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La capa de Nito baila con la brisa en el Parque José Martí, él camina dando saltos pequeños con su palo de garabato en la mano. Nito es el Caporal Mayor del Cipote Garabato, representa a la vida. Nito está listo para presentarse en la Noche de Tradición. Los demás Caporales llegan poco a poco, se ven desfilar sus palos garabateros con moños multicolor por el parque. Nito tiene el suyo, es el palo de garabato más grande de la comparsa y de la punta caen cintas amarillas, rojas y verdes. Su cara está pintada de blanco; en sus cachetes sobresalen un par de témpanos rojos, uno en cada mejilla. Rafael David “Nito” Montaño Cardenas defiende a todo el Cipote Garabato de la muerte.

El sonido del llamador, la tambora, el alegre, la flauta de millo, el guache y las maracas se toman el Parque José Martí. Hay dos tipos que llevan bolsas con agua, tres fotógrafos y un montón de espectadores. Nito se ha bebido un par de tragos de whiskey, y lleva en la cara la satisfacción de haber tomado una taza de guandú revivemuertos.

La sopa que le da toda su energía se la ha tomado en la casa de sus primos Pernett. Es un espacio amplio, de un solo piso con paredes amarillo mostaza y catorce columnas blancas. En la sala hay 4 bodegones —dos los pintó Nito—, un retrato a lápiz de Carmencita Pernett, cantante nacida en 1925 y reconocida en años posteriores como una de las artistas, con trayectoria en México y Cuba, más importantes de Barranquilla. En el pasillo de la derecha de la sala hay fotos familiares; se distinguen los Pernett: Humberto, que falleció en 2017, Tita, y Hernán, que dirige el Cipote Garabato en la actualidad. También están los Montaño: Mónica, hermana mayor de Nito, Mónica Roldán, más conocida como Moniquilla, sobrina de Nito, y su hermano menor Ricardo, que falleció en 2018. Todos están con sus trajes de garabato en pleno cumbiódromo.  

Al final de la sala hay un estudio. Del techo cuelga un abanico bien aceitado, blanco, una mesa redonda con un mantel verde y un florero pequeño en la mitad, además de un par de mecedoras momposinas. Cerca a la ventana hay un escritorio con un computador, y a su lado está la biblioteca de madera, marrón, con revistas del Carnaval de Barranquilla y 28 estatuillas del Congo de Oro. La casa de la familia Pernett es, claramente, la sede del Cipote Garabato.

Hace 28 años allí se reúnen todos los miembros de la comparsa a tomar sopa de guandú antes de cualquier presentación. Una sopa de guandú bien jalada y dulcecita y ahora más, porque le echan panela en vez de plátano maduro.

Es el 26 de enero de 2019. Nito llega a tomarse su sopa, como dicta la tradición, con sus ojos abiertos, expresivo; entonces abre los brazos y se dirige a Celia, la cocinera. Ella tiene un cucharón en la mano y no deja de revolver la olla de guandú.

          —¿Cómo estás Rica Mermelada? Huele sabroso. Sírveme mi sopita mi amor, que esta es la última que me tomo.

Celia se echa a reír y sirve un plato repleto de guandú. Rafael David ‘Nito’ Montaño lo saborea.

Nito es, en el garabato, la vida. Pero en el garabato también danza la muerte, representada por Eduardo Guzmán, un compañero en todos los bailes de Carnaval. Todos los años, desde 1998, a Eduardo se le ve saltando con su guadaña, intenta llevarse a Nito, y él, en una actuación heroica se agacha para esquivar el guadañazo y lo contraataca con su palo garabatero: es imposible dejar que se roben la alegría de los danzantes.

La danza del Garabato es una burla de los esclavos que ignoran los dolores del trabajo forzado con el goce del baile, gritos de euforia contrarios a las lágrimas derramadas por que se le arrebatan sus costumbres, el garabato se burla de la vida, y hasta de la propia muerte.

El Caporal Mayor que hace de vida, representa la alegría y también la indiferencia ante las desgracias que aquejan a los humanos. La vida se enfrenta a la muerte con una sonrisa, y con la facultad única de vencer siempre a la muerte en una batalla animada por maracas y tambores.

