Olmedo


de la Vice-presidencia del Estado, y se nombr en su lugar al seor
Modesto Larrea, despus de sostenida una larga competencia con los seores
Rafael Mosquera, ciudadano del Cauca, Ignacio Torres, Diego Noboa y
General Matheu. El seor Larrea puso tambin su renuncia, pero no le fue
admitida.
Entre las leyes, decretos o resoluciones de alguna nata que expidi la
legislatura de 1831, fuera de lo relativo a la Hacienda pblica, pueden
citarse los siguientes: el decreto que autoriz al Poder Ejecutivo para
que estableciese -395- una casa de moneda; el de igual autorizacin
para que mandase observar el Cdigo de Comercio, promulgado en Madrid el
30 de mayo de 1829, con separacin del libro quinto, y que el consulado de
Guayaquil siguiera rigindose por la cdula de 14 de junio de 1795; la ley
orgnica militar; el decreto confirmatorio del de 28 de abril de 1826 que
fij el nmero de prebendas que deban tener las catedrales de Quito,
Cuenca y Popayn; la ley que prohbe imponer principales a censo a ms del
tres por ciento anual; y una nueva de procedimiento civil.
El Congreso cerro las sesiones el da 8 de noviembre.

-[396]-

-397-

Captulo II
Insurreccin del General Lpez.- Negociaciones diplomticas.- Campaa de
Pasto.- Comisin del Gobierno del centro.- Sublevacin del batalln
Flores.- Traicin de Senz.- Armisticio de Tquerres.- Tratados de paz.Causas de la oposicin al Gobierno.- Trabajos legislativos del Congreso de
1832.

Haba dado ya fin el ao de 1831, y la desagradable contienda entre el sur


y centro de Colombia, con motivo del Cauca, se conservaba todava en su
ser al entrar en el de 1832, cuando el 10 de enero de este se
insurreccion en Popayn el General Jos Hilario Lpez, que haca de
Comandante general de ese departamento. Extrao, y por dems, parecer que
quin, al incorporarse el Cauca al Ecuador, haba dado a luz una proclama
protestando sostener la constitucin y leyes del Ecuador, y luego
combatido en nombre de este Gobierno como su auxiliar con -398- las
tropas de Jimnez y Briceo54; que quien, despus de esta campaa, haba
suscrito y elevado una solicitud, el 6 de diciembre ltimo, como
consecuencia de la deliberacin de la junta reunida en Popayn, haciendo
notar su nombre como el primero de entre los noventa suscriptores de lo
granado de la ciudad; que quien, apreciando su eleccin de Diputado por el
Choc para el Congreso ecuatoriano de 1831, aunque sin concurrir a l,
haba remitido dos proyectos de ley para que fuesen considerados55; que el
General Lpez, en fin, que por carta particular aun haba solicitado la
comandancia general de ese departamento, y estaba entonces desempendola
a nombre del Gobierno del Ecuador, fuera el mismo que, cerrando los ojos a
tales antecedentes y a su pundonor y lealtad, quisiese que el Cauca, su
patria, dejase de ser ecuatoriano y se hiciese granadino. As pasan y
pasarn los acontecimientos humanos reflejando al vivo la voltariedad de
sus agentes; as se fija la suerte de los pueblos, pendiente a las veces,
de la voluntad o accin de un solo hombre!
La veleidad, pues, con que cambi de banderas el que haca de Comandante
general del Cauca, cambi tambin de sbito el aspecto de la contienda. He
aqu como se oper.
Desde algunos das antes se haba retirado el batalln Quito, compuesto de
doscientos y pico de hombres, porque amenazado por fuerzas mayores, se
conceptu, no slo impotente para resistir, sino comprendido tambin en
uno de los casos de las instrucciones. La guarnicin de la ciudad estaba
reducida a una compaa del batalln Tiradores de Palmira y a la milicia
auxiliar de Popayn; el General Lpez, ponindolas en armas y formndolas
en la plaza mayor, orden a sus oficiales que proclamaran a Nueva Granada.

En seguida les dirigi -399- una proclama, plagada de conceptos no muy


conformes con la verdad, ofreciendo en conclusin dar un manifiesto con
que escandalizar a todos los lectores.
Si es que el general Lpez public el manifiesto ofrecido, nosotros no
hemos podido dar con ese documento. Ojal que en l se hallen (lo deseamos
con sinceridad) otras razones distintas de las no muy concertadas que
encierra la proclama, para que as quede justificada su conducta, pues en
sus Memorias, publicadas en 1857, no hemos dado ni con mejor concierto ni
mejores justificaciones. El hombre que quiere cobrar honra y fama, debe,
en todos sus dichos y acciones, meditar bien lo que va a decir y ejecutar,
para no quedarse con el antojo de merecerlas.
1832. Dict luego una orden general, en la cual encontramos estos
artculos notables Trece, todas las tropas que me obedecen constituyen
una divisin en campaa de la vanguardia del ejrcito del sur...: quince,
la divisin vanguardia se considerar por ahora transente en un pas
neutral...: diez y nueve, teniendo rdenes e instrucciones del Gobierno de
Nueva Granada, emitidas en 9 de noviembre ltimo, por las cuales me
nombran General en jefe de este ejrcito, y me autorizan en los varios
casos que pueden ocurrir; y no habiendo antes hecho caso de ellas, porque
aun tena un destino dado por el Gobierno del Ecuador, y porque pens que
no sera necesario esto para decidir la cuestin del Cauca, declaro que me
hallo en el caso de investirme, como me invista, de dichas
autorizaciones....
El pueblo de Popayn no particip de la resolucin ni entusiasmo del
General Lpez, y antes, por el contrario, fue un fro espectador de la
transformacin que acababa de hacerse. La Corte superior, el cuerpo ms
respetable del departamento, aun dict, das despus, un acuerdo muy
honorfico para el Gobierno del Ecuador.

-400II

La proclamacin de Popayn, que pareca quitar toda esperanza de un


paradero amigable y concluyente, no desalent a Palacios Urquijo, nuestro
encargado de negocios, y todava tent los medios de un avenimiento
formal, aprovechndose de la autorizacin que la Convencin granadina dio
al Poder ejecutivo para que entablase negociaciones con dicho agente. Por
desgracia, los empeos del gobierno del centro ponan la cuestin fuera de
lo que era objeto de la misma, y no pudo obtenerse arreglo ninguno. El
seor Pereira, Ministro de lo Interior y justicia, propuso, entre otros
artculos de inters secundario para entonces, que Nueva Granada
reconociese la independencia del Estado del sur, compuesto de los
departamentos del Ecuador, Guayaquil y Azuay, segn los lmites que tenan
en 1830, fijados por la ley del ao de 1824 que antes citamos, y que el
gobierno del Ecuador se comprometiese a interponer su autoridad con el
Prelado diocesano de Quito, a fin de que delegara en el de Popayn el
gobierno eclesistico de toda la parte de la dicesis que polticamente

perteneca a N. Granada; quedando, en consecuencia el producto de los


diezmos en favor de los Prebendadas de la catedral de Popayn. Querase
tambin, mediante la misma proposicin, que los superiores de las rdenes
monsticas de Quito, delegasen asimismo su gobernacin en los Provinciales
de las propias rdenes, residentes en Nueva Granada.
El coronel Palacios Urquijo present un contra proyecto de arreglo,
proponiendo que los Estados del Ecuador y Nueva Granada reconociesen
mutuamente su independencia, y que la fijacin de lmites se hiciera con
la mayor brevedad posible por una Convencin especial de plenipotenciarios
que, reunindose en Popayn, para conocer bien los pormenores del
territorio caucano, pudiera sealar con ms acierto los pueblos o puntos
que haban de servir de lnea divisoria.
-401Aun se cruzaron otros y otros oficios de gobierno a gobierno, insistiendo
cada cual en sus derechos, sin venir por esto a un paradero amigable. Se
ofreci por el del centro que no tardara en hacer un reconocimiento
explcito del Ecuador como Estado, segn la juiciosa circunspeccin con
que se maneje la cuestin caucana por el gobierno del sur. Se protest,
asimismo, por parte de este, que su Presidente, puesto ya a la cabeza del
ejrcito en la provincia de Pasto, no avanzara del Juanamb, siempre que
los pueblos del Cauca no sean ocupados por tropas del centro, y se retiren
con el General Lpez las que opriman a Popayn, hasta que se reuniese la
Convencin colombiana que deba fijar los lmites de los tres Estados en
que se haba dividido Colombia; o por su falta, hasta que el Gobierno de
Nueva Granada prestase de buena fe su consentimiento para que pueda
reunirse la asamblea caucana, con el propio fin de fijar los lmites de
los dos Estados.
Conocidos estos antecedentes, fcil era pronosticar que desapareceran,
como desaparecieron, las esperanzas de todo avenimiento; y que iba a
tronar una nueva guerra de las escandalosas. El General Flores, al
apartarse de Quito a principios de febrero, dijo en la proclama que
dirigi a sus conciudadanos: Poneos en armas, y os ofrezco una victoria
esplndida y gloriosa. Casi no hay capitn de ejrcito que, o llevado de
vanidad o por alentar a sus soldados, no se explique con ms o menos
arrogancia en los trances de venir ya a las manos con otro ejrcito; y sin
embargo no pudo entonces conceptuarse jactancioso aquel ofrecimiento,
porque contaba Flores con muchas y aguerridas tropas. Pero semejante
campaa se abri sin tener lo necesario para alimentarlas y vestirlas, y
cuando todava, siendo colombianos nuestros pueblos, no se haba
deslindado bien el ecuatoriano del granadino; y esas tropas, las ms de
ellas del centro o norte de Colombia, lejos de servir a la causa del
Ecuador, sirvieron slo para lastimar la dignidad de su Gobierno.

-402III

El General Flores acanton por escalones, unos cuantos cuerpos del

ejrcito desde Otavalo hasta Pasto, arregl otros de milicias, fortific


el Juanamb, sin desamparar por esto la lnea del mayo, y resuelto a
sostener con las armas las representaciones que nuevamente elevaron el
cabildo y clero secular y regular de Pasto; se volvi a la capital con
motivo de habrsele noticiado que venan dos comisionados granadinos con
el fin de arreglar la paz. Todas las probabilidades, al parecer, estaban
en favor del Presidente Flores, y todas sin embargo le volvieron las
espaldas.
El Presidente, al volverse dej, en la provincia de los Pastos, de
Comandante en jefe del ejrcito al General Antonio Farfn, y de Comandante
general de la de Pasto al coronel Jos Mara Guerrero.
La comisin granadina que el Gobierno del centro se haba resuelto enviar
al Ecuador, tena el origen que pasamos a explicar. La Convencin de Nueva
Granada, a pesar de la declaratoria que haba dado con respecto al
departamento del Cauca, y a pesar de lo turbados que estaban el comercio y
comunicacin de su Gobierno con el nuestro, tuvo el sesudo acuerdo de
expedir el decreto de 10 de marzo, por el cual el Poder ejecutivo deba
promover inmediatamente la reunin de una asamblea de plenipotenciarios de
los Estados en que se haba dividido Colombia, para que arreglasen con los
nuevos gobiernos los pactos que estimaren convenientes para su comn
bienestar y prosperidad. Mancomunidad de los Estados en cualquier especie
de tratados o convenio que quisiera hacerse con Espaa; mancomunidad para
el arreglo y pago de las deudas contradas por Colombia; pacto recproco
de no ocurrir en ningn caso al funesto arbitrio de las armas para la
decisin de las contiendas que se suscitaren entre los tres Estados;
alianza comn para defender la independencia poltica, la integridad
territorial -403- y cualesquiera otros derechos de inters comn para
Colombia; solemne y sagrado compromiso de prohibir, bajo penas eficaces,
el trfico de esclavos; y compromiso igual para mantener por siempre la
forma de Gobierno republicano, popular, representativo, electivo,
alternativo y responsable; tales fueron entre otros de menor monta, los
nobles fines que deba entrar en cuenta la asamblea de plenipotenciarios.
Si hay algo de repugnante en tan atinado como honorfico decreto, es slo
aquella reticencia con que se refiere al Ecuador, mirando todava como
hipottico el reconocimiento de su independencia; porque sea cual hubiere
sido el resultado de la cuestin sobre el Cauca, debi tenerse como seguro
y evidente el derecho que tena la antigua Presidencia de Quito para
constituirse en Estado soberano, del propio modo que se reconoca el de la
antigua Capitana general de Venezuela.
El Congreso de Venezuela correspondi al punto y debidamente a este
llamamiento, y dio en consecuencia el decreto de 29 de abril; y, ms
consecuente y justo que la Convencin granadina, reconoci de plano la
independencia de los Estados del sur y el centro.
El Ecuador se haba mostrado ya solcito por estos mismos vnculos y
mancomunidad desde los primeros, actos de su congreso constituyente, y as
apareca acorde y unsona la voz de toda Colombia para volver a
fraternizar y estrechar las partes de aquel gran cuerpo que acababa de
descomponerse. Pero la cuestin sobre Cauca, cuestin de falso
engrandecimiento y de pura vanidad, ya que la grandeza y dicha de los
pueblos nunca puede medirse por su mayor o menor extensin de territorio,

ni por otras dotes materiales, fue un negocio de tamaa cantidad para


entonces, que no slo nos priv de la paz y sus benficos frutos, sino que
engendr tambin odios profundos y enconados que no llegaron a calmarse
sino despus de transacciones humillantes para una de las partes, y de
caprichos satisfechos para la otra.
Para llevar a ejecucin lo dispuesto por el citado decreto, el Gobierno
del centro diput dos comisionados al Gobierno del Ecuador, con el fin de
que arreglasen esa -404- fatal contienda; siendo de apreciarse, como
se apreci, el que, dichos comisionados fueran los seores Jos Manuel
Restrepo y Jos Mara Esteves, Obispo de Santa Marta, conocidos ambos por
sus buenos antecedentes, en particular el primero, como historiador de la
revolucin de Colombia, y como Ministro de Estado de esta Repblica. Pero
si todo esto es de apreciarse, no as el que, a retaguarda de la comisin,
vinieran tambin tropas que haban de pedir con las armas en las manos lo
que no, se obtuvieran por voluntad y mutuo avenimiento.
Los comisionados que llegaron a Ibarra cuando ya el Presidente se hallaba
de vuelta en Quito, haban sido recibidos desde Pasto con muestras de suma
consideracin.
El Presidente del Estado nombr de comisionados, por parte de su Gobierno,
a los seores Jos Flix Valdivieso y Pedro Jos de Arteta, competentes
ambos para entablar, dirigir y dar fin a tan delicado asunto.
Despus de cruzados algunos oficios y de terminadas algunas conferencias,
sin sacar ningn provecho, los comisionados ecuatorianos presentaron el 25
de mayo la siguiente proposicin como base de los arreglos que deban
hacerse: Las provincias de Pasto y Buenaventura quedan definitivamente
incorporadas al Estado del Ecuador, dejndose a la Convencin general de
Colombia la decisin sobre a cul de los dos Estados deben pertenecer las
del Choc y Popayn. Los comisionados granadinos la rechazaron como
inadmisible, fundndose en el derecho que tena Nueva Granada por el uti
possidetis de 1810, por la ley de 25 de junio de 1824 y por la
constitucin colombiana de 1830. Los del Ecuador la sostuvieron,
apoyndose en la necesidad que tena Pasto de conservar ms expeditas sus
comunicaciones y comercio, perteneciendo al Estado del sur; en otra igual
necesidad que el Ecuador tena de fijar los lmites en Pasto, como
sealados por la naturaleza misma para que sirvieran de comn seguridad a
los pueblos fintimos; en que, aun aceptando el uti possidetis del ao 10,
la jurisdiccin de -405- la antigua Real audiencia y tambin la
eclesistica se extenda entonces hasta el ro Mayo; en que el gobierno de
Popayn haba sido independiente del virreinato de Santaf, motivo por el
cual los gobernadores de esta provincia eran nombrados por los Presidentes
de Quito; en que, aun por el mismo supuesto de posesin, este principio no
poda aplicarse a pueblos hermanos y amigos que, conceptundose libres e
independientes con la reciente disociacin, no deban atender a otras
reglas que a las de su conveniencia y seguridad y en que la constitucin y
leyes de Colombia, dadas para cuando esta Repblica se conservaba ntegra,
haban caducado desde su disolucin, tomando las secciones formas diversas
para regirse por las leyes y doctrinas propias. Amplificronse
tendidamente por ambas partes unas y otras razones; pero, como antes, sin
provecho ninguno y el asunto, en medio de haberse tratado y vuelto a
tratar en repetidas conferencias, no avanzaba un solo paso.

