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LUIS MARÍA MARTÍNEZ

EL ESPÍRITU
SANTTO

LIBRO BREVE O
COMPENDIO
Compendiador: Dr. Héctor Guiscafré
Gallardo
DICIEMBRE DEL 2010

Introducción:
“La vida cristiana es esencialmente amor.
El amor que el Espíritu Santo derrama
en las almas, en forma de virtudes
y dones”.
Mons. Luis María Martínez

Para ti, que no tienes tiempo o hábito de leer libros tan extensos
me he permitido hacer un compendio del libro y he logrado
reducir de 475 a 50 páginas. El 99% del escrito es original del
autor, de Mons. Martínez, yo sólo he escogido los párrafos que
me han parecido más importantes, específicos del tema y no
repetitivos o redundantes y he escrito pequeñas frases para
darle ilación.

Ahora lo ofrezco a ti lector de pequeños libros o de libros


compendiados, con el interés de que te sea útil y que conozcas
más y te enamores, como a mí me ha sucedido, del Espíritu
Santo. En el caso de que consideres que este compendio o libro
breve te ha sido útil, te agradeceré que lo difundas entre tus
conocidos.

El compendiador:
Héctor Guiscafré Gallardo
Parte I
1. LA VERDADERA DEVOCIÓN AL ESPÍRITU SANTO.

1.1 Mirada de conjunto


La vida cristiana es esencialmente amor. La caridad que el
Espíritu Santo derrama es forma de todas las virtudes y los
dones; es un amor ordenadísimo, pues la virtud, según la bella y
profunda frase de San Agustín, es “el orden en el amor”. Y ese
orden es fruto de la luz, de la verdad dogmática; así enseña
Santo Tomás de Aquino: “Propio de la sabiduría es ordenar”. La
vida cristiana es la reproducción de Jesús en las almas, y la
perfección, que es una reproducción fidelísima, consiste en la
transformación de las almas en Jesús.
Es conocidísima la frase de San Pablo: “Vivo, ya no yo, sino
Cristo vive en mí”.1 Y aquella otra del mimo apóstol: “Nosotros,
que contemplamos la gloria del Señor, nos transformaremos en
su imagen de claridad en claridad”. 2
Ahora bien: ¿Cómo se realizará esta mística reproducción de
Jesús en las almas?
El Credo nos lo enseña con concisión y precisión: “Fue
concebido por obra del Espíritu Santo, de María Virgen”.
Así es concebido siempre Jesús, así se reproducen las almas; es
siempre el fruto del cielo y la tierra; dos artífices deben
concurrir en esta obra divino-humana, el Espíritu Santo y la
Virgen María, porque son los únicos que pueden reproducir a
Cristo.
Así, dos son los santificadores esenciales de las almas: el
Espíritu Santo y la Virgen María.

1 Ga 2,20
2 2 Co 2,18.
El primero es santificador por esencia, porque es Dios, la
santidad infinita, porque es el Amor personal que consuma, por
decirlo así, la santidad de Dios, consumando su Vida y su
Unidad y porque a Él corresponde participar a las almas el
misterio de aquella santidad. La Virgen María es tan solo
cooperadora, pero instrumento indispensable en los designios
de Dios. Del influjo material que tuvo María en el cuerpo real de
Cristo se deriva el influjo que tiene en ese cuerpo místico de
Jesús. Que en todos los siglos se va formando hasta que al fin
de los tiempos se eleve a los cielos, bello y esplendido,
consumado y glorioso.
Pero los dos –El Espíritu Santo y María- son los indispensables
artífices de Jesús, los imprescindibles santificadores de las
almas.
Cualquier santo del cielo puede cooperar a la santificación de un
alma; pero su cooperación ni es necesaria, ni profunda, ni
constante; en tanto que la cooperación de esos dos artífices de
Jesús, de quien venimos hablando, es tan necesaria, que sin
ellas las almas no se santifican, dados los actúales designios de
Dios. Esta cooperación es tan íntima que llega hasta las
profundidades del alma; pues el Espíritu Santo derrama la
caridad en nuestros corazones. Hace de nuestra alma un templo
y dirige nuestra vida espiritual por medio de sus dones. La
Virgen María tiene eficaz influjo de medianera en las más
hondas y delicadas operaciones de la Gracia en nuestras almas.

Tal es el lugar que en el orden de la santificación corresponde al


Espíritu Santo y a la Santísima Virgen. Y la piedad cristiana debe
poner en su lugar a estos dos artífices del Cristo, haciendo de
ellos algo necesario, profundo y constante.

1.2 El dulcísimo huésped del alma

Empecemos con una semejanza: Había un gran artista, un gran


escultor muy exigente con su trabajo. ¡Cuántas veces, bajo el
influjo de la inspiración, le ha parecido demasiado tosco el
cincel y grosera la materia en la quiere exteriorizar su
pensamiento reproduciendo los finos matices de la imagen que
cautiva su alma! ¡Cuántas veces desea unirse al mármol con
unión estrecha y compenetrarlo, como si fuera parte de su
alma, modelarlo a placer, como plasma en sus sueños el ideal
que ama!

Así concibo la obra santificadora del Espíritu Santo, artista de


las almas: ¿No es la santidad el arte supremo? Dios no tiene
sino un hijo. Ese hijo suyo es Jesús. El Espíritu Santo ama a Jesús
más pero mucho más que el artista a su ideal supremo. Ese
amor es su ser, porque el Espíritu Santo es el amor único, el
amor personal del Padre y del Verbo. Con divino entusiasmo se
acerca a cada alma, soplo del Altísimo, luz espiritual que puede
fundirse con la luz increada, esencia exquisita que puede
transformarse en Jesús, reproduciendo el ideal eterno.

Por esto la primera relación que tiene el Espíritu Santo con las
almas es la de ser el dulce huésped de ellas. Como invoca la
Iglesia al Espíritu Santo en la prosa inspirada de la Misa de
Pentecostés. Mas quiero llamar la atención sobre el hecho de
que la Santa Escritura atribuye de manera espiritual esta
habitación de las almas al Espíritu Santo.

Y no es de manera transitoria como viene a nosotros el Espíritu


Santo; no es el huésped pasajero que nos visita y se va; sino
que establece en nosotros su morada permanente y vive en
íntima unión con nuestras almas, como huésped eterno. Así nos
lo prometió Jesús en la última noche de su vida mortal:
“Yo rogaré al Padre y os dará otro Paráclito para que
permanezca con vosotros para siempre el Espíritu de verdad
que el mundo no puede recibir, porque permanecerá con
vosotros y estará con vosotros”.3
¿Por qué se atribuye al Espíritu Santo esta habitación de las
almas? Porque es obra del amor; Dios está en nuestras almas
de manera especialísima porque nos ama.

Por consiguiente la razón profunda de que Dios habite en


nosotros, de que El permanezca en nosotros y nosotros en Él, es
el amor. El amor de Dios que desciende hasta las profundidades
de nuestras almas, el amor que por sus exigencias irresistibles
3 Jn 14, 16-17.
atrae al Dios de los cielos y lo cautiva con los vínculos de la
caridad. Son esos dos amores que se buscan, que se
encuentran, que se difunden en la divina unidad; es por parte
de Dios el Espíritu Santo que se nos da y por parte nuestra debe
ser la caridad, a imagen del Espíritu Santo, que no puede
separarse del divino orden.

En el orden sobrenatural el amor lleva a la luz: el Espíritu Santo


nos conduce al Verbo y por el Verbo vamos al Padre, en el que
toda vida se consuma, y todo movimiento se convierte en
descanso y toda creatura halla su perfección y su felicidad:
porque todas las cosas se consuman cuando vuelven a su
Principio.

1.3 El Director supremo

El huésped dulcísimo del alma no permanece ocioso en su


santuario íntimo. Como es fuego y amor –ignis, caritas, según la
Iglesia lo llama- apenas toma posesión del alma, extiende su
influencia bienhechora a todo ser humano y comienza con
divina actividad su obra de transformación.
Como el conquistador que al tomar posesión de su reino pone
en cada ciudad quienes ejecuten sus órdenes y sean como los
órganos de su acción en el gobierno de lo que ha conquistado,
así el Espíritu Santo, amoroso conquistador de las almas, pone
en cada una de las facultades humanas, dones divinos, para que
todo hombre reciba, por sus inspiraciones santas, su influjo
vivificante.
En la inteligencia, facultad suprema del espíritu de la que irradia
la luz y el orden sobre todo ser humano, infunde los dones de
sabiduría, de entendimiento, de consejo y de ciencia. En la
voluntad, el don de piedad y en la región inferior de los apetitos
sensibles pone los dones de fortaleza y temor de Dios.
Por medio de los dones, el Espíritu Santo mueve a todo hombre,
se convierte en Director de la vida sobrenatural, más aún es
alma de nuestra alma y vida de nuestra vida.
El Maestro íntimo de las almas es el Espíritu Santo; así nos lo
enseñó Jesús en el sermón de la última cena: “El Paráclito
Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre, Él os
enseñará todas las cosas y os sugerirá todo lo que yo he dicho.4
San Pablo expresó muy bien esta acción del Espíritu Santo en
las almas con estas palabras: “Todos lo que son movidos por el
Espíritu de Dios son hijos de Dios.” 5 Y con ellas, el Apóstol
señala un nexo misterioso entre la moción del Espíritu Santo y
la divina filiación. Por el Espíritu Santo nos hacemos hijos de
Dios y porque somos hijos, somos movidos por el Espíritu de
Dios.
Porque somos hijos, somos herederos y nadie puede llegar a la
herencia de aquella tierra de los bienaventurados si no es
movido y guiado por el Espíritu Santo. Así lo enseña Santo
Tomás quien interpreta en ese sentido las palabras del salmista:
“Tu espíritu bueno me conducirá a la tierra recta”.6
Esta dirección íntima de nuestras almas, realizada por el Espíritu
Santo, es algo profundamente enlazado con nuestra vida
espiritual, es algo que esta vida exige esencialmente, así como
nuestra vida natural exige la moción en nuestra alma y por
consiguiente: El Espíritu Santo es con verdad el alma de nuestra
alma y la vida de nuestra vida.

1.4 El don de Dios

El Espíritu Santo no vive en nosotros únicamente para


poseernos por su dulce presencia y por su divina acción; vive
también para ser poseído por nosotros, para ser nuestro. ¡Qué
tan propio del amor es poseer como ser poseído! Es el don de
Dios por excelencia, y el don, que es de quien lo da, se
convierte en posesión de quien lo recibe. El don de Dios es
nuestro don por el prodigio del estupendo amor de Dios. Aunque
también se dice en los libros Santos que Dios nos dio a su hijo,
el nombre de don tiene un sentido propio o particular del
Espíritu Santo.
Propio del amor es dar dones, pero su primer don, don por
excelencia, es el amor mismo. El Espíritu Santo es el amor de
Dios, por eso es el don de Dios. El don mismo de su hijo nos lo
hizo Dios por amor, y por consiguiente aún ese don inenarrable
es el primer Don, el Don por excelencia, el amor de Dios, el
4 Jn 14,26.
5 Rm 8,14.
6 Sal.142,18.
Espíritu Santo.
Esta inefable intimidad la tiene el alma que está en gracia, con
las tres Divinas Personas de la Santísima Trinidad; mas la
primera intimidad es con el Espíritu Santo, porque es el primer
don.
No quiere decir esto que se pueda poseer una persona divina
sin poseer las demás, pues son inseparables; pero, según el
orden de apropiación, la razón de poseer al Padre y al Hijo es
que poseemos al Espíritu Santo, que es el primer don de Dios.
La posesión es el ideal del amor, la posesión mutua, perfecta e
inadmisible. Dios al amarnos y permitir que le amáramos
satisfizo divinamente esta exigencia del amor: quiso ser nuestro
y que nosotros fuéramos suyos.
Podemos gozarlo y usar de sus efectos. Esta es nuestra
potestad. Y está a nuestro arbitrio gozar de esa dicha que
llevamos en nuestra alma. Santo Tomás de Aquino dice: “Por la
Gracia no sólo puede el alma usar libremente del don dado, sino
gozar de la misma Persona divina”7
Llama la atención la dulce familiaridad de los santos, la confiada
audacia con la que se acercan a Él. No tiene nada de extraño, lo
admirable, lo estupendo, es que Dios nos ame y que quiera ser
por nosotros amado.
Sin duda que esa participación plena del Verbo y del Espíritu
Santo que nos hace conocer y amar íntimamente a Dios, es la
santidad. Pero apenas la vida de la gracia se inicia en las almas,
Dios otorga sus dones y por lo tanto las almas comienzan a
gozar de Dios.
Antes de que la vida espiritual llegue a la madurez de la unión,
posee el alma el Don de Dios, pero como quien posee un tesoro
cuyo valor desconoce y de cuyas ventajas no puede aún
disfrutar plenamente. Esa vida espiritual imperfecta es la vida
común de la mayoría de nosotros, no tiene aún plena conciencia
ni plena posesión de sí misma: En el amor terreno ¡Qué
imperfecto, que inconsistente es esa posesión!
¡Hay sombras tan espesas en el entendimiento! ¡Hay todavía
tan grande mezcla de afectos en el corazón! ¡Está el alma tan
ligada las criaturas! Que ni sabe el alma lo que posee, ni tiene la
santa libertad de los hijos de Dios para batir sus alas y elevarse

7 Q.XXXVIII,a.1.
al gozo de Dios.
Esta es precisamente la obra del Espíritu Santo en las almas:
desarrollarlas hasta su santa madurez, hasta la plenitud
dichosa. Desarrollar ese germen de amor que Él mismo depositó
en las almas.
La vida espiritual es la mutua posesión de Dios y del alma, que
es esencialmente su mutuo amor. Cuando el Espíritu Santo llega
a poseer plenamente un alma y ésta logra poseer plenamente el
Don de Dios; esa es la unión, esa es la perfección, esa es la
santidad.
Entonces Dios obra en el alma como se obra en lo que nos
pertenece por completo, y el alma goza de Dios, con la
confianza, con la libertad y con la dulce intimidad con que
disponemos de lo nuestro.