Archivo: Cipote Garabato. Rafael “Nito Montaño” liderando la comparsa Cipote Garabato en el Cumbiódromo. Barranquilla, 2018.

Nito se burla de la muerte. Es un actor, un personaje de su propio taller, de su casa en el barrio El Silencio, de Barranquilla, hecho realidad. Mide un metro con 64 centímetros, su tez es morena —de esa que en la costa decimos canela—, tiene el cabello a ras de la cabeza y en su frente hay dos entradas prominentes. Nito anda las calles de Barranquilla con una guitarra, cantando canciones infantiles, dibujando el rostro de desconocidos en servilletas y llegando tarde a todos lados. Nito no es músico, y tampoco un incapaz, aprendió a tocar la guitarra porque funciona con sus títeres. Tiene su propio teatrino armado con tubos de PVC y tela en el taller de su casa, lo guarda en una bolsa negra de un metro y 70 centímetros. Él mismo le apoda a su teatrino “El Muerto” por la bolsa en que lo empaca.

Tomada de la cuenta Facebook de Rafael Nito Montaño. Nito dibuja a un desconocido que encontró en la calle y le regala el retrato. Barranquilla, 2018.

En 2017 paralizó el aeropuerto Ernesto Cortissoz. Viajaba a San Andrés y Providencia con su equipo de teatro: Polaco Valdivieso, estudiante suyo en el Colegio La Normal, John, un amigo de Polaco que toca la batería, el muerto y una cuadrilla de títeres confeccionados por él mismo. En la isla lo espera su amigo, Jorge Muñoz, quien organiza un evento que espera mostrarle títeres a niños que solo los han visto por televisión.

En el mesón de recepción del equipaje una mujer de la aerolínea pregunta con la cabeza anclada al monitor de su computador:

          —Dígame señor… ¿y qué llevan en esa bolsa?

Nito responde: “el muerto”.

El brillo de la pantalla ya no se refleja en los ojos cafés de la recepcionista. Ella mira fijamente la bolsa negra y pregunta:

          —¿Un muerto?

Nito ríe.

La mujer levanta un teléfono fijo, negro también, mira la bolsa otra vez y dice:

          —¿Seguridad? tenemos una novedad en equipaje.

Todo termina en risas y en un discurso de Nito explicando que su teatrino parece un muerto, y que solo tiene vida cuando, armado en tarima, sus títeres salen a entretener a los niños.

 

Archivo: Juan Valdivieso. De derecha a izquierda Jhon y Polaco cargando el teatrino. San Andrés y Providencia, 2017.

Nito dibuja y pinta, es lo que más le gusta hacer. Tiene más de 300 cuadros, un par están empeñados, otros han sido robados, sus amigos y familiares también tienen algunos en las paredes de su casa. Se sabe de un par en Francia y otro en Estados Unidos. Nito pinta el Carnaval y se pinta a él mismo. No pierde oportunidad para decir “lo que la gente no quiere escuchar, para mostrar lo que la gente no quiere ver”. Sus años de estudiante, en la Facultad de Bellas Artes en la Universidad del Atlántico en Barranquilla, coincidieron con una Colombia convulsionada, una donde los estudiantes, años después, cambiarían la Constitución de 1886 y el rumbo entero de un país.

Archivo: Juan Valdivieso. Nito Montaño presentado una de sus obras obras. Barranquilla, 2017.

El 26 de enero, como cosa rarísima en Nito, llega primero que todos al Parque José Martí para la Noche de Tradición de la comparsa Cipote Garabato. Va maquillado con su traje de caporal garabatero. En el parque, un triángulo formado por las carreras 49c y 49b, atardece. Hay calor musical del chandé y la brisa fría de la noche mueve los árboles de roble y mango. Nito espera a su amigo, estudiante, su compañero de baile, Eduardo. Nito espera a la muerte.

Poco a poco llegan todos los miembros del Cipote Garabato. Integrante a integrante de la danza saludan a Nito que ya está listo. Luego Eduardo, que aún no maquilla su cara de negro y blanco hueso, saluda a Nito y le dice que lo espere para ensayar antes de la presentación. Al rato, Mónica Montaño. Se ve llegar también a sus primos, Hernán y Tita Pernett, en compañía de Juan José Jaramillo, Secretario de Cultura, Patrimonio y Turismo de Barranquilla. Esperan a su majestad Reina del Carnaval, Carolina Segebre, y a Freddy Cervantes, Rey Momo 2019.