Los diplomticos, como se sabe, obrando a tono de negociantes, hacen


primero entender la resolucin en que estn de no darse a partido, aunque
en lo interior de su nimo piensan de otro modo, y seguramente,
atenindose a este principio prctico de la diplomacia, se mantuvieron
firmes unos y otros. Propsose al cabo por los del Ecuador esta
modificacin: El Estado del Ecuador continuar poseyendo por ahora la
provincia de Pasto y el cantn de Barbacoas en sus lmites actuales. El
Estado de Nueva Granada continuar poseyendo por ahora el territorio que
se extiende ms all de los lmites indicados y sobre el cual el Ecuador
reclama sus derechos. Esta posesin temporal subsistir hasta que la
Convencin general de Colombia o la autoridad que legalmente se
constituyere, determine la demarcacin y lmites respectivos de ambos
Estados.
Larga fue la conferencia que tuvieron con respecto a esta modificacin, y
es lengua que iba a ser aceptada; pero al fin, lo mismo que la primera
proposicin, fue rechazada. Los comisionados granadinos propusieron luego
a su vez: Que se suspendiesen las negociaciones por -406- tres meses,
mientras se posesionaba el General Santander, Presidente propietario de la
Nueva Granada; y tambin fue rechazada por los otros la proposicin.
ltimamente el 14 de agosto presentaron los comisionados ecuatorianos el
siguiente proyecto de tratado preliminar de paz: Art. 2. Los Gobiernos
de ambos Estados se obligan y comprometen a transar tanto la presente
cuestin sobre lmites, como cualesquiera otras diferencias que
desgraciadamente pudieran suscitarse en adelante, de un modo pacfico y
amigable, bien remitindose a la gran Convencin de Colombia o a un
rbitro imparcial; por manera que jams pueda ocurrirse al ominoso y
detestable medio de las armas. Art. 13. Mientras los Gobiernos del Ecuador
y Nueva Granada se convienen en sus diferencias, continuarn poseyendo el
territorio en que actualmente ejercen su respectiva autoridad.... Art. 6.
Las tropas veteranas se reducirn a... hombres en cada Estado, luego que
se ratifique el presente tratado. Art. 7. Los cuerpos veteranos de Nueva
Granada, situados en Popayn y el Cauca, repasarn al norte de Neiva. Los
cuerpos veteranos del Ecuador, situados en Pasto y su Provincia, se
retirarn a esta capital (Quito) para acantonarse en las provincias del
sur.... Los Gobiernos disidentes deban solicitar del de Venezuela que
saliese fiador del cumplimiento de este tratado.
Tambin es fama que iban a ser aceptados estos artculos, segn lo haban
dado a entender los comisionados granadinos; pero sobrevino dos das antes
un suceso, de cuenta, del cual trataremos muy luego, que cambi en el todo
el aspecto de las cosas, y entonces estos se aferraron en la incorporacin
del Cauca a Nueva Granada sin consideraciones ni reservas posteriores, y
se volvieron para su patria el 24 del mismo mes.
El suceso a que nos remitimos para conceptuarlo como causa que movi a los
comisionados granadinos a rechazar las ltimas proposiciones fue el
siguiente. Hallbanse acantonadas en Latacunga cuatro compaas del
batalln Flores, formado de las reliquias de los ms antiguos -407- y
mejores cuerpos que haba tenido Colombia, y el 12 de agosto por la noche
se repiti uno de aquellos actos de inmoralidad con que ya otras veces se
haba expuesto la seguridad pblica. Fuera por desafecto al Gobierno, o
simplemente llevadas del deseo de pillaje, se insurreccionaron las dichas

compaas, a la manera que las del Vargas, sin proclamar ningn principio
ni bandera. Prendieron a los jefes y oficiales, los fusilaron de seguida,
saquearon la ciudad y difundieron el espanto por todas las poblaciones a
donde fueron sucesivamente llegando tan pavorosas noticias. El coronel
Lpez, primer jefe del cuerpo, fue el nico a quien no asesinaron en la
misma noche, pero se lo llevaron bien asegurado hasta San Miguel de
Chimbo, donde le pasaron por las armas. Un oficial, de apellido Medina,
tuvo la serenidad de levantarse y correr por donde pudo, cuando ya estaba
de rodillas, en junta de sus compaeros, esperando los tiros que iban a
echarle por las espaldas! Los oficiales Manuel Toms Maldonado (lleg a
ser General), el citado Medina, Venegas y Pea, que lograron fugar
oportunamente cuando fueron a prenderlos, son los nicos que escaparon de
aquella atroz carnicera.
Aun despus que la ciudad haba sido ya entrada a saco, obligaron a la
esposa del jefe poltico seor Jos Miguel Carrin, a que les diese
dinero; y la seora, acompaada de tres o cuatro de los sublevados, tuvo
que recorrer la poblacin, pidiendo de puerta en puerta algunos donativos
o caridades con qu saciar la codicia de los rebeldes.
Tambin Ambato fue metido a saco. Entraron primero catorce hombres bien
montados, no sabemos con qu objeto; pero habiendo encontrado en este
lugar al Coronel Otamendi y al coronel Machuca, jefe poltico del cantn,
y con cuatro o seis asistentes, se recelaron de ellos, a lo que parece,
pues trataron de conservarse unidos, sin perder de vista principalmente al
primero. Con todo, aprovechndose este de un momento de distraccin que
tuvieron los sublevados, movi el caballo en que montaba a trote largo;
mas ellos que tambin se hallaban bien -408- montados, le persiguieron
asestndole los fusiles como con nimo de descerrajarlos. Otamendi,
intrpido en todas ocasiones, en viendo que le seguan y poda tocarle uno
de los muchos tiros que iban a hacerle, volteose, las cejas arrugadas y
lanza en ristre, y retndolos como si estuviesen bajo sus rdenes, logra
que vuelvan los fusiles a sus puestos; bien que teniendo de incorporarse
de nuevo a ellos. Conservose unido algunos ratos, siempre, eso s, ojo
avizor, porque tema le prendiesen o asesinasen.
Poco despus, aparentando agasajarlos, les obsequi algunas botellas de
aguardiente, consigui distraerlos y que se embriagasen los ms; y
entonces, volviendo asesinato por asesinato, comenz a matar a cuantos
encontr dispersos. Haba muerto ya cuatro, cuando los compaeros de
estos, advirtiendo la falta, penetraron la realidad de lo que pasaba y se
salieron al punto del lugar a incorporarse con el batalln que iba ya de
Latacunga para Ambato. As como entr el cuerpo, destac Perales, el
cabecilla, un buen piquete de soldados en persecucin del coronel Otamendi
que, con algunos milicianos y los asistentes, haba huido, camino de Santa
Rosa, y otros, entre tanto, saquearon a sus anchas la ciudad. No se
detuvieron en esta sino una noche, y al da siguiente continuaron la
marcha para Guaranda.
El Prefecto de Guayaquil, prevenido ya por las oportunas rdenes que haba
dictado el Gobierno, tan luego como entendi que los insurrectos se
encaminaban para ese departamento, destac dos compaas de artilleros y
las dos del mismo batalln Flores que permanecan en la dicha plaza.
Psolas a rdenes del General Antonio de la Guerra, quien la reforz con

las milicias de Baba y los licenciados residentes en Chilintomo, y se


situ el 19 de agosto entre el Garzal y Palo-largo. Los sublevados se
burlaron de estas fuerzas o, ms bien dicho, el General Guerra, incapaz de
sostenerse en el peligro, supuso que las dos compaas del Flores trataban
de abandonarle, y se retir de Palo-largo para Babahoyo. Retirada tal que
no era de temerse, produjo una irritante desazn en la capital del
departamento, y el prefecto, -409- General Cordero, tuvo que llamar a
las armas a todo ciudadano capaz de vestirlas, y dictar unas cuantas
medidas enrgicas, a fin de atender como era debido a tan urgente peligro.
Los sublevados seguan adelante su camino, sosteniendo aqu y all algunos
encuentros, y a veces con ventajas, como en Tresbocas, donde lograron
desmontar los caones de los botes que salieron en su persecucin.
En otros no fueron tan felices, y conociendo el sargento Perales que el
ro Babahoyo se hallaba bien defendido, puesto que se vea forzado a
combatir a cada paso de su camino, cambi de repente la direccin de este,
y fue a dar en Daule el 28. El 31 sali de este lugar, aguas abajo, como
con nimo de acometer a los defensores del orden pblico; mas a poco
andar, cambi de ruta nuevamente y, haciendo una corta contramarcha, tom
la de Manab.
El coronel Otamendi, que haba seguido las pistas de los sublevados desde
Ambato, se puso a la cabeza de doscientos hombres, y sali de Guayaquil en
persecucin de ellos el 2 de septiembre. El General Flores mismo anduvo
tan activo al punto de saber lo ocurrido en Palolargo, que parti de Quito
con quinientos soldados y se fue hasta Guayaquil, a librarle del saqueo a
que estaba destinado, segn el decir de los propios rebeldes. No hubo
necesidad de tantas fuerzas para acabar con ellos.
Veamos cmo se expres el mismo Otamendi en el parte que pas de la baha
de Carquez, el 13 de septiembre: Hoy a las tres de la tarde han tocado
en este punto los facciosos compuestos de doscientos cincuenta hombres
(los ciento cincuenta restantes que faltaban, o haban sido ya muertos o
andaban dispersos) y apoderados de la inexpugnable posicin que expreso,
se resolvieron a resistirme por segunda vez; pero fueron batidos por la
columna de mi mando, y acuchillados en el campo de batalla setenta de
ellos y cinco mujeres que perecieron en la carga de caballera, por
hallarse uniformadas y entre la tropa. Quedan en nuestro poder catorce
prisioneros, -410- doce mujeres.... Los sublevados (esto es los
prisioneros), sufrieron el castigo que la ley impone a los traidores....
Tal fue el paradero de estos otros soldados que, sirviendo en distintos
cuerpos, haban encanecido con ms de veinte aos de campaa y un largo
sartal de gloriosos triunfos.

Mientras ac andbamos, como se ha visto, pasando por angustias y


desengaos, las tropas granadinas, que desde el mes de junio haban

ocupado el Tabln de Gmez, ocuparon tambin sucesivamente a Tamiango y


San Lorenzo, avanzando as da a da por el territorio que disputaban los
dos Estados. El capitn Ayarza, y poco despus el mayor Tamayo y el
teniente Ros las acometieron y vencieron sucesivamente en Pajajoi, en
Cuevitas y en el mismo Tabln de Gmez, y las obligaron a reparar el
Juanamb. Los hijos de Pasto se hallaban enteramente decididos por
pertenecer al Ecuador, y con tales antecedentes, era casi imposible no
salir airosos de la contienda.
Pero nuestro ejrcito se mora de hambre y desnudez, habiendo ocasiones en
que jefes, oficiales y soldados no se desayunaban sino por la noche con
maz tostado o con zanahorias cocidas. El General Obando, entonces capitn
de las fuerzas enemigas, incitaba con ascensos, con dinero u otros
ofrecimientos a los oficiales de nuestro ejrcito a que abandonando a
Flores, que se haba hecho el rbitro y tirano del Ecuador, se pasasen a
su campo, y tales ofertas las diriga principalmente a los granadinos que
servan en nuestras filas. Nada, nada recab de estos, que se mantuvieron
fieles a su nueva patria, y el Ecuador tiene que encarecer la lealtad de
los Tamayos, Ayarza, Ros y otros oficiales distinguidos.
-411Mas si no hubo granadinos que se dejaran seducir de los halagos de Obando,
hubo un ecuatoriano que, llevado de su mala ndole, cometi la infamia de
hacer traicin a las banderas de la patria; traicin que resolvi en
contra la suerte de la campaa.
Hallbase el teniente coronel Ignacio Senz, jefe de Estado mayor de la
divisin de vanguardia, en Buesaco, a donde se haba ido en son de reparar
la salud, llevando el traidor proyecto de acercarse al enemigo para
pasarse a sus filas con cuantas fuerzas tuviere a la mano. En 1832, dice
el General Obando en su contestacin a la Historia crtica del asesinato
del Gran Mariscal de Ayacucho, estando (Senz) de guarnicin en Pasto...
se puso de acuerdo conmigo para abandonarle (a Flores) con cuantas tropas
pudiese, tan pronto como yo me acercase a apoyar aquel movimiento con las
fuerzas que yo mandaba, y lo hizo. Hzolo, s, pasndose con doscientos
veinte hombres del batalln Quito, dejando as descubierta la lnea de
Fuanamb, que la ocup inmediatamente el enemigo, y dejando lastimado el
orgullo nacional. Aun se habra llevado ms gente, como pretendi,
ordenando que el mayor Tamayo le dejase en Buesaco la compaa que estaba
a sus rdenes; mas Tamayo, fundndose en que por entonces no poda
reconocerle como jefe, por conceptuarle fuera del servicio por enfermo, le
neg la obediencia.
Pretendiendo Senz justificar su traicin, public un manifiesto, en que
culpaba al General Flores del asesinato de Sucre y de otros muchos
delitos, como causas que haban influido en su nimo para abandonarle y
pasarse al enemigo; mas, por ciertas y graves que fueran aquellas
imputaciones, jams ser justificable semejante villana, como tampoco se
justificar la conducta del General Obando que, sirvindose de medios
prohibidos por la decencia y la honradez, ha confesado impudentemente su
complicidad con un traidor. Senz aun envolvi en su traicin a otros
muchos ecuatorianos inocentes, presentndolos por el pronto tan traidores
como l, cuando no fueron cmplices de tal delito.
-412-

El coronel Guerrero, que saba el movimiento de Senz con direccin a la


lnea enemiga, pero que, no pudiendo penetrar la traicin, supuso al
contrario que haba salido para atacar al General Obando, destac al
capitn Ayarza a que avanzase con su compaa hasta dar con Senz, por si
este necesitara de refuerzo. Por fortuna, el Juanamb, que haba crecido
mucho, retard la marcha de Ayarza, y a no ser por esta casualidad,
tambin se habran perdido l y sus soldados. Mientras esperaba que
bajasen las aguas del ro, se trasluci ya la traicin de Senz, y recibi
entonces la orden de volverse a su cuartel.
El General Farfn, que se haba movido de Tulcn para Tquerres, con el
fin de cortar las disensiones suscitadas entre los jefes del escuadrn
acantonado en este ltimo lugar, y pasado poco despus a Pasto con dicho
cuerpo y una columna de doscientos provincianos; lleg a esta ciudad
cuando ya era muy valida la voz de la traicin de Senz. El suceso, en
atencin al jefe que lo haba consumado, produjo un desconcierto tal, que
ni Farfn ni los otros jefes, con excepcin del coronel Guerrero, ni los
oficiales se tuvieron por seguros desde entonces. Tanto se difundi la
desconfianza en nuestras filas, y fue tan recproca y general, que el jefe
esperaba de momento a momento ser amarrado por alguno de sus mismos
subalternos, y el oficial por su jefe u otro oficial.
Hemos dicho con excepcin del coronel Guerrero, porque este, lejos de
temer los malos resultados de la campaa, aun despus de la traicin de
Senz, estaba seguro de salir airoso. Se haba hecho dueo de todo el plan
de campaa del General Obando, comunicado a los seores Toms Espaa y
Fidel Torres por un paisano hijo de Pasto, y asegurado de tal secreto
estaba a punto de cruzar cuantos movimientos emprendiera el enemigo, y aun
con la esperanza de tomarle prisionero, como tal vez hubiera sucedido, a
no alterarse sus disposiciones por el General Farfn.
El desconcierto subi de punto con la segunda traicin hecha por el
teniente Erazo que diriga una partida -413- de observacin en
Tambopintado, y con la de otros soldados que, hallndose a rdenes del
teniente Mogolln, le dijeron que se pasaban a Nueva Granada, porque no
queran morir de hambre y en servicio del Gobierno del Ecuador. Dejronle
solo y abandonado, pues en efecto, se fueron.
Poco despus cundieron en Pasto las noticias de la sublevacin del Flores,
y de la dispersin del Otavalo, cuerpo que capitaneaba el comandante
Jerves. Pareciole luego al General Farfn que aun esa decisin que los
hijos de Pasto mostraban por el Ecuador, era puramente simulada, y acaso
traidora, por cuanto eran tambin muy conocidos los afectos de ellos hacia
el General Obando. El hambre se haba aumentado, las municiones eran pocas
y, sobre todo, ya no contaban sino con trescientas; sesenta y dos plazas
efectivas. Verdad es que Tamayo haba sorprendido a Zarria en Pajajoi y
obligdole a repasar el Juanamb; pero este suceso era de muy poca monta
para balancear la mala posicin de Farfn, y en consecuencia se resolvi
este a salir de la ciudad, y venirse a la provincia de los Pastos.
Antes de ordenar la retirada reuni un consejo de guerra, al cual hizo
presente el mal estado del ejrcito, si poda llamarse tal, y la falta de
medios para la subsistencia y para resistir al enemigo, concluyendo por
manifestar su parecer de abandonar a Pasto. Todos los jefes, con excepcin
de Farfn, el coronel Espaa y el Gobernador de la provincia, opinaron en

sentido contrario, y hay que honrar la memoria de los coroneles Guerrero,


Antonio Moreno, Pereira, Acua y el comandante Jos Ignacio Fernndez56,
que se opusieron briosamente a tan desacertado movimiento; pues, al
participar el jefe de la divisin de igual manera de pensar, la contienda
se habra resuelto de un modo ms digno. No dejamos de penetrar las
dificultades en que se hallaba; pero con unos pocos das ms de
sufrimiento, las cosas habran cambiado de aspecto, ya que el Presidente
se -414- mova de Quito para Pasto en los mismos das, llevndose el
escuadrn Granaderos, y otros auxilios importantes.
El General Farfn desocup la ciudad el 19 de septiembre, y el General
Obando entr en ella el da 22.

VI

La retirada de esta divisin, del todo contraria a los deseos e intereses


de los ecuatorianos de entonces, fue condenada por todos, principiando por
el Presidente mismo, y aun se lleg a poner en causa al General que la
haba ordenado. Fama era, aunque bien descabellada, que se haba
verificado por instrucciones secretas del mismo Presidente, porque
discurra, lo repiten hasta ahora algunos de sus enemigos, que su
dominacin no era muy segura con la incorporacin del Cauca al Ecuador.
Pero fuera de que esta no es razn ni de mediano fundamento, y fuera de lo
inverosmil de tal cargo, el General Farfn que, como jefe de pundonor,
procur justificar la retirada exponiendo el mal estado de la divisin en
los trminos referidos, lo cual est conforme con la relacin conteste de
los generales Ayarza y Ros; Farfn, repetimos, las hubiera publicado
despus de la cada del General Flores si no lo hiciera antes por
consideraciones al Presidente del Estado. Pblico fue, adems, el
destemple con que Farfn reconvino a Flores a rostro firme en Tquerres,
cuando supo que este haba hablado mal de l con motivo de dicho
movimiento, y ni el General Flores habra tenido por qu censurar al
General Farfn, a ser ciertas dichas instrucciones, pues era de temerse
que este las diera a la estampa, ni el General Farfn habra dejado de
darlas en efecto, caso de tenerlas.
El General Flores ocup a Tquerres el 1. de octubre, en donde muy luego
se le incorporaron las fuerzas que venan de Pasto. Veamos cmo se expres
l mismo -415- acerca de la retirada de Farfn, en una carta
particular del 7 de dicho mes, dirigida juntamente al ministro Valdivieso
y al Vice-presidente Larrea: Tienen ustedes mucha razn en deplorar la
conducta de Farfn en su inicua retirada; pues en ella hemos perdido como
ya he dicho a ustedes 1. la plaza de Pasto; 2. trescientos y pico de
soldados, inclusos los que entreg Senz; 3. dos piezas de batalla y dos
obuces; 4. quinientos fusiles y ms de veinte mil tiros; 5. la mayor
parte de los equipajes; 6. la bandera del batalln Vargas, que, aunque se
halla oculta, hace falta en su cuerpo y adems est en riesgo de caer en
poder del enemigo; 7., en fin, las milicias de Pasto que valan por