1.5 El Ciclo Divino

Tal es el ciclo divino de la santificación de las almas: nadie


puede ir al Padre sino por Jesús; nadie puede ir a Jesús sino por
el Espíritu Santo. El Espíritu Santo procede del Padre.

Este ciclo de amor se cierra en el seno inmenso del Padre, pues


todas las cosas encuentran su perfección cumplida cuando
vuelven a su principio.
Pero este divino ciclo debe comenzar de nuevo, debe estar
comenzando siempre y consumándose, hasta el fin de los
tiempos. Hasta que exista el último hombre, al que Dios amará
también y luchará por ganarlo para el cielo enviándole también
el Espíritu Santo.
EL CICLO DIVINO

DIOS UNO Y TRINO


Figura 1.-El Ciclo Divino para la santificación de las almas. La
flecha indica la dirección del ciclo. Nadie llega a Jesús
sino es a través del Espíritu Santo. Nadie llega al Padre
sino es a través de Dios hijo, el Espíritu Santo es el
primer don del Padre que llega a nosotros, es el mismo
Amor de Dios. Y así444 se cierra este círculo virtuoso,
que se repite infinidad de veces, durante toda tu vida y
hasta el fin de los tiempos (mientras haya almas que
salvar)

1.6 La moción del Espíritu Santo por los dones

La actividad del Espíritu Santo en nuestras almas es moción:


nos santifica moviendo, con la dulzura del amor y con la eficacia
de la omnipotencia, todas las actividades de nuestro ser.
Solamente Él puede movernos así, porque únicamente Él posee
el sentido divino de tocar las fuentes de la actividad humana sin
que los actos dejen de ser vitales o sea SIN QUE DEJEN DE SER
LIBRES.

La moción del Espíritu Santo que pretendemos estudiar, la que


realiza con sus dones, es algo especial, aún entre las mociones
de orden sobrenatural. En las demás, el Espíritu Santo ayuda a
nuestra debilidad, pero deja la dirección de los actos a nuestras
facultades superiores: la razón dirige, la voluntad ejercita. Pero
en esta especialísima moción a la que nos referimos, el Espíritu
Santo toma, en lo más íntimo de nuestras almas, el lugar que
corresponde a lo más alto y más activo y se constituye en
director del alma, en plenitud de fuerza y sin alterar su libertad.
“Los que son movidos por el Espíritu Santo, éstos son los hijos
de Dios” dice el Apóstol San Pablo.

Ahora bien, para que el Espíritu Santo mueva a un alma


necesita estar íntimamente unido a ella por la caridad. Nos
mueve porque nos ama, y es por nosotros amado, nos mueve
en la medida de nuestra mutua posesión. Se podría decir que su
moción es una caricia del amor infinito de Dios.
Sin esta moción del Espíritu Santo es imposible conseguir la
salvación de nuestras almas y menos aún la perfección
cristiana. Nuestra salvación y nuestra perfección consiste en la
reproducción fiel de Jesús en nuestras almas. Pues bien, esta
reproducción no la logrará jamás el discípulo (nosotros), es
necesario que la realice el Maestro (el Espíritu Santo).

El discípulo prepara el lienzo, dispone el mármol, pero sólo el


Maestro puede infundir lo rasgos finos de Jesús en el lienzo
purísimo y en el mármol inmaculado de la almas.

Para cada uno de ellos Dios ha planeado diferentes


instrumentos. Así, para el discípulo son las virtudes y para el
Maestro los dones.
Las virtudes son sin duda medios preciosos de santificación,
pero son nuestros medios. Los instrumentos del Espíritu Santo
son sus dones. Las virtudes son infundidas por Dios pero son
utilizadas, manejadas por el hombre y por lo tanto limitadas en
cuanto a la obra maestra que es la santificación de un alma. Los
dones, en cambio, son utilizados por el Espíritu Santo
redondeando la obra maestra de nuestra santificación.

¡Oh! Los dones del Espíritu Santo han sido tan olvidados como
el mismo divino espíritu. Muchos piensan demasiado en la obra
del hombre y poco, muy poco, en la obra de Dios. Exaltan las
virtudes, lo cual es justísimo; PERO SE OLVIDAN DE LOS DONES,
lo cual es torpeza e ingratitud. El recordarlo, además, ayuda
mucho a la humildad, pues nos hace ver que por buenos que
seamos, es obra principalmente del Espíritu Santo en nosotros y
nuestro mérito es insignificante.

1.7 La correspondencia del alma (la devoción al Espíritu


Santo)

¿Qué otra cosa deberá ser nuestra devoción al Espíritu Santo


sino la amorosa y constante cooperación con su divino influjo,
con su obra santificadora?

Ser devoto del Espíritu Santo es abrir el alma para que la habite,
dilatar nuestro corazón para que lo unja en su caridad divina,
poner en sus manos el bloque informe de nuestras miserias
para que forme en él la divina imagen de Jesús.

Todo cristiano es un templo del Espíritu Santo; todo cristiano


está consagrado a Él; y en este templo en el que Dios habita, no
puede hacerse otra cosa, sino lo que se hace en un templo:
“Glorificar a Dios”.

Si todo cristiano es un templo consagrado al Espíritu de Dios, la


consagración al Espíritu Santo es la ratificación de las promesas
del bautismo, al recibirnos la Iglesia en su seno maternal. Sin
embargo; aclaremos que la devoción al Espíritu Santo no es algo
diferente a la vida cristiana, es esa misma vida tomada en serio,
comprendida a fondo, practicada con sinceridad. Consiste en
conservar siempre limpio, siempre listo para que lo habite Dios,
ese templo dedicado al Señor.

Ser devoto del Espíritu Santo es comprender la augusta


dignidad del cristiano, su misión santa, sus arduos deberes y
ponerse en el camino de la perfección cristiana.

Finalmente la devoción al Espíritu Santo debe ser total y para


siempre. Nuestra intención debe ser así, aunque nuestra
flaqueza haga que fallemos posteriormente. Apartar de nuestro
corazón los ídolos falsos para dedicarlo sólo a Él. Y no solamente
los ídolos falsos, sino todos los afectos de nuestro corazón
ajenos a Él. Es tan grande el Espíritu Santo que solamente cabe
en un corazón vacío. Y eso hay que hacerlo siempre, todos los
días. Siempre tener dispuesto nuestro corazón para recibir y dar
el amor de Dios y para recibir los dones del Espíritu Santo,
siguiendo su divina moción.

1.8 Ejercicio de las virtudes teologales.

1.8.1 Aspectos generales

En el capítulo anterior expusimos la parte negativa de nuestros


deberes para con el Espíritu Santo, es decir, la necesidad de
vaciar nuestra alma para que el divino espíritu la llene.
Ahora expondremos algo que tiene que ver con la parte
positiva, el ejercicio de las virtudes teologales.
No debemos olvidar que en la intimidad con Dios lo que el
Espíritu Santo comunica al alma, es algo divino que está por
encima de todas las fuerzas creadas y que requiere principios
de actividad sobrenaturales y divinos.
Aún los mismos dones del Espíritu Santo que son superiores a
las virtudes morales infusas, no pueden por sí mismos, provocar
esa intimidad con Dios, no pueden tocar a Dios, sino que están
al servicio de las virtudes teologales, superiores a ellos, porque
ellas tienen por objeto propio a Dios y por consiguiente tienen el
privilegio inefable de tocarlo.
Sin duda que las virtudes teologales, para realizar las
operaciones más altas y admirables de la vida espiritual,
necesitan del precioso concurso de los dones; pero la esencia de
la intimidad del alma con Dios está en ejercicio de las virtudes
teologales. La Fe son los ojos que lo contemplan entre las
sombras; la Esperanza son los brazos que lo tocan y la Caridad
es el amor que se funde en inefable caricia con el amor divino.

1.8.2 La Fe.

Ahora bien la Fe, nos descubre siempre lo divino, dondequiera


que se encuentre, que nos hace mirar al huésped dulcísimo del
alma lo mismo entre las tinieblas de la desolación que entre la
claridad celestial del consuelo. Una Fe siempre precisa, siempre
firme, siempre recta.
Nuestra devoción al Espíritu Santo debe pues fundarse en la Fe,
que es la base de la vida cristiana, la que realiza nuestra
primera comunicación con Dios, la que inicia nuestra intimidad
con el Espíritu Santo. Sin duda que esta Fe es por naturaleza
imperfecta, y para corregir sus imperfecciones, sirven los dones
intelectuales del Espíritu Santo con los cuales la mirada de la Fe
se va haciendo más penetrante, más comprensiva, más divina y
hasta más deliciosa.
1.8.3. La Esperanza.

Por la virtud de la Esperanza tendemos hacia Dios no con la


incertidumbre y vaivén de las esperanzas humanas, sino con la
seguridad inquebrantable de quien se apoya en la fuerza
amorosa de Dios. El término de la esperanza está en la Patria (el
Cielo), porque es la eterna y plena posesión de Dios. De la
firmeza con la que esperamos la vida eterna se desprende, por
legítima consecuencia, la firmeza con la que debemos esperar
todos los medios necesarios para alcanzar la felicidad eterna.
No caminamos al azar en nuestra vida. La Fe nos da el rumbo,
la Esperanza nos permite vivir confiados de alcanzarlo. El más
peligroso obstáculo para alcanzar la perfección cristiana es el
desaliento, o sea la falta de esperanza. Es por eso que Santo
Tomás nos enseña que: “Aunque la desesperación no es el
mayor de los pecados (el odio o la infidelidad a Dios serían
mucho más graves) si es el más peligroso, pues por este no sólo
se muere el alma, sino que se va al infierno”8.
Si la Fe nos da la intimidad con Dios y la Caridad nos enriquece
con su amor, la ESPERANZA nos pone en comunión con la fuerza
del altísimo y abre nuestra alma a todos los auxilios
sobrenaturales de los cuales el Espíritu Santo es fuente
inagotable.

1.8.4 La Caridad

El Espíritu Santo es el amor infinito y personal de Dios hacia

8 IIa, IIae. Q. XX. a. 3.


cada uno de nosotros. Y lo que busca y anhela es que nosotros
correspondamos a ese amor.
Para eso nos da la tercera virtud teologal: La Caridad. Para
corresponder a su amor.
Precisamente, lo que Dios nos pide, lo que exige de nosotros, lo
que vino a buscar en la tierra, en medio de los dolores y
miserias de su vida mortal, fue nuestro amor. Sabía que a pesar
de nuestras miserias, podía encontrar almas capaces de amarlo
y por lo tanto vino a obligarnos, con los extremos de sus
ternuras y con sus locuras de amor, a que lo amaramos.
Ya vimos que la devoción al Espíritu Santo es la posesión mutua.
Así, es claro que la Caridad está en el fondo de esta devoción.
Por eso dice San Agustín “Ama et quod vis fac”9 y por eso aquel
verso de San Juan de La Cruz:
“Mi alma se ha empleado
y todo mi caudal a su servicio:
que ya no guardo ganado,
ni tengo ya otro oficio
que sólo amarlo es mi ejercicio”10.