Entre los ausentes están Lucho Benitez y Wulfran Sarmiento, músicos, amigos, colegas, hermanos de la vida de Nito. En el paisaje tampoco está Claudia Barbosa, “la cachaca”, el amor de su vida. Le dicen cachaca por su acento, su madre es de Medellín pero ella es de Tuluá, Valle del Cauca. Ella está en su casa, en Villa Carolina, con sus sobrinos haciendo títeres, mañana estarán con su Tío Nito, él los ayudará “Rafa es el que sabe de eso”.  

Nito y Claudia se conocen en 1983, ella estudia en el Colegio de La Costa y se encuentra con Nito al mediodía en la carrera 38 para caminar hasta su casa, vive en el mismo que Barrio que Nito, El Silencio. Nito le dice Nani, pocas veces Clauida.

Nito tiene 29 años y el pelo largo, le gusta escuchar reggae, le encanta Bob Marley. Los vecinos le dicen hippie, en la familia es el loco. “No hay vergüenza en eso, los locos construyen el camino que los genios van a recorrer”. Nito dice que le gustaría ser rastafari, de esos que andan por ahí con un ukelele comiendo solo frutas y fumando marihuana. Nito, además, en 1983 tiene una hija de 10 años, Beatry Medina.

Neyda, mamá de Beatry, conoce a Nito a principio de los 70, trabaja en la casa de los Montaño del barrio El Silencio. Cuando Beatry nace en 1973 Nito tiene 16 años y lo expulsan de los colegios antes de que acaben los años escolares. Rafael Montaño, papá de Nito, se encarga económicamente en lo que puede los primeros años.

Betray vive en Estados Unidos y tiene tres hijos, Esteban, Christian y Jean Paul. Nito tiene 62 años y no conoce a sus nietos. Los ve vía skype. Beatry organiza conversaciones por vídeo llamada con sus hijos para que el abuelo haga función de títeres. Nito los hace reír con sus historias, con sus chistes y canciones. Nito les presenta a su nuevo títere “El Abuelo”. Un títere que quiere conocer a sus nietos que viven en el exterior.

 

Títere “El Abuelo” sentado en la sala de la casa de Nito Montaño. 2019.

 

Nito se aleja por un momento del parque, saca su celular y con su índice derecho presiona el micrófono del chat de Facebook Messenger: Presidente, presidente ¡aparece ombe!, hazme un cruce ahí. Llama, llama. Es de vida o muerte. El mensaje es para Luis Benítez. Pero Lucho no está. Su celular vibra en el nochero de su cuarto sin que nadie lo sienta.

Lucho es el amigo de Nito que ha estado en las situaciones de vida o muerte. No importan mucho las condiciones, se han enfrentado juntos a la adversidad en más de una ocasión.

Se conocieron a finales de los años 70 en  la Facultad de Bellas Artes de la Universidad del Atlántico. Nito estudiante de Pintura y Lucho de música. Compartieron tarima haciendo teatro; Nito actuando múltiples personajes, o con sus títeres, casi vivos, y Lucho con una guitarra musicalizando la presentación. Precisamente, en el Carnaval de 2004, el primero realizado luego del reconocimiento de Obra Maestra del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad, en una Noche de Tambó, con la luna de Esthercita Forero iluminando la Plaza de la Paz, Nito y Lucho se metieron “en cipote de problemón”.

Son las seis de la noche. En la sala de Lucho suena la radio con el himno nacional de Colombia y en la calle todos están de Carnaval. Una camioneta Ford Land Rover 2003, plateada se estaciona frente a la casa de Benítez; son Wulfran Sarmiento y otro profesor amigo. Wulfran golpea la puerta de la camioneta y camina hacia la casa de Lucho. El profesor asoma la cabeza por la ventana del conductor y le dice a Wulfran que no se demore.

          —¡¿Ajá mi hermanito?! Vamos para Noche de Tambó, no lo dudes, dice Wulfran.