algunos batallones. Todas estas fuerzas, todos estos elementos preparados


contra Obando, los tiene hoy a su favor, mientras que nosotros nos
hallamos debilitados por esta prdida. La nica ventaja que tenemos sobre
el enemigo es la excelencia y nmero de nuestra caballera; mas esta
ventaja no puede considerarse decisiva, por cuanto, siendo muy superior la
infantera granadina, puede su jefe marchar par los cerros y montes de
Pupiales hasta Tulcn y Huaco sin necesidad de bajar a la llanura. He
dicho todo esto para que ustedes se persuadan que no me ha sido posible
reocupar a Pasto, en razn de haberse anticipado Obando con sus tropas....
Ojal hubiera podido ocupar este pueblo (Tquerres) el 20 del pasado, es
decir un da despus de la retirada, pues entonces habra tenido tiempo de
reocupar a Pasto antes de que Obando se hubiera puesto en Tacines....
El General Flores, que aun tena la esperanza de conservar a lo menos la
lnea del Guitara, hizo proponer al General Obando un armisticio, por el
cual, dejando el cantn de Tquerres como campo neutro, deba servir ese
ro de lmite divisorio. Obando vino en ello, y ofreci que sus tropas no
pasaran el Guitara, pero a cambio de que las autoridades del Cantn se
entendiesen con el gobernador de Pasto. Esta condicin disgust a Flores,
y no fue aceptada, y comunic tales particulares al Vice-presidente y al
Ministro.
-416Estos, que no podan conocer la situacin y circunstancias de nuestro
ejrcito acampado en Tquerres, sometieron la correspondencia del general
en jefe al congreso que se hallaba reunido; y el Congreso, que tampoco
poda conocerlas ms menudamente que el mismo Flores, dej a su arbitrio
el arreglo de las cosas de un modo que fuese conforme a ellas y al decoro
de la nacin. En consecuencia, cambiados algunos oficios entre los dos
capitanes de los ejrcitos, y aceptada la neutralidad del territorio de
Tquerres, sin traer ya a consideracin el modo como haban de entenderse
las autoridades de este cantn; se determin el Presidente a enviar un
comisionado que arreglase la paz. Los Generales Flores y Obando se vieron
en Tquerres, y los que haban sido tan enemigos y denigrdose mutuamente
por descargarse de la culpabilidad del asesinato del Mariscal de Ayacucho,
se abrazaron, se acariciaron, se obsequiaron, dironse en fin por buenos
amigos.
El nombramiento del comisionado recay en el Sr. Pedro Jos de Arteta,
quien, reunindose en Pasto con los seores Obando y Posada Gutirrez,
comisionados por el Gobierno de Nueva Granada, celebr el 8 de diciembre
el tratado de paz. Reconocironse en l los dos Estados como
independientes, y se fij el ro Carchi como lmite divisorio, con arreglo
a lo dispuesto por el art. 22 de la ley colombiana de 25 de junio de 1824.
Fuera del arreglo de lmites, se hicieron todos aquellos que demanda la
vecindad de dos naciones limtrofes, comprometindose ambas a enviar
oportunamente sus Diputados para formar la asamblea de plenipotenciarios,
o aquella corporacin o autoridad que deba deslindar y arreglar los
negocios comunes a las tres secciones en que se haba dividido Colombia.
Por un acto adicional de la misma fecha se dej pendiente el arreglo de
los puertos de la Tala y Tumaco, comprendidos en la provincia de
Buenaventura, a solicitud del comisionado ecuatoriano, como pertenecientes
a la Presidencia de Quito desde antes de 1810.

El tratado de Pasto dio fin a esa guerra de vanidad que dur ms de un


ao; guerra poco o nada sangrienta, -417- pero productora de enconos
que alteraron de algn modo y por algn tiempo los fraternales afectos con
que se miraban los colombianos del sur y centro, y guerra, por remate,
desairada para las armas del Ecuador. En el sentir de los enemigos del
Presidente, los resultados de esta guerra echaron por el suelo esa su fama
poltica y militar, ya que de grado en grado haba perdido las lneas de
Cali, Mayo, Juanamb y Guitara; y sin embargo, la posteridad, que juzga
de los acontecimientos pasados con rectitud, porque los juzga sin pasin,
ha reducido otras causas para esos resultados.
El General Lpez, sobre ser un jefe de los ya conocidos desde bien atrs,
acababa de representar una gran figura como General en jefe de la campaa
abierta para derrocar las fuerzas de Jimnez, y Lpez, de vuelta a
Popayn, se hace cargo de la comandancia del Cauca y se insurrecciona
contra el Gobierno de quien haba recibido tal confianza. Seis meses ms
tarde, cuando se estaba tratando de los arreglos, que podan cortar la
contienda por las vas diplomticas, se sublevan 400 hombres del batalln
Flores y se dispersa el Otavalo. Casi por el mismo tiempo, el teniente
coronel Senz, jefe del Estado mayor de la vanguardia del ejrcito
ecuatoriano, se alza traidoramente contra su patria y se pasa al enemigo
con 220 plazas del batalln Quito; y poco despus, Erazo con una partida
de observacin, y luego los soldados de Mogolln siguen los torcidos pasos
de Senz. Tras la insurreccin de un comandante general, tras la
sublevacin de un cuerpo, dispersin de otro y traiciones de otros, el
General Farfn, entonces comandante en jefe del ejrcito, aunque al
parecer obligado por motivos justos, abandona la ciudad de Pasto que
ocupaba, y de seguida se apodera de ella el General Obando. Resumidos as
los sucesos, salta a la vista que los resultados de esa guerra debieron
ser los que fueron, y queda en su punto la verdad.
Lo particular en la materia es que aun est pendiente el definitivo
arreglo de lmites entre las dos repblicas, -418- porque una de las
bases con que el Congreso ecuatoriano de 1832 aprob el tratado, fue la de
salvar los derechos del Ecuador. As lo expuso nuestro comisionado en las
conferencias de Pasto, as lo aprob nuestro Gobierno, y as lo acept el
de Nueva Granada.
Por fortuna, ahora son tantos, tan estrecho y fraternales los vnculos que
ligan a estas secciones de Colombia, y hay tantas y tan poderosas razones
para pensar que no los desatarn, cuanto ms que discordarn hasta el
trmino de hacerse guerra que, si no llegan a regirlas desatinados o
desvanecidos gobernantes, podemos conceptuar ese riachuelo Carchi como un
ro singular, sin vado, sin puentes, sin maromas ni barcos, por donde
pasar siquiera diez soldados. Ecuatorianos, granadinos y venezolanos,
hijos de una madre comn y hermanos por glorias comunes, todos somos
colombianos.

VIII

Mientras por parte de Nueva Granada se haba puesto a pleito el derecho


que tena el Ecuador para hacerse independiente, a causa de la contienda
suscitada por la pertenencia del Cauca, los gobiernos del Per y Bolivia,
con los cuales no haba tal estorbo de por medio, se prestaron, segn
anunciamos antes, a reconocerlo como tal. Con el Per, aunque se haba
celebrado ya en Lima (12 de junio de 1832) un tratado de alianza y
comercio, bien que no lleg el caso de canjearlo, y al andar de pocos
meses despus toc en nuestras playas don Francisco Maritegui, acreditado
de Ministro plenipotenciario en el Ecuador. En cuanto al reconocimiento de
la existencia poltica de los Estados de Nueva Granada y Venezuela, el
congreso del Ecuador los reconoci por decreto de 12 de octubre de 1832;
esto es, antes de los tratados hechos en Pasto.
Conocidos los sucesos relativos al reconocimiento, amistad y trato con las
potencias vecinas, pasemos a referir -419- los correspondientes a lo
domstico en el ao que recorremos.

IX

El mal estado de la hacienda pblica, que tanto haba empeorado con el


sostenimiento de la campaa por el norte, oblig al Gobierno a suprimir
los juzgados de letras establecidos para el conocimiento de causas civiles
y criminales en primera instancia; a imponer una contribucin de diez mil
pesos mensuales; a suspender temporalmente las Cortes departamentales del
Guayas y Azuay; a suprimir las comandancias generales de los
departamentos, las de armas de las provincias, y militares de los cantones
y los Estados mayores de los tres distritos; a suspender las contaduras
de Quito, Guayas y Azuay, dejando slo una con la denominacin de General
en el primero, a la cual se atribuy la facultad de glosar, revisar y
fenecer las cuentas de los empleados de hacienda; a reducir varios
destinos de algunas oficinas; y a suspender, mientras cambiaran las
circunstancias, el pago de las deudas atrasadas. Convenientes y
provechosas fueron estas providencias, pues, cuando menos, se descart la
nacin de un tren militar poco anlogo a las instituciones y por dems
desproporcionado para sus rentas. Pero la supresin de las cortes
superiores de los departamentos, de los juzgados de letras y de las
contaduras, sobre no producir sino ahorros muy cortos, priv a los
pueblos de la comodidad y expedicin de que gozaban en el despacho de las
causas.
Al mal estado de las rentas vino a unirse la falsificacin de moneda,
consentida, casi autorizada y tal vez acuada por algunos empleados
superiores; esto es, por los mismos que tenan obligacin de perseguirla y
castigarla. Cuantas plateras y caldereras tena Quito, y algunas casas y
tiendas particulares, se haban convertido en oficinas de acuacin de
moneda, donde se trabajaban -420- reales falsos y de puro cobre, cuasi
pblicamente, con lisura, a la luz del da. El empleado, el comerciante,

el agricultor, cualquiera, en fin, que tena con qu comprar un marco de


plata para blanquear diez y seis o veinte de cobre, haba dejado sus
honestas labores por ser monedero falso, y los reales, todava calientes,
pasaban de las casas y tiendas a los mercados pblicos. Oanse de claro en
claro los golpes de la acuacin, y gobernantes y gobernados, sin embargo,
se encogan de hombros como convencidos de su impotencia para atajar aquel
torrente devastador de monedas falsas, desdorosa obra de tan criminal
cuanto generalizada industria.
Tan grave era ya el mal, y tan difundido se hallaba por algunas provincias
del Estado que, a pesar de las mil justas quejas de los vendedores y de
los hombres de bien que no haban querido aprovechar de los seguros lucros
de esa vergonzosa industria; tuvieron las autoridades que dictar enrgicas
y repetidas rdenes para que se admitiesen aquellas monedas sin ley ni
tipo legtimo, autorizando el crimen, diremos as, y alentando a los
delincuentes a proseguir con su punible manera de buscar la vida, y hasta
de enriquecer a poca costa. El Gobierno que antes haba andado impotente
para reprimir la falsificacin, tuvo luego que portarse terco y enrgico
contra cuantos pretendan rechazar los bregues o chifis (eran los nombres
que el pueblo dio a esas monedas.) Y para qu? Para dar poco despus, de
sobresalto, un decreto por el que se redujo el real a la mitad de su
valor, y ms tarde otro declarndolo sin ninguno.
Los de las confianzas del Gobierno y los covachuelistas, sabedores de que
iban a expedirse tales decretos, se preservaron solcita y oportunamente
de perder el valor, de los chifis, y el dao recay sobre el menesteroso
pueblo. Y todava, aun despus de esto, no faltaron atrevidos traficantes
que mercando por nfimo precio algunos miles de esa moneda contrahecha,
los introdujeron clandestinamente en los mercados de las provincias
meridionales de Nueva Granada.
En medio de esa grita general y lamentaciones amargas contra los monederos
falsos, apenas y muy apenas, -421- fueron juzgados unos cuatro o seis
de esos cientos de criminales, y aun la conciencia misma de los jueces
tuvo tambin que relajarse, discurriendo equitativamente que no caba
imponer castigos rigurosos a esos infelices, cuando estaban convencidos de
que hasta ciertas personas de alta suposicin les haban dado la norma y
el ejemplo, y avivado esa mala industria.
Y no slo el poder judicial, mas tambin el legislativo mismo tuvo que
entrar en cuenta la multitud de delincuentes, y expedir una ley de indulto
en favor de los reos; porque el delito fue generalizado, dice, entre la
mayor parte de artesanos de distintos gremios, por no haber estado al
alcance del Gobierno impedir el mal en su origen. La ley fue objetada por
el Poder ejecutivo; mas siempre quedaron impunes los culpados; y
maltrechos el comercio e industria de la gente desvalida.

El General Flores que haba sostenido en auge todo su prestigio hasta

fines de 1831, principi a perderlo desde el ao siguiente. Aunque todava


contemplativa y sorda, aunque desconcertada y vaga, la oposicin empezaba
ya a dejarse advertir, y a fines de 1832 era por dems palpable el
descontento de la mayora de los gobernados. Era de nuestro deber indagar
con cuidado y rastrear escrupulosamente el origen y causas de esa lucha
tenaz, larga y sangrienta que sostuvo el Ecuador contra los sucesivos
gobiernos de aquel General, y vamos a exponerlas sin odio ni afeccin, ni
otro inters que el de sacar en limpio la verdad. Los amigos de Flores
tanto como sus enemigos, exagerando los hechos y comentando sus acciones
con la lgica del inters de partido, se han empeado y empean todava en
elevarle o abatirle a su capricho, hasta desfigurarle de tal modo que la
posteridad andara fluctuante en sus juicios si, participando tambin
nosotros de los calores de un tiempo -422- que ya pas, tomramos
apasionadamente el pincel de los unos o la brocha de los otros.
Apuntamos ya en otro libro algunos rasgos de su fsico, y otros de sus
prendas y achaques, morales y militares; y ahora aadimos que su
afabilidad, caracterstica y real, segn unos, y slo poltica o aparente
segn otros, pero ejercitada en todas ocasiones y con todos los hombres,
unida a la fama de su valor y al puesto que ocupaba, era una cualidad
seductora a que muy pocos pudieron resistir. Enemigos de carcter soberbio
y aferrado se rindieron a tal prenda y a su don de gentes, y creemos que,
merced a estas dotes, se sostuvo airoso por tanto tiempo en medio de
tempestades y tormentas que otros no habran podido disipar. Por desgracia
para l mismo, y aun para el Estado, esa misma ndole afable y blanda,
llevada a mayor trmino, pona a riesgo la dignidad que demandaba el
encumbrado puesto a que le haban elevado sus prendas militares, y
empeado en quedar bien con todos ofreca de ligero lo que no poda, y a
veces, lo que aun pudiendo estaba resuelto a no cumplir. Llevando por
delante el principio de que le convena ms ser amado que temido, atraa a
sus enemigos con ofertas y caricias, y lograba as, no slo destemplar el
encono de sus odios, sino convertirlos en apasionados amigos.
Saba, en ocasiones convenientes, tomar cierto aire de dignidad y
desenvoltura, y disimular maosamente sus efectos; y si a veces quebrant
sus propsitos y reglas, saba tambin confesar sus yerros y mostrarse
arrepentido.
Deseaba hacerse de dineros, pero ms bien para malgastarlos que para
atesorarlos. Se mostraba aficionado a las letras y aun a las ciencias,
pero ms por la ostentacin de figurar como ilustrado capitn, que por
verdadera inclinacin. Las Poesas que public poco despus, si se
exceptan algunas, no carecen de numen, ni de gracia, ni de naturalidad,
con todo de ser sta contraria a sus deseos de encumbrarse a ms de lo que
poda.
-423Su achaque principal era el emplear la burla, y se burlaba con gracia,
pero casi de todos y de todo; y esto no pudo menos que acarrearle enemigos
rencorosos.
En cuanto a las causas que, como pblicas, excitaron el descontento de los
pueblos, all van cuantas se han sacado en limpio de entre el hervidero de
las pasiones con que todava juzgan los diferentes partidos que han
sobrevivido a la cada del General Flores.

1. Flores no haba nacido en el Ecuador sino en Portocabello, ciudad de


la heroica Venezuela, y la nota de extranjero y su decidida proteccin a
los extranjeros fueron, para los pueblos, faltas que no podan tolerarse.
2. Igual decidida proteccin a los de su numerosa familia.
3. El mal estado de la hacienda pblica y el fasto con que el Presidente
y los empleados superiores daban tertulias y convites, hicieron conceptuar
que lo primero proceda, no tanto de la escasez de rentas, como de las
especulaciones ilcitas de cuantos corran con el manejo de ellas.
4. Los hombres influyentes haban manifestado a Flores la inutilidad de
conservar el grueso ejrcito que consuma todas las rentas, y pedido que
lo disolviese, conforme a los deseos de muchos de los mismos jefes,
oficiales y soldados. El General haba mirado la demanda como justa y
ofrecido que lo disolvera tan luego como se descartase de Urdaneta, y no
lo disolvi.
5. La cordialidad con que los Generales Flores y Obando se trataron en
Tquerres con motivo del armisticio que precedi a los tratados de Pasto,
cuando aun pesaba sobre ambos el asesinato de Sucre, hizo que miraran al
primero, sino como autor, como cmplice del segundo. Uno y otro se haban
recriminado y hasta ofendido, sosteniendo cada cual su inocencia y
cargando la culpa sobre el contrario, y se les haba visto abrazarse y
acariciarse, excedindose en finezas a porfa; y estos agasajos se
interpretaron cual pruebas palpables de la parte -424- que aquel
tuviera en el asesinato. Ya tenemos abierto nuestro juicio sobre tal
crimen; pero entonces, en 1832, todava no estaba esclarecida la inocencia
del uno.
6. La postergacin u olvido de algunos jefes y oficiales ecuatorianos del
tiempo de la guerra de la independencia o posteriores, como los Matheus,
Senz, Montfares, Elizaldes, Antes, Merinos, Gmez de la Torre, Lavayen,
Barreras, Francos, Marchanes, etc. postergados por militares guapos y
aguerridos, cierto, pero torpes e inmorales los ms. La preponderancia de
estos era tal, que el gobierno slo contaba con ellos, aun para los
destinos que requeran idoneidad.
7. Un suceso enteramente domstico, de esos que se cruzan de saln a
saln, irritante, es verdad, pero del todo particular. Habase forjado por
uno de los amigos del Gobierno una especie de sainete que tena por objeto
ridiculizar las costumbres de algunas familias respetables de Quito, y
hubo otro que llev su descaro hasta el trmino de leerlo en una tienda de
comercio. Bien pronto lo supieron los agraviados, y con tal motivo se
cruzaron amenazas y billetes de desafo, y el General Matheu ech
pblicamente bravatas contra el General Flores, porque as este como
varios de sus empleados haban festejado el sainete. Irritado Flores
contra Matheu mand llamarle a palacio y, sentado bajo el solio y de
etiqueta oficial, le recibi con ceo y reconvino con aspereza,
concluyendo por decirle que sus ttulos (los del Presidente) eran muy
superiores a los pergaminos viejos en que el otro fundaba su
representacin social57.
El General Matheu, patriota del ao nueve, soldado del ao doce,
perseguido largo tiempo y desterrado por la causa de la independencia,
defensor de la soberana ecuatoriana cuando la revolucin del General Luis
Urdaneta; era un hombre muy considerado y estimado por esos antecedentes,