Entonces, la caridad nos une y enlaza estrechamente con el


Espíritu Santo. Nos pone en contacto con la llamarada divina,
con el foco del fuego divino, con la fuente única de santidad.

1.9 Hacer caso a las inspiraciones del Espíritu Santo y


abandonarse a Él:

Uno de los caracteres, pues, que debe tener el amor al Espíritu


Santo es esta intención solícita para escuchar su voz, para
sentir sus aspiraciones, para percibir hasta sus más delicados
toques. Primero las almas deben de luchar contra todos los
ruidos que turban su silencio; desprenderse valerosamente de
todas las criaturas y los afectos, para que no turben el
recogimiento y la paz. Después, poco a poco, el amor va
enseñoreándose del corazón y esparciendo por todos lados su
hondo e inalterable silencio.
La voz del Espíritu es suave; su moción delicadísima, y para

9 Ama y haz lo que quieras.


10 Cant. Esp. Anot. A la Can. XXIV pag. 313.
percibirla el alma necesita de silencio y paz.

Así como el amor humano, por la unión que produce en los que
se aman, hace que el uno identifique las intimidades del otro y
adivine, en cierta manera, sus ocultos sentimientos. Así el amor
divino, produce ese maravilloso sentido de lo divino que se
muestra en las intuiciones de los santos. Uno de los gozos más
intensos y delicados del amor es precisamente ese abandono a
las disposiciones y a la acción del amado. Esa dulce esclavitud
que hace que el alma pierda su propia soberanía para
entregarse a la del amado. Amar es desaparecer, borrarse,
anonadarse, para que se realice nuestra transformación en el
amado, para fundirse en su magnífica unidad.
Ese dulce abandono a todos los movimientos del amor es, a mi
juicio, el rasgo más característico de nuestro verdadero amor al
Espíritu Santo. Amar a este divino Espíritu es dejarnos arrastrar
por Él, como la pluma es arrastrada por el viento, como la rama
seca se deja poseer por el fuego; dejarnos animar por Él como
las cuerdas de una lira maravillosa, la cual toca sensible y
magníficamente por la inspiración del artista que la hace vibrar.
Los grados de ese abandono no son únicamente los grados del
amor, sino los grados de la perfección cristiana11.
El alma que con divina perfección se abandonó al Espíritu Santo
como ninguna otra lo ha hecho, fue al alma de Jesucristo y
nunca comprenderemos a que abismos de dolor fue conducida
por el Espíritu Santo.
El sacrificio del Calvario ha sido el supremo abandono al Espíritu
Santo de alma alguna. “Qui per Spiritum Sanctum semetipsum
obtulit immaculatum Deo”12

11 Estos grados no los especifica el autor. Para estudiarlos consúltese el libro “El alma de todo
apostolado” de Chautard J.B. Editora de Revistas S.A. de C.V. Mexico.1984, pags. 201 -204. Ahí se
presenta la ESCALA de los nueve estados espirituales del alma: desde el pecador contumaz hasta la
perfección consumada, la cual es my poco común. Nos parece que a los tres grados de perfección a los
que se refiere el Obispo Luis María Martínez son el estado de PIEDAD FIRME (quinto escalón), el
estado de FERVOR (sexto escalón) y el estado de PERFECCIÓN RELATIVA (séptimo escalón): En
el primer estado no hay pecado mortal, se combate el pecado venial, hay fidelidad a la oración, pero
todavía no se lucha contra las imperfecciones. En el segundo estado el alma no comete pecados
veniales deliberados. Combate las imperfecciones y tiene oración mental prolongada. En el tercer
estado: No tiene imperfecciones admitidas, su vida es una oración constante y tiene sed de
desprendimiento, de renunciación y de Cielo.
12 “Quien (Jesús) por el Espíritu Santo se ofreció a sí mismo, inmaculado a Dios.”
1.10 El Espíritu Santo nos impulsa a realizar o aceptar la
voluntad del Padre.

Tres son las formas principales de la devoción a Dios Padre:

1. La adoración
2. El amor filial, respetuoso y tierno
3. Cumplir siempre su voluntad.

Esta fue la vida de Jesús: Adorar, amar y cumplir en todo la


voluntad del Padre. Las tres las hizo en forma abundantísima;
sin embargo, resalta de las tres su pasión por cumplir la
voluntad de su Padre. Con sus propios labios nos enseñó Jesús
que vino sobre todo a cumplir la voluntad del Padre.

-“Descendí del Cielo no para hacer mi voluntad, sino para


hacer la voluntad de aquél que me envió”13
-“Siempre hago lo que le es agradable”14
-“Quien hiciere la voluntad de mi Padre que está en los
cielos, es mi hermano y mi hermana y mi madre”.15
-“Hágase tu voluntad así en la tierra como en el Cielo.” 16

Esa fue la forma de obrar de Cristo en la tierra. Y nosotros


debemos imitar a Jesús.

Pero solamente el Espíritu Santo nos puede dar esa hambre de


hacer la voluntad de Dios Padre, porque esa hambre es amor y
todo amor verdadero viene del amor infinito de Dios. Solamente
el Espíritu Santo puede dar a las almas la participación de los
íntimos sentimientos de Jesús.
Si pudiéramos formar una escala precisa y perfectamente
13 Jn 6, 38.
14 Jn 8, 29.
15 Mt 12, 50.
16 Mt 6, 10.
graduada de todas las formas de aceptación de la voluntad de
Dios, desde la resignación más dolorosa y penosa e imperfecta
hasta el gozo purísimo de hacer la voluntad de Dios, que
consiste no sólo en gozarse de que se cumpla su voluntad sino
en el modo y disposición con la que lleva a cabo su voluntad,
por doloroso que fuera, tendríamos al mismo tiempo la escala
de los distintos grados de posesión por el Espíritu Santo de las
almas.
Jesús nos descubrió el anhelo fundamental de su alma al
enseñarnos a decir: “Hágase tu voluntad así en la tierra como
en el cielo” pero este deseo de Jesús no se realiza hasta que el
Espíritu Santo toma posesión de las almas.

1.11 La cruz.
La cruz de Cristo es la clave de la obra grandiosa de Dios, el
secreto de su unidad y belleza, el principio coordinador del
mundo y de la historia, del tiempo y de la eternidad.
Por eso el sueño amoroso de Jesús durante su vida mortal fue la
Cruz y la anhelaba como se anhela la dicha, como se busca la
plenitud. Como sólo su corazón de hombre-Dios podía anhelar el
colmo de sus aspiraciones infinitas:

“¡Tengo sed de ser bautizado con un bautismo de


sangre y cómo me siento apremiado hasta que se
realice” .17

El sacrificio de la Cruz fue la perfecta glorificación del Padre, el


supremo acto de amor hacia Él, y el perfecto cumplimiento de
su voluntad.

Jesús perpetuó de dos maneras su sacrificio en la tierra: en la


Eucaristía y en las almas.
Por eso el centro del culto católico es la Misa (que es la
devoción del hijo al Padre en el Espíritu Santo). Y el centro de la

17 Lc 12, 50.
vida cristiana es la participación mística del sacrificio de Jesús
en cada alma. Sí, me atreveré a decir lo siguiente: Hay una Misa
íntima y espiritual que cada alma debe celebrar en su interior
como participación del Sacerdocio Regio del que nos habla el
apóstol San Pedro18
Toda alma debe aspirar al martirio, debe tener la cruz como el
centro de su vida y la meta de sus aspiraciones.
El Espíritu Santo va, poco a poco, encendiendo en las almas un
amor ardiente y apasionado al sufrimiento.
El cristiano no aprende a amar el dolor, lo ama sólo cuando lo
ve transfigurado en amor. Y esa transfiguración de dolor en
amor solamente la ha hecho Jesús en la Cruz. Por ello para
amar la Cruz es indispensable ver en ella a Jesús, sentir la dulce
y fuerte atracción que ejerce sobre los corazones. “Cuando
fuere levantado de la tierra atraeré a Mi todas las cosas” 19

Y así surgen aparentes grandes contradicciones: Nada hay en el


hombre abandonado a si mismo que aborrezca tanto como el
dolor, y nada hay que ame tan apasionadamente como el dolor
cuando queman sus entrañas el fuego del Espíritu Santo.
¿Locura? Sin duda, pero locura divina. La locura de un Dios
enamorado que quiso morir por el hombre y que dejó en la
tierra el dulce germen de esa locura sublime.

¡Almas que habéis recibido la revelación de la Cruz y sentís en


lo íntimo de vuestras entrañas la sed insaciable y torturante de
sufrir; no vayáis a otras fuentes a beber el licor divino, sino
sumergíos en el océano de amor infinito y bebed a raudales el
amor y el dolor, saciaos y sentid que del fondo de vuestra
saciedad renace más ardiente la sed divina. ¡Al Espíritu Santo,
poseedlo y dejad que os posea, y vuestro amor será fecundo y
vuestro dolor será divino!
Así pues, el Espíritu Santo con su luz divina nos enseña el
misterio de la Cruz y con su fuego nos enseña a amarla y con su
fortaleza y unción nos hace partícipes del sacrificio de Jesús.
Revelándonos al Padre nos revela el misterio de la Cruz, y por la
participación de ella nos hace glorificar, al Padre.

18 1Pe 2, 9.
19 I Co 2, 4.
1.12 Recapitulación o resumen sobre la
Parte I, la verdadera devoción al Espíritu
Santo.
Nuestro pensamiento principal ha sido exhortar a las almas para
que le den al Espíritu Santo, en la vida espiritual, el lugar que le
corresponde según las enseñanzas dogmáticas.
No es este divino Espíritu una ayuda poderosa y eficaz pero
accidental y secundaria para la perfección; sino que es el
Santificador de las almas, la fuente de todas las gracias y el
centro de la vida espiritual. Por tanto, la devoción al Espíritu
Santo es algo esencial y profundo que deben comprender y vivir
todas las almas y más especialmente aquellas que buscan la
perfección.
El Espíritu Santo es huésped dulcísimo del alma. Es su íntimo y
verdadero director. Es el don de Dios por excelencia y el primer
don. Es la fuente de todos los otros dones.
Su obra santificadora es la de formar a las almas como Jesús,
hacerlas parecerse lo más posible a Jesús, realizando de esta
suerte en ellas el ideal del Padre.
El Espíritu Santo toma posesión en el alma sin tomar en cuenta
la voluntad de ésta, por eso es un don. Más para el resultado de
su acción requiere siempre de la cooperación del alma. Cuanto
más intensa sea su cooperación, más perfectas serán las
operaciones en el alma. Esta constante y amorosa cooperación
con Él es lo que se considera la verdadera devoción al Espíritu
Santo. Esa entrega al Espíritu Santo debe ser total, definitiva y
perpetua, una verdadera consagración.
Nuestra alma debe arrojar de sí todos los afectos terrenos y
todos los ídolos falsos para permitir que el Paráclito inunde en
forma total nuestro corazón.
Las virtudes teologales: Fe, Esperanza y Caridad, tiene un
mayor peso para nuestra santificación que los dones del Espíritu
Santo pues son virtudes sobrenaturales que relacionan
directamente a las almas con su Creador. Sin embargo; hay un
efecto sinérgico entre ambas. Así, la Fe nos descubre al Espíritu
Santo, la Esperanza nos pone en comunión con su fuerza divina,
más la Caridad es la que nos enlaza íntimamente con Él y nos
funde, por así decirlo, en estrecho abrazo.
El amor que tiene por término al Espíritu Santo es un amor de
docilidad suavísima, de entrega plena, de perfecto abandono, es
un amor por el cual el alma se deja poseer y se entrega con
amorosa fidelidad a la acción del director divino.
Esa docilidad exige silencio para escuchar la voz del Espíritu.
Pureza para comprender el sentido de sus palaras, abandono
para dejarse llevar por Él y espíritu de sacrificio ya que
siempre la paloma tiende a volar hacia la cruz.
Pero dejarse poseer no es la fórmula completa. Este amor pide
también poseer al mismo Espíritu porque es el Don de Dios. Por
ello todo el amor al Espíritu Santo se encierra en esta fórmula:
poseerlo y dejarse poseer por Él.
Los amorosos designios del Espíritu Santo en la santificación de
las almas, aunque muy diversos –porque cada alma es, en cierta
manera, única en su camino y en su misión- tienen todos unidad
divina, porque el Espíritu Santo trata siempre de que cada alma
se vaya modelando para parecerse a Jesús y así complacer al
Padre.
La devoción al Espíritu Santo está muy entrelazada con las
devociones al Verbo y al Padre. Por el hijo vamos al Padre y por
el Espíritu Santo al hijo y el Espíritu Santo proviene del Padre.
(el ciclo divino).
Es por lo tanto natural que la devoción al Espíritu Santo esté
más ligada a la devoción al Verbo. Y estas dos devociones
encuentran su coronamiento en la devoción al Padre.
La devoción al Padre se caracteriza por tres cosas: una profunda
adoración, un amor filial tiernísimo y un anhelo vehemente de
cumplir con su voluntad. Así amó Jesús al Padre aquí en la tierra
y así debemos amarlo nosotros.
Estas tres formas de devoción al Padre llevan a la cumbre del
Calvario, porque la excelsa forma de devoción al Padre fue la
Cruz. Es por consiguiente la Cruz -símbolo supremo de amor y
de dolor- la consumación de la devoción al Padre, al hijo y al
Espíritu Santo, y por lo tanto de la vida cristiana y de la
perfección.
La consumación del amor en la tierra se realiza en la Cruz. En el
Cielo, se consuma, en el Seno de Dios.
Parte II
LOS SIETE DONES DEL
ESPÍRITU SANTO.
Sabiduría, Entendimiento, Ciencia, Consejo,
Piedad, Fortaleza y Temor de Dios.