Lucho presto pero sin plata argumenta:

          —Que vaina compadre, no han pagado todavía ¿cómo hacemos?

          —Móntate en la camioneta que nos vamos, pareces bobo.

Mientras Lucho acepta la invitación, Claudia, en su casa, rechaza la invitación de Nito de salir a bailar en la Noche de Tambó. No es algo que ella acostumbre hacer.

En la Plaza de la Paz están los tres amigos de Nito, y Nito aún no llega. Sin embargo, Lucho, Wulfran y el Profesor saben que aparecerá en cualquier momento.

          —Él siempre aparece, aunque sea tarde.

La noche avanza y por pura casualidad, tres profesoras amigas están bailando por toda la Plaza. Lucho las ve entre la multitud, se acerca y las invita y bailan las tres profesoras y los tres profesores. Pero las profesoras están cansadas, y también un poco ebrias. Hablan de ser responsables, de hacer el sancocho mañana para la Batalla de Flores, de ir temprano para conseguir puesto en la vía 40 y se van con la cara enmaicenada.

Tres tragos de aguardiente después…Aparece Nito y su Show. Por eso todos los amigos en parranda le dicen Nito Show:

          —¡Buenas, buenas, buenas! Lastimado público, eh estimado público ¿Cómo están? Antes de que contesten, déjenme decirles que si están bien la van a pasar mejor, y si están mal mis compañeros, no me respondan que desde este momento estarán bien ¡Nos puso regalo el Niño Dios en plenos Carnavales papa!

Nito deja de hablar y le da paso a tres mujeres que están detrás de él.

          —¡Profesore! ¡Profesore!, imitando el acento italiano que aprendió para una obra de teatro el mes anterior

          —Te presento a mis tres amigas, quieren aprender a bailar como nosotros nojoda; vienen llegando a Barranquilla… ¿le damos la clase mis profesore?

Todos ríen. Uno a uno se presenta y van dando vueltas, pasito a pasito, como quien agarra un sombrero vueltiao. Conversan mientras Lucho sirve tragos de aguardiente. La botella está punto de acabarse.

Nito, Lucho, Wulfran, El Profesor, y las tres mujeres —de sus nombres nadie quiere acordarse—, bailan. Los primeros, esperan que llegue la paga del mes, y las segundas sin avisar se van pero regresan. Una de ellas trae una botella de aguardiente con cuatro vasos plásticos pequeños en el pico. Otra de ellas, lleva una blusa negra con una marimonda en los pechos y un poncho en el hombro izquierdo; con su brazo derecho y el cabello suelto, toma la botella y comienza a repartir trago. Todos están bailando con los brazos en el aire y si a la noche le falta algo, entre el escándalo y el son, a Lucho le suena el celular. Es otro profesor amigo, llama para avisar que ya pagaron.

          —¡Nito Show mi hermano, que aguardiente ni que nada! vamos a tomar whiskey, grita Lucho con la seguridad que tiene alguien que acaba de recibir su sueldo un viernes de carnaval. Los demás se abrazan y gritan.

Acto seguido, Lucho y Nito se van a retirar dinero de un cajero automático. Wulfran y el Profesor amigo terminan la botella de aguardiente con las tres mujeres. Nito y Lucho regresan a la Plaza de la Paz; no ven a sus amigos y caminan la zona.

Wulfran y El Profesor están sentados en un bordillo, diagonal está la Land Rover plateada. Nito y Lucho se acercan y ven que están dormidos. Los agarran de un brazo, están descompuestos, más que ebrios, no dicen palabra entendible. Los suben a la camioneta y colocan seguro a las puertas. Se escuchan dos disparos. La multitud corre hacia los costados y la calle queda desnuda.

Un hombre de algunos 30 años está corriendo en dirección a Lucho, tiene sangre en su cabeza, recorre su cuello y se plasma en su camiseta. Lucho sin preguntar ni dudar golpea la cara del tipo con un derechazo brutal. Mientras da pasos hacia atrás, el ensangrentado suelta un pañuelo que roza la cara de Lucho. Aparecen dos hombres más, con palos de madera, golpean a Nito y a Lucho. Después de un recital de palazos, están inconscientes y sin nadie que pueda socorrerlos.  

