Dualidad y correspondencia

Dualidad y correspondencia

El camino del autoconocimiento no ha dejado de sorprenderme desde el mismo minuto cero en que lo descubrí. Estoy enamorado de permitirme a mí mismo, día a día, poco a poco -quizás con algún periodo de mucho avance y, por supuesto también, de muchos retrocesos- observar cómo nos desarrollamos en esta experiencia de vida. De sentir cierta tranquilidad creciente conmigo mismo, y de ser capaz, poco a poco -pero siempre con paso firme y determinado-, de mirar a los ojos de las limitaciones que se me presentan -en verdad el verbo debería conjugarse en primera persona, es decir, me las presento yo mismo, vehiculadas a través de mis propias app’s limitantes instaladas en mi software-, y poder cuestionarlas y aceptarlas, con serenidad y valentía, con compromiso y comprensión hacia conmigo mismo.

Esto me da pie a enlazar lo cosechado en esta experiencia con el hecho de poder ser capaz de sintetizar toda la amalgama de conceptos, ideas, formas y maneras de entender la vida. Todas y cada una de las acciones que ejecuta nuestro automatismo instalado en forma de app interior -el ego-, tiene como objeto cuidarnos y protegernos de los peligros ajenos (fundados o infundados, en este contexto no es relevante), es decir, que el amor esté presente en nosotros en cualquiera de los matices y texturas que se presente. El amor, ciertamente, nos hace vivir y nos descubre en nuestro interior el motivo por el cual estamos aquí. Y, nuevamente, no estoy descubriendo nada nuevo para los caminantes que tienen claro que no hay camino, sino que éste se crea al andar (A. Machado), puesto que la opción de escoger la actitud de cómo confrontar los retos de la vida la escogemos cada un@ de nosotr@s.

Teniendo presente este marco de partida me dirijo al núcleo de la presente reflexión, ya que nuestro día a día está repleto -es así, y debe ser así- de oportunidades de aprender a aceptar (a abrazar), y a amar para poder aprender a ser feliz.    

Siempre ha habido tiempos revueltos, y considerando el marco de la evolución humana, siempre los habrá. Tiempos en los que somos un público sentado en la primera fila de la platea de la vida donde observamos como reaccionamos egoicamente tod@s con tod@s, sin llegar, a menudo, a ningún punto de encuentro, a ningún rellano de escalera en la que podamos sentirnos cómodos, y en definitiva querid@s y comprendid@s. Se deduce, pues, que cada uno de estos conflictos de los que podemos ser observadores, o bien partícipes, son potenciales puntos de inflexión para despertar y escoger la actitud que nos lleve por el camino de pedagogía y, por consiguiente, del amor hacía un@ mism@, así como hacía los demás. Porque si no se escoge este camino (opción, por supuesto, legítima y necesaria), sin duda, entra en juego la correspondencia de destino complementario (Gerardo Schmedling), donde salen a la luz: los dos extremos que están cada uno en un lugar de la flecha, porque están en el mismo nivel. En este punto me paro, y subrayo la anterior frase en color amarillo pastel (mi preferido para estos ejercicios).

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De acuerdo con esta correspondencia, parece ser que cualquier decisión que llevemos a cabo, en cualquier plano considerado: político, social, económico, o bien otro con un sabor mundano, generará de por sí, su opuesto. Y está correlación de extremos existe justamente porque damos existencia, porque creamos, la posición de salida, con la que escogemos movernos. De palabras del mismo Gerardo: Si hay policías, seguramente habrá ladrones, y viceversa; si hay médicos, seguramente habrá enfermos, y viceversa

Para mi, este hecho es sumamente revelador, porque nos conduce a entender que el punto de inflexión originado en el momento de nuestra elección define y crea el marco, y sus los extremos perimetrales resultantes del mismo, para así, co-crear una realidad donde interactuar. O, dicho de otro modo, desde esta premisa, la cual condiciona nuestra realidad, observamos que nuestra posición dentro de un contexto político, o sobre la libertad de expresión, o sobre las libertades individuales, o sobre cualquier otra índole de nuestra rabiosa actualidad, viene condicionada por las posiciones de salida de las correspondientes corrientes o movilizaciones sociales, o individuales que mantienen llenos los telediarios de todo el mundo.

Con este contexto, podríamos concluir en que, vivir en paz -una paz objetiva-, sólo es posible dentro de una realidad utópica. Pero no me voy a permitir ir por ahí…

Estoy de acuerdo en que, si nos mantenemos dentro de la comprensión y la aceptación de que todo es necesario, de que todas las posiciones de partida son necesarias -independientemente del grado de consciencia que haya en ellas-, la realidad resulta ser más cómoda, y seguro que, con el tiempo, estará conformada por un grado más intenso de amor y comprensión para acercar posiciones.

El posicionamiento genera su extremo contrario por la naturaleza del mismo.
El modo de interferir en aquello que queremos cambiar debe ir vehiculado por cierto grado de comprensión y sabiduría individual (y colectiva) que rebaje nuestras líneas rojas.

Porque las movilizaciones sociales, así como las decisiones individuales vendrán determinadas en entender que: esa posición genera su extremo contrario por la naturaleza de la misma, y que el modo de interferir en aquello que queremos cambiar debe ir vehiculado por cierto grado de comprensión y sabiduría individual y colectiva que rebaje nuestras líneas rojas. Unas líneas rojas que nos generan la rabia y el odio necesarios para no aceptarnos ni comprendernos.

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