2.1 Aspectos generales.

Sabemos bien que aún cuando todas las obras exteriores las
realizan las tres Divinas Personas; sin embargo, con fundamento
en la Escritura y la tradición, los teólogos apropian a cada una
de Ellas aquellas operaciones que por sus características son
más propias de aquella Divina Persona. De esta manera al
Padre se le atribuye la creación, al Hijo, la redención y al
Espíritu Santo la santificación de las almas.

¡Si pudiéramos contemplar esta obra maravillosa de la


santificación de las almas! Me atrevo a decir que esa operación
es la obra maestra del Espíritu Santo en la Tierra. Es verdad que
la obra maestra del Espíritu Santo es Jesús: pero la santificación
de nuestras almas ¿no es la prolongación y el complemento de
la obra del Paráclito en Jesucristo?
El misterio de Cristo abarca la multitud inmensa de las almas
que son miembros del Cuerpo Místico de Jesús.
Por eso me atrevo a afirmar que la obra santificadora del
Espíritu Santo es su obra maestra, porque es el complemento de
la obra que Él realizó en Jesucristo.

En esta obra maestra del Espíritu Santo queremos ahora


considerar los dones del Paráclito, tratar de ellos es tratar de la
parte más fina y exquisita de la obra de santificación.
Debo antes decir que el Espíritu Santo tiene dos formas de
santificarnos: una, ayudándonos, impulsándonos, dirigiéndonos,
de tal manera que nosotros seguimos teniendo la dirección de
nuestra propia obra. La otra, cuando toma la dirección de
nuestros actos.
Una comparación nos ayudará a comprender mejor lo anterior.
Imaginemos un pintor genial que quiere realizar su obra
maestra. Permite que sus discípulos más aventajados preparen
la tela y los colores y aún que pinten algunas partes no
esenciales. Pero cuando llega a la parte más fina, allí donde va a
revelarse su genio, Él sólo traza los rasgos finísimos de su obra
maravillosa.

Así, el Espíritu Santo dirige esa obra genial y quiere que le


ayudemos, pero llega un momento en que de una manera
personal pone los rasgos geniales de esa imagen divina. Para
ello utiliza pinceles o instrumentos especiales que son sus siete
dones.
Nosotros tenemos también nuestros instrumentos que son las
virtudes, las cuales recibimos junto con la gracia. Con ellas
vamos destruyendo poco a poco al hombre viejo y trazando
nuestro hombre nuevo al ir forzando nuestra imagen para que
se parezca a Jesús, Pero llega un momento en el que Él toma
directamente las riendas del potro salvaje en el que a veces nos
convertimos y para ello utiliza como riendas los dones del
Espíritu Santo.
Los dones del Espíritu Santo son receptores divinos para captar
las inspiraciones del Espíritu Santo. Y esas inspiraciones no son
sólo acústicas, sino que también producen mociones en nuestra
alma.
Santo Tomás de Aquino nos enseña que para alcanzar la
salvación de las almas son indispensables los dones del Espíritu
Santo.
No son por consiguiente, los dones, carismas extraordinarios
que reciben los santos, no, son algo que todos tenemos y
llevamos dentro en nuestro corazón.
Ahora bien, ¿Cómo se desarrollan en nosotros los dones del
Espíritu Santo? ¿Qué debemos hacer para que alcancen su
pleno desarrollo?

Tres cosas debemos hacer:

a.- Acrecentar en nuestros corazones la caridad. Porque la raíz


de los dones es la caridad. Cuando se ama se tienen
intuiciones para descubrir las intenciones y deseos de la
persona amada.

b.- Desarrollar en nosotros las virtudes. Por medio de las


virtudes infusas (infundidas por Dios) podemos ir
perfeccionando nuestras facultades. Y a medida que las
virtudes crecen se está preparado el camino para que el
Espíritu Santo venga con sus dones a realizar la obra
santificadora.

c.- Ser dóciles a las inspiraciones divinas. Nuestro corazón debe


estar en silencio, atento a lo que dice, dócil para seguir las
inspiraciones divinas. Cuanto más recibamos y sigamos esas
inspiraciones, más se irán perfeccionando en nosotros los
receptores misteriosos que son los dones del Espíritu Santo.

Ahora abordemos un panorama general de los dones del


Espíritu Santo antes de referirnos directamente a cada uno.
A grandes rasgos podemos contemplar el conjunto de nuestras
facultades. Por encima de todas ellas está el “entendimiento”.
Es la facultad más alta que poseemos. La que nos hace
semejantes a los ángeles, la que pone en nuestras almas un
rasgo de la imagen de Dios.
Por el don de Entendimiento, penetramos en las verdades
divinas y para juzgar esas verdades tenemos otros tres dones:
el de Sabiduría, que juzga las cosas divinas; el de Ciencia que
juzga a las criaturas; el de Consejo que arregla y dispone
nuestros propios actos.
Respecto a nuestra facultad de “voluntad” tenemos un don, el
de Piedad, que tiene por objeto arreglar y disponer nuestras
relaciones con los demás. Parecería que Dios dejo débil esta
parte de la voluntad, con un solo don, siendo que la voluntad es
la facultad que sigue al entendimiento, pero no, Dios no se
equivoca. Resulta que las virtudes teologales de la Esperanza y
la Caridad, tienen una gran operación en la voluntad. Estas dos
virtudes son superiores a los dones, y pueden al mismo tiempo
tener función de virtud y de don y por lo tanto pueden ser
utilizadas como don por el Espíritu Santo o sea sin la
participación de nuestra voluntad.
Finalmente para dominar la parte inferior de nuestra alma, hay
dos dones: la Fortaleza y el Temor de Dios. El primero nos quita
el temor al peligro y el segundo modera los ímpetus
desordenados de nuestra concupiscencia.
Así, desde la cúspide de nuestro espíritu, hasta la porción
inferior de nuestro ser, el Espíritu Santo tiene sus dones para
comunicarse con todo el mundo interior que llevamos en
nosotros, para poder inspirar y mover nuestros actos humanos.

Es conveniente ahora, que en los próximos capítulos, vayamos


desmenuzando al detalle cada don. Haremos la revisión en
orden ascendente.

TABLA I.- Los objetivos de cada


uno de los siete dones del
Espíritu Santo y la facultad que
es beneficiada por cada uno de
ellos.
Nuestras Don del Objetivos
Facultades Espíritu del Don
Santo
1.- Sabiduría Juzgar las cosas divinas
ENTENDIMIENTO

2.- Penetrar, entender lo


Entendimiento divino
3.- Ciencia juzga a las criaturas
4.- Consejo Ordena y dispone nuestros
actos
VOLUNTAD* 5.-Piedad Ordena la relación con los
demás
PARTE INFERIOR 6.- Fortaleza Quita el temor al peligro
DEL
ALMA(instintos)
7.- Temor de Modera nuestra
Dios concupiscencia

*Tal parecería que el Espíritu Santo dejó débil a la voluntad, con


sólo un don, siendo que es la facultad que le sigue al
entendimiento, para conseguir la salvación. Resulta que las
virtudes teologales de la Esperanza y Caridad, tienen una gran
operación en la voluntad. Estas dos virtudes son superiores a los
dones y así tienen funciones de virtud y de don y por lo tanto,
pueden ser utilizadas como don por el Espíritu Santo o sea sin
nuestro consentimiento.

2.2 El don del Temor de Dios


A primera vista parece extraño que haya un don de Temor; por
ventura ¿No todos los dones tienen por raíz la caridad? ¿Y no
dice la Sagrada Escritura que el amor perfecto excluye el
temor?
Para comprenderlo es necesario recordar que existen varios
tipos de temores: Hay un temor que nos aleja del pecado, pero
que es demasiado imperfecto: es el temor servil. El cual
consiste en el temor exclusivamente al castigo. Este tipo de
temor no está comprendido en este don.
Hay otro temor que es el llamado filial. Este temor filial
corresponde a una repugnancia que siente el alma por alejarse
de Dios. Este temor nace del amor a Dios.
La Santa Escritura nos muestra muchos pasajes en que el Temor
de Dios es el principio de la sabiduría.
El temor servil puede ser útil al alma pues la detiene en la
cuesta del pecado y la predispone para el temor filial.
El don del Temor de Dios filial corresponde con las virtudes de
humildad y de templanza, pues por un lado nos hace darnos
cuenta de nuestra realidad de pecadores y por el otro nos hace
controlar nuestros instintos dispuestos siempre a agradarnos.
Los dones también tienen grados conforme a la perfección que
van produciendo. Así, el primer grado del Temor de Dios
produce horror al pecado y fuerzas para vencer las tentaciones.
El 2° grado además de alejarse del pecado produce una
adherencia a Dios, El 3er grado este don produce un efecto
maravilloso, el amor a la pobreza y el desprendimiento de las
cosas. Por ello se relacionas con la 1a bienaventuranza¨
“Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el
Reino de los Cielos”.

2.4 Don de Fortaleza

Para que podamos superar las dificultades y eludir los peligros,


Nuestro Señor ha provisto dándonos un conjunto de virtudes
que se agrupan en torno de la virtud cardinal de la Fortaleza.
Son la paciencia, la perseverancia, la fidelidad, la
magnanimidad, etc. todo un grupo de virtudes que, como un
ejército en orden de batalla, está en nosotros para fortificarnos,
para alentarnos.
Pero este grupo de virtudes sobrenaturales, aunque
eficacísimas, no son suficientes para que podamos superar las
dificultades; porque las virtudes, por más que sean
sobrenaturales, tienen nuestro sello, tienen el modo humano, y
nuestro espíritu, estrecho y limitado, el cual es muy débil.
De manera que, para alcanzar la salvación de las almas, no
basta la virtud de la fortaleza, con sus virtudes anexas, se
necesita un don, un Don del Espíritu Santo, que lleva el mismo
nombre de la virtud: el don de Fortaleza.
Así, bajo la moción del Espíritu Santo, la pobre criatura se
reviste de la fortaleza de Dios y como que desaparece nuestra
debilidad, como que tenemos la fuerza de Dios en propiedad.
Y no solamente por el don de Fortaleza tenemos la firmeza
necesaria para superar todas las dificultades y eludir todos los
peligros, sino que el Paráclito infunde en nuestras almas una
confianza grande, una seguridad que produce en nuestras
almas la paz.
Gracias a Dios todos los bautizados tenemos este don, mientras
estemos en estado de gracia.
También hay grados en el don de la Fortaleza. En el 1° podemos
realizar todo lo que sea necesario para salvarnos. En el 2°
nuestra firmeza llega a tal grado que no hacemos solamente lo
necesario sino más operaciones que recomienda el buen
consejo, para glorificar a Dios. y en el 3° nos eleva por encima
de toda criatura en fuerza para combatir y nos hace superarnos
a nosotros mismos, colocándonos en el seno de Dios, donde
reina una paz inalterable.