Al día siguiente, a las seis de la mañana, el yerno del Profesor reconoce la camioneta parqueada en la calle. Lucho y el Profesor están dentro. Tienen la cara pálida, sus camisetas están empapadas de sudor, y botan un líquido blanco y espumoso por la boca.

El Yerno del profesor, sudando como ellos pero del miedo, los lleva a la casa de su novia, la casa del profe. La hija del profesor es médico, grita desesperada: mi papá se está muriendo. Tienen los signos vitales bajos.

Nito y Wulfran, nadie sabe cómo, llegan a la clínica y son dados de alta a medio día. Lucho despertaría el domingo, dos días después. Todos están vivos. Sin embargo, Wulfran  ha perdido su anillo de compromiso, Lucho su paga y Nito su presentación en la Batalla de Flores con el Cipote Garabato. El Profesor tenía un asunto pendiente que solucionar en casa; su esposa estaba enfadada. Se enteró que su marido tiene burundanga en el cuerpo, propiciado por tres mujeres que bailaban con ellos en Noche de Tambó. De las tres mujeres nadie sabe nada.

De esa y otras cuantas se han salvado Lucho y Nito, juntos… Pero esta vez no están juntos y a Nito, en la Noche de Tradición, evento preludio del Carnaval, le duele un poco la cabeza. Solo un poco. No están sus amigos, pero en la comparsa todos son gente de Nito. Eduardo está maquillado y con su mano empuña la guadaña de la muerte. Hernán Pernett en cabeza de la comparsa Cipote Garabato ajusta detalles. En pocos minutos llegarán el Rey Momo y la Reina del Carnaval; habrá que dar declaraciones a la prensa y posar para las de fotos.

La percusión del llamador avisa que la danza del Garabato comenzará en pocos minutos. Eduardo da un par de brincos, se sacude el frío de la noche. Nito, que es la vida, le da vueltas al palo de garabato que ondea sus cintas de colores por el aire, y Eduardo, la muerte, mira a su profesor a la cara con la guadaña en posición de ataque. Lo acecha.

Buenas noches presidente, buenas noches cómo está

Buenas noches presidente, buenas noches cómo está

La danza del Garabato lo ha venido a saludar

La danza del Garabato lo ha venido a saludar

 

Las miradas se clavan en la cosmogónica danza entre la vida y la muerte en medio del garabato. La Muerte, irónicamente más joven y ágil, danza haciendo un círculo alrededor de La Vida. Se lo quiere llevar. La Vida, con la misma fuerza que lo sostiene, lanza su palo del garabato al aire una vez más. Todos alzan la mirada, el palo se sostiene en el aire, da vueltas sobre su propio eje y la muerte aprovecha. Nito cae desplomado sobre el cemento.

 

Cuando Emiliano se muera yo voy a cargar el cajón

Cuando Emiliano se muera yo voy a cargar el cajón

Le voy a prender una vela y a zamparle un trago de ron

Le voy  a prender una vela y a zamparle un trago de ron

 

Eduardo sigue danzando, Nito lo ha acostumbrado a la improvisación. El palo del garabato cae lejos del cuerpo de Nito.

          —Nito Show, deja el teatro que ahorita empezamos, se alcanza a oír.

Mónica Montaño está viendo a su hermano menor en el piso. Piensa en su primo Humberto, y piensa en su hermano Ricardo. Ella se acerca con su falda negra ondeando los colores de la bandera de Barranquilla. Toma su cara y le ve el rostro, Mónica dice: mi hermano está muerto.

Nito está inconsciente con un dolor en el pecho que lo exprime. La multitud responde al caos y cuatro hombres cargan a Nito. Antes de llegar a la Clínica del Caribe, en un taxi, un infarto se ha llevado a la vida. Por primera vez en la historia del Carnaval de Barranquilla, en una danza de Garabato, la muerte le ha ganado la batalla a la vida.

Buenas noches presidente, buenas noches cómo está

La danza del Garabato lo ha venido a saludar

Cuando un Montaño muera vamos a cargar el cajón

          Le prenderemos una vela… y a zamparle un trago de ron

¡Hasta pronto, Nito!

 

 

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