y por su gran hacienda y maneras -425- afables. Principalmente en


Quito, su cuna, aunque censurado por la sangre que escupa, era por la
generalidad del pueblo mirado con respeto, cual vstago de una casa
acaudalada y solariega. El ultraje hecho por el Presidente lastim el
orgullo de la familia ofendida, luego el de sus allegados y luego el del
pueblo mismo, para el cual no caba poner en parangn los merecimientos
del uno con los del otro; y el ultraje, al andar de pocos meses, levant
enemigos rencorosos contra el Gobierno.
8. El disgusto producido por el mal xito de la campaa abierta con
motivo de la incorporacin del Cauca. Habase hecho por el General Flores
la oferta de una victoria esplndida y gloriosa y tenido por paradero un
desairado fin.
9. El llamamiento al Ministerio de Hacienda al granadino seor Juan
Garca del Ro, conocido y merecidamente bien reputado por su oratoria e
instruccin variada, tanto como por su orgullo y opiniones monrquicas,
cuando la fantasa de algunos desconfiados del sistema republicano los
llev al delirio de querer cambiar el de Colombia. El nombramiento haba
tenido lugar el 10 de noviembre.
Tras este cmulo de causas en que se ve confundido lo mezquino y liviano
con lo de peso, lo justo con lo injusto, lo de inters pblico con lo
particular, asomaba el mal deseo de oponerse a los gobernantes, maligna
propensin de todos los pueblos contra todos los gobiernos y, de
ordinario, por ambicin o aspiraciones. El oposicionista sabe que es
simptico para los pueblos y acariciado por ellos, porque piensan estos,
algunas veces engandose, que aquel es el defensor de sus derechos y
libertad, cuando acaso, tambin algunas veces, slo lleva por delante sus
particulares intereses. El oposicionista, sin ms que serlo, se tiene por
patriota l mismo, y por tal le miran los pueblos; y el empleado, por
libre e independiente que sea, es visto como servil, cuando no esclavo. El
ser oposicionista, entre nosotros, constituye un ttulo seductor que
alienta an a los ms pacatos a inscribirse en el registro de los
descontentos; el ser empleado un borrn que le mancilla y, tal vez, hasta
deshonra.
-426Verdad es que el Gobierno, tras haberse organizado sobre malos cimientos,
no tena principios ni sistema que hiciera conocer a los pueblos los
medios que pensaba emplear para el progreso de la nacin; y esta falta,
sin embargo, ms que del Gobierno, era del tiempo y de las circunstancias.
Apenas llevbamos dos aos de existencia poltica, y aun estos dos aos
sin sosiego, cuando se quera que ya fusemos ms de lo que habamos sido,
como si un pueblo, por dems pobre y escaso de hombres pblicos, pudiera
levantarse de improviso y tomar vuelo.
Si todo esto es cierto, eso s, tambin es cierto que el Ecuador, andaba
todava sin pabelln propiamente nacional. Los militares extranjeros,
acostumbrados desde 1822 a deprimir y ultrajar a nuestro pueblo,
continuaban entonces ms altivos con la ocupacin de los ms de los
destinos pblicos, y el amparo del Gobierno; y los pueblos, ya hastiados
con el despotismo militar, comprendieron que el nuevo Estado con que se
constituyeran en 1830, no haba mejorado en un pice su condicin
anterior. Sobrbales, por tal causa, razn para su descontento, y era

natural que apreciasen entusiastas a quienes pensaban hacerse de ese


pabelln, y aun acudiesen a las vas de hecho, si de otro modo no podan
conquistarle.

XI

Los trabajos legislativos de mayor importancia en 1832 fueron: la reforma


de la ley orgnica judicial y dos adicionales a la misma: la ley que
autoriz abrir acequias y llevar agua por heredades ajenas, previa
indemnizacin de perjuicios; ley oportuna y bien consultada con que los
campos de mal aspecto cambiaron de perspectiva, y tom alientos la
agricultura; una adicional a la de elecciones que repar algunos de sus
vacos; otra a la de procedimiento civil; el decreto que estableci un
Visitador de cuantas oficinas de hacienda haba en el Estado; la
resolucin de que las juntas de este ramo -427- se arreglen a la
antigua Ordenanza de intendentes; y la ley que determina las formalidades
que deben observarse en los juicios de acusacin contra los Ministros de
Estado, y las penas que eran de imponerse. Como haba sucedido en los dos
congresos anteriores, y como suceder mientras no cambiemos nuestro
carcter perezoso, no falt el decreto de autorizacin al Poder ejecutivo
para que arreglase la administracin de las rentas pblicas; decreto ya de
rutina y, a veces, de confianza peligrosa que puede venir en dao de la
nacin.

-[428]-

-429-

Tomo VI

Costumbres pblicas

Apuntando hemos venido aqu y all algunos de nuestros desvos en esta


materia, y ahora vamos derechamente a ella, y a tratarla con cuanta
extensin es compatible con un Resumen.
Por fortuna, la actual raza americana, raza dcil y comunicativa, ha
recibido, no slo sin repugnancia, antes con agrado, cuanto nos viene de
Europa, y este es motivo que, nivelando nuestras costumbres con las de los

pueblos civilizados, con respecto a muchos puntos de la vida civil y


social, har que no aparezcamos extravagantes, ni que se advierta la falta
de especialidad en nuestros hbitos.
-430En efecto, desde que el Ecuador conquist su independencia y se puso en
comunicacin y comercio con los otros pueblos de la tierra, ha ido
perdiendo poco a poco la especialidad de ciertos hbitos y acomodndose a
los extranjeros. Sobra de lujo por sobra de vanidad, faltas de compostura
y decoro por falta de civilidad o roce del mundo, son achaques que ms
bien pertenecen al individuo que a la sociedad, y ms bien comunes a todos
los pueblos que a ninguno en particular. As pues, nuestros gustos,
alimentos y vestidos son, ms o menos, los mismos que los de los pueblos
cultos, sin otra diferencia que la proveniente de la desigualdad de
riquezas y de necesidades.
En las provincias de lo interior acostumbran casarse demasiado jvenes,
casi nios, pues hasta se han visto adultos de quince o diez y seis aos
casados con adultas de doce y medio. Resulta de esto que los jvenes
entran al estado matrimonial antes de conocer el mundo por ninguno de sus
lados y que, hastindose bien pronto de los halagos del matrimonio,
comienzan por aburrirse y acaban, a veces, por cosa peor. En cuanta a las
nias que se casan muy tiernas, se marchitan apenas pasado el ao de miel
y, una vez perdidos sus hechizos, llegan con frecuencia a exponer el
bienestar de toda la vida. Rebosando est la humanidad de graves
flaquezas, y es bien difcil mantener leal el corazn de un esposo muy
joven, cuando tampoco pueden mantenerse las ilusiones con que el amor se
alimenta, por muy puro y casto que parezca. Acaso este ardor matrimonial
sea una de las causas por qu no se conserva siempre la moral domstica.
En los pueblos de la sierra sera reparable que el marido sacase
inmediatamente a su mujer de la casa de sus padres. En los de las costas,
al contrario, el reparo provendra de que no la sacase en la misma noche
de celebrado el matrimonio a la casa o estancia que oportunamente ha
debido preparar. Los extremos, como se ve, se estn haciendo cargos
recprocos.
Entre nosotros no hay, como en otros pueblos, necesidad de formalizar
previamente el inventario de lo que -431- cada uno de los novios
introduce a la sociedad conyugal, y menos matrimonios en que las dotes
constituyan la resolucin de celebrarlos; a no ser, y aun esto es raro,
que sean de los contrados por algn anciano rico con alguna joven. Las
antiguas leyes, y ms circunstanciadamente el Cdigo Civil, comprenden
muchas disposiciones relativas a tal necesidad, y con todo, casi no se
conocen las escrituras dotales. Los novios y sus familias temen que se los
atilde de codiciosos, y aunque en sus adentros no estn exentos de esta
fragilidad, hay que aparentar lo contrario. A pesar de esto, por honra y
orgullo de nuestro pueblo, debemos decir que, por lo general, no entran en
cuenta los caudales, y son raras las jvenes que, siendo hermosas, queden
expuestas a servir de tas o destinadas para vestir santos. Si hay quienes
se sacrifiquen dando su mano a una mujer de ancianidad o falta de
alcurnia, hermosura u honra disputadas por hacerse de caudal, son bien
contados, y as llevan sellada en su frente la ignominia.

II

Como en nuestros pueblos no hay propiamente lo que en las monarquas se


llama alta sociedad, la del Ecuador, consecuente con tal falta, no tiene
ceremonias de ninguna especie; y por lo que a esto mira, las costumbres no
pueden ser ms republicanas. Aun los bailes que principian con ciertos
miramientos que huelen a etiqueta, pierden pronto su seriedad y acaban con
una mediana y decente confianza.
En los bailes de la gente culta no se acostumbran otras danzas que las
introducidas de Europa; danzas a escape, con poca direccin y pocas
reglas; danzas-torbellinos que revuelcan cuanto hay a su paso, a veces con
inclusin de otros danzarines; danzas sin orden ni unidad, porque la
escuela del romanticismo es de carcter enciclopdico, y se habra echado
muy a menos que -432- no tuviese entrada en los salones de Terpscore.
Atento lo mucho que han avanzado estas danzas, ms que a galope, a toda
carrera, es de creer que perdern pronto su reinado, porque la higiene,
dndola de intolerante y delicada, ha comenzado a quejarse ya de los bien
malos ratos que la causan. Por fortuna, las cuadrillas que han reemplazado
a las contradanzas, sobre ser ms arregladas y elegantes, moderan de rato
en rato las tropelas de las otras.
Cuando ya en los bailes que han principiado con cierta etiqueta se pasa al
del estado de confianza decente, se excita ms la alegra y entonces se
van a los bailes que llamamos sueltos, en que el hombre y la mujer, con
pauelos o sin ellos, se hacen entradas y atenciones que gustan a los
bailarines y espectadores. El llamado Alza que te han visto se ha
sustituido al que en los tiempos anteriores se llamaba Costillar. Muy
parecido, cuando no del todo idntico al de Alza que te han visto.
En casi todo la sierra se mantiene viva la aficin a lo que, entre los
diversos acordes de la msica, llaman tono triste, absolutamente
desconocido en Espaa, a la cual debemos la mayor parte de nuestras
costumbres. Gustoles, sin duda, muy particularmente a los criollos del
Ecuador, Per y Bolivia, ya espaolizados, los tradicionales yaraves de
los indios, y de tal gusto, traspasado de generacin en generacin, ha
provenido el encanto con que los oyen. El tono es, en verdad de una msica
triste que los entendidos en la materia no aciertan a dar con el gnero a
que pertenece; pero que, lejos de causar tristeza, conmueve eficaz y
gustosamente el nimo para traer a la memoria las inocentes o no inocentes
satisfacciones pasadas. Y tan as es su eficacia que, al or de sbito el
traspaso de la msica alegre a la triste, echan un mal disfrazado y burln
suspiro y recitan a media voz los primeros versos del Canto a Teresa de
Espronceda.
En las costas, la gente del pueblo se divierte por largos das y noches
sin fastidiarse con los bailes sueltos y alegres, sueltos y muy sueltos en
todo sentido. Entre los indios y la plebe de las Provincias interiores, el
baile es -433- puramente lo accesorio; lo principal consiste en la
beodez. La orquesta de los negros y zambos de los bosques de las tierras

bajas es la marimba; la de los indios de las serranas, una arpa y el


alentado sobre la tabla superior.

III

De algunos aos a esta parte se ha introducido con ardor el desmedido uso


de colorines entre las mujeres. Conviene, dicen, auxiliar a la naturaleza
que ha obrado con mezquindad en punto a generalizar la hermosura. No somos
tan severos para presumir que el uso del jalbegue exponga la buena moral;
pensamos s que, presentando una hermosura afianzada en ficciones, por
dems fciles de ser descubiertas, echan a perder los fines que se
proponen. La joven que viene al mundo con cara de ngel no necesita de
albayalde para que los hombres la sirvan de rodillas, y la que viene
desprovista de gracias corporales, nunca ser tan diligente que no nos
muestre alguna vez sin colorido su lienzo ordinario o remendado. La que se
pinta una vez, tiene que andar pintada para siempre.
Por lo mismo que el hombre se halla de continuo maldiciendo contra las
ilusiones de la vida, prefiere a todo trance las realidades, y siempre
estimar ms la acanalada caoba que el barniz inventado para dar el color
de la caoba. La hermosura natural nos retiene a su lado porque la estamos
palpando; la postiza nos parece tambin hermosura, pero slo de lejos, y
al acercarnos lleva el riesgo de que volteemos a escape las espaldas.
No combatamos los colorines por este lado; combatmoslos por la
insuficiencia del intento; por los resultados contrarios a la esperanza
que abrigan en el empleo de ellos. En una muy provechosa obra, titulada
Instruccin para el pueblo, leemos; Hay cinco especies de cosmticos.
-434- De ellos, los que contienen sustancias minerales son muchas veces
venenosos: los que contienen sustancias aluminosas y calcreas cubren los
poros de la piel y la fortifican; ciertos polvos vegetales cuya accin es
corrosiva; y ltimamente las pomadas de cohombro, de cacao, de agua de
rosas, etc., que siendo simples, son susceptibles (no ms que susceptibles
lo os?) de dar al cutis alguna suavidad. En cuanto a la quinta especie
de cosmticos, es sin duda de las ms preciosas, porque blanquea
radicalmente la piel, disipa las arrugas y las cubre de rosa; en una
palabra, embellece y quita aos, rejuvenece. Solamente (fijad bien, las
que os pintis, vuestra atencin,) solamente que aunque se trabaja con
afn, no se ha descubierto todava.
De esto resulta: 1. que si un cosmtico de los venenosos no mata, puede a
lo menos producir una enfermedad; 2. que si no la produce, puede hacer
envejecer; y 3. que si no hace envejecer, es del todo intil; de modo
que, en resolucin, ni aun por el codiciado fin del empleo de colorines
debe gastarse un medio real en ellos. El agua pura, esta como panacea que
Dios ha puesto a la mano de los ricos y pobres o, a lo ms, el agua de
rosas, son, a juicio de los entendidos, los nicos que las mujeres deben
emplear, no para adquirir belleza, sino para mantener a lo menos la
frescura por ms largo tiempo, y hacer menos repugnantes la fealdad y la

vejez. Salud y alegra, belleza cra; atavo y afeite y cuesta caro y


miente deca el sesudo Franklin.

IV

Las corridas de toros, introducidas al Reino de Quito desde que fue


conquistado por Benalczar, eran recibidas y vistas, no con entusiasmo,
sino con furor por nuestros pueblos. Ni el tiempo, constantemente
reparador de nuestros errores y flaquezas, ni la razn y civilizacin, ni
la -435- mana de destruir todo lo vetusto para reinar sobre los
escombros de ese pasado de brbara fisonoma; nada era bastante para
moderar el entusiasmo que produce no ms que el anuncio de una corrida de
toros; pues ahora mismo, sin embargo de lo prohibidas que estn las dichas
corridas, vuelven los deseos y el ahnco de tenerlas. Si nuestra raza no
se regenera con la mezcla de otras, no hay remedio, la humanidad y la
civilizacin se andarn, entre nosotros, abatidas y postradas por la
omnipotencia de tan arraigada costumbre.
Como en los pueblos extranjeros puede creerse que las corridas de toros en
el Ecuador eran como las de Espaa y el Per, nos detendremos en
puntualizarlas para que, si reviviesen, como ha sucedido ya varias veces,
al asombro de la barbaridad de jugar con toros, se agregue el asombro de
la manera como los jugaban. Con tal fin reproducimos una de las Cartas
tauromquicas que escribimos en 1854, para el peridico El Filntropo que
se publicaba en Guayaquil, con motivo de la corrida que hubo en Quito en
dicho ao. Dice as:
La plaza mayor de esta capital, la destinada para la corrida de
toros, alcanz a comprender quinientos veinte palcos, segn me lo
informaron los estadistas tauromquicos. Colocando no ms que a
quince personas en cada palco, pues si en unos haba menos en otros
hubo ms, resulta que concurrieron siete mil ochocientos. Agrega a
esta suma otra de unos mil, compuesta: 1. del pueblo curioso que
desde su niez est acostumbrado a ver figurar l mismo en tal
teatro, y que, no teniendo como ponerse fuera de los tiros o carios
cornucpicos, ocupa, velis nolis, el centro de la plaza en la
extensin de todos sus radios; 2. del pueblo inocente y rudo que,
contando con el propsito de no provocar al toro, es incapaz de
prever las contingencias de otros riesgos, como los procedentes de
las carreras de los caballos o de los disparos de los morteretes; y
3. del pueblo hambriento que, movido del inters de una linda
colcha o de las pesetas que se apuntan contra la piel del toro, se
presenta a la lid ansioso de llevrselas, y tendrs un producto de
-436- 8.800 espectadores en la plaza. No hay que tomar mis
observaciones a broma, pues no he puesto un solo inciso por
hiprbole.
A las sumas citadas agrega otra de cosa de dos mil que se andan
paseando, a retaguardia de los palcos, por los atrios y portales, o

por las cuatro esquinas de la plaza, o que se halla inquieta por las
alturas de la ciudad, y tendrs, cuentas ajustadas, la total de
10.800, si no vagabunda y criminal, forzosamente ociosa y en todo
caso condenable.
Y no por esto creas que cuantos otros constituyen la dems de la
poblacin, continen con sus tareas ordinarias de trabajo. No amigo:
aquel residuo imponente se ocupa tambin en preparar los adornos de
los toros, en aderezar los carros, en dirigir las entradas de los
barrios, en buscar disfraces y caretas, en los accesorios, en fin de
los mismos toros.
Pero vuelvo a la plaza cuando ya principia la diversin. Sale el
toro galanamente enjaezado en medio de un bullicio de msica,
silbos, cohetes, disparos de los morteretes, carreras de los jinetes
y las algazaras de los muchachos; y sale cuando es bueno, matando
aqu a un hombre, hiriendo all a tres o cuatro, golpeando a muchos
y asustando a todos. Por seis u ocho minutos solo se ve el cuerpo
compacto de un pueblo que se mueve y agita en direccin contraria al
movimiento de la fiera. Cuando ya han pasado las primeras fatigas de
sta, cuando ya algo cansada ha moderado su carrera, principia la
verdadera lid entre el toro campeador y el hombre campeador,
precedida de un dilogo corto que cualquier escribano pudiera, sin
exponer la fe pblica, escribirlo textualmente como sigue:
El de dos pies, presentando por delante su poncho o capa, los
salvaguardias con que cuenta para librar el bulto, le dice:
-Ah toro! a que no me cojes?
El de cuatro pies. -A que te cojo.
-437-A que no me cojes.
-A que te cojo.
Este dilogo de tauromquica ritualidad y que a lo ms cambia de
tono, se sostiene, ms o menos, segn la voluntad del campeador de
cuatro pies o la porfa de su adversario. Se resuelve al fin el toro
y acomete: recibe el inocente chasco de haber empleado en vano sus
fuerzas y cuernos contra un cuerpo ligero y sin vida como el poncho;
y vuelve y vuelve a la misma jugada y con el mismo campeador, o pasa
de largo a jugar con otro, con quien cruza indispensablemente el
dilogo consabido, dando, por lo regular, los mismos resultados o
bien consecuencias nada divertidas.
Los campeadores bpedos que, de seguro, no han consultado cul es
su ganancia en el caso de salir bien de la burla, se quedan como se
estaban con la lengua en la boca, sin recibir un solo viva ni tener
un solo adulador que los aplauda o admire. Por relevante que sea una
accin, si es de las comunes, de las de todos los das, deja de ser
relevante y no tiene mrito ninguno.
En el caso contrario, cuando la palabra burlador se ha vuelto por
pasiva al participio burlado, como tampoco entonces han consultado
la prdida, vuelan los campeones bpedos por los aires, o aran con
su cabeza y cuerpo unas cuantas varas de terreno, o lo desempiedran
si estaba empedrado. Esto, cuando no pasan a lo que decimos otro
mundo, en el cual no s si juegan toros, o al hospital o siquiera a

las afueras de la plaza.