2.5 El don de Piedad.


El don de Piedad unifica de una manera admirable, todas las
relaciones que tenemos con los demás, las guía, las hace más
profundas y más perfectas. El don de Piedad no valora lo que
se le debe a Dios, sino que el Espíritu Santo, a través de este
don, desarrolla en nuestros corazones un afecto filial a Dios y
así, por ser sus hijos, nos ocupamos de su honor y gloria.
¿Comprendemos la diferencia entre la virtud de religión y el Don
de Piedad? La virtud de religión ve a Dios como soberano y el
don de Piedad lo ve como Padre.
Y se distingue claramente de la virtud de Caridad. Ya que ésta
nos hace amar a Dios en Sí mismo, mientras que el Don de
Piedad hace velar por su honor. Cuando San Ignacio tomó por
lema “AD MAIOREM DEI GLORIAM” 20 fue sin duda una moción
del Espíritu Santo a través del don de Piedad.
Los grados de este don de Piedad también son tres. En el 1° El
alma se comunica generosamente con los demás. En el 2°
grado la generosidad se incrementa dando no lo que te sobra,
sino de las cosas necesarias para uno. En el 3° grado se entrega
sin reservas a los demás, se da a si misma por los demás.
Hemos visto hasta aquí los tres primeros dones del Espíritu
Santo. Los dos primeros, el Don de temor de Dios y el Don de
Fortaleza, rigen nuestra sensibilidad, el 3° (el Don de Piedad)
dispone nuestra voluntad para que tengamos dignas y santas
relaciones con los demás. Ahora, en el siguiente inciso,
empezaremos a hablar de los cuatro dones intelectuales.

2.6 Los dones intelectuales.

2.6.1. Aspectos generales. Los cuatro dones del Espíritu Santo


que nos faltan analizar son los cuatro dones intelectuales. Esos
cuatro dones tienen por fin perfeccionar nuestra inteligencia e
introducirnos profundamente en el conocimiento sobre-natural.
A primera vista llama la atención que la mayor parte de los
dones sean intelectuales; pero comprenderemos el motivo de
ello si nos damos cuenta de la importancia que tiene la
inteligencia en nuestras vidas.

Antes de hablar de cada uno de ellos, debo señalar los


caracteres generales de estos dones intelectuales.
En primer lugar todos los dones intelectuales se fundan sobre
la Fe.
En Segundo: el que más ama más conoce. ¿Cuántos ha habido
ignorantes que, sin embargo, hablan de las cosas espirituales y
divinas mejor que los letrados? Es que aman y del fondo de su
amor procede su conocimiento.
Tercero: En el conocimiento que producen en nuestro espíritu,
los dones del Espíritu Santo, no hay discurso, sino intuición. El
discurso es algo humano. Las intuiciones tienen algo angélico.
20 Para Mayor gloria de Dios.
O más bien, algo divino, ya que por el conocimiento de los
dones se tienen intuiciones.

Esta es la profunda explicación de los dones intelectuales; estos


dones nos dan un conocimiento dulcísimo de las cosas divinas
¿Por qué? Porque las almas que poseen ese conocimiento aman
y de las profundidades del amor, brota la luz, una luz
esplendida, una luz celestial.

2.7 El don de Consejo


Hay en nuestra inteligencia una forma de actividad
profundamente práctica. Nosotros, para hacer una acción
realizamos un proceso mental con el fin de examinar con
cuidado, no sólo su conveniencia, sino su oportunidad y todas
las circunstancias en las cuales nos encontramos.
Para eso, para poder determinar con exactitud lo que en cada
caso en particular debe hacerse, hay en el orden natural, la
prudencia, y en el orden sobrenatural la virtud infusa y cardinal
de la prudencia.
Pero la virtud de la prudencia, al igual que vemos en todas las
demás virtudes, no es suficiente para poder santificarnos.
Es por ello que Dios nos ha dado por medio del Espíritu Santo el
don de Consejo.
La prudencia es regida por la razón, el don de Consejo por el
Espíritu Santo. La prudencia es utilizada por nosotros no
siempre en el momento conveniente. El consejo siempre será
dado por el Espíritu Santo en forma oportunísima. Finalmente,
veamos la tercera diferencia: la norma de la virtud de la
prudencia es la recta razón iluminada por la Fe. En cambio, la
norma del don de Consejo es divina, es la norma de Dios
Si queremos un ejemplo viviente de lo que es el hombre regido
por el don de Consejo, allí tenemos a San Francisco de Sales, el
santo de la discreción. El tomó como lema la fórmula de la
Prudencia: “Ni más, ni menos”. Pero para poder llegar a ser el
santo de la discreción, tengamos por cierto que no bastó la
prudencia humana, fue necesaria una prudencia superior, el don
de Consejo.
Los tres grados del don de Consejo son los siguientes:
1°. El hombre acierta con rapidez en hacer todo lo que es la
voluntad de Dios.
2°. Lo hace no solamente en las cosas necesarias de la vida en
el orden espiritual, sino también en las cosas de consejo, en las
cosas convenientes y útiles pero no obligatorias.
3°. El hombre como que se levanta de la tierra y vive en un
mundo superior. Su consejo en todos los casos es atinadísimo.

¿No es verdad que una de las más grandes miserias de esta


vida, son nuestras incertidumbres? Dichosos los hombres que
son conducido por la vida por el Espíritu Santo por medio del
don de Consejo, porque van bajo la sombra de sus alas
caminando por los senderos de la vida que han de llevarlas a la
dulce eternidad.

2.6 El don de Ciencia


Hay una ciencia a nivel natural, que es muy útil al hombre y que
la da todo su caudal intelectual. Hay otra ciencia a nivel
sobrenatural que es la teología. -mitad divina y mitad humana-
pero ninguna de estas dos es el don del Espíritu Santo. El don
de Ciencia es la ciencia de los santos. Este don nos hace
comprender divinamente a las criaturas para que por medio de
ellas nos podamos elevar a Dios.

La ciencia es discursiva, pasa de una verdad a otra, el don de


Ciencia es intuitivo, intuye los enlaces misteriosos que unen a
las almas y sobre todo, intuye el enlace principal entre las
almas y su Creador.
¡Cuántas veces las criaturas nos seducen y nos alejan de
nuestro camino, del camino recto y seguro hacia el cielo. Nos
enseñan, esas criaturas a ser vanidosos, a mentir, y así, al vivir
entre ellas, el placer nos envilece, el honor nos embriaga y los
bienes materiales nos encadenan.
Por el don de Ciencia podemos identificar todo esto que no hace
bien al alma para apartarnos de ello.
Pero si es verdad que hay vanidad en las criaturas, también es
cierto que puede haber en ellas, un destello divino. En cada
objeto del mudo hay el reflejo de su creación por Dios. Por ello
cuando Dios contempló su creación vio “que todas eran buenas”
Después de su conversión San Francisco de Asís miró de una
manera nueva todas las criaturas Recordemos sus expresiones:
La hermana agua, el hermano sol, el hermano fuego, el
hermano lobo. Y les pedía que callaran porque para él eran
ensordecedores sus gritos de alabanza a Dios.
Pero veamos un grado superlativo de este don de Ciencia, las
almas que lo poseen ven el sufrimiento y las humillaciones de
una manera nueva. ¿Y cómo explicar ese amor a las
humillaciones y al sufrimiento? ¡Ah! Es que a la luz del don de
Ciencia el sacrificio y la humillación tienen un sentido divino y
sobrenatural. Están muy lejos de la vanidad, y al mismo tiempo
contienen de una manera copiosa y opulenta el destello de lo
divino. Por el sufrimiento y la humillación nos asemejamos a
Jesucristo y nada hay sobre la tierra tan divino como todo lo que
atañe a Jesucristo y nos asemeja a Él.

2.7 El don de Entendimiento

El don de Entendimiento sirve para penetrar en las verdades


sobrenaturales y leer en lo profundo de ellas. Para lograr lo
anterior no es suficiente la Fe, ya que ésta consigue que
creamos pero no penetra en esas verdades.
Esta es la obra que realiza el don de Entendimiento: El Espíritu
Santo nos mueve para que penetremos en las honduras de
todas las verdades sobrenaturales.
Pero también este don nos sirve para conocernos hondamente y
vislumbrar la profundidad de nuestra miseria.
Cuando una pieza está a media luz nos podemos hacer la ilusión
de que está limpia; pero cuando se ilumina con una luz muy
intensa, se ve claramente, el estado de limpieza en el que
realmente se encuentra.
A este don corresponde aquella bienaventuranza:
“Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a
Dios” La limpieza del corazón y la paz del alma que de ella
emana, son como fruto y premio del don de Entendimiento.
Pero cuidado, el don de Entendimiento puede dejar al alma en
profunda desolación con el fin de limpiar los ojos del alma, para
que pueda un día mirar a Dios.
La forma más sencilla de pedir a Dios que nos mande o nos
permita utilizar adecuadamente el don de Entendimiento es
decir simplemente:

¡Señor, que yo vea!

2.8 El don de Sabiduría.

El don de la Sabiduría abarca todos los conocimientos


sobrenaturales y los coordina en Dios.
Este don es el superior de todos los dones, inclusive del don de
Entendimiento. Brota de la caridad y conduce a ella. Tiene una
importancia capital en la contemplación sobrenatural. Y es por
ello, que produce en nosotros la semejanza más perfecta con
Jesucristo. Recordemos aquella frase de San Pablo: “Nosotros,
contemplando a cara descubierta la gloria de Dios, nos vamos
transformando en su misma imagen de claridad en claridad”.21
Esta serie de claridades por las cuales se va el alma
transformando en Jesucristo.
Es el proceso del don de la Sabiduría, cuando el alma alcanza su
perfecto desarrollo, el alma adquiere la imagen de Jesús.
También debo hace notar la relación de el don de Sabiduría, con
la séptima bienaventuranza. Esta dice: “Bienaventurados los
pacíficos porque ellos serán hijos de Dios”. Esta paz la produce
el don de la sabiduría. Es una paz que está por encima de toda
paz humana.
Las almas que poseen en su perfección el don de Sabiduría, son
los pacíficos y ellos son los hijos de Dios, porque tienen la
imagen más perfecta que se ha grabado en los hijos de Dios.
Los grados de este don también son tres:
1° Adherirnos a Dios. Logrando tener un juicio recto y una
rectitud sobrenatural para juzgar las cosas divinas.
2°. En el segundo grado llegamos a tener un gusto especial de
las cosas divinas.
3°. Mientras que en el tercer grado, el don de la Sabiduría nos
hace conocer los tesoros del dolor y nos hace sentir un vivísimo
deseo de él.

21 2 Co 3,18
A la luz del don de sabiduría, ¡Es tan bella la Cruz! ¡Es tan dulce
el dolor! Que, donde está el dolor está la Cruz y en donde está
la Cruz está el amor y donde está el amor está la perfecta
alegría, la felicidad eterna.
En los altos grados del don de Sabiduría, las almas viven como
una vida celestial. Ya no quieren ver las cosas de la tierra. Ya
todo lo ven en relación a la futura Patria. Esas almas comienzan
a contemplar desde esta vida algo de Dios; miran tosas las
cosas con los ojos del amado y contemplan el universo desde la
excelsa atalaya de la divinidad.
TABLA II “los siete dones del Espíritu Santo, sus efectos y sus
relaciones con las virtudes”

EFECTO SEGÚN NIVEL DE PERFECCIÓN DEL ALMA*


Los Rang Efecto Virtudes con
Dones o específico las que se
del
Espíritu
interrelacion
Santo a

1° grado 2° grado 3° grado


Juzga las Adherencia a Gusto Comienza a Fe, piedad,
Sabidurí 1° cosas divinas Dios. Juicios especial de ver algo de prudencia,
a rectos las cosas Dios. justicia
divinas
Penetra las Se Nos Conocimiento
Entendi 2° verdades comprenden conocemos más hondo de La razón, el
- divinas armonías profundament los misterios entendimient
miento bellísimas e a nosotros divinos y la o natural
espirituales mismos visión de Dios
Juzga a las Se nos revela Mirar de Amor al Ciencia
Ciencia 3° criaturas la vanidad de manera nueva sufrimiento y natural
las cosas todas las a la sobrenatural y
criaturas humillación. teología
Arregla y Acierta en Acierta en Mundo Prudencia
Consejo 4° dispone hacer la las cosas superior. (virtud
nuestros voluntad de graves y en Con seguridad cardinal)
actos Dios los comunes hacia la
cumbre
Mejor Se es Se ess Entrega de sí Virtud de
Piedad 5° relación generoso con generoso y mismo religión y
con el todos desprendido caridad
prójimo
Quita el Fuerzas para Fuerzas para Le da una Virtud cardinal
Fortalez 6° temor al salvarse hacer más gran paz de Fortaleza
a peligro interior
Temor 7° Modera los El alma se Evita las Pobreza, Humildad y
de Dios instintos aleja del irreve- rencias desprendimie templanza
desord. pecado a Dios nto
• Ver pie de cita # 11 páginas 18 y 19.
PARTE III
LOS DOCE FRUTOS DEL ESPÍRITU
SANTO:
Caridad, Gozo, Paz, Paciencia,
Longanimidad, Bondad, Benignidad,
Mansedumbre, Fe (Lealtad), Modestia,
Continencia y Castidad22.
3.1 Aspectos generales.

En la “secuencia” de la Misa de Pentecostés, se le llama al


Espíritu Santo “Consolator optime” (Consolador óptimo).
También se le llama “el Paráclito consolador”
El Espíritu Santo es consolador porque Él es el amor infinito.
La vida cristiana es un reflejo de la vida de Jesús. Nuestro Señor
nunca escondió ni su alegría ni sus dolores o tristezas. Todos le
vieron llorar. Así, los hijos de Dios tenemos durante toda
nuestra vida dolores y alegrías.
Bueno pues la alegría envolviendo al dolor, la alegría que brota
del fondo del dolor es el consuelo que vierte el Espíritu Santo en
las almas.
Parece absurda la expresión de este consuelo: es el gozo en el
dolor.
¿Pero cómo puede suceder esto?
Ya lo dije antes: por el amor. ¡Maravilloso es el amor! Es el
único que puede encontrar gozo en el sufrimiento.
Cualquiera que lleva en el alma un amor sincero, profundo,
verdadero, ¿no siente delicioso sufrir por la persona amada?
El dolor es la más perfecta donación de nosotros mismos. En la
tierra, la fórmula del perfecto amor es ésta: “te amo hasta la
muerte” “te amo hasta el dolor”
Y el Espíritu Santo, el amor infinito, nos enseña este secreto
divino: el gozo en el sufrimiento.
Quizá no alcancemos a comprender esta sublime doctrina, pero

22 Ga 5,22-23 35
miles de santos la testifican, el dolor con alegría y no cualquier
alegría sino la perfecta alegría.
Tales son los consuelos que nos da el Espíritu Santo. Nos da el
consuelo de la libertad (no estar atado a las criaturas), de la
unión (con Dios), de la esperanza (en todo lo que Dios nos ha
prometido) y finalmente el consuelo que hemos revisado, el
consuelo del dolor.
Con la Gracia, las virtudes y los dones tenemos todo lo
necesario para vivir cristianamente y salvarnos. Más cuando
esa semilla (las gracias, las virtudes y os dones) alcanzan cierta
madurez aquí en la tierra, Dios dispuso, por su generosidad
infinita, que empecemos a tener un poco de cielo en esta vida y
así, se nos dan los frutos del Espíritu Santo.

El fruto del Espíritu Santo es una operación sobrenatural que,


procediendo de un alma que ha llegado a cierta madurez
espiritual, produce una dulzura y una suavidad celestial.
No se requiere de la perfección absoluta para recibir los frutos
del Espíritu Santo. Los frutos se encuentran en todas las etapas
de la vida espiritual, pero a cada etapa de ese camino espiritual
corresponden los frutos, como veremos después.

No olvidemos que la obra del Espíritu Santo en nosotros es una


obra de orden. Dios actúa en nosotros mediante una obra
admirable de orden y de armonía. Pero esta obra va poco a
poco. Dios es paciente.
Y así, cuando nuestras relaciones con los demás hombres se
ajustan a la justicia, a la caridad, al orden, entonces, como fruto
aparecen los consuelos divinos.

Cuando llegamos a unificar nuestros afectos, a purificar nuestro


corazón y a ordenar nuestra alma, vienen los consuelos más
finos a deleitar el corazón.
Porque Dios es sapientísimo, infinitamente bueno, nos ama con
un amor divino y nos va conduciendo con una energía
maravillosa pero también con una suavidad exquisita, por
tortuosos senderos hasta que lleguemos a la Patria (el Cielo),
en donde ya no necesitaremos consuelos, porque allí brillará
para siempre el sol espléndido de la alegría celestial.

3.2 La Caridad, el Gozo y la Paz. Primero, segundo y


tercer fruto del Espíritu Santo
El Espíritu Santo derrama en nuestros corazones un amor
nuevo, celestial y divino: la Caridad.
La Caridad es la reina de las virtudes y es imagen del Espíritu
Santo.
El que tiene caridad tiene ya la capacidad de amar a Dios y
tiene la raíz de esos consuelos y suavidades dulcísimas que la
caridad produce en las almas; pero necesita ejercitar esa virtud
hasta cierto grado de madurez.
Tal es el primer fruto del Paráclito, la Caridad que está
íntimamente conexo con la virtud de la caridad y corresponde
al consuelo, a la suavidad que la caridad produce en el alma
cuando llega a cierta madurez.

Todo el que ama cuando encuentra al ser amado, cuando lo


posee, goza.
Así, cuando por la caridad, la unión con Dios ha llegado a cierta
madurez, entonces produce este fruto del Espíritu Santo: el
Gozo.
Pudiéramos decir que en cada uno de los grados de amor hay
un matiz de gozo, porque el pobre amor humano es así,
necesita crecer lentamente. No es como el amor de Dios, el
cual es un incendio divino e infinito.
Y por consiguiente, en cada grado de amor, cuando éste ha
llegado a la relativa madurez, el alma siente el gozo de poseer
a Dios, un gozo exquisito, que es el segundo fruto del Espíritu
Santo.

El tercer fruto va lógicamente enlazado con el segundo. Santo


Tomás enseña que la Paz es la perfección del gozo.
Jesucristo le decía a sus apóstoles la víspera de su pasión: “Os
he dicho estas cosas para que mi gozo esté en vosotros y
vuestro gozo sea pleno”23
La paz no solamente aquieta el alma respecto a las cosas
exteriores, sino que ordena maravillosamente sus afectos y los
unifica. Por eso también la Paz es el complemento perfecto del
gozo.
Por estos tres primeros frutos: la Caridad, el Gozo y la paz, Dios
ordena nuestra alma respecto a los bienes. En los dos frutos
siguientes la Paciencia y la Longanimidad, Dios ordena el alma
respecto a los males como veremos en el capítulo siguiente.

23 Jn 15,11
3.3 Paciencia y Longanimidad. Cuarto y quinto fruto.

Estos dos frutos del Espíritu Santo, la Paciencia y la


Longanimidad, son los frutos del dolor, son los consuelos
íntimos, que Dios nos da para que podamos sufrir y para que
podamos esperar.

La Paciencia es la fortaleza para el sufrimiento, la serenidad


para el dolor. Y esa virtud o conjunto de virtudes, que nos
hacen capaces de enfrentarnos con los males y soportar los
dolores, se convierten para nosotros, por medio del fruto de
paciencia, en fuentes de consuelos: es algo delicioso y sublime
sufrir por amor.

Así el Espíritu Santo nos regala un nuevo fruto, la Paciencia en


medio de nuestras luchas, de nuestras adversidades.

En cambio la Longanimidad se refiere o consiste en saber


esperar y aún encontrar una satisfacción íntima, un arcano
deleite en las “tardanzas de Dios“. Por eso encuentran un gozo
secreto en esperar, porque saben que Él da el tiempo necesario
para madurar las cosas del alma.

En esta vida es preciso sufrir y esperar. Para soportar lo


primero Dios nos da el fruto de la Paciencia y para bien esperar
nos da la Longanimidad.

Es preciso esperar, pero la espera puede ser muy dolorosa


porque el deseo es vivo. De ahí el verso de Santa Teresa de
Jesús:

“Vivo sin vivir en mí


Y tan alta vida espero
Que muero porque no muero”

3.4 Bondad, Benignidad, Mansedumbre y Fe. Sexto,


séptimo, octavo y noveno frutos.
Nuestra vida activa tiene dos áreas principales de desempeño
con nuestro prójimo y con las cosas inferiores. En este capítulo
nos enfocaremos al trato con el prójimo.
La vida humana, no es una vida de aislamiento, sino una vida
en sociedad. Dios nos hizo nacer en medio de una familia. Nos
colocó en una sociedad y, entonces, nosotros necesitamos
forzosamente convivir con nuestros hermanos, con nuestro
prójimo. Santo Tomás nos enseña que es más eficaz alcanzar la
santidad si nos ponemos en contacto con los demás que
recluirnos en la soledad.
Así que es preciso que el Espíritu Santo con su luz, con su
fuego y con su acción, venga a ordenar nuestros corazones,
para saber convivir con nuestro prójimo.
Disponemos de dos auxilios recibidos en nuestro bautismo para
hacerle frente a estas relaciones con el prójimo: la Justicia
(virtud cardinal) y la Piedad, don del Espíritu Santo.
Hay dos frutos del Paráclito, que se relacionan directamente
con esta lucha por tener buenas relaciones con el prójimo. La
Bondad y la Benignidad.
La Bondad es el anhelo de hacer el bien a todos. La Benignidad
es la ejecución generosa de ese deseo.
Quizá a primera vista no comprendamos como puede
encontrarse gozo y consuelo en esas obras arduas de caridad.
Querer hacer el bien o hacerlo siempre nos da una satisfacción,
tanto en el orden natural y sobre todo en el sobrenatural. Así
dijo N.S. Jesucristo: “El que da un vaso de agua a un pobre no
quedará sin recompensa” No solamente quedará
recompensado
en la vida eterna, sino que será también recompensado aquí en
la tierra con consuelos celestiales, con los frutos exquisitos de
la Bondad y la Benignidad.

Pero también necesitamos frutos especiales contra los males


que forzosamente vamos a encontrar en nuestro trato con los
hombres.
Contra la ira necesitamos la Mansedumbre. Sí, esa virtud tan
difícil que es la Mansedumbre, pues casi siempre nos parecen
justificados nuestros momentos de ira. Pues la Mansedumbre,
esa virtud tan difícil, tiene su premio desde aquí en la tierra,
tiene sus goces exquisitos, la dulzura de ser mansos, de ganar
la tierra no por el ruido de las armas, no por el peso de la
violencia, sino por la dulzura y mansedumbre.
Hay un último fruto de la vida activa, la Fe. La palabra fe, tiene
dos acepciones o sentidos. La tradicional, o sea la credibilidad0
que damos a una verdad. Pero también significa fidelidad. O
sea ser fieles, leales, rectos, sinceros, veraces, en nuestro trato
con el prójimo.
Ahí está el último toque de Dios en nuestras relaciones con los
hombres.
Debes querer hacerles el bien, hacerles el bien, con dulzura y
con lealtad.
Y a esa lealtad corresponde también un consuelo o fruto del
Espíritu Santo: el gozo de ser leales, el gozo de ser fieles, de ser
sinceros y veraces.
El cristiano tiene mucho que sufrir, pero también tiene mucho
que gozar.

3.5 Modestia, Continencia y Castidad, el décimo,


decimo primero y decimo segundo, frutos del Espíritu
Santo.