El pueblo espectador, tan indiferente como se muestra cuando el
bpedo se burla del cuadrpedo, levanta, al ser la burla por pasiva,
un grito creciente segn la duracin de los maltratamientos, si no
de compasin, causado a lo menos por la inquietud.
Entonces caen diez, doce, veinte hombres sobre el hombre que yace
roto y empolvado: por el suelo. Le miran, le examinan de arriba para
abajo y le alzan en brazos para ponerlo fuera de las barreras, y
pasarlo de -438- all al panten o al hospital; sucediendo a
veces que los cargadores de ese fardo humano tienen que abandonarlo
en la misma plaza, cuando a la fiera, en sus vueltas y revueltas
caprichosas, le viene la humorada de moverse por donde se mova el
grupo funerario. Si, por desgracia, el toro vuelve a dar con el
hombre abandonado, le hiere si estaba slo aturdido con los amurcos;
le mata si slo estaba herido; le magulla si slo estaba muerto; y
le enva a los infiernos, aadira, si estuviese en la potencia de
la fiera, y si el hombre slo estaba magullado.
Estas escenas que repetidamente alternan con mucha regularidad y
orden entre lo cmico y lo trgico, no cambian de decoracin en toda
la tarde, a no ser que hubiese alguna entrada de barrio o escaramuza
militar, en cuyo caso nico vuelven los latidos del corazn a su
estado natural. Termina la mascarada, y el pueblo vuelve a las
mismas burlas, y la fiera a los mismos golpes o cornadas. Tantos
como son los malos ratos que el buen toro da al alegre pueblo, as
el pueblo es porfiado en seguir jugando con el toro.
Cuando el hombre campeador se presenta con lanza o con espada, ora
caballero o a pie, con la resolucin de matar al toro campeador,
entonces el dilogo de que se habl cambia la palabra del verbo;
entonces es como sigue:
El bpedo.- Ah, toro, que te mato!
El cuadrpedo.- A que no me matas.
-A que te mato.
-Yo soy quien te matar.
El cuadrpedo muere efectivamente y en todo caso, pues, aunque l
hubiese despachado a uno o dos bpedos, se presentan de luego a
luego otros y otros, hasta que hacen prevalecer el a que te mato de
los de nuestra especie. Por fortuna, en esta vez, habiendo sido los
toros los burlados y muertos, no han podido llevar su amenaza a
cumplimiento. El pueblo de picadores, (porque debes saber, que, aqu
para entre nos, cualquier dueo de lanza -439- o espada es
picador sin necesidad de escuela tauromquica) se ha salido con la
suya. No as el pueblo puramente capeador, porque, entre muertos,
heridos y golpeados o maltratados, quedaron tendidos, en las siete
tardes, algo ms de sesenta en el campo de batalla.
Cuando el pueblo, hambriento y vido de las monedas que ve colgadas
de la piel del toro, observa que ste se halla con cuatro lanzadas
por el pecho, lejos de correr de l, le busca, se le acerca, le
persigue, le agarra por la cola, le echa tierra a los ojos, le
fatiga y rinde. El animal, con la desesperacin del aburrimiento y
agonas, hace de sbito una conversin hacia aquella compacta

muchedumbre que le abruma, y todava tiene como aventar o tender a


diez o doce, hasta que al fin queda vencido.
Cmo pintar ahora esa competencia, esa porfa de las cien y cien
manos concurrentes que se sientan sobre el pellejo de la tendida
fiera, manos que se rechazan y golpean por arrancar un peso o una
peseta? Supn toda una repblica de hormigas montada sobre un
alacrn, y tendrs una idea cabal del pueblo asido al emplatado
toro. Cuando se levantan esas mil manos y se aparta ya la gente, se
ve al animal limpio como en su pramo, y entonces, con el auxilio de
cuatro o seis cabestros que le echan por los cuernos y pies, le
arrastran por medio de caballos hasta ponerlo fuera de la plaza. De
seguida se vuelve al mismo prlogo, a la misma obra y a los mismos
resultados.
Tales son el comienzo, medio y fin de la jugada con un toro en cada
tarde, y tal es el comienzo, medio y fin de todas las tardes de
toros. En estas diversiones no hay monotona que fastidie, en el
decir de los espectadores en general.
En algunas noches de la semana juegan con el que se llama toro
embombado. Al animal, que se halla bien atado entre dos barreras muy
estrechas, le echan dos mechones grandes y ensebados sobre los
cuernos, y de aadidura una suave y calmante enjalma de fuegos
artificiales -440- que no deben reventar sino cuando ya salga a
la plaza iluminada. El capeo es el mismo que el de la tarde, aunque
con aumento de riesgo para los capeadores, y aun para los palcos que
pueden fcilmente incendiarse. Sucede a veces que el fuego de la
plvora se comunica con el basto o fuste de la enjalma, y entonces
se ve al animal ardiendo por el espinazo, las costillas, el abdomen,
las orejas y la cara; de modo que los llaneros de Venezuela podran
muy bien comerlo y digerirlo. El toro, llevado de las provocaciones
de tantas voces y silbos, y del ardor y los tormentos, aumenta su
rabia y propensiones; y el pueblo se re y silva ms, y se festeja
de velo con ese ardor y tormentos. El pueblo, en estos instantes,
ejercita una burla vengadora, como en reparacin de los amurcos que
ha recibido de otros toros, o como en abono de los que todava puede
recibir. La humanidad y la civilizacin que nos han descartado de la
inquisicin, redimido a los esclavos, compadecdose del hambre y
harapos del pueblo, no han tendido todava su manto de amparo para
estos animales que, si han nacido con el instinto de la ferocidad y
lo conservan entre los pramos, sobre ser mansos y hasta sufridos en
los poblados, son de los ms tiles y provechosos para la vida.
Si consideramos que el grave e incisivo don Melchor, ya difunto, y
el tan saleroso y satrico don Modesto, nuestro contemporneo, han
hablado mal de las plazas de toros de Espaa, de esas plazas bien
resguardadas, donde slo entran por turno los capeadores y picadores
adiestrados desde la niez, por medio de reglas conocidas y seguras;
si consideramos que, no obstante las precauciones que all se toman
y de estar casi afianzada la vida de tales gladiadores, han
calificado los susodichos don Melchor y don Modesto de brbaras las
costumbres tauromquicas de la Pennsula, cunto ms habra dicho
el primero, y cunto ms no hara rer el segundo al ver nuestros

palcos improvisados de la noche a la maana; cunto de nuestro


pueblo que, por hambre, rutina o simple antojo, se ha hecho
gladiador; cunto de los espectadores que se divierten con estas
fiestas; -441- cunto del Gobierno que tan indolente las permite
y, a veces, las provoca l mismo?
No s si me engae; pero, a mi juicio, en toda temporada de toros
se rompe de nuevo para nosotros otra caja de Pandora, y frescas y
pujantes campean de una a una y con entera libertad cuantas malas
pasiones obsequi a la tierra la pagan a caja. La justicia,
castigadora de aquellos que, sin hacer diligencia ninguna para
separar a dos hombres que rien o se estn matando, se han portado
como simples espectadores; no slo enmudece, ms aun se hace
cmplice, porque la justicia misma es tan tranquila espectadora de
los asesinatos que se provocan, como pueden serlo cuantos otros
violan la ley penal que habra aplicado. El Gobierno, el interesado
en velar por el progreso de la industria y trabajo de su pueblo, en
conservar la paz y en favorecer el aumento de la poblacin; el
Gobierno, digo, olvida, en tales temporadas, todos sus buenos
propsitos y deja a los gobernados, no slo ociosos, sino en ocasin
de que se vuelvan vagabundos y criminales, no slo reducidos a una
estadstica estacionaria, sino expuestos a una infalible
disminucin; porque, por miserables que sean los guarismos de diez o
doce muertos, unos al contado y otros a plazos ms o menos largos,
pero que al fin llegan a vencerse, y de diez o doce muertos en cada
uno de los cuarenta y tantos cantones de la Repblica; son, en todo
caso, guarismos de mucha entidad para la humana especie. La polica,
perseguidora activa de los ebrios y vagos, a quienes destina a los
lugares de colonizacin, la polica pronta siempre, y de da y de
noche, para hacer acallar o corregir las rias; la polica ve
repartir a cntaros el aguardiente, lo reparte ella misma en el da
de su turno, y tiene que desentenderse, como quien oye llover, de
las consecuencias de la embriaguez, que tambin ella misma ha
provocado. La humanidad que incesantemente anda vestida del riguroso
luto de una madre que ha perdido a su hijo, se vuelve terca e
insensible en estos das, y hasta se engalana y re, porque la
humanidad se halla en abierta contradiccin con las fiestas de
toros. Observad sino el entusiasmo, aplausos y admiracin con que en
la plaza -442- se festeja al buen toro; esto es, al que ha
muerto a unos cuatro, aventado a ocho o diez, o cuando menos tumbado
a doce o catorce. Cuando la fiera no da estos resultados es una mala
fiera, que no sirve cosa; de modo que viene a ser muy usual y hasta
de retrica ajustada el decir bondad feroz, por ms que huela a
gazafatn. La buena moral, en fin... oh!... Doblo esta hoja, porque
sera preciso descender a pinturas individuales, cuando yo slo he
visto las cosas, segn lo habrs advertido, colectivamente y muy por
mayor para no exasperar la sensibilidad de mis lectores....

Ahora slo tenemos que aadir que las corridas de toros, segn ya lo

indicamos, se hallan prohibidas por decreto legislativo de 11 de febrero


de 1868.

Algo menos brbara que la corrida de toros, pero, mrese por el lado que
se quiera, siempre ruda y salvaje, tambin se mantiene ufana y engreda
otra costumbre de no muy bien averiguado origen, cuando no sabemos a punto
fijo si viene del hebreo, romano, rabe o espaol; esto es, que no sabemos
si la costumbre es cristiana o pagana, y si fue o no introducida entre los
pueblos catlicos so pretexto, en el decir de algunos, de una
representacin alegrica de las costumbres de los antiguos. Hablamos del
Juego del Carnaval, tan sucio cuanto impdico, tan repugnante cuanto
expuesto a brotar enfermedades muy graves58.
Segn la Enciclopedia espaola, la voz carnaval proviene de la italiana
carnaval o de la frase car-naval (se va la carne), porque, durante los
tres das inmediatamente -443- anteriores a los de cuaresma, se coma
mucha carne, como haciendo provisin de ella para los cuarenta de
abstinencia. Segn otros, procede del espaol, por aquello de caro vale
(Adios carne!); y segn otros, del simple, y cierto que bien simple,
antojo de divertirse con bajezas, y de una como reparacin anticipada de
la vida de privaciones y expiacin que debe suceder a las locuras de los
tres das. A juicio de Cant, es una ruda reliquia de los tiempos del
paganismo, y como en esto no nos paramos, en tratndose de seguir por
donde fueron sus licencias, licenciosos habamos de ser nosotros, por
mucho alarde que hagamos de haber nacido bajo la fe de Jesucristo.
Legtimo o no el origen, ello es que los das del carnaval, para otros
pueblos cultos poca de la algazara y licencias reducidas a bailes y
disfraces, a mojar con aguas olorosas, asestarse ramos de flores o apagar
blandones; para nosotros es el tiempo de ensuciar la cabeza, la cara, las
espaldas y hasta los pechos con tiznes, huevos y otros ingredientes que
forman una bahorrina por dems nauseabunda que da bascas con slo ver
desde lejos a los que se divierten tan festiva y acaloradamente. Entre
nosotros, el festejo de los tres das se ha llevado hasta la desvergenza
de jugar con aguas y huevos corrompidos.
El gusto al aseo o, a lo menos, la repugnancia contra todo lo asqueroso,
repugnancia que nos va llegando con los extranjeros que visitan el suelo
ecuatoriano, han hecho al fin que siquiera la capital no guste ya mucho de
tal diversin, y quede reservada para los pueblos cortos. En el da, aun
podemos envanecernos de que slo es diversin para la gente del pueblo, y
aun para esta, no con el rudo furor de los antiguos hasta el tiempo del
gobierno de Colombia. Con todo, el furor con que amparada por la familia
de los empleados superiores, asom en el carnaval de 1867, nos hizo volver
a los tiempos rudos, y tuvimos que avergonzarnos de nuevo. El Congreso
extraordinario de 1868, compadecido sin duda de tanta vergenza, expidi
el decreto prohibitorio de semejante juego, y ahora ya es de confiarse en

que no volver a resucitar.


-444As lo expresamos en la primera edicin de este Resumen; mas qu
vergenza! todava hemos tenido que asquear tan psima costumbre.

VI

Las fiestas religiosas como en todas partes, ms o menos, son pomposas y


solemnes en las ciudades grandes; pobres y desairadas en las pequeas, e
impropias en algunas poblaciones cortas del litoral, donde frecuentemente
se ven cuatro o seis de los que decimos montubios59 con muy buenos
mostachos, desempeando, vestidos de albas, el oficio de Santos Varones en
la pltica del descendimiento del sagrado cuerpo de Cristo.
Las fiestas que se celebran en la capital de la Repblica, con excepcin
de las celebradas en parroquias urbanas, son de ordinario aparatosas, y
las de la Catedral, principalmente, hasta majestuosas e imponentes por el
sin nmero de sacerdotes y aclitos que acompaan a desempear los
sagrados oficios, y por la asistencia personal del Jefe del Estado y ms
empleados superiores.
Las de la Compaa de Jess, San Francisco, Santo Domingo y San Agustn,
en las fiestas funerarias, son asimismo de edificante gravedad.
No podemos decir lo mismo con respecto a otras iglesias, y lo sentimos
bien profundamente. En los pueblos de la costa se tocan tambores en lo
alto de las torres, y las campanas se repican dando cierta consonancia
musical con aquellos instrumentos. En los de la serrana se tocan dianas a
las puertas de los templos, y se revientan cohetes y morteretes; bien que
esto slo debe entenderse en los das de celebracin de alguna fiesta, y
nunca, nunca en las Catedrales. La misa, en las celebridades de -445fiestas que se hacen en las parroquias, sin perdonar a las urbanas de
Quito, no es misa, si no ha habido tambores, chirimas, cohetes,
chamarasca y otras cosas as, ni tampoco es sacrificio, porque el
sacrificio para los priostes, consiste, al parecer, en lo que les ha
costado la fiesta.

VII

En las parroquias de la sierra, los indios, en el Da de finados, se


apoderan de las campanas y, asidos desde las vsperas de los badajos, no
dejan de tocarlas hasta entrada ya la noche. Creen que se sacan almas del
purgatorio con el taido de las campanas, y esos inocentes trepan
solcitos a las torres para hacer hablar a las campanas, como dicen, y dar
alivio a las almas de los deudos que han perdido.

Las ofrendas que los indios llevan a los templos, consisten en pan, velas,
ordinariamente pintadas de amarillo, huevos, cuyes o cosas as para dar a
los sacerdotes o a los tonsurados, en retribucin de los responsos que
rezan.
Las velas de ofrenda se introducen de cuando en cuando en los cntaros de
agua bendita que los indios llevan a propsito, con el objeto, dicen, de
apagar las llamas con que las almas de sus deudos estn abrasadas.
Mientras se rezan los responsos, hurgan con los dedos la tierra que
encuentran en las junturas del embaldosado de los templos, y la riegan con
agua, a fin asimismo de refrescar a las almas.
En las procesiones del Corpus, que son casi generales en nuestros pueblos,
se ven partidas de indios vestidos de Danzantes, saraos, diablillos o
yumbos, que bailando ebrios y con las cabezas cubiertas delante del
Sacramento, siguen todo el camino que llevan aquellas. Si esto no es una
palpable profanacin de lo ms sagrado, no sabemos como calificarlo.
-446En las de los Octavarios de algunas provincias, en que tambin se saca el
Sacramento, se van esparciendo por el suelo habas, mellocos, papas,
rosetas de cintas, flores y cosas as, y los muchachos y gente del pueblo
procuran recoger cuanto les viene a la mano y, a veces, a empujones lo de
ms all. En las plazas se clavan cucaas de frutas, conejos, perdices,
ollas de barro, dentro de las cuales estn brincando por salir algunas
lagartijas, cazuelitas, etc., y todo esto que se halla destinado para el
pueblo que concurre a tales fiestas, se le da precisamente al tiempo que
rodea la procesin por la plaza, como para provocar las risas y la
algazara, la mayor bulla posible y casi, las ms ocasiones, las puadas de
entre tantos competidores, ansiosos de llevarse alguno o algunos de esos
objetos. Quebradas las ollas antes de bajar de las cucaas, porque se
quiebran desde el suelo y a pedradas, caen las lagartijas y echan a
correr; y ah es de ver las carreras por huir de ellas, los ascos de los
elegantes, las pataletas de las nerviosas, etc., etc., Ubinam gentiun
sumus? Si aun estaremos viviendo en tierra de paganos!
Aun quedan muchas verdades que decir en la materia; mas punto en boca.
Que si mengua o escndalo resulta,
honra ms la verdad quien ms la oculta.