Las tres concupiscencias que tenemos (concupiscencias de la


carne, concupiscencias de los ojos y soberbia de la vida) son las
huellas profundas que el pecado original dejó en nuestra alma.
Estas nos inclinan a deseos desordenados de placeres, de
honores y de riquezas, son las que nos hacen que no podamos
usar modestamente de las criaturas.
Según los designios de Dios, las criaturas deben ser escalas
para ir al Cielo. El pecado las ha convertido en amos crueles
que nos esclavizan. Es indispensable, entonces, que usemos
ordenadamente de esas criaturas.
Para ello Dios nos ha dado las virtudes de la templanza, el don
del Temor de Dios, el don de Ciencia. Y así, las almas luchando
con esas armas logran poner orden en sus acciones. Donde
quiera que hay un orden, hay un gozo celestial. Y a este gozo
corresponden los últimos tres frutos del Espíritu Santo:
Modestia, Continencia y Castidad.
La Modestia es el orden en las cosas exteriores, como la
mirada, el vestido, el porte, las formas, etc.; mientras que la
Continencia y Castidad son el orden en las cosas interiores o
íntimas, nuestras pasiones.
A primera vista nos cuesta trabajo comprender que gozos se
pueden obtener de ordenar estos aspectos, de ejercer esas
virtudes. Pero analizándolo bien sí que los hay.
El gozo de la libertad, el gozo de una santa soberanía sobre
nuestro cuerpo. Por ejemplo, cuando se ordena nuestro ser,
recobramos nuestra libertad y nuestra soberanía y el Espíritu
Santo infunde en nosotros los consuelos correspondientes.

3.8 Conclusión de los frutos del Espíritu Santo

De trecho en trecho, a la vera del camino, se levantan los


árboles fecundos que producen los frutos divinos del Espíritu
Santo. Primero se encuentran, en la parte inferior del alma, los
frutos que acabamos de revisar. La Castidad, la Continencia y la
Modestia, después en la parte media del alma, en la relación
con los demás, se encuentran la Bondad, la Benignidad, la
Mansedumbre y la Lealtad (Fe) y en la parte superior del alma,
la Paz, el Gozo y la Caridad, que son los frutos del amor, y los
frutos de Paciencia y Longanimidad, que son los
correspondientes al dolor.

Esos gozos divinos del Espíritu Santo, al mismo tiempo que son
consuelos que fortifican el alma son también como brisas de la
Patria celestial que llegan al destierro para orear nuestra
mente y embalsamar nuestro espíritu con el perfume exquisito
del cielo.
TABLA III
LOS DOCE FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO: CONSUELO ESPECÍFICO Y
NIVEL DE ACCIÓN
FRUTO RANG CONSUELO ESPECÍFICO NIVEL DE ACCIÓN Y
O ORDEN DEL ALMA
CARIDAD 1° Gozo, delectación exquisita Parte superior del alma.
Orden del alma respecto al
amor.
GOZO 2° Dicha, gozo
PAZ 3° Paz exquisita y sobrenatural
PACIENCIA 4° Gozo en el dolor Orden del alma respecto a
los males
LONGANIMIDA 5° Gozo en esperar
D
BONDAD 6° Satisfacción por anhelar ser Orden del alma respecto a
bondadoso las relaciones con los
demás en cuanto a sus
bienes
BENIGNIDAD 7° Satisfacción por ser bondadoso
MANSEDUMB 8° Gozo por controlar la ira, Orden del alma respecto a
RE dulzura por ser manso las relaciones con los
demás en cuanto a sus
males
LEALTAD (Fe) 9° Gozo por ser leal y fiel con las
criaturas
MODESTIA 10° Gozo por ser modesto (exterior) Parte inferior del alma.
Ordenar nuestras
relaciones con las criaturas
inferiores: riquezas,
placeres, honores. etc.
CONTINENCIA 11° Gozo por ser libre de las
criaturas
CASTIDAD 12° Gozo por ser soberano de su
cuerpo
(interior)
Parte IV
LAS OCHO
BIENAVENTURANZAS
4.1 Aspectos generales:

Las bienaventuranzas son también frutos del Espíritu Santo,


pero son los frutos más exquisitos. Suponen la perfección; son
algo excelso que solamente se desarrolla en las cumbres de
la vida espiritual.
Las bienaventuranzas son el fruto más perfecto que pueden
producir las virtudes y los dones. Las bienaventuranzas son
fruto, pero no todo fruto es bienaventuranza. Las
bienaventuranzas son los frutos de las alturas, son los frutos
que reciben las almas que llegan a la perfección.
Ellas fueron dichas o predicadas por N.S. Jesucristo en el
sermón de la montaña; ahí nos mostró la escala de la dicha,
el secreto de la felicidad porque para eso vino al mundo, para
que fuéramos felices.
Llegamos, entonces, a las últimas cumbres de la perfección y
de la felicidad. ¡Qué lejos se mira la tierra desde esas alturas!
¡Qué próximo el Cielo!
Así se consuma el misterio de la felicidad.
A estas siete cumbres se llega por el ejercicio de las virtudes.
Pero sobre todo por la operación de los dones del Espíritu
Santo.
A la jerarquía de los dones corresponde la jerarquía de las
bienaventuranzas:
Al don Temor de Dios corresponde la bienaventuranza del
desprendimiento, al de piedad, la de la dulzura, al de ciencia,
la de las lágrimas; al del consejo, la de misericordia, al de
entendimiento, la de la luz, y al don de sabiduría la
bienaventuranza del amor.
Los dones son las raíces, las bienaventuranzas son los frutos
suavísimos de los cuales se goza a la sombra del amado.
La octava bienaventuranza, que es la del dolor y el martirio,
es el resumen y la consumación de todas. El dolor es en la
tierra, la última palabra del amor, así como la última palabra
del Cielo es el gozo eterno.
¡Las bienaventuranzas son la marcha triunfal del amor! ¡Una
gama riquísima de su divina armonía!

4.2 Primera bienaventuranza:

“Bienaventurados los pobres de espíritu, porque


de ellos es el reino de los cielos”

Aunque son ocho las bienaventuranzas, realizan una sola


perfección. Como un rayo de luz blanca en que se funden los
siete colores, así se funden los colores de todas las virtudes y
de todos los dones para formar una luz celestial.
Cada una de las bienaventuranzas expresa la perfección, pero
con su propio matiz, y forman todas ellas una escala para
subir a Dios.
En la base de esta divina escala, está el desprendimiento de
las cosas terrenas que tiene como principio el temor de Dios y
como premio el reino de los Cielos y en consecuencia la
posesión de los bienes celestiales.
La pobreza de espíritu, según Santo Tomás de Aquino, es el
desprendimiento total y voluntario de los bienes exteriores,
honores y riquezas.
Jesucristo enseñó muchas veces la necesidad de este
desprendimiento para alcanzar la perfección: “Si quieres ser
perfecto, anda, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres y
ven y sígueme” 24
La mayor parte de los hombres, como el joven del Evangelio,
vuelven las espaldas al Señor. ¡Se apegan tanto a las cosas
terrenas! Cierran las puertas de su alma a la felicidad que
ansían. Y todo por no despegarse de cosas efímeras. Los
bienes temporales, las cosas temporales pueden ayudarnos a
ir al Cielo, pero también estorbarnos.
Para ser felices necesitamos ser libres y el santo
desprendimiento es el primer grito de libertad de las almas:
Bienaventurados los pobres de espíritu.
La pobreza de espíritu es el amor que inicia su obra de
despojo. El amor de Jesús en la Cruz es prodigio de desnudez
y abismo de riquezas. Para alcanzar el amor de Jesús es
preciso despojarse de todo.
“Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el

24 Mt 19,21
reino de los cielos”

4.3 Segunda Bienaventuranza

“Bienaventurados los mansos, porque poseerán la


tierra”

Primero se transforma el hombre de iracundo a manso, con


una gran mansedumbre, de la que habla la segunda
bienaventuranza. La pobreza de espíritu la prepara puesto
que ciega la fuente más abundante de la ira: Sosegada el
ansia de poseer, el alma está dispuesta para la tranquilidad
de la mansedumbre.
El alma que tiende a la ira, utiliza los dones del Espíritu Santo.
Así, usa de los dones de Ciencia y Consejo para orientarse en
lo que debe hacer. Utiliza también la fortaleza para vencer su
carácter irascible. Y finalmente usa del don de Piedad para
trocar en dulzuras sus asperezas.
A quienes tan perfecta mansedumbre alcanzan, Jesucristo les
ofrece como recompensa que poseerán la tierra. Se refiere
sin duda a la tierra de los vivientes de que habla tantas veces
la Escritura, que la tierra de los que mueren sería premio
harto exiguo para quien ha merecido en la primera
bienaventuranza el reino de los cielos.
¿Qué significa esta posesión de la Tierra? El premio de las
santas obras, el tesoro que beatifica al justo es uno solo: Dios.
Pero siendo este premio infinito, se va poseyendo por grados
que crecen indefinidamente sin que se agoten jamás.
Solamente Dios que es infinito puede agotar, si vale esta
palabra, la infinita plenitud de su propia felicidad. Cada
premio de las bienaventuranzas contiene el divino tesoro en
grados diversos y bajo aspectos múltiples que corresponden a
los méritos.
La idea de posesión encierra los caracteres de tranquilidad y
de firmeza; poseer la tierra es gozar pacífica y sólidamente de
los bienes eternos.
Los hombres luchan y se entregan a los excesos de la ira
para asegurar la posesión de los bienes terrenos. El Maestro
nos enseña que por la fuerza de la dulzura alcanzarán las
almas la posesión de los bienes eternos.
La plenitud de esa posesión es el cielo; pero desde la tierra se
inicia la recompensa de la mansedumbre.
Y poseyendo a Dios el alma por la santa dulzura se posee a sí
misma. La ira nos hace perder el dominio de nosotros
mismos, turba la paz y la armonía de nuestro reino interior; la
dulzura mantiene inalterable la paz en los confines de ese
reino y puede así el alma sin temor, como los israelitas, al pie
de la higuera y de su viña, sentarse tranquilamente a
saborear los frutos del Amado.
¡Maravillosa dulzura que parece debilidad y es fuerza, que
todo lo alcanza sin violencia y sin ruido, que mantiene sin
lucha la paz, y que lleva en pos de sí, prendidos en sus lazos
indestructibles y suavísimos, no solamente a los hombres,
sino también a Dios que no resiste jamás la dulce violencia de
la mansedumbre!

4.4 Tercera bienaventuranza

“Bienaventurados los que lloran porque serán


consolados”

La tercera bienaventuranza se caracteriza por la luminosa


explosión del Don de Ciencia.
Bajo el influjo de este Don el alma logra una nueva visión de
la vida, descubre el sentido profundo de las cosas terrenas,
su fondo aparece desnudo ante sus ojos atónitos; y al bañarse
de luz, siéntese conmovido hasta lo más profundo de su ser y
llora, llora por mucho tiempo sin poderlo remediar. Estas
lágrimas, cristalinas como la luz, amargas como el dolor y
suaves como mensajeras del amor, producen en ella el
milagro del consuelo.
¡Benditas lágrimas que en su corriente suave arrastran los
restos de la vida terrenal! ¡Lágrimas fecundas, que caen
sobre la tumba del hombre viejo, como cayeron las de Cristo
en la tumba hedionda de Lázaro y que realizan, como las de
Cristo, el prodigio de que brote la vida del fondo de la
muerte!
¡Dichosos los que lloran por la santa desilusión de las cosas
humanas! ¡Serán consolados!
El consuelo de las lágrimas es el presentimiento y como el
preludio del gozo eterno. Y este consuelo fundamental alienta
a los justos en el combate de la vida y, a las veces, hace
olvidar las miserias del destierro y les da fortaleza para
trabajar sin cansarse, para sufrir sin desfallecer, con los ojos
y el corazón fijos, en aquel paraíso, cuya sustancia penetran
por la fe, cuya posesión tocan ya por la esperanza y cuyo
gozo comienzan a saborear por el amor.

4.5 Cuarta bienaventuranza

“Bienaventurados los que tiene hambre y sed de justicia,


porque serán saciados”

Tienen hambre y sed. Es una forma de expresar la


vehemencia de su deseo.
Justicia se entiende en el sentido del trabajo realizado para
dar gloria a Dios.
Así, el alma apurada por el aguijón del amor, cuya medida es
no tener medida, busca con impaciente ardor la justicia, la
cual anhela sin medir sus fuerzas porque cuenta con la fuerza
de Dios.
El origen de esta audacia asombrosa es el Don de Fortaleza.
A la confianza en el divino poder que produce el Don de
Fortaleza se añade el don de Piedad que nos hace mirar a
Dios como Padre y al prójimo como a nuestros hermanos y el
fuego de la caridad se enciende en nuestros deseos y se
acrecienta nuestra audacia.

Serán saciadas: Esto llega cuando todos los trabajos


emprendidos por la justicia y el honor de Dios, florecen y dan
su fruto. Las almas serán saciadas, las almas están saciadas.
Aunque la saciedad completa no es de esta vida. Sin
embargo, podemos decir que María, la incomparable Madre
de Dios es un alma saciada de justicia, es la saciedad plena,
la armonía consumada y canta con acentos inspirados, las
glorias de Dios.
Bueno, pues en pos de su Reina van todas las almas
generosas que a costa de rudos trabajos y torturantes deseos
logran la saciedad de justicia en su jardín interior, henchido
de serenidad y armonía.
4.6 Quinta Bienaventuranza:

“Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos


conseguirán misericordia“

Consumada la obra divina de la justicia, quédale al alma un


pendiente, si así puedo expresarme, más divina aún: la obra
de misericordia.
Es humano hacer nuestras las miserias de los que amamos;
pero es divino amar aún a los enemigos. Es humano
compadecernos de ciertas debilidades humanas: un niño
enfermo, una doncella mancillada o una madre que llora por
un mal hijo; pero inclinarnos a las miserias que aparecen sin
velos tales como: corregir con dulzura al que yerra, perdonar
las injurias por grandes que hayan sido, o sufrir con
paciencia las flaquezas de los demás, lo repele el corazón
humano, es más propio del corazón de Dios.
Dios es misericordioso porque es infinito, nosotros somos
egoístas porque somos limitados.
Hay una justicia humana y otra Divina; no hay más que una
misericordia divina, que por imitación se refleja en los
hombres.
En su incomprensible miseria de amor el alma iluminada por
el don de Consejo comprendió que solamente la misericordia
puede atraer misericordia.
Para aliviar las miserias extrañas el alma se olvida de sí
misma, pero hay unos ojos que la miran: los ojos de Dios. Y
entonces Él, viendo la misericordia que emplea con sus
hermanos, paga al 100 por 1 dando a esa alma mucho más
misericordia de la que ha dado.
Esa Alma misericordiosa pidió misericordia y esa alma sintió
que unas manos my delicadas la tomaban y la levantaban
como a un niño pequeñito, y lo subían muy alto, hacia la
cumbre, sin merecerlo, y desde esa cumbre veía una luz
inmensamente clara, era el mismo Dios que ansioso le
esperaba.

4.7 Sexta Bienaventuranza.


“Bienaventurados los limpios de corazón porque
ellos verán a Dios”.
La santa Escritura dice que “Dios es luz” 25 y la Iglesia clama
para exaltar al Verbo, “Luz de Luz” y llama al Espíritu Santo
“Luz felicísima”.
Para que las almas se bañen en luz, para que sean luz,
necesitan purificarse. “Erais en otros tiempos tinieblas, ahora
sois luz del Señor” dice San Pablo. Y para transformar las
almas en la imagen de Dios, deben subir de pureza en
pureza, aquilatándose más y más.ice San Pablo
Por eso la sexta bienaventuranza tiene por premio la luz,
porque tiene por mérito la pureza y tiempo es ya de que el
alma, brille como un sol transparente de pureza, la pureza de
la mente y la pureza de la inteligencia. Así lo expresa Santo
Tomás aclarando que limpieza del corazón no es sólo de las
pasiones, sino limpieza de los errores contra la fe y las
buenas costumbres. Y San Agustín antes lo había dicho: La
sexta operación del Espíritu Santo, que es el entendimiento,
conviene a los limpios de corazón. Así conviene que los
limpios de corazón tengan también una purificación
intelectual.
Cuanto más se limpia los ojos del alma, más se va llenado de
luz celestial.

4.8 Séptima Bienaventuranza.

“Bienaventurados los pacíficos, porque serán llamados


hijos de Dios”.

Las cosas de la tierra no son el fin ni el descanso de nuestro


corazón y aunque lo atraen, porque llevan un reflejo divino,
no lo sacian ni lo pacifican. ¡Si los hombres conocieran el
amor de Dios! Sabrían que después de pasar los años en
pobres amores, nos vamos a extasiar en un amor verdadero,
excelso e inmortal, el amor de Dios.
Pero la vida sigue la ley ineludible de toda vida terrena. Tiene
flujo y reflujo. Como un océano se acerca e introduce en las
grietas de las grandes rocas en la costa, así se acerca el alma
al amado; pero al igual que el océano, en un segundo
movimiento, sale de las grietas y se aleja con la resaca,
dejando ver la playa y dejando, también, al alma con un

25 Jn 1,5.
inmenso vacío y una honda herida de amor.
La séptima bienaventuranza ES LA CUMBRE DEL AMOR. El
don de entendimiento acrecentó sin medida la caridad. Ahora
con el don de Sabiduría surge una nueva luz en la tierra.
EL don de Sabiduría rige, en cierta manera, todos los dones;
al igual que la caridad rige todas las virtudes. Desde la
primera bienaventuranza fue necesario el don de Sabiduría
que dirige al don de Temor de Dios, principal don que influye
en ésta; hasta la séptima bienaventuranza, en la que juega el
papel principal siendo como es, el faro espléndido e
indispensable para la contemplación.
Existen dos maneras de conocer las cosas. Una, por
explicaciones y teorías, otra por una experiencia íntima. Se
nos puede explicar mil veces que es el amor, pero las mejores
explicaciones y teorías no igualarán jamás a la íntima
enseñanza que nos da el amor mismo.
Ahora bien, para ser pacíficos no basta vivir en dulce
concordia con nuestros hermanos, es indispensable que todos
los anhelos del alma se dirijan a querer esa paz, basada en la
propia voluntad y en el amor de Dios. Es característico de
quien ama tener la paz, pero lo que produce la paz
verdaderamente es la sabiduría.

Es lo mismo que un lago cristalino. Cuando sus aguas están


inquietas por fuertes vientos, la imagen del castillo de amor
que está a su orilla, se ve intermitentemente y con
distorsiones. Mientras que cuando hay paz en el lago, refleja
la imagen del castillo como un cristal.
La Iglesia es un tabor donde constantemente se realiza el
misterio de la transformación de las almas. Jesús aparece con
sus santos blanquísimo y brillante; la nube luminosa del
Paráclito los envuelve y se oye la voz del Padre que dice:
“Este es mi hijo muy amado, en quien he puesto todas mis
complacencias”.
En ese tabor se anuncia la adopción de los hijos de Dios. Ser
hijo adoptivo es reproducir la imagen del Hijo eterno. Las
santas almas que logran convertirse en la imagen fiel de
Jesucristo serán llamadas hijas de Dios. Pero para que esto
suceda a las almas les falta una cosa: morir. Siempre el
sufrimiento y la muerte es lo que condiciona el triunfo final,
como en el calvario, como sucedió en la Cruz.
4.9 Octava Bienaventuranza

“Bienaventurados los que sufren persecución por la


Justicia, 7porque de ellos es el reino de los cielos.”

Más alto que las siete cumbres que hemos contemplado


solamente hay una, el calvario, porque en ella está Jesús
crucificado, divino modelo de perfección y tipo incomparable
de felicidad.
La fórmula de la santidad, tal como aparece en la cumbre de
la séptima bienaventuranza es esta: ser santo es ser Jesús. Es
preciso completarla en esta octava bienaventuranza: ser
santo es ser Jesús Crucificado. Estar como Él, desnudo,
llagado, ultrajado, crucificado. Ser santo es ser víctima, es
ofrecerse como sacrificio de adoración. Pero es también ser
altar y sacerdote.
Por eso en la octava bienaventuranza que es la de la
persecución, la Cruz, es la consumación de todas las demás.
En ella convergen como los ríos en el océano, todas las
virtudes y dones del Espíritu Santo. Su Cruz es el prototipo de
la felicidad, porque es el prototipo de la perfección, y en esta
Cruz se encierran todos los méritos de las bienaventuranzas.
La fórmula de la perfecta alegría es aquella frase de San
Pablo que nadie, sino Jesús, comprende totalmente: “Por el
Espíritu Santo se ofreció a sí mismo, inmaculado, a Dios”
Su Cruz debe ser nuestra Cruz, en ella cabemos todos.
Cuando lleguemos al calvario, subamos a la Cruz de Cristo,
que nuestras almas, estremeciéndose de dolor, empezarán
casi al mismo tiempo, a gozar de la felicidad, de la perfecta
alegría.
TABLA IV. LAS OCHO BIENAVENTURANZAS Y SU ASOCIACIÓN
CON LAS OTRAS GRACIAS DEL ESPÍRITU SANTO
ASOCIACIÓN CON:
LAS BIENAVENTURANZAS RANG VIRTUDES DONES
O FRUTOS
Bienaventurados los que sufren Es la cumbre más alta: el calvario. Ahí Dios
persecución por la justicia, 1° Hijo utilizó toldas las Virtudes, todos los Dones
porque de ellos es el reino de los y recibió los consuelos de todos los frutos y de
cielos. todas las bienaventuranzas.
Bienaventurados los pacíficos 2° Paciencia, paz Sabiduría Paz
porque ellos serán llamados hijos Caridad.
de Dios.
Bienaventurados los limpios de 3° Pureza, Castidad Entendimient Gozo,
corazón porque ellos verán a o Caridad
Dios.
Bienaventurados los 4° Humildad, Fe, Ciencia, Caridad,
misericordiosos porque ellos Caridad, Fortaleza
conseguirán misericordia Esperanza
Bienaventurados los que tienen Caridad, Justicia Consejo, Gozo, Paz,
hambre y sed de justicia porque Fortaleza, Caridad

ellos serán saciados Lealtad
Bienaventurados los que lloran 6° Humildad, Piedad, Gozo, Paz
porque ellos serán consolados Caridad
Bienaventurados los mansos 7° Fortaleza, Fortaleza, Mansedumb
porque ellos poseerán la tierra. Caridad, Consejo, re y Lealtad
Prudencia Piedad
Bienaventurados los pobres de 8° Esperanza y Temor de Dios Continencia
espíritu porque de ellos es el Caridad y Castidad
reino de los cielos.

ÍNDICE TEMÁTICO
Página
Prólogo________________________________________________3
Introducción____________________________________________5
Parte I. La verdadera devoción al Espíritu Santo
1.1 Mirada de conjunto____________________________7
1.2 El dulcísimo huésped del alma___________________8
1.3 El Director supremo____________________________9
1.4 El don de Dios________________________________ 10
1.5 El ciclo Divino_________________________________13
1.6 La moción del Espíritu Santo por los dones________14
1.7 La correspondencia del alma al Paráclito_________15
1.8 Ejercicio de las virtudes teologales:_______________16
1.8.1 Aspectos generales_____________________16
1.8.2 La Fe_________________________________16
1.8.3 La Esperanza__________________________17
1.8.4 La Caridad____________________________17
1.9 Seguir las inspiraciones del Espíritu Santo_________18
1.10Que se haga la voluntad del Padre______________19
1.11La Cruz______________________________________20
1.12Recapitulación de la primera parte______________22

Parte II. Los siete dones del Espíritu Santo


2.1 Aspectos generales______________________________25
Tabla resumen I sobre los objetivos y las facultades
beneficiadas por los dones del Espíritu Santo _________________28
2.2 El don del Temor de Dios_________________________29
2.3 El don de Fortaleza______________________________29
2.4 El don de Piedad________________________________30
2.5 Los dones intelectuales. Aspectos generales__________31
2.5 El don de Consejo________________________________31
2.6 El don de Ciencia________________________________32
2.7 El don de Entendimiento_________________________33
2.8 El don de Sabiduría______________________________34
Tabla resumen II: de los dones del Espíritu Santo_____________35
página
Parte III. Los trece frutos del Espíritu Santo
3.1 Aspectos Generales_____________________________37
3.2 La Caridad, el Gozo, la Paz______________________38
3.3 Paciencia y Longanimidad______________________39
3.4 Bondad, Benignidad, Mansedumbre y Fe_________40
3.5 Modestia, Continencia y Castidad.________________41
3.6 Conclusiones__________________________________42

Tabla resumen III de los frutos del Espíritu Santo______43

Parte IV. Las ocho bienaventuranzas.

4.1 Aspectos generales____________________________45


4.2 Primera bienaventuranza______________________45
43 Segunda_____________________________________46
4.4 Tercera______________________________________47
4.5 Cuarta______________________________________48
4.6Quinta_______________________________________49
4.7 Sexta________________________________________49
4.8 Séptima______________________________________50
4.9 Octava______________________________________51

Tabla resumen IV de las Bienaventuranzas__________51

Índice temático_______________________________55
VENI CREÁTOR SPÍRITUS_____________________57

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