Olmedo

VIII

La temporada de Inocentes, que sigue a la de aguinaldos, es en Quito una

temporada en que la sociedad casi toda despliega su contento y buen humor,


y esto es demasiado natural en un pueblo que carece enteramente de recreos
y diversiones pblicas, si exceptuamos las -447- de toros, cuando las
haba, y las del teatro cuando asoman compaas de cmicos. En los tres
primeros das slo se divierten los grupos de la gente comn, vestidos de
manos y belermos (betlemitas), y los nios a quienes las madres los visten
de gala, bien significando alguna cosa o sin significar ninguna. Desde la
noche del ltimo da o desde el cuarto siguiente a los tres anteriores,
comienzan a asomar por las calles y plazas, de ordinario de tres a cuatro
de la tarde, partidas de enmascarados, a pie o a caballo, juguetendose y
chancendose con cuantos encuentran. Hay quienes se presentan vestidos con
suma compostura, quienes intencionalmente haraposos o ridculos, con
caretas de todos los tipos fsicos y aun imaginarios; los ms de ellos sin
comprender ningn sentido ni alusin y fastidiosos, otros de sarcstica
significacin, y algunos hasta percucientes con sus dichos; y todos,
todos, con inclusin de algunas mujeres, se andan y corren echando bromas
agudas o martillando con el eterno e insulso me conocs (me conoces?) por
las calles, plazas, atrios, portales y casas.
La plaza principal, llena de espectadores y de mscaras, presenta una mole
formidable de semblantes graciosos o grotescos, de distintos aspectos y
coloridos; mole que se mueve, se agita, re o aplaude, segn que las
mscaras hacen cabriolas, o sueltan chistes sobre chistes, o inventan
chascos y travesuras contra el curioso pueblo que los rodea y sigue las
pistas.
Al entrar la noche se aumenta el nmero de enmascarados y se presentan
nuevas partidas, con msica o sin ella, y se detienen a bailar dentro de
los portales o en la plaza, o no hacen sino atravesar la compacta
muchedumbre de gente para meterse en tales y cuales casas de habitacin,
donde se chancean, bailan, beben y se divierten hasta la hora que ms les
acomoda. A veces salen en aumento las partidas, pues los de la casa
invadida, exaltados por el ejemplo o los humos de las copas, no pueden ya
resistir a las tentaciones de buscar tambin la flor del berro. A veces
prolongan el baile hasta el amanecer, breseles de nuevo el contento, ya
algo vencido -448- por las agitaciones de toda la noche, y montan a
caballo y van a darse una pavonada por las afueras de la ciudad. Las
partidas que salen con msica van alumbradas por diez y seis o veinte
blandones. A las que van sin msica las llaman brbaras, y de cierto con
alguna razn; y, con msica o sin ella, invaden una casa de sobresalto, o
entran a las que ya estn prevenidas de antemano con alumbrado y mesas de
refresco.
La diversin pblica se prolonga generalmente hasta las doce o una de la
noche, y la de los enmascarados hasta rematarla, como se rematan los
bailes, a las cuatro o cinco de la maana, segn les dura el buen humor.
Hay veces que la temporada de inocentes pasa de diez das, y hasta hace
poco se sacaban toros de los introducidos para el consumo, y los jugaban
embetados por las tardes. Esto para el pueblo, era un aliciente ms que
centuplicaba su alborozo.
Otras veces remataba la diversin en el Da de Reyes, en que los indios y
cholos de la ciudad se disfrazaban de mindalas (indias placeras) o de
negros con camisas que dejan sueltas para afuera de los pantalones, y

atadas las cinturas con ceidores. Ordinariamente salan llevando en la


mano un paraguas abierto; de manera que, unindose y entrelazndose con
ciertas proporciones, formaban vistosas figuras al bailar una mala
contradanza con msica alegre o triste (esta diferencia no es al caso),
para manifestar su contento por medio de cabriolas. De diez y seis o
veinte aos para ac cambiaron de forma y trajes, y se presentaban a
caballo quien haba de pensarlo! vestidos de ngeles, de reyes, de
coroneles, de seoritas, etc., etc., y recorran la ciudad a escape por
distintas direcciones, y se paraban al frente de tal taberna, y se
desmontaban y bailaban, y volvan a montar y correr, y ya embriagados,
empezaban a caer hasta concluir la diversin en sus casuchas o en las
tiendas.
Cuando no hay toros en la temporada de Inocentes, es a la verdad una muy
inocente y cumplida diversin que, en miniatura, refleja los carnavales o
los bailes de -449- mscaras de las grandes ciudades de Europa. Lo
malo es que se prolongaba hasta serlo de sobra, y que, favorecindola por
tantos das, se favoreca tambin nuestra connatural holgazanera.
Las dems ciudades y pueblos de la Repblica seguan, como era de ser, las
costumbres de la capital, con las indispensables y muy naturales
diferencias del menos lujo, menos gasto y menos gusto. Y esto que decimos
en cuanto a Inocentes, ha de entenderse tambin en punto a carnavales y
procesiones, con ms las fiestas de San Juan o de San Pedro que los
indios, en algunas provincias, las hacen durar por quince das.
En los pueblos de la costa hay menos decisin por las mascaradas, y las
partidas de mscaras que salen al pblico, en los aos que los hay, slo
son de brbaros. La careta, en los lugares de temperamento ardiente, debe
ser intolerable.

IX

En el mismo da de Reyes se alzaban hasta ahora algunos aos dos


tabladillos en la plaza de Santo Domingo de la capital60; uno, simulacro
de Beln donde naci nuestro Seor Jesucristo; y otro, tambin simulacro
de un palacio donde encaramaban a dos polichinelas, cubiertas las caras
con sus respectivas larvas y vestidos de rey y reina, en remedo (decan
los directores de la funcin) de los de Jerusaln del tiempo en que los
Reyes magos vinieron a pedir permiso para adorar al Rey de los Reyes, al
nio Dios.
-450Mientras llegaban los Reyes magos, los de Jerusaln se paseaban por el
tabladillo con un garbo grotesco, garbo de rey-mono, que hacan rer por
semejante majadera, o se sentaban como enojosos y meditabundos,
reflexionando acerca de la osada de quienes han dicho que haba nacido un
nico y verdadero Rey. El pueblo, siempre andariego y ansioso de
diversiones, y los muchachos, alborozados de contento, los contemplaban de
hito en hito, sin perder ninguna accin de los farsantes y se mantenan

andando o de pies al lado del tabladillo hasta por tres o cuatro horas.
Los Reyes magos, el viejo, el mozo y el negro, montados a caballo,
entraban a la plaza por el Sur y Norte de ella (fijaos en los
conocimientos geogrficos e histricos de los seores directores de tal
funcin), precedidos y acompaados de pastores, de coroneles y de
comandantes (fijaos asimismo en el conocimiento de dichos seores, en
punto a costumbres), u otros disfraces de la laya. Se encaminaban de
seguida y derechamente al palacio de Herodes, y cada uno de los magos le
diriga un discurso, modelo de oratoria, en solicitud del permiso de ir a
adorar al recin nacido Rey de los cielos. Nuestro Herodes, puesto que no
hay como decir lo sea tambin de otros, contestaba echando ternos y
pestes, haciendo muecas y contorsiones, y mostrando una rabia que la
dejaba conocer an al travs de su disfraz; pero los magos, burlndose de
tales enojos que no pasaban de bravatas seguan adelante y rindose para
Beln.
Llegados a este lugar se oa otro discurso, del ngel que, tomando la
forma de una estrella, les haba servido de gua, y se oan otros
discursos de los pastores que los haban acompaado y sin ms ni ms
quedaba acabada la representacin.
Si no hubiera habido tanta necedad y ridiculez, as en las personas como
en sus acciones y palabras, en los vestidos, en el estado en que estaban,
en cuanto se haca y festejaba, en fin, diramos que era uno como auto
sacramental de esos que representaban en los tiempos -451- remotos y
atrasados, disculpable (y tal vez hasta apreciable), entre nuestros
mayores. Pero la funcin no poda merecer tan honroso calificativo, porque
no era dramtica, ni dialogada ni siquiera racional, sino fiesta profana y
ruda, ridcula y mal dirigida entrada de barrio con que se procuraba
entretener al pueblo, y atentatoria contra el respeto que se debe a la
historia sagrada, y nada ms.
La falta de otro gnero de recreos, la falta de instruccin y hasta de
buen sentido en ciertos personajes que quieren darlas de entendidos, hace
que el pueblo concurra novelero a todas las fiestas religiosas; no por
devocin, eso no, mas por matar el tiempo, huir del trabajo y satisfacer
sus congnitas disposiciones para llevar una vida de holgazanes. Se
anuncia una fiesta de San Jacinto de Yahuachi, del Cisne, del Seor del
Huaico, del seor de Ficuno, de la Virgen del Quinche, etc.; pues ah
estn el pueblo curioso y vido de diversiones, y los que desean hacer
ganancias por medio del juego; ah los amantes impedidos a quienes ha
reunido la casualidad, y la venta de naipes, de frescos, frutas y licores;
ah las borracheras con todas sus consecuencias; ah, en fin, lo de andar
a la gala del nio Jess.

Individuemos ahora las costumbres de los indios, nicas que difieren


propiamente de las de otros pueblos. Para dejarnos comprender con

facilidad, tomaremos a un indio desde su nacimiento, e historiaremos a


vuela pluma la vida que llevan los de su desgraciada raza.
No porque el nio indio haga conocer que ya tiene vida en el vientre de la
madre, toma esta ninguna precaucin para librarse de las consecuencias de
un mal parto, ni altera en nada sus hbitos de trabajo, sean cuales
fueren, con tal de ser conformes con su estado y condicin; pues sigue
tranquila en sus labores, abandonada -452- enteramente a los cuidados
oficiosos de la naturaleza. Un par de trapos que ha zarceado en los
poblados o en los basureros de la hacienda de su patrn o de las vecinas,
los lava y remienda como puede, y sin necesitar de ms ya tiene preparados
los paales para su hijo.
Llega el instante del alumbramiento; se acuesta sobre el casi desnudo
suelo de su choza, si es que las labores del campo no la han detenido en
otra parte, sale el nio a luz, corta ella misma el cordn umbilical con
su nico y mal afilado cuchillo, o golpendolo entre dos piedras, lava a
la criatura, la envuelve con una mala faja entre los preparados trapos que
los lleva siempre consigo, se lava ella misma, y alguna, sino muchas,
contina con el trabajo interrumpida por el parto. Si esto ltimo no es
absoluto, lo de ordinario es que una india no hace cama ni guarda ms
dieta, dieta de privacin de trabajo, que por tres das; pues, con
respecto a los alimentos, son los mismos de todo el ao, los mismos de
toda la vida.
Ese nio que viene al mundo tan indolentemente desatendido, como lo haban
sido sus padres y abuelos, no tiene el derecho de interrumpir con lgrimas
ni gritos las tareas de la madre, pues ora fuere esposa de un concierto61,
ora porque su miseria la obligue a un incesante trabajo, no puede dejar de
hacer lo que est haciendo por ir a acallar a su hijo. El nio, aburrido
de tanto llorar y gritar, se cansa al cabo y duerme hasta que en ocasin
ms oportuna pueda la madre satisfacer las necesidades o deseos del hijo.
Yendo y viniendo por donde va y viene la madre, porque no le aparta ni
puede apartarlo de sus espaldas sino es en los instantes de darle el pecho
o por la noche, el nio se desarrolla a todo sol, aguas y vientos, y vive
bajo este rgimen hasta dos o dos y medio aos en que se le desteta.
-453De diez a doce de edad, a los ojos de sus padres ya es un indiezuelo que
puede servir; y cuando ellos se ausentan de sus casuchas, ponen bajo el
cuidado de tal nio y de un perro ordinario, que nunca les falta, los
trapos, sogas, vasijas de barro, dos o cuatro gallinas y algunos cuyes,
que por todo constituyen, con ms o menos diferencia, el patrimonio de la
familia. Ay del pobre indiezuelo, si se ha descuidado en algo de lo que
se dej a su cargo, a no ser porque no pudo resistir a fuerzas mayores!
Desde los ocho o diez hasta los diez y ocho aos, si pertenece a padres
conciertos, tiene, por ser longo62, el deber de concurrir en ciertas
noches y maanas de la semana a la hacienda de los patrones a aprender la
doctrina cristiana, enseada por otro longo mayor o por un ciego, y
enseada en una especie de canto fnebre y desacorde. Esta enseanza que
nada ensea, porque tampoco sabe el maestro lo enseado, no es gratuita,
pues los patrones han establecido la costumbre de obligar a los longos al
trabajo de la faena por dos o tres cuartos de hora; faena reducida, eso
s, a un trabajo proporcionado a las fuerzas de semejantes obreros.

Desde la misma y hasta la misma edad, bien el longo viva en las haciendas
de temperamento caliente, bien en las de pramo u ovejeras, su cuerpo
slo se cubre con el ponchito de jerga, y su cabeza slo con la copa del
sombrero viejo de lana y lleno de san que ya no sirve para sus padres o
una especie de gorro formado de bayetas de distintos colores. En los
pramos, el indio aade a este vestido un par de mangas de cuero de
carnero para cubrirse los brazos, y un pedazo de bayeta, azul o negra,
envuelto a la manera de ancha corbata, para abrigar el pescuezo o cuello.
Nada de calzoncillos mientras dura su estado de longo; y nada de camisa
tampoco, y -454- menos de chaqueta, aunque entre en mayor edad, y aun
cuando se concierte. Los mayores de diez y ocho aos se cubren con cuzmas
(tnica o cotn corto de lana, sin cuello ni mangas, que baja hasta los
muslos), calzoncillos de lienzo que llegan hasta las rodillas, poncho de
jerga o de manta ordinaria y sombrero de lana, de tres o cuatro reales de
valor. En otras provincias llevan, en lugar de calzoncillos, pantalones de
bayeta ordinaria. El uso de zapatos o sandalias les es desconocido. Con
qu haban de comprar calzado? Si a los que hacen de arrieros se los ve
con pedazos de suela pegados a las plantas de los pies, es seguro que son
de los desprendidos de algn calzado viejo que hallaron tirado en los
albaales. Desde los diez y ocho aos hasta los cincuenta entraban en la
obligacin de pagar el tributo en los trminos que expusimos en su lugar.
Al fin, desde ahora, treinta aos (1857) la razn y la piedad, vencidas y
humilladas por algo ms de tres siglos, alcanzaron justicia y se decret
la abolicin de tan inhumano impuesto. Dbese tal redencin a la
legislatura de dicho ao y muy particularmente al Sor. Manuel Gmez de la
Torre, miembro del Senado, que demostr con atinados y enrgicos discursos
la ignominia del tributo, el desdoro de las instituciones republicanas, el
clamor general de los sensatos y la necesidad y hasta conveniencia de la
abolicin. Habala propuesto piadosa y encarecidamente el Ministro de
Hacienda, Sr. Francisco P. Icaza; mas el recelo de que, extinguiendo el
tributo de un golpe y sin el reemplazo correspondiente a la renta fiscal,
resultara un dficit crecido contra el tesoro pblico, dio pie a que el
mismo Ministro y algunos Senadores opinaran para que la definitiva
redencin de los pobres indios fuese paulatina hasta por tres aos, o se
suspendiese al menos por ocho o diez meses. Los Senadores, Gmez de la
Torre, Garca Moreno y Trevio los contradijeron ardientemente, y entonces
la mayora del Senado la decret sin restriccin ninguna63. Y que
resultara o no aquel dficit crecido, -455- y se empeorara o no
nuestra escasa hacienda pblica, estas no eran razones con que poda
sostenerse la ignominia impuesta por el derecho de los conquistadores, y
la legislatura de 1857 (la cmara de Diputados estuvo de acuerdo con la
del Senado), bendecida por medio milln de almas, tiene de calcarse en la
memoria de la raza americana-ecuatoriana. Que se expusiera o no nuestra
agricultura, como pensaban muchos hacendados, que se arruinaran o no
cuantos se servan de los indios, el tributo constitua tamaa iniquidad,
y lo inicuo debi desaparecer.
Estamos pues ya, a Dios gracias, libres de tener que lamentarnos por las
consecuencias del tributo; mas, principiando por compadecer la supina
ignorancia de quienes apenas han comprendido o no comprendido, tal vez, el
bien de su redencin, todava nos sobran grandes motivos de dolor por la

suerte de estos desdichados.


Los indios, antes dueos comuneros de las tierras que ahora poseemos, no
tienen, por lo general heredades ningunas, y si hay algunos pocos que
cuentan entre sus bienes, con tierras, labrantas o terrasgos en qu
trabajar y sembrar, y son tan reducidos que su valor subir, cuando ms, a
veinticinco, cincuenta o cien sucres. Teniendo hambre y desnudez, y no
teniendo como satisfacer estas necesidades, acuden a concertarse con los
propietarios de las haciendas, y mediante las cortas anticipaciones que
estos les dan, a lo ms de diez, veinte o cuarenta sucres, segn las
costumbres de las provincias o de las parroquias, quedan los brazos de los
indios empeados para siempre. Lo que el indio ha recibido de socorro
(este es el nombre que dan a la cantidad anticipada), no le basta sino muy
apenas para comprar el poncho y la cuzma para l, y un rebozo y anacu para
su mujer, cuando el socorro no se ha hecho para pagar algn priostazgo; y
si, prescindiendo del alimento de la familia, sobreviene la muerte de un
hijo, una alcalda, un compromiso de hacerse danzante u otro gnero de
necesidades urgentes, es claro que se pone en la de volver los ojos a su
patrn para obtener nuevo socorro. Procediendo las ms veces, por no decir
todas, de esa -456- manera, como el primer socorro no estaba devengado
todava, remacha ms y ms su concierto, y la esclavitud slo acaba con la
muerte.
Verdad es que el indio, sino siempre, frecuentemente muere debiendo, como
no poda ser de otra manera, y que el patrn, tambin cuasi siempre,
pierde los socorros anticipados, por lo mismo que el otro no deja bienes
ningunos para el pago de sus deudas. Mas, fuera de ser estas muy cortas
para los hacendados o colonos, tampoco faltan corazones de bronce que
hacen, cuando menos, la prueba de querer obligar a la viuda o hijos a que
las devenguen con su trabajo, ni han faltado algunos que efectivamente las
han cobrado.
El indio poseedor de cuatro o seis hectreas de terreno en propiedad, que
es dueo de algn rebao de doce o diez y seis carneros, o de un par de
bueyes o borricos, es tambin tenido como rico entre los de otras castas.
El que tiene estas comodidades no se concierta; vive con independencia,
cuida afanosamente lo suyo, viaja por las costas a sacar sal o chalanear
en el comercio de ganado vacuno, carneros y cerdos, y a fuerza de
privaciones y economa ahorra al ao sesenta, ochenta o cien sucres. Para
qu? -Si no siempre, para gastarlos al recibir la vara de alcalde de
doctrina, al hacerse danzante o prioste de alguna fiesta, pedida a veces
por l mismo u obligado por el prroco. Cuando l mismo pide el priostazgo
es, entre otras causas, por librarse de la tacha de ser longo todava.
Cuando pagaba tributos lo haca sin quejarse, porque pensaba ser de muy
justa obligacin el satisfacerlos; y cuando los abolieron, hasta hubo
indios quejosos de que se privase a La Majestad (pensaban y todava
piensan algunos que somos colonos y sbditos del Rey de Espaa) de un
derecho legtimo y sagrado. Ya se ve! No puede escandalizarnos tanta
ignorancia, cuando los polacos, siervos del terruo, se conmovieron en
sabiendo que iban a ser libres; cuando en Wurtemberg se suscitaron graves
quejas, no slo entre los nobles, interesados en mantener el antiguo
orden, mas entre escritores y jurisconsultos -457- de suposicin, a
consecuencia de haberse abolido en 1817 la esclavitud personal. Si aun en

los pueblos europeos hay tal gente, no es mucho que ac suba a tanto punto
la ignorancia de los indios.
Las indias desde longas visten de anacu (pedazo de bayeta azul o negra,
envuelto al ruedo del cuerpo desde los pechos hasta algo ms abajo de las
rodillas, y sostenido por una ancha faja, tejida por ellas mismas), y de
otro pedazo de bayeta llamado pachallina o tupullina, agarrado al pecho
con un tupu (aguja grande de cobre u otro metal) para cubrir las espaldas
y brazos hasta los codos. En algunas provincias del sur visten polleras en
lugar de anacus, y las indias del campo, en las serranas, no conocen
camisa en su cuerpo, y el calzado ni las que habitan en las ciudades, a no
ser cuatro o seis por maravilla.
Indios e indias son decididos por los colores vivos, principalmente por el
prpura. As, en todos sus disfraces o cuando visten de gala para
concurrir a las procesiones u otras fiestas, buscan o alquilan las telas o
trastos del color ms subido, y tal vez proceda de este gusto propio de
nuestra tierra el que las mestizas y las cholas de las provincias
subalternas de la sierra, tengan asimismo una preferente aficin a las
telas de color bien encendido.
Indios e indias comen o, ms bien dicho, lamiscan cuanto pueden, a
cualquier hora del da o de la noche, y sin reparar en que estn o no
fros o calientes los alimentos. Jams rechazan lo que se les da a comer;
pero tambin resisten al hambre por largas horas, y lo primero prueba que
viven hambreados de por vida.
Duermen al suelo raso dentro de sus casuchas, o en los corredores de las
haciendas, con la misma comodidad que otros sobre colchones y en estancias
abrigadas. No se quitan los vestidos para dormir, pues son raros los que
tienen mantas, y pocos los que cuentan con un par de zaleas para el
descanso de la noche. Se acuestan muy temprano, rendidos a no dudar de su
sempiterno trabajo, y se levantan igualmente muy temprano.
-458No aceptan mdicos ni drogas para la curacin de sus enfermedades, y antes
se dejaran matar que resolverse a que les echen lavativas. La frugalidad
de sus alimentos, y la agitacin producida por su constante trabajo bastan
para que la naturaleza triunfe de los ms de los achaques y quebrantos de
la salud; bien que, en su decir, el restablecimiento lo deben las ms
veces al curandero que ha propinado algunas bebidas simples y proferido
ciertas palabras, para nosotros sin sentido, para ellos significativas,
ora acercando la boca a las mismas bebidas, ora al cuerpo del paciente. El
que las da de curandero es un indio o cholo, de los zorreros y rapaces que
han logrado, entre los de su clase, ser tenidos como Esculapios.
Entre las enfermedades comunes para todos los hombres no adolecen los
indios ni de sfilis ni de obesidad.
Casi no tienen nocin ninguna del bien y el mal, ni del pundonor, ni de lo
bello y, tal vez, ni del amor; quizs tambin no conocen lo que se llama
curiosidad. Se casan, no tanto porque se quieren, sino las ms veces
porque se necesitan mutuamente para hacer ms llevadero el trabajo;
procediendo de esto que los indios prefieran para esposas a las viudas con
hijos. Sin embargo, no dejan de ser frecuentes los incestos y los
adulterios dobles.
Es tal la abyeccin y tal el convencimiento de la miseria en que viven,

que jams resisten como deben a los mandatos y aun caprichos de otros
hombres, blancos, mestizos, cholos o negros, y constantemente se ven
dominados por la impertinencia y travesuras de los muchachos, con
especialidad en las concurrencias pblicas. Si, por ejemplo, se necesitan
algunos para que carguen las imgenes de los santos en las procesiones, se
esparcen los muchachos en busca de indios, y los agarran por los ponchos,
y los arrastran al lugar donde est la necesidad. Se disgustan del
servicio a que los obligan, refunfuan algo; pero sin resolucin ni vigor,
como convencidos de que no les asiste derecho para emplear sus puos en
semejantes casos, convencidos de que el sufrimiento es para -459ellos un deber. Para el trnsito o marcha de las tropas servan, hasta
hace poco, de medios bagajes o bagajes menores, porque se los tomaba, a
falta de bestias, para el transporte de una media carga o de un sobornal,
a diferencia de los animales, bagajes mayores, que transportan carga
entera.
Su alimento ordinario consiste en comer papas, cebada y maz; las papas, a
lo ms cocidas o asadas; la cebada, reducida a polvo o a cocimiento; el
maz, tostado. Otros se alimentan con lo que decimos zambos (especie de
calabazas con mucha carne por dentro o sea cidracayote), habas, ocas,
mellocos y coles; todo lo cual, tambin a lo ms, cocido o asado. Raras
veces comen carne, tal vez a duras penas en los casos que refieren Juan y
Ulloa, segn lo expusimos en otra parte; tal vez, asimismo, habr muchos
que no conocen el sabor de la manteca y mantequilla, a menos que hayan
servido de huasicamas (guarda casas). Una shigra (fardelejo tejido de
cabuya) de mahzca (harina de cebada) entremezclada con maz tostado,
chochos desaguados, algunos granos de sal y un par de ajes o lo que
llamamos rocotos (ajes gruesos y crespos, los ms); basta para el fiambre
de un camino de seis u ocho jornadas; fuera, eso s, del cntaro de chicha
de jora que indispensablemente lo toman, cuando no en el trnsito, en las
posadas donde se alojan.
Los conciertos, mayores de diez y ocho aos, tienen obligacin de
concurrir por dos das en la semana a la enseanza de la doctrina, lo
mismo que cuando longos, y deben concurrir con sus mujeres, si son
casados. La enseanza la dirige el mayordomo de la hacienda o un ayudante
de l, y principia a las cuatro de la madrugada; consiste, como la de los
longos, no en la explicacin de la doctrina, pues sern muy pocos los
mayordomos que la entiendan, sino en la repeticin de las palabras del
rezo. En estos das tienen tambin el deber de trabajar la faena por dos o
tres cuartos de hora, concluida la cual se reparten para los distintos
trabajos de la hacienda.
Los indios sueltos (esto es, libres o no conciertos) asisten a la
enseanza de la doctrina los das domingos a los -460- cementerios de
las parroquias a que pertenecen, una hora antes de celebrarse la misa del
medio da. La aprenden medio cantada; y si faltan se les da algunos
ltigos, no obstante la absoluta prohibicin que hay para ello, aunque, a
decir verdad, esto slo se ve en las parroquias distantes de la cabecera
del cantn, o cuando los prrocos son de aquellos que no comprenden que
tambin los indios estn formados del mismo barro y a semejanza de Dios.
Despus de recibidos los ltigos, a presencia de cuarenta, cincuenta o ms
personas, se levantan y dan el Alabado al que los azot. Varias veces

hemos sido testigos de esta santa humildad de los indios en algunos


cementerios y haciendas. El que azota es el maestro de capilla, de
ordinario indio como los azotados, o el indio alcalde de doctrina, de
orden del prroco o del sndico de la iglesia, y a fe que azotan de buena
gana.
La oracin (Alabado sea) con que los catlicos bendecimos y saludamos al
Santsimo Sacramento, es la forma que se ha dado a los indios para su
salutacin a los blancos y aun a los que no son de raza pura, como a los
mestizos, cholos y hasta negros. Santa y muy santa salutacin, si nos la
diramos recprocamente entre todos los cristianos; pero reservada, como
est, slo para los indios cuando saludan a hombres como ellos, y slo por
pertenecer a la ms atrasada de nuestras razas, es incurrir en una vanidad
impa con que abatimos ms y ms la prosternacin de esos desgraciados.
Consolmonos con saber que no faltan algunos buenos ciudadanos que se
empean en hacerles comprender que con ese alabado slo debe saludarse al
Altsimo, y que, para saludar a los hombres, deben servirse de las mismas
palabras o formas de que se sirven los blancos!
Todos los gustos, todos los goces de estos miserables estn reducidos a
tener qu beber y embriagarse, y creemos que sus vivos empeos por
celebrar una fiesta, por vestirse de danzantes, su fervor por las
procesiones, priostazgos y romeras, y hasta la mala arpa que alguna vez
se oye rascar en sus casuchas del campo; llevan por objeto principal,
cuando no nico, el de tomar aguardiente -461- y chicha, y
emborracharse. Si fueran hombres siquiera de sentido comn o de algunos
afectos nobles, diramos que los mueve el deseo de no pensar en su
condicin ni destino, y en hallar en la embriaguez el olvido, aunque muy
efmero de cierto, de las miserias de su penosa vida. Tal vez los nobles
de la raza india, que fueron las primeras vctimas cuando la conquista,
obraran impulsados de ese deseo; mas en quienes ahora viven con nosotros,
en quienes carecen absolutamente de todo conocimiento con respecto a lo
que fueron sus mayores, no hallamos como explicarnos esta tenaz cuanto
decidida inclinacin por los licores espirituosos.
Vase lo que hasta ahora pocos aos eran los Danzantes citados tantas
veces. Dos o tres meses antes del da de Corpus hacan los indios alcaldes
una solemne entrada en la plaza mayor de las cabeceras de los cantones,
acompaados, entre otros muchos deudos, de los que han de servir de
danzantes, sus mujeres y familias. Esto es lo que, en su decir, se llamaba
ganar la plaza, ganancia en la cual salan, cuando menos, ocho o diez de
los concurrentes rotos de las cabezas, porque los ms de ellos se
presentaban ebrios, y tal vez sin otro objeto que el de bailar al frente
de las iglesias matrices, dar vueltas y revueltas al ruedo de la plaza,
tambin bailando, y asimismo darse de puadas entre los allegados a los
alcaldes y los danzantes. Tiempo, objeto y resultados varan, es cierto,
segn las costumbres de cada una de las provincias de lo interior; mas,
ajustadas bien las cuentas, todo se va a dar all.
Los comprometidos a servir de danzantes en la procesin del Corpus, lo
eran por medio de una merendita bien frugal (de ordinario, la que decimos
runauchu o aj de polvo de alberjas, y una vianda compuesta de granos de
maz cocido y entremezclado o sazonado con miel, llamado champs), y
algunos cntaros de chicha; una y otros repetidos por dos o tres veces.

Los comprometidos comprendan bien lo caro que iba a salirles la merendita


y la chicha; mas como proporcionarse ocasiones para beberla por muchos
das era para ellos vivir del modo -462- que lo apetecen, daban su
palabra sin andar en vueltas y se llevaban la carga.
Una vez ajustados los compromisos y llegado el Corpus tenan los danzantes
la obligacin de presentarse en la procesin de este da y en el
Octavario, cubiertos los rostros con caretas, las cabezas con una especie
de turbantes arqueados por la parte superior y alhajados, o redondos y sin
alhajas, con grandes plumajes; y de dichos turbantes colgaban, por la
parte posterior, cortinas de tis, damasco de seda o lana que bajaban
hasta cerca de los tobillos. En los cuerpos llevaban camisas bordadas y
llenas de cintas, chalecos grandes de tis, brocado o terciopelo, pollera
corta hecha de las mismas telas o de otras inferiores, bordadas con
franjas de oro o plata, buenos calzoncillos, tambin bordados o vaciados,
medias de algodn de color verde o rosado, y zapatones pintados. En una
mano llevaban un pauelo, y en la otra un corto alfanje de madera pintado,
plateado o encintado, y se ataban cascabeles en las traseras de las
canillas. Bailaban y daban vueltas, ora de rotacin cuando iban solos, ora
recprocamente al ruedo de sus compaeros, como si jugaran alguna
contradanza, al son de un tamborillo y un pingullo (flautn con la
embocadura hacia una de sus extremidades), y caminaban incesantemente
bailando, precedidos de sus alcaldes, quienes iban vestidos de capas
largas y con todos sus alfileres, y acompaados de una mscara, hecho
diablillo, que llevaba en la mano un rebenque.
Ocho das con sus noches se pasaban alternando entre beber, danzar y
dormir, sin hacer caso del alimento, porque la chicha los fortifica
demasiado, y se contentaban con comer lo poco que les daban los alcaldes,
o los allegados de ellos o los dueos de las casuchas en que iban a
bailar. Las esposas de los danzantes y las de los alcaldes iban en grupo
tras sus maridos, cuidando de los vestidos alquilados que les costaban
desde seis a diez sucres en unas provincias, y desde diez y seis hasta
treinta, y aun cuarenta, en otras, principalmente en las del sur. Las que
velaban por los trastos alquilados no beban una sola taza de chicha ni
copa ninguna de aguardiente, -463- ni se les exiga que bebiesen a fin
de hacer completa la vigilancia.
Los indios que hacan de danzantes eran bien considerados por los de su
clase, mientras se andaban de tales. Las indias los tenan por ngeles,
sin que acertemos a dar con la idea de semejante extravagancia; y quien ya
vesta turbante, cortinas y pollera, no perteneca a la clase de longos
desde entonces, pues hacan gala de haber gastado en ello buenos sucres64.
Fuera de este fervor con que se divertan de danzantes, y fuera de su
decidida inclinacin por las bebidas espirituosas, los indios casi no
conocen otros vicios, y, entre los de juego, ni los inocentes cuanto ms
los de envite. Alguna vez, los tenidos por ya civilizados o relativamente
algo ms acomodados que moran en las ciudades, juegan uno o dos cntaros
de chicha a lo que llaman palmo, no como el de los muchachos, sino
haciendo rodar bolas chicas de barro o cuerno sobre un suelo bien
aplanado. Tambin alguna vez, de ordinario en la muerte de uno de ellos,
juegan al huairo, sirvindose de un hueso de figura cnica, pero truncada,

y tirndolo para arriba y dejndolo caer. Una de las caras del hueso, que
todas son pintadas, indica, segn cual haya salido, lo que ganan o
pierden. No conocen tampoco el vicio de la prostitucin, y se hallan ms
libres todava de esos otros que han inventado la malicia y corrupcin de
los pueblos civilizados. Un clero como el de los maronitas, de los cuales
trata Lamartine en su Viaje al Oriente, encontrara en nuestros indios la
ndole ms a propsito para arraigar y aclimatar, diremos as, la buena
moral, porque difcilmente pueden hallarse hombres de mejor genio, ni ms
candorosos, ni ms dciles.
No piensan jams en lo que son, ni tienen conocimiento, como llevamos
dicho, de que sea tan triste y humillante su destino. Menos pueden dar
cuenta de su -464- ser, ni siquiera admirar las maravillas de la
naturaleza; se ven sin saber quines son, y ven las cosas sin
contemplarlas ni examinarlas; son mquinas que se dirigen y mueven por los
sentidos. Y sin embargo tienen, como cualquier otro de nosotros, una alma
inmortal, una cabeza para pensar, un corazn para sentir! Si no
conociramos el estado de civilizacin en que se hallaron al tiempo de la
conquista de Benalczar, por imperfecta como era, si no hubieran asomado
de cuando en cuando hombres de talento, y despejado y hasta sobresaliente,
que clamaran a gritos contra la temeridad de nuestro juicio, ensendonos
su gnero de vida en justificacin de tanto embrutecimiento; diramos ser
bastante inconcebible que tambin ellos pertenezcan a la familia humana.
La indolencia y la desconfianza son los distintivos ms caractersticos de
su ndole. En todos sus contratos, en todas las acciones de su vida, se ve
de claro en claro que no creen en nadie, que se est tratando de
engaarlos o no se cumplir con lo ofrecido; y esto sucede principalmente
cuando sus negocios se cruzan con los blancos o con quienes no pertenecen
a la raza de ellos. De cuntos engaos habrn sido vctimas para haber
hecho tan palpable la suspicacia, y hasta el punto de tenerla como
distintivo de su carcter!
La fisonoma de los indios es desabrida, grave, melanclica, como
amortiguada por la miseria, y su indiferencia raya en cinismo. Fuera de
las bebidas espirituosas, no hay halagos, no hay prendas con qu poder
seducirlos, ni hay insultos ni desprecios que los irriten cuando los hacen
los de las otras castas, ni amenazas ni temores que los amedrenten. Quien
quiera y delante del mayor concurso puede decirles que son unos borrachos,
unos ladrones, y verdugos y otras cosas as, con la seguridad que no han
de querellarse de injurias ni siquiera ofenderse de ello. A la muerte la
ven sin inquietud ni susto, y con la misma indiferencia que se tendra por
el acto de pasar de una heredad a otra inmediata. Si ven algo en la
muerte, es el recelo de que el prroco trate de privar -465- a los
hijos del par de bueyes o carneros que testan, por los derechos del
entierro; y as, el primer pecado de que se acusan, cuando se hallan ya de
muerte, es que no dejan bienes ningunos65.
Tal es la imagen de la vida de un indio ya civilizado, ya cristiano, ya
social, imagen formada sin coloridos ni sombra, sino muy al natural, a lo
ms dibujada en perfil, tal vez del todo descarnada. Tal es, por lo
general, la vida de los indios de las serranas con bien cortas
modificaciones y bien raras excepciones; vida que llamaramos de expiacin
si los indios fueran hijos o descendientes de las conquistadoras Roma o

Espaa; vida de ignorancia supina que se deslizar como la vemos, y


lloraremos hasta Dios sabe cuando.... Cuntos de ellos, Prncipes o
Grandes seores, hijos del sol, a quienes hoy estaramos cargando sobre
nuestros hombros, y cargndolos con cierta vanidad, se hallarn en nuestra
servidumbre o llevndonos sumisos sobre sus espaldas cuando lo queremos!
No! La independencia de que tanto blasonamos, no puede referirse a los
indios, a cuyo nombre hablaron nuestros padres para conquistarla, a cuyo
nombre se granjearon las simpatas de las naciones ilustradas. La raza
redimida slo es la misma espaola, antes conquistadora, sin otra
diferencia que haber sido europea la del siglo XVI, y americana y mestiza
la de la actualidad. El blanco, el mestizo, el cholo, el mulato, el negro;
todos, cual ms, cual menos, han participado de los beneficios de la
independencia y del comercio libre con los pueblos de la tierra. Slo el
indio, descartado apenas hace treinta aos del tributo, ha seguido y sigue
todava caminando por entre brazas y zarzales! Sin duda, principalmente a
ellos, a los pobres indios, es a quienes deben referirse estas santas
palabras de Jesucristo: No contis con los frutos, -466- pues uno es
el que siembra, y otro el que siega. Si hubiera en el mundo alguna causa
capaz de justificar la repeticin de las Vsperas cicilianas, tal vez no
se hallara otra ms cabal que la causa de los indios.
Debemos s decir que este destino lamentable a que estn condenados los
indios del campo, por lo general, se halla bastante modificado respecto de
los que habitan en las ciudades; y los de las costas, principalmente, aun
gozan de los mismos beneficios y derechos que los dems hombres. En la
sierra misma, el indio que aprende el oficio del carpintero, del zapatero,
del msico o hace de sacristn, maestro de capilla, etc., goza ya de
algunas comodidades y no es tan completa su abyeccin; y aun hay quienes
alcanzan a ser considerados, cuando son sobresalientes en su profesin u
oficio. En los das de gala visten camisa de algodn bordada del cuello,
calzones de pao, terciopelo o pana que les viene, eso s, desde sus
tatarabuelos, calzones ajustados a la cintura con ceidor de seda, zapatos
con hebillas de plata, cuzma angosta y chica, de terciopelo o de macana
muy fina, bien encarrujada y galoneada con franjas de plata o cintas, capa
larga de pao fino con vueltas de terciopelo colorado, verde o carmes, y
sombrero de castor, que han pasado tambin de padres a hijos. En los das
comunes llevan siempre camisa, poncho de algodn o lana, calzones y
zapatos; y hay otros, en fin, que rompiendo de frente con el que dirn los
de su raza, han dejado el vestuario de su clase y acogido el comn de
chaqueta y pantalones que usan los dems hombres. Entre los dedicados al
comercio del ganado para el abasto pblico, aun hay algunos a quienes
puede tenerse por ricos hasta cierto trmino.
Debemos tambin aadir que casi todas las legislaturas han dictado
disposiciones que tienden a mejorar la condicin de esos infelices, y que
gozan de unos cuantos privilegios decretados en favor suyo. Pero no es de
leyes ni de privilegios que necesitan ms los indios, sino de que las
otras castas mejoren sus costumbres sociales. Una vez que estas no los
desprecien ni se arroguen el -467- derecho de mandarlos gravosa y
despticamente cuanto se les antoja; que los nios traviesos aprendan a
considerarlos como a sus semejantes; que el soldado no obligue al indio
aguador que encuentra en la calle a llevar al cuartel el agua que l deba

cargar o pagar a quien se ofreciere a servirle; que el prroco le mire


como a hermano, ms todava, como a su hijo, pues el prroco es el pastor
y el padre de la grey puesta a su cuidado y proteccin; entonces, es bien
seguro, el indio se conceptuar tan hombre como nosotros.
Dbese empear principalmente en que los indios aprendan el idioma
espaol, pues se ha observado que quienes lo hablan han llegado a conocer
que tambin son hombres, y principiado a conocer sus derechos y las cosas,
y porque este sera el modo de desindializarlos, como tan atinadamente
dice Humboldt. Que sean verdaderas y sean prcticas las seguridades y
privilegios concedidos, respetando sus personas como nos respetan ellos, y
comenzarn entonces a repararse tantas desdichas.

XI

Las costumbres de los jbaros o salvajes de nuestras selvas y tierras


bajas orientales, son del todo distintas de las de los indios serraniegos,
y por lo mismo de pertenecer a hombres que no han salido todava del
primitivo estado de la naturaleza, son pocas y muy sencillas. Los que se
hallan en este estado, sin tener otras necesidades que las de comer, medio
vestir y reproducirse, y estando a su mano la caza, la pesca, las frutas,
el platanal, la yuca y la chicha de esta misma raz y la de chontaruro que
sirven para alimentarse, una corteza de rbol y plumas para cubrirse y
adornarse, y cuatro o ms compaeras para la generacin; no tienen, a
decir verdad, por qu establecer hbitos separados de tan mezquinas
necesidades. Su vida, les cierto, adolece de quebrantos, puesto que se
desliza en incesante desamparo; pero en cambio, -468- gozan de la ms
completa libertad, y tienen lo necesario para la satisfaccin de sus
menguados anhelos. Rodeados de una ostentosa vegetacin, dueos de bosques
cuajados de sabrosas frutas y flores olorosas, y gozando de su
independencia a todas anchas, sin conocer el verdadero Dios, ni gustar de
la absorcin y contemplaciones del alma; deslizan su vida animal por el
perpetuo y espantoso estado de no tener en qu ocuparse. Sin pararse a
contemplar quienes son, ni de dnde proceden ni qu ser de ellos, se
saborean con los beneficios de la prvida naturaleza, como se saborean los
animales sin conocerla. Apenas malician que hay o debe haber un Ente
invisible y Todopoderoso, criador y conservador de cuanto tienen a la
vista, y aunque este corto e instintivo conocimiento de Dios los ha
librado del atesmo, han cado en el ridculo fetiquismo. Algunas tribus
ms bien inspiradas, o de mejor organizacin o porque les lleg
tradicionalmente la religin de los Incas, adoran los astros.
La religin de los jbaros no pasa, pues, de ese mezquino culto de un
pensamiento pasajero; pero creen que hay otra vida eterna, como
consecuencia lgica de la existencia del Criador de todas las cosas. Si
hubiera quin les diese nociones del bien y el mal, ese relmpago de luz
que los hace columbrar a Dios, tal vez sera bastante para que mejoraran
sus acciones.

Viven casi desnudos, porque viven en las regiones calientes y a la sombra


del espeso ramaje de los rboles. Los ms solo usan el tnico llamado
llanchanza, formado de la corteza de un rbol del mismo nombre; corteza
que la lavan, golpean y dejan secar, y abriendo luego una abertura en el
centro para introducir por esta la cabeza, y cerrando sus dos lados;
obtienen el vestido de una tela ms blanca y tal vez ms fuerte que la del
camo. Otros slo cubren de su cuerpo la regin pelvial con plumas, con
hojas de rboles o con fajas angostas, tejidas de pita. Andan con la
cabeza descubierta o con corona de las plumas relucientes de las aves que
han cazado. Pintan o chafarrinan sus cuerpos o caras, y hasta -469las llanchamas con la planta llamada huito que da un color negro, con
manduro (achiote) u otros tintes caprichosos; o buen calcan sus carnes con
punzones y el polvo azul que echan encima, y quedan delineadas algunas
figuras de animales u otros jeroglficos.
Acostumbrados desde nios al rigor de toda intemperie, y a lidiar con las
vboras y fieras, adquieren singular agilidad y robustez. La flecha, el
dardo, la lanza, la cerbatana y la red constituyen todo su armamento, bien
para combatir, para cazar o para pescar. La caza y pesca, que constituyen
su nica y ordinaria ocupacin, no son tampoco trabajos de todos los das,
pues procuran proveer su corta despensa para cuatro o ms das, a fin de
seguir acostados en sus hamacas sin hacer cosa que valga.
Las mujeres de algunas tribus tampoco se cubren otra parte del cuerpo que
la misma de los hombres. Srvense para esto de lo que llaman pampalinas,
especie de sendal, simtrica y graciosamente tejido con los huesecillos de
las aves o de los peces que sus maridos han cazado o pescado. Las de otras
tribus se cubren con delantales de plumas o con llanchamas.
Debe entenderse que cuanto digamos con respecto a los usos de los
salvajes, vara en la proporcin de la diversidad de las muchas tribus
esparcidas por la inmensa extensin de la provincia de Oriente. Tambin
debe entenderse que, en esta materia, slo damos algunas generalidades de
las recogidas por los que han morado entre esos salvajes, o por los que
los han visitado de paso66.
Las mujeres son las que llevan, si no el todo, la mayor parte del trabajo,
no slo en lo interior de sus cabaas, ms aun en los sembrados y en las
otras labores de la tierra. A ellas corresponde plantar, beneficiar y
recoger la yuca, la nica especie tal vez que la cultivan por mayor, pues
sin yuca no tendran despensa ni chichera. -470- Ellas tejen las
hamacas de pita y los huayucos (delantales) de que se sirven para s
mismas y para que se cubran sus maridos; ellas recogen y cargan la lea y
agua que necesitan, etc. Cuando por su flaqueza o falta de agilidad no
pueden cargar un bulto de mucho peso, o trepar algn rbol poco enramado y
alto, entonces llaman a los hombres para que las ayuden, o estos mismos
las dispensan oficiosamente de esos trabajos.
Si las mujeres no son dueas de muchos hombres, los hombres, prevalidos de
sus fuerzas, se han arrogado del derecho de tener muchas mujeres. La unin
se verifica sin otras formalidades, de parte del hombre, que aparecer a
los ojos del padre y familia de la doncella como buen tirador del arco,
como gil, valiente y capaz de defenderla y sostenerla. Si el pretensor
est en la persuasin de poseer tales prendas, la pide con la seguridad de
que no ha de ser desairada su demanda.

En otras tribus el pretendiente se va a la casa de aquella con quien desea


casarse, se sienta a su frente y le tira, a la derecha, una piedrecilla
que ha llevado a prevencin. Si la doncella la recoge y guarda, es prueba
de que le acepta por marido: si la arroja hacia l, la seal es negativa.
Cuando les nace un hijo lo festejan con danzas y bebidas por ocho das
seguidos. Le bautizan, si se nos permite emplear esta voz, con los nombres
de las aves, flores, vboras, fieras, etc., que les son conocidas; y a
veces, varan los nombres ya puestos con otros aplicables a alguna accin
o cualidad que posteriormente llegan a distinguirlos, como Pitisinga
(nariz chica o cortada), nombre que dieron al Rgulo de una tribu por
haber perdido la nariz en un combate. Parece que esta costumbre fue tomada
de los civilizados pueblos del imperio de los Incas, pues hasta la voz
compuesta pitisinga es enteramente quichua, bien que corrompida por la
introduccin de la g en lugar de la c.
Sus bailes consisten en movimientos montonos y desairados, no de los
pies, sino de los cuerpos, al son -471- de tamboriles, flautines o una
especie de guitarras. A veces bailan juntas hasta doscientas personas, y
algunas tocando, al mismo tiempo, los instrumentos o cantando sus trovas
nacionales.
Todas las mujeres duermen en la misma habitacin que su marido, cada una
en hamaca separada. La que ocupa el hombre se halla colgada a mayor altura
que la de las mujeres, y la de la ltima que ha tomado por esposa, es la
ms inmediata a la del padre de familia. En otras tribus viven en
habitaciones separadas.
Si alguna mujer incurre en el delito de infidelidad, se renen los
miembros de la familia del marido y, tomando a la adltera por fuerza, la
baan y azotan con ortigas, y luego, llevndola a un lugar lejano y
aislado, la abandonan sin compasin para no volver a verla. Otras veces el
marido se contenta con restituir la esposa a casa de sus padres, los
cuales, en pago de semejante comedimiento, y en el caso de estar
convencidos de la falta de la hija, o de no ser calumniosa la acusacin,
le dan otra de sus hijas en reemplazo de la culpada.
Las cabaas son regularmente construidas, y algunas tan grandes que se
parecen a las humildes capillas de los anejos de parroquia. Slo tienen
dos puertas correspondientes a las dos culatas, y las habitaciones estn
separadas por tabiques, cuando la cabaa es comn para tres o cuatro
familias.
Cuando muere alguno de la familia, se abandona la cabaa y los sembrados
que la rodean, y pasan los sobrevivientes a ocupar otro lugar distante.
Esto no slo se acostumbra entre los moradores de la provincia de Oriente,
ms tambin entre los indios colorados que habitan en las tierras bajas de
los bosques occidentales, y nosotros mismos hemos platicado largo con una
familia que encontramos en dichas selvas, y sabido de su propia boca tal
costumbre.
Otros salvajes tienden el cadver, danzan a su ruedo al comps de
tamborillos y flautiles, y por la noche lo arrojan al campo para pasto y
nutricin de las hormigas. -472- Al da siguiente, que lo hallan ya
reducido a esqueleto, lo ponen al sol para que se seque, y se guardan, de
ordinario, el crneo y las manos.
Otros abren la sepultura que debe encerrar el cadver, y despus de

colocado en el hoyo, bajan los parientes de uno en uno a proferir algunas


palabras a la oreja del difunto; luego lo cubren con tierra sin arrojar
una lgrima ni manifestar sentimiento, y se retiran tranquilos como si
slo hubiesen enterrado alguna simiente.
Otros doblan o encorvan el cadver al punto que el salvaje ha pasado a la
otra vida, y le atan de pies y manos, a fin de que no se levante a asustar
a los vivos apareciendo por las noches. Lo sepultan en la actitud de
sentado en cuclillas, abriendo la sepultura dentro de la propia morada que
ocupaba cuando vivo, para abandonarla de seguida, y lo entierran
juntamente con los adornos, armas, utensilios y manjares de que ms
gustaba.
En algunas tribus se sostiene todava la costumbre de que las mujeres o
queridas deben sepultarse, voluntariamente o por la fuerza, con sus
maridos o amantes. As, en la dcada de 1850 a 1860, una indezuela de once
aos, con quien se haba casado un anciano que muri poco despus de su
matrimonio, fue obligada por los parientes de este a enterrarse con l,
para que fuera, como una de las queridas, a servirle en el otro mundo. El
miedo natural a la muerte le anim a burlar la vigilancia de sus
custodios, y fug y se vino a tomar asilo en el pueblo de Zarayacu. El
teniente parroquial, Cadena, hijo de Guano y casado con una zpara, la
tom bajo su proteccin, la catequiz y logr que se dejara bautizar con
el nombre de Magdalena. Poco despus, los parientes del muerto vinieron a
pedir la extradicin de la culpada, alegando que deba sujetarse a las
costumbres de su tribu; y Cadena, como era de ser, se neg con energa, y
aun se apercibi para la guerra con que le amenazaron, en caso de no
acceder a las reclamaciones de ellos. El Seor Spruce, botnico y viajero
ingls que ha vivido largos aos en nuestras selvas orientales, y a quien
debemos la narracin de esta ancdota, conoci a Magdalena -473- y
recogi de su boca unos cuantos pormenores acerca de las costumbres de la
tribu de ella.
El estado de guerra es el estado natural de los salvajes, y las causas de
tanta guerra, de ordinario, los deseos de poseer mayor nmero de mujeres.
La mujer es para ellos la conquista, el despojo y la gloria: pues, en
cuanto a los hombres vencidos, los matan sin misericordia. Con respecto a
las cabaas, sembrados y ms cosas que poseen estos, los miran con
desprecio.
Hay una especie de salvajes llamados orejones, no por el sentido y
jerarqua que tenan los llamados tambin as entre los ejrcitos de los
Incas, sino porque, cortando en tiras bien delgadas la circunferencia de
las orejas, como se sacan las correas de un cuero de res, las sueltan y
dejan colgadas a la manera de zarcillos, o las recogen y montan sobre las
partes centrales que no se cortaron. En Pelileo vivi algn tiempo uno de
estos orejones, indio gil y bien robusto que demostraba ser de buen
entendimiento, principalmente de vivacidad. Comprendi dentro de poco el
sentido de las palabras castellanas, y lleg tambin a pronunciarlas con
bastante propiedad, mas no a trabarlas para poder tomar parte en las
conversaciones. A un amigo nuestro, que era cojo, le gritaba chancendose
cojo! cojo! y se le acercaba con ademanes amenazantes, el indio, riendo
a carcajadas, le deca: ojo y sealaba con el dedo para manifestarle que
haba odo mal y tomada una voz por otra.

Los pocos salvajes que a las veces salen de sus bosques para nuestras
poblaciones, acompandose de otros ya catequizados y acostumbrados a
rozarse con nosotros, echan a mal verse en la necesidad de pedir para
comer, y no tomar libremente cuanto quieren; pues el comunismo, entre la
mayor parte de esas tribus, es de uso al parecer consuetudinario. Se fijan
muy poco y hasta con cierta especie de intencional indiferencia en
nuestros templos y habitaciones; mas no pueden prescindir de curiosear con
suma atencin las partidas de tropa reglada y sus ejercicios.
-474En medio de la taciturnidad y astucia, patentes de por vida, que muestran
en sus rostros, son hospitalarios, sociales y generosos con la gente
blanca, y las puertas de las cabaas las tienen siempre abiertas para
cuantos quieren ocuparlas.
Por lo general, son speras y repulsivas las facciones del salvaje, y sus
ojos, sobre todo, apenas se asemejan a dos lneas anchas, por lo muy
cados que tienen los prpados superiores. Sin embargo, hay muchos bien
apersonados, y casi todos son de cuerpo tan esbelto y elegante, que pueden
excitar la envidia de las seoritas. Se encuentran, asimismo, algunos
blancos y de pelo taheo, procedentes, a no dudar, de las espaolas y
mestizas que arrebataron de Logroo.
La lengua de los salvajes, en fin, como varan sus fisonomas y
costumbres, as vara tambin de tribu a tribu, sin que falten algunos
dialectos provenientes muy a las claras del quichua de los pueblos
citramontanos. Los del Napo para abajo hacen agua de hablarla con mayor
pureza que los de ac.
Si tambin a estos indios se los ha de civilizar como se ha civilizado a
los que viven con nosotros, lo decimos con pena, pero con todo desenfado:
valdr ms dejarlos errantes por los desiertos, y que sigan morando entre
las vboras y fieras, a las cuales tienen siempre avasalladas. S: valdr
ms esa vida de la naturaleza inculta pero hermoseada con la prenda de la
independencia, que la por dems abyecta y ruin que llevan entre los
pueblos cristianos y civilizados que, sin hacerlos participantes de los
beneficios de la sociedad ni de los consuelos de la religin, han agregado
a su ignorancia primitiva algunos vicios, las preocupaciones y la miseria
de las ciudades. El cielo, el sol, el rayo, la opulencia de la vegetacin
que los rodea, las tierras que los alimentan, su vida misma, en fin, les
ha hecho calar, aunque slo instintivamente, que hay alguno que los ha
criado, y los gobierna y conserva, y conserva cuanto ven; y Dios, cuya
existencia les ha dejado traslucir, sabr, con su infinita sabidura, la
-475- manera como recoge a su seno a esas pobres criaturas a quienes
quiso animar con el soplo de la vida.

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